Emilio Solano
Un gigante subterráneo que puede revelar mucha información desconocida de una cultura prehispánica se encuentra por algún lugar del sitio arqueológico que visita un grupo de estudiantes con su maestra de historia. Cuatro intrépidos amigos te llevarán en su jornada a descubrir los secretos de las civilizaciones prehispánicas y te harán vivir una experiencia en la que la diversidad y las diferencias son sus verdaderos aliados. Con ellos aprenderás que poseemos más de una habilidad y que todo es cuestión de desarrollarlas. ¡Únete a ellos!
la huella del gigante
Esta colección de libros fue creada en La factoría de historias. Se trata de un esfuerzo colectivo de imaginación. Cada historia fue evolucionando hasta tomar su forma final en una discusión abierta entre los escritores y los ilustradores que participaron activamente y enriquecieron con sus visiones y su experiencia este proyecto.
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La huella del gigante D.R. © De esta edición: 2015, Editorial Santillana, S.A. 26 avenida 2–20 zona 14 Ciudad de Guatemala, Guatemala, C.A. Teléfono: (502) 24294300. Fax: (502) 24294343 Este libro fue concebido en La factoría de historias, un espacio de creación colectiva que convocó a un grupo diverso de escritores e ilustradores y que fue coordinado por Eduardo Villalobos en el Departamento de Contenidos de Editorial Santillana. Luego de las discusiones, cada autor se encargó de dar forma al anhelo y las búsquedas del grupo. La huella del gigante fue escrito por Emilio Solano e ilustrado por Estuardo Flores. La gestión y coordinación creativa estuvieron a cargo de Alejandro Sandoval. Las características gráficas de la colección son obra de Álvaro Sánchez. Los textos fueron editados por Julio Calvo Drago, Alejandro Sandoval y Eduardo Villalobos. La corrección de estilo y de pruebas fueron realizadas por Julio Santizo Coronado. Diseño de cubierta: Estuardo Flores. Coordinación de arte: Sonia Pérez Aguirre. Diagramación: Sonia Pérez Aguirre. Primera edición: agosto de 2015 ISBN: 978-9929-712-97-3 Impreso en Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electrónico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo, por escrito, de la editorial.
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La leyenda Cerca de mi pueblo corre un río en cuyas riberas se puede apreciar, impreso en el barro, lo que parece una huella humana. La marca en el suelo es sin duda muy antigua. Pero lo que desconcierta a todos es su tamaño. Parece la huella de un gigante. Sin embargo, el misterio no acaba allí. Cerca del lugar de la huella se encuentra la entrada a una caverna poco explorada hasta el día de hoy. Muchos creen que en su interior se encuentran las respuestas, no solo al misterio de la huella, sino a los orígenes mismos de Bopetepeque, mi pueblo.
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Desde siempre, mis amigos, mi hermana y yo hemos querido internarnos en la cueva para esclarecer el misterio detrás de la huella, que a lo largo de los siglos ha originado mil historias y leyendas, todas ellas con el mismo trasfondo: milenios atrás, en lo que hoy es el pueblo de Bopetepeque, habría vivido un mítico gigante que en algún momento habría dejado estampada en la tierra la huella de su pie derecho. Las leyendas, contadas desde tiempos inmemoriales, llegaron a nosotros gracias a los cuentacuentos
de
Bopetepeque,
también llamados abuelos de la tradición oral: hombres y mujeres que desde antaño las vienen transmitiendo
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de generación en generación hasta llegar a este momento, cuando yo escribo esta historia. Según estas leyendas, la huella pertenecería a uno de los miembros de un clan de gigantes de piedra que habitaban las tierras altas de Bopetepeque, quienes habrían contado con unos enemigos milenarios: los gigantes de la tormenta, los dioses del trueno y el rayo, también llamados Kawak (habitantes del aire) en el antiguo idioma de nuestros ancestros. Y en la biblioteca municipal se aprecia un mural en el cual se relatan las luchas entre los gigantes de piedra y los Kawak, quienes contaban con el poder de provocar la lluvia, los truenos y los rayos. Cuando los Kawak —que andaban entre las nubes como barriletes gigantes de grandes ojos— divisaban desde lo alto algún gigante
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de piedra, de inmediato desataban sobre él un largo temporal de lluvia, con rayos y truenos que duraban ocho días o más, y provocaban inundaciones con lluvias torrenciales para que los gigantes de piedra quedaran encerrados en las cuevas. De ese modo aniquilaban a los gigantes rocosos. ¿Mito o realidad? Cualquiera que fuera la verdad detrás de aquellas historias, mis amigos y yo estábamos determinados a develarla. Viviríamos, si fuera necesario, la aventura de nuestras vidas. Y esa peripecia comenzó el 20 de diciembre de 2012, un día antes del 13 Baktún, la fecha del fin de la cuenta larga del calendario maya y, según especulaciones de algunos, la fecha del fin del mundo. Justo ese día, cuando yo tenía nueve años, decidimos acampar cerca del sitio de la huella con el plan de pasar allí la noche, saludar el amanecer de una nueva era e internarnos en la
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cueva para desentrañar el misterio de la huella del gigante. Las líneas a continuación son las crónicas de esos dos días de campamento.
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El sitio La huella del gigante atrae a muchos curiosos y turistas que desean saber más acerca de aquellos seres mitológicos. Atraídos por el folclor local, los visitantes disfrutan de una serie de manifestaciones sociales, culturales, espirituales y materiales del pueblo, además de que acostumbran llevarse como recuerdo una roca volcánica llamada obsidiana, que compran en el mercado local. Por eso dicen que en Bopetepeque somos tan buenos comerciantes que vendemos hasta las piedras. El 13 Baktún es la fecha en la que finaliza el calendario largo de los mayas. Me imagino la
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cara que pondríamos mi hermana, mis amigos y yo si ese día el gigante de piedra apareciera caminando enfrente de nosotros u ocurriera el fin de mundo, como se afirma en muchos sitios de Internet. En el mejor de los casos, mi hermana Ilse prefería que el gigante de piedra nos hablara y le enseñara alguna arte marcial milenaria para hacer un intercambio: ella podría enseñarle todo el karate que ha aprendido en sus clases, y él podría convertirse en nuestro amigo, con la ventaja de que no necesitaríamos alimentarlo porque afortunadamente sería de piedra. El sitio de la huella es tan grande como una cancha de futbol. Queda muy cerca de un río que nace en las montañas del valle. Su cauce lleva el agua dulce hacia una enorme extensión de agua salada que bordea la costa sur de este país y que se denomina océano Pacífico. El río es de vital
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importancia para Bopetepeque, ya que provee de agua para la agricultura. Su corriente, tranquila la mayor parte del año, se desborda en tiempo de lluvias. A esa parte de terreno inundado se la llama ciénaga. Por eso se conoce este lugar como la ciénaga del Gigante o del Pato Runo, en honor a un ave acuática que se extinguió hace muy pocos años a causa de la destrucción de su hábitat natural. En caso de existir algunos ejemplares vivos de esa ave, deben de encontrarse en lugares silvestres adonde el ser humano no ha llegado aún, lo que le permitiría vivir libre de peligro. El valle de Bopetepeque forma parte del relieve terrestre del país, con montañas a su alrededor, un volcán, dos ríos y una laguna. Dicen las leyendas que estuvo habitado por gigantes de piedra con apariencia humana, cuyo rostro era del color de la ceniza, lo que les permitía ocultarse
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entre las rocas de barrancos y montaĂąas. Muchos afirman haber visto las sombras de un gigante que corrĂa sobre los terrenos planos y las laderas de ese lugar. Los seres humanos caminamos sobre la corteza terrestre, pero esta no se encuentra con-
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formada por una sola capa, sino por varias placas que se unen como piezas de rompecabezas. Han estado chocando unas con otras durante millones de años y así han formado extensos relieves llenos de llanuras, depresiones, valles, mesetas y montañas. Mientras más fuerte es el choque de las placas, mayor es el tamaño de las montañas y las cordilleras. Eso ha hecho posible este paisaje que ahora veo por mi ventana en las mañanas. Y entre esas placas hay magma que expulsan los volcanes cuando hacen erupción. Como la corteza terrestre está en movimiento, los continentes de nuestro planeta no han estado siempre en el mismo sitio. Fueron despegándose y alejándose unos de otros hasta quedar como se encuentran hoy. Y continúan moviéndose, de manera que dentro de millones de años tendrán otra apariencia y diferente ubicación.
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Cuando sea grande quiero ser paleontólogo. Quiero descubrir restos fósiles de dinosaurios aun cuando el tío Octavio dice que Centroamérica es una porción de tierra estrecha y alargada que une a Norteamérica y Sudamérica y separa el océano Atlántico del Pacífico, razón por la cual se la considera un istmo. Pero resulta que en este istmo, por alguna razón, nunca existieron los dinosaurios. O al menos no hay rastro de ellos hasta ahora. Pero yo estaba decidido a hallar algo sorprendente. Y como por aquí es poco probable que encuentre dinosaurios, invité a mis amigos y a mi hermana a descubrir la verdad sobre los gigantes de piedra.
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La expedicion Le pedí favor al tío Octavio de que nos acompañara para poder acampar un día antes del 13 Baktún. Él es bombero y nos prestó una tienda de campaña, además de algunas colchas y bolsas de dormir para soportar el frío de la noche. El tío Octavio trabaja en una institución que salva personas. Por eso se dice que brinda un servicio público a la comunidad. No obstante, cuando ocurrió la tormenta de hace dos años, él rescató a un perro que fue arrastrado por la corriente del río. Como nunca apareció un dueño que lo reclamara, mi tío lo adoptó. Desde enton-
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ces, Fofó es nuestro amigo y parte del grupo. A Ilse se le ocurrió pedirle prestada a mamá la carretilla de mano que usamos para llevar las herramientas del jardín. La utilizaríamos como medio de transporte para la comida y el equipaje. Durante el almuerzo del día 19 de diciembre de 2012, mamá dijo que si no iba el tío Octavio no habría campamento, ya que debía acompañarnos un adulto. Mi tío dice ahora que dependemos de que él pueda arreglar sus turnos en la estación de bomberos. «Pero ya oyeron a mamá: sin el tío Octavio, no hay carpa ni campamento», dijo. Después tosió con una tos sonriente.
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Teníamos pensado acampar muy cerca de la enorme huella, de modo que al día siguiente nos acercáramos a la cueva en la que se supone que habría vivido el gigante (y donde, según algunos, aún vive). Con tantas actividades y aventuras por vivir, estábamos muy entusiasmados. La expedición partió el jueves 20 de diciembre de 2012. Después del almuerzo nos despedimos de nuestros padres y nos reunimos en mi casa. Como el lugar quedaba cerca, fuimos a pie. Allí estaban los hermanos Celeste y Marcos, el tío Octavio, Cristian —un compañero de clases— e Ilse —mi hermana—. Marcos llevó su guitarra. A Celeste le gustaba cantar baladas, aunque esa vez también llevó una flauta maya que sus padres le habían comprado en una tienda de artesanías. Por supuesto que no podía faltar el balón de futbol, ya que ambos lo
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dominaban muy bien. Les propuse que metieran todo en la carretilla de mano, pero Marcos prefirió colgarse la guitarra al hombro. Cristian bailaba breakdance e imitaba a Michael Jackson, Usher y Justin Timberlake. Tenía en su casa un balcón que daba a la calle, que él llamaba su rincón de lectura, donde también se juntaba con los chicos y las chicas para conversar. Al final de las reuniones, Cristian iba a la cocina por refresco y galletas para refaccionar. Era el mejor refugio de Cristian y un buen lugar para conversar por las tardes. Después de hacer tareas, claro. «Yo llevo la carretilla primero», dijo Marcos. En el trayecto hicimos turnos y tratamos de mantener el equilibrio, pero tuvimos que recoger algunas cosas que se fueron cayendo por el camino. Como este era pedregoso, los trastos de
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aluminio y de peltre hacían un ruido de tra, tra, tra, telén, telén, telén, sacudiéndose y golpeándose entre sí, lo que recordaba un collar de latas o una cabra cuando guía a las demás. El recorrido fue muy divertido. Además, todos colaboramos y tomamos muchas fotos. Serían como las cuatro de la tarde cuando llegamos al área de la huella del gigante y empezamos a instalarnos a solo unos metros de distancia. Comenzamos a armar la tienda de campaña. Por la noche, solamente los chicos nos quedaríamos a acampar, pues las muchachas tenían permiso de estar allí únicamente durante el día y se marcharían a casa después de la fogata. No obstante, volverían al día siguiente. Vendrían muy temprano para ver la salida del sol del 13 Baktún. Las instalaciones del campamento incluían la carpa, un área para hacer la fogata y
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una hamaca. Nos reunimos a planear la lunada. Pronto oscurecería y necesitábamos buscar en los alrededores algunos leños secos para quemar en la fogata. No debíamos quebrar las ramas de los árboles ni tampoco arrancarles cortezas. Así lo hicimos y en poco tiempo habíamos recolectado suficiente. Fofó jadeaba alegremente mientras me veía sacar de la mochila unas piezas de ajedrez plásticas que tenían formas de dinosaurios, así como el tablero en el cual, enseguida, coloqué lo que parecía un campo de batalla de los períodos triásico, jurásico o cretáceo, de la era mesozoica, cuando existieron aquellos grandes animales.
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Yo lo llamo «mi ajedrez versión Pangea». Lo que pasa es que hace millones de años no había cinco continentes como ahora, sino uno solo. No existían América, Europa, Asia, África y Oceanía, sino una sola y extensa masa de tierra sólida que los científicos han dado por llamar Pangea. Primero coloqué a los tiranosaurios como los reyes del tablero. Después, a la giganotosauria en el lugar de la reina. Los carnotauros cornudos de la Patagonia argentina representaban las torres, los espinosaurios eran bravos alfiles, los alosaurios iban en la posición de los veloces y aguerridos caballos, y los peones eran un feroz grupo de velocirráptores. Celeste aceptó jugar conmigo una partida de ajedrez, pero de pronto, cuando apenas habíamos hecho tres o cuatro movimientos, Fofó pasó en medio del tablero y derribó todos los dinosaurios.
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—¡Oh, no! —gritó Celeste—. ¡Los dinosaurios se extinguieron! Todos reímos porque comentamos que ahora existía una nueva teoría del final de la era de los dinosaurios: un perro gigante saltó sobre ellos por accidente y los condujo a la extinción.
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El avistamiento El otro gran sueño que tengo es ser arqueoastrónomo. Desde hace algunos días lo hemos conversado en casa a la hora del almuerzo. Papá me ha explicado que la arqueoastronomía es la ciencia encargada de estudiar los restos arqueológicos y su relación con los conocimientos de astronomía que tenían las antiguas culturas olmeca y maya. Me dijo también que esa rama de la ciencia es mitad arqueología y mitad astronomía. A veces me he propuesto ser beisbolista o cantante de música pop. Yo creo que lo que yo quiera ser dependerá del lugar adonde me lleven mi mente, mi cuerpo y mi corazón.
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Como futuro paleontólogo, arqueoastrónomo, beisbolista y cantante pop de la familia, me sentía muy contento de que mi hermana y mis amigos aceptaran acompañarme al campamento. Un día antes, yo había pasado una tarde entera acostado en la hamaca imaginando la travesía hasta que llegó mi hermana muy molestona y me empujó con tanta fuerza que me hizo sentir cosquillas en el estómago. Ilse me dibujó un meme con todos mis sueños juntos. Sentados en la carpa, conversábamos. Cristian sacó su guitarra y cantó dos canciones. Celeste tocó con su flauta el Himno a la alegría, cuarto movimiento de la novena sinfonía de Beethoven. Todos aplaudimos y charlamos un rato más. El tío Octavio nos dijo que a menos de 300 metros de la
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cueva del gigante, dentro del parque, se encontraba un yacimiento de obsidiana. —¿Qué les parece si mañana vamos a visitar la cantera de obsidiana? —propuso Celeste. Todos estuvimos de acuerdo. Ilse sacó el volante que le dieron en la entrada del parque. —Escuchen, chicos y Celeste. Al gigante se le conoce también como «el hombre de piedra caliza» o «la piedra enemiga de los Kawak» —leyó. —Aquí donde acampamos fue también donde caminó el gigante —comentó sonriendo. En ese momento, los chicos y las chicas presentes se dieron cuenta de que se encontraban exactamente en el lugar en el que transcurrieron los acontecimientos que dieron pie a la leyenda del gigante, lo que les provocó una emoción especial.
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Celeste comentó que las autoridades habían buscado declarar el lugar una reserva natural municipal para su conservación como patrimonio natural de Bopetepeque. —Ahora acompáñenme— dijo Celeste, y todos corrimos tras ella hasta donde se encontraba la huella del gigante. Regularmente, los volcanes tienen la forma de un cono con una abertura en la parte de arriba, por la cual lanzan lava, rocas volcánicas, ceniza, lodo, gases y arena. Los gigantes de piedra eran supuestamente de roca de origen volcánico. Y se cuenta que antes habían sido gigantes de fuego, hasta que el volcán los expulsó lejos. Por esa abertura del cráter, los gigantes de fuego fueron lanzados y viajaron fundidos entre la lava. Recorrieron una gran distancia y, cuando finalmente la lava se detuvo, no pudieron regresar al
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cráter. El viento se encargó de congelarlos y convertirlos en roca sólida. La forma humana de los gigantes se debe, tal vez, a que son unos seres mitológicos. —Como podrán observar —dijo el tío Octavio—, hay pedazos de roca volcánica colocados alrededor de la huella, lo que permite distinguir los dedos y la planta del pie del gigante. Así es como se ha conseguido conservar por generaciones la forma de la huella, que, de no ser por esa gran idea de los antiguos habitantes, en poco tiempo se habría borrado naturalmente y la leyenda quizá nunca habría existido. Debido a la importancia que tiene el lugar para el turismo actual, cada cierto tiempo los guardianes del parque blanquean las rocas de la huella con pintura de cal, lo que permite que resalte dentro del verdor de la grama que le crece alrededor.
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Ilse decidió sentarse en la grama a dibujar. Enseguida les mostró a sus amigos su primer meme de la huella del gigante. Sus amigos y amigas sabían que a ella le fascinaba dibujar memes muy divertidos, los cuales primero plasmaba en su diario, luego fotografiaba y después compartía por las redes sociales electrónicas. Pensé que sería una buena idea tomarme una foto acostado adentro de la huella del gigante, de modo que se percibiera cuán grande era comparada con una persona. Muchas fotografías después, todas llenas de gestos chistosos, invité a Fofó a echarse plácidamente en el césped. Entonces, el tío Octavio comenzó a fotografiarnos. —¡Soy una ofrenda para los dioses de la tormenta! —grité mientras permanecía acostado boca arriba y con los brazos abiertos.
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Misteriosamente, en ese instante comenzó a soplar el viento. Después cayó una brisa que poco a poco fue arreciando hasta volverse una lluvia copiosa. De inmediato salté fuera de la huella
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y todos juntos corrimos a refugiarnos bajo la carpa mientras algunos gritaban que, con toda seguridad, yo habĂa enfurecido a los Kawak.
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Las llamadas La lluvia dejó a todos muy intrigados, pero ayudó a probar que la carpa no dejaba pasar el agua y que, por lo tanto, de noche sería buen refugio. Yo creía que, si los Kawak habían actuado así, seguramente era porque sabían que el gigante de piedra aún existía, pero no quise asustar a mis compañeros. El grupo llevaba dos teléfonos inteligentes. Uno pertenecía al tío Octavio, y el otro lo llevaban Marcos y Celeste, que se lo habían pedido prestado a su mamá porque el grupo necesitaba estar comunicado, tomar fotos y videos, grabar
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sonidos, enviar mensajes, buscar sitios de Internet con información acerca de los gigantes de piedra, etcétera. Cuando la lluvia cesó, mientras el tío Octavio salía un momento de la carpa para atender una llamada que le hicieron de la estación de bomberos, Marcos dijo: —Bueno, ¿y qué pasaría si perdiéramos uno de los teléfonos y al marcar el número nos contestara el gigante de piedra? Todos hicimos cara de susto o sorpresa. —¡Eeee, son bromas! —aclaró después. Todos rieron, pero Celeste comenzó a hacer ruidos como el timbre de un teléfono clásico. —Ring, ring, ring… Y Celeste misma contestó el teléfono: —Aló —dijo con una voz gruesa y muy ronca, como la de un gigante—. Alóóóó…
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—Buenos días. Disculpe. ¿Con quién hablo? Es que extravié ese teléfono. —Habla con el gigante
—dijo Celeste
de nuevo con voz ronca. —Disculpe, señor gigante. ¿Puede traer mi teléfono acá por donde dejó su huella gigantotota? Gracias. Las carcajadas animaron a Marcos, que también hizo como que realizaba una llamada. —Ring, ring, ring. ¿Con quién hablo? —Con el gigante de piedra —se respondió Marcos. —Mucho gusto. ¿Puede devolverme mi teléfono, por favor? Es que lo perdí cuando recolectaba trozos de leña para la fogata.
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—¿Ustedes son los de la tienda de campaña de color azul? —contestó el gigante (remedado por el mismo Marcos). —Sí, señor. —Muy bien. Voy para allá. Marcos comenzó a caminar por la carpa como si fuera el gigante. —Voy —dijo Cristian pidiendo su turno—. —Aló —dijo con la voz ronca, en imitación de la del gigante. —¿Con quién hablo? —Con el gigante de piedra. —¡Ah! Encantado, señor. —Veo que extraviaste tu teléfono móvil. Voy a dejártelo al pie del gran roble. —Gracias, señor gigante. Y disculpe, señor gigante. ¿Puede tomarse una selfi antes de devolvérmelo? ¿Por favor? Gracias, señor gigantón.
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Al regresar el tío Octavio sonó otra vez el timbre del teléfono. Ahora fue Ilse quien entre risas dramatizó una conversación telefónica con el gigante. —Aló, ¿sííííí? Permítame. Voy a salir de la cueva porque acá no hay buena señal. Todos se ríen. —Disculpe. ¿Con quién hablo? —Habla con el gigante de piedra de Bopetepeque. Y qué bueno que llamó porque encontré su teléfono y quise devolvérselo, pero no sabía cuál de todos los números de su agenda marcar. —Gracias, señor gigante. Puede dejármelo en la entrada de la cueva. Nosotros llegamos a recogerlo en unos minutos. —De acuerdo. Nos vemos —dijo el gigante—. Por cierto, los niños deben tener teléfono
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móvil, siempre que aprendan a ser responsables en cuanto a su uso y que tenerlo sea de beneficio para la familia—agregó para luego colgar. Después de las risas comenzamos a platicar de cómo los seres de piedra viven en la memoria colectiva desde la cultura anterior a la olmeca y a la maya. Fueron los miembros de esta última quienes hicieron representaciones en piedra de cabezas gigantes, luego de las cuales surgió la leyenda del gigante, que ya es parte de esta tierra y quizá hasta tenga mucho que ver con el presente y el futuro del pueblo, ya que es producto de la cultura. Pero esta historia no termina mientras surja la curiosidad y continúe la búsqueda de algún rastro del gigante de Bopetepeque. —Muy bien—, dijo el tío Octavio dando por concluida la charla—. Nos vemos aquí por la noche, como a las siete, para encender la fogata.
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La noche Cristian, Marcos y yo nos quedamos en la tienda de campaña para acomodar las cosas que habíamos traído, ya que esa noche nos quedaríamos a dormir allí. Celeste e Ilse salieron contentas a caminar por el parque. La alegría en aquel campamento apenas estaba comenzando y prometía que lo mejor estaba por venir. Oscureció y a las siete de la noche nos reunimos fuera de la carpa para prender la fogata. El tío Octavio nos comentó que la gente de Bopetepeque se caracteriza por ser de baja estatura, razón por la cual no deja de ser contradictorio
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que la leyenda principal sea sobre un gigante. A menos, claro, que estuvieran tratando de asustarnos con ese coloso de piedra, que vendría a ser como el coco de los bopetecanos. El tío Octavio es un hombre de cabello rojizo que ha escuchado muchas historias a lo largo de su larga carrera de bombero. Considera que la leyenda del gigante se origina en el hecho de que el pueblo es multicultural, pues forma parte de Mesoamérica, territorio conformado por buena parte de México y América Central que durante la época prehispánica estuvo habitado por diferentes culturas. Los relatos de la existencia de gigantes de piedra y de gigantes de la tormenta tienen mucha relación con el clima, según cree el tío Octavio. El clima es el conjunto de los efectos que ocurren en un territorio y el ambiente a causa de la lluvia,
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la altura sobre el nivel del mar, el calor, el frío, el viento, etcétera. Por ejemplo, los mayas tenían a Chac, dios del cielo, la lluvia y el rayo. Aquella cultura también creía en los nahuales, que aparecen en las culturas de toda Mesoamérica. El nawalismo o nahualismo consistía en la creencia de que el espíritu de cada persona estaba unido al de un objeto o animal como el aire, el agua, las rocas, el fuego, el tigrillo o el búho, entre tantos otros. Este espíritu se llamaba nawal o nahual. Así, el nahualismo reconocía que todos los elementos de la naturaleza tenían un espíritu. Y según esta creencia, el nawal se conectaba con el espíritu de una persona en sus actos, en su ambiente y en su visión del universo. Para las culturas de Mesoamérica, como los olmecas y los mayas, tanto lo que tiene vida
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como lo que no tiene vida, sean los animales o las rocas volcánicas, tenían un poder invisible que los animaba. Por eso se dice que ellos creían en el animismo. De esa manera, un espíritu podía estar habitando unas rocas y eso les daba vida, como les sucedería a los gigantes de piedra dentro de esa cosmovisión. Estas culturas antiguas también eran politeístas, ya que adoraban a muchos dioses que tenían formas de animales, de personas o de ambas a la vez. —¿Qué tal si hacemos una representación del animismo que aparece en el libro del Popol Vuhj? —propuso Cristian—. Acá en Internet dice que ese libro pertenecía al pueblo quiché y que fue transcrito y traducido al castellano por el cronista fray Francisco Jiménez. Eso ocurrió en la Colonia. Celeste y Marcos se ofrecieron para actuar como los seres de lodo a quienes los dioses anima-
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ron —es decir, dieron vida— y que además jugarían el juego de pelota maya. Les siguieron Cristian e Ilse, que actuarían como los seres humanos de madera. Yo ofrecí ser el hombre de maíz. Al tío Octavio le quedaba bien el papel del gigante de piedra, que no es parte del Popol Vuh, pero observa la creación de todos los tipos de seres humanos mencionados en el libro. —Ahora que ya sabemos en qué consiste el animismo de los olmecas, de los mayas y de las otras culturas de Mesoamérica, será fácil representarlos —dijo Cristian. —Muy bien —les dije—. Tenemos diez minutos para reunirnos y pensar cómo representaremos a nuestros personajes. Primero actuarán los hombres de lodo, luego los de madera y, por último, el hombre de maíz. ¡Ah! Y también el gi-
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gante de piedra, aunque no aparezca en el Popol Vuh. —¡Perfecto! —dijo Celeste—. ¡Vayamos a prepararnos! Cristian e Ilse se reunieron en pareja, al igual que Marcos y Celeste, para organizarse con el papel que les tocaba representar en la obra. Me senté junto al fuego a imaginar cómo haría la huella en la piedra, y el tío Octavio se puso de pie frente a la entrada de la tienda de campaña y se preguntó cómo quedaría mejor la representación del gigante de piedra.
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Averigüé en Internet que, para los mayas, el dios del maíz era Yum Kaax. Después fui a buscar una piedra plana y saqué un leño quemado de la fogata. Entonces me quité el zapato y el calcetín, coloqué mi pie derecho sobre la piedra, marqué su contorno con el carbón del trozo de madera y lo rellené con este. Qué bien se veía la huella oscura impresa en la piedra. Cristian e Ilse, por su parte, decidieron combinar sus habilidades de baile y karate para representar a los seres de madera. Con un pañuelo en las manos re-
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presentarían a los pájaros que los atacarían hasta destruirlos. Celeste y Marcos se untaron la cara con lodo de la ribera del río y fueron a la tienda de campaña a traer el balón de futbol. El tío Octavio se amarró un pañuelo rojo en la cabeza, se sentó en la grama y se quedó quieto, como si llevara cientos de años allí. Ese gesto fue tomado como la señal para darle inicio a la obra.
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La representacion La fogata iluminaba a los actores. Primero pasaron Celeste y Marcos. Ellos comenzaron a caminar como si no tuvieran huesos y fueran a caerse, pero pronto se enderezaron y comenzaron a jugar pelota maya combinándose el balón con la cabeza, los hombros y los codos. Cuando ya habían intercambiado unos cuantos pases, una tormenta los atacó y nadaron con esfuerzo hasta que finalmente la corriente de un río los arrastró. Ese fue el final de los seres de lodo. Ahora era el turno de Ilse y Cristian, los seres de madera. Mientras Ilse hacía su rutina
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de karate y movimientos de robot —pero de un robot de madera; ¿se imaginan?—, Cristian bailaba breakdance fingiendo ser un bailarín de palo. Marcos, Celeste y yo reíamos sentados en la grama mientras los hombres de madera hacían toda clase de katas y de pasos de baile. Después vino el final para los seres de madera. Los pañuelos que llevaban atados con un nudo en las muñecas de las manos se volvieron pájaros o murciélagos que los atacaban por todas partes y les comían las orejas, los ojos y la nariz hasta que a los muñecos co-
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menzaron a quebrárseles las piernas y los brazos. Así fue el final de los seres de madera. Vino mi turno: tomé la piedra con la huella, la llevé al frente, la coloqué junto a la fogata y agradecí a los dioses por haberme convertido en un hombre de maíz. El tío Octavio dejó su posición de estatua, se levantó pesadamente y caminó despacio hasta la fogata, pero tropezó y cayó en la grama, luego de lo cual todos desatamos un alboroto e hicimos como si un temblor fuerte hubiera sacudido la tierra. Así terminó aquella obra.
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Cuando la representación terminó, le pregunté al tío Octavio: —Si los hombres fueron hechos de maíz, ¿por qué hay tantos niños que mueren de hambre en nuestro pueblo? El tío Octavio me explicó que cada familia en cada país tiene derecho a un buen nivel de vida, que incluya alimentación, vestido y vivienda digna, y a mejorar sus condiciones de existencia. En los países de Centroamérica, debido a las condiciones del clima, con frecuencia ocurren tormentas que provocan inundaciones y sequías que duran varios meses. Por eso las personas deben contar con una protección especial contra el hambre. Pero los niños y las niñas, especialmente, deben tener garantizadas una alimentación nutritiva y agua salubre. El tío Octavio también contó que durante el tiempo que llevaba de ser bombero le había
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tocado rescatar a niños muy pequeños, incluso de solo meses de vida, que vivían en lugares a los que debía irse a pie porque no había acceso por carretera. Le había tocado convencer a los padres de que permitieran al niño o la niña ir a un hospital a recibir atención médica y nutricional. También había buscado ayuda para las familias y, después de que los niños eran rescatados, los había llevado de regreso a su comunidad. Yo pensé que, si la gente de la comunidad se pusiera de acuerdo y se organizara, se impediría que los niños de Bopetepeque padecieran de desnutrición y de hambre. —Sería un buen comienzo tener agua potable y lavarse las manos antes de comer y después de ir al baño para prevenir la desnutrición aguda —concluyó el tío Octavio. Todos estaban atentos a lo que él explicaba, pero yo me quedé pensando que debía de
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existir una manera de que todos en la comunidad se unieran para acabar con la desnutrición de las niñas y los niños de Bopetepeque. Minutos después, las chicas se despidieron para ir a casa. El padre de Ilse llegó por ellas. Las niñas subieron al carro y prometieron volver muy temprano al día siguiente. Después apagamos la fogata y dejamos que el sonido de las chicharras y de las ranas llenara el campamento. En la tienda de campaña nos fuimos quedando dormidos todos mientras la noche le subía el volumen al canto de los grillos.
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El amanecer La claridad inundó el valle de Bopetepeque, y en el campamento todos aplaudimos la llegada del sol del 21 de diciembre. Aquel era un día muy importante porque ese día ocurría el segundo solsticio del año. Se le llama solsticio porque es uno de los dos momentos del año cuando cualquiera de los polos de nuestro planeta se encuentra más cerca del Sol, de manera que el astro rey se ve más alejado del ecuador (la línea imaginaria que divide el planeta en sus hemisferios norte y sur). Además, fue una fecha muy importante para las culturas prehispánicas.
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Todo apuntaba a que aquel sería el gran día de los descubrimientos para el grupo. Las chicas volvieron de madrugada, como prometieron. Y cuando el sol del 13 Baktún iluminaba la huella del gigante, les dije a todos que cada 21 de diciembre deberíamos recordarle al mundo entero que el ser humano había sido «creado de maíz, por lo que el alimento no tenía que faltarle a nadie en el pueblo».
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Yo quería que el 13 Baktún, ese día de renacimiento y renovación para los mayas, fuera también el día del nacimiento de algo muy bueno para todos, para el grupo y para Bopetepeque. Después de la salida del sol regresamos a la tienda de campaña y desayunamos cereal con leche, bananos y algunos trozos de chocolate que habíamos guardado de la noche anterior.
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A las ocho de la mañana partimos hacia la cantera de obsidiana. En su tiempo, este lugar fue una pujante fuente de comercio, es decir, de compra y venta de productos. La obsidiana es parte de la riqueza y de los recursos naturales de Bopetepeque, pues se trata de una roca no explotada que se encuentra todavía en la montaña, según nos dijo el tío Octavio, quien también nos recordó que con la obsidiana, roca volcánica de color negro, los pueblos prehispánicos fabricaban todo tipo de herramientas cortantes como cuchillos, puntas de lanza y otras. La obsidiana era una roca de mucho valor para los mayas. Por eso la enviaban a toda Centroamérica y a lugares tan lejanos como México, el Caribe y Sudamérica. La cantera se encontraba dentro del parque. Por ende, se me ocurrió que la obsidiana era
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un recurso que podía aprovecharse para realizar un proyecto que acabara con la desnutrición en Bopetepeque, sobre todo en sus caseríos más apartados. Si lográramos que las autoridades se interesaran en un proyecto relacionado con la obsidiana, la huella del gigante de piedra representaría un gran paso para el municipio. Le comenté la idea al tío Octavio, y este se ofreció a acompañarnos para hablar con el alcalde cuando tuviéramos un proyecto concreto.
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La cueva Mientras todo esto me daba vueltas en la cabeza, mis amigos y yo continuamos nuestro camino y recogimos algunas muestras de obsidiana dispersas por el sitio. Lo increíble estaba por sucedernos cuando decidimos dirigirnos a la cueva, que estaba aproximadamente a 300 metros de la cantera de obsidiana. Las cuevas fueron sitios sagrados para los mayas y ahora están siendo redescubiertas por los antropólogos y los arqueólogos. La abertura tenía como dos metros de alto por dos de ancho. Fui el primero en entrar. Luego
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entró el tío Octavio, seguido por los hermanos Celeste y Marcos. Ilse y Cristian se internaron a continuación. Fofó fue el último en entrar. Cuando habíamos recorrido unos 30 metros dentro de la cueva, Cristian vio en el suelo lo que parecía una huella igual de grande que la que habíamos visto en la ciénaga. Se veía atravesada por un hilo de agua que salía de la pared de la montaña. No faltó quien tomara fotos con el teléfono, pero de pronto alguien, por molestar, hizo un falso intento de correr. Todos nos sorprendimos, aunque al final terminamos riendo. En realidad, lo que sentíamos no era tanto miedo como curiosidad. Seguimos caminando. De repente, Fofó se metió en un agujero en una de las paredes de la cueva, cubierto por rocas. Pero el perro no regresaba. Parecía que se lo hubieran tragado las rocas.
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Segundos después nos alegró escuchar a Fofó llamándonos del otro lado con sus ladridos, así que comenzamos a quitar las rocas. Poco a poco fue apareciendo una ampliación de la cueva. Fofó estaba feliz de vernos de nuevo y nosotros de haberlo rescatado, pero ahora estábamos sorprendidos y atentos a esta parte de la cueva que, con toda seguridad, no había sido visitada por persona alguna desde hacía cientos o incluso miles de años. El espacio era como una habitación de unos cinco metros de ancho por tres de profundidad. Al fondo pudimos divisar dos rocas enormes, semejantes a estelas mayas u olmecas. Pero en estas había algo diferente. Parecían ser de una época y una cultura todavía anteriores. Cuando nos acercamos a ellas notamos que se trataba de dos planchas de piedra enormes con forma de pies humanos. De pies humanos gi-
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gantes. A primera vista, su tamaño era semejante al de la huella del gigante a la orilla del río. Todos estábamos asombrados. Fofó daba vueltas alrededor de unas piedras planas talladas con pequeños agujeros del tamaño de canicas. El tío Octavio nos dijo que esos agujeros eran estrellas y que la plancha no era otra cosa que un mapa estelar. —¡Un mapa estelar! —dijimos todos a una sola voz y a un solo asombro que no cabía en aquella diminuta caverna. Ya nadie sentía temor aunque estuviéramos en la penumbra del interior de una gruta, con apenas un poco de luz colándose por la entrada. —Pero ¿por qué están aquí? —preguntó mi hermana—. ¿Por qué los pies aquí y una huella allá, a la orilla del río?
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Nadie supo responder, aunque el tío Octavio rápidamente conjeturó que aquella cueva no era el lugar original de las originales estelas con forma de pie humano. —Con toda seguridad —dijo—, estas piedras estuvieron cerca de las huellas que siempre vimos, donde permanecieron por cientos o hasta miles de años, hasta que se las retiró y ocultó en este rincón de la cueva. Aquel hallazgo era el sueño de cualquier arqueólogo. Estábamos literalmente a unos pasos de dar con la respuesta al porqué de la existencia de las huellas. —¿Quién habrá plasmado las huellas? —preguntó Marcos. —Quizá la pregunta más importante no sea quién, sino para qué —se apresuró a decir el tío Octavio.
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—Lo que me llama la atención —intervine— es que una huella esté allá, cerca del río, mientras que la otra está aquí, dentro de la gruta. —Una a la intemperie y la otra al resguardo de la caverna —agregó Celeste. —¡Sí! —dijo Ilse—. ¡Eso es! Todos la vimos con sorpresa.
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—Una está expuesta a la luz del día mientras la otra está a oscuras. ¿Qué tal si la huella del río es una representación del Sol, y la de la cueva, de la Luna? —terminó de decir mi hermana, quien así planteó una hipótesis que a todos, hasta al tío Octavio, nos dejó boquiabiertos. —Tiene sentido —dije—. Seguro que, para nuestros antepasados, el Sol y la Luna eran unos verdaderos gigantes. —La Luna y el Sol, los gigantes de Bopetepeque —dijo Celeste. Ahora todo cobraba sentido: las leyendas del gigante y la existencia de las huellas. —¿Y si las huellas fueron construidas para un gran acontecimiento como el 13 Baktún? —preguntó Cristian. Todos asentimos con la cabeza. La emoción nos desbordaba, no solo porque habíamos descu-
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bierto la probable razón de ser de la leyenda, sino porque aquel campamento nos dejaba una experiencia que no olvidaríamos jamás. Decidimos volver al campamento, recoger la carpa y regresar a casa. Todos estábamos contentos. Pero seguro que el más contento era yo. Camino a casa, mientras veía las muestras de obsidiana recolectadas y revivía en mi mente las experiencias vividas, finalmente concebí un proyecto que podría ayudar a contrarrestar el hambre y la desnutrición en Bopetepeque.
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El proyecto El lunes, en el despacho municipal, el alcalde de Bopetepeque nos preguntó: —¿Qué es lo que hay que construir con obsidiana? —La dignidad del pueblo, señor alcalde —le respondí. Los que acampamos aquella noche estábamos seguros de lo que pedíamos. El alcalde se ruborizó al ver cómo los niños de Bopetepeque estaban dando una lección de ciudadanía. Tuve la oportunidad de explicarle al alcalde los detalles del proyecto. Le explicamos lo que
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habíamos descubierto y cómo el turismo vendría para admirar los pies del gigante, que pronto estarían de regreso en el lugar que habrían ocupado hacía miles de años. También le expusimos una idea para lograr que la gente se interesara en fabricar artesanías de obsidiana y venderlas. Con esos ingresos haríamos crecer un proyecto para que no faltaran alimentos en los lugares apartados del municipio. Cada habitante del pueblo tendría la oportunidad de ser parte de esta gran obra colocando un altar de la dignidad en su casa, con el cual tendrían siempre presente el objetivo del proyecto: formar con los ingresos un banco de alimentos gracias al cual se contribuiría a impedir que los niños y las niñas de Bopetepeque padecieran hambre.
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El alcalde estuvo de acuerdo con la idea del grupo, de manera que ofreció ayuda y agregó: —Instalaremos un taller para artesanos que quieran fabricar objetos decorativos de obsidiana y habilitaremos un lugar especial en el parque central para erigir nuestro altar de la dignidad. Además, implementaremos un plan de atención para casos de desnutrición en el que todos participaremos. Esto incluiría apoyar a los bomberos con donaciones de ambulancias, dinero y otros recursos necesarios para su importante labor. ¡Ah! Y por supuesto que ahora contaremos con un nuevo sitio arqueológico con las estelas encontradas, de modo que también construiremos un museo al aire libre con esa cantera de obsidiana. Porque fue un recurso valioso para nuestros antepasados, como lo será para nosotros ahora también.
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Así comenzó para Bopetepeque la nueva era tras el 13 Baktún: con un compromiso de solidaridad con todos los habitantes del municipio, sobre todo con los niños y las niñas de escasos recursos. Hasta el día de hoy, el proyecto, fundado con el nombre de Huella del Gigante, permanece muy activo. Las artesanías de obsidiana resultaron ser una industria próspera, pues son muy
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apreciadas y cotizadas dentro y fuera del país. Pero lo mejor de todo es que al día de hoy, en Bopetepeque, ningún niño y ninguna niña padecen hambre, desnutrición ni enfermedad alguna relacionada con la falta de alimento. Más adelante se logró exportar las artesanías. La actividad estuvo a cargo del tío Octavio. Los productos fueron enviados a los bopetepecanos que viven en el extranjero, quienes se entusiasmaron con participar en este gran proyecto liderado por niños y niñas. El alcalde declaró el sitio parque municipal. El sitio arqueológico atrae a muchos turistas a Bopetepeque hasta el día de hoy. Solo se permite extraer rocas de la cantera de obsidiana para los fines del proyecto Huella del Gigante, que se convirtió en uno exitoso, que muchos pueblos e incluso otras naciones han buscado replicar.
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¿Quiénes erigieron aquellos pies gigantes que encontramos en la cueva? ¿Quiénes estamparon las huellas? ¿De dónde vinieron? ¿Adónde se fueron? Los arqueólogos trabajan día y noche para responder estas preguntas. Y yo, como es de esperar, desconozco las respuestas. No obstante, cada vez que veo la huella a la orilla del río y me pregunto qué hacía un gigante en esta tierra de personas pequeñas, me es inevitable pensar que a lo mejor alguien quiso dejarnos un mensaje. Creo que alguien de otra época quiso decirnos que cada uno de nosotros tiene algo de gigante. Porque los bopetecanos seguro lo tenemos. Y no me refiero a la extraña huella en la ciénaga, no. Me refiero a esas tres cosas que verdaderamente te hacen gigante: la curiosidad, el corazón y los sueños. Fin
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ร ndice La leyenda
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El sitio
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La expediciรณn
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El avistamiento
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Las llamadas
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La noche
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La representaciรณn
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El amanecer
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La cueva
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El proyecto
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Otros títulos Bostezaurio - Antonio González Las aventuras de Brócole - Ana Pérez Zaldívar Enrique el dibujante - Yasmin Sosa
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En este libro podrás aprender sobre:
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•
Civilizaciones prehispánicas
•
Resolución de conflictos
•
Trabajo en equipo
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Inteligencias múltiples
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Análisis comparativo
•
Identidades
•
Convivencia intercultural
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Emilio Solano
Un gigante subterráneo que puede revelar mucha información desconocida de una cultura prehispánica se encuentra por algún lugar del sitio arqueológico que visita un grupo de estudiantes con su maestra de historia. Cuatro intrépidos amigos te llevarán en su jornada a descubrir los secretos de las civilizaciones prehispánicas y te harán vivir una experiencia en la que la diversidad y las diferencias son sus verdaderos aliados. Con ellos aprenderás que poseemos más de una habilidad y que todo es cuestión de desarrollarlas. ¡Únete a ellos!
la huella del gigante
Esta colección de libros fue creada en La factoría de historias. Se trata de un esfuerzo colectivo de imaginación. Cada historia fue evolucionando hasta tomar su forma final en una discusión abierta entre los escritores y los ilustradores que participaron activamente y enriquecieron con sus visiones y su experiencia este proyecto.
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Emilio Solano Ilustraciones de Estuardo Flores
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