Zamora con Claudio Rodríguez y Tomás Sánchez Santiago

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CLAUDIO RODRIGUEZ Y TOMÁS SÁNCHEZ SANTIAGO

ZAMORA DEL 29 DE ABRIL AL 1 DE MAYO DE 2017



El deseo de hacer con vosotros esta pequeña excursión a Zamora tuvo su germen un atardecer, contemplando el mar de Castilla desde las murallas de Urueña, cuando A. me recordó unos versos de Claudio Rodríguez que tomaban pleno sentido en aquel preciso lugar y momento: … y es que es así: el horizonte / que nunca se ofrece el mismo; / la rotación de paisajes / cambiados por nuevos trillos... Aún hoy, años después, sigo reviviendo aquella sensación maravillosa de haber encontrado las palabras perfectas dispuestas en el orden exacto para decir tanto con tanta sencillez. Y eso que este es uno de los poemas que Claudio Rodríguez llamaba “laterales”, aquellos que en principio no estaban escritos para formar parte de ninguno de sus libros. Recordé también que zamoranos eran Agustín García Calvo, León Felipe, Jesús Ferrero, Luis García Jambrina, Tomás Sánchez Santiago… y más que sería largo enumerar aquí. En las páginas que siguen he recopilado, con el único criterio del gusto personal, textos, de variado carácter, que ofrecen diferentes visiones de Zamora que van desde el romancero y el ilustrado Ponz, pasando por los románticos del grand tour, al que la península se incorporó algo tardíamente, y los escritores del 98, para terminar con los contemporáneos. He dividido los textos en tres bloques, la Zamora que contaron los viajeros; la Zamora de los historiadores, en el que he introducido algún fragmento de textos académicos, además de los de Saturnino Calleja y Agustín García Calvo, que muestran como el mismo pasado se puede acomodar a concepciones vitales absolutamente opuestas, y Zamora en la literatura, una mínima muestra, con una atención especial a Claudio Rodríguez y Tomás Sánchez Santiago. Las imágenes están tomadas, en su mayoría, de Recuerdos y bellezas de España: obra destinada para dar a conocer sus monumentos, antiguedades, paysages etc., en láminas dibujadas del natural y litografiadas por F. J. Parcerisa y acompañadas con texto por P. Piferrercontar y de Catálogo monumental de España : (1903-1905) (1927) de Manuel Gómez-Moreno, disponibles ambos, en línea, en la Biblioteca digital de la Junta de Castilla y León. Para terminar, como no sólo de alimento espiritual vive el hombre, he añadido unas orientaciones sobre gastronomía, en cuya preparación ha sido de fundamental ayuda nuestra compañera Salomé, que como sabéis lleva un cincuenta por ciento de sangre zamorana. A ella, y a los desconocidos Víctor y Cris, que contrajeron matrimonio el 3 de octubre de 2015, en la colegiata de Toro, y prepararon para sus invitados un estupendo blog (http://bodavictorycris.blogspot.com.es/p/donde-comer.html) de dónde he sacado las zonas de tapeo por Zamora, les doy las gracias y les deseo toda la armonía y felicidad de las que, estoy segura, vamos a disfrutar nosotros estos días en Zamora.

Cristina Jerez Prado. Bibliotecaria



ZAMORA DE LOS VIAJEROS

PONZ, Antonio1, Viage de España, o Cartas, en que se da noticia de las cosas mas apreciables, y dignas de saberse que hay en ella, Madrid, 1772-1794

41. Antes de apartarme de aquí quiero decir algo del famoso Duero, sobre su nacimiento, y viage hasta el mar. Nace en una sierra llamada “Orbion”, distante unas nueve leguas de Soria, por donde pasa, y antes por el parage donde estuvo la antigua Numancia, que hoy es el Lugar de Garray. Sigue no muy lejos de Berlanga, Osma, Gormaz, y Sentistevan de Gormaz; después por Aranda, llamada de “Duero”; y viene siguiendo por las cercanías de otros pueblos hasta este de Tudela, de donde continua a incorporarse con Pisuerga, junto a Simancas, sin perder el nombre, aunque Pisuerga es más caudaloso. Va luego caminando por Tordesillas, por S. Román de Hornija, donde fue sepultado el Rey Godo Chindasvindo: luego por las Ciudades de Toro, y de Zamora, y entrándose después en Portugal por la Provincia llamada “Tras os montes”, desemboca en el mar entre angosturas de peñas en la Ciudad de “O-Porto”. Se le incorporan muchos ríos, y riachuelos en su largo viaje, y regala a los moradores de los territorios por donde pasa, de truchas, barbos, y otros pescados. Más regalo sería el que podría lograrse de sus aguas para regar dilatados terrenos, si quisieran y supieran aprovecharse de ellas.

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Antonio Ponz (1725-1792), pintor e historiador, figura importante en la política cultural borbónica. Por encargo de Campomanes realizó un viaje por España para inspeccionar los bienes artísticos que habían pertenecido a la recientemente expulsada Compañía de Jesús.

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CALVERT, Valladolid, Oviedo, Segovia, Zamora, Ávila & Zaragoza: An Historical & Descriptive Account, Londres, 1908.

Zamora sobre el Duero es una de las ciudades más pintorescas de España, y una de las más célebres de sus anales. No es bien conocida por los extranjeros, probablemente a causa de que su acceso sea tan complicado. Pocos lugares traen de vuelta tan vívidamente el pasado agitado de Castilla. La ciudad está sobre el Duero, en una cresta rocosa. El castillo y la catedral ocupa su extremo occidental. El río está atravesado por un puente de diecisiete ojos, defendidos cerca de cada extremo por una puerta, una alta torre. Si la vista es ya de por sí pintoresca y medieval, la vista desde este punto es aún más. Hacia el atardecer, el espíritu de la Edad Media parece delatar a la ciudad –es sombrío y feroz, fuerte y venerable–. La comarca parece poco más que un desierto. Desde los muros, arriba, ojos parecen estar oteando el horizonte en busca del primer destello de las lanzas enemigas. Zamora pertenece a la época en que los pueblos, como los hombres, siempre llevaba armadura. Hoy está rota, gastada por la guerra y vieja; pero si la espada está oxidada y su escudo roto, bien puede presumir que fue por estar al servicio de España. Tan pronto como atravesamos el viejo puente, sobre las represas del Duero, y subimos la empinada calle que conduce a la ciudad, no necesitamos consultar ningún archivo que nos diga que estamos aquí, en la vieja Castilla de los días de la caballería, en la que encontraremos pocos recuerdos de artistas y poetas, algunos de estadistas y de grandes gobernantes, pero muchos de combatientes duros y sacerdotes santos.2

Zamora, from the banks of the Duero. Acuarela de sir William Wiehe Collins en Northern Spain. 1906

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Traducción tomada de: http://bitacora.ricardomartin.info/2013/10/12/zamora-y-la-vision-anglosajonadel-post-romanticismo/.

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SÁNCHEZ ROJAS, José3, Paisajes y cosas de Castilla, Madrid, 1919. “Zamora”

El espíritu leonés Zamora pertenece al Reino de León. Históricamente, geográficamente, espiritualmente. Con las provincias de León y de Salamanca, como todos sabéis. Zamora confina con Orense y con Portugal; Salamanca, con Portugal y con Extremadura; la provincia de León, con Asturias y Santander, tierras costeras, y con dos provincias gallegas: Orense y Lugo. Son, pues, tierras fronterizas las tierras de León. Históricamente conocéis las andanzas de estos pueblos; Zamora, entraña de León, fue pisoteada por Castilla. Espiritualmente —tradición, carácter, paisaje, piedras, fisionomía de sus hijos, sabor actual, ecos de leyendas pretéritas—, ni Zamora —Toro, Benavente—, ni Salamanca — Ledesma, Ciudad Rodrigo, Alba de Tormes—, ni León —Astorga, Sahagún— son pueblos castellanos. Y en Zamora hay pueblos portugueses: Alcañices. Y en León, pueblos gallegos: Ponferrada. Y en Salamanca, pueblos extremeños: Béjar. Así, León es cosa distinta de Castilla. Castilla, Castilla la Vieja, es Burgos, «caput Castellae». Castilla, Castilla la Nueva, es ¿Madrid, Toledo, Cuenca? Pero León es, ante todo y sobre todo, Zamora. He descubierto estas cosas aquí en Zamora, ante este románico típico, leonés, ante este paisaje, y no voy a ocultar mi descubrimiento a los sociólogos e historiadores de hogaño. (…) En Zamora, en cambio, todo es leonés. Media docena de iglesias estupendas: San Juan, Santiago, la Magdalena, Olivares; otras que no recuerdo —sin contar la Catedral, San Salvador—. La leyenda zamorana es leonesa: doña Urraca4, sus amores 3

José Jorge Sánchez Domingo, más conocido como José Sánchez Rojas (Alba de Tormes, 1885Salamanca, 1931), fue un escritor y periodista español. Estudió derecho en la Universidad de Salamanca, donde trabó una estrecha amistad con Miguel de Unamuno. El texto está dedicado a su amigo Paco Antón, Francisco Antón Casaseca, al que refiere en varias ocasiones. Casaseca, nacido en Corrales del Vino en 1880, se licenció en derecho y en filosofía y letras, miembro de la Real Academia de San Fernando y profesor de historia en la Universidad de Valladolid. Periodista, fue también gran amigo de Unamuno y autor de las monografías El arte románico en Zamora y el Catálogo monumental de Valladolid. 4 Urraca (1033-1101), hija primogénita de Fernando I de León y la reina Sancha, heredó la plaza de Zamora tras el fallecimiento de su padre, que dividió el reino entre sus hijos. Fue madrina de armas de Rodrigo Díaz de Vivar, armado caballero, según la tradición, en la iglesia de Santiago el Viejo o de los Caballeros, en Zamora. Casada con Raimundo de Borgoña y, a la muerte de éste, con Alfonso I el Batallador, rey de Navarra. El romancero viejo, recogiendo la tradición cronística, alude a la relación amorosa de Urraca y el Cid, en el Romance de doña Urraca y Rodrigo: —¡Afuera, afuera, Rodrigo, / el soberbio castellano! / Acordársete debría / de aquel buen tiempo pasado / que te armaron caballero / en el altar de Santiago, / cuando el rey fue tu padrino, / tú, Rodrigo, el ahijado; / mi padre te dio las armas, / mi madre te dio el caballo, / yo te calcé espuela de oro / porque fueses más honrado; / pensando casar

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con Rodrigo, Men Rodríguez de Sanabria5, el fiel amigo de Pedro el Cruel —la casa de los Sanabrias es hoy el parador de los Momos6—, el recio obispo Acuña7, el comunero. El paisaje es leonés: el Duero, tierras del Duero, vegas del Duero, valles mimosos; Valorio, transición del paisaje salmantino al orensano, al astur y al de la provincia de León. Ninguna opulencia, ningún exotismo en los edificios. Están colocados donde deben estar. La Catedral, mirando al río; la Magdalena en una plazoleta llena de hechizo, frene a la Virgen feucha del Tránsito; lienzos de murallas dando cara a la carretera de Toro; hasta el ridículo Instituto Provincial de segunda enseñanza está fuera de la ciudad, que dentro de ella estorba. He tenido, voy teniendo, tendré en Zamora la sensación de lo que era el reino de León, de lo que todavía es y de las diferencias que le separan de la región castellana. León no era una pura nomenclatura geográfica; León era un pueblo intermedio entre lusitano, astur, gallego, extremeño y castellano. Más flexible que Castilla y, por ende, de menos personalidad. Con su amor a lo sencillo, a lo sobrio, a lo severo. Pueblo que sabe recogerse y saltar sin estruendo. Pueblo de altivez, de individualismo, repleto de gestos rebeldes. Pueblo el de León, colocado entre corrientes opuestas y fluctuando, sin irse al fondo, en medio de ellas. Mirad estas gentes zamoranas, leonesas, salmantinas. Esa unilateralidad, esa pobreza mentales [sic] del castellano, no rezan con ellos. Tienen algo de la ondulación contigo, / ¡no lo quiso mi pecado!, / casástete con Jimena, / hija del conde Lozano; / con ella hubiste dineros, / conmigo hubieras estados; / dejaste hija de rey / por tomar la de un vasallo. (…) Para más información sobre esta reina se puede consultar Arroyo Martín, Francisco: Doña Urraca, primera reina de Castilla. Una mujer maltratada, en https://elartedelahistoria.wordpress.com, 2010. El escritor Rafael Pérez y Pérez (1891-1984), uno de los primeros que cultivó el género rosa en España, le dedicó su trilogía La eterna enamorada, El doncel de doña Urraca y Ha llegado el amor, y, en 2007, la editorial Almuzara ha publicado Urraca, señora de Zamora, de Amalia Gómez. 5 Noble castellano que se mantuvo fiel a Pedro I de Castilla en la guerra contra su hermanastro Enrique de Trastámara. Las noticias sobre Men de Sanabria se recogen en Crónica de Pedro I, del canciller Pero López de Ayala, incluida en su Historia de los reyes de Castilla. 6 El Palacio de los Momos se construyó entre finales del siglo XV y principios del XVI. Es de estilo renacentista con detalles de gótico florido. Lo mandó construir Pedro de Ledesma, Comendador de Peñausende, y en un principio se llamó Casa de los Sanabria. El edificio llegó a estar en ruina, aunque se salvó la fachada. A mediados del siglo XX pasa a titularidad del Estado y es reconstruido. En la actualidad es sede del Palacio de Justicia de Zamora. 7 Antonio de Acuña (Valladolid, 1453-Simancas, 1526), clérigo nombrado obispo de Zamora por el papa Julio II en 1506. Tomo parte activa con sus tropas en el levantamiento de los comuneros y llegó a ser nombrado arzobispo de Toledo, la más alta dignidad eclesiástica en España. Fracasado el levantamiento tras la batalla de Villalar, fue preso, encarcelado y ejecutado a garrote vil en el castillo de Simancas por orden de Carlos I.

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portuguesa y de la zorrería gallega —maragatos, sanabreses, charros—. Ni idealistas como los castellanos, ni prácticos como los catalanes. Las dos cosas, en dosis suaves, a la vez. Viven una democracia llana. Nadie es más ni menos que nadie. Los que están en lo alto de la cucaña social divierten a los espectadores. Los diputados a Cortes son mandatarios; los diputados de la provincia, recaderos; los concejales son eso para que les molesten. No son vanidosos. A ratos, sólo a ratos, soberbios. Y la dureza aparente —como la de esta piedra arenosa y dúctil— es capa de ternura, y juegan a la seriedad decorativa los que están llenos de alegría. ¡Suaves tierras de León! Zamora es la entraña del viejo reino. Es ahora de noche; voy a salir de viaje; dentro de media hora rodaré por esas calles. Zamora duerme en el calor de una noche de agosto. Allá, en el fondo de la plazoleta, se destaca un manchón negro: el campanario de Santiago… Ya he subido al tren. He aquí el Duero, los tres puentes, las cúpulas de la Catedral en aquel altozano. Y en todo esto veo yo la fisonomía actual leonesa: Doña Urraca, Padilla, Bravo, Acuña, «Clarín»8, Ruiz Aguilera9, Sánchez Ruano10, gente rica de recursos, taimadilla a las veces, pero bonachona siempre. (…) Zamora es una ciudad inefable, única, donde la tosquedad de las piedras areniscas, los remiendos de sus muros, la pobreza y la austeridad de sus gentes nos recuerdan continuamente al buen Rodrigo Días de Vivar pendiente de la gloria, Dios sabe si enamorado de aquella infanta doña Urraca que recuerda su gallardía moza, y pendiente, ya que la boda de sus hijas con los de Carrión ha sido cosa poco razonable, y pendiente, decimos, del botín. En el reino de León, las almas, cuando vuelan, no pierden de vista los terrones patrimoniales, y debajo de la gloria se ofrece el botín con sus codicias tentadoras. En la Catedral. La Catedral de Zamora está a un extremo de la ciudad. Junto a los restos de la problemática casa del Cid. Cerca del castillo. Dominado el paisaje, verde y mimoso, las aguas turbias del Duero. Allá a lo lejos tierras portuguesas. La Catedral de Zamora no atrae a muchos turistas. Es recogida y huraña. La situación geográfica del pueblo de doña Urraca y de «Clarín» —«Clarín» nació en Zamora y no sé que haya una calle que lo recuerde— no puede ser más enojosa. Es un paso entre Salamanca y Astorga. Se comunica también con Medina, pero tiene un ferrocarril tan 8

Leopoldo Alas, Clarín, “Me nacieron en Zamora”, nació accidentalmente en Zamora, en la calle de la Pina, sin número, donde su padre estaba destinado como gobernador civil. Es difícil situar esta calle, hoy desaparecida. Unos la sitúan en la actual plaza de Cánovas y otros entre el actual ayuntamiento y la calle de la Reina. Su familia se trasladó a Oviedo cuando Leopoldo tenía siete años. 9 Se refiere al escritor salmantino Ventura Ruiz Aguilera (1820-1881). 10 Julián Sánchez Ruano (Moríñigo, Salamanca, 1842-Madrid, 1871) fue abogado, periodista y político, diputado a Cortes por el Partido Republicano en 1868. Precisamente José Sánchez Rojas, unido a él por lazos familiares, escribió Elogio de Julián Sánchez Ruano, publicado en Salamanca, en 1913, que se puede conseguir en formato digital en: http://www.entreeltormesybutarque.es/2013/09/elogio-de-juliansanchez-ruano.html.

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lento como una carreta de bueyes. Las horas de llegada a Zamora de los correos del oeste son deplorables: la una y media de la tarde, la una y media de la noche. Cuando no hay retraso, que lo hay un día sí y otro no. Así, Zamora vive aislada. ¿No puede ponerse remedio a tal estado de cosas, señor Delegado Regio del Turismo, querido señor Marqués de la Vega-Inclán11? Porque Zamora podía vivir como Burgos, como Toledo, como Ávila, de sus piedras. Y a las fondas van sólo los viajantes. Y a las ferias de Semana Santa los sayagüeses [sic]. Hablaba de la Catedral… A mí me gusta mucho. Sin embargo, mi impresión personalísima no vale nada. Pero es el caso que los arqueólogos, que los artistas, que los hombres de vida espiritual, dicen lo mismo. Y esto ya debe tenerse en cuenta… Yo la he visto esta mañana, bajo un cielo radiante, desde el otro lado del río, desde el arrabal de Olivares. Me ha causado una impresión que no se borrará nunca; le debo esa visión inefable a Paco Antón, zamorano, una de las mentalidades más vigorosas de la juventud castellana. La torre del Gallo de la Catedral Vieja de Salamanca no vale lo que las cúpulas zamoranas de San Salvador. Se diría que estamos en Constantinopla. ¡Qué gallardía, qué elegancia, qué majestad, que ligereza de cúpulas! ¿Y aquella piedra arenosa, tosca, indómita, altiva como el alma de mi raza? ¿Y las aguas pardas del Duero que dicen romances? ¡Corazón, corazón, puedes estar satisfecho! Has bajado a las catacumbas, has paseado por Venecia, has soñado en Tarragona y en Toledo, has visto al amanecer la silueta elegante, femenina, cristiana, de la Catedral de Zamora. ¿Fechas, datos, detalles? Para salir del paso se han inventado los diccionarios enciclopédicos. Nosotros no queremos hacer eso; quédese para los eruditos que no admiran una piedra si no saben la fecha en que fue labrada. Las primeras horas de la tarde. Hemos venido a la Catedral bajo un sol agosteño, de plomo. Hemos entrado por la puerta del Obispo. Silencio. Subimos por la escalinata y penetramos en el interior. Canturrean los canónigos perezosamente. Un fresco

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Benigno Mariano Pedro Casto de la Vega-Inclán y Flaquer (Valladolid, 1858-Madrid, 1942), II marqués de la Vega-Inclán, militar y político, fue uno de los máximos artífices e impulsores del desarrollo del turismo en España.

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delicioso nos azota la cara. Leemos las inscripciones donde yacen enterrados algunos obispos. ¡Pobre señor Ortiz!12 ¡Horas de paz, horas de calma, horas de alegría! Hemos vivido mucho en pocos años; nos ha perseguido el hastío siempre; aquí nos sentimos calmados, fervorosos. Estas piedras hablan al corazón. Estas piedras han oído siglos y siglos, dolores de madres, esperanzas de hijos, tragedias calladas, alegrías silenciosas también. Estas vírgenes bizantinas, estos cristos sanguinolentos, estos cuadros renegridos, han visto llorar a los abuelos de nuestros abuelos; verán llorar a los hijos de nuestros hijos. Si no es tan eterna la piedra como el espíritu del hombre, es menos fugaz que nuestra existencia. Para la piedra no existe el tiempo. ¡El tiempo que todo lo explica, que todo lo justifica, que lo perdona todo! Se marchan los canónigos. Penetramos en el coro. Es la joya de la vieja Catedral, la perla de «la perla del siglo XIII» que llamó a esta basílica Quadrado13, el trotra-tierras. Cánovas14 cantó este coro, y al cantarlo, su estilo fue menos retorcido que nunca. Caveda15, Manjarrés16 se extasiaron ante la estatuaria del coro. Además, no se sabe quién fue su autor. Conjeturas de

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Se refiere a Luis Felipe Ortiz y Gutiérrez, obispo de Zamora entre 1893 y 1914, año de su muerte. José Sánchez Rojas visita la catedral en 1915, al año siguiente de su fallecimiento. 13 José María Quadrado Nieto (Ciudadela, Menorca, 1819-Palma de Mallorca, 1896), escritor y periodista, de formación autodidacta, vinculado a la renaixença literaria balear, participó en la elaboración de varios tomos, uno de ellos el dedicado a “Valladolid, Palencia y Zamora”, de la empresa editorial Recuerdos y bellezas de España: : obra destinada para dar a conocer sus monumentos, antiguedades, paysages etc., en láminas dibujadas del natural y litografiadas por F. J. Parcerisa y acompañadas con texto por P. Piferrer.: 14 Antonio Cánovas del Castillo (1828-1897) fue, además del artífice del sistema político de la Restauración, historiador, gran erudito y poeta. No he podido localizar el texto al que se refiere Sánchez Rojas porque la producción poética de Cánovas está, en su mayoría, dispersa en la prensa de la época. En 1887, se publicó una antología de su obra, seleccionada por él mismo, titulada Obras poéticas, disponible en línea en el siguiente enlace: https://archive.org/details/obraspoeticas00cnov. Es posible que no considerara dignos de aparecer en ella los versos famosos, aunque sí consta que Cánovas visitó la Catedral de Zamora, en septiembre de 1877, acompañando al rey Alfonso XII. Además, su hermano Máximo, fue diputado a Cortes por Zamora. 15 José Caveda y Nava (Villaviciosa, 1796-Gijón, 1882), historiador, político, crítico de arte y estudioso de la lengua asturiana. 16 José de Manjarrés y Bofarull (Barcelona, 1816-1880), dibujante, autor de algunas obras de teatro y uno de los primeros historiadores del arte profesionales.

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Fernández Duro17, de La Fuente, de Antón, de Quadrado, pero conjeturas. La fantasía —madre del arte— puede volar mejor así. Lo más probable es que el autor del coro fuera Rodrigo Alemán (1470-1542), que también labró la sillería de los coros de Ciudad Rodrigo y de Plasencia. Aquí, en un cajón, dos hombres tocan unas trompas. Aquí, ante una mesa llena de viandas, un frailecico gordo se hace el remolón. Porfetas barbudos. Este fraile lee un libro ameno —¿Boccaccio? ¿Aretino?—. Henos ante David con cetro, corona y manto real. Unos aldeanos a la greña disputándose un pellejo de vino. Dalila: Sansón; un Sansón afeminadito, barbilindo… Un Abel de expresión ceñuda, de gesto amenazante. Viste Abel un traje florentino del siglo XV. Su lema es Vox Sanguinis: ¡voz de la sangre! Voz de la sangre que provocó el primer fratricidio. ¿Comprendéis el torvo ceño de Abel el bueno? ¿Para qué seguir describiendo? El llavero nos mira con impaciencia. Hoy se ha ganado la propina. ¡Y vendremos tantas, tantas tardes a reposar del diario afán en este coro de la Catedral de Zamora! Querido Antón: toda la tarde le recuerdo. Usted por los madriles, entre atenístas, oyendo los apotegmas del general Vallés y de Julio Cejador. Y yo en su pueblo. En su pueblo que usted me hizo amar de adolescente. Un sol rojo, de fuego; la puerta del Mercadillo; el portillo del Carmen: Estando del rey don Sancho la gran Zamora cercada, y puesta en muy grande aprieto por la gente castellana, el traidor Vellido D’Olfos deseando libertalla hace un portillo en el muro; murallas ruinosas que miran al río la Zamora de usted, querido Antón, la mía, nuestra Zamora. Zamora, 1915

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Cesáreo Fernández Duro (Zamora, 1830- 1908), capitán de navío de la Armada Española, escritor, erudito e historiador.

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UNAMUNO, Miguel de18, Andanzas y visiones españolas, 1922. “Recuerdo de la granja de Moreruela”

No lejos de Benavente, en la Granja de Moreruela, provincia de Zamora, resisten acabar de caer las espléndidas ruinas del primer monasterio de Cistercienses en España19. Allá me fui el último Domingo de Resurrección, y allí recordé una vez más el virgiliano «etiam ruinae periere»: ¡hasta las ruinas perecieron! ¡Qué majestad la de aquella columnata de la girola que se abre hoy al sol, al viento y a las lluvias! ¡Qué encanto el de aquel ábside! ¡Y qué intensa melancolía la de aquella nave tupida hoy de escombros sobre que brota la verde maleza! Y todo ello se alza, añorando siglos que fueron, y quién sabe si siglos por venir, en un valle de sosiego y de olvido del mundo. Al ir allá, en auto, desde Benavente, bordeábamos tranquilas charcas cubiertas de la blanca floración de las hierbas acuáticas, y al llamar yo la atención sobre ello a mis amigos, exclamó uno de éstos: «¡Hasta el agua estancada cría flores!» A lo que pensé 18

Para una mejor comprensión del texto de Unamuno, extraemos algunos fragmentos de la introducción a la edición de Luciano G. Egido, Alianza, 1988. “Su preocupación por el paisaje hay que situarla dentro de su atención a la tierra y a la historia de España, que sería la misma de los escritores de la llamada generación del 98, de la que Unamuno, con Ganivet, sería su antecesor o su primer hombre en el tiempo.” (p. 16) “Sus paisajes están llenos de esa realidad castellana, que tan bien servía a su necesidad de metaforización del mundo que le rodeaba. (…) su paisaje por antonomasia, el que verdaderamente puede llamarse unamuniano, el que le expresaba a él expresando el paisaje, era el de las tierras y los pueblos de Castilla, tanto en su versión montañosa, granítica y altiva, como en su versión llanura, monótona e infinita, que, como él dijo, era también cumbre. Y sobre todo el paisaje urbano de las viajas ciudades y pueblos castellanos, recordatorio y metáfora de la eternidad que le obsesionaba y de otras metáforas.”( p. 18) “Es decir, que para Unamuno el paisaje no es bello, ni conmovedor, es únicamente expresivo; busca en su paisaje todo lo que exprese algo de lo que él lleva dentro. La roca será la eternidad; la encina, la resistencia; la llanura, el infinito; la piedra tallada de los monumentos la garantía de la inmortalidad; el silencio de las viejas ciudades, la confirmación de la intrahistoria; las cumbres montañosas, la serenidad y la libertad; los pueblos perdidos, el ascetismo de la vida. No tendrá ojos más que para lo que quiere ver y no quiere ver más que lo que lleva dentro, lo que le preocupa, lo que determina sus angustias. La realidad exterior, en el colmo del idealismo, no hará más que confirmar la realidad interior.” (p. 20) “En «La Granja de Moreruela» encontramos la unamuniana eternidad del pasado y la densidad secular del presente, vivido con sosiego, que fue la tentación más constante de Unamuno, lejos de las impurezas de la historia, entregado al sueño de la propia obra, al puro espectáculo de la creación, a la busca de la trascendentalización del yo a través de la idea de Dios.” (p. 39) 19 Antes de que fuera ocupado por el Císter, aproximadamente en 1133, existen noticias documentales en el Codex biblicus legionensis de la Catedral de León en las que se atribuye a San Froilán, por orden de Alfonso III el Magno, la fundación de un monasterio en Salvador de Tábara y el de Moreruela, en la ribera del Esla. José Pardiñas Villalobos Soto y Romero de Caamaño lo recoge en su Breve compendio de los varones ilustres de Galicia, La Coruña, 1887: Hízole [sic] muchos presentes, que todos serían para el culto de las iglesias, dándole al mismo tiempo licencia para que fundase monasterios en vairas partes de su Reino, y entre ellos fue uno el de Moreruela del orden de San Bernardo, junto al río Ezla [sic], cerca de Zamora, y en el cual tuvo bajo de su obediencia más de doscientos monjes.

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calladamente: no; sólo el agua estancada florece, y no la que en el caz de un molino hace andar la rueda que nos da la harina. La industria pide agua corriente, pero a la poesía le basta la que está quieta. Y añorando yo, como las ruinas del monasterio de Cistercienses de la Granja de Moreruela tiempos que se cumplieron, me dije por dentro: En una celda solo, como en arca de paz, libre de menester y cargo, el poema escribir largo, muy largo, que cielo y muerte, tierra y vida abarca. Después, en el verdor de la comarca la vista apacentar; sin el amargo pasto del mundo, a la hora del letargo ver cómo visten la dormida charca en flor las ovas. Lejos del torrente raudo del caz que hace rodar la rueda que muele el trigo, soñar lentamente vida eternal en la que el alma pueda ser pura flor. ¡Oh, reposo viviente; florece sólo el agua que está queda! ¡Soñar así, lentamente, a la hora de la siesta, descansando la mirada en las charcas floridas! Y escribir un libro muy largo, muy largo. Un poema, y si no una historia. Una historia como aquella dulcísima y apacible «Historia de la Orden de San Jerónimo», que en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial escribió el padre jerónimo fray José de Sigüenza, y es una maravilla de lengua y, a trechos, de poesía. (Bien haya la «Nueva Biblioteca de Autores Españoles» por habérnosla vuelto a dar). ¿Hay en castellano acaso pasaje de más honda y poética hermosura que el de la muerte de fray Bernardino de Aguilar, profeso del convento de la Murta de Barcelona, que murió tañendo en el manicordio y cantando el salmo “Super flumina Babilonis:” “No parecía voz humana, porque penetrava las entrañas con el sentimiento que dava a la letra; llegó assi con sus versos hasta el que dize: «Quomodo cantabimus canticum Domini in terra aliena». Dixolo una vez, tornólo a repetir la segunda, y a la tercera alço los ojos al cielo, y dando un suspiro de lo profundo del pecho, puestas las manos en la tecla, pasó de esta vida a la eterna, porque cantasse el cantar del Señor en la tierra de los vivientes.” (Libro IV, cap. XXVII.) ¿Encierro el del monasterio? Sí; “encerravase cada uno en su celdilla o covachuela — nos dice el padre Sigüenza — y desde aquel lugar tan estrecho passeava con el alma la anchura de las moradas del cielo.” Y yo me digo del que otra vida lleva: Alza al correr tan grande polvareda que le ciega los ojos, ni le cabe pararse en firme hasta que al cabo acabe donde nunca pensara, pues la rueda 10


de la fortuna es la que le envereda, no a ella él; desque perdió la llave del gobierno de sí mismo no sabe a dónde corre a ir a dar de queda. ¡Cuánto mejor desde abrigado encierro libre de polvo y sin temor de yerro irreparable pasear la cumbre de la alta serranía de los astros a busca en ella de divinos rastros de la increada y creadora lumbre! Allí es la quietud del lago del alma, y sin esa quietud no florece el lago. Oigamos de nuevo a nuestro padre Sigüenza, cuando nos dice que “andan estas almas sencillas (digámoslo ansí) como çabullidas en Dios y en sçi mismas, puestas en una quietud soberana, donde no llega turbación de malicia”. Esto, a propósito del siervo de Dios fray Juan de Carrión, llamado el Simple. Y me digo: Déjame que en tu seno me zambulla donde no hay tempestades; como esponja habrá en Ti de empaparse mi alma, monja que en el cuerpo su celda se encapulla. Mientras Satán sobre esta mar aulla al husmo de almas con que henchir su lonja, más dulce aquí que jugo de toronja me es tu agua, Señor. Ni me aturulla el vaivén de su mundo, ya que dentro vivo de mí viviendo en tu bautismo; sólo perdido en Ti es como me encuentro; no me poseo sino aquí, en tu abismo, que envolviéndome todo, eres mi centro, pues eres Tú más yo que soy yo mismo. Si, Dios es mi yo infinito y eterno, y en Él y por Él soy, vivo y me muevo. Mejor que buscarse a si es buscar a Dios en sí mismo. Y cuando andamos dentro nuestro a la busca de Dios, ¿no es acaso que nos anda Dios buscando? Pues que le buscas, alma, es que Él te busca y le encontraste. Si me buscas es porque me encontraste — mi Dios me dice—. Yo soy tu vacío; mientras no llegue al mar no para el río ni hay otra muerte que a su afán le baste. Aunque esa busca tu razón desgaste, ni un punto la abandones, hijo mío, pues que soy Yo quien con mi mano guío tus pasos en el coso por que entraste. Detrás de ti te llevo a darme cara, y eres tú quien te tapas para verme; pero sigue, que el río al cabo para; 11


cuando te vuelvas, ya de vida inerme, hacia lo que antes de ser tú pasara, descubrirás lo que en tu vela hoy duerme. Sí; caminamos de espalda al sol, es nuestro cuerpo mismo el que nos impide verlo, y apenas sabemos de él sino por nuestra propia sombra, que donde hay sombra hay luz. Detrás nuestro va nuestro Dios empujándonos, y al morir, volviéndonos al pasado, hemos de verle la cara, que nos alumbra desde más allá de nuestro nacimiento. Esta nuestra eternidad duerme en nuestra vigilia. ¡Qué bien en una celda como las que en un tiempo formaron la colmena mística de la Granja de Moreruela, meditando o fantaseando estos consuelos de esperanza allá, en aquel siglo XIII, oliente a San Francisco! ¡Pero en aquel siglo XIII, en aquella poética Edad Media, mocedad del cristianismo! Hoy la Granja son ruinas. Lo único que permanece igual es el verde florido valle, el convento de las resignadas encinas que abrigan a los pajarillos, que sin cesar cantan la gloria del Señor, y cantándole le buscan y le encuentran. Salamanca, junio de 1911.

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ZAMORA DE LOS HISTORIADORES

ALMAGRO-GORBEA, Martín, “Los caminos occidentales de la península ibérica antes de la Vía de la Plata”, en La Vía de la Plata: una calzada mil caminos, Ministerio de Cultura, 2008.

Las comunicaciones constituyen un elemento esencial en la sociedad humana desde los más remotos tiempos de la Historia, pues, como el sistema nervioso o el sanguíneo en nuestro organismo, facilitan la difusión de ideas y las relaciones entre grupos humanos asentados en distintas áreas geográficas, por lo que resultan esenciales para el progreso humano, al hacer posible los contactos de todo tipo, comerciales, culturales y étnicos. (…) Las vías de comunicación prehistóricas basadas en las vías naturales, aunque mal conocidas en su conjunto, constituyen un tema de creciente actualidad, pues añaden a su interés al documentar los primeros contactos humanos el que, casi siempre, son el origen de las vías romanas, que posteriormente siguieron sus estratégicos trazados, que en algunos casos todavía siguen vigentes hasta la actualidad. Este es el caso de la llamada “Vía de la Plata”, una de las vías prerromanas más importantes de la Península Ibérica y aquella cuyas raíces prehistóricas resultan mejor conocidas. (…) De los tres ejes esenciales citados20, éste es, probablemente, el de mayor personalidad, pues recorre tierras relativamente semejantes, al constituir el eje articulador de todas la tierras occidentales, desde Andalucía por el sur, cruzando Extremadura y la Meseta Occidental, hasta alcanzar Asturias y Galicia por el norte, quedando también incluida en su red viaria la parte oriental del interior de Portugal. Por estas circunstancias, la Vía de la Plata debe considerarse el cordón umbilical de toda la Hispania silícea u occidental, la más rica en metales y en ganado, cuyos desplazamientos explican su origen y su permanencia hasta nuestros días, lo que hace que sea una de las grandes vías prehistóricas de comunicación de Europa, (…) eje articulador por donde circulaban ganados y metales, como oro y estaño, tan preciados en Europa desde el inicio de la metalurgia hace unos cinco mil años. Ya antes, por esta vía, se debían comunicar las poblaciones de economía pastoril megalíticas, que fueron los primeros neolíticos en colonizar las tierras del occidente peninsular, desde Huelva hasta Galicia, cuyos túmulos funerarios en ocasiones jalonan las cañadas ganaderas. También por esta vía penetraría y se difundiría la metalurgia en el III milenio a.C., (…)

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Los otros dos eran la Vía Augusta (desde la zona oriental de los Pirineos hasta Cádiz, pasando por Valencia) y la que desde los Pirineos, siguiendo el valle del Ebro, hasta Soria, se desviaba por el suroeste de la Península hasta llegar al Atlántico.

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Sin embargo, es a partir del llamado Período Orientalizante, desde el siglo VIII a.C. en adelante, cuando los hallazgos arqueológicos permiten advertir cómo la Vía de la Plata se había convertido en la vía de comunicación de todo el occidente de Hispania con “hinterland”21 minero-metalúrgico de Tartessos y como canal de salida de sus ricos productos hacia las altas culturas del Mediterráneo oriental. Por ella llegaron nuevas técnicas, como el uso del hierro o del torno de alfarero, por ella llegó la escritura y la capacidad de organizarse en poblaciones de tipo urbano. Siglos después, ésta sería la vía que, según una tradición recogida por Plinio (III, 13-14), siguió el pueblo de los Celtici para llegar desde la Celtiberia hasta asentarse en tierras del oeste de Badajoz y del sur de Portugal, y también por ella pudieron llegar hasta Salamanca los ejércitos púnicos de Aníbal el 220 a.C. Pocos años después, los romanos convirtieron esta Vía de la Plata en el eje esencial de su estrategia para conquistar las tierras del occidente de Hispania en sus duras luchas contra los lusitanos que han narrado los historiadores clásicos (…) El origen de esta vía prehistórica debe situarse en Andalucía occidental, (…) se adentraba en territorio de los Vacceos y se dirigía al Duero, río que cruzaría por “Arbucala”, situada en las proximidades de Zamora, siguiendo por tierras de los Astures para cruzar los Páramos, otro término prerromano, desde los que podía proseguir en dirección norte y atravesar la cordillera cantábrica por puertos como Somiedo o Pajares hasta finalizar en Noriega, Campa Torres, frente a Gijón, que era el principal puerto del Cantábrico, o proseguir por el llamado “camino portugués”, documentado por “milladouros” que confirman su origen ancestral y que, desde tierras zamoranas, bien por el importante nudo de comunicación que explica la fundación de “Asturica Augusta”, bien por tierras de Tras-os-Montes y orensanas, alcanzaría el Finisterre.

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Zona de influencia de un territorio.

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LARRÉN IZQUIERDO, Hortensia, “La evolución urbana de la ciudad de Zamora a través de los vestigios arqueológicos”22 Las primeras referencias que sitúan a Zamora dentro de unas coordenadas históricas, según eruditos e historiadores locales, son las que la identifican con NVMANTIA. Es Fray Juan Gil de Zamora, franciscano con importante papel ideológico, quien a finales del s. XIII, defiende la ubicación en el solar zamorano de la conocida ciudad celtiberorromana. Defensores y detractores de esta hipótesis se suceden desde el siglo XVI hasta bien entrado el siglo XX en los escritos de Noboa (1799), Quirós (1782-89) o Flórez (1905), tomando como única base científica la existencia de un ladrillo o tégula signado con la marca ONUMANCIA, procedente de un espacio luego identificado como yacimiento de las Edades del Bronce y Hierro -El Temblajo-, al parecer, depositado en el Archivo Histórico Municipal y hoy perdido, sobre el que Hübner mantuvo dudas sobre su autenticidad. A partir de estas disyuntivas históricas, Zamora tiene su razón de ser en los estudios que, desde ámbitos históricos y arqueológicos, tradicionalmente la identificaban con la ciudad vaccea de “Ocelumduri”, sobre la cual continuará la mansio relacionada con la Vía de la Plata y citada en los distintos itinerarios romanos23, pasando después a ser identificada con el topónimo de la “Semure” reseñada como ceca de los escasos ejemplos monetales visigodos o la “Seminure” del parroquial suevo. Los momentos siguientes son parcos en noticias. Zamora debe correr una situación similar a la de otras ciudades del Valle del Duero, como León o Salamanca, pudiendo ser uno de los objetivos de las campañas de Muza del año 714, pasando a manos cristianas tras la conquista de Alfonso I, si bien, aportan tanto las crónicas árabes como cristianas, la reconstrucción de Zamora “la despoblada” de al-Razi (recogida por Ibn Hayyan24) no se hace efectiva hasta el gran avance que supone la política expansionista del monarca astur Alfonso III en el 893, quien establece una serie de puntos neurálgicos para la defensa de la frontera.

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En este enlace está el texto completo, me he permitido eliminar las citas bibliográficas para hacer más legible el documento: http://www.romanicodigital.com/documentos_web/documentos/C153_Hortensia%20Larr%C3%A9n.pdf 23 Ocelumduri es una mansio recogida en el Itinerario de Antonino, en el Anónimo de Rávena, en Ptolomeo y en la Tabla de Barro de Astorga n.ºIII. No hay ninguna duda sobre su identificación con Zamora. 24 La cita que recoge Ibn Hayyan cuenta como en el año 280 de la hégira, es decir, en 893 “dirigiose Adefonso hijo de Ordoño rey de Galicia a la ciudad de Zamora la despoblada y la construyó y urbanizó y fortificó y pobló con cristianos y restauró todos sus contornos.”

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CALLEJA FERNÁNDEZ, Saturnino25, El pensamiento infantil: método de lectura conforme con la inteligencia de los niños, “Recuerdos de España”, Madrid, ca. 1900, p. 353-357. Era todavía día claro cuando nuestros viajeros dieron vista a Zamora. Está situada la ciudad en una eminencia, en la orilla derecha del río Duero, y conserva gran parte de su antigua muralla. Aunque de ella se sabe nada o poco de tiempo anterior al siglo IX, en que la fortificó Alfonso el Magno, rey de León y de Asturias, convirtiéndola en el principal baluarte de la frontera del Duero, que era la de sus Estados por el Mediodía, es probable que ya existiese en la época romana con el nombre de “Ocellum Durii”. No se entienda que, porque viniera a ser el Duero la frontera meridional del territorio cristiano en los siglos X y XI, ocuparan los musulmanes el que cae a su Mediodía: todo él, hasta las sierras que separan la cuenca de este río de la del Tajo, expuestísimo a las frecuentes excursiones y correrías de moros y cristianos, poco codiciado por lo árido y destemplado de su clima y, por demasiado llano, poco a propósito para la defensa, estaba desierto. Tenían, pues, que atravesarlo los cristianos para ir a buscar a los moros a la tierra de Toledo, y a su vez los moros, para encontrar a los cristianos en las de Soria, San Esteban de Gormaz, Toro y Zamora. En el año 939 hizo ese viaje el Califa Abderramán III al frente de un poderoso ejército, y sostuvo con Ramiro II en Simancas26 una terrible batalla, en que fue vencido. —He leído— dijo Frasquito a su padre, que estaba hablando sobre todo lo que antecede mientras recorrían las calles de la ciudad—, que después de esa batalla hubo otra, que llaman “del Foso de Zamora”, en que, después de perder los moros setenta mil hombres, se apoderaron de esta ciudad. —Semejante cosa sólo pueden admitirla personas que no sepan ni el abecé del arte militar, ni de guerras, ni de batallas. ¿Cómo puede ocurrírsele a nadie que un ejército destrozado, cuyo caudillo sólo puede salvarse huyendo a uña de caballo y seguido de muy pocos, va a poner sitio a una plaza fuerte, y a sostener ante sus muros una batalla en que pierde nada menos que setenta mil hombres?; ¿ni en qué cabeza cabe que, después de esa enorme pérdida, tenga todavía alientos para apoderarse de esa plaza?, ¿ni dónde se ha visto que la expugnación de una plaza fuerte consista en dar una 25

Saturnino Calleja Fernández (Burgos, 1853 - Madrid, 1915) fue un editor, pedagogo y escritor español, fundador de la Editorial Calleja, autor de libros de educación primaria y de lecturas infantiles. 26 La victoria del rey de León Ramiro II en Simancas afianzó el dominio cristiano en los territorios al norte del Duero y la línea de repoblación avanzó hacia el sur, hasta el Tormes. Además, supuso una fuerte inyección de moral para los cristianos y tuvo gran repercusión en los demás reinos cristianos europeos.

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batalla al pie de sus muros? Todo eso son desatinos sin pies ni cabeza, que es increíble que haya quien todavía acepte, después de saberse que la batalla comenzada en Simancas vino a acabarse en un lugar llamado Alhándega27, nombre que, por significar “foso” en lengua arábiga, ha dado origen a esa soñada batalla del Foso de Zamora, como Dozy28 lo ha demostrado. —¿Y existe todavía esa Alhándega?— preguntó Frasquito. —Creo que no— le contestó su padre—; pero existía en el siglo XVI. Estaba a orillas del Tormes, muy cerca de Salamanca. —Pero ¿se apoderaron los moros de Zamora en esa campaña, o no? —No creo que hubiera ni tal sitio, ni tal toma de Zamora, pues nada dicen de ella nuestros cronistas; pero, si la hubo, ten por cierto que sería antes, y de ningún modo después, de la batalla de Simancas. —¿De modo que los moros no llegaron a apoderarse de esta ciudad? —Entonces, no; cuando se apoderaron de ella fue bastantes años después, en el mismo siglo: en tiempo del famoso Almanzor, que no sólo se apoderó de Zamora29, sino de León, Santiago de Galicia, Navarra, Aragón y Cataluña, incluso su capital, Barcelona, que tomó por asalto. Los cristianos quedaron reducidos a lo más áspero de las montañas de Asturias y de los Pirineos, perdiendo en muy pocos años todo lo tan penosamente ganado en trescientos. Después no vuelve a hablarse de Zamora hasta la muerte de Fernando I, quien, al repartir entre sus hijos sus Estados, dio el señorío de ella a Doña Urraca 30. D. Sancho, que, con ser muy joven, era el mayor de ellos, y a quien había tocado en suerte el reino de Castilla, sin respetar la voluntad de su difunto padre, destronó a sus hermanos García, rey de Galicia, y Alfonso, rey de León, apoderándose de sus Estados, y puso luego sitio a Zamora para quitársela a su hermana Doña Urraca; pero pagó con la vida su codicia, porque un caballero de los defensores de la ciudad, amigo, a lo que parece, de Doña Urraca, y no se sabe si instigado o no por ella, fingió pasarse al partido contrario, y aprovechando la mejor coyuntura que se le ofreció, mató a D. Sancho, y se acogió luego dentro de los muros. Ese hecho dio origen a multitud de 27

La llamada jornada de Alhándega o del Barranco tuvo lugar en tierras sorianas, no zamoranas. Los musulmanes, que en su retirada de Simancas habían arrasado la zona del río Aza (actual río Ríaza) en su camino hacia Atienza, sufrieron una emboscada en un barranco, donde fueron derrotados y puestos en fuga, consiguiendo los cristianos un gran botín. 28 Reinhart Pieter Anne Dozy (Leiden,1820- 1883) fue un arabista holandés, especialista en los asentamientos musulmanes de Occidente, cuyos estudios sobre el Cid y las Taifas constituyeron una gran aportación para la historiografía española. Sus principales obras son Investigaciones sobre la historia política y literaria de España durante la edad media (1849) e Historia de los musulmanes de España hasta la conquista de Andalucía por los almorávides, (1861). 29 Almanzor arrasó Zamora en dos ocasiones: en el 981 y en el 997. Sobre su figura: http://www.diariodeleon.es/noticias/revista/ataques-almanzor-reino-leon_415400.html. 30 Ver nota núm. 3.

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fábulas y consejas, en que juegan de actores el Cid Campeador, el conde Diego de Ordóñez de Lara, Arias Gonzalo y sus hijos, y otros personajes; hablillas y cuentos que inspiraron por muchos siglos la musa del pueblo. —¿Tiene usted por mentira todo lo que cuentan los romances31 que se refieren a esos hechos?— preguntó Willy. —Los romances, en general, son muy poco dignos de crédito —le replicó D. Antonio María—, y mucho menos, los que han llegado a nosotros, que no son en modo alguno los primitivos, sino obras de los autores de los siglos XVI y XVII y reflejo de un estado social, unas ideas y unas costumbres muy distintas de las de la época a que en ellos se alude. El único documento de ese linaje, si no contemporáneo de esos hechos, a lo menos, de tiempo cercano a ellos, es el “Poema del Cid”, de [sic] que, por desgracia, sólo tenemos fragmentos mal hilvanados, y que, si bien es interesante desde el punto de vista literario y filológico, tampoco merece ninguna fe como obra histórica32. (…) Esta conversación la sostenían nuestros amigos andando por las calles de Zamora. Entraron en la catedral, que es de estilo románico y del mismo tiempo que la vieja de Salamanca. Ésta de Zamora se acabó en 1174, aunque en épocas muy posteriores se han hecho en ella algunas modificaciones, que no armonizan con el estilo general dela fábrica, como sucede en la portada Norte, flanqueada por columnas corintias. También la del claustro, que se quemó en 1591, fue reedificada treinta años después conforme al orden dórico. La nave central contrasta por su estrechez, pues sólo tiene 23 pies entre los pilares, con lo macizo de éstos, que tienen siete de grueso. Las naves laterales son bajas, y sus bóvedas cargan por el lado del muro sobre robustísimas pilastras. El domo 33 que corona el crucero es, tanto por fuera como por dentro, lo más notable del edificio, y se parece mucho al de la catedral vieja de Salamanca. —Se conoce— dijo Sir Roberto a D. Antonio María así que hubieron recorrido la ciudad, y visto sus principales iglesias y monumentos—, que Almanzor redujo esta ciudad a escombros, porque todos sus edificios son posteriores al siglo XII. —Creo lo mismo— le contestó su interlocutor—. Observad, además, que casi todos ellos son del estilo románico de ese mismo siglo XII; lo cual demuestra que debió de reedificarse al mismo tiempo que Salamanca, Ávila, Segovia y demás poblaciones de la región meridional del Duero. Sólo en Asturias hemos de ver edificios de siglos anteriores al XII, prueba evidente de que fue la única provincia adonde no llegaron las últimas invasiones de los moros. En pocas naciones del mundo es la arqueología tan poderoso auxiliar de la historia como en España. 31

Más adelante se incluye el ciclo de romances del cerco de Zamora. Poco fiables son estas opiniones de D. Antonio María, pues, en estos años, aún estaba un jovencísimo Ramón Menéndez Pidal iniciando sus fundamentales estudios sobre el Romancero, textos aún hoy indispensables para cualquiera que se acerque a este tema. 33 En arquitectura, cúpula o bóveda en forma de media esfera. 32

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Sobre la puerta de la ciudad que llaman “de Zambranos”, cerca del que dicen “Palacio de Doña Urraca”, se ve la inscripción siguiente: “Afuera, afuera, Rodrigo el soberbio castellano.” —¿Qué significa ese letrero?— preguntó Sir Roberto. —Es un recuerdo del sitio de Zamora por el rey D. Sancho de Castilla— le contestó D. Antonio María—; pero seguramente es moderno, porque lo es también el romance de que está tomado, que es uno de los a que antes me referí. Como población industrial, tiene hoy fama Zamora por sus aguardientes anisados, que se exportan a toda España y a América.

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GARCÍA CALVO, Agustín34, Manifiesto de la comuna antinacionalista zamorana, Paris, 1970.

(…) Apenas podrá hallarse ciudad como Zamora que por tan antiguos y claros antecedentes de su historia pueda y deba sentirse tan llamada a mantener en alto la antorcha de la rebelión contra el estado, la guadaña avezada a desgarrar banderas nacionales. Pues en el momento mismo en que empezaban por Europa a constituirse las entidades nacionales y a inventarse la realidad abstracta del Estado, fue Zamora acaso el más notorio centro de resistencia última frente a la nueva forma de dominación y por ende primer ejemplo de rebelión en contra de su dominio. Nos referimos a los acontecimientos del cerco de Zamora, el breve y contrario reinado zamorano de doña Urraca, el asesinato del rey Sancho de Castilla, la liza mortal de los hijos de Arias Gonzalo35, con todos los demás momentos de la gesta que fue durante siglos materia predilecta de cantares y romances. Corriendo el año 1065, el rey Fernando I, que por primera vez había reunido bajo su cetro los campos de León, de Galia y de Castilla y amenazaba así con empezar a constituir la unidad “España”, en un lúcido gesto de arrepentimiento, que redime en parte su monarquía, quiso deshacer su obra y en el lecho de muerte repartió el dominio entre sus hijos, sin olvidarse de sus dos hijas, de las cuales a doña Urraca le dio por 34

Agustín García Calvo (Zamora, 1926- 2012) Doctor en Filología Clásica, catedrático de Instituto primero y de lenguas clásicas en la Universidad Complutense de Madrid después, fue separado de su cátedra, en 1965, junto a Enrique Tierno Galván, José Luis López-Aranguren y Santiago Montero Díaz por prestar su apoyo a las protestas estudiantiles. José María Valverde y Antonio Tovar renunciaron a sus cátedras voluntariamente como protesta contra esta medida. García Calvo se exilió durante varios años en París, donde fue profesor en la Universidad de Lille y en el Collège de France y trabajó como traductor para la editorial Ruedo Ibérico. En esos años, escribió y publicó tres panfletos: Manifiesto de la comuna antinacionalista zamorana, en 1970, De los modos de integración del pronunciamiento estudiantil, hacia 1973, y el Comunicado urgente contra el despilfarro, en 1974. En ellos se recoge lo fundamental de su pensamiento político, y están basados en la tertulia que él coordinaba en el café La boule d'or del Barrio Latino. En 1976 fue restablecido en su cátedra, en la que permaneció hasta su jubilación en 1992. Agustín García Calvo deja una obra extensísima que va desde la investigación filológica, la métrica antigua era su especialidad, al ensayo, pasando por el teatro y la poesía. El texto del Manifiesto comienza así: Se declara fundada por el presente manifiesto la Comuna Antinacionalista Zamorana (C.A.Z), que proclama como su función esencial combatir de hecho y de palabra (y tanto mejor si en tanto los hechos y las palabras vienen a confundirse) por la desaparición del Estado Español y del Estado en general —entidades ambas suficientemente definidas en su realidad abstracta y administrativa— y por la liberación de la ciudad y comarca de Zamora, sobre cuya indefinición ha de volverse en el curso del presente manifiesto. 35 Según el romancero, el conde Arias Gonzalo fue el albacea de Fernando I y es ejemplo de lealtad y fidelidad por su actuación durante el episodio del cerco de Zamora. Tras la traición de Bellido Dolfos y la muerte del rey Sancho, Diego Ordoñez de Lara reta a los zamoranos calificándoles de cobardes. Arias Gonzalo acepta el reto y, ante la imposibilidad de luchar él mismo, envía a sus hijos a batirse en duelo con Ordoñez. Tres de ellos mueren, pero el cuarto consigue vencer y salvar así la honra de la ciudad. En la zona antigua de la ciudad, una plaza lleva hoy su nombre.

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reino Zamora la bien cercada. Fallecido el piadoso monarca, fue en su hijo Sancho, a quien había correspondido Castilla en el reparto, en quien hubo de encarnarse el fatal destino y el Progreso, que había de impulsarle a actuar como reunificador y constructor de nuevo. Así en breve espacio arrebató a sus hermanos los territorios respectivos, y ya estaba casi rematada la obra reunificadora, salvo Zamora que restaba, cuya resistencia con buena razón temía, y a cuyo cerco se aprestó a comienzos del año 1072 con todas las armas y contingentes, entre ellos el creciente prestigio de Rodrigo Díaz, el futuro Cid. Zamora se resistió, en efecto. La querencia de doña Urraca, indecisa acaso por haber apenas tenido tiempo de sentir a Zamora como su pueblo, pero espoleada por motivos negativos y personales (el aborrecimiento de la progresiva ambición de Sancho, la piedad para con el padre muerto y el probable enamoramiento del hermano Alfonso, desposeído y desterrado), se vio desde el primer momento fortalecida por la decisión de los zamoranos mismos, que por la voz del caballero Nuño Alvarez y la del viejo hidalgo Arias Gonzalo juraron sostener la independencia y oponerse a la unificación. Largos meses duraba el cerco; por todas partes y de más en más se veía al pueblo zamorano agobiado del hambre y las penalidades, pero no doblegada su decisión de resistencia. Cuando al fin un día un caballero llamado Bellido Dolfos (de quien la propia Zamora renegaría, declarándolo forastero, gallego por más señas; pero aun en este punto habrá de someterse a riguroso examen) salió de las murallas, se presentó en el real de Sancho, y engañándolo con promesa de que le iba a entregar la plaza mostrándole secretamente un sitio por donde asaltarla de sorpresa, lo hizo bajar y adentrarse a solas por el bosque de Valorio; en donde por la espalda y con el propio venablo de oro que el rey le había dejado le dio muerte, huyendo enseguida a refugiarse en la ciudad; la cual es lo cierto que lo acogió oportunamente por un postigo, burlando la persecución del capitán Rodrigo Díaz, el futuro Cid. Así fue como el ejército castellano (si no es más propio llamarlo ya español), desconcertado con la pérdida de su cabeza, hubo de levantar el cerco y desbandarse a sus regiones, yéndose parte de ellos a enterrar en Oña al rey que había encarnado la primera voluntad de estado en el sentido moderno de la palabra. Es cierto que no por ello iba a detenerse la Historia en su progreso y evolución fatal, y que, venido a suceder como rey Alfonso, proseguiría el proceso de establecimiento del Estado, en cuya extensión y definición de fronteras jugaría el Cid Campeador tan principal papel, y que Zamora, tras mantener algunos años su bien ganada independencia, al fin perecería sepultada, como todas las demás ciudades, en el vientre fabuloso y yerto de la entidad que se formaba, para no volver a sentir el ansia de libertad y resurrección sino tantos siglos más tarde.

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Pero con todo, el ejemplo estaba dado para siempre y esclarecida con su resistencia la esperanza de que la negación del Orden Estatal pudiera un día liberar a las gentes del fantasma opresor de la unidad y la grandeza. Es también de notar, entre otros rasgos simbólicos que la gesta nos ofrece, la manera en que la muerte del rey Sancho se produjo según la tradición: pues se nos dice que fue en ocasión que se había apeado, bajado los calzones y agachado para hacer del vientre cuando Bellido lo atravesó con su venablo, como si así la tradición hubiera querido avisarnos cómo la reducción del mito de la realeza a su realidad más primitiva, la reducción de todas las ideologías sustentadoras del Estado a la fétida verdad de sus mentiras, es lo único que puede permitir al brazo del rebelde asestar al Estado el golpe mortal que lo haga de hecho desvanecerse. Tal es, pues, la historia que desde niños ha alimentado los corazones de nosotros los zamoranos y, pese a los amaños de la historiografía oficial española, ha pervivido clara de boca en boca de las gentes; historia que nada puede borrar, cuando cualquier vieja o cualquier rapaz de los arrabales puede mostraros todavía el portillo por donde entró Bellido36, la cruz que señala el sitio donde acampara el Rey, la casa donde viviera Arias Gonzalo37 con sus hijos o el lugar del recinto por donde se dice que se asomó doña Urraca a reconvenir a Rodrigo por su venida, aquél a quien otro tiempo ella calzara las espuelas de caballero. Pero también hay otra parte de nuestra tradición, que ya descaradamente pasa de lo que llamaban histórico los historiadores a lo que ellos llamaban mítico, que es la referente a Viriato el guerrillero lusitano. No queremos referirnos precisamente a las viejas pretensiones de los cronistas locales de que históricamente hubiera nacido Viriato en un lugar de la comarca zamorana, el que se llama Torrefrades, sino a algo mucho más real que todo eso: al hecho de que, durante los casi tres últimos siglos por lo menos, Zamora ha considerado a Viriato como cosa suya, le ha hecho casi su héroe popular; y la única estatua de cuerpo entero que la ciudad tiene erigida es la de Viriato en bronce enhiesto sobre la roca, en la que

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Tradicionalmente llamado Puerta de la Traición, en 2010, se cambió oficialmente su nombre a Portillo de la Lealtad, siendo alcaldesa de Zamora Rosa Valdeón. Durante el acto oficial se descubrió una placa y se leyó un texto de desagravio contra Vellido Dolfos. 37 Conocida hoy como Casa del Cid o Palacio de Arias Gonzalo indistintamente por ser la casa donde se criaron, junto con el Cid y bajo la tutela del conde, los infantes de León y Castilla, hijos de Fernando I. Datado en el siglo XI, es uno de los pocos edificios de carácter civil de estilo románico. Se encuentra ubicado junto a la Puerta del Obispo, frente a la Catedral, formando parte del primer recinto amurallado. Fue declarado monumento histórico artístico en 1931 y en la actualidad es de propiedad particular.

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está embutido aquel descomunal ariete romano, los cuernos de cuya cabeza se ven siempre lustrosos y dorados a fuerza de brincar por ellos y encaramarse generaciones de niños de Zamora; y a los pies del guerrillero escrita la leyenda vanagloriosa TERROR ROMANORVM38. ¿Podrá darse testimonio más preciso del genio anti-estatal de un pueblo y de la persistencia de ese genio a lo largo de los siglos más oscuros y opresores dela moderna denominación nacionalista? Aun cuando históricamente se negara —lo que difícilmente podrá negarse— que hubo de ser nuestra comarca parte fronteriza de aquella Lusitania largo tiempo rebelde a la conquista y teatro sin duda al menos de algunos de los primeros y de los últimos encuentros entre las legiones y las guerrillas de Viriato, que tan seriamente perturbaron los ánimos de los patricios romanos por los mediados del siglo II a. J., muy frívolo sería quien pretendiera explicar la posterior elección de Viriato como héroe de nuestro pueblo por la casualidad o el accidente; y esa libre elección revela, tanto mejor cuanto más inmotivada, cuál es el verdadero temple y simpatía del pueblo zamorano. En cuanto al héroe en sí mismo es cierto que no puede para el mundo antiguo hablarse de estado y de nación en el sentido moderno de las palabras; pero él representa como ningún otro personaje la rebeldía contra aquello que fue en la antigüedad lo más análogo a lo que la nación había de ser y lo que al Estado moderno mismo había de servir de fundamento: el Imperio. Hasta tal punto muestra nuestro pueblo tener arraigado en sí el genio de la negación de todo Estado, que si en los comienzos de su historia, con el cerco de doña Urraca, se levanta de hecho frente a las primeras apariciones de la nación moderna, asimismo por su viva simpatía para con Viriato el guerrillero rechaza también sus antiguas manifestaciones imperiales, que no pueden menos de relacionarse con las actuales apariciones del Estado imperialista. De Viriato va a tomar ahora la C.A.Z. la enseña que la tradición le presta al guerrillero; no porque la C.A.Z., que está contra todas las banderas nacionales, pueda a su vez tener una bandera, sino porque afortunadamente la enseña cuya creación atribuyen a Viriato nuestras tradiciones y que figura en el escudo de la ciudad se puede interpretar como la destrucción de las banderas. En efecto, se trata de nueve tiras de tela, bermejas todas menos la primera, que era verde39. Ya la elección de una bandera 38

La estatua de Viriato es una obra escultórica del zamorano Eduardo Barrón González y está ubicada, desde 1903, en la plaza de Viriato, antes plaza de Cánovas del Castillo. 39 La verde procede de la banda esmeralda que Fernando el Católico, o Isabel según otras versiones, en el año 1476, tras ganar la batalla de Toro gracias a la aportación de los zamoranos, se quitó del talle y colocó como una novena franja, encima de las ocho rojas, ordenando escribir a sus cronistas los

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sustancialmente roja podría ser bienvenida par a nosotros, cuando ese color ha sido repetidamente elegido por libertos y libertarios, desde el gorro frigio en adelante, y más bienvenido aún el hecho de que ese color estuviera perturbado y roto en su simbolismo, demasiado claro, por la aparición de la primera franja, de un color de simbolismo más incierto y poco definido. Pero todo eso sería todavía una bandera más. Lo que nos importa de esta enseña nuestra es solamente el hecho de que esas nueve listas no forman en realidad una bandera, sino que están sueltas cada una de ellas y atadas al astil separadamente. Y es que en realidad se trata de nueve jirones de bandera desgarrada: se dice, en efecto, que Viriato formó su seña con jirones de estandartes romanos de las legiones derrotadas. Así que, por tanto, lo que tomamos de esa seña no son sus nueve franjas, sino los ocho desgarrones, quiebras o vacíos que las mantienen rotas y dispersas a los vientos. Sólo en ese sentido se permite C.A.Z. tomar como su enseña la que le prestan a Viriato nuestras tradiciones. Pero todavía, después de todo, sería bien superficial nuestro pronunciamiento, meramente local y colorista, carecería de visión y de sentido, si no se presentara, también él, al mismo tiempo como un pronunciamiento de carácter decida y genuinamente revolucionario. Ahora bien, también en este punto nos ofrece nuestra historia el más valioso y claro ejemplo y documento, con aquel episodio del motín de la trucha que llamamos. Es este suceso, en efecto, uno de los casos más antiguos y más ilustres en Europa del levantamiento de la burguesía naciente contra la opresión del señorío. Fue en el año 1158. Era Zamora todavía entonces una ciudad grande y floreciente, y como tal había desarrollado una abundante población de menestrales y mercaderes — apenas distinguidos los unos de los otros— con toda la naciente pujanza de sus industrias y sus gremios. Por otra parte, tenían el poder gubernamental gentes de la nobleza, generalmente extranjera, como el conde Ponce de Cabrera40, a quien el rey había entregado la administración, y el regidor Álvarez de Vizcaya. Los nombres de los plebeyos la Historia los condenaba al olvido todavía; pero en Zamora empieza con esta ocasión a sonar el de alguno de ellos: conocemos el de Benito, el maestro pelitero, procurador del común, que gozaba de favor entre el pueblo, porque de cada diez pellejos que adobaba y vendía uno lo daba para los pobres, siguientes versos: La noble seña sin falta / bermeja de nueve puntas / de esmeralda la más alta / que Viriato puso juntas, / en campo blanco se esmalta / ¿Quién es esa gran señora? / la numantina Zamora / donde el niño se despeña / por dejar libre la enseña / que siempre fue vencedora. 40 Ponce Giraldo de Cabrera (ca. 1105–1162) (Giraldo II de Cabrera) fue un noble catalán, llamado también conde Ponce o princeps de Zamora. Llegó al Reino de León como miembro del séquito que acompañó a Berenguela de Barcelona, hija del conde Ramón Berenguer III, para su boda con el rey Alfonso VII de León. Una calle en la ciudad de Zamora lleva su nombre y se conserva en la capilla mayor de su catedral una estatua realizada en el siglo xv del conde Ponce en postura orante. Fue el fundador del Monasterio de Santa María de Moreruela.

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primero de los burgueses que empezaba a pagar el diezmo inverso a la miseria, en tanto que todavía debía pagar los tradicionales a la Iglesia y el Gobierno. Pues bien, sucedía que el privilegio de los nobles se hacía sentir notoriamente en el mercado de la ciudad, por cuanto dispuesto estaba que de todas las mercadurías que cada día salieran a la plaza tenían los nobles la primera opción de compra, y sólo de lo que ellos no hubieran adquirido podían abastecerse los plebeyos. Así las cosas, ocurrió un día de ese año que bajó al mercado una trucha, famosa sin duda, la cual, habiendo pasado, al parecer, la hora en que podían presentarse los nobles a la compra para ejercer su primacía, la tenía ya ajustada para llevársela un maestro zapatero de la ciudad; cuando se presenta un criado o mayordomo del regidor Álvarez de Vizcaya y viéndola a su vez, pretende adquirirla para la mesa de su señor. Ante el abuso del poder que amenazaba, el zapatero y aun el pescadero mismo, no en vano camarada del estado llano, se resisten al principio con argumentos (que la hora de la opción era pasada y que la trucha, por lo tanto, pertenecía ya a la compra de los plebeyos) y al fin, ante la pertinacia de los criados, con algo más que palabras, como se dice. Tercian otros esbirros los nobles mismos en la contienda, se arremolinan otros burgueses, menestrales y verduleras, se traba descomunal pelea, y queda al fin la plaza como campo de Agramante41, pero la ajetreada trucha de la parte de los burgueses. La mortificación y furia de los nobles no conoce límites, convocados aquella misma tarde en la iglesia de Santa María la Nueva, celebran concilio para organizar la represión y castigo de los plebeyos. Mas los plebeyos ya no aguardan a que el concilio se levante: armados todos de las armas improvisadas con los avíos de su oficio, de las hoces y picos a las gubias y tijeras, y empuñando sendas antorchas vengativas, se dirigen a la iglesia, la cercan con toda la nobleza dentro, los dejan encerrados y le prenden fuego. Aquel maestre Benito, cuya mala conciencia de burgués no había pasado hasta entonces de las caridades a los pobres, fue el que puso el primer haz de leña bajo las puertas de la iglesia.

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Campo de Agramante es una creación poética de Ariosto, origen del proverbio: La discordia es un campo de Agramante.

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Pereció, pues, achicharrada la nobleza hasta su último representante (una frívola coletilla de la historia, en que más tarde quiso el Orden dominante que se fijara la atención y se distrajera la memoria de todo aquel suceso, refiere que el más alto de la clase consiguió salvarse, quiero decir las hostias consagradas, que escaparon del copón volando por alguna rendija para ir a refugiarse en otra iglesia: así la infinita movilidad y mutabilidad de Dios le permitía una vez más subsistir al golpe de la rebeldía y librarse de la chamusquina). Los rebeldes entre tanto se metieron por la ciudad a rematar su ora, dentro de lo posible, y así prendieron fuego igualmente a la casa del regidor Álvarez de Vizcaya, y en el punto más glorioso de la exaltación —“mirabile dictu”— abrieron las puertas de la cárcel de la ciudad y dejaron a los presos que se unieran a sus huestes, parece ser que sin hacer la menor distinción entre los políticos (los que estaban arrestados por la contienda del mercado) y los comunes. Pasó la noche gloriosa, llegaron los pesares del siguiente día; y allí los plebeyos mostraron cómo podía conjugarse con el más ardiente atrevimiento la visión más clara y desengañada (ya que el motín de Zamora había sido un despunte harto adelantado de la rebelión, que no tenía trazas de verse sucedido de momento por ningún otro ámbito de Europa). Conociendo, pues, que poco tendrían que hacer y mucho que perder si pretendían mantener su rebelión contra el poder central que estaba ya entonces en la persona del rey constituido, y que los nobles iban a conjurarse para ejecutar en ellos la venganza más sangrienta, con maravillosa rapidez tomaron su decisión y pusiéronla por obra: abandonando la ciudad ala clerigalla que había pervivido y a algunos escasos viejos, desvalidos y no participantes, formaron todos con las mujeres y los niños, prontamente apilando enseres y riquezas sobre sus carros, una larguísima caravana (7.000 personas dicen las memorias oficiales, de las cuales 4.000 hombres en edad de armas) y emprendieron el éxodo hacia la raya de Portugal, antes de las tropas reales y de la nobleza pudieran reaccionar e irles al alcance. Llegados que fueron a un poblado cercano a la frontera, donde pensaron que se hallaban bien a salvo, mandaron al rey (pues bien imaginaron que aún podía jugarse en aquel trance son la disensión entre los restos del señorío y la naciente monarquía) un recado lleno de dignidad y de firmeza: que si no declaraba fehacientemente perdonado y libre de toda culpa al pueblo entero de Zamora y prestaba su real promesa de librarles de la opresión de los señores, pasarían todos a establecer en Portugal42 y dejarían la ciudad definitivamente abandonada.

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Merece la pena recordar aquí que son los tiempos de Afonso Henriques, proclamado rey de Portugal 1139, tras su victoria en la batalla de Ourique, pero esto no significó su reconocimiento como monarca. Alfonso VII, rey de León y Castilla consideraba que Alfonso Henriques era su vasallo y éste pretendía liberarse de tal dependencia. En 1143, en Zamora, en presencia de un delegado papal, el cardenal Guido de Vico, Alfonso VII reconoció a su primo como rey en lo que se conoce como Tratado de Zamora. Pero, para el monarca leonés y castellano, que se había proclamado emperador en 1135, tal reconocimiento no significaba una ruptura del vínculo de vasallaje entre ambos. Alfonso Henriques sería rey, pero

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Hubo de ceder el rey a presión tan eficazmente presentada; declaró absuelto sin excepción a todo el pueblo, y prometió lo que le pedían; como había de cumplirse, siendo el conde Ponce de Cabrera sustituido por gobernantes menos malquistos de la burguesía. Con que así retornaron los ciudadanos y volvieron a poblar las calles de Zamora y a llenarlas con el rumor de sus industrias. Ya se ve, pues, que se trata aquí no sólo de una llamada a la independencia, sino que asimismo apenas otra ciudad del mundo podría sentirse apoyada en sus cimientos por más claros precedentes para meterse por los caminos de la igualdad, libertad y fraternidad. (…) Zamora apenas si contará con algún número apreciable de aquella clase de gentes que en la terminología moderna se llamaron proletarios; y hasta tal punto la pequeña burguesía, junto con los labradores de los contornos y las capas, más o menos desharrapadas, de miserables desclasados, es lo que da el tono general de la población, que hasta los obreros, por ejemplo, de la construcción o los empleados en las empresas hidroeléctricas cercanas están todavía incorporados en sus modos de vida y sus costumbres a esa tónica general. Así que, en tales condiciones, no podríamos nosotros realistamente, aunque quisiéramos, aspirar a una revolución de cuño más moderno y autorizado: todo a lo que humildemente podemos aspirar nosotros no es más que una especie de revolución pequeño-burguesa retrasada. Pero —eso sí— esta revolución pequeño-burguesa nos proponemos que se haga todo lo más de veras que se sepa, que así se continúe a ocho o nueve siglos de distancia la ora comenzada por nuestros antepasados del motín aquel de la trucha, confiando en que esta vez ni siquiera ya lo más sublime del Dominio pueda salirse con la fácil escapatoria del milagro. (…)

subordinado a su emperador, en este caso Alfonso VII. La visión del rey portugués era, claro está, diferente. Al mismo tiempo que fue reconocido por su primo, Afonso rindió homenaje al papa Inocencia II, comprometiéndose a pagarle un tributo de cuatro onzas de oro anuales y afirmando que lo consideraba su único señor. Excluía, por tanto, cualquier tipo de subordinación a Alfonso VII. Zamora y Bragança son, en la actualidad, sedes de la institución binacional Fundación Rei Afonso Henriques (http://www.frah.es), creada con el objetivo de potenciar la cooperación entre España y Portugal en materia de desarrollo transfronterizo e institucional.

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ZAMORA DE LOS POETAS

MIGUEL DE UNAMUNO, Poemas de los pueblos de España, ed. de Manuel García Blanco, Cátedra, 1976.

Tú me levantas, tierra de Castilla en la rugosa palma de tu mano, al cielo que te enciende y te refresca, al cielo, tu amo. Tierra nervuda, enjuta, despejada, madre de corazones y de brazos, toma el presente en ti viejos colores del noble antaño. Con la pradera cóncava del cielo lindan en torno tus desnudos campos, tiene en ti cuna el sol y en ti sepulcro y en ti santuario. Es todo cima tu extensión redonda y en ti me siento al cielo levantado, aire de cumbre es el que se respira aquí, en tus páramos. ¡Ara gigante, tierra castellana, a ese tu aire soltaré mis cantos, si te son dignos bajarán al mundo desde lo alto! ZAMORA Zamora de doña Urraca Zamora del Cid mancebo Zamora del rey don Sancho ¡ay, Bellido traicionero!, Zamora de torres de ojos, Zamora del recio ensueño, mi románica Zamora, poso en Castilla del cielo de las leyendas heroicas del lejano romancero, Zamora dormida en brazos corrientes del padre Duero. 31


ROMANCES DEL CERCO DE ZAMORA43

Romance del rey don Fernando primero Doliente se siente el rey — esse buen rey don Fernando los pies tiene hazia oriente — y la candela en la mano a su cabecera tiene — a sus fijos todos cuatro los tres eran de la reyna — y el uno era bastardo esse que bastardo era — quedava mejor librado arçobispo es de Toledo — maestre de Santiago abad era çaragoça — de las Españas primado. Hijo si yo no muriera — vos fuerades padre santo mas con la renta que os queda — vos bien podreys alcançarlo. Ellos estando en aquesto — entrara Vrraca Fernando y buelta hazia su padre — desta manera hablado.

Romance de doña Vrraca Morir vos queredes padre — san Miguel vos aya el alma mandastes las vuestras tierras — a quien se vos antojara a don Sancho a Castilla — Castilla la bien nombrada a don Alonso a Leon — y a don Garcia a Bizcaya a mi porque soy muger — dexays me deseredada yrme yo por essas tierras — como vna muger errada y este mi cuerpo daría — a quien se me antojara a los Moros por dineros — y a los Christianos de gracia de lo que ganar pudiere — haré bien por la vuestra alma. Alli preguntara el rey, — ¿Quién es essa que assi habla? Respondiera el arçobispo — Vuestra hija doña Vrraca. Callades hija callades — no digades tal palabra que muger que tal dezia — merescia ser quemada alla en Castilla la Vieja — un rincon se me oluidaua çamora auia por nombre — çamora la bien cercada de vna parte la cerca el Duero— de otra peña tajada del otro la morera — vna cosa muy preciada quien vos la tomare hija — la mi maldicion le cayga. Todos dizen amen amen — sino don Sancho que calla. El buen rey era muerto — çamora ya está cercada de vn cabo la cerca el rey — del otro el Cid la cercaua 43

Procedentes de cancioneros del siglo XVI, estudiados y catalogados por Ramón Menéndez Pidal. Se reproducen los versos tal como aparecen en las fuentes, escritos en versos largos y su grafía original.

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del cabo que el rey la cerca — çamora no se da nada del cabo que el Cid la cerca — çamora ya se tomaua. Assomose doña Vrraca — assomose a vna ventana de alla de vna torre mocha — estas palabras hablaua,

Romance del Cid Ruy Díaz A fuera a fuera Rodrigo — el soberuio Castellano acordarse te deuia — de aquel tiempo ya passado quando fuiste cauallero — en el altar de Santiago quando el rey fue tu padrino — tu Rodrigo el ahijado mi padre te dio las armas — mi madre te dio el cauallo yo te calce las espuelas — porque fuesses mas honrrado que pense casar contigo — mas no lo quiso mi pecado cassaste con Ximena Gomez — hija del conde Loçano con ella uviste dineros — conmigo uvieras estado bien casaste tu Rodrigo — muy mejor fueras casado dexaste hija de rey — por tomar de su vassallo. Si os parece mi señora — bien podemos destigallo44 mi anima penaria — si yo fuesse en discrepallo45. A fuera a fuera los mios — los de a pie y de a cauallo pues de aquella torre mocha — una vira46 me han tirado no traya el asta hierro — el coraçon me ha passado. Ya ningun remedio siento — sino biuir mas penado.

Romance del rey don Sancho de Castilla Rey don Sancho, rey don Sancho, — cuando en Castilla reinó le salían las sus barbas, — ¡y cuán poco las logró! A pesar de los franceses — los puertos de Aspa pasó, siete días con sus noches — en el campo los aguardó y viendo que no venían — a Castilla se volvió. Matara el conde de Niebla — y el condado le quitó, y a su hermano don Alonso — en las cárceles lo echó, y después que lo echara — mandó hacer un pregón: que el que rogase por él — que le diesen por traidor. No hay caballero ni dama — que por el rogase, no, sino fuera una su hermana — que al rey se lo pidió; —Rey don Sancho, rey don Sancho, — mi hermano y mi señor, 44

“desligarlo” “deshacerlo” 46 “saeta” 45

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cuando yo era pequeña — prometístesme un don, agora que soy crecida, — otórgamelo, señor. —Pedídlo vos, mi hermana, — más con una condición: que no me pidáis a Burgos, — a Burgos ni a León, ni a Valladolid la rica — ni a Valencia de Aragón; de todo lo otro, mi hermana, — no se os negará, no. —Que no os pido yo a Burgos, — a Burgos, ni a León, ni a Valladolid la rica — ni a Valencia de Aragón; más pídoos a mi hermano, — que lo tenéis en prisión. —Pláceme, dijo, hermana, — mañana os lo daré yo. —Vivo lo habéis de dar, vivo, — vivo, que no muerto, no. —Mal hayas tú, hermana, — y quien tal te aconsejó, que mañana, de mañana, — muerto te lo diera yo.

Reto de los dos caballeros zamoranos Riberas de Duero arriba — cabalgan dos zamoranos, las armas llevan blancas — caballos rucios rodados, con sus espadas ceñidas — y sus puñales dorados, sus adargas a los pechos — y sus47 lanzas en las manos, ricas capas aguaderas, — por ir más disimulados, y por un repecho arriba — arremeten los caballos, que según dicen las gentes — padre e hijo entrambos. Palabras de gran soberbia — entre los dos van hablando: que se matarán con tres, — lo mesmo harán con cuatro, y si cinco les saliesen, — que no les huirían el campo, con tal que no fuesen primos, — ni menos fuesen hermanos ni de la casa del Cid, — ni de sus paniaguados, ni de las tiendas del rey — ni de sus leales vasallos; de todos los otros que hay — salgan los más esforzados. Tres condes lo han oído, — todos tres eran cuñados. —Atendednos, caballeros, — que nos estamos armando Mientras los condes se arman, — el padre al hijo ha hablado. —Tu bien vees, hijo mío, — aquellos tablados altos donde dueñas y doncellas — nos están de allí mirando; si lo haces como bueno, — serás de ellas muy honrado, si lo haces como malo, — serás de ellas ultrajado; más vale morir con honra — que no vivir deshonrado, que el morir es una cosa — que a cualquier nacido le es dado. Estas palabras diciendo, — los condes han allegado. A los encuentros primeros — el viejo uno ha derrocado; 47

“Esperadnos”

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vuelve la cabeza el viejo, — vido al hijo mal tratado, arremete para allá — y otro conde ha derribado; el otro, desque esto vido, — vuelve riendas al caballo; los dos iban a su alcance; — en Zamora lo han cerrado. Romance del desafío de Ortuño Junto al muro de Zamora — vide un caballero erguido, armado de todas piezas, — sobre un caballo morcillo, a grandes voces diciendo: — —Vélese bien el castillo, que al que hallare velando — ayudarle he con mi grito, y al que hallare durmiendo — echarle he de arriba vivo; pues por la honra de Zamora — yo soy llamado y venido, si hubiera algún caballero, — salga a hacer armas conmigo, con tal que no fuese el Cid, — ni Bermúdez su sobrino. Las palabras que decía — el buen Cid las ha oído. —¿Quién es ese caballero — que hace el tal desafío? —Ortuño me llamo, Cid, — Ortuño es mi apellido. —Acordársete debría, Ortuño, — de la pasada del río, cuando yo vencí los moros — y Babieca iba conmigo; en aquestos tiempos tales —no eras tan atrevido. Ortuño, de que esto oyera, — de esta suerte ha respondido: —Entonces era novel, — agora soy más crecido, y usando, buen Cid, las armas, — me he hecho tan atrevido. Mas no desafío yo a ti, — ni a Bermúdez tu sobrino, porque os tengo por señores — y me tenéis por amigo; mas si hay otro caballero, — que salga a hacer armas conmigo, que aquí en el campo lo espero — con mis armas y rocino

Romance del rey don Sancho —¡Guarte, guarte, rey don Sancho! — no digas que no te aviso que de dentro de Zamora — un alevoso ha salido: llámase Vellido Dolfos, — hijo de Dolfos Vellido, cuatro traiciones ha hecho, — y con ésta serán cinco: si gran traidor fue el padre, — mayor traidor es el hijo. Gritos dan en el real: — —¡A don Sancho han mal herido, muerto le ha Vellido Dolfos, — gran traición ha cometido! Desque le tuviera muerto, — metiose por un postigo; por las calles de Zamora — va dando voces y gritos: —Tiempo era, doña Urraca, — de cumplir lo prometido.

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Romance del reto a los zamoranos Ya cabalga Diego Ordóñez, — del real se había salido de dobles piezas armado — y un caballo morcillo; va a reptar los zamoranos — por la muerte de su primo, que mató Vellido Dolfos, — hijo de Dolfos Vellido. —Yo os riepto, los zamoranos, — por traidores fementidos, riepto a todos los muertos, — y con ellos a los vivos, riepto hombres y mujeres, — los por nacer y nacidos, riepto a todos los grandes, — a los grandes y a los chicos, a las carnes y pescados, — y a las aguas de los ríos. Allí habló Arias Gonzalo, — bien oiréis lo que hubo dicho: —¿Qué culpa tienen los viejos? — ¿Qué culpa tienen los niños? ¿qué merecen las mujeres — y los que no son nacidos? ¿por qué rieptas a los muertos, — los ganados y los ríos? Bien sabéis vos, Diego Ordoñez, — muy bien lo tenéis sabido, que aquel que riepta concejo — debe lidiar con cinco. Ordoñez le respondió: — —Traidores heis todos sido. Romance de Fernan d’Arias Por aquel postigo viejo — que nunca fuera cerrado, vi venir pendón bermejo — con trescientos de caballo; en medio de los trescientos — viene un monumento armado, y dentro del monumento — viene un ataúd de palo, y dentro del ataúd —venía un cuerpo finado. Fernán d’Arias ha por nombre, — hijo de Arias Gonzalo. Llorábanle cien doncellas, — todas ciento hijasdalgo; todas eran sus parientas — en tercero y cuarto grado; las unas le dicen primo — otras le llaman hermano, las otras decían tío, — otras lo llaman cuñado. Sobre todas lo lloraba — aquesa Hurraca Hernando, ¡y cuán bien que la consuela — ese viejo Arias Gonzalo! —¿Por qué lloráis, mis doncellas? — ¿por qué hacéis tan grande llanto? No lloréis así, señoras, — que no es para llorarlo, que si un hijo me han muerto, — ahí me quedaban cuatro. No murió por las tabernas, — ni a las tablas jugando, mas murió sobre Zamora — vuestra honra resguardando; murió como caballero — con sus armas peleando.

Romance del juramento que tomó el Cid al rey don Alonso En Santa Águeda de Burgos, — do juran los hijosdalgo, 36


le toman jura a Alfonso — por la muerte de su hermano; tomábasela el buen Cid, — es buen Cid castellano, sobre un cerrojo de hierro — y una ballesta de palo y con unos evangelios — y un crucifijo en la mano. Las palabras son tan fuertes — que al buen rey ponen espanto. —Villanos te maten, Alonso, — villanos, que no hidalgos, de las Asturias de Oviedo, — que no sean castellanos; mátente con aguijadas48, — no con lanzas ni con dardos; con cuchillos cachicuernos, — no con puñales dorados; abarcas traigan calzadas, — que no zapatos con lazo; capas traigan aguaderas, — no de contray ni frisado49; con camisones de estopa, — no de holanda ni labrados50; caballeros vengan en burras, — que no en mulas ni en caballos; frenos traigan de cordel, — que no cueros fogueados. Mátente por las aradas, — que no en villas ni en poblado, sáquente el corazón — por el siniestro costado, si no dijeres la verdad — de lo que te fuere preguntado, si fuiste, o consentiste — en la muerte de tu hermano. Las juras eran tan fuertes — que el rey no las ha otorgado. Allí habló un caballero — que del rey es más privado: —Haced la jura, buen rey, — no tengáis de eso cuidado, que nunca fue rey traidor, — ni papa descomulgado. Jurado había el rey — que en tal nunca se ha hallado; pero allí hablara el rey — malamente y enojado: —Muy mal me conjuras, Cid, — Cid, muy mal me has conjurado, más hoy me tomas la jura, — mañana me besarás la mano. —Por besar mano de rey — no me tengo por honrado, porque la besó mi padre — me tengo por afrentado. —Vete de mis tierras, Cid, — mal caballero probado, y no vengas más a ellas — dende este día en un año. —Pláceme, dijo el buen Cid, — pláceme, dijo, de grado, por ser la primera cosa — que mandas en tu reinado. Tú me destierras por uno, — yo me destierro por cuatro. Ya se parte el buen Cid, — sin al rey besar la mano, con trescientos caballeros, — todos eran hijosdalgo; todos son hombres mancebos, — ninguno no había cano; todos llevan lanza en puño — y el hierro acicalado, y llevan sendas adargas — con borlas de colorado. Mas no le faltó al buen Cid — adonde sentar su campo.

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herramienta de labrador telas finas de lana y seda, respectivamente 50 bordados 49

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GABRIEL LOBO LASSO DE LA VEGA51, Romancero y tragedia, 1587.

Mirando se sale Febo en el cuento de un venablo que halla hincado, temiendo en el campo zamorano, cuya asta gruesa cosido tiene a tierra al rey don Sancho, que con misero alarido las peñas conmueve a llanto y con flujo sanguinoso vuelve rojo el jazmín blanco. Del suelo arranca las hierbas con los dientes delicados y las piedras de su asiento con las retorcidas manos; y de los continuos golpes tiene el rostro maltratado. Con visaje descompuesto, de oscura sombra ocupado, llama justo al cielo, y justo de su hierro el justo pago, y con vos débil y ronca que solo la escucha el campo, en el umbral de la muerte puesto el pie dice llorando: No es Vellido quien me ha muerto, y plugiera a Dios lo fuero, que más consolado fuera y por camino más cierto.

De una maldición es paga del mismo a quien debo el ser, de cómo me pudo hacer quiere el cielo me deshaga. No dejo, pues de agraviarme, aunque es grande mi delito, viéndome morir maldito de quien hijo oí llamarme. Tanto ciega una pasión, que quiere un padre que muera su hijo de esta manera por sola su maldición. Quiso hablar, más ya no pudo, que se lo impidió un desmayo; llega la nueva al real del caso desventurado; apriesa cabalga el Cid, verdugo y don Diego el Bravo, y con roncos atambores todo el castellano campo se mueve a tomar venganza del traidor que hizo el daño; por fin llegaron tarde, porque estaban puesto en salvo. Toda la flor de Castilla, admirada de tal caso, se vuelve para el real con su rey, para enterrarlo.

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(Madrid, 1555-1615), poeta, dramaturgo e historiador español del Siglo de Oro. En este romance “nuevo” trata de cómo el rey don Sancho ve cumplirse una maldición con su herida.

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AGUSTÍN GARCÍA CALVO, Más canciones y soliloquios, 1988

Te lo pido por tus barbas padre Duero, ¡sálvalos de la riada! Bien entiendo que te haya rebasado la paciencia tanto insulto de las huertas y las fábricas arrojando sus espumas moquiblancas Sus abonos malrojizos, a tus aguas. Bien lo entiendo; pero basta padre Duero, ¡sálvalos de la riada. A los pobres que en tu fe los Barrios Bajos habitaban y que a saco has entrado por sus casas y que pescan en tus pozas los pucheros, los jergones de las camas! Padre Duero, ¡sálvalos de la riada!

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“Romance de la montaraza”52, en Ramo de romances y baladas, 1991

La montaraza de Grandes le tiene dicho al Pepón que, si le mata el marido, que le regala un millón. La poca vergüenza y el poco sentido de la montaraza que mató al marido. «Que yo no lo he hecho, que no lo he matado, que el Pepón ha sido, y ni le he pagado.» Cuando finó el señor Tucio de una emblegía fatal, a la dehesa de Grandes mucha gente fue a llorar.

Mucho lo sienten de verse sin tan cabal montaraz que hasta los pobres dejaba leña caída robar. Más lo siente el señor Duque, que no tendrá a quien mandar que le arrejunte perdices pa cuando él vaya a cazar. Y la hija, la Teresa, es la que lo siente más, que, como es mujer y sola, no va a poderse quedar: tan rica montaracía la va a tener que dejar, como no sea que se case a toda velocidad,

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Al hablar de las fuentes para este romancero menciona para este romance a “la señora Romana y la señora Ramona cantando entre las águedas de Zamora la Montaraza de Grandes”. La fiesta de las Águedas se celebra el 5 de febrero y conmemora a santa Águeda de Catania, virgen y mártir, considerada en general protectora de las mujeres. Ese día, las mujeres toman el mando y salen a la calle con traje regional, cantando, bailando y haciendo escarnio de los varones que no quieren reconocer su autoridad. Tiene cierto parecido con nuestras Comadres. Quizás, sean ambas un eco lejano de la Matronalia, fiesta romana que se celebraba, a primeros de marzo, en honor de Juno Lucina, protectora de la maternidad y de las mujeres. Ese día podían participar en los rituales del templo, llevaban el pelo suelto y se vestían con ropas holgadas y recibían regalos de sus maridos e hijas. Claudio Rodríguez les dedica “El baile de las Águedas” (Conjuros): Veo que no queréis bailar conmigo / y hacéis muy bien. ¡Si hasta ahora / no hice más que pisaros, si hasta ahora / no moví al aire vuestro estos pies cojos! / Tú siempre tan bailón, corazón mío. / ¡Métete en fiesta; pronto, / antes de que te quedes sin pareja! / ¡Hoy no hay escuela! ¡Al río, / a lavarse primero, / que hay que estar limpios cuando llegue la hora! / Ya están ahí, ya vienen / por el raíl con sol de la esperanza / hombres de todo el mundo. Ya se ponen / a dar fe de su empleo de alegría / ¿Quién no esperó la fiesta? / ¿Quién los días del año / no los pasó guardando bien la ropa, / para el día de hoy? Y ya ha llegado. / Cuánto manteo, cuánta media blanca, / cuánto refajo de lanilla, cuánto / corto calzón. ¡Bien a lo vivo, como / esa moza se pone su pañuelo, / poned el alma así, bien a lo vivo! / Echo de menos ahora / aquellos tiempos en los que a sus fiestas / se unía el hombre como el suero al queso. / Entonces sí que daban /su vida al sol, su aliento al aire, entonces / sí que eran encarnados en la tierra. / Para qué recordar. Estoy en medio / de la fiesta y ya casi / cuaja la noche pronta de febrero. / y aún sin bailar: yo solo. / ¡Venid, bailad conmigo, que ya puedo / arrimar la cintura bien, que puedo / mover los pasos a vuestro aire hermoso! / ¡Águedas, aguedicas, / decidles que me dejen / bailar con ellos, que yo soy del pueblo, / soy un vecino más, decid a todos / que he esperado este día / toda la vida! Oídlo. / Óyeme tú, que ahora / pasas al lado mío y un momento, / sin darte cuenta, miras a lo alto / y a tu corazón baja / el baile eterno de Águedas del mundo, / óyeme tú, que sabes / que se acaba la fiesta y no la puedes / guardar en casa como un limpio apero, / y se te va, y ya nunca... / tú, que pisas la tierra / y aprietas tu pareja, y bailas, bailas.

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si es que alguno la pretende que sea entero y capaz, y si el Duque lo conoce y su pláceme le da.

Ca vez que a Vitigudino tiene el marido que ir a feriar o a Salamanca para las cuentas rendir

La poca vergüenza…

ella al Ramoncín lo llama: «Mira, zagal, que es que a mí así sola en esta casa me da miedo de dormir:

Vino el mayoral Teodoro, que es muy serio y cumplidor, y con él sin más dislates la boda se concertó. Con él casó la Teresa, muy contra su corazón, que no quería casorio ni marido ni señor, que andaba, muy novelera, con ilusiones de amor, y a buen Teodoro en su cama de través lo recibió, como culebra bastarda que a la busca de calor se le metiera entre piernas, y un respeluzno le entró.

ahí delante de mi cuarto echas mantas y cojín, y sin que nadie se entere, te pasas la noche ahí.» La cuarta noche o la quinta, se desvela, y sin candil sale a tientas de su alcoba, y lo tropieza al salir: allí cayó entre las mantas, y, tú por mí yo por ti, se enredan en unos lazos liosos de despartir. La poca vergüenza…

Y no amollaban los días al filo de la pasión, que día a día más tirria le daba verlo alredor:

Ya quiere Teresa, loca, casarse con su zagal. Como el marido le sobra, lo tendrá que despachar.

su aliento le olía a azufres y le raspaba su voz, y con el pan se tragaba ansias de asco y rencor.

Ella no se atreve a ello, porque es mujer, y no va a encargárselo al muchacho, tan tierno y de corta edad.

La poca vergüenza…

Busca al Pepón, que es el guarda y recio como un costal y fiel como sus mastines del difunto montaraz.

Ya se está enamoriscando de ese zagal Ramoncín, que es blanco y pelirrufillo y como un lirio de Abril.

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Lo convida de merienda y migas con miel le da y entre lágrima y suspiro, así le empieza a zumbar:

Allá va derecho al pueblo, a buscar cura o doctor, arrancándose las barbas con gran desesperación.

«No sabes, Pepón, la vida que este mostrenco me da. Te juro que, si hombre hubiera que de él me sepa librar,

La poca vergüenza…

un millón daba por ello a tocateja y sin más.» El Pepón, muy pensativo, mascando y mascando va.

Por la noche, en la dehesa, se encierra con la mujer, a reclamarle el dinero, de prisa que se lo dé,

La poca vergüenza…

que quiere cruzar el Duero antes del amanecer, irse a Oporto y embarcarse, antes que sospechen de él.

Iban los días pasando; pasar los deja el Pepón, por si se muda Teresa de la idea y la intención;

Ella jura que no tiene todo el dinero en papel, que le dará pa que escape, y luego que en salvo esté…

mas, de que al tema volvía, cada vez con más tesón, al fin Pepón una tarde tomó su resolución.

El no atiende, ella le ruega, él se encrispa, ella también. Lo malo es que estaba oyendo por rendija en la pared

Él y Teodoro se iban cerros arriba los dos, llevando, por si salía, rifles de caza mayor.

la criadilla asustada, que, aunque sin saber de qué, ya estaba dando el aviso, y antes de sonar las tres,

Cerca de Barruecopardo, un husmo al perro le dio; se apostan en los zarzales, lejos y atrás el Pepón;

se presentan los civiles, y sin un «Perdone usté», se los llevan esposados una con otro al cuartel.

y al grito de «¡Jabalí!», que nadie nunca lo vió, [sic] tiró a la espalda derecho y le partió el corazón.

La poca vergüenza…

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CLAUDIO RODRÍGUEZ

Claudio Rodríguez nació en Zamora, el 30 de enero de 1934. Sus padres fueron Claudio Rodríguez Diego y María García Moralejo y tuvo tres hermanos: Javier y las gemelas María y Mari Carmen. Apodado familiarmente Cayín, su infancia transcurre entre la calle Santa Clara, donde residía, y la de Pelayo, la del mundo de sus juegos. Entre 1940 y 1944, realiza sus estudios primarios en la escuela de Los Bolos, siendo su maestro don Manuel Vega, y de 1944 a 1951, los de secundaria en el Instituto Claudio Moyano de su ciudad natal, donde se le recuerda como buen estudiante y compañero y prometedor futbolista. En 1947, muere su padre, lo que supone un cambio radical en su vida, pues la familia queda en una situación económica apurada, y el comienzo de su andadura poética.

Ya en estos años destacan dos rasgos de su personalidad que serán determinantes en su obra: le gusta observar y recrear juegos y canciones infantiles y es “andariego y callejero”, disfruta paseando por el campo castellano, por las orillas del Duero y por las calles de Zamora. Influencia decisiva en esta etapa de formación será la de su profesor de literatura, don Ramón Luelmo. En ella ocupan lugar destacado los poetas místicos y religiosos del Renacimiento, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, fray Luis de León, que formaban la biblioteca de su padre, y los franceses Baudelaire, Verlaine y, sobre todo, Rimbaud. En 1951, se traslada a Madrid para estudiar Filosofía y Letras en la Universidad Central. Empieza a escribir Don de la ebriedad, por el que recibe, dos años más tarde, el Premio Adonais de poesía, con tan solo diecinueve 53

Salvo que se diga lo contrario, las páginas dedicadas a Claudio Rodríguez están elaboradas a partir de Guía de lectura de Claudio Rodríguez: hacia sus poemas, de Luis M. García Jambrina y Luis Ramos de la Torre, Ediciones de la Torre, Madrid, 1988.

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años. Allí estrecha su relación con Vicente Aleixandre, a cuya casa de la calle Velintonia acuden todos los poetas de la época a compartir con él sus versos 54. En la imagen vemos a un jovencísimo Claudio Rodríguez, de pie, entre Aleixandre, a la izquierda, y José Hierro, a la derecha. El propio Claudio afirmó, en 1987,55 “Aleixandre no era sólo un amigo. Ni exagero si digo que fue para mí un padre. Me orientó, no sólo su poesía, sino su persona, su propia vida, su compañía, su actitud, sus relaciones, sus detalles, su generosidad, su bondad, su visión tan amplia de la vida humana, de la existencia y, naturalmente, también sus consejos literarios.” Otra muestra de la admiración de Claudio por el poeta del 27 es este poema, publicado en la revista Ínsula, en 1959, titulado “Inscripción sobre una frente. (Vicente Aleixandre)”: Vecindad es, arrimo esta alta frente sobre la azul adivinanza tierna de los ojos. Y, siempre, aunque no salga el sol, de claridad bajo la calva brilla. Hoguera, ocre frontón de hondos relieves, con la tiera tenaz, el cielo, el hombre, salta, sale del hueso, da cosecha. Costas del este y del oeste, en ruta fabulosa, tocó quilla. Pastos de oscuras patrias, de albas luminosas, vibran entre estas sienes, en el limpio pajar. No forastera, con letreros de alianza, venas de cacería, ha sentido el repique de las campanas del amor humano y aquí está, sin arrugas, esperando la entrada de las inmensas huestes del futuro. Pronta para una dura cabalgada, lista para un gran vuelo, con la circulación al rojo vivo, esta frente leal, esta ola quieta.

Medardo Fraile, Claudio Rodríguez, Carlos Bousoño y José Hierro en el jardín de Velintonia.

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En la novela El abrecartas, de Vicente Molina Foix, se retrata muy bien el ambiente de aquellas reuniones y el papel de Aleixandre como aglutinador y guía de los más jóvenes. 55 Rodríguez, Claudio, La otra palabra: escritos en prosa, edición de Fernando Yubero, Tusquets, 2004. p. 16

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En 1953, conoce a Clara Miranda, con quien se casará en 1959. Testimonio de la impresión de ese primer encuentro, durante una excursión universitaria a Granada, es el soneto que sigue56: Sabe que en cada flujo, en cada ola hay un impulso mío hacia ti. Sabe que tú me resucitas, como el ave resucita a la rama en que se inmola. Si tú supieras cómo no estás sola, cómo te abrazo, lejos, cuanto cabe. Pon al oído, para que se lave, mi corazón como una caracola. Y oirás, no el mar, sino la tierra mía hecha con el espacio más abierto. Y oirás su voz, mi voz que yo quisiera meterte por el alma cada día, clara como tu nombre, al descubierto como este mar de amor mío que espera. La vida de Claudio transcurre entre Madrid y Zamora. Precisamente en una de sus estancias en su ciudad natal traba una estrecha amistad con Blas de Otero, origen de las numerosas alusiones a Zamora en la obra del poeta bilbaíno. Como muestra, la “Canción cinco”, de Que trata de España y “Aceñas”, de Pido la paz y la palabra. Por los puentes de Zamora, sola y lenta, iba mi alma. No por el puente de hierro, el de piedra es el que amaba. A ratos miraba al cielo, a ratos miraba al agua. Por los puentes de Zamora, lenta y sola, iba mi alma.

Me pongo la palabra en plena boca y digo: Compañeros. Es hermoso oír las sílabas que os nombran, hoy que estoy (dilo en voz muy baja) solo. …Es hermoso oír la ronda de las letras, en torno a la palabra abrazadora: C-o-m-p-añ-e-r-o-s. Es como un sol sonoro. El Duero. Las aceñas de Zamora. El cielo luminosamente rojo. Compañeros. Escribo de memoria lo que tuve delante de los ojos.

56

Rodríguez, Claudio, Poemas laterales, edición de Luis García Jambrina, Fundación César Manrique, disponible en: http://fcmanrique.org/recursos/publicacion/poemaslaterales.pdf

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Por su parte, Claudio Rodríguez, retrata a Blas de Otero en el taller de su común amigo el escultor Ramón Abrantes. El poema está publicado en Poemas laterales, edición de Luis García Jambrina.

En 1957, obtiene la licenciatura en Filología Románica con la memoria titulada El elemento mágico en las canciones infantiles de corro castellanas57. Al año siguiente publica su segundo libro, Conjuros, y se va comoe lector de español a Nottingham. El 23 de julio de 1959 se casa con Clara Miranda y juntos regresan a Inglaterra, primero a Nottingham y luego a Cambridge. Estos años son de gran importancia para el poeta, que encuentra allí una realidad geográfica y social muy diferente de la de la España del momento, se familiariza con la lengua y la cultura inglesas y lee a los románticos y metafísicos ingleses (William Wordsworth, Samuel T. Coleridge, Lord Byron, Percy B. Shelley, Dylan Thomas) y a los americanos Ezra Pound y T. S. Eliot. El propio Claudio declaraba que estas lecturas fueron determinantes en su formación poética, intelectual y humana. Al mismo tiempo mantiene su amistad con Vicente Aleixandre y Francisco Brines.

57

Los textos de crítica literaria e investigación de Claudio Rodríguez fueron recopilados y editados por Fernando Yubero en La otra palabra: escritos en prosa, Tusquets, 2004.

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En el verano de 1964, el matrimonio regresa a España y se instala en Madrid. Claudio se trae también un nuevo libro, Alianza y Condena, por el que recibe el Premio de la Crítica 1965. Su vida discurre, hasta 1976, año en que publica El vuelo de la celebración, entre Madrid, donde trabaja como profesor de estudiantes españoles y norteamericanos en el Instituto Internacional y se dedica a cultivar la amistad de otros poetas de su generación, pero también de personas anónimas que siempre estuvieron junto a él, y los veraneos en Zarauz, lugar de procedencia de la familia de Clara.

Tras el asesinato, en 1974, en Madrid, de su hermana María del Carmen y la muerte de su madre, un año más tarde, sufre una grave crisis que consigue superar gracias al apoyo y dedicación de su esposa. Por otra parte, desde entonces hasta el final de su vida, se suceden los homenajes y los premios: en 1983, recibe el Premio Nacional de Poesía por Desde mis poemas, recopilación de sus cuatro primeros libros; en 1986, le es otorgado el Premio de las letras de Castilla y León; en 1987 es elegido miembro de número de la Real Academia Española, ocupando el sillón I, que había dejado vacante Gerardo Diego58; en 1993, publica Casi una leyenda, el que será su último libro de poemas, recibe el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.

Claudio Rodríguez falleció en Madrid, el 22 de julio de 1999, a los sesenta y cinco años. Está enterrado en el cementerio de San Atilano de Zamora.

Philip W. Silver, uno de los mayores estudiosos de su obra e íntimo amigo de Claudio, nos deja, en Rumoroso cauce: nuevas lecturas sobre Claudio Rodríguez59, esta semblanza del poeta:

Claudio Rodríguez vivía modestamente en Madrid como si fuese la ciudad-pueblo de su infancia: prácticamente sin salir de su barrio, en el mundo de los porteros, los bares habituales, el carnicero del mercado. Vivía nada sujeto al «mundanal ruido», una vida 58 59

Leyó el discurso de ingreso en mayo de 1992: Poesía como participación: hacia Miguel Hernández. Páginas de Espuma, 2010, p. 15y siguientes.

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rica pero solitaria especialmente dedicado a la creación del próximo libro, a un proceso secreto, interior. Aunque perteneciera a la llamada generación «etílica« prefería los bares tradicionales a los modernos pubs. Cuando era más joven le gustaban los toros —y como buen madrileño prefería a Antoñete a los «estilistas» andaluces como Curro Romero y Rafael de Paula—. Fumaba demasiado —se le ve con un cigarro en todas las fotografías—. Leía tres o cuatro periódicos al día —entre ellos, ABC—, pero le interesaba muy poco la política. Había pertenecido al partido comunista en 1956, «pero solamente durante veinte minutos», como le gustaba comentar. Aun así fue tiempo suficiente como para recibir una paliza de unos energúmenos falangistas. (…) A causa de su impecable rectitud en un mundo literario no exento de amiguismo, puesto que evitaba toda escaramuza literaria, su estatus especial —que parecía sorprenderle y divertirle— fue desde el principio irrefutable y, al final, legendario. Le entretenía más charlar con un matador retirado —su vecino en la calle Lagasca, Manolo Vázquez— que con otros poetas. Aparte, claro está, de viejos amigos de toda la vida como Blas de Otero, Ángel González, Francisco Brines, José Ángel Valente y Carlos Bousoño. Muchos amigos ni siquiera eran poetas sino pintores y escultores de Madrid, como Joaquín Pacheco y José Hernández, y de Zamora, como Ramón Abrantes, Luis Quico, Tomás Crespo y Antonio Pedrero. Compartía su ocio con los jóvenes poetas, pero jamás quiso formar escuela. Le encantaba la compañía de los niños, y sabía instintivamente cómo divertirles. Bailaba con ellos, y comía hojas para su sorpresa. (…) A la vuelta de Inglaterra, Claudio y su mujer se fueron a vivir a la calle Lagasca, cerca del Retiro, con una tía soltera de Clara, Julia, figura maternal para los dos (el poema «Sin noche» habla de ella). Clara se había criado con esta tía y sus abuelos, mientras que Claudio se había separado de toda su familia desde que se fue de casa a los dieciséis años. (…) Tanto en Madrid como en Zarauz, Claudio y Clara siempre terminaban la tarde con un paseo por su barrio, después del cual se reunían con los amigos en un bar favorito para beber y charlar.

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Brevísimo panorama de la poesía en España tras la guerra civil

La guerra civil divide a nuestra literatura en dos mitades, separadas ideológica y geográficamente, pues los poetas del bando republicano que sobrevivieron a la guerra tomaron, mayoritariamente, el camino del exilio, lo que supuso un corte en la continuidad del proceso de creación literaria.

Los escritores del exilio no estaban sometidos a la censura de España (por tanto pueden crear sus obras en la más completa libertad de temas y estilo), tampoco les afectaba el aislamiento y la incomunicación con el extranjero que padecían los que se quedaron, y, además, gozaban de cierta fama de defensores de una causa derrotada, pero justa. A cambio, padecieron la dificultad que supone la separación geográfica entre el escritor exiliado y sus naturales lectores en España y el desgarro y sufrimiento por abandonar su patria, que generalmente es idealizada y no se correspondía con la realidad del país.

Entre los escritores que se quedaron en España, se incluyen un buen número de escritores noventayochistas y la generación del 36, como Luis Rosales, Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco y Dionisio Ridruejo, a la que se incorporaron los de la primera generación de posguerra.

Podemos hablar de tres etapas en la poesía española de este periodo: una primera o de posguerra que corresponde a la poesía de los años cuarenta (la poesía como comunicación, así definida y practicada y la llamada poesía social), la generación del medio siglo (poesía de la experiencia) y los llamados “novísimos” (la propia poesía, el lenguaje y la cultura como materias privilegiadas). Entre unos y otros poetas se establecieron contactos y relaciones diversas que nos permiten hablar de un conjunto variado, sin rupturas radicales ni vacíos.

Etapa de posguerra. Entre 1943 y 1952, en la que incluimos poetas de muy diferente edad y con fechas de aparición pública diversas a causa del conflicto civil. El punto de partida se encuentra en dos sucesos acaecidos en la primavera de 1943: la fundación de Garcilaso, revista mensual de poesía, y la de la colección de libros Adonais, también de salida mensual. Garcilaso publicó treinta y seis números, hasta mayo de 1946, y proponía una vuelta a lo clásico en lo formal, abundan los sonetos, décimas, romances, endecasílabos y octosílabos. Allí publicaron Manuel Machado, Juan Ramón Jiménez, parte de la generación del 27, la del 36 (Guillermo Díaz-Plaja, Panero, Vivanco, 49


Alfaro). Por otra parte, hay que mencionar la “otra” revista famosa de esta época, que abogaba por una poesía menos preciosista desde el aspecto formal y más centrada en el contenido, la leonesa Espadaña (1944-1950), que fue impulsada por los poetas Victoriano Crémer y Eugenio de Nora y el crítico Antonio González de Lama.

En esta época los jóvenes seguían a Dámaso Alonso, Gerardo Diego y, especialmente, a Vicente Aleixandre. Los benjamines de la poesía española eran Carlos Bousoño, Eugenio de Nora y José María Valverde, unidos en 1945 en un número de la revista Escorial. Otros poetas de esta época son Gabriel Celaya, José Luis Hidalgo, Blas de Otero y Ricardo Molina.

En 1952 comienza a publicarse, patrocinada por la dirección general de Prensa y dirigida por José García Nieto, la revista Poesía española. En este momento, en que ya no se publicaban Garcilaso y Espadaña, la nueva revista vino a cubrir ese vacío con un talante muy abierto, convirtiéndose en una especie de «inventario» de la poesía española del momento. En junio, se celebró el primer Congreso de Poesía, donde se reunieron la mayor parte de los poetas españoles e hispanoamericanos del momento. En julio se publica la Antología consultada de la joven poesía española, proyectada por el editor Francisco Ribes, y en la que no se incluían poetas con libros publicados antes de la guerra civil o que hubieran fallecido. Por otra parte, los nombres de la nueva generación aparecen en las sucesivas entregas del premio Adonais de poesía, que empieza en 1951: Claudio Rodríguez, Francisco Brines, José Manuel Caballero Bonald, José Agustín Goytisolo, Carlos Murciano o Ángel González.

Son los llamados poetas de la generación del 50, porque aunque las fechas de nacimiento difieren, es en esa década cuando todos dan a conocer su obra. También llamados los niños de la guerra, generación del medio siglo, de extracción, por lo común, pequeño burguesa, universitarios, desigualmente politizados pero disconformes con el régimen franquista y que toman como modelos a Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. Geográficamente, podemos hablar de dos núcleos principales: Madrid (Adonais, Claudio Rodríguez, José Angel Valente, Francisco Brines y José María Valverde) y Barcelona (colección Collioure, Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, Alfonso Costafreda o Ángel González que por amistad está más cercano a este grupo). Esto no quiere decir que no hubiera otros núcleos como el andaluz (Alfonso Canales, María Victoria Atencia), pero fueron menos conocidos. El gurú, amigo y aglutinador de esta generación fue el crítico José María Castellet, que publicó la famosa Nueve novísimos poetas españoles (1970), de la que el poeta Félix Grande dijo: «fantasma [que] recorre la poesía española». 50


Frente a la clasificación académica, estos poetas rechazan el término «generación» y prefieren la de «grupo poético», como explica José Agustín Goytisolo 60: Creo que fue Juan García Hortelano el que tuvo la buena idea de llamarnos grupo poético, en vez de generación. Porque una generación es un grupo de gente que escribe más o menos igual, pero nosotros éramos un grupo de amigos, y muchos lo éramos antes de empezar a escribir, cada uno con su estilo propio y reconocible. No hay ninguna escuela. Desde luego, había temas comunes, pero cada uno los tocaba a su modo y manera. (…) Por cierto, echamos de menos a Claudio Rodríguez y a Paco Brines, que no han podido venir por motivos de salud.

En la misma idea abunda Emilio Alarcos Llorach61: …grupo poético de 1950 sólo aspira a distinguir un conjunto de poetas –algunos ya desgraciadamente fallecidos– respecto de otros anteriores, simultáneos o posteriores al momento de su consolidación en el panorama de la poesía española. (…) Soy firme individualista y creo que cada uno es cada uno; en consecuencia, lo importante de estos poetas, desde el punto de vista literario, consiste en la personal unicidad de su obra poética. (…) cada uno de nuestros poetas es hijo exclusivo de sus obras y, en el fondo y en la forma, todos son muy diferentes entre sí. (…) Si dejamos al margen las apuntadas características en la actitud vital –la amistad, la copa, la ingenua esperanza en un porvenir edénico que no todos se creían y que sería proyección cándida de un pasado paradisíaco, cerrado bruscamente por la contienda–, no creo que haya muchos rasgos comunes, literariamente hablando, en este grupo más o menos amplio de poetas. Algunos de los poetas participantes en Encuentros con el 50: la voz poética de una generación, celebrados en Oviedo, en 1987 y coordinados por Miguel Munárriz. De izda. a dcha., de pie, Ángel González, Carlos Barral y J.M. Caballero Bonald; sentados, Carlos Sahagún, Francisco Brines, José Agustín Goytisolo y Claudio Rodríguez. 60

En Ángel González en la generación del 50: diálogo con los poetas de la experiencia, Tribuna Ciudadana, 1998, p. 20. Se trata de un volumen que recoge el homenaje que bajo ese título se dedicó, en Oviedo, los días 7 y 8 de noviembre de 1997, al poeta Ángel González y al que asistieron algunos compañeros de generación y los poetas de la experiencia, más jóvenes. 61 Id., p. 99 y siguientes.

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La poesía de Claudio Rodríguez

Centrándonos ya en la labor poética de Claudio Rodríguez, merece la pena leer la semblanza crítica que de él hace Fernando Yubero62, gran estudioso de su obra:

Es uno de los poetas más inspirados, puros y originales. Sus cinco libros de poesía han hecho de él un clásico, referente imprescindible en la evolución de la poesía española del siglo XX. Su obra es relativamente breve, caracterizada por la esencialidad, el absoluto dominio del ritmo, la sorprendente capacidad imaginativa y la hondura ética. La poesía de Claudio Rodríguez ha ido conquistando desde sus inicios, y de manera indiscutida, el alto espacio que hoy ocupa junto a los más grandes poetas de todos los tiempos. Como a San Juan de la Cruz, Hölderlin, Wordsworth o Rimbaud, le caracteriza, en palabras de Prieto de Paula, uno de sus mayores estudiosos, «una mirada virgen para captar el mundo, una mente lúcida para interpretarlo y una palabra exacta para comunicarse (comunicarnos) con él». La más somera lectura de esta poesía manifiesta la radical independencia creadora de su autor con respecto a escuelas, tendencias o programas del panorama poético de los años 50 y 60. Aunque su obra discurra de manera paralela a la de su generación y a la de su época, hay que situarla específicamente en otro territorio por su singularidad y grandeza, pues sobrevuela los estrechos límites del realismo para instalarse en el territorio del mito, o, dicho de otro modo, en la raíz del imaginario humano, en el sentido que a este concepto le da Gilbert Durand: «la labor del poeta, a través del lenguaje, es fijar en una desgarradora eternidad lo que el tiempo y la vida degradan». En 1953, en pleno auge de la poesía social, publicó su primer libro, Don de la ebriedad, con el que había obtenido el premio Adonáis. Sorprendió a poetas y críticos su genial precocidad creativa y su carácter visionario: se trataba de un libro inspirado y puro, situado en el territorio de las revelaciones de la ebrietas, de imágenes deslumbrantes y misteriosas y sostenida intensidad hímnica, escrito por un poeta adolescente entonces desconocido, que lo había ido componiendo en sus largas caminatas por tierras de Castilla. Para José Olivio Jiménez, Don de la ebriedad «gira en torno a la captación de ese momento mágico de la revelación, del encuentro con lo que el espíritu oscuramente busca o presiente y al cabo logra de modo inesperado». Pero a Don de la ebriedad le sucedieron los no menos asombrosos Conjuros, Alianza y condena, El vuelo de la celebración y Casi una leyenda, en los que Claudio Rodríguez fue ahondando en el misterio de la existencia humana. Frente al arrebato celeste del primer título, Conjuros (1958) se sitúa en un ámbito campesino o urbano, pero inserto ya en la historia y lo colectivo. Se mantiene en él el vuelo ascensional, pero comienzan 62

En http://www.cervantesvirtual.com/portales/claudio_rodriguez/semblanza/.

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también las primeras fisuras; lo visionario aparece en momentos fugaces, aunque son el desengaño y la frustración los sentimientos que predominan. Estos sentimientos se intensifican en Alianza y condena (1965; Premio de la Crítica). Este libro representa el momento de madurez estética y humana del poeta por varios motivos: ampliación temática de su mundo lírico, mayor hondura ética en el compromiso con el hombre concreto, aparición de un tono más encalmado y meditativo sin perder el impulso de la ebriedad, dominio técnico y expresivo, mayor variedad métrica, sobria utilización de recursos literarios, y novedosas perspectivas metafóricas para representar la tensión entre objetividad y subjetividad ante el problema del conocimiento, a través de una mirada más reflexiva y, al mismo tiempo, moral. Frente al tono arrebatado y exclamativo de los dos primeros libros ahora domina la interrogación, el inquirir obsesivo por la esencia de la verdad. El vuelo de la celebración (1976) culmina, en palabras de Prieto de Paula, el itinerario desde la visión a la contemplación, y presenta una meditación serena sobre la naturaleza y el destino humano. En 1983 obtuvo el Premio Nacional de Poesía por el libro recopilatorio Desde mis poemas. Con posterioridad a esa fecha publicó Casi una leyenda (1991), la colección más unitaria del poeta, que revela la sólida coherencia de su mundo poético. Aquí los principales temas y motivos simbólicos de toda su obra («la vida entera entrando en la mirada», como decía en «La contemplación viva») desembocan, a través de resonancias y alusiones intratextuales, en una meditación esperanzada sobre la muerte. La aventura poética de Claudio Rodríguez consiste, en fin, en una peculiarísima iluminación simbólica de lo real a través del lenguaje; un intento de desvelar la verdad que se oculta tras la realidad aparencial de las cosas. La finalidad de la poesía, solía decir, es «hallar la certeza única, el nudo que ate y dé sentido a tantas imágenes rotas, tanta oscura presencia, tanta vida sin tino». El mundo lírico expresado así expresado se resuelve en canto y celebración, siempre en una irrenunciable voluntad de salvación de la realidad.

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En la introducción al ya mencionado Rumoroso cauce63, Philip W. Silver, nos da algunas claves para la lectura de nuestro poeta. Para empezar, nos advierte de que Claudio Rodríguez “no escribió nada, o casi nada, acerca de su propia obra” y que “insistía en afirmar públicamente, [que] todo lo que él pudiera decir estaba «dicho» ya en el poema. He aquí por qué sus «explicaciones» se limitaban a indicar las circunstancias (reales o imaginarias) que dieron lugar al poema.”

Sobre la actualidad y trascendencia de la poesía de Claudio Rodríguez, escribe Tomás Sánchez Santiago el artículo “Siempre nos quedará su claridad”64, publicado en el diario La opinión de Zamora el 21 de julio de 2007, en un especial que se dedicó al poeta zamorano en el decimoquinto aniversario de su fallecimiento.

Van pasando los años -quince ya- y la presencia de Claudio Rodríguez sigue siendo viva y feraz. Ese es el último sacrificio del poeta. Desaparecer para dar por fin significado a su escritura; no estorbar su obra para que ella, al fin, pueda manifestarse plenamente. El sentido de «lo hecho» solo se percibe del todo cuando su autor no puede defenderlo ni justificarlo ya. La obra entonces flota sola a la deriva y resiste o no; sigue cumpliendo su misión -¿hasta cuándo? ¡y qué más da!- de acompañamiento, de transformación a los hombres tras el adiós definitivo de su autor. En lo que concierne a la poesía de Claudio Rodríguez, esta posibilidad sigue garantizada por la vigencia, llena de altas certezas, de su poesía. De toda su poesía. ¿Por qué? ¿Por qué necesitamos seguir leyendo a Claudio? Esa es la pregunta pertinente que todo lector ha de hacerse ante una obra ya concluida. Esa es la cuestión que de manera fulminante se puede resolver en el Claudio Rodríguez, Tomás Sánchez Santiago, Philip Silver, Luis García Jambrina y Carlos Medrano. Foto caso del poeta zamorano de Tomás Sánchez Santiago. simplemente acudiendo a versos suyos -¡y casi a cualquier verso!- para volver a dar sentido nuevo e interior a la vida. A 63

Rumoro cauce: nuevas lecturas sobre Claudio Rodríguez, edición de Philip W. Silver, Páginas de Espuma, 2010. En el libro se reúnen varios ensayos de especialistas en la obra de Claudio Rodríguez en el que cada uno comenta un poema de su elección. 64 http://www.laopiniondezamora.es/especiales/15-aniversario-claudio-rodriguez/2014/07/quedaraclaridad-n437_5_13228.html

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la vida como aventura personal insoslayable y también como aventura colectiva y solidaria, sostenida en esos juegos de tensión dialéctica a los que se ha referido la crítica, esos opósitos de Claudio Rodríguez que son también vectores compatibles y que van del valor de la añoranza al recelo del recuerdo -ojo: no es lo mismo-, de la importancia de la compañía a la necesidad del adiós; esa es la conciencia del poeta, siempre alarmada para estar más intensamente cerca de las cosas por su fragilidad que por su duración o su rendimiento. Como escribía Álvaro de Campos en su portentoso poema «Tabaquería»: «como si no tuviera otra fraternidad con las cosas que una despedida». Esta convicción de encontrar firmeza emocional precisamente en lo que se pierde puede rastrearse en numerosos ejemplos del poeta zamorano. Tomemos ahora dos poemas distantes en el tiempo pero tan afinas en el mundo de Claudio Rodríguez, en su intuición de la vitalidad -concepto este que podría ser el magma profundo y decisivo de esta poesía inagotable, inabarcable-. Me refiero a «Girasol» y a «Sombra de la amapola», pertenecientes a Alianza y condena y a El vuelo de la celebración respectivamente. ¡Son dos flores tan distintas! El girasol siempre cargado, con la promesa cierta de la fertilidad, aguardando a un vaciamiento que le dará sentido, como esos animales que esperan con paciencia verse aligerados cada mañana de la leche que les sobra; en cambio, la amapola sale ahí, en la incertidumbre de una cuneta o al borde de cualquier camino humilde, «herida y conmovida a ras de tierra»; su fragilidad es su destino. Todo bien distinto a la vida rebosante y numerosa del girasol, con «su danza que es cosecha» y su botón solar ciego, lleno de exceso fértil. Si se lee este poema entrando en su hondura, el lector reparará en que, a fin de cuentas, lo que salva al girasol no es su pujanza, su «campaña soleada / de altanería», sino «su postura de perdón». De perdón, ¿por qué? Porque está demasiado cargado de semillas y entonces presenta esa imagen claudicante, casi cabizbaja, podríamos decir, «a tierra / la cabeza, vencida / por tanto grano». Como un canto rendido a Némesis, la diosa griega de lo proporcionado, el poeta salva al girasol por esa especie de arrepentimiento del exceso; su gesto demostración es consecuencia natural de una arrogancia, de la arrogancia de su utilidad numerosa. Eso es lo que al poeta le interesa, y entonces es cuando se arrima con piedad a esa flor ya vencida. Dejemos, como Claudio quería, los ritos que encienden el pasado y sigamos, sigamos leyendo su poesía ¿Y la amapola? Ahí la dejábamos, haciendo leve sombra -como expresa el título del poema-, temblando, «acariciando / el campo, dentro casi / del surco, / amapola sin humo». Y es a esa flor que va a ser calcinada enseguida por el sol inclemente del verano a la que, en su suspiro efímero, quiere acompañar el poeta. ¿Por qué? Porque no tiene duración, no tiene promesa de futuro -como el girasol-, no tiene existencia ruidosa. Solo tiene presente. Y Claudio Rodríguez sabía que el presente era el tiempo de la inocencia, el único posible; de ahí que él desechara el valor del recuerdo -«esa tajada seca», dice en otro poema- o el culto obsesivo al pasado. De modo que frente al 55


futuro contenido a raudales en el girasol, en su «cara bonita» que acaba humillada por asumir más de lo que puede, he ahí la amapola volátil, con su seda roja de papel temblón y su disposición a quemarse, sí, a volverse «negro crespón del campo», como la definía Antonio Machado en aquel poema memorable. Pero es que la amapola también se ha considerado, además de símbolo del sueño, signo de fertilidad. En el mito de Deméter y Perséfone, ella es flor primordial que indicará la posibilidad de resurrección de la vida. El lector se descoloca aún más cuando sabe esto. La función aparente del ubérrimo girasol quedaba abortada «por tanto grano, [por] tan loca empresa» mientras que la humildad de la amapola contiene esos mismos síntomas, inadvertidos en su vida fugaz y secundaria, fuera de los espacios preeminentes de los hombres. Esta toma de postura es la que libro a libro, casi poema por poema, Claudio Rodríguez nos ha ido planteando con propuestas procedentes de su experiencia reveladora: el girasol acaba derrotado por su «hybris» mientras que la amapola es reivindicada de ese modo emocionante en el poema. Toda una lección moral. Hace ya años se cantaba mucho una canción popular titulada «Amapola» y que acababa así: «Cómo puedes tú vivir / tan sola». El poema de Claudio, su caricia final consoladora, parece contestar a aquella pregunta sin fondo: «Te estoy acompañando. / No estás sola». Y a mí se me ocurre traer todo esto a colación no solo por volver a sugerir cómo el sistema de alusiones de esta poesía procede muy a menudo por inversión, superando lo previsible. También quisiera que la excusa de un aniversario, del aniversario de uno de los grandes poetas que han existido, no fuese solamente asunto de recordatorios ni obligado motivo de loas. Dejemos, como Claudio quería, los ritos que encienden el pasado y sigamos, sigamos leyendo su poesía, sabiendo ahora que una débil amapola tiene más dignidad, más delicadeza y más importancia que la opulencia descabellada de los girasoles. De tantos girasoles como nos cortan el paso en este tiempo y nos acechan desde tronos y atalayas que él, desde luego, hubiese mirado con desprecio y sarcasmo, como entonces. Claudio Rodríguez fallecía el 22 de julio de 1999. Su poética, premiada con el Príncipe de Asturias o con el Nacional de Poesía, permanece vigente y viva. Los versos de este zamorano, una de las mejores voces de la generación del 50, miembro de número de la Real Academia Española y propuesto para el premio Nobel de Literatura, protagonizan estudios, análisis y traducciones a la par que centran jornadas de carácter bianual organizadas por el Seminario Permanente que lleva su nombre.

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En el año 2004, la Biblioteca Pública del Estado y el Instituto de Estudios Zamoranos Florián de Ocampo inician los primeros contactos con escritores, profesores y personas afines a la obra de Claudio Rodríguez con el fin de crear un Seminario Permanente, con el doble objetivo de contribuir al estudio, la traducción y difusión de la poesía de Claudio Rodríguez desde distintas vertientes, y de reunir de forma exhaustiva todas las ediciones, traducciones a las distintas lenguas, antologías y otras obras no poéticas, incorporando a este fondo todos los estudios críticos sobre Claudio Rodríguez en cualquier soporte en el que se hayan publicado, incluyendo su archivo fotográfico personal. Desde el primer momento Clara Miranda, mujer del poeta, apoya y participa en la idea.

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Mapa de vida y obra de Claudio Rodríguez, reproducido de Guía de lectura de Claudio Rodríguez: hacia sus poemas, de Luis M. García Jambrina y Luis Ramos de la Torre, Ediciones de la Torre, Madrid, 1988.

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TOMÁS SÁNCHEZ SANTIAGO, Calle Feria, 2014.

Tomás Sánchez Santiago nació, en Zamora, en 1957. Profesor de instituto en León, ha cultivado el ensayo, la poesía y el relato. Es miembro del Seminario Permanente Claudio Rodríguez y colaborador habitual del suplemento cultural La sombra del ciprés del periódico El Norte de Castilla.

Ha publicado los poemarios La secreta labor de cinco inviernos (1985), Vida del topo (1992), En familia (1994), Ciudadanía (1997), la antología Detrás de los lápices (2001), El que desordena (2006) y Pérdida del ahí (2016); en prosa, Para qué sirven los charcos (1999), Salvo error u omisión (2003) y Los pormenores (2007), y la edición crítica de Once poetas del siglo XX en Castilla y León ( 1999).

En 2006, vio la luz Calle Feria, una colección de relatos articulados en torno a la calle de su infancia zamorana, la de Feria, con la que obtuvo el IX Premio “Ciudad de Salamanca”.

Ignacio Sanz65 escribe sobre Calle Feria: (...) un libro hipnótico, con un poderío poco común, rastreando en la memoria infantil de un mundo, el del comercio provinciano, que quedó atrás hace unos cuantos lustros. (...) una novela que se va armando con relatos que el narrador enmarca en un tiempo y en un ambiente concreto. De ahí que nos encontremos con protagonistas que aparecen en varios de los relatos y, sobre todo, con la voz del narrador, que da coherencia y aliento a este hermoso libro. (...) El dominio arrebatado del lenguaje hace que el lector se sienta envuelto por un ritmo galopante que los atrapa. (...) el lector se va a encontrar con la materia narrativa en estado puro, con personajes inolvidables (...). Pero, sobre todo, el lector va a reconocer a ese niño, que soñaba el mundo desde una trastienda, al dado de Muñoz, su compañero de juegos. Quiero pensar que ese niño es, por supuesto, Tomás Sánchez Santiago, que nos ha entregado en esa sucesión de historias su propio mundo infantil trascendido y alambicado por una imaginación fértil y desbordada. 65

http://latormentaenunvaso.blogspot.com.es/2007/07/calle-feria-toms-snchez-santiago.html?m=1

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Así nos retrata Tomás Sánchez Santiago la Zamora de su infancia:

(…) La calle Feria. Venía a caber en todo lo largo de unos cien metros escasos -algo más si en ella se calzaba por fin el estanco de los anexionistas- donde se empujaban unas con otras a ambos lados las fachadas de las casas, todas ellas de una misma impresión: planta baja para el negocio familiar y planta superior para vivienda del comerciante y su familia. En todas había pequeños balcones sobre los que se amontonaba un trozo de cielo atascado y de donde sobresalía un esquema de alambres con ropas y algunos tiestos con geranios o latas con perejil plantado. (…) Las pegajosas colleras y las trallas en la guarnicionería de Blas del Río, los cajones con fruta de verano y avispas de Palmira, la bota enorme que anunciaba los curtidos de Sánchez, los rollos de pita para maromas y los bieldos y serones en «El Sayagués»… todo se sacaba a la luz a primera hora de la mañana, por lo menos así era antes de que llegasen los letreros de bandera eléctrica e hiciesen innecesaria esa ostentación de las mercancías. (…) Así era por aquellos días la calle Feria, una pequeña república de dependientes embravecidos, de épicos viajantes de palabra ya abaratada por la repetición y el cansancio del oficio, de mirones que rendían sus últimos años a la observación silenciosa y al consejo comercial de última hora cuando se trataba de convencer a algún cliente indeciso. Pero por encima de todo ello, la calle era una pajarería de palabras sin orden que iban y venían en todas direcciones. (…) Mientras las noches aguantaban frescas, los comerciantes de la calle Feria tenían esa costumbre de reunirse durante el verano en una plazoleta de dedal, un pañuelo que se había salvado en la propia calle, ya la altura de su terminación. Era una plazoleta desfigurada y al borde de la inadvertencia, simplemente una escuadra donde sería impensable plantar árboles municipales o poner una fuente de pila, pero donde aún cabían un par de taxis del color de la mantequilla perdida, un teléfono de poste para los servicios de la parada y dos o tres veladores que Pepe Crespo, el dueño del bar contiguo al «Cordero», se apresuraba a sacar al asfalto que él mismo se afanaba en regar a primera hora de la noche, cuando sabía que los comerciantes estarían a punto de llegar a celebrar lo que alguno de ellos llamaba, con propiedad rigurosa, así: el serano.

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RUTA ARQUEOLÓGICA DE LOS VALLES DE BENAVENTE

Rosinos de Vidriales En las inmediaciones de esta localidad y junto al Santuario de Nuestra Señora del Campo, patrona de buena parte de los pueblos del Valle, se encuentra el área campamental romana de Petavonium. Allí se acuarteló, a finales del siglo I a.C., la Legio X Gemina para intervenir en las guerras contra cántabros y astures. El campamento, de gran tamaño, albergaba unos cinco mil soldados, además de personal de administración y zonas de entrenamiento para las tropas auxiliares reclutadas entre la población indígena. En el año 63, la legión marcha a defender la frontera del Danubio y, durante unos cincuenta años queda deshabitado. Una vez pacificada la región, se instala allí una unidad auxiliar de caballería, el Ala II Flavia, con la misión de controlar el comercio del oro extraído de las minas del norte. El nuevo campamento, al que pertenecen los restos que podemos ver en la actualidad, se mantuvo en uso al menos hasta el siglo III, ocupa menos extensión que el anterior, y tiene su propia muralla, con torres en puertas y perímetro y rodeada de un foso. Hemos de suponer que, como ocurre con todos los campamentos romanos, en torno a él se asentarían los grupos de civiles que acompañaban a los soldados, familiares, siervos, comerciantes, prostitutas, formando caseríos que eran también foco de atracción para la población local. Así se originó el núcleo urbano de Petavonium, citada como una de las ciudades más importantes en territorio astur.

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FLORO, Lucio Anneo66, Compendio de la Historia de Tito Livio, (II,33,46-53)

En Occidente, casi toda Hispania estaba pacificada, a excepción de la parte que toca las últimas estribaciones de los Pirineos y que baña el océano Citerior. En esta región vivían pueblos valerosísimos, los cántabros y los astures, que no estaban sometidos al Imperio. Fueron los cántabros los primeros que demostraron un ánimo de rebelión más resuelto, duro y pertinaz. No se contentaron con defender su libertad, sino que intentaron subyugar a sus vecinos los vaceos, túrmogos y autrigones a quienes fatigaban con frecuentes incursiones. Teniendo noticias de que su levantamiento iba a mayores, César no envió una expedición, sino que se encargó el mismo de ella. Se presentó en persona en Segisama67 e instaló allí su campamento. Luego dividió al ejército en tres partes e hizo rodear toda Cantabria, encerrando a este pueblo feroz en una especie de red, como se hace con las fieras [...]. 68Los astures por ese tiempo descendieron de sus nevadas montañas con un gran ejército [...] y se prepararon a atacar simultáneamente los tres campamentos romanos. La lucha contra un enemigo tan fuerte, que se presentó de repente y con planes tan bien preparados, hubiera sido dudosa, cruenta y ciertamente una gran carnicería, si no hubieran hecho traición los brigicinos [...].

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Lucio Anneo Floro, historiador latino de origen africano o hispano-romano, del que sabemos que vivió entre el siglo I a.C y el II a.C., en Roma y en Tarraco. Es autor de un resumen de la Historia de Roma de Tito Livio, perdida en su mayor parte, por lo que la obra de Floro es una fuente importante para el estudio de las guerras cántabras. 67 Sasamón, provincia de Burgos. 68 José Luis Vicente González, miembro del Centro de Estudios Benaventanos “Ledo del Pozo”, ha publicado un detallado estudio sobre este tema, titulado “Bellvm Asturicvm: una hipótesis ajustada a la historiografía romana y al marco arqueológico y geográfico de la comarca de «Los Valles de Benavente» y su entorno”, en la revista Brigecio, editada por dicha institución, núm. 18-19, (http://www.jlvg.es/Publicaciones/BELLVM%20ASTVRICVM_Brigecio.pdf), donde habla del desarrollo de la campaña romana contra los astures y justifica la ubicación de Lancia en el castro zamorano de Las Labradas.

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Estas luchas fueron el final de las campañas de Augusto y el fin de la revuelta de Hispania. Desde entonces sus habitantes fueron fieles al Imperio y hubo una paz eterna, ya por el ánimo de los habitantes que se mostraban más incitados a la paz, ya por las medidas de César quien, temeroso del refugio seguro que les ofrecían las montañas, les obligó a vivir y a cultivar el terreno de su campamento, que estaba situado en la llanura. Allí debían tener la asamblea de su nación y aquella debía ser su capital. La naturaleza de la región favorecía estos planes, ya que toda ella es una tierra aurífera y rica en borax, minio y otros colorantes. Allí les ordenó cultivar el suelo. Así, los astures trabajando la tierra, comenzaron a conocer sus propios recursos y riquezas mientras las buscaban para otros.

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DE TAPAS POR ZAMORA

Uno de los grandes atractivos de Zamora es su gastronomía, basada en la cocina tradicional de Castilla y León y elaborada con ingredientes de la mejor calidad. Entre los platos y productos típicos de Zamora se encuentran el arroz a la zamorana, elaborado con productos de la matanza; el cocido zamorano, cuyos protagonistas son los garbanzos de Fuentesaúco y la ternera de Aliste; las sopas de ajo, muy consumidas en la madrugada del Viernes Santo; el bacalao a la tranca, o bacalao a la Zamora, típico también de la Semana Santa, como el “dos y pingada”, huevos fritos acompañados de magra de cerdo y una rodaja de pan; la “sanantonada”, cocido de judías y productos de la matanza que se prepara tradicionalmente en las fiestas de San Antón, sin olvidar los quesos y embutidos. Para regar estos manjares, nada mejor que un vino de Toro, los Arribes o Tierra del Vino y los vinos Valles de Benavente. Por último, es imprescindible hablar de la repostería zamorana, abanderada por las cañas zamoranas, rellenas de crema pastelera; las aceitadas, consumidas principalmente durante la Semana Santa; el rebojo, un delicioso bizcocho; las flores de carnaval, el bollo maimón o los amarguillos. Pero quizás lo más característico, en materia gastronómica, de la ciudad de Zamora es la tradición de salir de tapas. Tenéis que saber que cuando pidáis una “perdiz” os darán un sardina rebozada, que los “tiberios” son mejillones en salsa picante, que las chichas son nuestro picadillo y que en El Lobo se comen sólo pinchos morunos que se piden “uno que sí y uno que no”.

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ZONA ENSANCHE

ZONA DE LOS PINCHOS

ZONA PLAZA MAYOR

Zona Plaza Mayor Chillón (tortilla con salsa, chichas); Café Viriato; Kalima (montados de solomillo al cabrales, panceta, cojonudo, es decir, tosta de jamón sobre cebolla caramelizada); Ágape; Los caprichos de Meneses; El Colmado; De Luz; El buen amor; La Sal; Bayadoliz.

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Zona “de los pinchos” El Lobo (pincho moruno); La casa de los pinchitos (pincho moruno); El Maestro; Tupinamba (callos); La Farándula; Bambú (patatas bravas, tiberios y perdices); Bar Caballero (patatas bravas o mixtas); Bar Merlú; Bar El Abuelo (chorizo y carne a la brasa); Bar Sevilla (jamón, calamares); Pata Negra; Lizarrrán.

Zona Ensanche La Vinoteca; La Flaca; Bar Cuadros; Cervecería del Buda; La Pinta de Oro; Ad Hoc Life & Food; Café Loft.

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MIS NOTAS ……………………………………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………………………………… ……………………………………………………………………………………………………………………………………… 69


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