Compás de espera Lo más irritante de los suicidas de nuestro edificio es que nunca terminan de saltar. Suben, se instalan y allí se quedan, quietos como pasmarotes. Permanecen estáticos como gárgolas a lo largo del friso de la fachada. Llegan planeando, se posan alineados sobre la cornisa y ya no se mueven. Ni siquiera pestañean, aunque de vez en cuando te miran de reojo y se pasan el día gorjeando como palomos. Y que ni se te ocurra comentarles algo porque te atraviesan con la mirada, como diciéndote que quién te crees tú para decirles cuando tienen que saltar.
José Manuel Dorrego Sáenz Madrid 77