Ahora entiendo el evangelio, por Antonio González

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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO



Antonio Gonzรกlez

Ahora entiendo el evangelio

Ediciones Biblioteca Menno


Ediciones Biblioteca Menno Publicaciones de AMyHCE www.menonitas.org © 2019 Antonio González ISBN: 9781079923513


Contenido Introducción.....................................................................................7 1. El misterio del evangelio ....................................................... 11 2. Las buenas noticias de Isaías................................................ 17 3. El evangelio del reino ..............................................................23 4. El evangelio de Pablo.............................................................. 31 5. Por nuestros pecados ............................................................. 37 6. Principio del evangelio ........................................................... 43 7. La palabra de la cruz .............................................................. 53 8. El evangelio de vuestra salvación ........................................ 59 9. El testimonio de la resurrección .......................................... 65 10. El evangelio del Mesías........................................................ 71 11. El evangelio de nuestro Señor Jesús ................................. 77 12. Evangelio por el Espíritu Santo.......................................... 85 13. La revelación de la justicia de Dios .................................. 91 14. Por fe y para fe ...................................................................... 99 15. La fe del evangelio .............................................................. 105 16. Recibir el evangelio ............................................................. 111 17. Ungidos para evangelizar .................................................. 117 18. El poder del evangelio ........................................................ 123 19. El evangelio de la gracia de Dios ..................................... 131 20. El evangelio de la paz ......................................................... 137 21. Los pobres son evangelizados .......................................... 145 22. El evangelio de Dios............................................................ 151 23. El evangelio eterno.............................................................. 157 24. ¡Ay de mí si no evangelizo!................................................ 163



Introducción Este pequeño libro quiere tratar de ayudarnos a entender qué es lo que decimos cuando hablamos del “evangelio”, de manera que nuestro uso del término refleje la riqueza del testimonio bíblico. El texto tiene su origen en un encargo de las iglesias anabautistas de España al Centro Teológico Koinonía (CTK, www.ceteka.org) para elaborar una plan de formación cristiana. Aunque este texto no se identifica con ese plan de formación, quiere sin embargo contribuir al mismo, al menos en la forma de una lectura complementaria. No obstante, el texto está pensado para cualquier creyente que, en cualquier etapa de su caminar cristiano, quiera pensar qué es eso que llamamos “evangelio”. Originalmente, este texto se publicó en forma de entregas periódicas, capítulo por capítulo, en la revista El Mensajero, que editaba Dionisio Byler como parte de su servicio a las iglesias. Sin su paciencia, cuidado e insistencia este pequeño libro no habría llegado a su feliz conclusión. Con todo, el texto ha sido revisado después de su aparición periódica en El Mensajero, con el objetivo de darle la forma definitiva que el lector tiene ahora en sus manos. El origen de este libro en el contexto de las iglesias anabautistas de España no obsta para que su contenido posiblemente sea de utilidad a muchos tipos distintos de iglesias, también en latitudes distintas de la nuestra. Y es


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que el texto se centra en el testimonio bíblico, y parte de su autoridad. Sin embargo, el lector no encontrará en estas páginas una repetición de las doctrinas que aprendió sobre el evangelio, y que ya está acostumbrado a escuchar. De hecho, la pretensión “evangélica” consiste precisamente en una vuelta constante a los orígenes mismos de las buenas noticias, más allá de las tradiciones humanas, de las doctrinas teológicas, y de la inercia del pensamiento. De ahí que estas páginas quieran confrontar a los lectores con el texto mismo de la Escritura, para desde ahí definir con rigor en qué consisten las buenas noticias. Nada más recomendable entonces que acompañar la lectura de este libro con el texto mismo de las Escrituras, para poder así evaluar si aquello que aquí se enseña logra el objetivo de explicar, siempre de una forma humana y limitada, la riqueza de la revelación bíblica. No otra cosa es lo que sabiamente hicieron los judíos de Berea cuando escucharon por vez primera el anuncio del evangelio (Hch 17:10-12). Este texto está estructurado en forma de veinticuatro capítulos, los cuales toman su punto de partida de alguna expresión bíblica relativa al evangelio. El libro se puede utilizar tanto para la lectura personal como para el trabajo en grupo. Para las dos modalidades de lectura, al final de cada capítulo se añaden unas preguntas de reflexión, e incluso alguna tarea, que pueden ayudar a retener y a profundizar en el contenido de lo que se ha leído. Hablar de “evangelio” es hablar necesariamente de “evangelización”. Este texto quiere ser una ayuda, no para la presentación práctica de las buenas noticias, pero sí para tener un buen trasfondo y una solidez bíblica cuando


INTRODUCCIÓN

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hablemos de ellas a las personas que amamos, y para quienes deseamos lo mejor de la vida: el encuentro personal con Jesús más allá de toda religión y de todo misticismo autocentrado. De lo que se trata, en definitiva, es de conocer a Jesús el Mesías, cuyo reinado, ya en marcha, es la clave de toda la historia humana, y el sentido profundo de nuestra biografía. Hoyo de Manzanares 16-6-2019



1. El misterio del evangelio

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a palabra “evangelio” o “evangélico” está continuamente en boca de los cristianos. Sin embargo, no siempre el uso de la palabra refleja el sentido originario de la misma. En realidad, para muchos ni siquiera está claro lo que quieren decir cuando hablan de “evangelio”. En la práctica, la palabra se usa en sentidos muy diversos.

1. Los usos del evangelio Entre los católicos, es frecuente usar la palabra “evangélico” para referirse a los “consejos evangélicos”. Los consejos no serían mandamientos, sino recomendaciones de Jesús para un estilo de vida más radical, que sería el que comúnmente siguen los monjes y las monjas. Entre los protestantes, “evangélico” puede significar simplemente “no católico”, aunque en ocasiones se utiliza para denominar a los protestantes que no son ni liberales, ni fundamentalistas. En general, “evangélico” vendría a significar para muchos algo así como “cristiano conservador” o “cristiano que se toma en serio la Biblia”. De esta manera, el significado concreto de la palabra “evangelio” no queda muy claro. Para muchos cristianos, el evangelio es el nombre que se da a los libros con los que comienza el Nuevo Testamento o Nuevo Pacto: evangelio de Mateo, de Marcos, de Lucas, y de Juan. El evangelio serían esos libros, o lo que se narra en ellos. Desde este punto de vista, habría cuatro evangelios.


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Otros entenderían que el evangelio son una serie de valores. Sería el evangelio entendido como una moral. El evangelio tendría que ver con una manera especialmente radical de ser bueno, de amar a los demás, preocuparse por los pobres, etc. Tal vez el evangelio insistiría en valores tales como la sencillez de vida, el perdón, etc. Pero no estaría claro cuáles son los valores que se contienen en el evangelio. Casi se podría decir que la reforma protestante comenzó con una nueva comprensión del evangelio. Para Lutero, el evangelio no es simplemente un modelo o un paradigma de cómo nos debemos portar. El evangelio traduce la palabra griega euaggelion. Y esta palabra significa “buena noticia”. Si simplemente nos estuviera diciendo cómo nos tenemos que portar, y además nos estuvieran diciendo que lo que Dios espera es un comportamiento más exigente que el que se expone en la Ley de Moisés, el evangelio no sería buena noticia, sino más bien una mala noticia. Lutero, y todos los reformadores, descubrieron que el evangelio tendría que ver esencialmente con la gracia de Dios. Sin embargo, esto no nos aclara todavía qué es el evangelio. Entre los protestantes, y especialmente entre los “evangélicos”, se ha hecho común la identificación del evangelio con las llamadas “cuatro leyes espirituales”. Estas leyes espirituales nos dirían que Dios ama al mundo, que el ser humano está separado de Dios por el pecado, que Cristo ha muerto por nuestros pecados, y que finalmente podemos reconciliarnos con Dios si aceptamos el sacrificio hecho por Cristo. Como veremos, el evangelio puede tener algo que ver con estas ideas. Pero en ningún caso el cristianismo


1. EL MISTERIO DEL EVANGELIO

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primitivo entendió que esto fuera el evangelio. Entonces, ¿qué es el evangelio?

2. El misterio del evangelio En la carta a los Efesios encontramos la expresión “el misterio del evangelio” (Ef 6:19). Esta expresión no quiere decir, en principio, que el evangelio sea algo imposible de conocer. En el lenguaje bíblico, el “misterio” designa más bien el plan eterno de Dios, que en un determinado momento de la historia se da a conocer. Pablo dice, por ejemplo: “… pude fortaleceros según mi evangelio y la proclamación del Mesías Jesús de acuerdo a la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos” (Ro 16:25).

Desde este punto de vista, el misterio no es incompatible con su comprensión, porque se trata de un misterio que Dios ha revelado en los tiempos finales. Es posible tratar de entender qué significa el evangelio, no porque nosotros seamos muy inteligentes, sino porque Dios ha dado a conocer sus planes por medio de Jesús, el Mesías. El que estemos ante una revelación de Dios significa que no estamos ante una sabiduría usual, como la que podemos encontrar en los medios de comunicación, y que es la propia de los poderes de este mundo, opuestos a Jesús, y responsables de su crucifixión: “… hablamos de la sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta que, desde antes de los siglos, Dios predestinó para nuestra gloria; la sabiduría que ninguno de los gobernantes de esta era ha entendido, porque si la


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO hubieran entendido no hubieran crucificado al Señor de la gloria” (1 Co 2:7-8).

El evangelio tiene que entenderse en términos espirituales, en el sentido de que es el Espíritu Santo el que nos convence de nuestra necesidad de Dios, y el que nos sumerge en el misterio del evangelio: “… cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han entrado al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló por medio del Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña, hasta las profundidades de Dios” (1 Co 2:9-10).

El intento de entender el evangelio no es una tarea imposible, porque Dios ha dado a conocer su plan. Tampoco es una tarea que excluya el uso de nuestra inteligencia. Dios se ha revelado en una manera que nosotros la podemos entender, porque de lo contrario no sería una verdadera revelación. Que Dios se revele significa que Dios se hace accesible y comprensible para nosotros. El misterio del evangelio es el misterio de que el Dios inaccesible se haya dado a conocer, y lo haya hecho por amor a nosotros. Esto es lo que hemos de ir viendo en los siguientes capítulos.

3. Para la reflexión Pon algunos ejemplos de “buenas noticias” que desearías recibir. ¿Qué te hace llamarlas “buenas noticias”? • Haz una lista de los significados que usualmente se

dan en tu contexto a la palabra “evangelio”. • ¿Cuál sería la forma usual en la que has entendido el

evangelio? ¿La puedes resumir en unas pocas frases?


1. EL MISTERIO DEL EVANGELIO

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• ¿Qué base bíblica tiene esa comprensión del evangelio?

¿Dónde se habla del evangelio de esa manera en la Escritura?



2. Las buenas noticias de Isaías

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omo hemos dicho, la palabra griega euaggelion, de donde viene nuestro término “evangelio”, significa “buena noticia” o “buen mensaje”. En el libro de Isaías, en lo que se puede considerar como su segunda parte, nos encontramos con un hermoso pasaje en el que se nos describe la llegada de un mensajero que anuncia al pueblo las buenas noticias.

1. El mensajero por los montes La primera parte del libro de Isaías se refiere a la época trágica en la que el reino de Israel, en el Norte, fue destruido por los asirios, y el reino de Judá, en el sur, fue también gravemente amenazado por ese imperio. Es la época en la que vivió el profeta. La segunda parte del libro de Isaías, a partir del capítulo 40, es muy distinta. Se la suele llamar el “Libro de la consolación de Israel”, a veces se la atribuye a un autor distinto (“Deuteroisaías”), y se refiere a una etapa muy posterior, y muy diferente. Ya ha tenido lugar no solo la destrucción del reino de Israel a manos de los asirios, sino también la destrucción del reino de Judá por otro imperio: Babilonia. Los babilonios, tras saquear Jerusalén y derribar su templo, se han llevado a miles de cautivos. Ahora bien, el imperio babilonio fue a su vez superado por el nuevo imperio naciente: los persas. En esa situación, el pueblo judío pudo concebir nuevas esperanzas. El “Libro


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de la consolación de Israel” anuncia el fin del imperio babilonio. El exilio se acerca a su fin. En el capítulo 52, donde se encuentra el pasaje sobre las “buenas noticias”, el profeta proclama la restauración de Sión (que es el nombre poético para Jerusalén) y la liberación gratuita de los cautivos. Y entonces nos dice: “Qué hermosos son sobre los montes los pies del que trae buenas nuevas, del que anuncia la paz, del que trae las buenas nuevas de gozo, del que anuncia la salvación, y dice a Sión: ‘Tu Dios reina’” (Is 52:7).

En el texto hebreo hay un verbo (bsr) que significa “traer buenas noticias”, y que fue traducido muy pronto al griego como “evangelizar” (euaggelizo). Por dos veces se habla aquí de evangelizar. Veamos de manera más detallada algunos aspectos de este texto que son importantes para entender el evangelio: 1) Ante todo, el evangelio, las buenas noticias, consisten en un anuncio público, “sobre los montes”. Estamos ante la tarea de un heraldo o mensajero que públicamente proclama las noticias, para que todos las puedan oír. En el versículo siguiente (52:8) se habla de los centinelas de la ciudad que reciben las buenas noticias gritando de alegría. 2) En segundo lugar, lo que proclama el mensajero no es un sistema de valores, o unos imperativos morales. No se trata de moral, sino de unas buenas noticias. La moral habla de lo que las personas tienen que hacer. Nadie da gritos de alegría por que le digan lo que tiene que hacer. En cambio, las buenas noticias sorprenden, y causan alegría, porque no hablan de lo que uno tiene que hacer, sino de lo que alguien ha hecho, o está a punto de hacer. 3) En tercer lugar, eso que se va a hacer tiene que ver con la idea de salvación. La salvación no se refiere, en este


2. LAS BUENAS NOTICIAS DE ISAÍAS

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caso, a ir al cielo. En el Antiguo Testamento, o Antiguo Pacto, la salvación se suele referir a algún tipo de liberación concreta, como puede ser la liberación de los enemigos (1 S 9.16; 1 S 10:27). En este caso, las buenas noticias hablan del final del exilio y de la opresión. 4) El evangelio no solo tiene que ver con salvación. Lo que se anuncia también es la paz. El evangelio es evangelio de la paz (Ef 6:5). Las buenas noticias parecen incluir una referencia concreta a la paz. Tras una época de guerras, de opresiones y desastres, el evangelio proclama la inminencia de la paz. 5) Ciertamente, lo que el heraldo viene anunciando son buenas noticias de salvación y de paz. Sin embargo, cuando el mensajero habla, lo que literalmente dice es solamente una breve frase: “tu Dios reina”. Esas son exactamente las palabras que pronuncia el mensajero. Esto nos pone ante un aspecto que normalmente se suele pasar por alto respecto del evangelio. Y es que el evangelio habla directamente del reinado de Dios. Lo que las buenas noticias anuncian, en el caso de Isaías, es que Dios mismo viene a reinar. Y eso es una buena noticia.

2. Tu Dios reina ¿Por qué es una buena noticia que Dios venga a reinar? Para entender esto hay que repasar el modo en que Israel había experimentado su historia. Desde el punto de vista de la historia bíblica, Israel se había constituido, en virtud de la liberación de Egipto, sucedida muchos siglos antes, como un pueblo gobernado por Dios. En el libro de Éxodo se nos dice que cuando Moisés y María entonaron sus cantos de victoria, tras ver la derrota del ejército del faraón,


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Moisés terminó proclamando: “el Señor reinará eternamente y para siempre” (Ex 15:18). Obviamente, también entonces se trataba de una “buena noticia”. Era la buena noticia de la liberación del yugo de la esclavitud. El pueblo ya no estaba gobernado por el faraón, sino que pasaba, al otro lado del Mar de los Juncos, a ser gobernado directamente por Dios. Moisés no se convirtió en el rey de Israel. Fue Dios mismo el que se convirtió en el nuevo rey (Núm 23:21). Esto es justamente lo que expresa la Torah o Ley de Israel. Dios se convierte en el legislador, que hace un pacto con sus súbditos, y ese pacto se concreta en el cumplimiento de una ley, la “instrucción” (eso significa Torah) con la que Dios bendice a su pueblo. Que Dios gobernara a su pueblo era algo bueno. Y era algo bueno porque la Torah, regalo de Dios a su pueblo, estaba diseñada precisamente para que el pueblo viviera en paz y en justicia. Muchas medidas de la ley de Israel se dirigían precisamente a evitar que, en el pueblo de Dios, se repitieran las injusticias que se habían experimentado bajo la soberanía del rey de Egipto. De ahí, por ejemplo, las medidas relativas al trato de los esclavos y su liberación periódica. O las medidas sobre el regreso periódico de cada familia a sus tierras ancestrales (Lv 25:10; Dt 15:12-15; 23:15). La imagen de Dios como rey implicaba el pueblo de Dios sería básicamente un pueblo de hermanos, entre los que no habría relaciones de opresión. Se trata de un modo de pensar propio de Israel: si Dios es rey, no habrá mucho lugar para otros reyes. Si Dios es amo, no habrá mucho lugar para otros amos. O incluso lo siguiente: si Dios es el Guerrero, el “Señor de los Ejércitos” que nos ha sacado de Egipto, esto significa que él pelea las batallas de su pueblo


2. LAS BUENAS NOTICIAS DE ISAÍAS

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(Ex 14:14), y que no se necesita de mucho ejército (Dt 17:16). De hecho, la liberación de Egipto sucedió de esa manera: el pueblo no tuvo que disparar una sola flecha ni lanzar una sola jabalina para conseguir la libertad. Muchas veces, a lo largo de su historia, el pueblo de Dios se hará esa misma reflexión: si Dios pelea por nosotros, la fe nos lleva entonces a reducir el ejército, y a confiar en Dios (Jue 7:125). Esto es importante tenerlo en cuenta cuando se habla del Dios “violento” del Antiguo Pacto. Ciertamente, Dios aparece luchando por la libertad de su pueblo. Pero precisamente eso es lo que conduce a que el pueblo reduzca el ejército, para fiarse de Dios, y no de sus propias fuerzas. A diferencia de lo que sucede en los mitos, el Dios guerrero no legitima la violencia, sino que más bien la cuestiona y la limita. En general, en los mitos, cuando la divinidad presenta determinadas características, esto sirve para legitimar por qué esas características se dan en la tierra. Así, por ejemplo, si en el mito el Dios aparece como rey, eso legitima a los reyes que hay en la tierra. Si los dioses forman un panteón, esto legitima a la corte real, que refleja la estructura de ese panteón. Si Dios es un amo en el cielo, eso legitima la existencia de la esclavitud en la tierra. En Israel sucede todo lo contrario. Si a Dios se lo imagina como rey de su pueblo, eso excluye que su pueblo tenga otros reyes. Esto es lo que sucede en el libro de los Jueces: se rechaza la introducción de la monarquía porque se entiende que Dios es rey (1 S 8; 1 S 12). Dicho en otros términos: el reinado de Dios es exclusivo. Por cierto, esto es


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justamente lo que significan los “celos” de Dios (Ex 34:14; etc.). Dios no admite otros señores. El reinado de Dios es un reinado en el que no hay más que un Señor, que es Dios mismo.

3. Preguntas para la reflexión • ¿Piensas que el evangelio es algo público o privado?

¿Por qué? • Cuando te han presentado el evangelio, ¿te han

hablado del reinado de Dios? • ¿Qué significaría anunciar el evangelio en público en

tu caso concreto? • ¿Qué tiene que ver el evangelio con la paz? ¿Por qué? • ¿Qué tiene que ver el evangelio con el reinado de Dios? • ¿Por qué el reinado de Dios es una buena noticia?


3. El evangelio del reino

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l reinado de Dios no es, en la Biblia, un lugar celestial, sino el hecho de que Dios reina. Por eso, cuando los pies de mensajero aparecen por los montes proclamando que Dios viene a reinar, estamos ante una “buena noticia”. Dios vuelve para reinar. Y eso significa que Dios va a volver a cuidar de su pueblo. Que se disfrutará de paz. Que no se experimentarán de nuevo todas las injusticias sociales que se experimentaron antes de la caída de los reinos de Israel y de Judá. Que el pueblo no va a seguir a otros señores, ni terrenales ni celestiales, porque solamente Dios va a ser rey. ¡De nuevo va a haber justicia! ¡Es la buena noticia de que Dios reina!

1. La crisis del reino Lo que había sucedido en la historia de Israel era lo siguiente. Después del período de los jueces, en Israel se había introducido la monarquía. El pueblo, estructurado en tribus, pasó a estructurarse de una manera estatal. Quiso ser igual que las demás naciones. Y el profeta Samuel les advirtió, en nombre de Dios, lo que eso significaría. El rey iba a acumular tierras, iba a exigir impuestos, iba a formar una corte, iba a tener un ejército permanente. Se terminaba la igualdad. Venía la injusticia social, semejante a la experimentada en Egipto (1 S 8). De hecho, tanto los libros de Samuel y Reyes, como la mayoría de los profetas, evaluaron de modo muy parecido


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la introducción de la monarquía. Desde su punto de vista, los reyes de Israel y de Judá habían sido los responsables principales de la introducción de la idolatría y de la injusticia social. Se trataba, ahora lo podemos entender, de dos caras de la misma moneda. En lugar del reinado exclusivo de Dios, el estado de Israel introduce otro señor. Y con ese otro señorío viene la injusticia social. Pues bien, desde la perspectiva de los libros de Samuel y Reyes, y desde el punto de vista de los profetas, si los dos estados (Israel y Judá) habían fracasado, habría sido precisamente porque prefirieron fiarse de los reyes, en lugar de fiarse de Dios. Dios habría retirado su protección, y los dos reinos habrían sido fácilmente conquistados por los imperios vecinos. Tras las duras experiencias históricas, tras las derrotas, la nueva cautividad y el exilio, vienen sin embargo las buenas noticias que anuncia el “Libro de la consolación”. Esa parte del libro de Isaías comienza diciendo precisamente que la traición de Israel ya ha sido perdonada, y que se inician unos tiempos nuevos: “Consolad, consolad a mi pueblo –dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén y decidle a voces que su lucha ha terminado, que su iniquidad ha sido quitada, que ha recibido de la mano del Señor el doble por todos sus pecados. Una voz clama: Preparad en el desierto camino al Señor; allanad en la soledad calzada para nuestro Dios” (Is 40:1-3).

Dios volvía para reinar. Sin embargo, tal vez estas palabras nos suenan, porque son las mismas que pronunciaba Juan el Bautista en el tiempo de Jesús (Lc 3:4-6). Entonces nos podemos preguntar qué había pasado. ¿Por qué Juan el


3. EL EVANGELIO DEL REINO

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bautista seguía diciendo lo mismo que Isaías? ¿No llegó el reinado de Dios al final del exilio? En realidad, podríamos decir que las esperanzas en una llegada inmediata del reinado de Dios se habían frustrado en gran medida. Después del exilio, bajo el dominio de los persas, que sustituyeron a los babilonios, y en los períodos posteriores de la historia de Israel, no se percibía que Dios fuera verdaderamente el rey de su pueblo. Es verdad que se reconstruyó el templo de Jerusalén, y que se volvieron a levantar las murallas de Jerusalén. Pero los diversos imperios siguieron ejerciendo el dominio sobre el pueblo de Israel. Es cierto que hubo incluso un período de independencia política, bajo los hasmoneos, sucesores de los macabeos. Pero bajo ninguno de los distintos regímenes políticos el pueblo judío experimentó la realización plena de sus esperanzas. La desigualdad, la injusticia social, el enriquecimiento de unos y el empobrecimiento de otros, siguieron siendo la norma. No se inauguró una nueva era de paz ni de abundancia. Ante esa situación, algunos siguieron esperando pacientemente la llegada del reinado de Dios. Otros esperaban, no un reinado directo de Dios, sino un reinado un rey ungido (Mesías), descendiente de David, que volvería a introducir la vieja dinastía de la casa de Judá. Otros más bien pensaban en un gobierno de los sacerdotes, pues en definitiva los macabeos y hasmoneos habían sido de estirpe sacerdotal. Y en esa situación es en la que aparecen Juan el Bautista y Jesús de Nazaret.


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2. Jesús anuncia el evangelio Lo que nos dicen los libros llamados “evangelios”, que forman la primera parte del Nuevo Pacto, es que Jesús comenzó su actividad pública proclamando el evangelio. Jesús, cuando tenía unos treinta años, fue bautizado por Juan en el Jordán. Después experimento las tentaciones en el desierto, tras las cuales comenzó su propia actividad. El evangelio de Marcos nos dice lo siguiente: “Después que Juan había sido encarcelado, Jesús vino a Galilea proclamando el evangelio de Dios, y diciendo: El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio” (Mc 1:14-15).

Es algo semejante a lo que nos dicen los otros evangelios. Jesús inicia su actividad pública anunciando el reinado de Dios (Mt 4:23; Lc 4:43). Claro está que no se trata solamente del comienzo de su vida pública. Durante el resto de su vida, Jesús permaneció anunciando el “evangelio del reino” o “buenas nuevas del reino” (Mt 9:35; Lc 8:1). Al final de su ministerio, Jesús también predijo que el “evangelio del reino” se proclamaría por todo el mundo, hasta el fin de la era presente (Mt 24:14). De hecho, es lo que encontramos en el libro de los Hechos de los apóstoles, donde precisamente se nos dice que los cristianos primitivos seguían “evangelizando sobre el reino” (Hch 8:12, etc). Hoy en día hay un acuerdo unánime en que el centro de la predicación de Jesús fue el reinado de Dios. Sus parábolas se presentan directamente como parábolas sobre el reinado de Dios. Y sin duda la predicación de Jesús fueron buenas noticias, fue “evangelio”. Jesús conectó directamente con la idea del reinado de Dios que había en el pueblo judío, y que encontramos en el Antiguo Pacto.


3. EL EVANGELIO DEL REINO

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Obviamente, el “evangelio del reino” alude a las buenas noticias de Isaías, que nos decían exactamente lo mismo que decía Jesús: Dios reina, Dios se acerca para reinar. De hecho, la palabra “evangelio” (euaggelion), en el mundo griego, no era una palabra “religiosa”. La expresión se usaba en el lenguaje secular. Por ejemplo, el rey de una región llegaba para visitar una ciudad. Entonces, los heraldos del rey iban por delante anunciando la venida del rey. La ciudad se debía preparar para recibirle. A ese anuncio, en el mundo griego de la época, se le llamaba justamente “evangelio”. Y esto es lo que anunciaba Jesús: el “evangelio del reino”. Esta expresión equivale, como vimos en el texto de Marcos, a la de “evangelio de Dios”. Evangelio del reino es lo mismo que evangelio de Dios porque en ambos casos se nos está dando la buena noticia de que Dios viene para reinar. A veces en el evangelio de Mateo podemos encontrar una expresión que puede confundir un poco a los lectores actuales: el “reino de los Cielos”. Esta expresión llevó a muchos a entender que el reinado de Dios era un reino situado en los cielos. Algo ajeno a nuestro mundo. Más adelante, otros pensaron que el reinado de Dios era algo así como una utopía, todavía ausente en el mundo, pero que se podría realizar, con el esfuerzo humano, al final de los tiempos. En ambos casos se ignora lo que quieren decir los “Cielos” en el lenguaje de Mateo. Para Mateo, como para muchos judíos piadosos, era conveniente evitar usar el nombre de Dios, para no usarlo en vano. De ahí que en lugar de decir “Dios te bendiga”, ellos dirían “que los Cielos te bendigan”, etc. Los Cielos era un circunloquio para


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hablar de Dios sin mencionar su santo nombre. Por eso, el reino de los Cielos significa simplemente “el reinado de Dios”. Y claro está entonces que ni Jesús ni los judíos que le escuchaban pensaban que el reinado de Dios era solamente un reinado en el cielo, sino un reinado de Dios sobre su pueblo, y por tanto un reinado para la tierra, y para el presente. Jesús no decía que el reinado de Dios fuera una utopía para el futuro. Todo lo contrario: su afirmación es que el reinado de Dios se había acercado ya, es decir, que Dios estaba comenzando a reinar (Mt 3:2; 4:17; etc.). Todo esto era, literalmente, evangelio, buenas noticias. Las buenas noticias del reinado de Dios. ¡Dios ya viene! ¡Dios está comenzando a reinar! El tiempo de la oscuridad, de la violencia, de la opresión, ha pasado. Un nuevo tiempo está irrumpiendo. ¡Es la gran buena noticia! Pero entonces podemos preguntarnos una cosa. ¿Qué tiene esto que ver con lo que tantas veces nos han presentado como “evangelio”? Aquí no se habla de la muerte de Jesús por nosotros. Aquí no se habla del perdón de los pecados. ¿Qué es esto? ¿Hay dos evangelios? Uno, el evangelio de Jesús; y otro, el evangelio proclamado por los cristianos primitivos. ¿O solamente hay un evangelio? Es lo que tendremos que seguir estudiando.

3. Preguntas para la reflexión • Cuando te han hablado del evangelio, ¿se han referido

alguna vez a la predicación de Jesús sobre el reinado de Dios? • ¿Crees que lo que predicaba Jesús eran buenas

noticias?


3. EL EVANGELIO DEL REINO

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• ¿Piensas que la gente se alegraba al escuchar hablar a

Jesús sobre el reinado de Dios? ¿Por qué? • ¿Crees que lo que predicó Jesús sobre el reinado de

Dios sigue siendo actual? ¿Por qué?



4. El evangelio de Pablo

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n los escritos de Pablo encontramos frecuentemente la polémica contra aquellos que en su tiempo proclamaban un “evangelio distinto” (Gal 1:6; 2 Co 11:4). Frente a ellos, Pablo proclamaba lo que él llamaba “mi evangelio” (Ro 2:16; 16:25; cf. 2 Ti 2:8). Con eso no pretendía hablar de un evangelio que fuera suyo en exclusiva. Más bien Pablo entendía que él proclamaba el único evangelio posible. Lo que sus adversarios proclamaban no era, según Pablo, ni siquiera un evangelio, porque solamente el “evangelio del Mesías” sería verdadero evangelio (Ga 1:7).

1. Pablo expone su evangelio Para tratar de entender esto, lo primero sería preguntarnos en qué consistía el evangelio de Pablo. El problema está en que Pablo, en sus cartas, solía presuponer que sus oyentes ya habían escuchado el evangelio, y por tanto no lo volvía a exponer en detalle. Posiblemente por eso encontramos en las cartas de Pablo tan poca información sobre la historia misma de Jesús, su vida, su muerte, etc. Igualmente, a pesar de sus muchas referencias al evangelio, no encontramos muchos lugares donde nos lo exponga sistemáticamente. Hay sin embargo un lugar en las cartas de Pablo donde nos encontramos lo más parecido a una exposición sistemática del evangelio. Es decir, del único evangelio, del


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evangelio del Mesías. Se trata del capítulo 15 de la primera carta de Pablo a los corintios. El capítulo comienza así: “Ahora os hago saber, hermanos, el evangelio que os prediqué, el cual también recibisteis, en el cual también estáis firmes, por el cual también sois salvos, si retenéis la palabra que os prediqué, a no ser que hayáis creído en vano” (1 Co 15:1-2).

Pablo se dispone a exponer su evangelio. Lo hace en un contexto muy concreto: los corintios han expresado dudas acerca de la resurrección de Jesús. Por eso, la exposición del evangelio que hace Pablo se detiene cuidadosamente en explicar lo mejor posible todo lo referente a la resurrección. La exposición que hace Pablo de su evangelio tiene este esquema: • el Mesías murió por nuestros pecados (vv. 3-4). • el Mesías resucitó y hay muchos testigos (vv. 4-7). • Pablo como testigo y último de los apóstoles (vv. 9-11). • La resurrección es esencial para la fe (vv. 12-22). • El orden: primero la resurrección del Mesías. El Mesías

reina hasta vencer a todos los enemigos. Dios lo será todo en todos (vv. 23-28). • De nuevo explicaciones sobre la resurrección (vv. 2958). Como vemos, esta exposición del evangelio habla de la muerte de Jesús por nuestros pecados. Pero no solo eso. Para Pablo, el evangelio incluye esencialmente la resurrección. En muchas exposiciones del evangelio se olvida este paso. A veces, da la impresión de que la muerte de Jesús por nuestros pecados sería suficiente para que hubiera evangelio. Sin embargo, en Pablo es claro que el evangelio no solo incluye la muerte de Jesús por nuestros pecados,


4. EL EVANGELIO DE PABLO

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sino también la resurrección (2 Ti 2:8). ¡Es normal si el evangelio es una buena noticia!

2. El reino también A poco que nos fijemos, en el evangelio, tal como lo presenta Pablo, no solo está la muerte y la resurrección. Pablo también nos habla del reino. Claro está que se trata del reinado de Mesías. Como es sabido, la palabra “Mesías” se utilizaba para designar al rey, que según la costumbre era ungido con aceite como señal de su designación (1 S 16:13). Mesías significa simplemente “Ungido”. Se esperaba que el Mesías fuera un descendiente de David, un continuador de su dinastía. Y la palabra “Cristo” simplemente traduce la palabra Mesías. Es decir, tenemos tres palabras equivalentes: Mesías, en hebreo; Cristo, en griego, y Ungido en español. Pues bien, lo que dice Pablo es que el Mesías, resucitado, irá derrotando a “todos los señoríos, autoridades y poderes”, y que finalmente entregará el reinado al Dios y Padre. Según Pablo, el Mesías “ha de reinar hasta que todos sus enemigos sean puestos debajo de sus pies” (1 Co 15:23-24). Finalmente, cuando todo esté sometido al Mesías, el Mesías mismo se someterá a Dios, para que Dios lo sea todo en todos (1 Co 15:28). De momento, estas afirmaciones pueden sonar un poco oscuras. Sin embargo, ahora solamente nos interesa subrayar que, en la presentación que Pablo hace del evangelio, se habla también del reino. Aunque aquí no se nos habla simplemente de reino de Dios, sino también de un reino del Mesías. O un reino que pertenece a Dios, pero que es ejercido por el Mesías.


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

De este modo, vemos que no hay un contraste tan grande entre lo anunciado por Jesús (el reinado de Dios), y lo que anuncia Pablo (el reinado de Dios ejercido por Jesús). En ambos casos, el mensaje del evangelio es un mensaje sobre el reino. Como también sucedía en Isaías. Lo que aporta Pablo, después de la muerte y resurrección de Jesús, es una idea más concreta de cómo se constituye el reinado de Dios. Podríamos decir que, en lugar de las “cuatro leyes espirituales”, lo que nos expone Pablo cuando presenta su evangelio son tres grandes componentes del evangelio: • La muerte de Jesús por nuestros pecados. • La resurrección de Jesús, sin la cual no podría reinar. • El reinado del Mesías, que es también reinado de Dios.

Esos serían los ingredientes fundamentales del evangelio. Ahora bien, ¿por qué precisamente esos tres elementos? ¿Cómo se relacionan entre sí? ¿Qué unidad hay entre ellos? Todo parece indicar que, para entender el evangelio, tenemos que entender más claramente esos tres ingredientes del evangelio, y la relación que hay entre ellos.

3. No solo de Pablo Esta estructura de tres partes en el evangelio la encontramos continuamente en las cartas de Pablo: “… el Mesías es el que murió; más aún, es el que resucitó, y quien está a la diestra de Dios...” (Ro 8:34). “Porque el Mesías para esto murió y vivió: para ser el Señor así de los muertos como de los que viven” (Ro 14:9).

Se podrían citar otros muchos pasajes paulinos en los que aparecen más o menos explícitamente los tres elemen-


4. EL EVANGELIO DE PABLO

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tos del evangelio (1 Ts 1:10; Ga 1:1; Ro 6:4.9; 7:4; 8:11; Ef 1:20; Col 2:11-12; etc.). Pero no solamente se puede ver esta estructura en los textos de Pablo. Cuando, en los Hechos de los apóstoles, Pedro anuncia el “evangelio de la paz por medio de Jesús el Mesías” nos encontramos también con esos tres elementos del evangelio (Hch 10:34-42). Ciertamente, la terminología puede variar levemente. Ante los gentiles no se habla de Jesús como Mesías (Cristo), sino como “Juez” (Hch 17:2231), y en otros casos se habla de Jesús como “Príncipe”, como “Salvador”, o como quien está reinando “a la diestra de Dios”. Pero la estructura básica en tres partes se mantiene. Era lo que sucedía desde la primera predicación de Pedro en el día de Pentecostés (Hch 2:22-36). Y lo que encontramos en el discurso de Pedro en el atrio del Templo, donde a Jesús se le proclama como “Autor de la vida” (Hch 3:15). La misma estructura de las tres partes del evangelio la encontramos cuando Pedro habla por dos veces ante el Sandrín (Hch 4:10-12; 5:29-32). Y, de acuerdo al libro de los Hechos, estos tres elementos constituyen el núcleo de la predicación de los primeros cristianos (Hch 13:26-41; 17:3; 26:19-23). En definitiva, podemos decir que el mensaje sobre la muerte, la resurrección, y el reinado del Mesías constituyen el núcleo del mensaje proclamado por el cristianismo primitivo (1 Pe 1:3.21).


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

4. Para la reflexión • Lee el capítulo 15 de la primera carta a los Corintios. • ¿Cómo piensas que se puede relacionar la muerte y

resurrección de Jesús con el reino de Dios? • ¿Qué diferencias ves entre la presentación que Pablo

hace del evangelio y las que normalmente has escuchado? • ¿Por qué crees que el evangelio incluye la resurrección

de Jesús? • ¿En qué sentidos crees que el evangelio, tal como lo

presenta Pablo, es buena noticia?


5. Por nuestros pecados

H

emos señalado que el evangelio, tal como lo presentan Isaías, Jesús y Pablo, se refiere expresamente al reinado de Dios. Ahora también podemos decir que esta referencia al reinado de Dios no solo aparece cuando explícitamente se habla del reinado del Mesías. En realidad, la misma referencia al perdón de los pecados es una referencia al reino de Dios. ¿Por qué? La razón es sencilla. Desde la caída del imperio de Babilonia, en el año 539 a. C., hasta los tiempos de Jesús, habían pasado muchos siglos. Sin embargo, el reinado de Dios no terminaba de llegar. ¿Cuál era la razón? La respuesta de los judíos hubiera sido unánime: los pecados del pueblo. Dios no reinaba, porque los pecados no habían sido perdonados. Por eso Juan invitaba al arrepentimiento y a recibir el perdón: precisamente para preparar el camino para que pudiera llegar Dios a reinar sobre su pueblo (Mc 1:4; etc). Jesús, por su parte, también proclamó el perdón gratuito de los pecados (Mc 2:5; etc.). Al decir que Dios venía a reinar, Jesús estaba anunciando el perdón de los pecados. Por eso, el evangelio, el perdón de los pecados, y el reinado de Dios están relacionados de manera muy estrecha. Pero estamos hablando de “pecado”. ¿Qué quiere decir esto?


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1. Qué es el pecado El pecado se ha entendido a lo largo de la historia del cristianismo en diferentes modos. Por ejemplo, se ha pensado que el pecado es, ante todo, el resultado de un engaño del diablo para mantenernos cautivos. Los medievales entendieron el pecado como una ofensa al honor de Dios. Más adelante, se puso de relieve la idea del pecado como una desobediencia a la ley divina. Otros lo han entendido como un problema del corazón, o un problema existencial. Todo lo anterior tiene algo de verdad. Sin embargo, es importante recordar la idea bíblica de pecado, porque ello ayuda a entender cómo el evangelio actúa para salvarnos y liberarnos del pecado. La palabra hebrea más usada para hablar del pecado (hatta’t) y la palabra griega del mismo significado (hamartía) comparten un sentido básico, que es la idea de errar, de no dar en el blanco, por ejemplo cuando se dispara una flecha. La historia bíblica básica para hablar de este fallo es el relato sobre el pecado de Adán y Eva. Démonos cuenta que “Adán” significa “ser humano” en general, y “Eva” es una palabra que el texto relaciona con la vida (Gn 3:20). Es decir, el texto no quiere hablar solamente sobre una primera pareja, sino que quiere referirse a algo que le sucede a todo ser humano. Es decir, la narración nos describe un problema que es propio de la vida humana en general, en todos los tiempos. Dicho en otros términos: el relato habla también sobre nosotros. ¿En qué consiste el “fallo” de Adán y Eva? ¿Por qué no “dan en el blanco”? ¿Por qué no damos en el blanco? Desde el punto de vista del Génesis, el “blanco”, el propósito de la vida del ser humano, consiste en ser imágenes de Dios, cuidando del resto de la creación (Gn 1:26). Sin embargo, lo


5. POR NUESTROS PECADOS

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que hace el ser humano es tratar de ser como Dios comiendo de los frutos del árbol del bien y del mal (Gn 3:5). Los frutos son los resultados de las acciones, buenas o malas. En lugar de ser imagen de Dios reflejando a Dios en una relación personal con él, el ser humano prefiere ser como Dios mediante sus propias fuerzas, fundando su vida en los resultados de sus propias acciones. El pecado tiene entonces varias facetas. Por un lado es un acto de desconfianza ante Dios. El ser humano no obedece a Dios porque no se fía de él, no le cree. Esto significa entonces que el pecado tiene un elemento de orgullo: uno no quiere vivir fiándose de Dios, reflejando su imagen, sino que prefiere vivir de lo que uno mismo consigue. Dicho en otros términos: el pecado es rechazo de la gratuidad: todos los árboles eran un regalo gratuito de Dios, pero el ser humano prefiere lo que él mismo puede conseguir. En lugar de la gracia, se prefiere el mérito. También se puede decir que el fallo en el blanco consiste en querer fundar la propia vida en lo que uno consigue. El problema no es que las acciones tengan resultados, sino que uno quiere vivir de esos resultados. Dicho en otros términos, el pecado es un acto de auto-justificación, de auto-fundamentación.

2. Consecuencias del pecado Podemos decir que los capítulos 3-11 del Génesis están destinados a explicitar todas las consecuencias que tiene el pecado, entendido como esta pretensión orgullosa de autojustificación mediante el mérito. El pecado pervierte las relaciones del ser humano con Dios, con los demás seres humanos, consigo mismo y con la naturaleza.


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a) La desconfianza en Dios no implica mero “ateísmo”. Al desconfiar en Dios, el ser humano se somete a otros poderes, a otras criaturas. Piensa que las cosas le van a satisfacer. Y le cree a la serpiente. Una mera criatura se convierte ahora en un poder sobre la vida humana. Una vez que estamos en la lógica de los méritos, toda realidad que pretende garantizando que, haciendo ciertas cosas, obtendremos ciertos resultados, se convierte en un poder sobre nuestra vida. El miedo a Dios (Gn 3:8) es propio de la lógica de los méritos. Dios es visto como uno más de los poderes, y se le teme, en la medida en que se le considera como aquél que nos mide por los frutos de nuestras acciones. En esa lógica de mérito y miedo a Dios, el ser humano comienza a ofrecer sacrificios, sin que Dios se lo pida (Gn 4:1ss). ¡El ser humano inventa la religión! En lugar de los sacrificios, se pueden buscar otras técnicas religiosas para unirse con la divinidad, y convertirse en un “superhombre” (Gn 6). O también cabe la opción de amasar poder político, técnico y económico, y competir con Dios, tratando de alcanzar el cielo mediante los resultados de las propias acciones (Gn 11). b) Del mismo modo, si nos medimos por los resultados de las acciones, nos convertimos en evaluadores recíprocos, y surge la desconfianza mutua (Gn 3:7). También podemos culparnos unos a otros para disculparnos de los resultados de las propias acciones, atribuyéndoselos a otros (Gn 3:12). O podemos utilizar a los demás para lograr los resultados que nos justifican, manipulándonos y dominándonos mutuamente (Gn 3:16). No solo eso. La competencia para ver quién produce los mejores resultados conduce a la envidia y a la


5. POR NUESTROS PECADOS

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violencia (Gn 4). Y la violencia, dentro de la lógica del mérito y la retribución, da lugar a interminables venganzas (Gn 4:23). La solución puede ser la fundación de un estado que ponga fin a las venganzas, concentrando en sí mismo toda la violencia legítima. Significativamente, en el Génesis, el primer fundador de una ciudad (la primera forma de estado) es justamente el primer homicida (Gn 4:17). Finalmente, la forma suprema de violencia, y de dominación, es el imperio. En el imperio, los seres humanos ya no pueden ser iguales, sino que unos se convierten en admiradores de otros, y en súbditos de otros. Sin embargo, paradójicamente, los intentos imperiales de unificar a la humanidad mediante el poder terminan en la división de la misma (Gn 11). c) Respecto a uno mismo, la lógica del mérito y la retribución también resulta tóxica. El ser humano puede pasar la vida tratando de producir más y más frutos, para justificarse a sí mismo. Trabajando sin parar, el último resultado que se obtiene es simplemente la muerte. Es la vida sin sentido (Gn 3:17-19). O uno puede verse a sí mismo bajo la influencia de las consecuencias de las propias acciones, y vivir de este modo en la culpa (Gn 4:13). d) Evidentemente, la lógica del mérito y la retribución también envenena las relaciones del ser humano con el resto de las criaturas. En lugar de cuidarlas, como era su misión original, las criaturas quedan afectadas por el ansia incontrolable del ser humano por producir más y más. Paradójicamente, en lugar de producir más, la tierra queda afectada y produce cada vez menos (Gn 3:17-18). No solo eso. Los imperios dejan a su paso


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ruinas de sus propias pretensiones de tocar el cielo: torres abandonadas (Gn 11:9), lugares industriales destruidos, ciudades arrasadas por las guerras, etc.

3. Para la reflexión • Lee detenidamente los capítulos 3-11 del Génesis

buscando las distintas maneras en las que se manifiesta el pecado de querer justificarse por los resultados de las propias acciones. • ¿En qué manera el pecado humano, o pecado de Adán,

se ha manifestado en tu vida? • Trata de decir en qué manera el mundo actual está

reflejado en los capítulos 3-11 del libro del Génesis. • ¿Qué relación ves entre no confiar en Dios y querer

vivir de los frutos de las propias acciones? • ¿Qué nos dicen estos relatos sobre el origen de la

violencia?


6. Principio del evangelio

E

l evangelio de Marcos comienza presentándose como “principio del evangelio de Jesucristo” (Mc 1:1). También se podría traducir, de un modo más exacto, como “principio del evangelio de Jesús el Mesías”. Cristo significa Mesías, rey ungido. El evangelio, como sabemos, tiene que ver con la llegada de un rey. Los cuatro evangelios son evangelios porque son relatos de cómo Jesús llegó a ser rey. De hecho, la vida de Jesús puede entenderse como el camino mismo que conduce a su entronización como Mesías. Para entender este proceso, podemos volvernos a algunas características de la vida de Jesús.

1. Jesús y la retribución Si atendemos a la historia de Jesús, podríamos decir que tanto su actividad como su mensaje están libres de la lógica meritoria y retributiva que, según el libro del Génesis, caracteriza al ser humano (“Adán”). Veamos algunos ejemplos. Para Jesús, la venida del reino de Dios no es el resultado de una conversión previa del pueblo de Dios. El reinado de Dios llega gratuitamente, y la conversión es más bien el resultado de su venida. Es justamente el núcleo de su mensaje, como vimos: “el reinado de Dios se ha acercado, convertíos y creed en el evangelio” (Mc 1:15). Si el reinado de Dios viene de manera gratuita, sin condiciones previas, esto significa que el perdón de los


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

pecados, que era justamente el presunto impedimento para su venida, también está sucediendo ya. El perdón de los pecados está disponible, sin necesidad de realizar sacrificios u otros ritos propiciatorios. Algo que por cierto escandalizaba profundamente a sus contemporáneos (Mc 2:7). Una escena que muestra esta lógica nueva de Jesús es la conversión del “publicano” Zaqueo. Este hombre, como cobrador de impuestos para Roma, era un “colaboracionista” con los invasores. Por tanto, para sus compatriotas era un “pecador público”, y su lucrativo oficio era considerado por los rabinos como semejante a la prostitución. Ante la mera curiosidad de Zaqueo, Jesús toma la iniciativa, y se auto-invita a la casa del pecador público. Alojarse en la casa era un signo máximo de aceptación y reconciliación. A raíz de la reconciliación gratuita, ofrecida por Jesús, tiene lugar la conversión de Zaqueo, y la realización de inesperadas obras de justicia. Zaqueo comienza a devolver y repartir su dinero (Lc 19:1-10). Si en Jesús no funciona la lógica retributiva, propia de “Adán”, eso significa que Jesús no interpreta las diversas situaciones históricas en esos términos. Es una tendencia profunda del ser humano pensar que aquellas personas o comunidades a las que les va mal en distintos sentidos (enfermedad, pobreza económica, etc.) es porque algo malo han hecho. Esto significa que, de alguna manera, se merecen lo que les sucede. Jesús no parece pensar de esta manera. Si el ciego está ciego, no es porque haya pecado él o hayan pecado sus padres (Jn 9:1-3). O si algunas persona han sufrido un accidente, no se debe debe a que sean culpables de algún delito. La víctima no es culpable. Si algunos individuos, posiblemente rebeldes, han sido ejecutados por las autori-


6. PRINCIPIO DEL EVANGELIO

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dades romanas, esto no significa que sean responsables de su desgracia (Lc 13:1-6). Las desgracias serán más bien una oportunidad para la conversión, o para que Dios actúe, pero no una culpa de la víctima. Esto no significa que Jesús ignore que ciertos comportamientos negativos traen con frecuencia acarreadas ciertas desgracias (Jn 5:14). Qué duda cabe que el exceso de trabajo o el consumo de drogas dañan la salud. Sin embargo, Jesús se niega meter a Dios en una lógica retributiva. Para Jesús, Dios hace salir el sol sobre justos e injustos, y hace llover sobre malos y buenos (Mt 5:45). De ahí que no tenga sentido presentar ante Dios los propios méritos. Los discípulos tienen que entenderse como siervos inútiles, que no merecen nada (Lc 17:10). De ahí la crítica al orgullo religioso. El que pretende autojustificarse delante de Dios por sus buenas acciones es precisamente el que no sale justificado. En cambio, el que reconoce su carencia de méritos ante Dios, es precisamente el que es justificado por Dios (Lc 18:9-14). Otras muchas actitudes e instrucciones de Jesús muestran también esta renuncia a la lógica adámica del mérito y la retribución. La exhortación de Jesús al perdón (Mt 18:23-35) trata justamente de esto: el perdón es una renuncia a la venganza. Y la venganza es simplemente una forma de retribución. Lo mismo sucede con las deudas. La cancelación de las deudas es una renuncia a la retribución que uno merece por haber hecho un préstamo (Mt 6:12). O pensemos también en las instrucciones de Jesús sobre los banquetes. En su cultura, uno solía invitar a alguien de su propio nivel socio-económico, o un poco superior, para después ser invitado por ellos, y así subir en la escala social.


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Jesús en cambio recomienda invitar a aquellos que no pueden devolver la invitación: los pobres y marginados (Lc 14:15-24). De nuevo una ruptura de la lógica retributiva. Otro ejemplo podemos verlo en el modo en que Jesús trata con la Ley de Moisés, la Torah de Israel. Jesús reinterpreta algunos mandamientos, radicalizándolos (Mt 5:21-48). Otros, en cambio, los interpreta de una forma amplia, poniendo por delante las necesidades humanas (Mc 2:27; 7:1-23). Pero, en conjunto, Jesús no cuestiona la validez de la Ley como mandamientos en los que se expresa la voluntad de Dios (Mt 5:17-20). Lo que no acepta es que la Ley se utilice para autojustificarse. Y Jesús tampoco hace suyas las retribuciones (castigos) previstos por la Ley. En su lugar, ejerce el perdón (Jn 8:1-11). La parábola de Jesús sobre los trabajadores de la última hora es una buena muestra de su propuesta. Quienes se quejan de haber recibido igual paga por más trabajo, muestran que para ellos la justicia consiste últimamente en retribución según el mérito. Claro está que, en esta justicia no hay igualdad. Para Jesús, en cambio, la justicia divina no actúa según los méritos, y precisamente por eso puede crear igualdad (Mt 20).

2. La no-violencia de Jesús En este contexto de renuncia a la retribución se entiende perfectamente la no-violencia de Jesús. El amor a los enemigos no es una especie de sentimentalismo. Jesús da por supuesto que las personas, o las comunidades, tienen enemigos. Y los enemigos son tales porque han hecho daño, e incluso lo piensan seguir haciendo. Sin embargo, el comportamiento sorprendente al que exhorta Jesús consiste en


6. PRINCIPIO DEL EVANGELIO

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no devolver al enemigo mal por mal, sino en hacerle el bien (“amarle”). De ahí las instrucciones inauditas de Jesús sobre el poner la otra mejilla al que, como un opresor, nos golpea con el revés de la mano en la mejilla derecha. O el consejo de acompañar una milla más a las tropas romanas, que estaban autorizadas para exigir una milla, pero nada más, a los habitantes locales. O la sugerencia de dar avergonzar al opresor que pide parte de la ropa para cancelar las deudas, dando todas las ropas, y quedándose así desnudo en medio del juicio (Mt 5:38-42). También se puede mencionar, en esta misma categoría, la propuesta de Jesús respecto a los impuestos exigidos por Roma a los pueblos vasallos. En lugar de pagar un porcentaje, Jesús sugiere que se podrían devolver todas las monedas romanas al emperador, con lo que se desenmascara no solo la opresión del imperio, sino también la colaboración de los hacendados locales en un mismo sistema económico (Mc 12:13-17). En todos los casos, se trata de comportamientos sorprendentes, que la parte opresora no espera, sino que queda totalmente confundida. En estos comportamientos, la opresión queda desenmascarada. Sin embargo, en ningún caso se devuelve mal por mal. No hay resistencia “antitética” (anthístemi) a la opresión en este sentido (Mt 5:39). Sin embargo, sí hay una oposición a toda forma de injusticia, que no solo la desenmascara hasta sus raíces y ramificaciones, sino que también concede a la parte opresora una oportunidad de reflexionar y convertirse. Aquí se puede entender también la actitud de Jesús frente al estado. ¡Justamente el Mesías, el rey ungido,


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renuncia al estado! Cuando lo quieren hacer rey, se escabulle (Jn 6:15). Con esto Jesús conecta con la tradición antiestatal que encontramos en el Antiguo Pacto. No solo eso. Al renunciar al estado, Jesús subraya la soberanía exclusiva de Dios. De hecho, el estado se caracteriza intrínsecamente por la retribución. Hay estado allí donde una institución monopoliza la violencia coactiva legítima. Lo propio del estado es ejercer la “venganza” para acabar con el mal (Ro 13:4). Es decir, el estado es retributivo, paga el mal con el mal. Algo que, por supuesto, en el tiempo de Jesús, contribuyó a muchos malentendidos, incluso entre sus discípulos: ¿Cómo es posible un Mesías sin estado?

3. El nuevo Adán Ahora podemos entender más claramente por qué en el Nuevo Pacto se llama a Jesús el nuevo Adán, o el hombre nuevo (1 Co 15:45; Ef 4:24). Lo que encontramos en Jesús es lo opuesto de aquello que, según el Génesis, caracteriza al pecado del ser humano (“Adán”). Si la esencia del pecado de Adán es la ruptura con la gratuidad divina, la retribución, y la auto-justificación, en Jesús encontramos todo lo contrario. Si la vida de “Adán” está atravesada por la retribución, la vida de Jesús se caracteriza por su opuesto, que es la gratuidad. Como dice el evangelio de Juan, la gracia surgió (egéneto) por medio de Jesús el Mesías (Jn 1:17). ¿Es esto evangelio? Es el principio básico y el comienzo del evangelio. Sin embargo, todavía no estamos ante el evangelio en sentido pleno. Y esto por una razón muy sencilla. Para que sea evangelio tiene que ser una buena noticia, y tiene que anunciar la venida de un reinado. Y la buena noticia, y la venida del reinado, todavía no están


6. PRINCIPIO DEL EVANGELIO

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suficientemente claras si solamente se atiende a la actividad y al mensaje de Jesús. Sin duda es algo maravilloso que una persona como Jesús pueda haber vivido sin la lógica retributiva, mostrando gratuidad en todos sus comportamientos y en todo su mensaje. Sin embargo, ¿qué significa esto para mí? Si se me pide que yo me comporte de la misma manera, el asunto, más que una buena noticia, se convierte en una exigencia. Una exigencia que puede ser terrible si resulta que yo no puedo vivir de esa manera, por más que lo intente. Una exigencia divina imposible de cumplir sería una mala noticia. Además, y sobre todo, cualquier buena noticia tiene que hablar de un reinado, no de un rabino crucificado por los romanos. Un reinado necesita un rey, no un predicador difunto. Un profeta crucificado, por sí mismo, no es buena noticia. La vida de Jesús, antes de su muerte y resurrección, es el principio del evangelio, no solo en un sentido cronológico, sino también como su fundamento imprescindible. Sin su vida libre de retribución no podríamos entender el evangelio. La vida de Jesús nos dice quién es el que murió, quién es el que resucitó, quién es el que ahora reina. Para exponer el evangelio, tengo que hablar de Jesús, de cómo pasó haciendo el bien y liberando a los oprimidos (Hch 10:38). Sin hablar de Jesús, de su vida, y de su mensaje, no sería posible entender cuáles fueron las razones por las que Jesús fue ejecutado. Su vida, libre de retribución, fue una vida incómoda para sus contemporáneos. Puede que más incómoda que la de cualquier otro revolucionario porque


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Jesús, con su estilo de vida, y con su mensaje, cuestionaba el fundamento mismo de todos los poderes, que es precisamente la retribución. De este modo, el principio del evangelio no es un principio separable del evangelio. La vida de Jesús, su mensaje, su actividad, es parte integrante del evangelio. El principio del evangelio es contenido del evangelio. La vida libre de Jesús es parte de la buena noticia, es un fundamento que pertenece a lo fundamentado. Sin embargo, el principio del evangelio no es todavía el evangelio completo. De hecho, los cuatro evangelios no nos narran simplemente la vida de Jesús. Su interés es hablarnos de algo más: de su muerte por nosotros y de su resurrección. Esto significa que para que la vida de Jesús se convierta en evangelio tenemos que dar un paso más.

4. Para la reflexión • Lee el Sermón del Monte de Jesús (Mateo caps. 5-7) y

señala todos los elementos de gratuidad que ves en el mensaje de Jesús. • Aunque el pecado de Adán se caracteriza por la

retribución, eso no quiere decir que nuestra vida no haya algunos elementos de gratuidad. Pon ejemplos de gratuidad que veas en la vida de las personas. • Los judíos pensaban que solamente Dios podía per-

donar. ¿Crees que es posible perdonar por las propias fuerzas? ¿Crees que es posible amar al enemigo? • ¿Qué maneras concretas ves que podamos usar para

ser librados de la lógica retributiva y seguir el ejemplo de Jesús?


6. PRINCIPIO DEL EVANGELIO

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• Recuerda cuáles son las tres partes del evangelio,

según vimos en los capítulos anteriores.



7. La palabra de la cruz

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n la primera carta a los Corintios Pablo habla del evangelio como “palabra de la cruz” (1 Co 1:17-18). Si el evangelio anuncia la muerte de Jesús, su resurrección, y su reinado, habría que decir que la “palabra de la cruz” se refiere ante todo al primer elemento del evangelio. Y Pablo expresamente afirma que esta palabra de la cruz es poder para los que se salvan. ¿Por qué es poderosa la palabra de la cruz?

1. El poder del pecado Tal vez para comenzar a entender el poder del evangelio podemos comenzar señalando lo que Pablo llama “el poder del pecado” (1 Co 15:56). Más allá del poder que puedan tener ciertas faltas morales (como el poder enorme que tienen las adicciones), aquí se trata del poder del pecado en general, es decir, del pecado de Adán o pecado del ser humano. Todo pecado tiene, en su esencia, la misma estructura del pecado de Adán. ¡Eso significa ser hijos de Adán! El pecado, en su esencia fundamental, es poderoso por todas las consecuencias que tiene. Ya lo hemos visto. El pecado, como pretensión de auto-justificación, envenena las relaciones del ser humano con Dios, con los demás seres humanos, con uno mismo, y con el resto de las criaturas.


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Además el pecado es poderoso porque es una especie de círculo vicioso. Imaginemos que quisiéramos liberarnos por nosotros mismos. Si nosotros mismos nos liberáramos a nosotros mismos del pecado, esta liberación sería un resultado de nuestras acciones. Y eso significaría que seguiríamos justificando nuestra vida, ahora nuestra vida liberada, como resultado de nuestras acciones. Es justamente lo que se expresa simbólicamente en el libro del Génesis: el ser humano (“Adán”) no puede regresar por sí mismo al paraíso (Gn 3:24). Esto implica entonces que el ser humano no puede lograr por sí mismo la relación originaria con Dios, para la cual fue creado. Si fuera un “logro” de sus esfuerzos ascéticos, espirituales, éticos o religiosos, el ser humano seguiría preso de la misma lógica que le ha separado de Dios. El ser humano seguiría tratando de justificar su propia vida por medio de los resultados de sus propias acciones. Dicho en otros términos: el ser humano, dejado a sus propias fuerzas, está destinado a la separación eterna de Dios. No solo esto. El pecado es un poder porque crea “poderes”. El Nuevo Pacto habla de “poderes, principados, potestades, tronos”, etc. (Ro 8:38; 1 Co 2:8; Ef 3:10; 6:12; Col 1:16) Ya lo vimos. Un poder es cualquier realidad que utiliza la lógica retributiva para prometernos que, si hacemos tales cosas, conseguiremos ciertos resultados. Por eso hay poderes económicos, militares, políticos, religiosos, etc. De entrada, los poderes son realidades creadas, y buenas. Pero, como la serpiente del Génesis, se convierten en poderes opresivos para el ser humano. En definitiva, el poder del pecado es la “ley” (1 Co 15:56). No en el sentido de la Ley de Moisés en cuanto expresión


7. LA PALABRA DE LA CRUZ

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de la voluntad de Dios. Sino más bien en el sentido de que cualquier ley, incluyendo la ley de Moisés, puede ser utilizada por la lógica retributiva para auto-justificarnos, para declarar culpables a las víctimas, o para experimentar la propia condenación. El poder del pecado es, en este sentido, la ley de Israel o cualquier otra ley cuando es utilizada por “lógica retributiva” (Ro 7:7-8).

2. La victoria en la cruz Pablo nos dice literalmente que los poderosos de este mundo fueron los que crucificaron a Cristo (1 Co 2:8). Ciertamente, el texto parece aludir no solo a Caifás, Pilato, y compañía. Los poderosos de este mundo es un término mucho más genérico. Y es que, cualquier poder concreto de este mundo no es, en el fondo, más que una plasmación de la misma lógica retributiva que está detrás de todos los poderes de este mundo. O, si se quiere, detrás de cualquier poder concreto, basado en la lógica retributiva, está el mismo poder del pecado, que utiliza la lógica retributiva para oprimir a la humanidad. Sin embargo, la muerte de Jesús se interpreta como una victoria sobre los poderes. ¿Por qué? Habría que decir simplemente: porque Dios estaba con Jesús, el Mesías. Veamos esto más despacio. Desde el punto de vista de la lógica retributiva, que es la esencia del pecado, se podría pensar lo siguiente: Jesús habría sido abandonado por Dios, porque no se merecería haber sido rescatado de la muerte, por más que clamó pidiendo el socorro de Dios (Mt 26:39; 27:46). Jesús habría sido un falso profeta, un pecador, o simplemente alguien no suficientemente justo como para ser ayudado por Dios.


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

En esta perspectiva, Dios sería uno de esos poderes que garantizan la correspondencia entre las acciones humanas y sus resultados, dando a cada quien su merecido. Y Jesús sería uno más de las muchas personas que en la historia no merecieron ser auxiliadas por Dios. Ahora bien, imaginemos que esto no fuera así. En lugar de haber abandonado a Cristo, los cristianos sostuvieron lo contrario: que Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo (2 Co 5:19). Si esto es así, si Dios estaba al lado de Cristo, hay una consecuencia inevitable: Dios no funciona de acuerdo con la lógica retributiva. Como ya sabía el viejo Job, Dios está más allá de nuestros esquemas sobre la retribución (Job 38:1-41:34). No solo eso. Dios está del lado de los presuntamente abandonado por Dios. La lógica retributiva no tendría ninguna validez como modo humano de relacionarnos con Dios. Esto es justamente lo que afirma la carta a los Colosenses: “Y cuando estabais muertos en vuestros delitos y en la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida juntamente con él, habiéndoos perdonado todos los delitos, habiendo cancelado el documento de deuda que consistía en decretos contra nosotros y que nos era adverso, y lo ha quitado de en medio, clavándolo en la cruz” (Col 2:13-14).

La imagen habla de un documento de deuda que nos es adverso. En un sentido estrecho, se puede referir a la Ley de Moisés. Pero a la Ley de Moisés en cuando usada dentro de la lógica retributiva, es decir, manipulada por el pecado, como dice Pablo (Ro 7:7-8). En este sentido, lo que está en juego es la lógica retributiva misma. Esta lógica retributiva, que es la esencia del pecado de Adán, es comparada a un documento de deuda


7. LA PALABRA DE LA CRUZ

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en el cual hay decretos contra nosotros. Es decir, un documento en el que se lleva cuenta de los delitos, y se establecen las retribuciones que merecemos. Pues bien, según el texto, ese documento fue destruido en la cruz. Si Dios estaba en Cristo, la muerte de Cristo ha invalidado la lógica retributiva misma. No sólo Dios no funciona de acuerdo con esa lógica, sino que Dios, en la cruz, ha desactivado la estructura íntima del pecado humano, que era la lógica adámica. Por eso la cruz significa que Dios ha perdonado todos nuestros delitos, y que nos da una nueva posibilidad de vida, más allá del “viejo hombre”. No solo eso. El versículo siguiente dice también algo importantísimo. La muerte de Cristo es una victoria sobre los poderes: “Y habiendo despojado a los poderes y autoridades, hizo de ellos un espectáculo público, triunfando sobre ellos por medio de El” (Col 2:15).

La imagen es puro “evangelio”, en el sentido de que nos presenta a un rey que en su desfile triunfal exhibe públicamente a los enemigos derrotados, como era común en el mundo antiguo. La razón de la victoria es obvia. Los poderes de este mundo, como vimos, se basan en la lógica retributiva. Al anular la lógica retributiva, esos poderes han quedado “despojados” de su fundamento. Por más que sigan presentes en la historia, para aquellos que creen en ellos, en realidad son poderes ya vencidos. Hay todavía algo más. El siguiente versículo, en la misma carta, nos dice también que la victoria de Cristo hace inútil todas las construcciones religiosas:


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO “Por tanto, que nadie se constituya en vuestro juez con respecto a comida o bebida, o en cuanto a día de fiesta, o luna nueva, o día de reposo” (Col 2:16).

De nuevo, la razón es la misma. La religión, en cuanto construcción humana, se funda en la lógica retributiva. El ser humano trata de llegar a Dios mediante sus propios méritos. De ahí los esfuerzos ascéticos, meditativos, etc., que caracterizan a toda religión. De ahí la necesidad de guardar normas sobre alimentos, días de fiestas, o lo que sea. Pero todo eso ha sido abolido en la cruz de Cristo. La buena noticia también proclama nuestra libertad respecto a toda religiosidad.

3. Para reflexionar • Pon algunos ejemplos de una relación “religiosa” con

Dios, en el sentido de una relación con Dios basada en la lógica retributiva. • ¿Has pensado alguna vez que tú te puedes salvar a ti

mismo mediante tus esfuerzos religiosos? • ¿Has querido relacionarte con Dios mediante la lógica

retributiva? ¿Cómo fue? • ¿Por qué crees que la cruz nos salva de la lógica

retributiva? • ¿En qué sentido se puede decir que la cruz nos limpia

del pecado de Adán (el pecado fundamental de la humanidad)?


8. El evangelio de vuestra salvación

L

legados a este punto, podemos entender perfectamente que el evangelio sea llamado “evangelio de vuestra salvación” (Ef 1:13). La salvación es un rescate, una liberación. Se trata de un rescate respecto al poder del pecado, y un rescate respecto a todos los poderes fundados en el pecado. Seguimos entonces con el primer elemento del evangelio: la muerte de Jesús por nuestros pecados.

1. El perdón de los pecados La cancelación de la lógica retributiva (“el acta de los decretos que había contra nosotros, y que nos era contraria”) significa el perdón de los pecados. Démonos cuenta de que se trata de un perdón radical. Cuando se perdona una acción concreta, se cancela la voluntad de retribuir al ofensor por esa acción. Se renuncia a vengarse, a retirar la palabra, a dañar la imagen del ofensor, etc. En el caso de la anulación de la lógica retributiva (“pecado de Adán”) el perdón es radical, porque no se refiere a una acción concreta. Lo que se cancela es la lógica retributiva en general. Si Dios estaba en la cruz de Cristo, no solamente ha anulado la retribución de una acción concreta, sino que ha anulado toda retribución. Por eso la cruz significa el perdón de todos los pecados por parte de Dios. En la carta a los Romanos, Pablo dice, citando el Salmo 32:


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO “Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades han sido perdonadas, y cuyos pecados han sido cubiertos. Bienaventurado el hombre cuyo pecado el Señor no tomará en cuenta” (Ro 4:7-8).

Es interesante observar que el texto literalmente dice “no tomará en cuenta”, en tiempo futuro. Esto no se ve en todas las traducciones, pero es lo que dice el texto griego. Es decir, el perdón de Dios cubre todos los pecados, presentes, pasados y futuros. La razón es obvia: se ha cancelado la lógica retributiva, y por lo tanto no hay impedimento para el perdón. Dicho en otros términos: en la cruz Dios ha hecho todo lo necesario para alcanzar la completa reconciliación con la humanidad (Ro 5:10-11). Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo (2 Co 5:19).

2. El sacrificio de la cruz En la cita de Romanos, que a su vez era una cita del Salmo 32, se nos dice que los pecados han sido “cubiertos” (Ro 4:7). Se trata de una imagen del Antiguo Pacto, que equivale a perdonar. En la religión de Israel, la “cubierta” (kapporet) del arca de la alianza pasó a tener un significado ligado a la expiación, posiblemente por el papel que el arca y su cubierta desempeñaba en el rito de expiación de los pecados (Lv 16). De ahí que el “cubrir” los pecados fuera asociado al lenguaje de los sacrificios del templo. Por eso la cubierta del arca de la alianza fue designada, en griego, con un término que significa “propiciatorio” o “propiciación” (hilasterion). En la carta a los Romanos, por ejemplo, se nos habla de la muerte de Cristo como “propiciación” (Ro 3:25). En general, en el Nuevo Pacto aparece repetidamente la idea


8. EL EVANGELIO DE VUESTRA SALVACIÓN

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de la muerte de Cristo como un sacrificio (Ef 5:2). En este contexto del lenguaje sacrificial, se habla también de la sangre de Cristo, entendida ahora como alternativa y superación de los sacrificios que se ofrecían en el Antiguo Pacto (Heb 9:4). Ahora podemos preguntarnos qué quiere decir que la muerte de Cristo sea un “sacrificio”. ¿Sigue en pie la religión sacrificial? ¿Es Dios un Dios que requiere sacrificios para ser aplacado? No se trata de eso. El asunto es el siguiente. La muerte de Jesús tiene un parecido formal con algunos de los sacrificios que encontramos en las religiones, y también en el Antiguo Pacto. En primer lugar, hay una víctima, que en este caso es Jesús mismo. Y, en segundo lugar, tiene lugar aquello que se suele esperar de los sacrificios expiatorios, que es precisamente el perdón. La muerte de Jesús trae perdón y reconciliación, tal como hemos visto. Sin embargo, esto no significa que Dios sea una divinidad pagana, sedienta de sangre. Al contrario. Lo que sucede con la muerte de Jesús en la cruz es más bien la superación de todo sacrificio. Y la razón es muy sencilla: la lógica interna de los sacrificios es la lógica retributiva. En ciertos sacrificios, se dan cosas a Dios esperando que Dios nos dé algo a cambio. O, en los sacrificios expiatorios, se traslada a un animal el castigo que uno cree merecer para así lograr la reconciliación con la divinidad. Por eso Caín y Abel, hijos de Adán y Eva, ofrecían sacrificios a Dios, sin que Dios se los pidiera. Al anular la lógica retributiva, que es el pecado fundamental de la humanidad (“Adán”), todo sacrificio queda anulado. En el cristianismo originario no se necesitan


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

más sacrificios. Esto es justamente lo que insistentemente defiende la carta a los Hebreos. Jesús sería el sumo sacerdote de un nuevo pacto, pues su sacrificio, realizado “de una vez por todas”, habría hecho inútiles todos los sacrificios (Heb 7:26-28; 9:23-28; 10:11-18). Ya no se necesitan sacrificios. Dios ha puesto fin para siempre a toda religión sacrificial.

3. Herido por nuestras transgresiones En esta misma perspectiva, podemos entender que el cristianismo aplique a Jesús las profecías sobre el sufrimiento del “siervo del Señor”. Se trata de profecías que, significativamente, se encuentran en la segunda parte del libro de Isaías, es decir, en el “Libro de la consolación de Israel”. Y están a continuación del pasaje que ya vimos sobre el mensajero que viene por los montes proclamando las buenas noticias. El texto dice así: “Ciertamente él llevó nuestras enfermedades, y cargó con nuestros dolores. Con todo, nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y afligido. Pero él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre él, y por sus heridas hemos sido sanados” (Is 53:4-5).

De nuevo no estamos ante un Dios que, lleno de deseos de retribución, tiene que castigar a alguien, y entonces castiga a Jesús. Se trata de algo muy distinto. Y es que la muerte de Jesús significa que Dios mismo, que estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo, carga con la lógica retributiva, para desactivarla en la cruz. Y esa lógica retributiva es el pecado fundamental de la humanidad, o pecado de Adán. Dicho en otros términos: es la estructura íntima


8. EL EVANGELIO DE VUESTRA SALVACIÓN

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de todo pecado. De este modo, todo pecado está, en su esencia, representado en la cruz de Cristo. No solo está representado. Desde el punto de vista de la lógica retributiva, Jesús fue alguien abandonado por Dios y alguien que merecía ese destino. Desde el punto de vista de la lógica retributiva, Jesús fue un “maldito” (Gal 3:13). O, dicho en términos semejantes, Jesús fue “hecho pecado” (2 Co 5:21). Ahora bien, si Dios estaba en Jesús, precisamente la lógica que lo declara maldito queda anulada por parte de Dios. También podemos verlo de esta manera: el pecado de Adán consistía, como vimos, en fiarse de las criaturas (¡de la serpiente!) en lugar de fiarse de Dios. Era, por así decirlo, un rechazo de Dios. Cada vez que el ser humano quiere justificarse a sí mismo, rechaza a Dios. Por eso, del primer y principal pecado del que el Espíritu Santo tiene que convencer a cualquier persona es del pecado de no haberse fiado de Dios (Jn 16:8-9). No fiarse de Dios es rechazar Dios, y su gracia, para fundamentar la propia vida en los propios méritos. En la cruz, Cristo ha cargado con ese rechazo de Dios. Pero, en lugar de devolver mal por mal (como pediría la lógica retributiva), Jesús ofreció perdón a los que le torturaban. De nuevo en la cruz se destruye la lógica íntima de todo pecado, y se nos muestra el verdadero rostro de Dios. Un Dios que carga con el pecado, y un Dios que ofrece perdón y reconciliación a toda la humanidad, incluyendo a los verdugos de Jesús.


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

4. Para reflexionar • Lee Isaías 52 y 53, y medita en el perdón de Dios. • ¿Cuál crees que es la verdadera imagen de Dios: un

Dios sediento de sangre o un Dios que hace salir el sol sobre justos e injustos? • Trata de decir con tus palabras por qué la muerte de

Cristo pone fin a todo sacrificio. • ¿En qué sentido se puede decir que Jesús cargó con

todos los pecados? • Recuerda cuáles son los tres elementos esenciales del

evangelio.


9. El testimonio de la resurrección

E

n los capítulos anteriores hemos comentado la afirmación cristiana de que Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo (2 Co 5:19). Sin esta afirmación, difícilmente podríamos pensar que la muerte de Jesús signifique una victoria sobre el pecado. De hecho, más bien se podría ver a Jesús como alguien que simplemente fue abandonado por Dios. Ahora bien, ¿de dónde sacaron los primeros cristianos la idea de que Dios estaba en Cristo, reconciliando el mundo consigo? Para entender esta afirmación, tenemos que ver el segundo elemento del evangelio. Se trata de la resurrección de Jesús.

De hecho, sin la resurrección de Jesús, difícilmente podríamos entender que el evangelio sea una buena noticia. Es más, el pasaje sobre el sufrimiento del siervo del Señor, que era la continuación de las “buenas noticias” profetizadas por Isaías, culmina justamente afirmando la exaltación del siervo del Señor (Isaías 53:10-12). ¡Algo anunciado cientos de años antes de Jesús! El mensaje gozoso de los primeros cristianos proclamaba el “testimonio de la resurrección” de Jesús (Hch 4:33). ¿Qué significa la resurrección de Jesús?

1. El adelanto del fin La resurrección se ha de entender desde su trasfondo en el Antiguo Pacto. El pueblo hebreo siempre esperó que la


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

fidelidad de Dios se mostrara en su historia. A diferencia de otras religiones, que se enfocan en algún tipo de supervivencia del alma después de la muerte, la fe hebrea se centró en la historia. Desde el Éxodo, el Dios de Israel es un Dios que actúa poderosamente en la historia humana. Israel no esperaba un consuelo individual para después de la muerte, sino la libertad y la supervivencia del pueblo. Por eso son tan escasas las referencias a la supervivencia individual que podemos encontrar en el Antiguo Pacto. Sin embargo, en la religión de Israel se fue desarrollando una esperanza que, de alguna manera, unificaba la restauración del pueblo en la historia con la restauración de los difuntos. Los profetas de Israel fueron proclamando magníficas visiones del futuro, en las que se incluían también a las generaciones pasadas, incluyendo a quienes habían sido oprimidos, derrotados, humillados y asesinados a lo largo de la historia. Un buen ejemplo es el capítulo 37 del libro de Ezequiel. Allí el profeta ve un valle lleno de huesos secos a los que el Espíritu vuelve a dar vida, restaurando su carne, y para unirlos al pueblo redimido por Dios. Otro ejemplo es el libro de Daniel, donde se profetiza una liberación del pueblo que incluirá a los difuntos, que brillarán como las estrellas (Dan 12:1-3). La resurrección de Jesús fue entendida por los primeros cristianos como una especie de adelanto de la resurrección final. Los primeros cristianos “anunciaban en Jesús la resurrección de entre los muertos” (Hch 4:2). Es decir, en Jesús comenzaba la esperada resurrección de los muertos. Jesús sería las “primicias” o primeros frutos (1 Co 15:20.23)


9. EL TESTIMONIO DE LA RESURRECCIÓN

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de la resurrección general, el “primogénito” de entre los muertos (Col 1:18). ¿Por qué anunciaban esto?

2. Los testigos Mientras que la idea de una inmortalidad del alma es algo más o menos común en la historia de la humanidad, la afirmación de la resurrección de un difunto es algo que rompe con toda la experiencia humana sobre la muerte. Es algo que solamente se podría explicar como una acción de Dios. El mismo Creador de los cielos y de la tierra habría decidido comenzar algo así como una recreación de la humanidad, una nueva creación. El cristianismo primitivo basaba su afirmación en la existencia de testigos. No testigos del hecho mismo de la resurrección, sino testigos de las apariciones del resucitado. Pablo, en su presentación del evangelio, habla de la existencia de cientos de testigos, incluido él mismo, a los que todavía se les podía ir a preguntar por lo que habían experimentado (1 Co 15:4-8). ¿En qué medida estos testigos son fiables? ¿No se podría tratar de una especie de engaño hecho por los primeros cristianos para ocultar el fracaso de Jesús en la cruz? ¿No podrían ser alucinaciones o ensoñaciones con las que muchas personas lidian con la pérdida de un ser querido? Hay varios motivos para pensar que esto no era así. 1. Desde el principio hay una multitud de testigos. No es algo que haya experimentado una sola persona. 2. Las presuntas “contradicciones” en los relatos que encontramos en los distintos evangelios muestran esta pluralidad de testigos. No se trata de un mismo relato de


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

un testigo, luego copiado por otros, sino que estamos ante relatos originariamente diferentes. 3. Los relatos de la resurrección no contienen citas del Antiguo Pacto, algo que se podría esperar si los que compusieron los relatos estuvieran inventado sus historias. Los relatos todavía están frescos, y no están adornados con citas. 4. Entre los testigos de la resurrección que aparecen en los cuatro evangelios destacan las mujeres. Pero las mujeres no eran testigos válidos en el mundo judío ni gentil. Si los relatos hubieran sido inventados, se hubieran buscando testigos varones. 5. Nadie esperaba la muerte y resurrección del Mesías. Desde el punto de vista usual de Israel, un Mesías muerto prematuramente sería un falso Mesías. Simplemente habría que esperar a otro. 6. Para hablar de alucinaciones propias del duelo, existentes en todas las culturas, los primeros cristianos podrían haber recurrido a relatos sobre sueños o espíritus. Sin embargo, usaron un lenguaje concreto, referido al cuerpo. 7. En las alucinaciones propias del duelo, los difuntos suelen aparecer dando consuelo y despidiéndose de los seres queridos. Jesús, por el contrario, da una misión a sus discípulos: anunciar el evangelio. 8. Las experiencias con el resucitado no entran en los patrones disponibles para los judíos. El cuerpo de Jesús no se presenta como un cuerpo físico revivificado (al estilo de Ezequiel 37), ni tampoco brilla como las estrellas (al estilo de Daniel 12). En lugar de seguir patrones usuales, los testigos hablan de un cuerpo extraño, que se


9. EL TESTIMONIO DE LA RESURRECCIÓN

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reconoce y no reconoce, que se puede tocar, pero al mismo tiempo aparece y desaparece súbitamente. Un relato inventado hubiera utilizado los patrones disponibles. 9. Las ideas sobre el destino de los difuntos suelen ser muy estables en las culturas, incluso cuando otras ideas cambian. Los primeros cristianos se vieron obligados a transformar sus ideas sobre la muerte y la resurrección, entendiendo la resurrección de Jesús como un adelanto de la resurrección final. Esto no es una “demostración científica” de la resurrección. Pero tampoco se puede demostrar científicamente que la resurrección no tuvo lugar. A lo sumo, se podría mostrar que la resurrección no forma parte de nuestra experiencia usual, y por lo tanto es sumamente improbable. Ahora bien, de eso exactamente habla el cristianismo: la resurrección como un hecho inaudito, solamente posible como una nueva creación, iniciada por el mismo Dios que creó el universo entero. La resurrección sigue requiriendo la fe en un testimonio. Jesús le dice a Tomás, en el evangelio de Juan: “¡dichosos los que no vieron y creyeron!” (Jn 20:29). La fe nos pone en una relación nueva con Dios, que no está basada en lo que podemos controlar, sino en la confianza. Mientras que “Adán”, el viejo hombre, solamente acepta lo que está bajo su control, la nueva relación con Dios se funda en la fe, es decir, en la confianza en él. De ahí que sean más bienaventurados los que creen sin “pruebas”. Por otra parte, la resurrección se refiere a la realidad completa de Jesús, incluyendo su cuerpo. En el mundo hebreo no se esperaba la inmortalidad del alma, sino la


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

resurrección del cuerpo. Esto no quiere decir que el cuerpo resucitado sea igual que nuestro cuerpo físico actual, como en la visión de Ezequiel. Todo lo contrario. El Nuevo Pacto habla justamente de un “cuerpo espiritual” (1 Co 15:44), sin explicarnos más en qué consiste tal cuerpo. Es algo que pertenece a la realidad del nuevo mundo, inaugurado por el Mesías. Ahora bien, la resurrección, por muy adelantada que esté en Jesús, no significa por sí misma que Jesús sea alguien divino. Israel esperaba la resurrección de todos los seres humanos, o de todos los justos. Esto no los convertía en seres divinos. Sin embargo, el evangelio afirma que Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo consigo. ¿De dónde sale esta afirmación? Es lo que tenemos que ver a continuación.

3. Para la reflexión • Recuerda cuáles son los tres elementos del evangelio. • Lee Eze 37. ¿Qué te llama la atención del texto? • ¿Qué significa que en Jesús se adelanta la resurrección

de los muertos? • ¿Te parece que el testimonio de la resurrección es un

testimonio creíble? • ¿Se puede demostrar científicamente la resurrección? • Lee Juan 20:19-29. ¿Por qué son más bienaventurados

los que creen sin ver?


10. El evangelio del Mesías

E

l evangelio es descrito con frecuencia en el Nuevo Pacto como “el evangelio de Cristo” (Ro 15:19; 1 Co 9:12; 2 Co 2:12; 9:13; 10:14; Ga 1:7; Flp 1:27; 1 Ts 3:2). Literalmente, como sabemos, esto significa “evangelio del Mesías”. Y el Mesías es el ungido para ser rey. Estamos entonces en el tercer elemento del evangelio: el evangelio como anuncio del reinado. Ahora bien, ¿cómo se pasa de la resurrección de Jesús al anuncio del reinado?

1. La entronización mesiánica Lo decisivo es que el cristianismo primitivo entendió la resurrección de Jesús como una entronización del Mesías. Durante la vida terrena de Jesús, su identidad como Mesías no había sido aceptada por todos. Jesús parece haber preferido ocultarla, tal vez para evitar el equívoco de considerarle como un aspirante a configurar Israel como un estado independiente (Jn 6:15). Algunos le consideraron como un falso profeta. Otros le vieron como un verdadero profeta, e incluso algunos le aceptaron como Mesías (Mc 8:27-30). Ahora bien, los que le querían ver como Mesías no entendían que Jesús no se portara como un candidato a monarca (Jn 7:1-9). En cambio, su resurrección de Jesús dejó todo claro para los discípulos. Jesús era el primero de los resucitados, el primogénito de entre los muertos, y de este modo, quedaba situado a la cabeza del pueblo de Dios. Mediante la


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

resurrección de Jesús, Dios habría declarado que Jesús era realmente el Mesías. Esto es justamente lo que nos dice Pablo en su presentación: “Pablo, siervo del Mesías Jesús, llamado a ser apóstol, separado para el evangelio de Dios, el cual él había prometido por medio de sus profetas en las Escrituras Santas, acerca de su Hijo, el que era de la simiente de David según la carne, el que fue declarado Hijo de Dios en poder según el Espíritu de Santidad por la resurrección de entre los muertos: Jesús Mesías, el Señor nuestro” (Ro 1:1-3).

Para entender correctamente esta afirmación, hay que tener en cuenta que, en el judaísmo del tiempo de Jesús, y de Pablo, “hijo de Dios” todavía no significaba, como para los cristianos posteriores, la segunda persona de la Trinidad. “Hijo de Dios”, o “hijo del Bendito”, era una manera usual de referirse al Mesías. Con ello, los judíos no daban a entender que el Mesías fuera una persona divina, sino simplemente se referían a una vinculación especial del Mesías con Dios. Este modo de hablar del Mesías se basaba en la profecía de Natán a David, interpretada en clave mesiánica. Allí se decía que el hijo de David sería como un hijo para Dios, y que Dios sería como un padre para él (2 Sam 7:14). Por eso, cuando el sumo sacerdote le preguntó a Jesús si era hijo del Bendito, no le estaba preguntando si era la segunda persona de la Trinidad, sino solamente le estaba preguntando si era el Mesías (Mc 14:61). Del mismo modo, cuando Pedro, antes de la resurrección, afirmaba que Jesús es “el hijo del Dios viviente” (Mt 16:16), todavía no le estaba reconociendo su carácter divino, sino que simplemente lo estaba aceptando como Cristo (Mesías), tal como


10. EL EVANGELIO DEL MESÍAS

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se ve en ese mismo texto y en sus paralelos, en los que simplemente se habla de Jesús como Mesías (Mc 8:29; Lc 9:20). De entrada, lo que el texto de Pablo nos dice, por tanto, es que Jesús fue declarado Mesías por la resurrección de los muertos. Y esto tiene importantes consecuencias, que llevarán a reconocer a Jesús no solo como Mesías, sino también como la Palabra eterna de Dios, como su Hijo unigénito. Veamos esto más despacio.

2. A la diestra de Dios El que Jesús fuera declarado como Mesías por su resurrección no significa todavía que Jesús tuviera un carácter divino. Nadie pensaba en el tiempo de Jesús que el Mesías hubiera de ser algún tipo de ser divino. El Mesías sería simplemente un rey ungido, que restauraría la dinastía de David, devolvería la independencia al estado de Israel, vencería a los paganos, inauguraría una era de abundancia y justicia, etc. Sería un ser humano excepcional, guiado y protegido por Dios, pero nada más. Ahora bien, Jesús no había predicado tal Mesías, ni había querido presentarse como tal. Más bien Jesús había predicado el reinado de Dios. Y con esto conectaba con importantes tradiciones de Israel, recogidas en el Antiguo Pacto. Como vimos, para Israel, si Dios es rey, no hay mucho lugar para otros reyes. La monarquía había sido considerada en gran medida como culpable de una idolatría que se podría ver como casi intrínseca a la misma, desde el momento que introduce otros señoríos, distintos del señorío de Dios.


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

Uno puede preguntarse qué sucede entonces con Jesús. Si Jesús es el Mesías, ¿no tenemos de nuevo el mismo problema que Jesús, y los profetas, habían querido evitar? ¿No tenemos ahora alguien que ejerce el reinado sobre Israel, aparte de Dios? ¿No tenemos de nuevo la introducción de un nuevo señorío, distinto del señorío de Dios? La respuesta del cristianismo primitivo fue distinta. Cuando Pablo, el escritor más antiguo del Nuevo Pacto, se dirige a los cristianos de Roma, a los que todavía no conocía, da por supuesto que estos cristianos consideran, igual que él mismo, que Jesús el Mesías está sentado a la derecha de Dios (Ro 8:34). No es algo que Pablo tuviera que explicar, sino era algo que todos los primeros cristianos creían. Se trata de una expresión que los primeros cristianos tomaron del salmo más citado en todo el Nuevo Pacto (Sal 110:1), que sirvió para entender el lugar especial en que la resurrección había situado al Mesías. La imagen de Jesús a la diestra de Dios aparece frecuentemente en el Nuevo Pacto (Mc 16:19; Lc 22:69; Hch 2:37; 5:31; 7:55s; Col 3:1, Heb 10:12; 12:2; 1 Pe 3:22), y sirvió para entender de un modo nuevo la realidad de Jesús.

3. Un solo reinado Todavía tendremos que analizar más detenidamente todas las implicaciones de esta imagen de Jesús “a la diestra de Dios”. Por de pronto, lo que la imagen quiere decir es que no estamos ante un reinado del Mesías distinto o independiente del reinado de Dios. Jesús, sentado junto a Dios, ejerce el reinado de Dios. El reinado del Mesías es el mismísimo reinado de Dios. Esto es lo que nos dice Pablo en su presentación del evangelio: Jesús ejerce “el”


10. EL EVANGELIO DEL MESÍAS

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reinado, para entregarlo finalmente al Dios y Padre (1 Co 15:24). No son dos reinados, sino uno solo. A veces se ha dicho muy superficialmente que Jesús anunció el reinado de Dios, y que el cristianismo habría anunciado a Jesús como Cristo, y que esto sería algo completamente distinto. Este tipo de afirmaciones ignoran el significado mismo de la palabra “Cristo”, y pasan por alto la fundamental continuidad, sin la cual no se puede entender el evangelio. Jesús anunció el reinado de Dios, y este mismo reinado es el que ejerce el Mesías. ¡En eso mismo consiste el evangelio! El cristianismo primitivo expresó esta unidad de un solo reinado utilizando a veces una imagen muy expresiva. Jesús no sólo estaría sentado a la derecha de Dios. Estaría sentado en el mismo trono de Dios. El trono del reinado divino es justamente “el trono de Dios y del Cordero” (Ap 22:1-3). Para muchos judíos del tiempo de Jesús, ni los patriarcas ni los arcángeles se podían acercar al trono de Dios. En cambio, según los primeros cristianos, el Mesías está sentado en el mismísimo trono de Dios. Es una manera de decirnos que no hay dos reyes, ni dos reinados. Se trata de un solo y único reinado, y por eso hay solamente un trono. Esto significa entonces que, para el cristianismo primitivo, anunciar a Jesús como Mesías, anunciar “evangelio de Cristo”, no era algo distinto de anunciar el reinado de Dios. El Mesías es el rey ungido que reina desde el trono de Dios, porque solamente hay un reinado, y este reinado es el mismo reinado de Dios, anunciado por la Ley, por los profetas, y por Jesús mismo desde el principio de su ministerio.


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El libro de los Hechos nos presenta muchas veces a lo largo de sus páginas el anuncio que los primeros cristianos hacían de Jesús como Mesías. Pero el mismo libro también nos habla de que los cristianos anunciaban las buenas noticias del reinado de Dios (Hch 8:12; 14:22; 19:8; 28:23.31). Además, en varias ocasiones se ve que ese anuncio del reinado de Dios es también el anuncio de Jesús como Mesías (Hch 8:12; 28:23.31). Significativamente, el libro de los Hechos termina con Pablo “predicando el reinado de Dios y enseñando todo lo relativo al Señor Jesús el Mesías” (Hch 28:31). Se trata del resumen de la predicación cristiana, en el que se nos muestra claramente que estamos ante un solo reinado: el único reinado de Dios, ejercido por Jesús el Mesías.

4. Para la reflexión • Lee el Salmo 110. ¿Por qué crees que es el salmo más

citado del Nuevo Pacto? • ¿Por qué piensas que Jesús no quiso proclamarse

públicamente como rey ungido o Mesías? • ¿Por qué crees que Jesús fue proclamado claramente

como Mesías después de la resurrección? • ¿Hay una contradicción entre anunciar el reinado de

Dios y anunciar a Jesús como Mesías? ¿Por qué?


11. El evangelio de nuestro Señor Jesús

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n la segunda carta a los Tesalonicenses, el evangelio es llamado “evangelio de nuestro Señor Jesús” (2 Ts 1:8). Es significativo el uso del término “Señor” aplicado a Jesús. Al hacerlo, no solamente se está aludiendo al señorío de Jesús, sino que se está poniendo a Jesús dentro del monoteísmo del Dios de Israel. Veamos esto más despacio.

1. El Señor Jesús En el Antiguo Pacto, el nombre de Dios revelado a Moisés consta de cuatro consonantes: YHWH (Ex 3:14-15). Originalmente, el hebreo escrito, como otras lenguas semíticas, no usaba más que las consonantes. No había vocales. Por eso es difícil saber como se pronunciaba. Debido varias razones históricas, en muchas biblias aparece el término “Jehovah” o “Jehová”. Pero es probable que la pronunciación originaria fuera algo parecido a “Yáhueh”. Con el tiempo, para muchos judíos resultaba poco piadoso pronunciar el nombre de Dios, pues se corría el peligro de usar su nombre en vano. Cuando leían las Escrituras, en lugar de pronunciar el nombre de Dios, decían “mi Señor”. Esta es la razón por la que, en algunas Biblias, encontramos la expresión “Señor” donde otras Biblias dicen “Jehovah”. De hecho, la costumbre de traducir YHWH por “Señor” es muy antigua. Ya antes del tiempo de Jesús, las traducciones del Antiguo Pacto,


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hechas por judíos de lengua griega, decían “Señor” (Kýrios) donde en hebreo aparecía el nombre de Dios. Los escritores del Nuevo Pacto, cuando consultaban los escritos del Antiguo Pacto en lengua griega, no se encontraban con palabras como “Jehová” o “Yahvé”. Lo que tenían en sus Escrituras era simplemente “el Señor” (Kýrios). Por así decirlo, el nombre de Dios era “el Señor”. Significativamente, los primeros cristianos también llamaron a Jesús “el Señor”. ¡Esto es sorprendente! Cuando en el Nuevo Pacto se habla de Jesús como “Señor”, se le está aplicando la expresión que los judíos usaban para referirse al mismo Dios. Llamar a Jesús “Señor” era como llamarle “YHWH” o llamarle “Jehová”. No se trata de una casualidad o de un malentendido. Los escritores del Nuevo Pacto sabían muy bien lo que hacían al llamar a Jesús “Señor”. Hay múltiples casos en los que se toma una cita del Antiguo Pacto, en la que se decía, por ejemplo, que “todo el que invoque el nombre de YHWH (el Señor) será salvo” (Jl 2:32), y se aplicaba esta cita a Jesús. Cuando Pablo dice “todo el que invoque el nombre del Señor será salvo” (Ro 10:13) está pensando precisamente en Jesús, como se ve fácilmente por el contexto. ¿Cómo ha sido posible esta identificación entre Jesús y “el Señor” del Antiguo Pacto? ¿Qué significa esta identificación?

2. No hay otros señores La identificación tiene una raíz muy clara, a la que ya hemos aludido. Para el cristianismo primitivo, no hay dos reinados, sino solamente uno. El mesiazgo de Jesús es el señorío de Dios. Es decir, hay un solo señorío. El señorío de


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Dios es el señorío del Mesías Jesús. Este único señorío es precisamente el que lleva a asociar a Jesús a Dios, hasta tal punto de que solamente hay un trono, y solamente hay un Señor (Ef 4:5). Tal vez nos puede ayudar a entender esto el hecho de que los hebreos no pensaban, como los griegos, en términos de sustancias, sino en términos de actividad. No hay dos actividades de reinar, la de Dios y la de Jesús, sino una única actividad. Si solamente hay una actividad de reinar, solamente hay un Señor. De ahí la identidad de Jesús con Dios. No es que Jesús sea otro Dios, distinto del Padre, sino que Jesús mismo pertenece al único reinar eterno de Dios. De este modo, lo que hicieron los primeros cristianos a situar a Jesús en la divinidad de Dios fue defender una tesis típicamente hebrea: solamente hay un Señor, porque solamente hay un señorío, y solamente hay un reinado. Desde el punto de vista de la Escritura, el señorío de Dios cuestiona la existencia de todo otro señorío. Si Jesús es Mesías, solamente lo puede ser si su mesiazgo, su señorío, es el mismo y único señorío de Dios. De este modo, los cristianos primitivos no estaban “traicionando” el mensaje de Jesús sobre el reinado de Dios. Todo lo contrario: igual que Jesús había predicado el reinado exclusivo y directo de Dios sobre su pueblo, también los primeros cristianos rehusaron convertir a Jesús en una especie de ser intermedio, distinto de Dios, que ejercería el reinado en nombre de Dios. Si hubieran hecho eso, entonces sí habrían traicionado el mensaje de Jesús y de los profetas sobre un reino directo de Dios sobre su pueblo.


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De ahí que los cristianos, al incluir a Jesús en el monoteísmo único del Dios, están tratando de ser fieles al monoteísmo exclusivo de Israel, y al mensaje de Jesús sobre el reinado directo y exclusivo de Dios. El Mesías Jesús no es otro señor distinto de Dios, sino que Jesús es Señor. Jesús está incluido en el monoteísmo del único Dios, el Dios de Israel.

3. Escucha, Israel La confesión de la fe monoteísta de Israel, tal como aparece de manera clásica en el libro del Deuteronomio, decía lo siguiente: “Escucha, Israel, YHWH, nuestro Dios, YHWH uno” (Dt 6:4).

Esta afirmación estaba originalmente escrita en hebreo. Al ser traducida al griego, YHWH se vierte como “Señor” (Kýrios), tal como explicamos. Entonces la afirmación fundamental de la fe hebrea nos queda así: “Escucha, Israel, el SEÑOR, nuestro Dios, el SEÑOR uno es” (Dt 6:4).

Pues bien, los cristianos primitivos no renegaron de esta expresión de fe monoteísta, sino que incluyeron a Jesús dentro de ella. Escuchemos a Pablo: “Porque aunque sea verdad que algunos son llamados “dioses”, sea en el cielo o en la tierra (como hay muchos “dioses” y muchos “señores”), para nosotros hay un solo Dios, el Padre, de quien proceden todas las cosas, y nosotros somos para Él, y un solo Señor, Jesús el Mesías, por quien son todas las cosas, y por medio del cual somos nosotros” (1 Co 8:5-6).


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Esto significa que, dentro del señorío del único Dios se ha incluido a Jesús como Señor. No como otro Dios o como otro Señor, sino como un único y mismo Señor. De otra manera, tendrían dos señoríos, y el reinado de Dios dejaría de ser exclusivo y directo. El contexto en el que Pablo dice esto es muy claro: los cristianos no aceptan la idolatría ni aceptan tampoco el culto al emperador. Para la gente de su entorno había muchos dioses y señores; esto no se niega. Pero para los cristianos, como para los judíos, solamente hay un Dios y un Señor. De nuevo vemos cómo el anuncio del evangelio se contrapone a las falsas pretensiones de los poderes de este mundo, últimamente basados en la lógica retributiva. Quien se mueve en la lógica retributiva, no le queda más remedio que aceptar diversos poderes, que pretenden garantizar una correspondencia entre las acciones y sus resultados. Para los liberados por la fe, solamente existe un señorío válido: el mesiazgo de Jesús, que es el señorío de Dios. En definitiva, el único reinado de Dios.

4. Tu trono, oh Dios Esta inclusión de Jesús en el monoteísmo de Israel es la razón de que los escritores del Nuevo Pacto no pudieran aceptar que a Jesús resucitado se le considerara como un ser intermedio, distinto de Dios y de los hombres. La carta a los Hebreos niega una posición que fue común en los primeros siglos entre algunos grupos de judíos que aceptaban a Jesús como Mesías, pero no lo incluían en el monoteísmo de Dios. Para ellos, Jesús era simplemente una especie de ángel (Heb 1:3-13).


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Frente a ellos, la carta a los Hebreos cita varios salmos. Los salmos son vistos como “palabra de Dios”. Es decir, en ellos habla Dios mismo (Heb 1:5). Con esto se consigue un importante efecto literario. Porque en los salmos, Dios mismo le está diciendo al hijo (es decir, a Jesús) lo siguiente: “tu trono, Oh Dios, es por los siglos de los siglos, y cetro de equidad es el cetro de tu reinado” (Heb 1:8; cita de Sal 45:6).

Es decir, Dios mismo llama “Dios” a su hijo Jesús. Pero démonos cuenta del contexto. Se trata del nuevo del contexto del trono, del reinado. La afirmación de que el reinado de Dios es directo y exclusivo, con sus raíces en el Antiguo Pacto y en la predicación misma de Jesús, lleva a afirmar que Jesús está incluido en la divinidad misma de Dios. Podríamos encontrar otras muchas alusiones a la divinidad de Jesús en el Nuevo Pacto. Por ejemplo, según la carta a los Colosenses, en Jesús habita corporalmente la plenitud de la divinidad (Col 2:9). El evangelio de Juan ya no habla solamente de Jesús como “hijo de Dios”. Como vimos, esto podría significar simplemente “Mesías”. Juan nos dice algo más: Jesús es el hijo unigénito de Dios (Jn 1:14; 3:16.18; 1 Jn 4:9). Jesús no era hijo por adopción, sino que era realmente hijo, pertenecía realmente a la divinidad de Dios. Son modos en los que se va expresando el convencimiento del cristianismo primitivo, todavía situado en un contexto hebreo, de que Jesús, verdaderamente hombre, pertenece también al monoteísmo del único Dios, el Dios de Israel.


11. EL EVANGELIO DEL NUESTRO SEÑOR JESÚS

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Esto tiene una importante consecuencia. Hemos dicho, al exponer la muerte de Jesús, que Dios estaba en él, reconciliando el mundo consigo (2 Co 5:19). Ahora vemos qué significa concretamente esto. Dios estaba verdaderamente en Jesús, porque entre Jesús y Dios hay una identidad. En Jesús habita la plenitud de la divinidad (Col 2:9). De ahí que la salvación sea verdaderamente “grande” (Heb 2:3). Y es grande por una razón muy concreta. Quien se hizo maldito, y quien se hizo pecado, desde el punto de vista de la lógica retributiva, pertenecía al monoteísmo mismo de Dios. La anulación de la lógica retributiva ha sido radical. Dios estaba completamente del lado de Jesús, y del lado de todas las víctimas de la historia. El pecado fundamental del ser humano (“Adán) ha sido radicalmente superado en Cristo.

5. Para la reflexión • Recuerda cuáles son los tres elementos fundamentales

del evangelio. • Lee el capítulo primero de la carta a los Hebreos. • ¿Por qué crees que Jesús no puede ser un ente inter-

medio entre Dios y los hombres? ¿Cómo afectaría esto al reinado exclusivo y directo de Dios? • ¿Por qué la identidad entre el reinado del Mesías y el

reinado de Dios es fiel al mensaje de Jesús sobre el reinado de Dios? • ¿Cómo afecta el señorío de Jesús a tu vida?



12. Evangelio por el Espíritu Santo

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legados a este punto, podemos ya entender la conexión íntima entre los tres elementos fundamentales del evangelio: la palabra de la cruz, el testimonio de la resurrección, y las buenas noticias del reinado de Dios, ejercido por el Mesías Jesús. De hecho, los tres elementos del evangelio están en una íntima unidad: por la resurrección sé que Jesús es Señor, y por ser Jesús Señor, quien cuelga de la cruz no es alguien abandonado por Dios, sino el mismo Señor del universo, quien así hace estallar por los aires todas las pretensiones de la lógica retributiva, es decir, de la estructura interna del pecado humano. Esto significa que el evangelio es algo más que un simple mensaje. Como vamos a ver, el evangelio es inseparable de la obra del Espíritu Santo. Solamente mediante el Espíritu Santo podemos ser liberados de la lógica retributiva, para ser regenerados internamente, confiando en la obra que Dios ha hecho en Jesús. El evangelio es anunciado “en el Espíritu Santo” o “por el Espíritu Santo” (1 Pe 1:12).

1. La convicción El ser humano regularmente funda su propia vida en los resultados de sus propias acciones. Por lo general, entiende que esto es bueno y meritorio. Ahora bien, cuando los resultados no son los apetecidos, el ser humano tiende a la culpa o la depresión. Para llegar a descubrir que tal estilo


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

de vida se opone a la voluntad de Dios, se necesita la obra del Espíritu Santo en su vida. El Espíritu Santo “… convencerá al mundo de pecado, de justicia, y de juicio” (Jn 16:8)

El pecado del que habla no son faltas morales concretas, sino el pecado de no haber creído en Jesús (Jn 16:9), tratando de auto-justificarse mediante los propios esfuerzos. Salir de esa lógica no es un mérito propio, sino la obra de Dios en uno mismo. La convicción de justicia consiste en convencer de que Jesús era justo, y está a la derecha de Dios (Jn 16:10). El prisma de la lógica retributiva muestra a Jesús crucificado como maldito y como pecador, o al menos como simple fracasado. En cambio, el Espíritu Santo nos permite creer que Jesús está a la derecha del Padre, reinando como Señor y Mesías (1 Co 12:3). La convicción de juicio consiste en que el Espíritu Santo nos permite descubrir que el viejo poder de la serpiente, basado en la lógica retributiva, ha sido cancelado para siempre. El mundo está regido por la lógica retributiva. Pero esa lógica ha sido rechazada radicalmente por Dios en la cruz. El príncipe de este mundo, y todos los poderes basados en él, han sido definitivamente condenados por Dios (Jn 16:11). A diferencia de lo que se piensa en muchas filosofías y religiones, no es la propia investigación y el propio pensamiento lo que nos lleva a ser transformados. Nuestra transformación no es un mérito propio, sino un don de Dios. Es la bondad de Dios la que nos guía al arrepentimiento (Ro 2:4).


12. EVANGELIO POR EL ESPÍRITU SANTO

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2. Jesús es Señor ¿Qué sucede cuando recibimos el evangelio? El evangelio nos anuncia que Dios estaba en Cristo, reconciliando el mundo consigo, que Jesús fue levantado de la muerte, y que ha sido proclamado como Mesías, para ejercer el reinado de Dios. En la medida en que creo que Dios estaba en Cristo, soy liberado de la vana pretensión de justificarme a mí mismo por los resultados de mis acciones. Al creer el evangelio, soy liberado del pecado fundamental del ser humano, al tiempo que acepto la soberanía de Jesús como Mesías, y por tanto soy incorporado al reinado de Dios. Pablo lo dice así: “...si confiesas con tu boca a Jesús como Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo” (Ro 10:9).

El texto, como vemos, menciona los tres elementos del evangelio, y promete la salvación a quien lo acepta. El ser humano, al aceptar el evangelio, es liberado de la lógica retributiva, y de todos los poderes fundados en ella, para quedar situado en la esfera del reinado de Dios, ejercido por Jesús, el Señor. Ahora bien, el acto de creer no puede ser un mérito nuestro. Si así fuera, nuestra liberación sería un mérito propio. Y seguiríamos bajo la lógica retributiva. La fe es la pura recepción de un don, y no un mérito. Como dice la carta a los Efesios: “...porque por gracia habéis sido salvados, mediante la fe, y esto no de vosotros, sino que es don de Dios, no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef 2:8-9).


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De hecho, ¡la misma fe es un don de Dios! La fe, por más que no destruye nuestra libertad, no es algo que nosotros podemos producir. Es Dios mismo el que la produce en nosotros: “...nadie puede decir ‘Jesús es Señor’ sino es por el Espíritu Santo” (1 Co 12:2).

El don de Dios es Dios mismo, presente en nosotros por su Espíritu, haciendo posible la fe. El Espíritu Santo, que es el Espíritu de Dios, y el Espíritu de Jesús, hace posible la fe en nosotros, y de este modo nos sella como pertenecientes a Cristo (Ef 1:13). Ahora podemos entender que el evangelio no es simplemente un mensaje. El evangelio es el poder mismo de Dios que, por su Espíritu Santo, nos libera del pecado de Adán (y de todos los demás pecados, fundados en él), y nos introduce en su reinado.

3. El poder del amor Cuando el Espíritu Santo es derramado en nuestros corazones, podemos creer. Esta presencia del Espíritu Santo es el mismo amor de Dios. Dios mismo es amor (1 Jn 4:8). Su actividad eterna, su acto puro de reinar, es un acto de amor. Si Dios es Espíritu (Jn 4:24), y Dios es amor, entonces el Espíritu Santo está caracterizado por el amor (Ro 15:30). Por eso mismo, “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado” (Ro 5:5)

Este amor que el Espíritu Santo derrama no es una especie de sustancia impersonal, sino que es Dios mismo, presente como amor en nuestros corazones. Este amor es


12. EVANGELIO POR EL ESPÍRITU SANTO

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también la relación misma entre Jesús, como hijo de Dios, y Dios como Padre. Jesús mismo se refería a Dios como “Abba” (Mc 14:36). Cuando el amor de Dios es derramado en nuestros corazones, el Espíritu Santo nos introduce en la relación que tuvieron Jesús y Dios. El Espíritu Santo es el Espíritu de Jesús, que nos introduce en la relación de Jesús con Dios: “… Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su hijo, que clama ‘Abba, Padre’” (Gal 4:6, cf. Ro 8:15).

De ahí que la presencia del Espíritu de Dios en el corazón se caracterice primeramente por el amor (Ga 5:22; Col 1:8). Esto es muy importante, porque nos permite ver que el poder del evangelio no es otro que el poder del amor, y que este poder del amor es el Espíritu Santo mismo, derramado en nuestros corazones. El amor de Dios, derramado en nuestros corazones, es un amor poderoso (2 Ti 1:7). Pero éste no es un poder basado en la lógica retributiva, que solamente ama a los que nos aman. El amor de Dios, derramado en nuestros corazones, es un amor desbordante y gratuito, que ama sin condiciones, sin esperar nada a cambio (1 Co 13:4-6). Solamente este tipo de amor, que no proviene de las lógicas del mundo, puede transformar el mundo. A veces nos han enseñado que Dios es justo, y que por tanto tiene que dar siempre algo a cambio. Especialmente Dios tendría que retribuir, y en esto consistiría su justicia. Ahora bien, ¿está Dios entonces preso de la lógica retributiva? Es lo que veremos en el próximo capítulo.


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4. Para reflexionar • ¿En qué consiste la convicción de pecado? • ¿Se puede decir que la fe es un mérito nuestro? • ¿Por qué necesitamos del Espíritu Santo para creer? • ¿Has experimentado el Espíritu de Dios como amor

derramado en tu corazón? • ¿Por qué el amor de Dios es gratuito, y no espera nada

a cambio? • Pon en relación los tres elementos del evangelio con la

convicción de pecado, de justicia y de juicio que se puede leer en Jn 16:8-11.


13. La revelación de la justicia de Dios

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or lo general, todos tenemos una idea general de lo que es la justicia, y por tanto también nos hacemos con facilidad una cierta idea de lo que podría ser la justicia de Dios. Sin embargo, en la carta a los Romanos Pablo nos dice que en el evangelio... “...la justicia de Dios es revelada por fe y para fe, como está escrito: ‘el justo por la fe vivirá’ ” (Ro 1:17).

En el evangelio se revela la justicia de Dios. ¿Qué tiene de peculiar la justicia de Dios? ¿No sabe todo el mundo lo que es un Dios justo? ¿Por qué la justicia de Dios tiene necesidad de ser revelada? Para presentar la justicia de Dios, Pablo expone primero la injusticia humana, tanto de los paganos como de los judíos (Ro 1:18-3:20), para así destacar, por contraste, la justicia de Dios (Ro 3:5). Una vez expuesta la injusticia humana, Pablo puede pasar a exponer en qué consiste la justicia de Dios, revelada en el evangelio (Ro 3:21-31). Para entender mejor esa justicia de Dios, conviene tener en cuenta la comprensión de la justicia que Pablo heredó de su cultura hebrea, y que podemos encontrar en el Antiguo Pacto.


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1. La fidelidad al pacto Las Escrituras hebreas entienden la justicia de una manera muy distinta a como la entendía la cultura pagana en la que se movía Pablo. Si atendemos a los antiguos autores griegos, como Homero, Hesíodo, o el mismo Solón, nos aparece continuamente la idea de una correspondencia inevitable entre las acciones humanas y sus resultados. A esta correspondencia la llamaban precisamente “justicia” (díke). Los dioses, especialmente Zeus, eran los encargados de impartir justicia, retribuyendo a cada uno según sus acciones. A veces, la justicia era pensada como una divinidad, llamada Díke, que gobernaría el universo entero. Esta idea también la encontramos en la tragedia griega, y en los mismos orígenes de la filosofía. La justicia, para los griegos, significaba primeramente retribución. La comprensión de las Escrituras hebreas es muy distinta. En la Biblia, las palabras hebreas que fueron traducidas como “justicia” (sédeq, sedaqah) nunca aparecen unidas a la idea de retribución. Insisto: en las Escrituras hebreas la justicia no significa retribución. Para hablar de los castigos, en hebreo, se emplean otras expresiones, como “juicio” (mispat), pero nunca la palabra “justicia” (sedeq o sedaqah). ¿Qué era entonces justicia? Para los hebreos era “justo” alguien que cumplía con los acuerdos y con las obligaciones recíprocas. Así, por ejemplo, el patriarca Judá reconoció que Tamar había sido “más justa” que él, porque él no había cumplido con sus obligaciones de suegro hacia ella (Gn 38:26).


13. LA REVELACIÓN DE LA JUSTICIA DE DIOS

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El justo, en la perspectiva bíblica, es aquél que cumple con su palabra y con sus compromisos. En el contexto de un pacto, es justo quien cumple con lo pactado. El pueblo de Dios podía alabar a Dios diciendo: “Has cumplido tu palabra, porque eres justo” (Neh 8:9). Es importante observar que en la idea griega de la justicia hay una tensión entre justicia y perdón. En la mentalidad pagana, la justicia consiste en retribución, de modo que el que es justo tiene que retribuir. Y esto significa castigar al malvado. En cambio, el perdón significaría justamente lo contrario: prescindir del castigo, y entonces el que perdona no sería justo. En cambio, en la mentalidad bíblica, la justicia y el perdón no son incompatibles. Todo lo contrario: el perdón es una forma de justicia. Supongamos que hay un pacto entre dos personas. Una de ellas no cumple con las obligaciones que tiene según el pacto. En ese caso, el pacto se ha roto y la otra persona ya no tiene que cumplir con su parte. Pero supongamos que, de todas maneras, la segunda persona quiere seguir cumpliendo con su parte del pacto. En este caso, la segunda persona habría perdonado, y además, habría sido justa, porque estaría cumpliendo con su parte del pacto. En realidad, no solo habría sido justa. Habría sido “superjusta”, porque habría cumplido con el pacto, aunque ya no estaba obligada a hacerlo. Pues bien, precisamente ésta fue la experiencia que Israel hizo en su pacto con Dios. Israel no cumplió con su parte del pacto. En muchos casos, Dios ejerció su juicio (mispat) contra Israel, abandonando la protección. El pueblo era entonces derrotado por los enemigos. Esto


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ciertamente era justo, porque el pueblo no había cumplido su parte de pacto. Sin embargo, a la larga, Dios sí se acordó de su pacto, y fue fiel a su palabra, aunque no tenía que serlo. Precisamente por eso el pueblo, al experimentar la restauración, podía proclamar que Dios es justo (Neh 9:8). Dios era justo porque era fiel al pacto, y era más justo cuando permanecía fiel al pacto, aunque no tenía que hacerlo. Esto nos permite entender por qué, en el Antiguo Pacto, las personas pueden pedir, al mismo tiempo, justicia y perdón (2 Cro 6:39). Pedir justicia es pedir que Dios se acuerde de su pacto, aunque no tendría que hacerlo, si el pueblo no había cumplido su parte. En este caso, pedir justicia es entonces también pedir perdón. Por ello, el salmista puede reconocer su injusticia, y pedir perdón por su pecado, al mismo tiempo que invoca la justicia de Dios (Sal 51:14; 143:1-2). A pesar de todas las infidelidades del pueblo (Is 30:1-17), Dios espera para tener piedad y compasión, porque es un Dios de justicia (Is 30:18). La justicia de Dios no excluye el perdón, sino que lo incluye positivamente. Así Dios se muestra como “superjusto”, cumplidor de sus pactos, incluso cuando la otra parte no lo hace. Como dice Juan, Dios “es justo para perdonar” (1 Jn 1:9). Esta justicia es la que Dios muestra en la parábola de los trabajadores de la última hora (Mt 20). Cada uno es retribuido de acuerdo al convenio que Dios había hecho con ellos, no de acuerdo a las horas trabajadas. La justicia basada en el mérito es la justicia de los paganos, que no crea igualdad. En cambio, la justicia de Dios, basada en el pacto, crea un pueblo de iguales, donde todos reciben lo prometido, con independencia de sus méritos.


13. LA REVELACIÓN DE LA JUSTICIA DE DIOS

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2. Justicia y Ley Ahora podemos entender mejor las palabras de Pablo. En el contexto de Pablo, lo que estaba en juego era la “justificación”. Dicho en otros términos: cómo llegar a ser justo (“justi-ficar” es hacer justo). Esto no significaba primeramente “cómo voy al cielo”, sino simplemente “cómo soy fiel al pacto”. Ser justo es estar en el pacto. Justificar es hacer entrar en el pacto. Por supuesto, la entrada en el pacto estaba cargada de bendiciones, no solo para el presente, sino también para el futuro del reinado de Dios. Concretamente, Pablo se entendía a sí mismo como enviado a los gentiles, es decir, a los no-judíos, y la gran pregunta era cómo los gentiles podían estar en el pacto con Dios. Los adversarios de Pablo tenían una respuesta bastante obvia: si quieres estar en el pacto de Dios con su pueblo, tienes que cumplir la Torah (la Ley), porque la Ley es expresa justamente el convenio que Dios hizo con su pueblo en el Sinaí. Y esto significaba circuncidarse y comenzar a cumplir con todos los demás preceptos de la Ley. En definitiva: si quieres ser parte de un pueblo, cumple sus leyes. Si quieres entrar en el pacto, cúmplelo. Pablo ve un problema en esto. No que la Ley sea en sí algo malo. La Ley era vista como un regalo de Dios, y por tanto como algo santo y bueno. Sin embargo, el pecado del ser humano, es decir, nuestra tendencia a la autojustificación, puede utilizar la Ley (Ro 7:11-14) como medio para proclamar la propia justicia. En ese caso, la entrada en el pacto sería un mérito propio, conseguido mediante el cumplimiento de la Ley. Y claro, Pablo no puede aceptar esto, porque significaría que Cristo murió en vano (Gal


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2:21). Precisamente la cruz de Cristo nos saca de toda lógica retributiva, como vimos. Esta es la razón por la que Pablo trata de mostrar, en los primeros capítulos de Romanos, que los judíos son igual de “injustos” que los gentiles. Todos están fuera del pacto. Aunque los primeros tienen la Ley, no la cumplen. Y, desde la mentalidad judía, el incumplimiento de un precepto era un incumplimiento de todo el pacto (Stg 2:10). Entonces, ¿cómo entro en el pacto? Para Pablo hay otra vía, que conecta precisamente con las promesas de Dios sobre una renovación final del pacto (Jer 31:31-33). Uno puede pertenecer a un pueblo, no por cumplir sus leyes, sino por adherirse a su soberano. Si me adhiero al soberano de un pueblo, pertenezco al pueblo de ese soberano. Esto es precisamente lo que hace la fe en el Mesías. Cuando alguien cree en Jesús, se vincula a él como su Señor. De este modo, quedamos a salvo de los poderes del mundo, y nos situamos bajo el señorío de Dios: “si confiesas con tu boca a Jesús por Señor, y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo, porque con el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación” (Ro 10:9-10).

Este “confesar” o “proclamar” con la boca y este “creer con el corazón” es la fe que nos salva. Como proclama insistentemente Pablo, somos “justificados”, es decir, somos hechos justos por la fe. Es lo que tenemos que ver a en el siguiente capítulo.


13. LA REVELACIÓN DE LA JUSTICIA DE DIOS

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3. Para la reflexión • Lee Mateo 20. • Trata de decir con tus palabras cuál es la idea pagana

sobre la justicia. ¿Cómo se refleja esto en el texto de Mateo 20? • Trata de decir con tus palabras cuál es la idea bíblica

sobre la justicia. ¿Cómo se refleja esto en el texto de Mateo 20?



14. Por fe y para fe

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n el capítulo anterior hemos mostrado que la justicia de Dios, de acuerdo con las Escrituras, no consiste en retribución. También hemos comenzado a considerar por qué Pablo afirma que la justicia de Dios se revela en el evangelio. Y es que, para entrar en el pacto con Dios no se necesita cumplir la Ley de Israel, sino que basta con adherirse al rey y Mesías de Israel. Si el Mesías es nuestro Señor, inmediatamente pertenecemos a su pueblo. Por eso es suficiente con creer que Dios estaba en Jesús, reconciliando el mundo consigo, y reconocer de corazón que Jesús es el Mesías, y el Señor.

Según Pablo, en el evangelio se revela la justicia de Dios, y se revela “por fe” y “para fe” (Ro 1:17). ¿Qué quiere decir esto?

1. Justicia por fe En primer lugar la justicia “por fe”. La palabra griega para fe (pístis) también puede traducirse como “fidelidad”. Además, la expresión que se traduce como “por” se podría traducir también como “desde” o “a partir de”. Podríamos entonces decir que la justicia de Dios se revela “desde la fidelidad” (ek písteos). Pablo posiblemente está hablando de la fidelidad de Dios. La justicia de Dios se revela a partir de la fidelidad de Dios. Dios ha mantenido la fidelidad a sus promesas, y a su pacto, a pesar del rechazo de la humanidad hacia él. Dios


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ha sido paciente, no para terminar descargando su ira sobre Jesús, tal como a veces se piensa. Esto no lo dice la Escritura en ninguna parte. Dios ha sido paciente para finalmente manifestar su justicia en Jesús (Ro 3:25-26). La justicia es fidelidad de Dios al pacto, y en base a su fidelidad al pacto, Dios ha manifestado en Jesús su justicia. Ahora bien, ¿cómo se manifiesta la fidelidad de Dios? Lo maravilloso es que la fidelidad de Dios se muestra precisamente en la fidelidad de Jesús. De hecho, éste sería el sentido de la expresión “fe de Jesús” o “fe del Mesías” (pístis toû Khristoû), que nos encontramos repetidamente en los escritos de Pablo (Ro 3:22.26; Gal 2:16; 2:20; 3:22; Flp 3:9; Ef 3:12 y 1 Tm 3:13). A veces, estos textos se han traducido como “fe en Cristo”. Pero en principio estos textos hablan más bien de la fe o fidelidad de Jesús. Jesús es el iniciador, el que da principio (arkhegós) a nuestra fe (Heb 12:2). Jesús fue creyente, y esperó contra toda esperanza, hasta la muerte y muerte de cruz. Y, al hacerlo, Jesús representó a Israel, y a la humanidad entera, siendo fiel donde otros habían fallado. Al mismo tiempo, en la cruz, Jesús mostró la fidelidad de Dios a sus promesas para Israel, y para la humanidad entera. Dios no rechazó a quienes le rechazaban, incluso cuando dieron muerte al Mesías. En Jesús, el ser humano, representado por Jesús, fue fiel a Dios. Y al mismo tiempo, en Jesús, Dios fue fiel a la humanidad.

2. Justicia para fe En segundo lugar, en el evangelio la justicia de Dios se muestra también “para fe”. Es decir, para la fe de los creyentes, discípulos de Jesús. Cuando los cristianos creen que Dios estaba en el Mesías, reconciliando el mundo


14. POR FE Y PARA FE

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consigo, quedan liberados de la vana pretensión de justificarse a sí mismos mediante los resultados de sus propias acciones. Como vimos, la lógica retributiva fue anulada por Dios en Jesús. Además, al creer en Jesús, los creyentes lo reconocen como resucitado, y como sentado a la derecha de Dios. De este modo, los creyentes reconocen a Jesús como Señor. Y, al reconocerlo como Señor, quedan puestos bajo su soberanía real. Es decir, al reconocer que Jesús es el Mesías, nos hacemos sus súbitos, y pasamos a formar parte de su pueblo. Dicho en otras palabras: entramos en el pacto. Y al entrar en el pacto, somos hechos justos. La justicia es, como hemos visto, fidelidad al pacto. Como vimos, ser justificado significa ser admitido en el pacto. Precisamente por eso somos “justificados por la fe”. Esto es precisamente lo que nos dice Pablo concisamente: “Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesús el Mesías, nosotros también hemos creído en Jesús el Mesías, para que fuésemos justificados por la fe del Mesías, y no por las obras de la ley; por cuanto por las obras de la ley ninguna carne será justificada” (Gal 2:16).

3. Para nuestra justificación Ahora podemos ver de nuevo la importancia de la resurrección de Jesús para que pueda haber un evangelio. El evangelio llega por la fe, porque la fe en el Mesías es la adhesión a una persona viva. Al adherirnos al Mesías, pasamos a formar parte de su pueblo. Entramos en su pueblo, no por cumplir con la Ley, sino por nuestra vinculación al Mesías.


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

Entrar a formar parte del pueblo del Mesías es lo mismo que entrar en el pacto de Dios con su pueblo. Ahora bien, insistamos una vez más, la justicia consiste precisamente en fidelidad al pacto. Dicho en otros términos: entramos en el pacto de Dios con su pueblo, somos fieles al pacto, cuando creemos en el Mesías, cuando nos adherimos a Jesús como nuestro Señor. Por eso mismo, no es suficiente con que Jesús haya muerto por nuestros pecados. En algunas presentaciones del evangelio solamente es importante decir que Jesús murió. Sin embargo, la justificación requiere la entrada en el pacto de Dios con su pueblo, y esta entrada solamente es posible, para quienes no son judíos, mediante la adhesión a Jesús como nuestro Mesías. Por eso dice la Escritura que Jesús, nuestro Señor… “… fue entregado por nuestras transgresiones y fue resucitado por nuestra justificación” (Ro 4:25)

Dicho en otros términos: sin resurrección no hay Mesías, y sin Mesías no hay rey a quien adherirse, y sin rey a quien adherirse no hay entrada en el pacto para los que no son judíos, y sin entrada en el pacto no hay justicia. ¡Sin la resurrección no hay justificación por la fe! Así podemos entender también que el evangelio no esté completo si solamente se dice que Jesús murió por nuestros pecados. Se necesitan los otros dos elementos del evangelio: Jesús resucitó y Jesús es el Mesías, el rey, el Señor de su pueblo. Así es como podemos adherirnos a él como Señor, y ser justificados al entrar en el pacto de Dios con su pueblo.


14. POR FE Y PARA FE

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4. Para la reflexión • Lee Gálatas 3:1-14. • ¿Por qué crees que Pablo dice que, si la justificación

fuera por la ley, Jesús sería maldito? • Desde el punto de vista de la lógica retributiva, toda

persona fracasada se merece su destino. ¿Qué dice la lógica retributiva sobre Jesús crucificado? • ¿Qué nos introduce en el pacto con Dios, la fe o las

obras de la ley? • Desde la fe de Jesús… para nuestra fe… ¿Qué

parecidos y diferencias ves entre la fe de Jesús y nuestra fe?



15. La fe del evangelio

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on el trasfondo de lo que hemos estudiado hasta aquí, podemos entender mejor lo que Pablo llama “la fe del evangelio” (Flp 1:27). La fe es confianza en que Dios estaba en el Mesías, reconciliando el mundo consigo. Creer significa confiar en que ya no tengo que justificarme por los resultados de mis acciones, porque soy justificado gratuitamente por Dios. Si Dios estaba en Jesús, reconciliando el mundo consigo, la muerte ya no podía retenerle (Ro 6:9; Hch 2:24). La fe incluye la convicción de que Jesús ha resucitado, y por tanto lo podemos reconocer como Señor y Mesías. Por eso, la fe tiene también un elemento de fidelidad. La fe es ser fiel a una persona: creer en Jesús es adherirme a él como Mesías, y así formar parte de su pueblo.

1. La convicción de lo invisible Hay otro aspecto decisivo de la fe. En la carta a los Hebreos se nos dice que la fe es “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Heb 11:1). Confiar en una persona es esperar ciertos comportamientos de ella. Pero, cuando confiamos, vamos más allá de lo que vemos. Nos dirigimos al futuro, y nos dirigimos a lo invisible. A Dios nadie lo ha visto jamás (Jn 1:18). De hecho, el Creador de todas las cosas no es una cosa más, que pueda ser conocida por nuestros sentidos, o ni siquiera por nuestra mente. Sin embargo, la fe cree que Jesús lo ha dado


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

a conocer plenamente: el Hijo unigénito que está en el seno del Padre, él lo ha dado a conocer (Jn 1:18). Por la fe, conocemos que Dios es tal como Jesús lo representó: “la ley fue dada por Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesús el Mesías” (Jn 1:17). En este sentido, la fe nunca tendrá “pruebas” en un sentido estricto. Si las tuviera, dejaría de ser fe. Lo que la fe tiene, como vimos, son “señales” (Heb 2:4), ciertamente importantes, y a veces muy poderosas. Pero todas esas señales con las que llega el evangelio nos dejan siempre la libertad de reconocer en ellas la mano de Dios, y aceptarla de manera agradecida. Las señales “señalan”, pero no imponen. Nunca son conclusivas ni abrumadoras. Dios siempre respeta nuestra libertad, pues así nos lo mostró Jesús.

2. Por el oír Estas características de la “fe del evangelio” determinan el modo en que nos llega la fe. La fe no llega mediante una evidencia matemática o filosófica. Tampoco se nos presenta como una cosa que podamos ver. Como dice Pablo: “por esto, la fe es por el oír, y el oír por la palabra del Mesías” (Ro 10:17). En algunas versiones, en lugar de la “palabra del Mesías” (o de Cristo) podemos leer “por la palabra de Dios”. Sin embargo, los manuscritos más antiguos hablan de “la palabra del Mesías” (rématos Khristoû). Esto es muy significativo. Son las palabras mismas de Jesús, y sobre Jesús, las que nos llevan a la fe en él. Como hemos visto, la fe así entendida no es posible sin la obra sobrenatural del Espíritu mismo de Jesús en


15. LA FE DEL EVANGELIO

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nosotros. La fe verdadera no es un mérito nuestro. La fe del evangelio no consiste simplemente en creer en que Dios existe, o cosas por el estilo. Como dice la carta de Santiago, este tipo de fe también la tienen los demonios (Stg 2:19). Tampoco se trata de creer que ciertas cosas van a pasar, como cuando decimos “creo que va a llover” o “creo que Dios me va a ayudar a aprobar el examen”. Todo eso puede ser muy importante, pero no es la fe del evangelio. La fe del evangelio consiste en creer que Dios estaba en el Mesías, reconciliando el mundo consigo. Por eso, la fe del evangelio confía en que es Dios el que nos hace justos, no por nuestros méritos, sino de una manera gratuita. Si fuéramos hechos justos por nuestros méritos, seguiríamos en la lógica retributiva, que Jesús ha anulado en la cruz. Seguiríamos en el orgullo de los que se creen superiores a otros por sus méritos, o en la culpa de los que saben que no son merecedores del amor de Dios. Dios nos declara hijos suyos, sin ningún mérito nuestro. Justificados por la fe, tenemos ahora paz para con Dios por medio del Señor Jesús, el Mesías (Ro 5:1).

3. La activación de la fe Nadie puede decir “Jesús es Señor”, sino es movido por el Espíritu mismo de Jesús (1 Co 12:3). La fe, siendo una obra sobrenatural del Espíritu de Jesús en nosotros, no es algo puramente interior, separado del resto de nuestra vida. La fe más bien toca todas las dimensiones de la vida humana, y no solamente el ámbito de nuestras ideas. La fe transforma nuestros sentimientos, nuestros deseos, y toda nuestra actividad.


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Cuando confiamos en alguien, confiamos en que aquellas cosas que nos pide serán cosas buenas. Confiamos en que no vamos a ser defraudados. Por eso, cuando confiamos en alguien, seguimos sus consejos, les prestamos atención, que es justamente lo que significa “obedecer”. Lo mismo sucede con Dios. Si confiamos en Dios, lo obvio será seguirle y obedecerle. No es posible decir que confío en Dios y, al mismo tiempo, no hacer lo que me pide. Si creo en Dios, confío en que seguirle será lo mejor para mí. La fe verdadera no solo cree que Dios existe, sino que también cree que Dios galardona a los que le buscan (Heb 11:6). En este sentido, la fe auténtica no se contrapone a las obras. Lo que sucede es que las obras del creyente ya no son esfuerzos para conseguir el favor de Dios. Al contrario. Las obras del creyente son expresión de nuestra fe, de nuestra confianza en Dios y de nuestro amor a Él. El orden se ha invertido. Somos salvados solamente por la fe, pero cuando tenemos fe nos resulta natural hacer lo que antes no podíamos hacer, que es obedecer a Dios. Precisamente porque ahora confiamos en él, podemos obedecerle. De este modo, la fe se activa por el amor (Gal 5:6). Por amor a Dios, le obedecemos. Por amor a las demás personas, hacemos lo que Dios nos pide que hagamos por ellas. Al obedecer a Dios, y conocer su fidelidad, nos resulta más fácil seguir confiando en él, y seguir obedeciéndole. De este modo, se puede decir que la fe actúa unida a las obras que provienen de nuestra confianza en Dios, y que, al ejecutar esas obras, la fe se va perfeccionando (Stg 2:22).


15. LA FE DEL EVANGELIO

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4. Para la reflexión • Si alguien dijera “creo en Dios, pero no puedo confiar

que obedecerle sea bueno para mí”, ¿tendría verdadera fe? ¿Por qué? • ¿Cuándo comenzaste a confiar en Dios? • Algún ejemplo de algo que hayas hecho por fe. • ¿Crees que hay contradicción entre fe y obras? ¿Por

qué? • ¿Qué viene antes, la fe o las obras?



16. Recibir el evangelio

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omo toda buena noticia, el evangelio tiene que ser recibido. Sin embargo, la proclamación de la llegada del reinado de Dios, ejercido por el Mesías Jesús, no siempre es una buena noticia. Para algunos, el evangelio huele a muerte (2 Co 2:16). Es la muerte de los viejos modos de ver las cosas, de las viejas seguridades, y del sometimiento a los viejos poderes. Para otros, el evangelio huele a vida. En estos casos, el evangelio es recibido (1 Co 15:1; Ga 1:9; 2 Co 11:4). ¿Cómo se recibe el evangelio?

1. Los tres pasos El evangelio se recibe al creer en el mensaje que escuchamos. Dicho en otros términos: todo lo que se necesita para recibir el evangelio es aceptarlo con fe. Cuando creemos que Dios estaba en Jesús reconciliando el mundo consigo, el evangelio llega a nuestra vida. Ahora bien, esta llegada del evangelio tiene una expresión concreta en la vida del nuevo creyente. En el libro de los Hechos de los apóstoles se recoge la primera proclamación del evangelio por parte de Pedro (Hch 2:1436). En ese discurso inicial podemos encontrar los tres elementos del evangelio a los que nos hemos venido refiriendo hasta aquí: Jesús fue rechazado y murió en la cruz, Dios le resucitó, y Jesús es ahora el Mesías. El texto nos cuenta que, al final de la proclamación de Pedro, los oyentes se afligieron de corazón y preguntaron a


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Pedro y a los demás apóstoles: “¿qué haremos?”. Entonces Pedro les responde señalando los pasos concretos con los que nuestra fe se apropia del evangelio: “Pedro les dijo: Arrepentíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesús el Mesías para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch 2:38).

Vemos así tres momentos en la recepción del evangelio: arrepentirse, bautizarse, y recibir el Espíritu Santo. Vamos a ver en este capítulo los dos primeros pasos. El tercero, que es consecuencia de los dos anteriores, lo dejaremos para el siguiente capítulo.

2. El arrepentimiento La palabra española “arrepentimiento” no siempre refleja bien la riqueza de las expresiones bíblicas. En castellano, el arrepentimiento puede dar la idea de un sentimiento de culpa, en el sentido de sentirse mal por algo que hemos hecho. Sin embargo, esto no es ni mucho menos el núcleo del asunto. En realidad, la culpa es algo propio de la lógica retributiva. Vivir bajo acusación es vivir todavía en esa lógica. Por otra parte, el acento principal del arrepentimiento no está en los sentimientos. Los oyentes de Pedro estaban “afligidos de corazón” (Hch 2:37), pero Pedro les exhortó a arrepentirse. Estar afligido de corazón no es estar arrepentido. De hecho, la tristeza puede servir tanto para llevarnos a Dios como para separarnos de Él (2 Co 7:8-10). Para que tengamos un verdadero arrepentimiento se necesita algo más que sentimientos de tristeza o de aflicción.


16. RECIBIR EL EVANGELIO

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Para entender toda la riqueza del arrepentimiento es necesario atender a dos conceptos bíblicos. Por una parte, en hebreo nos encontramos con la expresión shub, que a veces se traduce como “conversión”. Es una expresión que da la idea de un giro en la vida, de un cambio de dirección. Cuando recibimos el evangelio, nuestra dirección en la vida cambia completamente. En lugar de perseguir los fines que antes perseguíamos, ahora podemos orientarnos a nuestro verdadero objetivo en la vida. Si el pecado era “fallar al blanco”, ahora podemos volvernos a Dios para realizar el verdadero propósito de nuestra vida, que no es otro que reproducir la imagen de Cristo (2 Co 5:15). Por otra parte, la expresión griega metanoia, que es la que se suele traducir como “arrepentimiento”, designa literalmente un “cambio de mente”. Y es que, para perseguir nuevos propósitos en la vida, nuestra forma de ver a Dios, de vernos a nosotros mismos, de ver a los demás, y de ver el mundo, tiene que cambiar completamente. Cuando el evangelio llega a nosotros, entendemos verdaderamente quién es Dios. Dios deja de ser un mero creador, o un juez, para convertirse en “el Padre de nuestro Señor Jesús el Mesías” (2 Co 1:3). Y desde Dios entendemos ahora todas las cosas, que se convierten verdaderamente en cosas nuevas para nosotros (2 Co 5:17). El arrepentimiento, así entendido, no es algo que nosotros podamos realizar por nosotros mismos. Por mucho que nos esforcemos en cambiar nuestra mente, la mente cambiada será todavía nuestra propiamente. Y lo que el evangelio nos propone es recibir la mente misma de Cristo (1 Co 2:16). Por eso, el arrepentimiento es un verdadero regalo de Dios (2 Ti 2:25; Hch 5:31; 11:18; etc.). Así como el Espíritu Santo es el que opera la convicción de


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pecado y la fe, también es el Espíritu Santo el que nos da el arrepentimiento. Y arrepentidos, recibimos el evangelio.

3. El bautismo El segundo momento en la recepción del evangelio es el bautismo. Para entender correctamente el bautismo cristiano, hay que alejarse de dos extremos. Por una parte, el bautismo no es una especie de rito mágico, en el que un “agua bendita” nos concediera la salvación. El bautismo requiere un previo arrepentimiento. Por eso no tiene sentido administrar el bautismo a personas que no se han arrepentido previamente. Por otra parte, el bautismo no es un “mero signo”, como si el bautismo no significara nada en la vida del creyente. El bautismo es un momento esencial de la fe cristiana. Para los antiguos israelitas, la fe se concretó en ponerse en marcha para salir de Egipto. Creer a Dios era dirigirse hacia la tierra prometida. Para los cristianos, la creencia en Jesús como Mesías les lleva igualmente a dar pasos de fe, hacia la libertad. El bautismo no es ni agua mágica ni un mero signo. El bautismo, ante todo, es una acción. Es una acción simbólica, pero verdadera acción. Y en Si vemos el bautismo como una acción, podemos entender mejor lo que acontece cuando nos bautizamos. La acción es un inmersión. De hecho, “bautismo” no era en griego una palabra religiosa, destinada a designar un rito. En griego, “bautizar” (baptizein) significa simplemente “sumergir”. Al bautizarnos, por una parte nos sumergimos en el agua, simbolizando con ello la muerte de Jesús por nosotros. Por otra parte, al ser bautizados, salimos del agua


16. RECIBIR EL EVANGELIO

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para vivir una nueva vida, simbolizando así la resurrección de Jesús. Es decir, el bautismo simboliza la muerte a nuestro viejo “yo”, y la resurrección a una vida identificada con Jesús, el Mesías: “… por el bautismo fuimos sepultados juntamente con él en la muerte, para que así como el Mesías fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida” (Ro 6:4).

Dicho en otros términos, el bautismo es una participación en la muerte y vida de Jesús. Si Dios es acto, y nuestras acciones son actos, se puede decir que el bautismo no es una acción meramente humana, sino un acto de Dios en nosotros, y con nosotros. En este sentido, se puede entender que la Escritura afirme que el bautismo “nos salva” (1 Pe 3:21). Ahora bien, este mismo texto añade que no se trata de una salvación mágica, como si fuera una limpieza ejecutada por el agua con independencia de nuestra voluntad. Lo que sucede en el bautismo es más bien, como dice el texto, “la apelación de nuestra conciencia a Dios”, la transformación de la dirección de nuestra vida, aceptando ser dirigidos por él. Y esto no es algo que podamos hacer nosotros, sino que es una gracia de Dios, posibilitada por la resurrección de Jesús: “el bautismo ahora os salva (no quitando la suciedad de la carne, sino como una petición a Dios de una buena conciencia) mediante la resurrección de Jesús el Mesías (1 Pe 3:21).

La resurrección de Jesús posibilita el deseo de bautizarnos para actualizar nuestra identificación con la muerte y la resurrección de Jesús. Por eso el bautismo presupone la


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

fe y el arrepentimiento. Pero no antecede a la obra del Espíritu. El Espíritu ya está actuando para llevarnos al arrepentimiento, y en ocasiones podemos incluso ser llenos del Espíritu Santo antes de ser bautizados (Hch 10:44-48). En realidad, el arrepentimiento, el bautismo y la llenura del Espíritu son partes de un mismo todo, que es la aceptación del evangelio con fe.

4. Para la reflexión • ¿Cómo describirías tu arrepentimiento? • Lee Romanos 6:1-14. • ¿Qué recuerdas de tu propio bautismo? • ¿Por qué el bautismo está unido al arrepentimiento y

a la conversión? • ¿Por qué el bautismo es más que un mero signo? • Recuerda los tres elementos del evangelio y los tres

momentos en la recepción del evangelio.


17. Ungidos para evangelizar

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l tercer elemento en la recepción del evangelio es, como vimos, la venida del Espíritu Santo a morar en el interior de los creyentes (Hch 2:38). No se trata simplemente de que el Espíritu esté actuando en nuestra vida, llevándonos a la fe y al arrepentimiento. Se trata de algo mayor y más concreto: ser llenos del Espíritu Santo.

1. Ser llenos del Espíritu El Espíritu Santo está presente desde el mismo relato de la creación (Gn 1:2), y a lo largo de las historias del Antiguo Pacto, el Espíritu desciende en forma puntual sobre algunos líderes y profetas. En las Escrituras del Antiguo Pacto incluso se registra la venida del Espíritu sobre un vidente pagano, como es el caso de Balaam (Nm 24:2). De hecho, el Espíritu de Dios sopla donde quiere (Jn 3:8), y actúa actúa en los no creyentes, precisamente para llevarles a la fe (Jn 16:7-8). Como vimos, la fe es imposible sin el Espíritu Santo. En el caso de los discípulos de Jesús, el evangelio de Juan distingue entre la presencia del Espíritu con ellos, y la futura presencia del Espíritu en ellos (Jn 14:17). Aunque esta dimensión de futuro no se aprecia en todas las traducciones, es de hecho algo obvio en el contexto de Juan y de todo el Nuevo Pacto: los discípulos necesitaban del Espíritu para poder llevar a cabo su misión. Jesús les


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prometía la venida de “otro Consolador” (Jn 14:16), como un poder para ser testigos (Hch 1:8). La capacitación o designación para una misión se representaba en el Antiguo Pacto con una “unción” con aceite, como la que se practicaba con los reyes o los sacerdotes. Sin embargo, los profetas habían prometido una unción distinta. Era la unción con el Espíritu del mismo Dios para anunciar las “buenas noticias”, el evangelio del reinado de Dios (Is 61:1-6). Jesús había citado el pasaje de Isaías para caracterizar su propia misión, al comienzo de su predicación, en la sinagoga de Nazaret: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos y vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y para proclamar el año agradable del Señor” (Lc 4:18-19).

Con la renovación del pacto entre Dios y su pueblo, sucedida con Jesús, esta unción está ahora a disposición de todos los creyentes. El Espíritu de Dios no sólo nos convence de pecado y nos lleva a la fe. Ahora podemos ser llenados completamente con el Espíritu Santo, tal como sucedió en el día de Pentecostés: “De repente vino del cielo un ruido como de una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la casa donde estaban sentados, y se les aparecieron lenguas como de fuego que, repartiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba habilidad para expresarse. Y había judíos que moraban en Jerusalén, hombres piadosos, procedentes de todas las naciones bajo el cielo. Y al ocurrir este estruendo, la


17. UNGIDOS PARA EVANGELIZAR

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multitud se juntó, y estaban desconcertados porque cada uno los oía hablar en su propia lengua” (Hch 2:2-6).

Esta experiencia también es descrita como un “bautismo en el Espíritu Santo”. Y es que el bautismo, como vimos, es un “sumergirse”, una “inmersión”, en la que somos empapados por el amor mismo de Dios, como olas de amor líquido que se derraman sobre nosotros. Era la promesa de Dios anunciada por los profetas (Jl 2:17-21), y repetida por Juan el bautista. Él bautizaba con agua, pero Jesús nos bautizaría con el Espíritu Santo (Mc 1:8; Jn 1:33). No se trata de una experiencia elitista para unos pocos cristianos, sino de una promesa de Dios para todos los creyentes (Hch 2:39). Tampoco es una experiencia puntual. Los primeros cristianos, tras haber sido llenos del Espíritu Santo en el día de Pentecostés, volvieron a ser llenos del Espíritu Santo poco tiempo después, tras haber recibido amenazas de las autoridades (Hch 4:31). De hecho, la forma verbal que encontramos en un pasaje de la carta a los Efesios sugiere esta traducción, más literal: “estad siendo llenados continuamente del Espíritu” (Ef 5:18). La vida cristiana es un proceso de ser llenados por el Espíritu Santo, una y otra vez, como olas que se suceden unas a las otras.

2. La vida en el Espíritu La vida cristiana comienza entonces con un nuevo nacimiento, realizado en el agua y en el Espíritu (Jn 3:1-15). El Espíritu Santo da testimonio a nuestro propio espíritu de que somos hijos de Dios (Ro 8:16). Y ese mismo Espíritu de Dios va haciendo posible el triunfo sobre “las obras de la


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carne” (Ro 8:14), en las que todavía se muestra la lógica de Adán. De este modo, nuestra vida entera puede entenderse como una transformación, en la que, mediante el poder del Espíritu Santo vamos muriendo al “viejo ser humano” (Ro 6:6; Ef 4:22; Col 3:9), y vamos siendo renovados en el nuevo hombre, a imagen de Jesús (Ef 4:24; Col 3:10). Libres de la lógica retributiva, es Dios mismo el que nos transforma, por su Espíritu: “… nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu” (2 Co 3:18).

Frente a las “obras” de la carne, empeñada en su propio esfuerzo y auto-justificación, empieza a brotar algo que no son obras nuestras, sino que es el fruto del Espíritu Santo en la vida cristiana: “… el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio” (Gal 5:22-23).

Este importantísimo fruto solamente puede brotar cuando la vida humana permanece unida al Espíritu de Jesús (Jn 15:1-5). Y la razón es que la vida cristiana solamente es posible como un regalo de Dios. No algo logrado por las propias fuerzas, sino algo recibido de la fuente de la vida, en la medida en que permanecemos unidos al Señor: “… la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el Espíritu es vida y paz” (Ro 8:6).

De hecho, la vida cristiana no es una vida aburrida ni triste, sino una vida de paz y de gozo. A diferencia de los poderes de este mundo, que se basan en la fuerza y en las


17. UNGIDOS PARA EVANGELIZAR

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amenazas, el reinado de Dios es “justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo” (Ro 14:17). De la plenitud o llenura del Espíritu Santo brotan multitud de dones y carismas que capacitan a los cristianos para servirse mejor unos a otros, y también para compartir el evangelio con los que todavía no creen. Estos dones no son capacidades propias, atribuibles a uno mismo, sino regalos de Dios. De ahí su carácter sobrenatural (Ro 12:6-8; 1 Co 12:7-11; 4:7-12; 1 P 4:.9-11). El destino de los dones del Espíritu Santo no es la promoción personal, o la promoción del propio ministerio. Son regalos que Dios da para servir a los demás. Es interesante observar que, en la presentación de los dones espirituales que encontramos en los capítulos 12 y 14 de la primera carta a los Corintios, Pablo ha introducido un largo texto (el capítulo 13) que trata precisamente del amor. El amor es el sentido y el motivo de los dones. El fruto del Espíritu es amor, porque el Espíritu es el amor mismo de Dios derramado en nuestros corazones. Cuando estamos motivados por el amor a los hermanos cristianos, y por el amor a las persona que todavía no creen en el Mesías, estamos en la actitud correcta para anhelar los dones del Espíritu (1 Co 14:1). Y esto nos muestra algo muy importante. Los dones del Espíritu no suelen llegar “sin más”. Los dones del Espíritu llegan como resultado de nuestra búsqueda, de nuestro anhelo. Somos precisamente exhortados a anhelar los dones (1 Co 14:1). De ahí la necesidad de pedir, de buscar, de llamar al Padre para que nos dé el Espíritu Santo, tal como Jesús nos aconsejaba (Lc 11:9-13).


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

3. Para la reflexión • Lee Juan 15 y Hechos 2. • ¿Cómo es posible estar unidos a Jesús en la actualidad? • ¿Cuál es la función del Espíritu Santo en el evangelio? • ¿Qué tiene que ver el Espíritu Santo con el reinado de

Dios? • Recuerda cuáles son los tres momentos en la recep-

ción del evangelio.


18. El poder del evangelio

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l evangelio no es un mero mensaje, simples palabras. El evangelio es una fuerza que transforma las vidas. Como dice Pablo, “el evangelio es poder de Dios para salvación de todo el que cree” (Ro 1:16).

Ya hemos visto de dónde procede ese poder: del Espíritu de Jesús. Esa fue precisamente la promesa de Jesús tras su resurrección: “Y he aquí, yo enviaré sobre vosotros la promesa de mi Padre; pero vosotros, permaneced en la ciudad hasta que seáis investidos con poder de lo alto” (Lc 24:49). “… recibiréis poder cuando el Espíritu Santo haya venido sobre vosotros, y me seréis testigos...” (Hch 1:8).

Veamos esto más despacio.

1. El dedo de Dios Si atendemos a la actividad de Jesús, resulta claro que él no solo proclamó la llegada del reinado de Dios. Y no solo enseñó sobre la nueva vida propia del reino. Jesús acompañó su enseñanza con hechos poderosos. Una gran parte de estos hechos consistían en la sanación de personas enfermas y en la liberación de los que estaban atados por los poderes del mal.


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

Si leemos los evangelios, vemos a Jesús sanando y liberando, una y otra vez. Como dice resumidamente el libro de los Hechos: “Me refiero a Jesús de Nazaret, y a cómo Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder. Él anduvo haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hch 10:38).

En realidad, el evangelio, como anuncio de la venida del reinado de Dios no se refiere simplemente a algo futuro, sino que el evangelio sucede al mismo tiempo que se anuncia. Por eso es completamente normal que la venida del reinado de Dios vaya acompañada de los signos que manifiestan la presencia del poder de Dios. El reinado, precisamente porque es un reinado, llega con poder (Mc 9:1). Es el poder de su soberanía. Los adversarios de Jesús parecen haber sostenido la idea habitual de que Dios envía las enfermedades, hasta el punto de acusar a Jesús, cuando sanaba, oponerse a Dios, actuando con un poder diabólico. Sin embargo, la idea de Jesús era justamente la inversa: “Si por el dedo de Dios echo fuera a los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reinado de Dios” (Lc 11:20; cf. Mt 12:28).

El evangelio anuncia algo que está sucediendo: la venida del reinado de Dios. Y la venida del reinado de Dios significa que la creación es restaurada en su diseño originario, frente a los poderes del mal. La voluntad de Dios comienza a realizarse, no solo en el cielo, sino también en la tierra (Lc 11:2). Por eso el deseo constantemente expresado de Jesús es la superación de toda enfermedad y de toda dolencia (Mc 1:40-41; etc.).


18. EL PODER DEL EVANGELIO

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Al mismo tiempo, la llegada del reinado de Dios implica la crisis, y la caída, de todos los poderes basados en la lógica retributiva, que es la lógica de la serpiente, y la estructura última del pecado. Cuando llega el reinado de Dios, los poderes del mal caen como un rayo (Lc 10:18). Dios vuelve a gobernar directamente a su creación. Es lo que la Escritura expresa en la hermosa imagen de la Jerusalén celestial descendiendo a la tierra (Ap 21:2). Cuando Jesús oraba por los enfermos, no hacía largas oraciones al Padre celestial, pidiendo una sanación. Simplemente usaba su autoridad, dando una breve orden a la enfermedad, o al enfermo, para que recuperara la salud. Curiosamente, Jesús esperaba que sus discípulos hicieran exactamente lo mismo que él. No que hablaran a Dios sobre la montaña, sino que hablaran directamente a la montaña, con la autoridad de Jesús (Mt 17:20). Cuando Jesús enviaba a sus discípulos a proclamar el reinado de Dios, les enviaba también a mostrar el poder de ese reino: “Los envió a proclamar el reinado de Dios y a sanar a los enfermos” (Lc 9:2) “Sanad a los enfermos que haya allí y decidles: el reinado de Dios se ha acercado a vosotros” (Lc 10:9).

2. Proclamar y sanar Durante el ministerio de Jesús, el Espíritu Santo ya estaba “con” los discípulos, aunque todavía no estaba “en” ellos (Jn 16:17). Después de Pentecostés, la promesa ya se ha cumplido, y el Espíritu está “en” los discípulos, como ríos de agua viva (Jn 7.38). Jesús les había prometido hacer señales semejantes a las suyas (Jn 14:12).


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

Esto significa que el anuncio del reinado de Dios va acompañado de señales y milagros en los que se muestra el poder de Dios. Por eso, cuando a los apóstoles se les prohíbe anunciar que Jesús es el Mesías, ellos oran pidiendo valor para seguir haciéndolo, y también piden a Dios que siga acompañando su anuncio con “sanidades, señales y prodigios en el nombre de tu santo siervo Jesús” (Hch 4:30). Los hechos poderosos, realizados en el nombre de Jesús, son la confirmación de las palabras de gracia que anuncian las buenas noticias del reinado de Dios (Hch 14:3). Es lo que también nos dice Pablo. Cuando él anunciaba el evangelio, los milagros de Dios sucedían: “…nuestro evangelio no llegó a vosotros solo en palabras, sino también en poder y en el Espíritu Santo, y en plena convicción...” (1 Ts 1:5). “Ni mi mensaje ni mi proclamación fueron con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Co 2:4-5).

Se puede ver en todo esto la idea de Jesús de que el reinado de Dios es un reinado compartido. Los hijos de Dios, al ser hijos del rey, participan de la soberanía real (Mt 17:24-27). Y por lo tanto participan de los poderes del rey. En la última cena, Jesús anunció que los discípulos se sentarían en tronos, para juzgar a las tribus de Israel (Lc 22:28-30). Por supuesto, para Jesús, la única manera en la que todos pueden ser señores es que, al mismo tiempo, todos sean siervos (Lc 22:24-27). Y precisamente como reyes y como siervos, los discípulos están llamados a ejercer su autoridad en beneficio de todos los que sufren.


18. EL PODER DEL EVANGELIO

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En la carta a los Efesios no solo se dice que Jesús se sentó a la diestra de Dios “en los lugares celestiales” (Ef 1:20), sino también que todos los creyentes se sentaron también con Jesús (Ef 2:6), en la misma posición celestial, que representa la soberanía. El cristianismo primitivo no dudó en poner en práctica la autoridad que Jesús había delegado a sus discípulos. Esta presencia del poder de Dios fue experimentada continuamente por las comunidades cristianas hasta el siglo IV, cuando el cristianismo se convirtió en religión oficial del imperio romano, y los signos del poder de Dios comenzaron a escasear. Agustín de Hipona y Ambrosio de Milán constatan la disminución de las señales del poder de Dios, y Martín de Tours reconocía que el poder de su fe había disminuido después de haber sido elegido obispo, y más aún después de haber tenido que comulgar con los obispos más cercanos al emperador.

3. Es para hoy Se podría pensar que el poder y la autoridad de los discípulos pertenecen al pasado, a los tiempos de Jesús y del cristianismo primitivo. Sin embargo, la Escritura afirma que esos poderes son para el presente. Jesús mismo afirmaba que quien crea en él hará las mismas obras que él hacía, e incluso mayores (Jn 14:12; cf. Mc 16:17-18). El anuncio del evangelio viene siempre anunciado… “… con señales, maravillas, diversos hechos poderosos y dones repartidos por el Espíritu Santo según su voluntad” (Heb 2:4).

Es importante caer en la cuenta de que se tratará siempre de “señales”, pero no de “pruebas”. Las personas que se


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

encuentren con los hechos poderosos que el Espíritu de Jesús sigue realizando hoy tendrán siempre libertad para aceptar esas indicaciones del interés y del amor de Dios hacia ellas. Pero también tendrán la posibilidad de rechazar esos signos, buscando cualquier pretexto, o cualquier explicación, que les libre de la invitación de Jesús a aceptar su Reino, su soberanía, en sus propias vidas. En cualquier caso, lo natural es que cualquier presentación del evangelio vaya acompañada de la manifestación de “los poderes del mundo venidero” (Heb 6:5). Si el evangelio es anunciar la llegada del rey, es normal que se manifieste el poder del rey que llega. De esta manera, el nuevo creyente, al recibir el reinado del Mesías, también es capacitado para compartir el evangelio, convirtiéndose en un agente del reinado de Dios, investido con los poderes mismos de Jesús. Es justamente la obra continua del Espíritu de Jesús, tal como vimos.

4. Para reflexionar • ¿Por qué Jesús enviaba no solo a proclamar el evan-

gelio, sino también a liberar y a sanar? • ¿Qué tiene que ver el poder del evangelio con el reina-

do de Dios? • ¿Podemos anunciar el evangelio con poder? • Lleva a la práctica las instrucciones de Jesús, orando

por alguien enfermo: ♦

No hables a Dios del problema, sino dirígete con autoridad al problema (Mt 17:20).

Más que una oración larga, se trata de dar una orden brevísima, como Jesús.


18. EL PODER DEL EVANGELIO

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Si la orden es breve, se puede repetir, como también hizo Jesús (Mc 8:22-26).

No pienses en nada, simplemente obedece.

Después comparte el evangelio.



19. El evangelio de la gracia de Dios

A

partir de todo lo que hemos estudiado hasta aquí, resulta bastante claro que el evangelio bien puede llamarse “evangelio de la gracia de Dios” (Hch 20:24).

1. El regalo inmerecido El término “gracia” señala precisamente algo que se sale de la lógica de los méritos y de los logros. Cuando alguien toca un instrumento “con gracia”, significa que lo hace de una manera que va más allá de la pura aplicación mecánica de una técnica. Por eso la gracia se relaciona con la belleza (Pro 1:9; Sal 45:2). La belleza tiene algo de gratuidad, de exuberancia, de abundancia, de plenitud que sobrepasa todo cálculo basado en méritos. En la Biblia, “hallar gracia a los ojos de alguien” es una manera de hablar del trato favorable con que una persona se dirige a otra que, de por sí, no merece ese trato (Gn 33:10). Por eso, la gracia designa frecuentemente el modo en que Dios actúa de modo generoso, gentil y gratuito hacia el ser humano (Gn 18:3). El evangelio es la buena noticia de que Dios se ha dirigido de un modo amoroso y gratuito a la humanidad, ofreciéndole entrar en un pacto definitivo, por medio del Mesías Jesús. Al entrar en ese pacto, somos salvados del pecado fundamental del ser humano (“Adán”), para vivir eternamente, ya desde ahora, como hijos de Dios. Por eso, el evangelio es pura gracia:


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO “Porque por gracia habéis sido salvados, por medio de la fe, y esto no de vosotros, sino que es regalo de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Ef 2:8-9).

La salvación por la fe garantiza que estamos ante una salvación gratuita. La salvación es por fe, precisamente para que sea una gracia (Ro 4:16). En cambio, si la salvación fuera un mérito nuestro, logrado mediante nuestros esfuerzos, seguiríamos siendo presos de la lógica de Adán, y no estaríamos realmente salvados. Ni siquiera la fe es un mérito nuestro, que podamos presentar como aquello que nos permite “ganar” la salvación. Como vimos, la fe es desde el principio mismo la obra del Espíritu, que comienza mostrándonos el error de nuestra incredulidad (Jn 16:8-9), y posibilitándonos decir “Jesús es Señor” (1 Co 12:3). La fe, en la vida cristiana, continúa siendo siempre un don del Espíritu Santo (1 Co 12:9), que nos permite caminar en fidelidad (Gal 5:22). Y como don sobrenatural del Espíritu, la fe nos capacita para afrontar lo que aparentemente es imposible de lograr por medios humanos. Esto no quiere decir que la fe sea algo que sucede sin nuestra libertad. Al contrario: donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad (2 Co 3:17). El Espíritu, lejos de quitarnos la libertad, nos la aumenta. Dios, desde siempre, desea nuestra plena y total libertad, incluso cuando esa libertad incluye la posibilidad de rechazarle. Lo importante es no confundir esa libertad con un mérito propio. La libertad del evangelio no es una simple capacidad humana para elegir entre una cosa y otra. La libertad que nos posibilita vivir en la gracia es ella misma un regalo de Dios. Eso no significa que nosotros no tengamos que elegir. Lo que significa es que esas elecciones no


19. EL EVANGELIO DE LA GRACIA DE DIOS

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pueden ser consideradas como un mérito nuestro, sino una posibilidad regalada por Dios. De ahí la importancia de permanecer firmes en la gracia que hemos recibido (Ro 5:2), y no volver a vivir basándonos en nuestros propios méritos: “… si es por gracia, ya no es por obras; de otro modo, la gracia ya no sería gracia. Y si es por obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra” (Ro 11:6).

El cristiano no se convierte en un autómata al recibir la fe. Es más libre que antes, pues ahora puede vivir en la gracia. En realidad, la caída de la gracia (Ga 5:4) es exactamente lo mismo que la caída en la lógica de Adán: vivir de los propios méritos.

2. La libertad del pecado Al anular la lógica retributiva, Dios ha perdonado todos nuestros pecados (Col 2:13). No solo los pecados pasados, sino todos (Ro 4:7-8). Dios ha anulado la lógica profunda del pecado adámico, declarando que no se quiere relacionar con nosotros mediante retribuciones. Y la cancelación de la retribución es justamente el perdón. Por eso todo pecado será perdonado (Mc 3:28). El único pecado que no es perdonado es el rechazo del Espíritu Santo, es decir, el rechazo de aquél que posibilita en nosotros la fe auténtica, la fe del evangelio (Mc 3:29). Dicho en otros términos: el único pecado que no es perdonado es el pecado de rechazar el perdón gratuito de Dios. Es el pecado de resistir al Espíritu Santo, queriendo ser justos como resultado de los propios méritos (Hch 7:51). Se podría pensar entonces que el cristiano tiene algo así como una “licencia para pecar”, sabiendo que todo lo que


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

hagamos nos será perdonado. Por eso algunas personas tienen miedo a que se hable demasiado de la gracia. Sin embargo, lo que sucede es justamente lo contrario. Cuando vivimos en la gracia, vamos siendo liberados del pecado. Como dice Pablo: “el pecado no se enseñoreará de vosotros, ya que no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia” (Ro 6:14).

¿Cómo sucede esto? Estar bajo la gracia es depender de Dios, de su amor, de su misericordia. La gracia no es una “cosa”, sino la mirada favorable de Dios, cuyo Espíritu ha querido vivir en nosotros. Si estamos bajo la gracia, ya no queremos arreglarnos a nosotros mismos, mejorarnos a nosotros mismos mediante nuestras fuerzas. Cuando estamos bajo la gracia, le permitimos a Dios actuar en nosotros, y trasformarnos. En cambio, cuando vivimos “bajo la ley” sucede algo distinto. Vivir bajo la ley es tratar de agradar a Dios mediante nuestras fuerzas. Cuando vivimos bajo la ley, tratamos de transformarnos a nosotros mismos, haciendo nosotros la tarea de Dios. Al vivir bajo la ley, seguimos presos de la lógica de Adán, viviendo de los resultados de nuestras propias acciones. Y, precisamente por eso, cuando vivimos bajo la ley, el pecado se enseñorea de nosotros. En realidad cuando vivimos bajo la ley, no somos transformados de una manera significativa, porque no le permitimos a Dios actuar en nosotros. Bajo la ley, las pocas transformaciones que logramos se convierten en algo de lo que nos podemos enorgullecer, con lo que no salimos de la lógica de Adán. Dicho en otros términos: no salimos de la estructura fundamental del pecado. Por eso dice Pablo que “el poder del pecado es la ley” (1 Co 15:56).


19. EL EVANGELIO DE LA GRACIA DE DIOS

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Lo que nos transforma es la gracia de Dios, su favor gratuito. Como dice la primera carta de Juan, “todo aquel que ha nacido de Dios no sigue pecando” (1 Jn 5:18)

La forma verbal utilizada en ese versículo indica una actividad continuada. El que ha nacido de Dios no peca de una forma habitual, porque Dios está obrando en su vida, y liberándonos del pecado. Ello no obsta para que ocasionalmente podamos caer. Lo contrario sería hacer a Dios mentiroso (1 Jn 1:8). Sin embargo, el pecado ya no es nuestra forma de vida. Cuando el que ha sido justificado por la fe cae, se levanta rápidamente (Pro 24:16). Se apresura en corregir la falta, en pedir perdón, en apartase del mal. El pecado no le resulta ya agradable. Y, precisamente porque confía en el amor de Dios, en su perdón incondicional y completo, el creyente puede ir confiadamente al trono de gracia, para alcanzar misericordia (Heb 4:16). En lugar de encerrarse en la tristeza por la culpa, el creyente puede recibir el amor de Dios inmediatamente, y vencer el poder del pecado, y toda acusación del enemigo. En definitiva, ningún árbol se puede hacer bueno a sí mismo. Pero cuando, por la misericordia de Dios, el árbol es perdonado y habitado por la presencia de Dios, el árbol es transformado, y comienza a dar frutos buenos (Mt 7:1718).

3. Para la reflexión • Lee la historia de Zaqueo en Lc 19:1-10. • ¿Cómo aparece la gracia en esta historia?


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

• ¿Crees que Zaqueo sabía que su posición como

publicano era injusta? ¿Necesitaba que alguien se lo recordara? • ¿Por qué crees que es más efectiva la gracia que la ley? • ¿Cómo se relaciona la historia de Zaqueo con Ro 8:3-4?


20. El evangelio de la paz

L

legados a este punto, podemos ya entender mucho mejor por qué el evangelio puede ser llamado “evangelio de la paz” (Ef 6:15).

1. La paz con Dios La paz, en la Escritura, no se refiere solamente a la falta de guerra, sino que incluye una idea general de salud, seguridad y bienestar. Es lo que indica la expresión hebrea shalom. Ahora bien, en la expresión shalom hay un resto de lógica retributiva. Para el antiguo hebreo, uno estaba bien cuando había dado a los demás su merecido, o cuando uno mismo había recibido lo que se merecía. Es lo que sucede también en castellano cuando decimos que “estamos en paz”, en el sentido de que hemos recibido lo merecido o hemos dado lo que debíamos. Con la anulación de la lógica retributiva ante Dios, tiene lugar algo más radical. Entramos en una paz que ya no depende de dar o recibir lo merecido. Es la paz más allá de la retribución. No estamos en paz con Dios porque hayamos hecho todo lo que debíamos hacer o porque Dios mismo nos haya dado lo que merecíamos. Estamos en paz con Dios porque Dios ha anulado la lógica retributiva, y ha mostrado que ya no nos mide de esa manera. Como dice Pablo,


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO “… justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesús el Mesías” (Ro 5:1).

Esta paz no consiste en que un Dios airado haya descargado el castigo sobre Jesús. La justicia de Dios no es la justicia retributiva. Lo que sucede es más bien lo contrario: en Jesús se ha mostrado el verdadero rostro de Dios. El verdadero Dios es un “Dios de paz” (Heb 13:20). Dios ha mostrado definitivamente que su justicia no consiste en retribución, sino en fidelidad a sus antiguas promesas. De hecho, la palabra castellana “paz” está relacionada con la idea de un “pacto”. Dios ha sido fiel a su pacto. Estamos en paz con Dios, porque Dios ha destruido el acta de los delitos que había contra nosotros. Dios ha mostrado que es un Dios de paz “en la sangre del pacto eterno” (Heb 13:20). En Jesús tenemos acceso al verdadero carácter de Dios. No solo eso. La anulación de la lógica retributiva actúa como un bálsamo que trae sanidad a todo el ser humano. Libres de la lógica retributiva, ya no tenemos que pasar la vida buscando el éxito, o acumulando méritos, o logrando resultados, o cargados por el peso de la culpa. El “Dios de paz” restaura, rehabilita, y santifica al ser humano por completo, sanando su cuerpo, su alma y su espíritu (1 Ts 5:23). El ser humano, liberado de la lógica retributiva, ya no tiene que justificarse por los resultados de sus acciones. Por eso mismo ya no tiene que pasarse la vida trabajando para producir más y más resultados, destruyendo brutalmente la hermosa creación de Dios. El ser humano puede vivir en paz consigo mismo, y con la naturaleza. Y puede vivir también en paz con toda la humanidad.


20. EL EVANGELIO DE LA PAZ

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2. La paz entre los seres humanos Jesús insistió en este punto: el discípulo ha de mostrar hacia los demás seres humanos el carácter mismo de Dios. Si solamente hacemos el bien hacia quienes nos hacen el bien, ¿qué gracia tenemos (Lc 6:32-36)? Contra lo que vemos en la mayor parte de las traducciones modernas, lo que dice el texto literalmente no es “mérito”, sino gracia (kháris). También en español lo decimos de esa manera: ¿qué gracia tiene amar a los que nos aman, o qué gracia tiene hacer el bien hacia quienes nos hacen el bien? La no-violencia de Jesús tiene su raíz en la reproducción del modo de ser, abundante y gratuito, del mismo Dios. Así como Dios hace salir el sol sobre justos y pecadores, así también el discípulo ha de amar a los enemigos. Como vimos, las estrategias que propone Jesús de algún modo “desarman” al violento, pues en lugar de devolverle su violencia o su opresión, le responden en formas inesperadas, que le dan una oportunidad de reflexionar (Mt 5:3848). El modo de actuar de Dios no es algo que el ser humano pueda realizar por sus propias fuerzas. Se necesita la fuerza misma del Espíritu de Dios, fluyendo desde el interior de los creyentes por medio de la fe. Cuando los primeros anabaptistas argumentaban su pacifismo, no se remitían solamente a las instrucciones de Jesús, sino también a su santo Espíritu. Y citaban al profeta Zacarías: “no con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu...” (Zac 4:6). La humanidad, bajo la lógica retributiva o pecado de Adán, estaba condenada a la división. Los nacionalismos gustan siempre de promocionar la existencia de un cierto pueblo como especial e incluso superior, a la vez que lo


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

presentan como oprimido por los “malos”. Los seres humanos exhiben sus características propias, sus capacidades diferenciales, y sus poderes distintivos, para encontrar alguna identidad que les permita presentarse como merecedores de algún privilegio. De ahí que la división de la humanidad en naciones sea la consecuencia última del pecado de Adán (Gn 11:1-9). Al superar la lógica retributiva, nadie puede esgrimir sus características distintivas como un mérito respecto a los demás. Una vez superado el pecado fundamental del ser humano, ni siquiera la Torah de Israel puede utilizarse ya como un pretexto para la superioridad de unos seres humanos respecto a otros. Jesús mismo es “nuestra paz” (Ef 2:14). Dios, en Jesús, da lugar a una humanidad nueva, en la que se superan todas las divisiones étnicas, y que de este modo constituye un nuevo pueblo, distinto de los demás (Ef 2:15). Las mismas divisiones sociales desaparecen. La comunidad de los seguidores de Jesús está compuesta de personas procedentes de toda clase, lengua, y nación (Ap 5:9). En esa comunidad, los que antes eran oprimidos y opresores se consideran como hermanos, no solo en un sentido espiritual, sino también en un sentido concreto, “en la carne”, como dice el mismo Pablo (Flm 1:16).

3. El estado y la paz La lógica retributiva no solo implica el surgimiento de la violencia, como cuando el ser humano utiliza a otro ser humano para producir mejores o mayores resultados, o cuando se introduce la competencia (y la envidia) respecto a los resultados producidos (Gn 4:1-8). La lógica retributiva también aparece a la hora de combatir la violencia.


20. EL EVANGELIO DE LA PAZ

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Entonces se pretende combatir la violencia mediante la retribución, es decir, con más violencia. Esto lleva a una espiral interminable de venganzas entre personas, tribus o naciones (Gn 4:23-24). En la historia humana hay una alternativa típica a la espiral de violencia: la formación de un estado. El estado es aquella institución que reclama para sí el monopolio de la violencia legítima en un determinado territorio. Por eso todo estado es constitutivamente violento, como bien sabe la Escritura. Caín, el primer homicida, es el primer fundador de una ciudad, es decir, de la forma más primitiva de estado (Gn 4:17). Por eso el estado nunca supera radicalmente la violencia. En realidad, los grandes actos de violencia, desde la antigüedad hasta nuestro tiempo, son frecuentemente actos de un estado, dirigidos a asegurar su territorio y su identidad “nacional”. El cristianismo primitivo admitió cierta legitimidad al estado pagano. Allí donde todavía no se ha derramado el Espíritu de Dios, y donde todo está gobernado por la lógica retributiva, el estado puede poner un límite a la violencia. Sin embargo, desde el punto de vista cristiano, existe un camino mejor, que es el propio de quienes han sido liberados de la lógica retributiva y siguen al Mesías Jesús. Mientras que el estado es “vengador” (Ro 13:4), los cristianos están llamados a devolver bien por mal, y por tanto llamados a actuar en formas radicalmente distintas de las que caracterizan a todo estado (Ro 12:19-21). El cristianismo no combate la violencia de los particulares, o la violencia de algún estado, recurriendo la violencia de otro estado, sino mediante el Espíritu mismo de Dios, siguiendo el modelo de Jesús.


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

En definitiva, el evangelio es “evangelio de la paz” en un sentido real y concreto. La paz, para el cristiano, no es una mera consecuencia ética del evangelio. En cuanto superación de la lógica retributiva, la paz pertenece a la esencia misma de las buenas noticias y expresa la presencia del Espíritu de Dios (Ga 5:22). La verdadera paz es la gratuidad que supera todo merecimiento. Es la paz que se alcanza, no cuando todas las retribuciones se han realizado, sino cuando Jesús mismo ha anulado la lógica retributiva, y ha hecho posible, por su Espíritu, un comportamiento nuevo, generoso, libre y sobreabundante.

4. Para la reflexión • Leer Mt 5:38-48. • Reproduce el golpear en la mejilla derecha (v. 39).

¿Cómo sería la posición de la mano derecha? ¿Qué diferencia de clase social te sugiere? • Quedarse desnudo ante la gente era un vergüenza

también para el que lo veía, según la cultura judía. ¿Qué efecto tendría esto en el tribunal? • La milla (v. 41) era una medida romana. Era lo que los

romanos pedían a las poblaciones oprimidas: que les ayudaran a llevar los bártulos del ejército durante una milla. Pero de acuerdo a sus estatutos militares no podían pedirles más que eso. ¿Qué le diría un centurión romano al campesino que se empeñaba en acompañar una milla más? • Pon algún ejemplo de estrategias semejantes en el

contexto actual. • ¿Has pensado en estrategias para reclamar derechos

tuyos, para defender posiciones de la iglesia, para


20. EL EVANGELIO DE LA PAZ

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fundar un nuevo estado nacional, para defender una posición moral, o para ayudar a los más débiles?



21. Los pobres son evangelizados

C

uando Jesús predicó en la sinagoga de Nazaret, su pueblo, escogió aquel pasaje de Isaías al que ya nos hemos referido anteriormente: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres; me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos, y restauración de vista a los ciegos, a enviar en libertad a los oprimidos, a proclamar el año favorable del Señor” (Lc 4:18-19, cf. Is 61:1-2).

De modo semejante, cuando los discípulos de Juan el bautista son enviados a Jesús para averiguar si Jesús era el que había de venir, o si habían de esperar a otro, Jesús les respondió diciendo: “Id, informad a Juan lo que visteis y oísteis: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, los pobres son evangelizados” (Lc 7:22).

Como ya mencionamos, el anuncio del evangelio es posible por el poder del Espíritu Santo, el cual realiza distintas obras de liberación en favor del ser humano. Y, como estos textos nos muestran, estas obras de liberación están especialmente dirigidas hacia los pobres. ¿Por qué?

1. El evangelio y los pobres A veces se discute si los pobres a los que se dirige el anuncio del evangelio son los pobres en un sentido socioeconómico o en un sentido espiritual, como “pobres de


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

espíritu” (Mt 5:3). En realidad, ambas dimensiones están íntimamente relacionadas desde el punto de vista bíblico. De hecho, la misma bienaventuranza, en el evangelio de Lucas, se expresa diciendo “bienaventurados los pobres” (Lc 6:20), sin más precisión. Desde el punto de vista bíblico, los pobres son aquellos que, no disponiendo de los medios necesarios, tienen que poner su esperanza en Dios. Los pobres, por eso, son aquellos que buscan al Señor (Sal 22:26[27]). Desde este punto de vista, la pobreza espiritual y la económica están íntimamente conectadas. Quien posee el poder, la fuerza, los medios, las conexiones, el dinero, la influencia o la confianza para producir los resultados que han de justificar la propia vida, no busca a Dios. El rico no necesita buscar a Dios, porque dispone de los medios que necesita para su propia auto-justificación. En cambio, el pobre es consciente del fracaso de los propios esfuerzos para fundar la propia vida en los resultados de las propias acciones. Esta conciencia de la propia “pobreza” puede originarse sencillamente por las propias carencias económicas, pero también acontece en situaciones en las que las personas, por diversas circunstancias vitales, como la enfermedad, el fracaso profesional, afectivo o moral, la soledad, etc., caigan en la cuenta de lo limitados que resultan sus intentos de vivir “comiendo” de los resultados de las propias acciones. Cuando no podemos fundar la propia vida en los resultados de nuestras acciones, somos “pobres”. Lo mismo sucede, por ejemplo, respecto a la venganza, que es otra forma de la lógica retributiva. El pobre es aquél que carece de medios para retribuir a quien le ha hecho daño. Los filósofos antiguos definían justamente de esta


21. LOS POBRES SON EVANGELIZADOS

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manera la esclavitud. El esclavo es el que no puede devolver los golpes que recibe. En cambio, el rico y el poderoso es el que puede usar de la lógica retributiva, no sólo para explicar su propia situación, sino también para dar a otros su merecido. Cuando no podemos recurrir a la retribución, somos más receptivos al mensaje del evangelio. De hecho, el evangelio llega a nosotros convenciéndonos del orgullo en el que vivíamos, fundando en nosotros nuestra propia vida. Si las circunstancias vitales ya han mermado ese orgullo, la tarea inicial del Espíritu Santo, consistente en convencernos de nuestro fundamental error respecto a nuestro fin vital (Jn 16:8-11), se ve enormemente facilitada. A lo largo de la historia, siempre los pobres se han mostrado más dispuestos a recibir el evangelio. No se trata de que los pobres sean más ignorantes, y por eso tengan más fe en cosas sobrenaturales. La ignorancia puede predisponer a cualquier engaño, con tal de que éste se presente de modo masivo. Hoy día, los medios de comunicación de masas no predisponen a aceptar el evangelio. Sin embargo, los pobres lo aceptan. Y es que los pobres son aquellos que, cultos o incultos, se encuentran más dispuestos a recibir ayuda, porque han abandonado el orgullo de la auto-justificación. Por eso de los pobres es el reinado de Dios (Lc 6:20).

2. Los pobres y los poderes Cuando los pobres y los ricos, cuando las personas de toda clase, género, lengua y nación reciben el evangelio, reconocen a Jesús como el Mesías (el rey), y de este modo se sitúan bajo la soberanía de Dios. Esto da lugar a un


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

nuevo pueblo, en el que desaparecen todas las diferencias que tradicionalmente han dividido a la humanidad. Al formar parte del pueblo mesiánico, “ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no hay hombre ni mujer, porque todos sois uno en el Mesías Jesús” (Gal 3:27).

Esta superación de las divisiones, en el plano económico, significa que en las verdaderas comunidades cristianas las diferencias sociales comienzan a desaparecer. Los bienes se consideran ya como propiedades comunes, superando las diferencias entre lo propio y lo ajeno: “La multitud de los que creyeron era de un corazón y un alma, y ninguno decía ser suyo lo que poseía, sino que todas las cosas eran de propiedad común. Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia había sobre todos ellos” (Hch 4:32-33).

Este ideal del cristianismo primitivo apunta a una manera de superar la pobreza que ya aparecía en el libro del Éxodo. La pobreza no se supera ni mediante la caridad individual ni mediante el cambio político, sino mediante un compartir radical que realiza ya, desde abajo y desde ahora, lo que los políticos son incapaces de realizar: “No había, pues, ningún necesitado entre ellos, porque todos los que poseían tierras o casas las vendían, traían el precio de lo vendido y lo depositaban a los pies de los apóstoles, y se distribuía a cada uno según su necesidad” (Hch 4:34-35).

Esta solidaridad no se realizaba solamente en el interior de las comunidades, sino que formaba una red “interna-


21. LOS POBRES SON EVANGELIZADOS

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cional” y “ecuménica” de solidaridad entre las distintas iglesias, en la que se aspiraba explícitamente a la igualdad: “Porque no es para holgura de unos, y para aflicción vuestra, sino para que haya igualdad; en el momento actual vuestra abundancia suple la necesidad de ellos, para que también la abundancia de ellos supla vuestra necesidad, de modo que haya igualdad” (2 Co 8:13-14).

A veces se ha contrapuesto el anuncio del evangelio a la denuncia “profética” de quienes reclaman a los políticos un comportamiento más justo y solidario. En realidad, el evangelio incluye tanto el anuncio y la denuncia, y también algo más elemental: la renuncia. Solamente cuando hay renuncia se deja de esperar a que los políticos actúen, para dar el primer paso, iniciando un compartir auténtico con los necesitados, guiado por el criterio de la igualdad. Frente a los poderes políticos, y frente a los poderes de todo tipo, lo que hace la comunidad cristiana es mostrar lo que sucede allí donde reina el Mesías. Mientras que el poder de los poderes de este mundo se basa en la coerción, el reinado de Dios se instaura mediante la libertad de los que confían en el Mesías, y se entregan a él. Por eso, el anuncio del evangelio del reinado de Dios y la renuncia a los propios intereses contiene la mayor de las denuncias. Es la denuncia de la lógica retributiva, sobre la que se basan todos los poderes. La renuncia es también la mostración práctica, ya desde ahora y desde abajo, que otro mundo es posible, allí donde reina Dios. Si en el Antiguo Pacto la sabiduría de Dios se mostraba en un pueblo gobernado por la Ley de Dios (Dt 4:6), en el Nuevo Pacto, la sabiduría de Dios se da a conocer a todos


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

los poderes de este mundo mediante la comunidad cristiana (Ef 3:10). Una comunidad que, para ser verdadera asamblea del pueblo de Dios (eso significa “iglesia”), tiene que realizar en su interior aquello que anuncia para toda la humanidad.

3. Para la reflexión • Lee Hechos, caps. 2-4. • ¿Por qué crees que en la historia de la iglesia cristiana,

siempre que ha habido movimientos de renovación espiritual, ha habido siempre un deseo de compartir los bienes? • ¿Has experimentado la desaparición de las barreras

sociales entre los creyentes? ¿De qué manera? • ¿Qué modos de compartir detectas en tu comunidad? • Recuerda cuáles son los tres elementos del evangelio y

los tres momentos de recepción del evangelio.


22. El evangelio de Dios

E

n varias ocasiones, la Escritura designa a las buenas noticias como “evangelio de Dios” (Mc 1:14; Ro 1:1; 15:16; 2 Co 11:7; 1 Ts 2:8-9; 1 Pe 4:17). Ya hemos visto lo que esta expresión significa de manera estricta: son las buenas noticias de que Dios viene a reinar. Ahora bien, al hablarnos de que Dios viene a reinar, el evangelio nos habla de Dios mismo, y que nos habla de Él de una manera tal que pueda considerarse como una buena noticia. Veamos esto más despacio.

1. La revelación de Dios En el evangelio se revela la justicia de Dios, tal como vimos. Pero, al revelarse la justicia de Dios, Dios mismo se revela. En los relatos del Antiguo Pacto, Dios asumía ciertos roles relacionados con la opresión, precisamente para excluirlos de su pueblo. Así, por ejemplo, en la medida en que Dios asumía las funciones de un guerrero, podía liberar a su pueblo sin que éste disparara una sola flecha (Ex 14:14), y podía pedir a su pueblo que no tuviera un ejército grande ni permanente (Dt 17:16). En la misma perspectiva, la idea de Dios como verdadero Amo de su pueblo fue el motivo para limitar la esclavitud en Israel, convirtiéndola en una especie de seguro de desempleo (Lv 25:35-55). Del mismo modo, la idea de que Dios era el rey de Israel impedía la introducción de la monarquía en Israel. Precisamente por ello, la


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

configuración de Israel como un estado fue interpretada por Dios mismo, a través del profeta Samuel, como un rechazo expreso de su gobierno directo sobre Israel (1 S 8:7). Como vimos, el efecto de esta asunción por Dios de los roles de dominio se distancia de lo que suele suceder en los mitos. En ellos, el que la divinidad sea rey suele ser una legitimación de los reyes. Si la divinidad se entiende como un amo, esto implica una legitimación de los amos. Los reyes, amos, guerreros, etc., serían reflejos terrenos de los poderes celestiales. En Israel sucede justamente lo contrario: por el carácter exclusivo y directo de la relación de Dios con su pueblo, el dominio de Dios tiene por efecto la crítica, la exclusión o la reducción de toda otra forma de dominación, con la consiguiente idea de Israel como un pueblo igualitario y fraterno. En Jesús encontramos la continuación del mismo proceso. Cuando Jesús presenta a Dios como Padre en sus parábolas, precisamente apunta a la exclusión del patriarcado entre sus discípulos, para formar una comunidad en la que no hay padres, y en la que a nadie se le llama de esa manera (Mc 10:29-30; Mt 23:9). Del mismo modo, la imagen de Dios como terrateniente, en las parábolas de Jesús, tiene la función de criticar a los terratenientes que se han apropiado de la tierra, a los cuales el verdadero propietario vendrá a pedir cuentas (Mc 12:1-12). Ahora bien, con todo esto, Dios sigue asumiendo, también en el mensaje de Jesús, roles de dominio: padre, terrateniente... Sin embargo, algo maravilloso sucede cuando el evangelio proclama que Dios estaba en el Mesías reconciliando el mundo consigo (2 Cor 5:19). Porque si en Jesús habitaba corporalmente la plenitud de la divinidad (Col 2:9), entonces en Jesús se ha revelado qué significa


22. EL EVANGELIO DE DIOS

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verdaderamente que Dios sea rey, amo, guerrero, terrateniente, etc. En Jesús tenemos un rey que sirve, un amo que se hace esclavo, un guerrero que renuncia a la violencia, etc. La imagen de Dios cambia definitivamente. La revelación progresiva de Dios significa que a Dios nadie lo ha visto jamás en su verdadera realidad, hasta su revelación plena en Jesús (Jn 1:18). Todas las imágenes de Dios que encontramos en el Antiguo Pacto, y todas las imágenes de Dios presentes en las filosofías o en las religiones, tienen que ser contrastadas con la revelación de Dios en Jesús. No es que primero sepamos ya quién es Dios, y luego Jesús venga a encajar en ese esquema. Más bien se trata de que, si Dios se identificó con Jesús, entonces Jesús mismo es la Palabra definitiva de Dios, su Verbo o Lógos. Y esto significa que todas las demás palabras de Dios y sobre Dios, tienen que ser corregidas a la luz de lo que se ha manifestado en Jesús. Si Dios se identificó con Jesús, ahora sabemos lo que significa verdaderamente ser Dios. Dios es amor. El evangelio de Dios nos anuncia que Dios es amor (1 Jn 4:16).

2. El Dios trino La palabra “Trinidad” no aparece explícitamente en los textos del Nuevo Pacto, sino que fue introducida más tarde en el cristianismo. Sin embargo, en el Nuevo Pacto no faltan expresiones trinitarias, que se refieren solemnemente a Dios como Padre, Hijo, y Espíritu, lo que sugiere que estamos un modo usual y solemne de referirse a Dios en el cristianismo primitivo (Mt 27:19; 2 Co 13:14). ¿Cómo se puede entender esto?


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

A veces se señala que la Trinidad es un misterio, que no se puede comprender, porque consistiría en una especie de identidad entre el Uno y el Tres que iría contra todas las leyes de la matemática o de la lógica. Sin embargo, este modo de pensar olvida que no estamos ante un problema de matemáticas o de lógica. Se trata del misterio de Dios. Dios es misterioso porque no puede ser abarcado por los conceptos humanos. En realidad, toda persona, incluso las personas finitas que somos nosotros, solamente es conocida de verdad cuando ella misma se da a conocer. Mucho más en el caso de Dios. Ahora bien, el Dios oculto (Is 45:15) se ha manifestado. Como vimos, el misterio oculto por las generaciones se ha revelado en Jesús (Ro 16:25; Col 1:26-27). Y, si Dios se ha revelado, se ha revelado a los seres humanos, haciéndose de alguna manera accesible. No es que nosotros podamos conocer a Dios por nuestros propios esfuerzos intelectuales. Lo que sucede es que Dios se ha revelado, y por medio de su Espíritu, podemos entonces conocerle de una manera directa y personal. El Espíritu de Dios, derramado en nuestros corazones, es Dios mismo, que nos sitúa en la intimidad más directa con lo más profundo y personal de Dios (1 Co 2:1-16). Desde el principio, Dios se había revelado como Espíritu (Gn 1:2; Jn 4:24). Sin embargo, ahora sabemos que ese Espíritu, derramado en nuestros corazones, nos inserta en la misma relación personal de Jesús con el Padre. Es el Espíritu que, en nosotros, como en Jesús, clama “Abba, Padre” (Mc 14:36; Ro 8:15; Gal 4:6). Dios es Hijo, porque Dios ha querido, desde toda la eternidad, vivir una vida humana, la vida de Jesús. De este modo, la humanidad pertenece a la misma realidad de lo


22. EL EVANGELIO DE DIOS

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que Dios ha querido para sí mismo eternamente. Y este Dios se ha entregado por nosotros en Jesús, hasta la muerte, y muerte de cruz. Dios mismo ha querido, sin dejar de ser Dios, experimentar el abandono de Dios (Mc 15:34), solidarizándose con todos los presuntamente abandonados por Dios. Dios es el Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien no deja de hacer salir el sol sobre justos y pecadores, esperando a la humanidad entera como un Padre espera al hijo perdido y hallado de nuevo (Lc 15:11-32). Dios es el Padre que nos amó en Cristo, el Padre que nos ha adoptado como hermanos de Jesús, y que nos recibe en la familia misma de la Trinidad, derramando su amor en nuestros corazones. No hay que pensar las tres “personas” divinas como tres sujetos independientes entre sí. Esto sería politeísmo. En realidad, el término “persona”, en sus orígenes bíblicos, viene de la traducción al griego (prósopon) de una expresión hebrea (lifne) que significa “delante de”, “respecto a”, “en relación con” (Pro 8:30). De ahí la tomaron los primeros teólogos cristianos, como Tertuliano. De ahí que el término persona, en su contexto bíblico, no signifique “sujeto”, sino relación. Esto es muy importante para entender que de ninguna manera la Trinidad niega la unidad de Dios. No se afirma la existencia de tres sujetos, ni mucho menos de tres dioses. Lo que se afirma es la existencia de tres relaciones en Dios. Dios es Padre, porque tiene un Hijo, que es Jesús, con el que está en una relación eterna. Dios es Hijo, porque tiene un Padre. Dios es Espíritu, porque es comunión entre el Padre y el Hijo.


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

Precisamente porque Dios es así, porque en Dios mismo hay relaciones, el ser humano puede llegar a ser incluido en las relaciones mismas de Dios con Dios. El Espíritu Santo es precisamente el “Espíritu de adopción” (Ro 8:15), que nos permite participar, como hijos, en la relación de Jesús con el Padre. El Espíritu, en nuestros corazones, se dirige a Dios como Padre. De ahí que, mediante el Espíritu Santo, el Padre y el Hijo puedan poner su morada en nosotros (Jn 14:23). De ahí también que los creyentes no simplemente oren a Dios, sino que oran, y viven, en Dios.

3. Para la reflexión • Lee Flp 2:5-11 • ¿Qué nos dice este texto sobre Dios mismo? • ¿Qué ideas sobre Dios detectas en tu ambiente que

contradicen al Dios manifestado en Jesús? • ¿Qué ideas de Dios han sido dañinas para ti mismo en

el pasado?


23. El evangelio eterno

E

n el libro del Apocalipsis, un ángel aparece portando “el evangelio eterno para anunciarlo a los que moran en la tierra, y a toda nación, tribu, lengua y pueblo” (Ap 14:6). El evangelio es eterno porque es definitivo. ¿Qué quiere decir esto?

1. No hay otro evangelio Esta idea la encontramos ya en Pablo, quien identifica el evangelio que él anunciaba con el único evangelio posible. Otro evangelio sería “anatema”, es decir, maldición, aunque quien lo anunciara fuera un ángel (Gal 1:6-12; 2 Co 11:4). ¿Por qué dice Pablo esto? ¿No es presunción, o intolerancia? ¿Por qué no puede haber más evangelios? La unidad del evangelio se entiende bien desde lo que hemos visto hasta aquí. Imaginemos que el evangelio no anunciara la venida del reinado de Dios. En ese caso, no sería evangelio, porque esa venida es justo lo que anuncia el evangelio. No hay evangelio sin reinado de Dios. O imaginemos que se nos dijera que el evangelio anuncia el reinado de Dios, pero que ese reinado no es el reinado de Jesús. En ese caso, Jesús no sería Mesías, el rey ungido de Israel. Ahora bien, si Jesús no es el rey, tampoco hay una unidad entre Dios y Jesús. Y si no hay una unidad entre Dios y Jesús, Dios no estaba en Cristo anulando la lógica retributiva y reconciliando el mundo consigo. En este caso, el evangelio no sería una buena noticia: todavía


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

estaríamos bajo la lógica retributiva, y todavía habría una barrera entre Dios y el ser humano. En todas las presentaciones del evangelio donde se excluye a Jesús de la divinidad de Dios, no hay verdadero enfrentamiento entre Dios y la lógica retributiva. Quien estaba en la cruz sería solamente un profeta, buena persona, etc. Pero no habría una destrucción definitiva, de parte de Dios, de la lógica retributiva. Dios no se habría manifestado como alguien que nos ama hasta el extremo de entregarse por nosotros. Si seguimos bajo la lógica retributiva, ¿dónde están las buenas noticias? El evangelio ya no es evangelio, porque somos nosotros los que tenemos que salvarnos a nosotros mismos, mediante nuestros esfuerzos. El evangelio de la gracia de Dios se sustituye por ejercicios éticos o religiosos. Solamente el evangelio verdadero nos da la posibilidad de ser reconciliados definitivamente con Dios, porque solamente en el evangelio se ve que la lógica de Adán, el pecado fundamental de la humanidad, ha sido quitado de en medio, y clavado en la cruz (Col 2:14).

2. Disangelios A lo largo de la historia del cristianismo no han faltado muchos “disangelios”, muchas distorsiones del evangelio, en las que las buenas noticias dejaban de serlo. Cuando el cristianismo se convirtió en religión oficial del imperio romano, a partir del siglo IV, millares de personas se hicieron “cristianas” sin necesidad de tener fe. Incluso pasaron a ser masivamente bautizadas nada más nacer, por el mero hecho de vivir en territorios “cristianos”. En este contexto, fácilmente se olvidó que la salvación era por fe, y por tanto un don gratuito.


23. EL EVANGELIO ETERNO

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Las personas simplemente tenían que cumplir una serie de mandamientos para salvarse. En lugar de un evangelio, lo que se propuso fue una religión que se podía imponer por la fuerza a los que pertenecían a los territorios dominados por los reyes cristianos. Algo que se expresa en las cruzadas o en la conquista de América. El evangelio pasó a ser una mala noticia. También en el contexto medieval, Mahoma propuso una simplificación: ¿para qué todas las complicaciones con la idea de Dios, con la Trinidad, con la divinidad de Jesús? Lo que se necesita es simplemente un Dios que ponga las normas, y que las personas se sometan, y le obedezcan. Jesús sería un mero profeta, en una presunta línea de profetas, que culminaría en Mahoma. De nuevo aquí de lo que se trata es de cumplir unas normas para ir al cielo. La gracia desaparece, y con ella las buenas noticias. No hay más noticia que la necesaria sumisión a una religión. Modernamente, muchos han repetido la idea de Mahoma. Jesús sería solamente un profeta, el representante de una moral o el portavoz de una nueva religión. Podría ser la moral más elevada del amor universal, la moral de la solidaridad con los pobres, o la religiosidad suprema, que nos eleva a Dios como Padre. En todos los casos, el reinado de Dios no habría venido en Jesús, porque Jesús no sería rey, sino solamente un profeta o un maestro. El reinado de Dios sería más bien un orden moral, o social, que habría que conquistar por nuestros propios esfuerzos morales, o mediante nuestros esfuerzos religiosos. En todos los casos, no hay buenas noticias. No hay acción de Dios en Jesús, porque Dios no estaba en Jesús. En lugar de proclamar lo que Dios ha hecho, solamente tendríamos la mala noticia de todo lo que nosotros


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

tenemos que hacer para llegar a ser buenos, para cambiar el mundo, o para llegar a Dios. Y el problema, por supuesto, es que no podemos llegar a Dios de esta manera. Si llegáramos a Dios por nuestros esfuerzos morales, o meditativos, o ascéticos, o religiosos, seguiríamos en la lógica de Adán. No habríamos sido liberados. El mundo quedaría bajo los poderes, que sólo cambiarían periódicamente de aspecto, y todo serían malas noticias. Sin embargo, el evangelio anuncia que Dios estaba personal y realmente en Jesús, y que por eso en Jesús hay salvación. El evangelio del reino proclama que no hay otro mediador entre Dios y los hombres que Jesús mismo, Dios y hombre. Que Jesús es Señor, porque Jesús pertenece al monoteísmo del único Dios, del único rey, del único libertador. Que en Jesús se ha roto la lógica retributiva, y que hay la posibilidad de acceder a Dios de una manera directa, y para siempre. No por nuestros méritos, sino por su gracia. Una vez que Dios ha actuado en Jesús, esta actuación es para siempre. No es necesario romper más la lógica de la retribución. En el Mesías, esa lógica ha sido rota para siempre. Si Dios se identificó con el Mesías, tiene sentido unirse por la fe al Mesías. En el Mesías, Dios ha vuelto a ser rey, y lo es para siempre. El reinado de Dios se ha iniciado ya, y lo ha hecho de un modo definitivo. ¡Esta es la buena noticia, la eterna buena noticia, hasta el final de los tiempos!


23. EL EVANGELIO ETERNO

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3. Para la reflexión • Lee Col 2. • ¿Cómo nos incorporamos al pueblo del Mesías: por la

fe o por las obras de la Ley? • Si la incorporación fuera resultado de nuestros esfuer-

zos, ¿habría alguna buena noticia? • Si la salvación nos la diera la obediencia a algunos

“rudimentos” de este mundo (Col 2:20-23), como en las religiones, ¿la salvación sería algo gratuito? ¿Tendríamos buenas noticias? • ¿Crees que el evangelio tiene poder para cambiar el

mundo? ¿Por qué? • Recuerda cuáles son los tres elementos del evangelio.



24. ¡Ay de mí si no evangelizo!

E

l evangelio es la buena noticia de que Dios viene a reinar. Es el contenido de la esperanza proclamada por los profetas de Israel. Es una noticia ya cumplida, porque Dios ha venido a reinar por medio del Mesías. Y es una noticia actual, porque el Mesías de Dios sigue llegando para reinar por medio de su Espíritu Santo. La actualidad del evangelio nos impone a los creyentes una especie de “necesidad”. Es la necesidad de anunciar las buenas noticias: “… si anuncio el evangelio, no tengo de qué jactarme, porque me es impuesta necesidad; pues ¡hay de mí si no anuncio el evangelio!” (1 Co 9:16).

Ahora bien, ¿por qué el anuncio del evangelio es nada menos que una “necesidad”? ¿En qué consiste esta necesidad?

1. La necesidad del mundo En primer lugar, la humanidad está necesitada. Nada más obvio en nuestro mundo que el dolor, la violencia, las diferencias sociales, y la opresión de unos seres humanos por otros. El panorama que nos describen los primeros capítulos del libro del Génesis, por más que esté expuesto en unas formas literarias que pueden ser extrañas a nosotros, sigue siendo enormemente actual.


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO

Y también sigue siendo actual el diagnóstico bíblico. La humanidad (“Adán y Eva”) sigue presa de la vana pretensión de auto-justificación, fundando la propia vida en los resultados de las propias acciones. De ahí la desconfianza mutua, la utilización mutua, la explotación de unos seres humanos por otros. De ahí que el ser humano se pase la vida entera tratando de producir resultados, para encontrarse finalmente con el absurdo de la muerte. De ahí la envidia, la competencia, y la culpa. De ahí la violencia, y los limitados intentos de frenar la violencia con más violencia. De ahí las grandes construcciones religiosas de la humanidad, y sus efectos finalmente esclavizantes. De ahí las grandes construcciones políticas, y las divisiones que siguen introduciendo en la humanidad. El ser humano no se puede salvar a sí mismo. Si lo hiciera, la liberación sería un logro propio, y no habría habido ninguna liberación, porque seguiríamos en la misma lógica de auto-justificación que desde el principio nos esclaviza. La única liberación del pecado verdaderamente profunda y radical es la que viene desde fuera, mediante el evangelio de la libre gracia de Dios.

2. La noticia es noticia En segundo lugar, recordemos lo que hemos señalado desde el principio. El evangelio es una noticia, y por cierto una muy buena noticia. Es la noticia de que Dios ha venido a liberarnos, y a establecer su reinado, mediante el Mesías Jesús, y que ese reinado de libertad continúa ahora por medio de su Espíritu Santo. Todas las noticias tienen algo en común. Y es que las noticias solamente existen cuando son anunciadas. Una noticia que no es comunicada no es noticia. Las noticias


24. ¡AY DE MÍ SI NO EVANGELIZO!

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son noticias precisamente porque aparecen en un periódico, o porque se cuentan de boca en boca, o porque salen en un telediario. Una noticia que no se comunicara, no sería verdaderamente una noticia. Esto mismo sucede con el evangelio. El evangelio no es una especie de teoría, que pudiera estar simplemente depositada en los libros. El evangelio es una noticia, y la noticia tiene su existencia cuando es comunicada. Si dejamos de comunicar el evangelio, el evangelio deja de ser noticia. Y, como el evangelio es una noticia, el evangelio deja de existir si no se comunica.

3. El amor de Cristo En tercer lugar, la necesidad de anunciar el evangelio es una necesidad interior. El Espíritu Santo ha venido a morar en nosotros no solo para hacernos súbditos del Mesías, sino también para hacernos sus testigos. El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo. Y este mismo amor es el que nos impulsa a anunciar las buenas noticias: “… el amor del Mesías nos apremia, habiendo llegado a esta conclusión: que uno murió por todos, y por tanto todos murieron, y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquél que murió y resucitó por ellos. […] Y todo esto procede de Dios, que nos reconcilió consigo mismo por medio del Mesías, y nos dio el servicio de la reconciliación; a saber: que Dios estaba en el Mesías reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta a los seres humanos sus transgresiones, y nos ha encomendado a nosotros la palabra de la reconciliación. Por tanto, somos embajadores del Mesías, como si Dios rogara por medio de nosotros; en nombre


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AHORA ENTIENDO EL EVANGELIO del Mesías os rogamos: ¡reconciliaos con Dios!” (2 Co 5:14-15.18-20).

Dicho en otros términos: el contenido mismo del evangelio, que es el amor de Dios manifestado en el Mesías, nos conduce a comunicar la buena noticia, y por tanto hace que el evangelio sea evangelio. El evangelio es un poder que no viene de nosotros mismos, sino de Dios, quien es su autor, su contenido, y su protagonista. Conviene no olvidar algo. El evangelio ciertamente va acompañado no sólo del poder, sino también del gozo y de la paz de Dios. Sin embargo, también existe “el sufrimiento por causa del evangelio” (2 Ti 18). La proclamación del reinado emergente de Dios irá siempre acompañada de la resistencia de todos los poderes políticos, económicos, sociales y religiosos que se sienten amenazados por ese poder. Antes de ponerse manos a la obra, conviene preguntarse si estamos dispuestos a sufrir por la causa del Mesías.

4. Para la reflexión • Piensa en maneras concretas en las que el evangelio

ha sido anunciado por otros cristianos a lo largo del tiempo. • Piensa en maneras concretas en las que hoy se puede

anunciar el evangelio. • Pide al Espíritu de Jesús que te guíe para anunciar el

evangelio. • Recuerda cuáles son los tres elementos del evangelio y

los tres momentos en la recepción del evangelio.


24. ¡AY DE MÍ SI NO EVANGELIZO!

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• Lee Isaías 52:7. Mírate los pies. De esos pies se habla.

Camina, libera, sana, y proclama la llegada del reinado del Mesías Jesús.



Ediciones Biblioteca Menno publicaciones de AMyHCE

Diversos autores: HISTORIA MENONITA MUNDIAL Cinco tomos, por continentes: — África. Europa. América latina. Asia. Norteamérica John Howard Yoder • Prefacio a la teología. Cristología y método teológico • Textos escogidos de la Reforma radical Antonio González: Ahora entiendo el evangelio J. Nelson Kraybill: Apocalipsis y lealtad Culto, política y devoción en el libro de Apocalipsis José Luis Suárez: Metamorfosis La madurez cristiana en un mundo cambiante Levi C. Hartzler: Peregrinaje de servicio Misión de alimentación de niños en España, 1937-39 Paul Erb: El Alfa y la Omega Dionisio Byler • TRILOGÍA SOBRE LA BIBLIA — La autoridad de la Palabra en la Iglesia — Todo lo que te preguntabas sobre la Biblia (y algunas cosas que preferirías no saber) — Hablar sobre Dios desde la Biblia • Léxico. Breve diccionario razonado de términos bíblicos y teológicos • Entre Josué y Jesús El sentido de la historia del Antiguo Testamento • No violencia y Genocidios • ¡Ánimo! Dios no nos olvida • El diablo y los demonios según la Biblia • Toda obra escrita es útil • Identidad cristiana (en la corriente anabaptista/menonita)

www.menonitas.org/biblioteca_menno





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