Bicaa´lu Marzo 2011

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Índice 4 Tipología de la feminista mutante Kim DiCe 8 Allanamiento de morada Pita Escalona 10 La batalla perfecta Laila Robles Martínez 12 Manos que tejen vidas Nancy Gutiérrez Olivares 16 La suerte de la fea Rodrigo Chávez Trejo 18 Safo, poemas y fragmentos Gabriel Bernal Granados 22 En defensa de las películas porno Francisco Enríquez Muñoz 26 Es media noche, carajo Patricio Casaubón 30 Curiosidades rosas Ana Laura Pazos 34 Un espejo Nuria Clavé Robina 36 ¿Por qué somos hijos de la chingada? Juan Miguel Zunzunegui 40 La cocina filosófica de Patty: Un buen arroz Patricia R. Garza Peraza 44 Menstruación a los cuarenta Traducción de Ana Rosa González Matute 48 Ni inútil, ni mártir Kin Navarro Reza 52 Café sonoro: Exposición de motivos: La música Armando Arrocha 54 Argüendero: Coqueta-o 56 Trisquel: Remedios Varo


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Insurgentes Sur 3155-2° Piso, Col. Jardines del Pedregal Cuicuilco C.P. 04510 México, D. F. Tel: + 52 (55) 51 71 48 03 www.grupoasecon.com.mx info@asecon2006.com.mx


Editorial Éste es un número tan femenino que los hombres no podrán resistirse. ¿Sabía, querido lector, que el diario financiero más famoso del mundo, The financial Times, se imprime desde 1888 en papel rosado? Por difícil que resulte de creer, el rosa comenzó siendo un color masculino. Seguramente, tampoco ha escuchado la conversación de un grupo de mujeres que juega dominó en una cantina, ¿o sí? Algunos piensan que las cantinas son sólo para hombres; “Allanamiento de morada” prueba lo contrario. ¿Qué opina usted de la participación de mujeres demasiado masculinas en eventos deportivos? La atleta sudafricana, Caster Semenya, demostró tener “La suerte de la fea”. Dicen que las películas porno degradan a la mujer, pero hay quien escribe “En defensa de las películas porno”. Juan Miguel Zunzunegui, con licencia literaria de Octavio Paz, se pregunta: “¿Por qué somos hijos de la chingada?”. La mujer no es “Ni inútil, ni mártir”, y para muestra basta la historia de María, quien se dio cuenta de que como mujer puedes servir para algo más que tener hijos y atender al marido. “Manos que tejen vidas”. A sus cuarenta años, la poeta Anne Sexton piensa en tener un hijo. Gabriel Bernal Granados nos comparte un poema de Safo, traducido al español. Una mujer se mira en el espejo y descubre algo insospechado; otra imagina “La batalla perfecta” entre géneros. Con sentido del humor, Kim DiCe confecciona su “Tipología de la feminista mutante”: las feminazis, las feminoides, las femancipadas y las femidiotas. Patricio Casaubón escribe todo un ensayo sobre el dedo meñique. En La cocina filosófica, Patty Garza compara la amistad entre mujeres con “Un buen arroz”. Mientras tanto, Armando Arrocha estrena su Café Sonoro: un lugar para platicar la música. ¿Sabe de dónde viene la palabra coqueta? Entérese en el Trisquel. Este mes, en el Argüendero, tres datos curiosos sobre la artista española —más mexicana que española— Remedios Varo. ¿Listos? Hombres y mujeres: a disfrutar de Bicaa´lu en armonía.

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En el siglo XXI, se gesta algo más que simple feminismo. Dentro del voraz movimiento, existen cuatro grupos principales que, irreverentemente, he denominado de la siguiente manera: las “Feminazis”, las “Feminoides”, las “Femancipadas” y las “Femidiotas”.


El feminismo surge del desprecio a quienes nacían bajo la condición biológica de mujer; de la subestimación, minimización y nulidad de sus derechos. Así, el hombre dotó de impulso a un movimiento que pugna por el reconocimiento de la dignidad de la mujer: complemento del hombre, cómplice natural de la reproducción de nuestra especie. Esta idea de feminismo ha transmutado infaustamente en un movimiento descomedido que parece un vil e insaciable desquite, y que, en México, se mantiene en transición. De ahí la clasificación propuesta más arriba:

La Feminazi Esta fémina se distingue por sus habilidades despreciativas hacia el hombre (casi a niveles fóbicos). Posee la capacidad de almacenar todo el rencor acumulado durante una relación fallida para convertirlo en municiones de venganza. Su misión en la vida: destruir al hombre. Ejemplo: las congéneres que gozan de maltratar al sexo opuesto –como hacen los misóginos–. Lo anterior trae como resultado un hedonismo de género que reduce al sexo opuesto a una máquina de placer estilo Marcel Duchamp, o a un ser que sólo es útil para la procreación.

La Feminoide Ésta es la fémina que blasona de adaptada y evolucionada. Tiene la capacidad de parecer una mujer moderna; promueve la equidad de género y muestra una actitud medio avant garde que, en realidad, esconde una doble moral machista que le impide actuar en concordancia con lo que dice. Ejemplo: las que, víctimas de su frivolidad, aceptan una relación por conveniencia socio-económica. En un inicio creyeron ejercer su libertad al escoger al hombre que las mantendría y, sin embargo, terminan jugando un rol de sometimiento por dependencia.

La Femancipada Se define como una mujer independiente. Detalle: vislumbra en cualquier relación el factor de codependencia, congelando así su sistema operativo, que ya no reconoce al hombre como complemento. La autosuficiencia la lleva a una soledad quizá involuntaria. Ejemplo: mujeres económicamente independientes que no logran consolidar una relación, ya que buscan hombres competitivos (con los que hacen corto circuito). Y si encuentran a uno que las ayude con las labores domésticas, o que, simplemente, tenga un rol pasivo, lo tachan de poco hombre. La “femancipada” es insaciable.

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La Femidiota Es la semilla de todas las sandeces que se cometen en el nombre del género. Son aquellas mujeres que repiten los patrones de conducta de manera irreflexiva; las que promueven una mentalidad injusta y la siembran en sus engendros, que se convertirán en los portadores de la semilla proterva. Ejemplo: las madres que enseñan a sus hijos a adorarlas enfermizamente y despreciar a cualquier otra mujer. La madre es la única, la emperatriz —aunque con ella no pueden fornicar—. Es lo que Freud denominó el complejo de Edipo. Las verdaderas feministas están en sus casas, en sus trabajos, desempeñando las funciones típicas de la mujer actual; ejerciendo su derecho de ser y hacer lo que han preferido. Amas de casa, profesionistas, artistas, líderes, esposas, amantes, e incluso las que prefieren seguir cosificándose por comodidad o necesidad… todas ejercen su libre albedrío. Punto. Así como hay mujeres sumisas, también hay hombres. He ahí la equidad: en que nos demos cuenta de que la falta de carácter existe en ambos sexos; también la infidelidad y un sinfín de cuestiones que no se deben al género, sino a la especie.


Las verdaderas feministas iniciaron el movimiento con la convicción de que la mujer fuera igual al hombre —en derechos y ante la ley—. Cualquiera que piense que esto hace a la mujer igual que al hombre está equivocado y vive en una fantasía biológicamente imposible, por muy habilidoso que sea el cirujano. El hombre o mujer que se somete a una cirugía de cambio de sexo en realidad no se convierte al sexo opuesto; en términos científicos se vuelve un transexual, posee lo que se conceptualiza como disforia de género, que representa la disconformidad entre la identidad de género, el rol de género y las características físicas. Por ejemplo, un hombre puede elegir una identidad de género masculina (aspecto personal) y puede, incluso, tener tendencias masculinas en su rol de género (aspecto social), sin embargo, puede mostrar características físicas femeninas (aspecto físico).1 Esto, aunado a las distintas categorías que han surgido en pro de la diversidad sexual, hace que el tema de la igualdad de género se llene de neblina. Empecemos por aclarar que la palabra correcta es equidad, que incluye los conceptos de legalidad y justicia. Los jóvenes de hoy experimentamos cambios paradójicos en cuanto a mentalidad y conducta. Venimos de generaciones conservadoras que alojan —consciente o inconscientemente; pasiva o activamente— la semilla machista. Y, por otro lado, estamos expuestos a leyes tan incongruentes como la de la equidad laboral que, en términos reales, sigue siendo una ley hipócrita.2 Nuestra responsabilidad es dejar de ser la generación de paso o mutante para convertirnos en una generación más definida y coherente, en miras no a la evolución de un género, sino de una especie.

Kim DiCe, apocalípticamente integrada. 1

Harry Benjamin, endocrinólogo estadounidense autor del libro The Transsexual Phenomenon

(1966), donde recopila observaciones acerca de la transexualidad. En 1973, propuso el concepto de síndrome de disforia de género. 2

Véase Código Penal Federal, art. 143; Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre

de Violencia, art. 13; y Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, art. 123.

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“Prohibida la entrada a perros, hombres, mujeres uniformadas y menores de edad�. Un letrero por todos conocido, colocado a la entrada de las cantinas. 8


Dentro, las mujeres sentadas alrededor de una mesa juegan dominó. Integran a la nueva invitada, toman un coctel y fuman cigarrillos. Las fichas resbalan y se revuelven bajo las ágiles manos de una de las perdedoras. –Es la última vez que hago la sopa, porque pienso ganar de aquí en adelante. –Se me hace que estás pasando por alto la primera regla del dominó: hay que saber coger. –¿Cómo se pueden escoger las fichas, si están boca abajo? –Es precisamente ahí, donde entra el factor suerte. Toma cada quién siete fichas y sale la nueva invitada con la mula de cuatros: la suegra, la fea, la pasadora, la que casi siempre es ahorcada. Un juego exclusivo para mujeres en el que los comentarios se hacen al final de cada partida. –No puedo imaginar a un hombre jugando dominó. Ellos no pueden concentrarse en dos cosas a la vez. Creen que es muy fácil acomodar las 28 fichas sobre la mesa. –¿Cómo van a acordarse de quién salió y con qué ficha, si ni siquiera recuerdan el cumpleaños de su madre? –Tienes razón. Esto no es para ellos. ¿Cómo podrían recordar a qué pasaron los demás, si nunca se acuerdan de nada? –Tal vez lo único que podrían hacer es aplicar las tres erres: respeta la mano, repite la ficha y re-friega al contrario. Porque ¡ah!, cómo dan lata, dale y duro con lo mismo, pero eso sí, con mucho respeto.

Comenzó una nueva partida. Cada una trató de colocar la ficha idónea para hacer pasar a las contrarias y para que su compañera pudiera poner la ficha de ataque. Al tirar nombraban, de vez en cuando, a las fichas por su apodo. El guan de guan, el duque, el triste, el cuatatán, el cinquiriquillo y el Sixto, entre otros muchos apodos para las mismas fichas. Llegó el momento decisivo para la nueva invitada: el cierre. ¿Cerrarlo o no cerrarlo?, esa es la cuestión. Qué fichas faltan y quién trae las más grandes. –Lo cierro a blancas, porque dice el dicho: cierre a blancas, nunca se pierde. Todo un arte, una estrategia. Un sumar, intuir, calcular, decidir. Hasta que se gana. Después de ganar no hay reclamos: “…que no te doblaste, que tapaste mi ficha, que no metiste la que yo quería…” Juego ganado no es regañado. Sólo en caso de perder, es necesario asumir la culpabilidad y esperar la reprimenda de parte del compañero. –¡Bravo! Buen cierre. ¿Dónde aprendiste a jugar dominó? –Huy, de niña, antes de que mi papá me gritara para que me subiera a dormir, me gustaba atender a mi mamá y a sus amigas durante las veladas de dominó. Aprendí a preparar medias de seda y a escuchar el lenguaje del juego en una atmósfera viciada con humo de cigarros “Eve”. Tomaba el lugar de quien se levantaba al baño y poco a poco fui aprendiendo de qué se trataba. –Bienvenida. Te esperamos aquí todos los viernes. Pita Escalona pitaescalona@gmail.com

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En la eterna lucha de sexos, siempre nos encontramos con los mismos estereotipos. Todos hemos escuchado alguna vez que los hombres son de Marte y las mujeres de Venus. Las mujeres somos complicadas porque decimos una cosa, pero en realidad queremos decir exactamente lo contrario; tenemos muchos cambios de humor, queremos controlarlo todo y coleccionamos pares de zapatos obsesivamente. Los hombres no pueden hacer dos cosas simultáneamente ni aunque su vida dependa de ello, sólo piensan en dos cosas (una de ellas, el futbol), son más prácticos y no entienden de moda. ¿Qué tan cierto es? Puede ser que estas características sean comunes en sus respectivos géneros, pero, en definitiva, no son reglas generales. Si todo fuera tan blanco o negro, las relaciones serían menos complicadas. Cualquiera podría consultar el Manual de convivencia en pareja y evitar problemas. Pero resulta que cada persona es una auténtica singularidad cósmica, única e irrepetible, lo que le da sabor a la vida y a este mundo hecho de interacciones sociales. Una hermosa gama de grises que lo cubre todo. Las posibles combinaciones, infinitas. A la cultura occidental, supuestamente cada vez más evolucionada, se le da crédito de haber roto paradigmas en materia de machismo y feminismo. Por otro lado, se critica abiertamente a las sociedades orientales que conservan algunas costumbres que pueden parecer retrógradas. Es muy fácil opinar sin tener un conocimiento profundo. Por ejemplo, ¿sabías que las mujeres musulmanas pueden elegir usar la burka o no? Para muchas es un orgullo traer

puesta su religión; incluso le pueden dar toques modernos a la forma en que la lucen. Mientras tanto, en nuestro lado del mundo, las mujeres siguen teniendo sueldos menores que los hombres por el mismo trabajo realizado, entre otras sutiles formas de discriminación. Eso sí, el prototipo del hombre latinoamericano es el del caballero 11 perfecto: siempre abrirá la puerta del coche, caminará del lado de la calle en la acera y cederá su asiento en el camión... valores tal vez insípidos, programados en automático. Las familias (por lo general matriarcados) educan tanto a hombres como a mujeres para que cumplan con estos roles. El tiempo pasa, pero nada cambia.

¿Podemos encontrar un punto medio? ¿Ir más allá de los estereotipos, la cultura, la sociedad, y simplemente convivir? Suena a utopía, pero aprovechando el Día Internacional de la Mujer (por cierto, ¿por qué necesitamos tener un día?), podemos dejar volar la imaginación, derribar las barreras y ver que las cosas, en realidad, son mucho más simples. No necesitamos mediadores, ni tiene sentido perder el tiempo tratando de librar la supuesta batalla de los sexos. Aun así, no se puede negar lo divertida que puede llegar a ser la convivencia entre géneros, tan diferentes e iguales a la vez.

Laila Robles Martínez


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Con su hijo dormido a cuestas y sostenido por un rebozo, María -para no variar- hace la entrega de las chalinas que por encomienda tejió. Sobre la mesa, se extiende un arcoíris de 50 piezas que, durante dos meses, ella elaboró con hilos de diferentes colores. Una a una, las chalinas van pasando por la cinta métrica y el ojo de Alma, su encomendera, quien, compasivamente, separa en un montoncito las que no cumplen con los estándares solicitados. Un metro 20 por 50 centímetros es lo que debe medir cada una. El incumplimiento de las reglas no sólo disminuye la calidad del trabajo de María; también afecta al negocio. Una pieza más grande, en la que, por obvias razones se ocupó más hilo del necesario, debe venderse al mismo precio que una más chica. Ahora, si es más pequeña, es poco probable que alguien quiera comprar una chalina que sólo puede usarse como bufanda.

María, de 28 años, ha trabajado para Alma durante los últimos tres y, junto con otras seis compañeras de su comunidad, teje las chalinas que Alma vende en tiendas artesanales de San Cristóbal de las Casas. El sistema de producción es relativamente sencillo. Mediante una institución social, Alma se encarga de conseguir la materia prima multicolor. Hilos de algodón de muy buena calidad son dados en comodato a estas mujeres, quienes se comprometen a elaborar una cantidad determinada de chalinas que entregarán bimestralmente. La confianza y el honor de la palabra son determinantes en el proceso, ya que ninguna está sujeta a contrato. El pago que reciben bimestralmente por la mano de obra lo establecen ellas mismas, en función de la materia prima que se les proporciona.


Asesorada por la institución, Alma debe incrementar el valor de las chalinas en un porcentaje que permita sacarlas al mercado a un buen precio y, al mismo tiempo, asegurar el pago anticipado de la mano de obra de las artesanas. Gracias a este esquema de trabajo, María tiene un ingreso fijo. Además, está consciente de que su habilidad como artesana es lo que la ha llevado a cotizar bien sus piezas. El sistema le ha funcionado tan bien, que su marido no se enoja porque trabaja. Sin dejar de llevar sus costumbres a cuestas, poco a poco se ha hecho de un dinerito que le ha dado para echarle loza a su casa y comprarse una estufita que la libre del humo de leña. Dice que trabajar le ha cambiado la vida y le ha hecho ver las cosas de distinta manera. En palabras de María, se ha dado cuenta de que: “como mujer puedes servir para algo más que tener hijos y atender al marido.” 14

Junto con Alma y las otras seis artesanas, han forjado un grupo de trabajo amistoso en el que comparten algo más que el tejido; también se ayudan cuando tienen problemas, en casa o personales. María ha encontrado en el taller y en la venta de sus chalinas no sólo una forma de subsidio, sino el placer de sentirse productiva. Sus manos, y todo lo que le enseñaron su madre y su abuela, es lo que hoy día le da la capacidad para tejer. Por eso no le importa ser indígena. Y cuando le ha importado es porque como dice ella: “hay personas que piensan que uno es bruta… ya no se sabe si porque uno es tzotzil o porque uno es mujer.”


“Mira”, me dice, mientras comienza a desfajarse, “esta nagua me la acabo de comprar por mi cumpleaños, yo solita me la regalé…”. Preguntar el precio fue inevitable y, acariciando el largo y negro pelaje de la nagua teñida de ikalum, María esbozó una sonrisa para entonar la cantidad: “doce mil pesos.” Como no creyendo, mis ojos voltearon a ver a Alma, que, con un aire de complicidad, asintió con la cabeza. Mejor ni preguntar sobre la faja de hilos color plata. Dice María que fue un gusto que se dio porque sintió que se lo merecía, pero que lo que realmente le importa es terminar de juntar los cuarenta y tres mil pesos para comprar una tierra en la que su familia pueda sembrar. Así, su viejo ya no tendrá que trabajar para otros.

La buena fortuna de María no es una situación aislada. Varias de sus compañeras y vecinas de otras comunidades son muy ahorradoras y han forjado proyectos para ellas y sus familias. “Todo es cosa de querer trabajar, echarle ganas y hacer bien las cosas”, dice María, con su buen castellano.

Cree en Dios y le da gracias por sus manos. Sin embargo, asegura que no es por Él que ahora tiene lo que tiene: “porque Dios no viene por el hilo, ni teje las chalinas… la que lo hace soy yo”. De repente despierta la criatura que, como un canguro, se asoma desde el capullo de colores en la espalda de María. “Mira, Nancy, cuando tengas hijos, verás que para darles una mejor vida, no importa si eres tzotzil, tzeltal, tojolabal o tlacuache; a fin de cuentas, eres mujer y madre y, nomás por eso, Dios te dio manos... para trabajar por ellos.” Nancy Gutiérrez Olivares

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La historia se encuentra llena de episodios en los que la mujer luchó por obtener los mismos derechos que el hombre; luego buscó sobresalir tanto o más que él. Hace poco, se escribió la historia de una mujer que acaparó los reflectores con mucha masculinidad.


Al hablar de mujeres deportistas, es inevitable mencionar sus atributos físicos. La gracia de la gimnasta Nadia Comaneci, la futbolista Mia Hamm, y la garrochista Yelena Isinbayeva, las han inmortalizado como bellezas del deporte. No obstante, es sabido que no existe bella sin bestia. En 2009, durante el Campeonato Mundial de Atletismo, Berlín fue escenario de uno de los más grandes escándalos deportivos. La atleta sudafricana, Caster Semenya, arrasó en la final de los 800 metros al batir su propio récord con una ventaja de casi siete segundos. De haberse tratado de una mujer con apariencia más discreta, hubieran surgido sospechas acerca de un posible doping. Lamentablemente para Caster, su apariencia se encuentra lejos de la discreción, y las sospechas se fundamentaron en su género. Si bien las sospechas pueden ser indicio de envidia, coraje o algún elemento relacionado con el espíritu de competencia, también es justo decir que están fundamentadas. Semenya no tiene senos, es robusta, musculosa, de pelo corto, nariz ancha y mentón cuadrado, sin mencionar una capa de vello facial que se alcanza a ver a mediana distancia. Cuenta la propia atleta que, en repetidas ocasiones, le han llamado la atención cuando la ven dirigirse al baño de mujeres. Ella, generalmente, reacciona preguntando si tiene que bajarse los pantalones para que puedan comprobar su sexo. Ante la controversia, el Comité Olímpico Internacional dio a conocer el resultado de los estudios practicados a la sudafricana. Se determinó que Caster era mujer y que su apariencia masculina se debía a una alteración cromosómica que impidió el desarrollo del útero y los ovarios y que hace que tenga un nivel de testosterona tres veces mayor al de una mujer normal. La Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo permitió que la ganadora de los 800 metros en Berlín conservara su medalla y reconocimiento económico, y continuara compitiendo como mujer en las distintas carreras organizadas por la Asociación. Este caso sirvió no sólo para sentar un precedente en acusaciones de corte similar, sino para reglamentar la participación de transexuales en competencias avaladas por el Comité Olímpico. Tal vez Caster no sea bella, pero, en comparación con otras féminas, tiene súper poderes.

Rodrigo Chávez Trejo

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11 Las jovencitas tejieron coronas de hojas. 12 Dormida contra los pechos de una amiga. 13 Los dioses [ [

] lágrimas [

] ].

40 Era como la manzana más dulce que maduraba en lo más alto del árbol, que los cosechadores no podían alcanzar y fingían olvidar. [ ] Como el jacinto de la montaña pisoteado bajo los pies de los pastores, su flor purpúrea en el suelo. 51 Hija de Cronos, del pecho violáceo. 52 Como una vez en Creta, una ronda de muchachas danza en ese tiempo antiguo. 112 Llegaste e hiciste, y estaba esperándote para templar el rojo deseo que incendiaba mi corazón. 140 Más valiosa que el oro. 146 ] que venga esa muchacha y sea mi amante. He amado todas las cosas hermosas [ ] y esto Eros me lo ha dado, la belleza y la luz del sol. 147 Estoy deseosa 149 Más tierna que la rosa 205 La muchacha de la voz agradable. 206 ¿Has empezado a olvidarme [ ] o amas a alguien más?

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El 5 de enero de 2011 se cumplieron seis años de la muerte de Guy Davenport.

No obstante, a ratos, he seguido dialogando con su obra y traduciendo fragmentos de sus libros. Como éstos, de Safo. Los poemas se publicaron originalmente en revistas y plaquettes individuales, antes de que se integraran al cuerpo de sus 7 Greeks (New Directions, 1995).

El mérito de las traducciones de Davenport estriba en el respeto con que editó los fragmentos de los poemas de Safo, indicando las partes faltantes en los manuscritos originales con un sembrado estricto de corchetes. Esto no sólo significó rigor académico en su momento, sino una manera de demostrar la actualidad de la poeta de Lesbos. Davenport se apega a la sintaxis y la gramática originales, quitándole a las palabras, o a la estructura de los versos, todo posible ornamento. Safo tal cual; pero sobre todo, Safo tal cual Davenport. “Muchos de los fragmentos son meras palabras y frases”, dice Davenport en la introducción a sus 7 griegos, “pero éstos alguna vez fueron un poema y, como la estatuaria rota, se encuentran extrañamente articulados a pesar de su ruina”. Mis traducciones, ya que no están hechas directamente del griego, sólo aspiran a recuperar, en español, algo de esa poesía.

Gabriel Bernal Granados


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En contra de las películas porno se argumenta que: 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8.

Pueden convertirse en adicción. Son hechas sólo para fines comerciales. Promueven el coito sin matrimonio. Acarrean la insatisfacción y el deseo por experiencias nuevas, como la homosexualidad. Transgreden valores éticos. Son ofensivas para las buenas costumbres. Son el principal factor de la violencia sexual contra la mujer. Son denigrantes para la mujer.


La crítica negativa a las películas porno proviene, principalmente, de dos direcciones: 1. Conservadores y líderes religiosos que tildan al placer sexual, a la homosexualidad y a la bisexualidad de inmorales, y consideran que el coito está reservado para parejas casadas heterosexuales, o sea, para la procreación. 2. Grupos feministas que sostienen que las películas porno degradan la imagen de la mujer al utilizarla como objeto sexual para el placer de los hombres (partiendo, claro, de la suposición de que los principales consumidores de cine triple equis son sólo hombres). Si algo caracteriza al cine triple equis (XXX) es que no tiene una verdadera trama; los actores no representan personajes, son reducidos a órganos sexuales susceptibles de penetrar y ser penetrados. Por ello, como productos culturales masivos, las películas porno pueden resultar atractivas para un público poco exigente en cuanto a ejercicios intelectuales. Explotan la fantasía en tres vertientes: la del máximo placer sexual, la del placer de la transgresión socioeconómica y la del placer de la confirmación de los valores propios. En conjunto, dan cuerpo a un ideal de perfección: lo absoluto es lo perfecto, su contemplación es la experiencia extática de gozo

que tiene como recompensa la gloria eterna. Un estado-espacio sin tiempo en el que sólo hay placer, no hay diferencias de clase, ni necesidades económicas, y en el que ya no hay juicio moral. Fantasear el placer de otros como propio es también un pequeño placer. La fantasía del placer sexual absoluto implica la perfección de la pareja sexual, no sólo la de su cuerpo, sino la de su absoluta disponibilidad y actitud proactiva. Es perfecta porque usa al otro (o a la otra) como copartícipe de su propio éxtasis. La representación de su perfección está dada por la exageración: tono y masa muscular, ausencia de grasa abdominal, facciones finas, talla de busto muy grande, genitales masculinos enormes, y, lo más importante, entrega pasional total. El aficionado a las películas porno seguramente busca fantasear el placer de otros como propio; pero también igualdad de oportunidades, un trato no discriminatorio, un trabajo bien remunerado, una pareja sana (al menos corporalmente sana) con la que pueda llevar a cabo experiencias placenteras. En suma, bien puedes ser tú, lector mío, quienquiera que seas, que palias tus frustraciones fantaseando y sin hacerle daño a nadie.

Fantasear el placer de otros como propio es también un pequeño placer. La fantasía del placer sexual absoluto implica la perfección de la pareja sexual, no sólo la de su cuerpo, sino la de su absoluta disponibilidad y actitud proactiva.

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Sí, es cierto, todas las películas porno son aburridas, repetitivas, insípidas, triviales y totalmente predecibles, pero ¿no son así las vidas de todos los seres humanos? Carlos Monsiváis escribió que “la pornografía puede ser la fotografía médica de un tumor, de una operación o aquéllas de asesinatos que publican en los periódicos amarillistas”. El analfabetismo, el racismo, el capitalismo, la guerra… Eso sí es pornografía; lo demás es lo de menos.

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Un dato curioso: el contacto entre los labios bucales o/y la lengua de una persona y los genitales de otra estaba, sigue estando y seguirá estando catalogado como pornografía. No así el contacto entre dos bocas y dos lenguas o algunas otras partes del cuerpo. La verdad es que todos somos pornográficos desde el momento en que nuestro cuerpo, desprovisto de ropa o no, inspira algo, lo que sea, en otro. Lo que llama la atención es la separación del cuerpo en partes pornográficas.

Lo que en realidad molesta de una película porno es su carácter transgresor.


De esta manera, mostrar o exhibir “partes porno” significa lo mismo que mostrar lo pecaminoso, lo horrendo, lo vergonzoso, lo repugnante de nuestro cuerpo, y es por ello que se censuran esas partes “degradantes”. El cine porno es, más que un género narrativo, un género propiamente descriptivo, en el que los aderezos narrativos son secundarios o irrelevantes. Es un género descriptivo porque la triple equis (XXX) es, ante todo y sobre todo, el símbolo de un documental sobre la lujuria y sobre los genitales en lujuriosa acción, como naturalmente se desempeñan. Las películas porno funcionan como un memorándum perverso de que los humanos somos una especie entre especies, animales bípedos cuyo instinto básico es el de conservación y cuyo máximo anhelo es un orgasmo. Nos presentan tal y como somos: cuerpos desnudos completamente abiertos y expuestos a la mirada ajena en todos los pliegues, en todos los orificios y en todas las protuberancias, siempre dispuestos a la actividad sexual y a la consumación de ésta. Lo que en realidad molesta de una película porno es su carácter transgresor. ¿Que la moral y la religión establecen la mesura, la monogamia y la fidelidad como valores?, entonces viva la orgía, la fiesta, la histeria báquica: ahí reside la incómoda transgresión de una película porno, una inversión de los valores establecidos. Pero, obvio, hay dos cosas que no deben

permitirse en una película porno: el abuso infantil y toda expresión que violente la voluntad del otro. De ahí en fuera, toda representación cinematográfica sexualmente explícita que cuente con actores adultos y el previo consentimiento de éstos deberá ser respetada y nunca prohibida. Conservadores homofóbicos y líderes religiosos pederastas nos dicen que el placer sexual es cosa del Diablo, que es algo que uno jamás debe probar. Y que, a menos que uno sea heterosexual, esté casado y lo use para tener hijos, el coito es 25 pecado. A través de feministas, que aún sueñan con el Príncipe Azul, y machos que se creen hombres, aprendemos que la bisexualidad y la homosexualidad son errores y no preferencias. Viviendo en un mundo donde ni el arte está libre de estereotipos, un mundo altamente tecnificado en el cual sólo vale la apariencia, las muchachas saben que si quieren encontrar “el amor verdadero”, o sea, si quieren tener una experiencia más o menos (menos que más) parecida al mito del amor happy end, que las películas hollywoodenses y las telenovelas latinoamericanas petrifican en la última escena con el close-up de un tórrido beso, deben tener cinturas pequeñas, caderas anchas, tetas gigantescas, piernas torneadas y caras aniñadas. Los muchachos son bombardeados con mensajes depresivos, misóginos y racistas. Entonces, no debería ser sorprendente que una película porno pueda resultar potencialmente dañina. ¿Qué pensará alguien sin educación, con prejuicios, con una pesada losa de siglos de religión a la espalda, al ver cómo un pene erecto se inserta en un orificio vagínico? Francisco Enríquez Muñoz


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Ha pasado ya la media noche. Llevo apenas un par de horas acostado en mi cama, y la siento venir. Esa sensación de ligereza en la que, a pesar de la incertidumbre de no saber si se trata de la realidad o de un sueño, puedes sentir las pupilas que se mueven bajo los párpados; ese estado semicon-sciente en el que todavía puedes tomar la decisión de despertar o seguir durmiendo. Por alguna extraña razón siempre decido despertar. Cómo lo detesto. Hace un par de meses que comenzó y al parecer no tiene remedio. Todos los días, sin razón aparente, despierto a la mitad de la noche. Lo peor está a punto de comenzar. En el instante en que la conciencia me toma cautivo, las necesidades me golpean como un látigo; mi cuerpo reclama todo aquello que en las últimas horas le he negado y la historia siempre termina mal. Acabo por levantarme de la cama, de mal humor, entrecerrando los ojos para que la luz que olvidé apagar me perturbe lo menos posible. A tientas, camino hacia el baño o me sirvo un vaso con agua con la esperanza de que esta pesadilla termine lo más pronto posible y pueda regresar a la calma de la horizontalidad. Cuando la victoria es casi palpable, el destino me juega una broma con sabor a derrota, acompañada de un dolor inexplicable que termina por arrancarme de los brazos de Morfeo. Sostengo mi pie entre las manos, mientras mi lengua cobra vida propia para hilar una frase interminable de adjetivos y sustantivos altisonantes. Y es que golpearse el dedo meñique del pie con la esquina de un mueble a media noche no es cualquier cosa. Es la perfecta analogía de una patada en los huevos. Sentado en el borde de la cama, ya sin sueño y con el dolor cediendo lentamente, me siento como uno de esos señores obesos que, después de años de no poder mirarlo, acaba de comprobar a causa de un descuido con la cremallera que aquello que habita su entrepierna no se ha ido a ninguna parte. Mientras froto mi adolorido pie, observo los dedos detenidamente y llego a la conclusión de que son graciosos. Me hacen pensar en pequeñas salchichas deformes pegadas a una masa de hueso, carne y piel. Doblados me parecen todavía más simpáticos: pequeños gusanos rosados y regordetes que se mueven con torpeza. A pesar de toda la atención que les dedico, nunca logro encontrar la razón de su existir. Es cierto que, como dicen los libros de anatomía, los dedos de los pies sirven de apoyo y estabilidad al caminar; para aquellos que escalan, son herramientas indispensables para sostenerse en las grietas.

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Y ¿qué sería de las bailarinas sin ellos? Las puntas definitivamente perderían todo el sentido. En la cama, los dedos de los pies pueden servir como punto de referencia para saber el lado correcto de la acción. Si la higiene y el pudor lo permiten, podemos mordisquear un par, lo que seguramente provocará risas o algún otro signo que indique lo atinado que ha sido el gesto. Pueden servir también como indicio mudo de reciprocidad o, en caso de que el volumen del evento haya alcanzado niveles poco decorosos, como útil mordaza para silenciar las exclamaciones excesivas. También podemos intentar contarlos todos y dividirlos entre diez; de esta manera sabremos cuántas personas se encuentran bajo las sábanas. Estéticos definitivamente no son. Si bien demuestran ser excelentes juguetes para niños y adultos, en realidad solamente cuatro desempeñan trabajos dignos de comentar. Uno de ellos se aprovecha del sudor de sus compañeros mientras los observa, pretencioso, aparentando ser indefenso y delicado.

No es más que un perezoso, mediocre y arrogante. El meñique, sentado en su rincón, indiferente y retorcido, teme siquiera tocar el suelo; prefiere encorvarse y pretender debilidad antes de arriesgarse con el equipo y hacer una labor admirable. Pero no se dejen engañar; si afirman que no sirve, están equivocados. Su utilidad es similar a la de un aristócrata en tiempos de la Revolución Francesa. Apoltronado en su esquina, el dedo meñique impide que las sandalias de una mujer cierren correctamente. Es sujeto se queja cuando un zapato no es de horma lo suficientemente amplia. Inevitablemente, su delicada piel es víctima de cortes, irritaciones y ampollas al caminar. Y, por las noches, cuando uno está cansado y quiere regresar a la cama, éste protesta y se empeña en golpear cualquier objeto sólido, y de preferencia punzo cortante, que se encuentre a su alrededor. Ahora, acostado, con la vista fija en el techo, anhelando dormir un par de horas más antes de partir al trabajo, sólo puedo pensar en una cosa: ¡a la guillotina el meñique!

Patricio Casaubón


Los catorce cuentos que recoge Parvada blanca en la ciudad son catorce intrigantes, equívocas, misteriosas historias que nos llevan a climas y situaciones diversos. A la vez, estos relatos -tenues, rotundos, tajantes- son ceremonias de iniciación, un mismo rito de pasaje catorce veces celebrado. En una atmósfera de laberinto, de encrucijada, de espesa neblina, los personajes de Ana Laura Pazos se encuentran siempre al borde de alguna revelación que será definitiva para sus vidas. Esta joven escritora tiene un don especial para hacernos sentir la trascendencia de ese paso que estamos a punto de dar.

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Curiosid ade

Millones de mujeres responden al nombre de Rosa. Otras más al de Rosalía, Rosita o Rosamunda, inspirados en el nombre de esta flor que ha cosechado pasiones por todas partes.

La rosa ya era considerada antigua cuando el botánico griego Teofrasto escribió sobre la «rosa de cien pétalos», en el año 270 a.C. Basta decir que se han encontrado rosas fosilizadas que datan de 40 millones de años. El espectro parece interminable, 20 mil variedades de rosas esparcen su perfume hoy día. Hay rosas en la cocina, en las iglesias, en los perfumes, en el cabello de las mujeres e incluso en algunos rosarios que, originalmente, constaban de 165 pétalos de rosa secos y cuidadosamente enrollados. Pero no sólo las flores son prolíficas en el mundo; en la paleta de un pintor pueden encontrarse hasta 50 tonos de rosa: begonia, color piel, rosa persa, salmón, malva, rosa antiguo y rosa bebé…


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A comienzos del siglo XIX, las elegantes rosas de té chinas, que olían como hojas de té frescas cuando se machacaban, provocaron furor en Europa.

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Ningún pueblo estuvo tan obsesionado con las rosas como el romano. De la fuente del emperador manaba agua de rosas; se usaban pétalos de rosa como relleno de almohadas y como ingrediente de medicinas, pociones de amor y afrodisiacos. En las bacanales no sólo había exceso de comida y bebida, también había exceso de rosas. Para el deleite de sus invitados, Nerón llegó a gastar el equivalente a ciento sesenta y cinco mil dólares en rosas –cabe mencionar que uno de sus invitados murió asfixiado bajo una ducha de pétalos–. La devoción de los romanos por esta flor era tal, que incluso crearon una festividad para ella: la Rosalia. Para la cultura islámica, la rosa tiene un valor más espiritual. Se dice que cada vez que alguien aspira su perfume, resuena el nombre de Alá. Las rosas se mezclan bien

con el agua, por lo que son ideales para preparar helados y pasteles; de hecho, la rosa se ha convertido en ingrediente emblemático de la gastronomía islámica, además de ser muy usada como perfume corporal. La hospitalidad sigue exigiendo que en una casa islámica un invitado sea rociado con agua de rosas al momento de entrar. A comienzos del siglo XIX, las elegantes rosas de té chinas, que olían como hojas de té frescas cuando se machacaban, provocaron furor en Europa. La cruza de especies chinas y europeas trajo como resultado las llamadas “rosas de té híbridas”. Pétalos amplios o alargados: rojos, amarillos, blancos y hasta violetas; perfumes embriagantes, sobrios o tímidos como adolescentes. Hubo un momento en que el perfume de la rosa estuvo


a punto de perderse debido al exceso de hibridación. La especie híbrida de rosa de té más popular del mundo es «Peace», una flor que deslumbra por su colorido múltiple y que refleja todos los espectros de la luz. Fue bautizada con ese nombre el 2 de mayo de 1945, cuando Berlín fue derrotada y se hizo la paz. Todas las cualidades de la rosa se consideran típicamente femeninas. La rosa simboliza la fuerza de los débiles, como el encanto y la amabilidad. En Romeo y Julieta, de Shakespeare, se lee: I´m the very pink of courtesy (“Soy tan cortés como el color rosa”). El rosa es y ha sido en todos los siglos el color típico de la cortesía y la amabilidad.1 Es verdad que el rosa es un color suave, tierno y delicado, pero también nos hace pensar en la piel, en un cuerpo desnudo, lo que lo convierte en un color erótico. Junto al blanco, el rosa parece un color completamente inocente, sin embargo, con el violeta y el negro forma el acorde cromático de la seducción y el erotismo. El rosa es como una nube aterciopelada que puede convertirse en tormenta: oscila entre el bien y el mal. El rosa no siempre fue el color típicamente femenino. El diario financiero más famoso del mundo, The Financial Times, se imprime desde 1888 en papel rosado. También la Gazzeta dello Sport, diario deportivo italiano leído casi exclusivamente por hombres, se imprime en papel rosado.2 La convención de “rosa para las niñas, azul celeste para los

niños” parece tan antigua como los cantos gregorianos. Sin embargo, esta moda nació hace poco, en 1920, y contradice el simbolismo milenario que dicta que el color rojo es masculino; y el rosa, el pequeño rojo, el color de los niños varones. Por ello, desde la Edad Media hasta bien entrado el siglo XIX, se solía representar al Niño Jesús vestido de color rosa.

El rosa es también el color de las ilusiones y los milagros. Ilusionarse equivale a dormir en una balsa que navega en el cielo, sobre un mar de nubes rosas. Todo lo vemos “color de rosa”. El séptimo cielo es rosa; y, cuando la vida es como un sueño: C’est la vie en rose, dicen los franceses. A los antidepresivos se les llama “píldoras rosas”. El rosa se encuentra en todas las ensoñaciones, es el color de la irrealidad, del romanticismo y el deleite. Rosella, Rhoda, Rosika, Rosina, Rose, Rosalie, Rosetta, Rosi… El nombre Rosa es uno de los más populares del mundo; el 3% de las mujeres lo nombra como color favorito; la flor que lleva este mismo nombre es la más vendida y poetizada. No obstante, hay que tener cuidado: el color es sugestivo, y por tanto peligroso; las rosas tienen espinas… las mujeres también. 1

HELLER, Eva (2007). Psicología del color.

Gustavo Gili. España, p. 214. 2

Ibidem p. 215.

Ana Laura Pazos González pazosorama@gmail.com http//:leeanapazos.blogspot.com

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Dicen que si te miras con detenimiento en el espejo por más de veinte minutos, tu verdadero ser comienza a hablarte. Yo no suelo hacerlo, tal vez por miedo a escuchar lo que aquella voz pueda decirme, o quizá por la desgana de perder un cuarto de hora sólo para confirmar que las líneas de expresión se dibujan en mi rostro, sin que pueda borrarlas con la goma de un lápiz —como algún anuncio publicitario sugería. La idea de mirarme más tiempo del que la cotidianeidad exige, me asusta un poco: saludar a los pliegues alrededor de mis ojos y reconocer una marca en el entrecejo capaz de recordarme que mis gestos han definido mi personalidad hasta el punto de ser ésta —cualquiera que sea— y que ya nunca podré ser su antípoda, me pone un tanto nerviosa. Conforme pasan los años, el talento innato para engañar al espejo se va perdiendo, hecho que resulta tan aliviador como inquietante.


El álbum de mi cabeza me confirma que a veces odio a mi reflejo y otras veces es él quien se avergüenza de mí. Hacemos grandes esfuerzos por descubrir quiénes somos para luego huir de aquello que encontramos. Conocer a ese yo profundo es terrible y, al mismo tiempo, apasionante. Cuando vamos por la calle y nuestro instinto percibe algo similar a un espejo, no dudamos en echar un vistazo para cerciorarnos de que estamos presentables y podemos seguir andando. Lo curioso es que lo hacemos inseguros y con temor de que alguien nos descubra, como si fuéramos los únicos entes raros que examinan su silueta en el cristal de un edificio, como si una pizca de vanidad fuera tan mala. Necesitamos la aprobación del espejo a cada instante para caminar trayectos pequeños, pero, cuando se trata de un largo viaje, huimos de lo que el yo del espejo pueda decir. Es normal, el autoconocimiento nítido da mucho miedo, pero lo que más alarma es aceptar que esa responsabilidad dura toda la vida y que los frunces de la piel no son naturalmente reversibles. Me pregunto si vale la pena mirarse con esmero, con la expectativa de que alguna verdad se nos revele. Al final, la actitud y las vivencias son las que nos etiquetan el rostro. Resulta que a veces me despierto con una mueca que siento muy incorporada, pero cuyo significado no logro descifrar.

Entonces me pregunto si el problema no reside en que quizá nunca me hayan presentado a mi verdadero reflejo. La simple posibilidad me obliga a mirarme en el espejo; una voz me dice que no sólo nos han presentado, sino que hemos hablado en numerosas circunstancias. Me recuerda su nombre, repito el mío en voz alta. Recapitulo y vienen a mí una serie de imágenes que corresponden a nuestros encuentros. El álbum de mi cabeza me confirma que a veces odio a mi reflejo y otras veces es él quien se avergüenza de mí. Luego jugamos a ser adultos y nos reprochamos cosas, casi siempre relativas al pasado, y algunas otras con respecto al tiempo que dejamos escapar mientras dialogábamos para llegar a inútiles consensos que transcienden sólo en apariencia. También solemos debatir sobre el futuro y, por lo general, uno de los dos termina angustiado; entonces nos volvemos presas del remordimiento y esclavos del reloj. Pero de pronto todo se acomoda y la complicidad de nuestros ojos se compenetra. Esa simetría transforma lo efímero en un sosiego prolongado. Y cuando esto sucede, confirmo que soy ésta —cualquiera que ésa sea— y por suerte nunca seré su antípoda.

Nuria Clavé Robina nuriaclave@gmail.com

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de la

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Existe un gran mito mexicano que es menester derribar: el de la traición hecha mujer, personificada por La Malinche; traidora por excelencia que se puso del lado de los extranjeros en vez de estar en el bando de su propia patria. Ésta es una versión hecha con premeditación, alevosía y ventaja por los historiadores de quincena: Malintzin jamás traicionó a la patria mexicana, simplemente porque ésta aún no existía. Y si la inculpan de obrar en contra de la “patria azteca”, es oportuno mencionar que Malintzin era de Tlaxcala, pueblo que mantuvo eterna guerra con los aztecas y fue obligado a pagar tributo, en forma de sacrificios humanos, durante las guerras floridas. Nuestra visión histórica tiende a buscar al villano causante de todos los males. Los tlaxcaltecas juegan ese rol en la conquista, pues lucharon junto a los intrusos españoles. Esta ridícula versión sólo puede sustentarse si, previamente, se acepta que los aztecas eran México. Si por el contrario, se entiende que en Mesoamérica había decenas de pueblos distintos, con diferentes idiomas, costumbres, historia, orígenes y religión; que se hacían la guerra, que luchaban por territorio, y que

nunca hubo nada parecido a un país, entenderemos que no había patria a la cual traicionar. ¿Por qué la obsesión de presentar a Malitzin como la gran traidora? Debido a esa visión histórica que hemos desarrollado en la que toda nuestra gloria y grandeza es destruida por un villano individual que traiciona a la patria. Malinche encabeza una lista en la que también se encuentran Santa Anna, algunos árbitros de futbol y que, hasta el momento, termina con Salinas. Sin embargo, la traidora original y causante de nuestra caída, como en la Biblia, es una mujer. ¡La historia es escrita por hombres! Además, Malintzin cometió el pecado y la osadía de entregarse al infame conquistador, con lo cual su traición se volvió absoluta. ¿Qué opciones tenía una esclava que había sido entregada como ofrenda?, ¿tendría Malintzin la oportunidad de elegir bando?


¿Por qué la obsesión de presentar a Malitzin como la gran traidora? 37

Parece poco probable y, aún así, de haber tenido opción, seguramente hubiera decidido unirse para luchar contra el pueblo que oprimía al suyo. También se dice que Malintzin prefirió sexualmente al blanco, al extranjero, al de fuera, a uno que no era “de los nuestros”. Por eso es la máxima traidora, ya que, como sentencia Octavio Paz, se rajó, se “abrió”, literalmente, ante el conquistador; es nada más y nada menos que la auténtica “Chingada”. No es peladez, estoy citando a un Nobel de Literatura. Hernán Cortés “se la chingó”.


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Pocos saben que el señor Cortés tuvo, al menos, un encuentro carnal con la hija del Señor Moctezuma, cristianizada como Isabel de Moctezuma, y que, de ese encuentro, hubo un fruto, una niña llamada Leonor Cortés. Resulta, entonces, que Isabel de Moctezuma se entregó y se “abrió” de la misma forma que Malinche. Recurriendo otra vez a la metáfora del gran don Octavio Paz, también es la “Chingada”. La historia está llena de simbolismos. Resulta que Cortés y La Malinche (cristianizada como Doña Marina), al procrear a Martín Cortés, tuvieron al primer mestizo oficial, aceptado, reconocido y registrado. Son, por tanto, el símbolo del origen del mestizaje: Adán y Eva de nuestra patria; lo que convierte a Cortés en el Padre de México y, como todo vástago requiere también de una madre, ésta no puede ser otra que

La Malinche. He ahí la pareja fundadora; los mexicanos venimos a ser hijos del conquistador y, por tremendo que se escuche, hijos de la Chingada. La otra “Chingada”, Isabel de Moctezuma, vivió como princesa. Ella y sus hijos viajaron a Madrid para legitimar su nobleza y linaje. A su familia se le dio el título de Condes de Miravalle, y se les reconoció la propiedad del Valle de México, por lo que el gobierno virreinal se obligó a pagar una renta anual a la familia Moctezuma. Como dato cultural, los Condes de Miravalle se quedaron en España, nada conquistados, ostentando títulos y recibiendo una rentita anual por el uso que Nueva España hacía del Valle de México. Sus descendientes viven hasta la fecha y pretenden, por cierto, que el gobierno mexicano siga asumiendo ese gasto. Podemos consolarnos al pensar que, por la forma en que se dieron las cosas y debido a la partida a España de los hijos de Isabel de Moctezuma, allá también hay hijos de la Chingada. Gracias de nuevo a Octavio Paz por la licencia literaria. Malinche, como mito, representa una actitud mental del mexicano promedio; una relación de admiración-odio-temor a la mujer. Por eso el mexicano venera a su madrecita santa como Los tres García veneraban a su abuela, quien, por cierto, los educó como buenos machos mexicanos.


Al final, terminamos como pueblo huérfano: nuestro padre es Hernán Cortés, pero lo odiamos y renegamos ese origen; nuestra madre es Malinche, infame traidora chingada por el conquistador, por lo que la repudiamos también. Por eso una mentada es un gran insulto: le deseamos a alguien que le haga a su madre lo que el conquistador hizo con Malinche. También por eso nos inventamos una nueva madre para todos: la Virgencita. El mexicano sustituyó a su madre violada por una celestial madre inmaculada. Y, dado que la madre determina el estereotipo femenino en el hijo, el macho mexicano busca mujeres de moral distraída para divertirse y probar su virilidad, pero a una virgencita para hacer su vida y tener hijos. La mala noticia es que hay un solo camino para tener hijos; por eso el macho prueba su virilidad con todas menos con su mujer, porque a ella “la respeta”. Una vez nacidos los retoños, la mujer deja de ser esposa, compañera o amante, y se convierte en “la madre de mis hijos”. Pero como toda madre debe ser virgen como nuestra santa madrecita, la esposa recupera simbólicamente su virginidad. Ya no es esposa, sino madre y, como “señal de respeto”, el macho le es infiel a su mujer. “Esas cochinadas no las hago con la madre de mis hijos”. Entonces, ¿cómo se hizo madre desde un principio? Este misterio de la naturaleza nos lleva a la conclusión de que en México todos somos hijos de una madre virgen, y de que parte de la abnegación de la madre está en renunciar a su sexualidad (por lo menos con su marido, que la está respetando). Así de torcida es la mente del mexicano promedio: venera a la mujer virgen, la colma de regalos y piropos encaminados a quitarle su virginidad, para luego despreciarla por haber cedido. Algo así como: “la mujer que esté dispuesta a acostarse conmigo, no es digna de ser mi mujer”. Por algo la canción ranchera es una combinación de exaltación y vilipendio de la mujer. Si el pueblo mexicano pudiera someterse a un psicoanálisis, comprendería y aceptaría que, por razones naturales, todos somos hijos de la Chingada, quizás entonces deje de llevarnos la idem.

Juan Miguel Zunzunegui Autor del exitoso libro. El misterio del águila

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La cocina filosofica de

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Ingredientes

Arroz Mantequilla Sal Aceite de olivo Mujeres al gusto


Modo de preparacion:

Se toman las mujeres elegidas para el platillo, se calibran en igualdad; puede utilizarse una báscula moral para mejor resultado. Se fríen junto con el arroz, se agrega agua y los demás ingredientes, se tapa y se pone a fuego lento. Todo el mundo piensa que hacer arroz es facilísimo, pero dicha enunciación es una mentira. Cuando mi abuelita me enseñó a cocinar, una de las cosas que más trabajo me costó fue aprender a hacer el arroz. Se me quemaba, quedaba muy aguado o pegajoso. El gran problema de este platillo reside en que, aunque sólo se queme la primera capa y se sirva el resto, todo termina sabiendo a quemado. Como el arroz, en la vida hay cosas que creemos muy sencillas, pero que, en realidad, son de lo más complicadas. Una de ellas es la amistad. Pareciera algo de lo más natural, pues todos tenemos o hemos tenido amigos en algún momento de nuestras vidas. Sin embargo, la amistad es más difícil que el amor de pareja, ya que los amantes comparten la atracción que, de una u otra forma, los obliga a perdonar y regresar al otro; es más difícil que el amor filial, que implica compartir sangre, educación y, muchas veces, la vida entera.

De todas las amistades, la más complicada es la que existe entre mujeres. Pasé varios días pensando qué ingrediente o platillo se asemeja más a la mujer, pero no fui capaz de llegar a ninguna conclusión, así que decidí hacer una pequeña encuesta. Los resultados fueron los siguientes: la mujer es como mantequilla, suave y delicada; es reconfortante como el caldo de pollo; es como la sal, en exceso echa a perder un platillo, pero sin ella no hay sabor; es como el aceite de oliva, suaviza, da sabor, es bueno para la salud, y sólo nos damos cuenta de que lo necesitamos cuando nos hace falta. Efectivamente, en la mujer concurren dos aspectos que se enfrentan todo el tiempo: la delicadeza y el peligro; de ahí que la amistad entre mujeres sea sumamente complicada. Es como poner juntos a dos peces en una pecera, o se llevan muy bien, o uno se come al otro. Dentro de la amistad femenina, también existen diferentes categorías. Una de ellas es la amistad de utilidad.

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Un ejemplo de esta clasificación es la “amistad de negocios”. También está la amistad de divertimento –muy similar a la anterior– que se caracteriza por la búsqueda de algún tipo de placer; aquí entra la amiga que siempre te invita a comer o con la que, simplemente, te la pasas muy bien en un bar. Sin embargo, existe una forma de amistad perfecta: es aquella que se da entre mujeres buenas y virtuosas, entre auténticas damas que desean el bien a sus amigas, aún cuando no reciban nada a cambio. En realidad, querer a una amiga implica también quererse a una misma, pues nadie da lo que no tiene, y sólo se puede tener verdaderas amigas cuando una es también amiga de sí misma. La amistad perfecta se da entre iguales. Y con esto no me refiero a que sean de la misma clase social, sino a que compartan la misma educación y los mismos valores. Sin estos ingredientes, resulta imposible que nazca la amistad. Elegimos a nuestras amigas en función de una determinada forma de ser, y mantenemos la amistad en el tiempo porque poseemos la misma intención, que es la de compartir y hacerle bien a la otra. Como decía Aristóteles, “sólo hay felicidad donde hay virtud y esfuerzo serio, pues la vida no es un juego”.

La amistad entre mujeres, al igual que la gelatina, es difícil que cuaje si no se añade la cantidad necesaria de grenetina, pero una vez que cuaja, solidifica bien y, en la mayoría de los casos, es para siempre. Las auténticas amigas tienden a quererse, cuidarse, protegerse y perdonarse. “¿Quién puede bajar los ojos como una mujer? ¿Y quién sabe alzarlos como ella?”, decía Kierkegaard.

Cocinar una auténtica amistad entre mujeres es cosa de una gran chef. Debe hacerse con mucho cuidado y estar al pendiente de todos los detalles. Es un platillo que lleva tiempo y dedicación, que se adorna primorosamente, pero que es substancioso por dentro. La amistad entre mujeres es similar al arroz. Al igual que dicho platillo, la magia para que se cocinen bien las amigas es una tapa que impida la entrada de hombres y que no debe quitarse hasta que el arroz esté bien cocinado. De otro modo, como dice mi abuelita, “se lo lleva la bruja”. Ninguna mujer revela los pequeños secretos que hacen único al mejor de los sabores. Dra. Patricia R. Garza Peraza


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Pensaba en un hijo. La matriz no es un reloj ni el doblar de una campana, pero en el onceavo mes de su vida siento el noviembre del cuerpo así como del calendario. En dos días será mi cumpleaños y como siempre se hace la tierra con su cosecha. Esta vez voy a la caza de la muerte, la noche que me inclino hacia la noche que quiero. Y bien, ¡habla de ello! Estaba en la matriz todo el tiempo. Pensaba en un hijo. . . ¡Tú! El nunca adquirido, el nunca sembrado o deshecho, tú, el de los genitales que temía, el andar y el aliento de un cachorro. ¿Te daré mis ojos o los de él? ¿Serás el David o la Susana? (Esos dos nombres que escogí y escuché.) ¿Podrás ser el hombre que son tus padres— los músculos de una pierna de Miguel Ángel, las manos de Yugoslavia, en algún lugar, el campesino, eslavo y determinado, en algún lado, el sobreviviente, rebosante de vida— y no podría aún ser posible, todo esto con los ojos de Susana?


Pensaba en un hijo. . . ¡Tú! El nunca adquirido, el nunca sembrado o deshecho, tú, el de los genitales que temía,

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Todo esto sin ti— dos días se fueron en sangre. Yo misma moriré sin ser bautizada, una tercera hija por la que no se ocuparon. Mi muerte llegará el día de mi nombre. ¿Qué de malo tiene el día de mi nombre? Es sólo un ángel del sol. Mujer, tejiendo una telaraña sobre la propia, un veneno delgado y enredado. Escorpión, mala araña— ¡muere! Mi muerte proviene de las muñecas, dos etiquetas del nombre, sangre llevada como un ramillete para florecer uno a la izquierda y uno a la derecha— Es una habitación cálida, el lugar de la sangre. ¡Deja la puerta abierta en sus bisagras! Dos días para tu muerte y dos días hasta la mía.


¡Amor! Esa enfermedad roja— año tras año, David, ¡me harías salvaje! ¡David! ¡Susana! ¡David! ¡David!, pleno y desgreñado, silbando en la noche, nunca envejeciendo, esperando siempre por ti en el pórtico. . . año tras año, mi zanahoria, mi col. Te habría poseído antes que todas las mujeres, diciendo tu nombre, diciendo el mío. Noviembre 7, 1963, Anne Sexton. Traducción de Ana Rosa González Matute

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El tema de la igualdad o equidad de género no es nuevo. Comienza a encontrar arraigo en la cotidianeidad (de algunos). Las mujeres tienen los mismos derechos y oportunidades, ¿pero tienen las mismas obligaciones? A mí me causa escalofrío. Desde pequeño he vivido rodeado de mujeres y me he dado cuenta de que, en una misma época, pueden coexistir distintas ideas de lo que es la feminidad. Para algunas es cómodo colgarse el botón de feminista que otras desprecian (porque sienten que no es más que la versión femenina del machismo). En determinados círculos, la caballerosidad no es sólo un derecho de las mujeres, sino una obligación de los hombres. No obstante, existe una diferencia abismal entre la cortesía y la caballerosidad. La primera se da entre seres humanos (sin importar su sexo), y responde a un gesto de amabilidad práctica; la segunda se refiere a la galantería barata de que hacen uso los hombres como trámite-condena, y responde al supuesto de que el género femenino es inútil. No quiero dar lugar a malos entendidos, sólo digo que nadie es tan idiota o inútil como para no poder abrir una puerta en condiciones normales.


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Hoy más mujeres estudian una carrera profesional, más que antes y más que los hombres. Sin embargo, el desarrollo profesional de algunas continúa siendo pretexto para conocer especímenes con los que casarse. En el otro extremo, están las que sacrifican aspectos erótico-ocio-emocionales con tal de demostrar(se)(nos) lo inteligentes, valiosas y capaces que son, pese a su género. Otras, que seguramente crecieron en un hogar machista, prefieren el trato de princesas. Acostumbradas a la sobreprotección y la dependencia, suelen abusar un poco (sólo un poquito) de sus parejas. Ahora, las que recibieron una educación más feminista, desprecian cualquier gesto que las comprometa moralmente (no aceptan favores ni de sus madres).


Sin importar la categoría a la que pertenezcan, pervive el esquema que, pese a los esfuerzos de los gobernantes, impera en nuestro país: un machismo rotundo, cínico y alegrón; de abrir puertas y dar tundas, de anillos de compromiso y cortesías de teibol, de cuida a los niños que regreso al rato. En muchas partes, la situación no ha cambiado en nada.

Muchas jóvenes terminan embarazadas antes de cumplir la mayoría de edad, se casan prematuramente, truncan cualquier posibilidad que no sea la de ama de casa. El hombre, en su papel de gran proveedor, tendrá que fingir contento cuando llegue el segundo retoño. Cuentas, crédito e hipotecas. Dos adolescentes intentado ser padres de familia: cuestión que afecta la educación en el país. ¿Qué es lo que convierte a los hombres en patanes calenturientos, despiadados y sin corazón? Encontrarse con princesas desfallecientes, descerebradas y pasivas. Es el eterno juego del machismo matriarcal, del tira y jala, del chantaje, la recompensa y la reconciliación.

En México, esta lógica está lejos, lejísimos de desaparecer. Se encuentra tan arraigada a lo que consideramos “nuestra cultura y forma de ser”, que veo más factible que el asta del Zócalo Capitalino atraiga un trueno que reviva a los aztecas, que en algún momento decidamos cambiar. No es casualidad que obras como Pedro Páramo nos representen tan bien: la eterna leyenda del “M&M” (Macho Mexicano). Nuestra idiosincrasia y visión de mundo estan plenamente fundadas en los roles culturales que, centenariamente, ha tenido cada género. El peor enemigo de la mujer en la lucha contra el machismo es la mujer. Dentro de la dinámica machista, ella sigue siendo la gran educadora, la que promueve las desigualdades entre los hijos desde temprano: enseña que jugar con muñecas es de niñas, que el rosa sólo a las mujeres les queda bien, que los niños no lloran, que las niñas deben verse siempre bonitas y sólo bonitas. (Con este artículo, no pretendo redimir al hombre de su responsabilidad por la existencia del machismo; únicamente intento enfatizar la contribución de las mujeres a este fenómeno).

Kin Navarro Reza http://primaveraplumper.blogspot.com

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Café sonoro

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Al reflexionar sobre esta primera entrega, en el convivio matinal de mi mente con las bocinas que reflejan el sonido de tantos y tantos acordes, recuerdo cómo mi madre nos despertaba a mi hermano y a mí, cuando éramos pequeños, a todo volumen, con las overturas de Wagner. En ese momento no teníamos certeza de lo que escuchábamos: si era la cabalgata de La Valkiria, o la obertura de Tannhäuser; si el director era Solti, Sinopoli o Levine, o si se trataba de una ópera o de un poema sinfónico. Mucho menos qué orquesta lo producía. Lo que era un hecho es que esas melodías parecían tener una fuerza sobrehumana; algo espacial, místico, lleno de elementos que bien se podrían encontrar en los confines del universo. Aún retumban en mis neuronas esos espacios sonoros que, de modo inerte, nos iban moldeando, sin saberlo, la personalidad. Como gotitas que van entrando en los oídos, la música de aquellos discos activaban nuestros sentidos; los agudizaban y sensibilizaban. Siempre he creído que el oído es uno de los sentidos más poderosos. De esos que te hacen regresar a tantos y tantos momentos de la vida, casi como si la vivencia se

repitiera de modo espontáneo, incomprensible, pero llena de emociones y colores. Así mismo, es la antesala de la imaginación, de la creatividad, de la creación (y no de modo bíblico). Es esperanza y anhelo, es divertimento y censura, es el tiempo que corre en un espacio vacío. Arte proveniente de la física. ¿Qué sería una misa sin el poder de la música que le da el sustento espiritual? ¿Qué sería de una escena de amor sin el proverbio musical que le llena los espacios? ¿Qué sería del sexo mismo, sin la destreza auditiva? La música es intención, la música es experiencia. Nuestra madre compartía sus propias experiencias sonoras con nosotros recordando cómo su padre le hacía prender la radio para escuchar esa música que la hace vibrar el día de hoy, como lo hago yo, mientras dirige una orquesta imaginaria con su mente, como lo hacía tantos años atrás, frente


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a su propio reflejo estampado en el televisor apagado. Porque la música es así: nos hace crear vínculos con todo aquello que nos rodea. Una noche, un sabor, un encuentro táctil, un desamor, un éxito personal, todas y cada una experiencias que, en cada mundo, en cada cabeza, han vivido y vivido a lo largo del tiempo, de las décadas, de los siglos. Por tales motivos, por tantas coreografías montadas, por tantas canciones aprendidas, por tantas notas tarareadas, es importante hablar de música; hablar para escuchar, para encontrar esa conexión entre la emoción y la sensación. Para que esas obras de Wagner ayuden a tantos, como a mí, a moldear de manera sutil el lenguaje del pensamiento. Y a reflexionar también la necesidad de la música en nuestra sociedad, nuestro mundo, nuestro propio paradero; el muelle en donde la barca de nuestros sueños leva anclas. Me permitiré en esta sección, por tanto, y a lo largo de los meses, comentar impresiones y menjurjes; debates prescindibles que permitan saborear la armonía musical de cada día, tratando siempre, con humildad, de sembrar la semilla del interés, del disfrute, del encanto o siquiera, al menos, de la curiosidad. Porque todos necesitamos de la música y la música nos necesita. Sin nosotros no existiría. Y es indudable que sin ella, nuestros días serían un poco más grises, nuestros corazones vibrarían un poco menos, nuestros cafés tendrían menos cafeína y nuestros recuerdos, como los de mi madre, como los míos, no serían tan claros. Armando Arrocha


Argüendero:

Me gustas por coqueta y altanera, me gusta tu mirada insinuante, me gusta todo lo que llevas puesto, y por tu bella forma de menearte. -Grupo Intocable 54

Para la mayoría, coqueta es una mujer que se arregla mucho, que “se menea al caminar”, que juega discretamente con su cabello y pestañea con candor. No obstante, si nos remitimos a la etimología, coqueta debería usarse para nombrar a la mujer que gusta de mostrar sus encantos con fines algo más picantes. La palabra deriva directamente del francés, coquette, diminutivo de coque, gallo. En consecuencia, coqueta es alguien “muy gallina”, ave de corral bastante promiscua que “le muestra las plumas a cualquier gallo”. De los males, el menos. Es mejor ser coqueta que cusca: palabra común en zonas rurales que se utiliza para decir que una mujer es libertina o buscona. Eduardo López Cruz, en su diccionario de mexicanismos, Lengua larga, menciona que la palabra es una distorsión de gusga, vocablo de la región española de Rioja, en donde se llama gusco a cualquier animal goloso. En especial, se usa para nombrar a las ovejas que suelen pastar más allá de los lindes de su rebaño, en zonas prohibidas. Coqueta era un adjetivo femenino por antonomasia, pero hoy también es común escuchar que un hombre es coqueto o, más aún, cusco. Entonces, estimado lector(a), ¿qué tan coqueto(a) es usted?


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Trisquel:

Remedios Varo Uranga nació en Gerona, España, el 16 de diciembre de 1908. Quienes la conocieron, dicen que tenía una hermosa manera de gesticular con las manos, que se retorcía un mostacho imaginario cuando hacía bromas, que su conversación era inteligentísima y humilde... Observadora, amante de cada elemento del mundo, curiosa de todos los aspectos de la vida y la ciencia, poseía un amplio criterio y generosidad que le permitieron conservar sus amistades hasta el final de sus días. Tanto su persona como sus obras se encuentran cubiertas por un velo misterioso. “…intuiciones de otras dimensiones, de otras vidas cuya exploración nos está vedada y que la llevaron a un misticismo que se refleja en su obra madura y que, al final de su vida, se estaba cristalizando más, sin poder llegar a una claridad total, sin poder excluir, al mismo tiempo, aquel alud de dudas que la asaltaban.”1

México y el surrealismo Inició su formación pictórica formal en la Academia de San Fernando de Madrid en 1924. En 1932 se trasladó a Barcelona y empezó a relacionarse con los movimientos

de vanguardia; participó en las actividades de ADLAN (Amics de L’Art Nou) y en la famosa exposición “Logicofobista” de 1936. Dos años más tarde, y de la mano de Benjamín Péret (uno de los poetas surrealistas más influyentes de la época), viajó a París para integrarse al movimiento surrealista. Esta trayectoria fue determinante en el quehacer artístico de Remedios, que siempre se alejó de las formas tradicionales. A finales de 1941, Remedios y Péret llegaron a México, reflejo de la política de Lázaro Cárdenas con respecto a lo que sucedía en Europa en aquella época: la Segunda Guerra Mundial. El de Cárdenas era un modelo de gobierno democrático y progresista, defensor del Derecho de Asilo y contrario a las violaciones de la libertad de los pueblos, típicas del imperialismo y de la insurrección franquista. Como resultado de esa actitud de Cárdenas, entraron al país una

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gran cantidad de refugiados, entre los que se encontraban importantes exponentes de la intelectualidad europea. Surrealistas como Leonora Carrington, Wolfgang Paalen, Alice Rahon, Kati y José Horna y César Moro, entre otros, encontraron en México un lugar idóneo para reiniciar su vida y su actividad creadora. Con todos estos artistas se relacionaron cotidianamente Remedios Varo y Benjamín Péret, quienes pronto se dejaron seducir por los encantos del “país surrealista por excelencia”, como lo definió Breton. En palabras de Remedios: “Llegué a México buscando la paz que no había encontrado, ni en España —la de la revolución— ni en Europa —la de la terrible contienda—, para mí era imposible pintar entre tanta inquietud. … Soy más de México que de ninguna otra parte. Conozco poco España: era yo muy joven cuando viví en ella. Luego vinieron los años de aprendizaje, de asimilación en París, después de la guerra… Es en México donde me he sentido acogida y segura”. 2

¿Dónde ubicar la obra de Remedios? “Pintaría de la misma forma en cualquier lugar del mundo, puesto que proviene de una manera particular de sentir”, confesó alguna vez la artista. Remedios tenía una inmensa necesidad por conjugar el mundo de la magia y los mitos con otra de sus grandes fascinaciones: la ciencia. En la obra de Varo no se encuentra ningún elemento mexicano ni español (ni de ninguna otra parte). Su sed creativa respondía a otro tipo de estímulos, aunque es innegable que el surrealismo influyó decisivamente en ella.


Remedios y el Cuarto Camino Remedios crea un universo cuya sopa primigenia está hecha de partículas fantásticas. En sus obras, expresa unas ideas muy determinadas sobre el hombre y el cosmos. La arquitectura, los seres, la naturaleza y los elementos en general desempeñan una función simbólica, cuya explicación puede encontrarse en cosmogonías de diferentes culturas y corrientes esotéricas, como la filosofía del Cuarto Camino. Remedios Varo huye de la cotidianeidad y de lo circunstancial. En sus cuadros perviven épocas y espacios imaginarios o simplemente abstractos que le permiten ocuparse de temas universales. A excepción de Mujer saliendo del psicoanalista y Banqueros en acción, en los que hace una crítica al capitalismo y al psicoanálisis, no hay elementos específicamente contemporáneos en sus obras. Remedios es inclasificable. Fue influida, pero no determinada por el surrealismo o cualquier otra vanguardia. Lejos del automatismo bretoniano, las pinturas de Remedios poseen una belleza casi matemática; todo era meticulosamente bocetado. Así pensaba George Gurdjieff, fundador de la filosofía del Cuarto Camino, que debía ser el arte. El creador debía equilibrar sus tres centros principales (el físico, el emocional y el intelectual) para que su obra pudiera ser considerada como arte.

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“El místico ruso P. D. Ouspensky señala que el arte es una vía del conocimiento, y el artista, al dedicarse a la creación, abre su mente a múltiples posibilidades, es capaz de revelar misterios y de conducir a los hombres hacia la esfera de lo desconocido. Para lograrlo tiene que unificar en su obra, como lo hacía Remedios Varo: arte, filosofía, ciencia y religión; así como un conocimiento profundo de diversas doctrinas esotéricas como el tarot, la alquimia y la cábala. El artista necesita alcanzar la unidad de sí mismo y con el cosmos para crear su propio ‘modelo del universo’.” 3

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Los años transcurridos desde su llegada a México y hasta 1955 constituyen un periodo de estudio y reflexión en el que las ideas de Gurdjieff y Ouspensky echaron raíz en el alma de la artista. Su obra empieza a conformar un posible modelo del universo, donde los conceptos de unidad, de mundo nouménico y fenoménico, de espacio-tiempo y de la cuarta dimensión son esenciales. También es evidente la transformación de su técnica pictórica y la concepción intelectual de sus cuadros. Remedios crea un imaginario que parece estar lleno de significados ocultos.

1 Nota biográfica de Walter Gruen. Remedios Varo: Catálogo razonado. México, 2008. Ed. Era, p. 101. 2 Citado en: Castells, Isabel. Remedios Varo: cartas, sueños y otros textos. México, 2006. Ed. Era, p. 14. 3 Ensayo de Tere Arcq: “En busca de lo milagroso”, p. 21. Citado en: Cinco llaves del mundo secreto de Remedios Varo. México, 2008. Artes de México.


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