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Compás de espera
Compás de espera
Lo más irritante de los suicidas de nuestro edificio es que nunca terminan de saltar. Suben, se instalan y allí se quedan, quietos como pasmarotes. Permanecen estáticos como gárgolas a lo largo del friso de la fachada. Llegan planeando, se posan alineados sobre la cornisa y ya no se mueven. Ni siquiera pestañean, aunque de vez en cuando te miran de reojo y se pasan el día gorjeando como palomos. Y que ni se te ocurra comentarles algo porque te atraviesan con la mirada, como diciéndote que quién te crees tú para decirles cuando tienen que saltar.
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José Manuel Dorrego Sáenz Madrid