Bicaa´lu Febrero 2011

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4 Enamorado del amor 8 Jane Bowles, una de las mejores escritoras de ficción en cualquier idioma 12 Breve historia de mis obsesiones 14 Carta de una amante despojada 16 No es cosa fácil

Índice

20 Fogata 25 Sin color 26 El más bizarro de los amores imposibles 28 ¿Vamos hacia mejor? 34 La cocina filosófica de Patty: Ensalada griega 38 La apuesta 40 Erotomanía 44 Cayetana 46 La última taza de café 50 Obsesivos de la amistad 54 Argüendero: Rajarse 56 Trisquel: Vocho


CONSEJO EDITORIAL BICAA´LU Dirección General: Mtra. Ana Laura Pazos González pazosorama@gmail.com Subdirección: Lic. Jorge Humberto Pazos Chávez aseconvox@asecon2006.com.mx Redacción: Mtra. Ana Laura Pazos González Lic. Pedro D. Hernández Zaldívar Coordinación Editorial:

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Registro SEPOMEX CA-09-00-43 Instituto General de Derechos de Autor / Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas 04-2002-062912581700-106 FEBRERO 2011 año IX, Nº 9

Insurgentes Sur 3155-2° Piso, Col. Jardines del Pedregal Cuicuilco C.P. 04510 México, D. F. Tel: (444) 814 95 93 www.grupoasecon.com.mx info@asecon2006.com.mx


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Editorial El amor y el amar también duelen. El amor verdadero es el no correspondido, gritan en las canciones rancheras mexicanas. “¡Cuándo habían visto en la vida, querer cómo estoy queriendo, llorar cómo estoy llorando…!”… ¡Ingrata, méndiga, romántica insoluta, tú me estrujates todito el corazón…!” ¿El otro lado del amor es el desamor? ¿Dante nunca correspondido por Beatriz Portinari propició la divinidad del desamor? “Te amo hasta en el dolor…” ”¡Ay, amor, ya no me quieras tanto…!” Pero el amor a uno mismo, y amar, nos enrarece deliciosamente, inspira, fortifica, excita, engrandece, tonifica el cuerpo y la zona espiritual, purifica los besos y vuelve divinas las caricias. Bicaa´lu presenta para los amorosos-golosos su dosis de febrero, enrédense, disfrútense, obsesiónense, piérdanse, enloquezcan amando; que nada exista en tanto se aman, se dejan amar, se dan, se retroalimentan de amor, del caritas.

“Si en mi casa no está el amor, en mi casa no hay nadie” ,

dice Ezra Pound. Cierto.


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, en años Hace ci , mplo por eje los free s y los romanc es “ m e as ti n tas ” er a nd i bles; i n c o n c e b i -

sión sesionada, y por obse ob d da cie so a un os Som no en que el individuo do ta es el os em nd ente nción ar y actuar en fu ns pe de r ja de e ed pu rae, to o idea que lo at je ob a, on rs pe la de ienza o, que incluso com ad gr l ta a y o nt ta a. Es de m ás qu e le ro de lo do to ar or ign a objeto bordes de nuestro s lo e sd de si, o m co ntarse do comenzara a pi un m el n, sió se ob de de tonos grisáceos. Temas como la muerte, la realidad, lo desconocido o la belleza, han obsesionado al género humano. Infinidad de personas les han dedicado vida y obra. Pero, desde tiempos inmemoriales, el asunto que más obsesiones ha provocado es el amor. Claro, siempre ha estado sobre la mesa para ser discutido, sin embargo, en los distintos momentos de la historia, la idea de cómo es o en qué debe consistir ha tenido grandes transformaciones.


Enamorado

del

amor Hace cien años, por ejemplo, los frees y los romances a "medias tintas" eran inconcebibles; mucho hubieran escandalizado a una sociedad acostumbrada a dividir su población femenina en mujeres privadas y mujeres públicas. Cualquier caballero que se preciara de serlo debía dividir, asimismo, su salario y tiempo para ambas categorías. Estas ideas aún conviven y perviven en las nuevas generaciones. También debemos separar con precisión quirúrgica otro tema cercano al amor: el matrimonio. La idea que se tiene de cómo debe ser un matrimonio siempre viene en función de los valores culturales de la comunidad a la que se pertenece. Matrimonios por conveniencia, compromiso o tradición son comunes hoy en día. Es poca la proporción poblacional del mundo que se une maritalmente según el corazón. El extraño efecto amor-merc

De entre las muchas formas que toman las obsesiones amorosas, una de las más interesantes es la que, a fines de mera especulación, llamaremos el extraño efecto amor-merc: De pequeña le gustaba leer revistas para adolescentes con galanes en las portadas: los hombres tienen todos los atributos positivos imaginables. Pasaba las tardes frente al televisor viendo telenovelas con su madre: el amor triunfa por encima de cualquier circunstancia. Camino al trabajo siempre escuchaba hits románticos, celebración musical al amor las 24 horas del día en distintas modalidades: “me dejó, lo odio/lo extraño (pero estaré bien)”; “lo amo más que a mi vida porque de hecho él es mi vida”; “te quiero, pero no me quieres: quiéreme”. Las películas del ratón le decían: todos tenemos un destino y ese destino es amar, por si fuera poco, todos estamos destinados a alguien que, generalmente, forma parte de la realeza y nos sacará de todo peligro (¿y qué más peligroso que la pobreza?).

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¿Cuál es la forma natural de amar?

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Una bonita tarjeta de San Valentín acompañada del ponzoñoso abrazo de la que "me bajó" al prospecto y se hace llamar mi amiga. Siempre lloraba en las películas románticas, sobre todo en la parte de la boda. Confundir lo hormonal con lo divino: el amor no es una búsqueda de carnalidad enmarcada por un sistema moral, ¿o sí? Amor es sinónimo de pareja, antónimo de muerte solitaria. Así aprendimos a amar la idea misma de ser amados. Del amor hemos construido una serie de rituales que nos obligan, paso a paso, como manual de mecánico, a cumplir ciertas reglas. Atracción + coqueteo + declaración + noviazgo +matrimonio = felicidad. Después de heredar la tradición, ¿luchar con o en contra de ella?, ¿aceptar y participar voluntariamente? ¿Cuál es la forma natural de amar? El amor nace de la curiosidad y muere con… ¿el último suspiro?, ¿los papeles del divorcio? El amor no es un sentimiento ni se limita a la persona con la que se quiere pasar la vida. Tampoco es una cura para la soledad. Tal vez el amor, según he oído, sea una forma de vivir en la que se procura el bienestar propio procurando el bienestar de todo lo demás. Nuestras obsesiones limitan nuestro mundo volviéndolo pequeño y poco sustancioso, aislándonos de los demás, nos vuelven egoístas, recelosos y paranoicos. Aunque puede que obsesionarse sea una forma de encontrar aquello que quisiéramos ser o alcanzar a nivel metafísico: ser música, ser odio, ser amor. Kin Navarro Reza www.primaveraplumper. blogspot.com


Los catorce cuentos que recoge Parvada blanca en la ciudad son catorce intrigantes, equívocas, misteriosas historias que nos llevan a climas y situaciones diversos. A la vez, estos relatos -tenues, rotundos, tajantes- son ceremonias de iniciación, un mismo rito de pasaje catorce veces celebrado. En una atmósfera de laberinto, de encrucijada, de espesa neblina, los personajes de Ana Laura Pazos se encuentran siempre al borde de alguna revelación que será definitiva para sus vidas. Esta joven escritora tiene un don especial para hacernos sentir la trascendencia de ese paso que estamos a punto de dar.

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Jane Bowles, una de las mejores escritoras de ficción en cualquier idioma Jane Bowles nace en Nueva York en 1917. En 1932, a causa de una tuberculosis en los huesos, viaja a Leysin, Suiza, para su tratamiento. Dos años después vuelve a los Estados Unidos y se une a un grupo de artistas del mundo intelectual de Nueva York. Desde entonces, Jane ya consideraba su vocación literaria. En 1938 se casa con el escritor Paul Bowles, a quien acompaña en la mayoría de sus innumerables viajes por América Central, México, Europa y el norte de África. Mientras ella escribe su primera novela, él compone música para teatro y cine. En 1958 Jane sufre un ataque al corazón que marca el inicio de su lento debilitamiento y enfermedad que le llevan a la muerte en 1973, en Málaga, España. Su producción es pequeña: comprende una novela, Two Serious Ladies (1943), nueve cuentos y una obra de teatro, In the Summer House (1953), que se estrenó en Broadway y que le valió elogios por parte de Tennessee Williams y Alan Sillitoe. De su obra, John Ashbery ha dicho: “No cabe duda de que Jane Bowles deberá ocupar el sitio que merece entre los mejores escritores de ficción en cualquier idioma”.


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Rizos y un silencioso rostro campirano

Jane Bowles

Este fragmento es el único inicio de corte autobiográfico que Jane Bowles realizó. Fue escrito en un cuaderno antes de principios de los años cincuenta.

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Jennifer–Madeleine. Parece moverse en la luz crepuscular. Una tarde fría encendida con esplendor justo antes del ocaso. El melancólico color dorado de los campos de heno de otra época, anterior a ésta, pero vistos ahora como si pertenecieran a nuestro tiempo. El heno... más no la luz. El corazón doble. No un drama, sino ambas familias. La última experiencia dolorosa. No debe existir más dolor como éste. La muerte es mejor que un lento asesinato. Puede descubrirnos con mayor intensidad todo aquello que nos rodea y parece ser externo, mientras el interior va muriendo. Sería posible que surgiera un nuevo gozo, un gozo tan falso que podríamos vibrar de júbilo, como nunca lo hacemos, como no puede ser cuando el júbilo es verdadero y el interior no está muriendo.

Un juego. Llega el momento en que resulta imposible escapar; tal pareciera que el espíritu fuera una caja que golpea las paredes de la cabeza. Observar el océano es el único consuelo. Me he acostumbrado a alejar la mirada de la playa donde construirán nuevos muelles. No puedo observar esa parte sin dejar de pensar en mi propio fin y sin que abrevie mi propio sentido del tiempo, tal como dice Paul que todos debemos hacer ahora. Me es posible hacerlo pero es como decir: “Tú también puedes vivir con cáncer”. Cuando era pequeña imaginaba que el dolor físico tenía un límite, esto a fin de disfrutar el día. Sin embargo, no he disfrutado día alguno, pero jamás he dejado de intentar arreglármelas para ser feliz. Hoy día mi plan de llevar a Tetum a mi casa es tan bueno como cualquier otro. Es una etapa de desarrollo muy agradable –es incluso como soñar despierta. Nada ha cambiado. Mi padre lo predijo al decir que yo lo aplazaría todo hasta el día de mi muerte. Desde entonces supe que era cierto. Durante mi niñez en los Estados Unidos, saber esto me fue terriblemente doloroso.

s e l ú n ic o e o t n e m g Este fra áfico e autobiogr t r o c e d io inic les realizó. w o B e n a J que


Una tarde fría encendida con esplendor justo antes del ocaso. Ahora que casi tengo cuarenta años y que me encuentro en el norte de África todavía me es doloroso. Un juego. ¿Será la escritura la que estoy postergando o siempre será algo más –un sacrificio religioso? La única ocasión en que logré escribir bien y atravesé la puerta interior, me sentí culpable. Debo nuevamente encontrar eso. Si no puedo, tal vez encuentre una forma de renunciar. No puedo seguir así. Amo Tánger pero como una moribunda. Cuando Tetum y Cherifa mueran, quizá me vaya. Pero las tres tenemos más o menos la misma edad. Tetum es la mayor, Cherifa un poco menor. Quisiera comprarles carne, pescado y aceite para que puedan vivir más tiempo. No sé quién me agrada más o cuánto más puedo continuar así, al borde de la expectación, pero sabiendo al mismo tiempo que todo es desesperanza. ¿Acaso importa? Me significa más llegar a casa con ellas que ellas mismas. Pero sí quiero que me pertenezcan, lo cual desde luego es imposible. Debo intentar no pensar en ellas. Es preferible pasar un mes o dos en casa de Madame de Marquette. Ahora es el momento más duro. Tánger, principios de los años cincuenta. Traducción de Ana Rosa González Matute Tomado de Millicent Dillon, (ed.), The Portable Paul and Jane Bowles, Penguin, 1994, pp. 304-5.

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Breve historia de mis obsesiones

No sé dónde comienza la historia de mis obsesiones. Sólo sé que son múltiples y se han presentado a lo largo de mi vida desde que tengo memoria.

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Quizá la primera de ellas se materializó bajo la forma de la falda de mi prima. Estábamos en el kínder, en un salón de clases que más bien se parecía a un salón de juegos. Las mesas eran redondas y estaban partidas radialmente como los gajos de una naranja multicolor. Alrededor de la mesa estábamos sentados los niños, vestidos con batas como las que usaban los pintores de antaño. La luz de la mañana se filtraba entre los postigos de los enormes ventanales y sobre nuestra mesa había colocado el cuerpo de mi prima, pues de un momento a otro había imaginado que, mejor que en un salón de clases, era hacer de cuenta que nos encontrábamos frente a la plancha de disecciones de un quirófano. Mi prima se retorcía sobre la mesa como tlaconete con sal, mientras yo intentaba ponerle una inyección con algo así como un lápiz o un crayón. Ambos nos moríamos de la risa en el momento en el que una maestra me sostuvo la mano en vilo y con lujo de violencia me llevó fuera del salón de clase. Esa fue la primera vez que me expulsaron de la escuela y comprendí, acaso tímidamente, que era mucho mejor estar afuera, en el patio, que adentro de las aulas.

No sé qué rara fijación con las mujeres y su ropa interior se apoderó de mí en esos años. A un psicoanalista amateur le encantaría escuchar de mis propios labios la confesión de que me gustaba comprobar el color de los calzones que traía puestos mi abuela cuando era un niño de tres años. No recuerdo los motivos, pero sí el extraño placer que me provocaba deslizarme en el suelo, entre las piernas de mi abuela, para mirar sus calzones. No cabe duda de que ya desde niño anidaba en mí cierto espíritu perverso que con los años se iría refinando hasta convertirme en lo que soy ahora: una especie de voyerista “mátalascallando”. La segunda obsesión más poderosa en mi vida ha tenido que ver con los libros –con el aspecto táctil de los libros: su forma cuadrangular, su encuadernación, su tipografía, el grosor sensual de sus lomos, el polvo acumulado en sus cantos– y la escritura. No sabría definir esto último en términos que no fueran meramente abstractos, o puramente corporales.


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Porque la escritura es lo más parecido a un cuerpo que uno puede encontrar en esta vida. Escribimos haciendo incisiones sobre una superficie, de la misma forma en que recorremos un cuerpo con las yemas de los dedos. Dejamos apenas una huella tangible sobre la piel, una huella que imaginamos o queremos indeleble pero que sin duda apenas dejará una sensación volátil en la memoria de la persona a la que estamos tocando. Con la escritura sucede lo mismo: es fugaz, por más trascendente que nos pueda parecer en determinado momento de nuestras vidas. Es una pasión, y por tanto una pasión efímera. Sólo me resta discurrir un poco sobre el origen de las obsesiones y la imposibilidad de encontrarlo en un lugar allende la libido y el deseo. Porque las obsesiones son el trayecto que observamos antes de llegar a la consumación del más frágil y sublime de nuestros deseos. Nos obsesiona aquello

que deseamos y deseamos casi siempre con una fuerza que va más allá de la razón. El obsesivo, sin embargo, suele ser el más calculador y el más frío de todos los temperamentos. En este punto pienso en alguien así como Jack el Destripador, que vivía obsesionado no tanto por la carne de las mujeres a las que asesinaba, como por la sensación de simular –y de postergar– el acto sexual en el momento de cortar las gargantas de las jovencitas que caminaban por las calles de Londres a altas horas de la noche, luego de volver de sus trabajos mal remunerados. Y pienso también en un escritor como Salvador Elizondo, quien vivió obsesionado, en cierto periodo de su trayectoria literaria, por la relación simbólica que guardaba el acto de escribir con el acto de cometer un crimen de orden preferentemente sexual. Ambas actividades, tanto la escritural como la criminal, se producen bajo el amparo mortecino de la más absoluta de las clandestinidades. Y nada más clandestino –o menos confesable– que nuestras propias obsesiones. Gabriel Bernal Granados


Carta de una amante despojada 14

Sin lo tar r o p im de era, i c i h a esin u q r a la m se

desdibujab a

n nuestros nombres.


spo e rr o c n A quie

nda:

Memorias que aceleran nuestros latidos; una invitación a tocar lo olvidado que se encuentra siempre en la mente, atendiendo a una necesidad que por destino será fallida. Ir a algún lugar donde se puedan andar caminos al revés es imposible. Nunca te lo he dicho, pero aún te extraño. Somos como todos los amantes con trágico destino, nuestras diferencias sólo pueden verse a través del cristal. En todas las casas se posan las moscas en los balcones de noche y de día. Aunque traté de llenar las madrugadas llamándote por tu nombre, fue inútil. Recuerdo las veces en que salía a cantar al patio, amorosa, buena; otras, callada, cerraba las cortinas con cuidado por temor a no despertarte. Sin importar lo que hiciera, de la marquesina se desdibujaban nuestros nombres. Nadie vino a ver nuestra actuación. De nuevo pensábamos en las estrellas en medio de un remolino de gritos; después de todo, la miseria nunca vive sola. No es coincidencia que estemos con ella en el mismo tiempo y lugar. De tu compañía nunca podía saciarme. El infierno son los otros, decía Sartre; así que, mi príncipe, amigo, niño, verdugo... decidiste emanciparte. No iba a afilar mis armas,

pensé que era aburrido y creí que lo apropiado era rezar, no por ti, sino por mi inocencia perdida. Traté de apaciguarme, pero mis huesos no te olvidaban. Era un constante olvidar-sufrir-morir al que me hice adicta. Aún lo soy. Demando de ti que devuelvas mi corazón limpio, como estaba. Te lo pido de la forma más atenta para que reaparezca el deseo, el brillo, la dirección… Después del infausto crimen, sólo me reconforta el vino tinto. Lo bebo para olvidarte, pero casi siempre produce el efecto inverso: me lleva de la cima del mundo a lo más oscuro, a donde ahora pertenezco. Prefiero no preguntar si quieres encontrarme en lo oscuridad de la noche, donde se aprecia mejor mi desnudez. No quiero que la muchedumbre te alcance y derrumbe tu ego. Después tendría que recogerlo del piso. Como sea, quiero mi inocencia de vuelta, la extraño, añoro la risa, por favor, devuélvemela, viva o muerta. Sinceramente, E. Anahís González Esquer

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No es

de ser una 贸 j e d d a d ie Hacer soc aci贸n para p u r g a e d actividad uesti贸n de c a n u n e e convertirs estatus,


cosa fácil Felipito: [...] El hombre es un animal de costumbres (pausa). Mafalda: ¿Y no será que, de costumbre, el hombre es un animal? Mafalda (o Quino)

Cuando era pequeño, mamá solía jugar un juego estando sentados a la mesa. “¿Y si un día los invitaran a comer a la casa de los príncipes (cualesquiera que éstos fueran)?”, preguntaba ella, “¿quién de ustedes podría ir?” Mis hermanos y yo erguíamos la espalda, bajábamos los codos de la mesa y deglutíamos nuestros alimentos lentamente. “El tenedor va a la boca y no la boca al tenedor”, solía recordarnos. Con el paso del tiempo, nuestros modales se vieron desvirtuados por la rebeldía y la interacción con nuestros amigos. Ahora, próxima una boda real, no cabe duda que ninguno de los tres mereceríamos asistir. ¡Menudo espectáculo el que daríamos!

Con la aparición del lenguaje, el hombre formó una sociedad: “agrupación natural o pactada de personas, que constituyen unidad distinta de cada uno de sus individuos, con el fin de cumplir, mediante mutua cooperación, todos o algunos de los fines de la vida.” Sin embargo, con el paso del tiempo y el proceso de “civilización”1, la estructura social se fue haciendo más compleja. Hacer sociedad dejó de ser una actividad de agrupación para convertirse en una cuestión de estatus, inserta dentro de juicios de valor: la buena sociedad. La Real Academia de la Lengua la define como “un conjunto de personas generalmente adineradas que se distinguen por ocupaciones, costumbres y comportamientos que se juzgan elegantes y refinados.” ¿Así que no eran invenciones de mi madre? De no conocer aquellos protocolos, ¿en verdad no sería invitado jamás a ninguna casa real?

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Si bien este venezolano nacido en 1812 no es de ninguna manera quien acuñó el término sociedad –entendida como elite– sí dedicó algunos años de su vida a recopilar y describir en una sola obra todos los comportamientos y protocolos de dicho grupo. Con 424 páginas, el Manual de Urbanidad y Buenas Maneras 2 describe minuciosamente cómo se esperaba que fuera la vida de un caballero o una dama del siglo XIX. Sorprendente es que siga siendo libro de cabecera y referente cultural para algunos. Tal vez se deba a que “sin el conocimiento y la práctica de las leyes que la moral prescribe, no puede haber entre hombres ni paz, ni orden, ni felicidad.”3Evidente es que mi madre leyó su obra de principio a fin.

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A lo largo de su libro, Carreño nos lleva de la mano por diversos temas. Desde el aseo en general, el acto de acostarnos, de nuestros deberes durante la noche, hasta el modo de conducirnos en la calle y la duración de las visitas. No deja sin atender ninguna de nuestras actividades. Claramente occidental, de nociones decimonónicas y adecuadas a la moda de la época, útiles deben haber sido ciertas aclaraciones respecto al uso del sombrero: “cuando saludemos a señoras o a otras personas respetables, no nos limitaremos a tocarnos el sombrero, sino que nos descubriremos enteramente.”4 De igual manera es importante recordar que “para quitarnos y tocarnos el sombrero y para todos los demás movimientos de cortesía en que hayamos de usar la mano, empleemos generalmente la derecha.”5 Hagamos caso omiso de la ligereza con que suele adjetivar algunos sustantivos, y recibamos esta frase como un referente cultural al momento y la época. La pasión de Carreño no se limita a dictaminar cortesías para con terceros. Uno mismo debe de ser genio y figura de aquella sociedad a la que tanto alarde hace de pertenecer. Cierto, pues, que cada movimiento debe ser observado detenidamente, so pena de ofender a alguien o, peor aún, ridiculizarnos frente a otros. Es por ello que aconseja: Nuestras pisadas deben ser suaves, y nuestros pasos proporcionados a nuestra estatura. Sólo las personas ordinarias asientan fuertemente los pies en el suelo y forman grandes trancos para caminar. Respecto del paso demasiado corto, esta es una ridícula afectación tan sólo propia de personas poco juiciosas.


Su ojo crítico es tal que, sin importar la descortesía que el inmiscuirse en las prácticas personales y privadas signifique, se adentra en lo más oscuro del ser humano.

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Con la moral como estandarte, el autor aconseja que: “al despojarnos de nuestros vestidos del día para entrar en la cama, hagámoslo con honesto recato, y de manera que en ningún momento aparezcamos descubiertos, ni ante los demás ni ante nuestra propia vista.”6 Asimismo, nos protege de aquello de lo que podemos ser víctimas recordándonos que: La moral, la decencia y la salud misma nos prescriben dormir con algún vestido. Horrible es el espectáculo que presenta una persona que, por haber perdido en algún movimiento su cobertor, o por cualquiera otro accidente ocurrido en medio de la noche, aparece enteramente descubierta.

Para cada acción Carreño tiene alguna observación, objeción o consejo. La precisión en su estudio nos deja cubiertos en casi todos los aspectos necesarios para interactuar correctamente con los demás; para ser hombres y mujeres morales, pacíficos y felices. Orgullosos individuos de sociedad. ¿Qué sería de nosotros a falta de alguien que salvaguarde las buenas costumbres? 1 Diccionario de la Lengua Española, página de internet www.rae.es 2 M. A. Carreño, Manual de Urbanidad y Buenas Maneras, ed. Patria, México, 2010. 3 dem, pág. 7 4 Ídem, pág. 143 5 Ídem, pág. 145 6 Ídem, pág. 92

Patricio Casaubon


Fogata 20


Ahí está Lucía, sentada a unos pocos metros de mí, mirándome de cuando en cuando con la ansiedad más evidente que le he conocido en la vida. No sé qué podríamos hacer en este momento además de permanecer callados, intercambiando miradas, mientras terminamos de comer y escuchamos como cruje el aire alrededor de su cuerpo incendiado. Y, debo decirlo, yo también estoy inquieto como nunca. ¿Cómo debería sentirme ahora?, ¿amado, temeroso, desenfadadamente libre de culpas y obligaciones como un moribundo cualquiera? Apenas puedo creer que… Tengo mis dudas sobre lo que pasa por su mente ahora que estamos en este lugar, en esta casa deshecha por el fuego. Sé que ésta es la habitación en la que ella solía dormir porque no tiene techo, porque parece estar cómoda ahí, acostada sobre el piso, pero no sé distinguir su estado de ánimo si no es por su voz. Ambos guardamos silencio, esperando que anochezca. Cuando nací, Lucía ya estaba cubierta de fuego. Le brotó a los siete años mientras dormía con papá. Quemó la colcha y el par de almohadas con que quiso apagarla; calentó el agua en que la sumergió; corrió a lo largo y ancho del patio por horas mientras papá se deshacía de los muebles, las cortinas, la alfombra, y cuando se percató de lo que faltaba, de por qué se deshizo de ello, bajó la mirada hacia el suelo donde unas pequeñas manchas ennegrecían los pasos que dejaba, frunciendo el rostro para no llorar. Algo de felicidad le regresó en cuanto descubrió los bombones

quemados. Luego papá tuvo que deshacerse de parte del techo para que Lucía pudiera dormir sin que se encerrara el humo y, finalmente, se mudaron a un lugar menos concurrido después de que se quemara la casa por una fuga de gas. Nadie habla ya de la muerte de mamá, menos enfrente de Lucía. Aquel día papá prefirió salir de la casa conmigo en brazos (nadie le reprocha nada, aunque a veces me mire con ganas de culparme por todo, por haberse quedado sin casa y sin esposa). Al menos así me lo contó papá una infinidad de veces. He visto la cara de mi hermana en las pocas fotos de sus primeros cumpleaños que sobrevivieron al incendio, a diferencia de mamá, y cada vez que las observo me da la sensación de estar frente a los retratos de alguien a quien me hubiera gustado conocer algún día. Recuerdo una de esas fotografías en especial: Lucía parece estar tan alegre sentada en las piernas de mamá; y mis primos la ven con asombro, como si no entendieran su tamaño. Papá la tomó, así que puede verse una parte de su dedo invadiendo la imagen, como en la mayoría de sus intentos. Terminé estudiando fotografía para poder corregir a mi papá en algo. Afortunadamente tengo muchos otros recuerdos con mi hermana, recuerdos que no tienen que ver con su rostro: su olor a canela

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tostada, la fogata que era mientras hablábamos en la azotea, el agua tibia alrededor de ella cuando nadábamos.

Por la mañana salí lo más temprano que pude para evitar una despedida más difícil de manejar que lo sucedido la noche anterior.

La primera serie de fotografías que conseguí tomar satisfactoriamente fue de ella nadando en el mar: Oleaje en llamas o fogata imposible. Las tomé durante unas vacaciones. Las flamas amarillentas y rojizas que se alzaban por encima del mar nocturno, junto con el humo que despedían, daban la ilusión de un pequeño bosque flotante que brotaba de su cuerpo y se perdía entre sombras y reflejos de la luz lunar. Debo agradecer a esta serie que al concluir mis estudios consiguiera un trabajo fuera del país con gran facilidad.

Me extravié muchos años y fui feliz viviendo lejos de mi familia, intentando conformar otra con menos cargas. Pero no dejaba de pensar en lo que me dijo Lucía. Le escribí una infinidad de cartas esperando que algo cambiara, que papá me contara por lo menos una vez que Lucía estaba saliendo con alguien o que había ganado un poco de peso desde que me fui, que había ido a nadar a la playa, a caminar por calles cada vez más importantes para ella, que me dijera te escribo ahora que tu hermana no está porque tengo tiempo… tenía mucho de no verla tan feliz. Pero eso nunca sucedió, en su lugar, papá me contaba de sus deudas, de Lucía solitaria o trabajando en esto y aquello, de que ya habían tenido suficientes problemas con la gente alrededor de ella, conmigo ausente.

La noche antes de que me fuera de la casa, Lucía y yo caminamos por más de dos horas dando vueltas por calles sin importancia, tomando fotos y conversando lo menos posible. Yo tenía 22 años; ella 29. Hablamos muy poco y al final insistió en darme un beso en el hombro (la cicatriz que me dejó es pequeña, como sus labios) para no marcar mi mejilla. Nos mantuvimos en silencio casi todo el regreso a casa, salvo por un momento en que me detuvo para decir: “Me estoy consumiendo” como si esperara que yo hiciera algo para ayudarla, como si estuviera en mis manos. Y luego siguió su camino, de prisa, sin mirarme, inmediatamente arrepentida por confesarme eso. Nunca había reparado en ello, pero me perdí de la vida de mi hermana viviendo la mía.

Poco me importó. Volví porque fracasé como fotógrafo y me cansé de intentarlo ya muy tarde; no tenía a dónde más ir y había envejecido notablemente. Me tuve suficiente lástima para volver al lugar de donde salí y esperar que me recibieran con los brazos abiertos. Nunca dejé de sentirme como un cobarde por haberme ido en cuanto pude, incluso ese día cuando llegué cabizbajo. Acepto que no todo estaba mal. Papá me enseñó periódicos llenos de artículos sobre mi hermana, videos grabados de los noticieros en los que hablaban de ella y fotos que había tomado de Lucía en estos años… y de su dedo.


Ella, mucho más calmada, me recibió bastante alegre, aparentemente no me guardaba ningún rencor: “No conozco a una persona que se hubiera quedado” me dijo con el afán de reconciliarme conmigo, pero Lucía conoce bien a poca gente. Así que en cuanto llegué a casa, retomamos algunas de las cosas que hacíamos juntos: caminábamos por la noche a lo largo de calles que yo ya no identificaba (ella parecía un pequeño sol noctámbulo a punto de esfumarse); dormimos un par de noches en la azotea; miramos el mar sentados sobre la arena. Y volví a tomarle fotos. No eran ni la mitad de buenas que la primera serie, sin embargo, la notaba feliz. Me acordé de la foto con mamá y le pregunté: −¿Qué harías si te abrazo? Permanecimos callados mucho tiempo antes de que me dijera cualquier cosa. −Sabes Sabes que sigo sola. Probablemente no te soltaría.

No quiero decir a quién se le ocurrió hacer el amor, pero a los dos nos pareció una buena idea. La última vez que hablé con papá, me pidió que me sentara con él a ordenar todas las cartas que escribí mientras viví fuera. Como se detenía a leerlas cuidadosamente conforme las guardaba, nos tomó varias horas. No supe cómo despedirme de él.

¿ Qué harías si te abrazo?

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Parece que Lucía acostumbra venir a esta casa. Las quemaduras en la puerta principal y en las paredes se ven recientes. Además, el aroma que deja es inconfundible y persistente. Ahora lo disfruto bastante y no quisiera que un día la casa dejara de oler así, aunque tarde o temprano suceda.

se perciben la figura de su cuerpo y algunos rasgos del rostro: su nariz delgada, la quijada afilada, la forma del cráneo, los senos todavía firmes y redondos, las piernas enjutas. Continuó agotándose todo este tiempo, pero ya no hablamos de ello, sólo esperamos que oscurezca por completo. Nos gusta el cielo estrellado.

En la sala están colgadas algunas fotos de Oleaje en llamas… y la foto de Lucía sentada en las piernas de mamá.

Quiero seguir adelante con esto, a pesar de mi cuerpo flácido, avejentado, quiero continuar, aunque me da vergüenza desnudarme para Lucía con este cuerpo cobarde.

Los brazos de Lucía adelgazaron mucho en este tiempo, incluso ha perdido algunos centímetros de estatura y partes de su cuerpo ahora brillan como brasas fatigadas. Detrás del fuego apenas

No dejo de acariciar la cicatriz en mi hombro para decidirme. Sería más fácil si dejara de mirarme…

Ulises Granados


Sin color El caldero que gestó la obsesión: su cuarto en la adolescencia. El ingrediente principal: rebeldía. Rebeldía ante un padre autoritario y unas monjas sin hábito. Se vistió de noche. Sumergida en sí misma, se pintó las uñas y cambió el color de las paredes. Los focos, la colcha, las sábanas y el piso, al igual que las toallas del baño, hacían juego con el gato en el pretil de la ventana. Llegó a sus manos un cuervo enfermo. Ambos aliviaron su pesar. El cuervo salió volando antes del amanecer y ella sonrió con los labios pintados del mismo tono. En el fondo del caldero miró su interior. Los ojos de Alice Cooper dibujados con plumilla y tinta china mostraban una enorme melancolía. Lágrimas desbordadas en magras mejillas. Triste semblante. Humo de cigarros John Player Special. Reina del Keroseno. Deseos abismales de vivir detenidos a la orilla del acantilado. Mugrosa elegancia. Luto calzado de fiesta. Sotana. Sensual lencería. Sobriedad y mala conciencia. Pupila hacia el infinito. Capa de vampiro. Sombra de noche y de mediodía… El disfraz de plañidera se hizo costumbre. Pita Escalona

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En un mundo en el que predomina el cliché, resulta sorprendente que, durante años, la literatura haya olvidado contar la historia de Roberto y Carolina. Este cuento comienza con Roberto, a quien le gustaba roer madera, comer zanahorias y afelparse la cola. Aparentemente, un conejo como cualquier otro; saltaba de aquí para allá y era feliz habitando uno de los mejores árboles de Villarroble.


El más bizarro de los amores imposibles

Acostumbrado a vivir entre conejos, saltar con conejos y comer lo que comen los conejos, terminó enamorándose de Carolina, una paloma. Si bien es cierto que dentro de su comunidad los fetiches eran aceptados, el plumaje y las alas simplemente no entraban en la lista. Al principio se trataba de mera curiosidad. Le gustaba verla volar y mover la cabeza con un ritmo parecido al de un muñeco de taxi. Con el tiempo, comenzó a brincar en la misma zona en que Carolina volaba, a observar sus horarios y desarrollar sus actividades en torno a las de ella. Iniciaron algo parecido a una amistad. Carolina jamás sospechó cuáles eran las verdaderas intenciones de Roberto. Un buen día, Carolina paloma llegó con su amigo conejo para contarle la más emocionante de las noticias. Él escuchó con atención mientras ella le confesaba que estaba enamorada de un gavilán. Roberto experimentó una sensación similar a la de su padre cuando fue desollado por un cazador que colgó su cabeza en la pared y se comió el resto. Inició en él una mayor obsesión por Carolina. Se mudó cerca del nido de la pareja para espiar sus

acciones; los vigilaba celosamente mientras ideaba un maquiavélico plan para terminar con su relación. Contrataría a una paloma prostituta que aparentara estar en problemas en el momento justo en que el valiente gavilán sobrevolara la zona –no había forma de que ignorara las súplicas de un avecilla en peligro–. Entonces, él tomaría una foto comprometedora para convencer a Carolina de que le estaban viendo la cara de tonta, de que era una paloma engañada. Pero cuando Roberto se acercaba al lugar en donde habitan las palomas de la vida alegre, escuchó el disparo de un cazador. Todas las palomas salieron volando y una intensa rabia lo invadió desde las patas hasta la punta de las orejas. Decidió usar al cazador para deshacerse del gavilán. Se ofreció a sí mismo como señuelo y se internó en el bosque para guiarlo hacia el gavilán, que salió volando para distraer al cazador mientras Carolina escapaba. Él gavilán murió en el intento por salvarla; a Roberto le carcomió la culpa, aunque no por mucho tiempo, pues cayó en una trampa que lo condujo a la mesa del cazador un par de horas más tarde. Rodrigo Chávez Trejo

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¿Vamos hacia mejor? Somos seres libres y, por tanto, impredecibles, razón por la que resulta difícil hacer un pronóstico certero de la conducta de la humanidad –si va hacia mejor o hacia peor. En 1798, el filósofo Emmanuel Kant se preguntó si el género humano se halla en progreso constante hacia mejor .1 Proporcionó una alternativa basada en la experiencia; habla de una señal histórica capaz de demostrar la tendencia del género humano de ir hacia mejor. Kant utilizó un hecho de su tiempo para demostrar esta tendencia: la Revolución Francesa. Para él, fue la señal histórica que demostró un carácter moral común. Kant asegura que, por los aspectos y presagios de sus días, es posible predecir el logro de este fin y, a partir de esta señal histórica, el progreso hacia mejor del género humano, que jamás retrocederá por completo, ya que en su naturaleza se encuentra la libre disposición y la capacidad de mejoramiento: demasiado grande, demasiado ligada al interés de la humanidad, lo cual le da fuerza e influencia sobre el mundo.

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Son señales que hablan de un progreso moral, del inicio de una conciencia de género, de una esperanza que se asoma...

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Si Kant pudiera viajar más de 200 años al futuro, a mi presente, podría demostrarle que en mi tiempo también existen señales históricas que indican que él no estaba equivocado al pronosticar que el género humano va hacia mejor. Son señales que hablan de un progreso moral, del inicio de una conciencia de género, de una esperanza que se asoma… Al comparar el siglo XXI con el XVIII, el de Kant, puedo vislumbrar una mejoría, un progreso moral. Las principales señales históricas que propongo como evidencia son las siguientes: la firma de acuerdos entre las grandes potencias para lograr el desarme nuclear; una conciencia ecológica mundial y con respecto a los derechos humanos –principalmente para proteger a los niños y a la mujer–; el incremento en la esperanza de vida debido al avance de la ciencia, y el número creciente de instituciones privadas que buscan ayudar a los más necesitados.

Es una realidad que después de la explosión de las bombas nucleares en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki en 1945, los gobiernos de Estados Unidos, la ex Unión Soviética, Gran Bretaña, Francia y China construyeron decenas de millares de cabezas nucleares y produjeron más de 1, 200 explosiones nucleares de prueba. A mediados de los años ochenta, sus arsenales contuvieron más de 50, 000 cabezas nucleares, muchas de ellas con armas de fusión nuclear, con fuerza explosiva superior a mil bombas como la que destruyó Hiroshima. En total, todas estas armas amenazaron con un equivalente a un millón de explosiones como la de Hiroshima, con una fuerza de más de tres toneladas de TNT para cada hombre, mujer y niño en nuestro planeta.2 Y si sumamos que, de acuerdo con la Agencia Internacional de la Energía Atómica, Israel, Paquistán y Corea del Norte cuentan también con armas atómicas, y que Irán se encuentra en camino de obtenerlas, estaríamos hablando de la posible destrucción del planeta si se declarara una Tercera Guerra Mundial. En varias ocasiones, especialmente durante la crisis de los misiles en Cuba, los líderes políticos y militares consideraron seriamente el inicio de un ataque nuclear, pero no lo hicieron, y no lo han hecho. En abril del año pasado, el presidente Barack Obama y su homólogo ruso, Dimitri Medvedev, formalizaron en Praga el más ambicioso


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acuerdo de reducción de armas nucleares de las últimas dos décadas. Este compromiso reemplazó el acuerdo de desarme que Washington y Moscú adoptaron desde la Segunda Guerra Mundial, el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (START), firmado en 1991 y que expiró en diciembre de 2009. El nuevo START reducirá en dos tercios el arsenal nuclear de Estados Unidos y Rusia –en espera de que otras naciones se sumen a los esfuerzos de desarme–. La firma de este tratado significa una señal histórica para evitar la proliferación nuclear en el mundo y, con ello, un progreso del género humano hacia mejor. En cuanto a la conciencia mundial para combatir el cambio climático, desde 1995 la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), un organismo de la ONU que tiene la capacidad de establecer estrategias que lleven a evitar el aumento de la temperatura global, organiza conferencias anuales y reuniones oficiales para encontrar una solución comprobada por la ciencia que frene el cambio climático: otra señal histórica que devela una reorientación del pensamiento de los dirigentes del mundo.


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Ahora, si comparamos la concepción de los derechos humanos en la actualidad con lo que era hace cien años, el avance es indiscutible. Hoy día, las mujeres podemos votar, estudiar, trabajar, ocupar puestos directivos en empresas, en la política; tomar decisiones sobre nuestra vida y futuro. En cuanto a los derechos de los niños, varios organismos y documentos han consagrado los derechos de la infancia en el ámbito internacional desde 1953, cuando se reconoció a los niños como sujetos de derecho. Más señales históricas de una evolución en la conciencia moral que protege la dignidad de las personas. Los avances en la medicina denotan una señal histórica de conciencia de género para mejorar la calidad de vida y preservar la especie humana. La tecnología utilizada positivamente nos ha permitido reducir distancias y mejorar la comunicación a niveles jamás imaginados: internet, la telefonía celular y las computadoras son también señales

históricas de evolución para lograr una mejor identificación con el otro –aunque sea en un mundo virtual–; aceptar la diversidad, obtener información en tiempo real y tener mayor conciencia de lo que sucede más allá de nuestro entorno. Otra señal histórica son los grupos de personas que han decidido formar organizaciones sin fines de lucro para ayudar a niños, enfermos, personas con discapacidad intelectual y poblaciones que sufren de escasez. Pareciera que empezamos a despertar, que nos hacemos menos egoístas. Estas señales históricas de mi tiempo indican que la humanidad ha progresado moralmente hacia mejor. Pero todavía queda mucho por hacer. Hay dudas acerca de los motivos reales del desarme nuclear; todavía existe una larga brecha entre los pactos firmados y las acciones que realmente se llevan a cabo. Asimismo, falta mucho por lograr en materia de conciencia ecológica y de derechos humanos. La explotación y la prostitución infantil siguen siendo una realidad, al igual que la violencia hacia la mujer –sobre todo en determinados estratos y culturas–. También nos encontramos lejos de que la ciencia y la tecnología se utilicen sólo para fines positivos.


Como dice Kant, somos esquivos y propensos a la violencia, no somos cien por ciento buenos; tampoco cien por ciento malos. Tenemos la libertad de escoger cómo queremos ser, podemos tomar la decisión de hacer el bien y generar una cadena de causa y efecto en donde si hacemos el bien al otro éste se dará cuenta de que hay bien en el mundo y querrá hacerlo también. Poco a poco podemos formar una cadena de bondad capaz de salvarnos a todos como género y al lugar donde vivimos. Debemos hacer a los niños y jóvenes conscientes de que en sus manos estará, si llegan a ocupar un puesto político, el tomar la decisión correcta, ya sea ecológica, armamentista, legal o económica; si llegan a ser directores de una empresa, tomar las medidas pertinentes para que ésta sea social y ecológicamente responsable; si llegan a ser científicos, que utilicen su conocimiento para convertir las bombas atómicas en centrales nucleoeléctricas para llevar energía a todos los rincones de la tierra.

Mi mayor anhelo es que el progreso moral hacia mejor que vislumbro en los hechos que he mencionado no sea sólo eso, una mejoría momentánea, como la de un paciente terminal que, pocos minutos antes de morir, irradia una lucidez casi

milagrosa que confiere la esperanza de que se está curando… Y sin embargo muere. Es decir, que no sea una mejora que anteceda a una catástrofe: que hoy se firmen acuerdos de desarme y mañana se violen; que las potencias se sigan reuniendo para detener el calentamiento global, pero no se llegue a ningún acuerdo; que surjan más organismos en defensa de los derechos humanos, pero que no tengan el peso suficiente para hacerlos respetar.

Quiero ser igual de entusiasta que Kant y decir que la humanidad ha progresado moralmente hacia mejor, y lo seguirá haciendo. Es fácil ser pesimista y decir que no será así, pero yo prefiero ser positiva y asumir el compromiso desde mi individualidad, como profesora, como futura madre, como tía, como amiga y, como mejor pueda, contagiar a las futuras generaciones las ganas de continuar con este progreso moral hacia mejor. 1 E. Kant, (1999), Si el género humano se halla en progreso constante hacia mejor. México, FCE. 2 Ernesto Kahan, (2006), Genocidio, Japón, Nihon Tosho, p. 196

Lic. Zaira Torroella Posadas www.zairatorroella.com.

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La cocina filosófica de

Ensalada

griega

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Ingredientes: 7 amigos y algunos gorrones Inspiración griega 4 o 5 dioses Una pizca de riqueza Un puñado de pobreza Todo el alcohol necesario Mucho Amor Modo de preparación: Juntar a varios amigos en casa de un tal Agatón, platicar sobre el tema del amor, agregar un poco de mito, mezclar con los dioses y los demás ingredientes. Servir con bastante alcohol, decorado lo mejor posible. Hace no mucho tiempo, tuve oportunidad de estudiar un par de meses en Grecia –sin duda uno de los mejores episodios de mi vida. Cualquiera que haya visitado tan hermoso país, no puede evitar embelesarse con sus playas, con el azul del mar, sus lugares históricos, los paisajes que parecen sacados de un libro de literatura fantástica, las noches estrelladas, y el cálido geia sou con el que la gente saluda por doquier… Y qué decir de la comida. ¡Qué delicia!, ¡por todos los dioses del Olimpo!, ¡qué abundancia! Se acostumbra llenar la mesa con una cantidad impresionante de comida, no importa que sólo asistan dos o tres comensales, se sirve como para diez personas. Papas fritas, ¿quién diría verdad?, una ensalada, por lo general de lechuga, pepino, jitomate y mucho queso feta, un platillo fuerte, que puede ser souvlaki,


muossaka, kotopoulo, choirino o bodino; y de postre, karpousi, es decir, sandía; también se puede ofrecer yogurt –que no tiene nada que ver con el que conocemos en México–. En la vieja Ellas, el yogurt es consistente, espeso y se sirve con miel, ¡delicioso! Así es una comida típica griega, algo que se comería todos los días aquí, en la fonda de la esquina, o como ellos bien le llaman: “la taberna”. Pero, ¿y si fuera un banquete? No hay convite griego más famoso que aquel que nos narra Platón 1, y que más o menos versa así: Agatón puso la casa. Los invitados fueron Platón, Fedón, Erixímaco, Pausanias, Aristófanes y, el ajonjolí de todos los moles, Sócrates, quien por cierto llegó tarde por estar, como siempre, pensando en la inmortalidad del cangrejo. El tema que se debatió ese día fue la obsesión de todos los tiempos: el amor. Cada uno de los convidados dio su punto de vista sobre el tema, pero las grandes preguntas que quedaron en el aire fueron las siguientes: ¿qué se sirvió en el banquete aquel día y quién lo preparó?

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Dejando a un lado lo propio y típico de la comida griega antigua, y suponiendo que cada uno de los invitados preparó algún platillo (fiesta de “traje”), ¿qué es lo que hubiera cocinado cada uno de los invitados?

dios bueno que recompensa con la felicidad a aquel que practica el bien. Créame, querido lector, los gyros confieren felicidad a quien los consume. Pausanias: Pastel marmoleado de chocolate eros y ágape

Fedón: Entrada de satsiki El primero en hablar fue Fedón, el más joven de todos, quien sirvió de aperitivo satsiki, una deliciosa entrada griega que combina yogurt, pepino, hierbabuena, aceite de oliva, ajo y sal. 36

Fedro: Gyros En Grecia, la alegría de las fiestas son los gyros: un tipo de pan árabe que envuelve carne de cordero y se sirve con salsa y papas fritas. En este país, cuna de la civilización europea, pueden encontrarse gyros a cualquier hora; como los tacos mexicanos, son ideales después de una buena fiesta. ¿Por qué gyros? El nombre proviene del turco döner kebab, que significa, literalmente, “asado giratorio”. Para Fedro, el amor es bienestar y se encuentra representado por un

En el diálogo, este invitado dijo que el amor no puede entenderse sin la belleza; por tanto, el amor procede directamente de Afrodita, pero ¡oh, oh!, existen dos Afroditas: la primera es hija del cielo y no tiene progenie femenina, es la llamada Afrodita Urania; la segunda descendiente de Zeus y Dione, a la cual se conoce como Afrodita popular. En cuanto a Urania, el amor que procede de ella es un amor sensual, placentero, intenso a los sentidos, por lo que es vergonzoso y conviene alejarse; el que proviene de la segunda Afrodita es un amor inteligente, honrado, bueno, honorable y digno de ser buscado. El pastel que preparó Pausanias es un bizcocho marmoleado de chocolate obscuro, de eros pasional, y el santo y honroso chocolate blanco del ágape, todo primorosamente adornado para dar un toque de belleza al banquete. Erixímaco: Souvlaki de kotopoulo, xoirino, bodino y mariscos. El prestigioso médico seguramente llevó al banquete unas brochetas que traían “de todo un poco”, es decir: pollo, puerco, res, vegetales y mariscos. ¿Por qué?, para Erixímaco, el amor se encuentra en todo, en la música, en la poesía, en la religión, en una frase… “está en todas partes”. Aristófanes: Glykisma imposible


Sin duda, de todas las ��������������������������������������������� reflexiones de ��������������������������������� aquel buen día, la más interesante fue la de Aristófanes, que, para explicar el amor, recurre al mito. Según el comensal, en tiempos primitivos existieron tres especies de seres humanos: los hombres, las mujeres y el andrógino, una especie doble que poseía dos cabezas, cuatro brazos y cuatro piernas. Según la narración, estos seres se encontraban unidos por el amor que tenían el uno por el otro, pero se volvieron tan orgullosos que Zeus los castigó cortándolos por la mitad. Aristófanes seguramente preparó un pastel imposible, mitad flan, mitad pastel de chocolate, una deliciosa conjunción que se puede comer ensamblada o por separado. Sócrates: Psomi con azafrán No existe banquete en el que no se ofrezca pan, el alimento más sencillo, típico y antiguo. Asumo que Sócrates llevó a la cena pan con azafrán. El pan es el alimento básico y, aunque es muy barato, el azafrán es la especia más cara del mundo. Para Sócrates, el amor es un demonio que comunica a los seres humanos con los dioses; fue concebido el mismo día que Afrodita. Amor es hijo de Poros y Penia; ella era diosa de la pobreza, de quien el retoño heredó tanto la necesidad como la donación personal; de su padre, el rico Poros, obtuvo la fuerza y la fortuna, pero, sobre todo, la bondad y la suprema belleza. Alcibíades: Retsina Un banquete no puede considerarse como tal sin alcohol. No tuve que pensar dos veces en qué llevó el buen Alcibíades, ya que, según nos cuenta Platón, este comensal llegó al banquete medio borracho, cubierto con guirnaldas y acompañado de varios gorrones, quienes, de acuerdo con mi interpretación personal, habían bebido y llevaron a la fiesta varias botellas de retsina: una bebida típica griega, de precio accesible, parecida al vino, que, por cierto, combina bastante bien con el satsiki de Fedro, y ayuda a digerir con mayor facilidad el souvlaki y los gyros, al tiempo que ofrece un toque extra de alegría al convite culinario. Hablar de tanta comida griega me ha abierto el apetito. No puedo esperar para comer una buena ensalada helénica, acompañada de souvlaki y delicioso satsiki; dialogar sobre el amor me hace querer regresar a Grecia para sumergirme de nuevo en su hermosura. Mientras tanto, sólo me queda desearles buen provecho y, con una copa de retsina decir: eis ygeia! 2 1 “El banquete” o “El simposio” es un diálogo platónico compuesto hacia 380 a. C. que versa sobre el amor. Esta obra, junto con “El Fedro”, conforma la idea del amor platónico. 2 Expresión en griego para decir “¡salud!”.

Dra. Patricia Garza Peraza

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La apuesta 38

Cuentan que había tres hermanos viviendo en un rancho. El mayor y el mediano estaban bien de salud, pero el tercero era un tonto. Ellos sólo tenían un pollo en casa. Siempre hablaban de matarlo y de no darle ni un pedazo al menor. Un buen día decidieron matarlo y los hermanos que estaban bien ya tenían un plan para no darle nada al tonto. Lo prepararon y lo dejaron listo para meterlo al horno; entonces llamaron al tonto y, ya reunidos los tres, los otros dos le dijeron: –El que sueñe un sueño bonito se come el pollo. –Bueno –dijo el tonto. Metieron el pollo al horno y se fueron a dormir. Después de un rato, cuando los dos hermanos ya estaban bien dormidos, el tonto se levantó, se fue a la cocina, se comió el pollo y se fue a dormir. Al día siguiente se levantaron temprano los tres y el mayor dijo: –Vamos a hablar del sueño que tuvimos anoche. Yo voy a empezar. Fui a la gloria y vi al Señor. –Sí –dijo el otro hermano– yo vi cuando te ibas volando, me agarré de la manga de tu camisa y nos fuimos los dos. –Sí –dijo el tonto–. Yo los vi cuando iban volando y como pensé que ya no regresarían, fui a la cocina y me comí todo el pollo. Sólo quedan dos huesitos para ustedes. Cuento del niño Teófilo Martínez Vásquez. Escrito y traducido del mixe por: Basilio Gutiérrez Jiménez


-Jantsy jëë’-nëmpëk ja kawënmaapyë-, nayëtë’n ëjts të n’ijxy ku meets jam mpajtnë, jëts të nwënmay ku meets ka’ m’ukwënpejtnët,

Ja kawënmaapyë jää’y miti’ ojts ne’ekë wijy pyëtsimy Jamëkëtë’n nëtëkëëk ja mijxtyë, ja mëjpë mëët ja niyja’ayëpë tumwijy kejyëk ja’atë, jatsëk ja mutskpë ka’jëk ja wyinmay. Jamëk tu’ukëtutk tmëëtëtë, ja’ayëk ja nyëm’ettë ku ja tutk winaty tyik’oo’ktë, ka’apëk nitiij ja kawënmaapyë tmo’otët. Kunëm ojts tyik’ooktë ja tute, jats ja mëjpëtë miti’ wijtyë, ja’jëk ojts nyakyajpxyëtë jëts nitiij tkamo’otët ja kawënmaapyë. Jatsëk ojts tyik ëë’yënëtë ja tutk tsu’utsy, ojtsëk tkukoo’nënyëtë tu’ujts jëtypy, jëts ojts twäätsowtë ja kawënmaapyë, jats ojts tnëëjmëtë. —Pën tsuj kumääp, ja’ yë tutk tsyu’utsp-, —Ëy jatë’n -nëmpëk ja kawënmaapyë. Jatsëk ojts nyakyo’ojknëyëtë, ku ojts myäänëjkxnëtë ja mëjpë jats ojts ja kawënmaapyë pyëti’iky, jats ojts ja tutk tsu’utsy t’ats’tsu’utsy, kuts ojts tsu’tskixy, jats ojts nyakyo’kojmëyë, kuts ojts jyäjtäknë, jats ojts pyëtë’knëtë ja mëy mijxtyë. Jats ojts ja mëj mijxy nyimy —wan t’uk nëmatyääjkyëntë ja kumä’äy, ëjts n’ukyiktsoo’ntä’äkp. Ëjts koots të nijkxy jam tsäpwemp jëts tën’ats’ijxy ja wëntsën. Jats ja kuk’ääypyë ‘yatsëy —Jantsy të’ëjts n’ijxy ku mejts jamajaaj mkakwëtity, jats mnajankijxy të nmatsy, jats namajtsk të nijkxyën. —Jantsy jëë’—nëmpëk ja kawënmaapyë—, nayëtë’n ëjts të n’ijxy ku meets jam mpajtnë, jëts të nwënmay ku meets ka’ m’ukwënpejtnët, jëts të nijkyxy jajp tëkjëtypy, jëts të ntsu’tskixy ja tutk tsu’utsy. Ja majtsk jë päjk jajp të tyany miti’ meets mtsu’utsp. Äpmatyäkpë: Tawëtëpy Nëts, (Teófilo Martínez Vásquez) Jaapyë: Basilio Gutiérrez Jiménez Jojk’äm, Xaamkëjxpë’y’et. Tejas, Tlahuitoltepec, Mixe, Oaxaca.

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Si quieres conocer a alguien, no le preguntes lo que piensa, sino lo que ama. –San Agustín

Se conocieron en el cine. M. pensó que una causa sobrenatural se encontraba detrás de todo aquello; la realidad es que se sentaron juntos por simple estadística: ninguno de los dos llevaba pareja. M. se había fascinado con la forma en que R. pestañeaba cuando algo le producía desconcierto. En la película, una enfermera llamada Sissi se enamoró de un hombre que tenía el aspecto de un guerrero, pero que era incapaz de controlar el llanto ante la más sutil provocación de la muerte. Sissi persiguió a Bodo hasta que logró quitarle la armadura. Sissi y Bodo1 se salvaron mutuamente y vivieron felices, al menos hasta que los créditos terminaron de desfilar por la pantalla. R. tomó su abrigo con los ademanes de una joven que está cansada de que la miren impúdicamente.


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M. siguió a R. hasta un edificio de apartamentos. Memorizó las placas del automóvil de R. Estaba convencida –por la forma en que la había mirado por el espejo retrovisor– de que él también la deseaba como un loco. ¿Por qué otra razón se movería tanto en la butaca, sino para hacer que su loción embriagante se propagara con mayor fuerza? Pero no todo era atracción física. Juntos conformaban la unidad sagrada de la que habla Platón en su diálogo “El banquete”.

M. lo seguía a todas partes porque R. sufría de una introversión patológica y era incapaz de declararle su amor. Como Sissi, ella debía tomar la iniciativa y salvar a R. de sus demonios –responsables de los insultos, las cartas rotas y las intervenciones de la policía–. En el hospital psiquiátrico, M. se negaba a tomar las pastillas que le ofrecía la enfermera. No quería estar somnolienta cuando R. viniera a buscarla. Diagnóstico: M. sufre de erotomanía, también conocida como síndrome de Clerambault, un subtipo de trastorno delirante que le hace tener la certeza ilusoria de que R. está perdidamente enamorado de ella –sin importar las pruebas incontrovertibles que indican lo contrario–. En estos casos, la idea delirante casi siempre es la misma: un amor romántico que va más allá de la atracción sexual. El espejismo de que dos almas se unen en la más perfecta armonía platónica. M. incluso ha llegado a creer que R. se comunica de formas misteriosas. El erotómano tiende a pensar que fue el otro quien inició la relación ficticia.


nversaciones El erotómano tiene co o/a. Vive en ad am su n co s ia or at in aluc o o te odio, los extremos: o te am Comúnmente, la obsesión puede ser despertada por un personaje famoso. Cuadernos llenos de recortes con fotos y noticias; paredes tapizadas con la imagen del ídolo; algunos han llegado al extremo de levantar altares. Acciones que no revelan salud mental, pero que son inofensivas para el resto del mundo. Sin embargo, la erotomanía ha sido causa de crímenes que van desde el acoso sexual hasta el asesinato. Se dice que Jonhn Hinckley intentó matar al presidente Reagan porque creía que era la única forma de que la actriz Jodie Foster le declarara su amor. El erotómano tiene conversaciones alucinatorias con su amado/a. Vive en los extremos: o te amo o te odio, los sentimientos intermedios son inconcebibles. La obsesión ocupa todo el tiempo, todo el espacio, toda la energía. Ni la familia, ni el trabajo, ni el inicio de la Tercera Guerra Mundial. Para el erotómano, la supervivencia depende Así de la intensidad de su delirio, que que si roza con los límites de la descubre que esquizofrenia. su encantador compañero de trabajo conserva la goma de mascar que usted pegó debajo del escritorio, la botella de agua que se tomó en la última junta, el lápiz de dos centímetros que acaba de tirar al basurero, y que además tiene un cuaderno –con una foto suya en la portada– en el que lo único que puede leerse es (su nombre va aquí), renuncie inmediatamente, cambie de look y también las cerraduras de su casa, cómprese un rottweiler y aprenda kung-fu porque, sin duda, ¡se encuentra ante un erotómano! Películas recomendadas: •He loves me… He loves me not (À la folie... pas du tout) (2002), protagonizada por Audrey Tautou y dirigida por Laetitia Colombani. •Ahora que si quiere algo más hollywoodense: Homecoming (Obsesión del pasado) (2009), protagonizada por Mischa Barton y dirigida por Morgan Freeman. Ana Laura Pazos González pazosorama@gmail.com http//:leeanapazos.blogspot.com

1 Personajes principales de la película alemana La princesa y el guerrero (2000), dirigida por Tom Tykwer y protagonizada por Franka Potente y Benno Fürmann.

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do ura d ha día l e que o nt sie ja o anto n d do e a m u a C se asi que dem rimero manos n mis o lo p c r orre a rec r e v l es vo o tu pel os s o b r e l os a n d o r es n eg r l p es r n e 44 hombros. lentamente termina, pero nos concede la placentera intuición de que ha sido una de las mejores madrugadas. Este amanecer contigo dista de ser largo, aburrido y triste. Más bien es ameno y dulce; lleno de palabras, besos y caricias. Afuera las aves ya colman el despejado cielo azul y tú, tan esbelta, diminuta, bella y mulata, me abrazas con una suerte de ternura.

Ello solamente agig ant ará otro antojo de todas mis noches: disfrutar tu moreno cuerpo debajo de las cobijas. Mi único pensamiento es lamer otra vez tu boca, tu cuello, tus brazos, y hasta tus húmedos muslos. Te deseo tanto y no puedo evitarlo. Sé exactamente por qué. La realidad inexplicable me coloca una vez más con los ojos cerrados, plácido, desnudo, descansando mi cabeza sobre tu abdomen. Qué hermoso y qué verdadero. Una estampa colmada de dicha, lujo y bonanza. ¿Recuerdas? La noche

Es así como escapo de mi cuerpo. Vuelvo a lo muchas veces idealizado, a la pregunta que me hago siempre, a eso que pudo haber sido, pero que nunca será. Rehacer, recrear lo ya hecho, es quizá la causa principal del más puro de mis actuales reposos, de mis últimos sueños profundos. Pido prestadas imágenes, pequeñas películas, cintas en las que soy público asombrado y personaje dichoso. Te apareces debajo de mis parpados. Ya te reconozco. Ya te escucho hablarme. Ya me llega tu dulce aroma frutal. Como es previsible, nada cambia.

C


e y Ca

a n ta

Nada cambia porque la soledad de aquellas horas nos sigue acarreando y nos conduce por primera vez a la intimidad. Flotando encima de la cama, el sonido alegre y sereno de tu risa me va cobijando y logra sacar la mejor versión posible de mí mismo. Borracho, intoxicado de tu piel suavizada con loción, de tus labios cubiertos de brillo, de toda tu argentinidad, me dispongo a contarte una historia hasta que florezca el alba. Una soberbia evocación del porvenir. Las memorias de mi futuro con una mujer de 22 años, una criatura extraordinaria llamada igual que tú, Cayetana. Sabes reconocerte fácilmente en mis fabulaciones, que no son más que epifanías, gloriosos haces de luz. El reino de la ficción me da la oportunidad de mostrarte, de exponerte imágenes breves para que puedas verme como realmente quiero que me veas. Me represento en entornos siempre muy acogedores, donde gobierna el optimismo; no puedo visualizar mejores escenarios, sobresaliendo

con nadie más que contigo. Me miras en silencio, con asombro, como a un mago, como a un médium. Te cuento, sin mentir, mi vida entera, la pasada y la que anhelo en el futuro; te hago preguntas porque tengo hambre de escucharte. Envío el mensaje, muy franco y muy claro, que te da la confianza suficiente para creer en mí. Me aceptas, por lo menos en ese instante, totalmente como soy. Se trata de una experiencia distinta; es ese tipo de atracción física, de sensibilidad absoluta, de increíble delicadeza, un deleite pleno, erotismo fascinante. El espectáculo resulta inédito y sobrecogedor. Siempre sucedes a la misma hora. Te extiendes por cinco o diez minutos. Elijo y repito tus ropajes, tus pasos, los acentos en cada una de tus sílabas. Quiero seducirte, enamorarte, ser el motivo de tu noche tórrida. Me sé con la capacidad de meterme entero a tu alma, de descubrir quién eres en realidad, qué tienes de misteriosa, de diferente, de única. Busco ser inteligente en el sentido literal. Actúo como el Fausto receptor de todo aquello. Santiago Osio

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La úl tima taza de café

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Esa

ma-

ñana

fue

dis-

tu

tint o

beso

una

especie de perdóndo solicita

Tu

de la loción

pe cho que

dejó

en rmiiz na

hace

un rastro

di -ez años me enlo quecía


Esa mañana tu beso fue distinto, una especie de perdón solicitado. Tu pecho dejó en mi nariz un rastro de la loción que hace diez años me enloquecía a metros de distancia. Comenzaste a vestirte y dejaste libre el baño. Al verme salir, te aflojaste la corbata como queriendo liberar la voz; como callándola, la devolví a su lugar ajustándola a tu cuello, que hace mucho no besaba. Tal vez si te hubiera dejado hablar esa mañana, la aflicción habría empezado con la luz del día, pero el día se hizo para los gozos y la noche para las tristezas, así que preferí esperar la oscuridad. Retiré la toalla que envolvía mi cabeza, sequé mi cabello y, con toda la intención de provocarte, unté loción de almendras sobre mis piernas y mi pecho, subí los tirantes del sostén sobre mis brazos y te pedí que lo abrocharas. La indiferencia con la que acudiste a mi petición me dejó tan fría como tus dedos en mi espalda. Fingí no haber notado tu gesto sobrio y ensimismado; con la sonrisa de siempre y como si no supiera, evadí tu rostro y pregunté por las actividades que harías durante el día: oficina, hora de comida, oficina. Todo parecía normal hasta que me devolviste la pregunta. Entonces supe que algo cambiaría esa tarde. Me pediste que, al salir del trabajo, nos viéramos en el café que estaba a mitad de camino entre la casa y tu oficina. Por el tono de tu voz supe que no se trataba de una invitación a cenar. Con un fingido y despreocupado “claro, ahí nos vemos”, me adelanté para servir el desayuno

–que había preparado la noche anterior presintiendo que sería el último. Acompañada por el sonido del choque de los platos, repetí en silencio todas y cada una de las afirmaciones que había memorizado de los libros sobre vida y conflictos maritales que por ti compré. Con mi sonrisa colgada de dos alfileres, te vi bajar al comedor y sentarte frente a tu plato ya servido. Jugo, fruta picada, cereal… apenas le diste un sorbo al café. “No amanecí con apetito”, fue tu excusa. Antes de salir a toda prisa, me diste un beso en la frente. ¿Quién te besa en la frente, sino quien teme verte a los ojos? Las horas en la oficina se hicieron como las madrugadas en que te esperaba con los ojos hinchados. Apenas dieron las seis, corrí al baño para tratar de desvanecer la tristeza de mi cara, ajustarme la blusa, acomodarme la falda, también la sonrisa.

eternas

Llegué un poco tarde deliberadamente. Apenas te saludé, ordenaste dos americanos como si el discurso que tenías preparado fuera a escapársete de la boca y no tuvieras tiempo para saber si acaso yo quería otra cosa. Recuerdo cada gesto, cada palabra, cada una de tus miradas caídas, tu boca recargada sobre tus manos entrelazadas, queriendo y no queriendo atreverse a decirme, sin tanta diplomacia, que ya no me querías.

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Me pediste un tiempo para pensar las cosas, lejos de mí y lejos de la casa, en la que me quedaría sola con la regadera, el olor de las almendras, el desayunador, la vajilla completa y los hijos que nunca engendramos. Me llevaste ahí. Apresurando mi ausencia, esperaste a que me bajara del coche sin siquiera apagarlo; volviste a pedir perdón y, sin más que lo que traías puesto, te fuiste con ella. La dignidad que me quedaba alcanzó para no suplicarte. Era absurdo preguntar en dónde dormirías.

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No supe nada de ti por varias semanas. Me consolaba con ver tu auto en el estacionamiento de la oficina. Pasado el mes, comenzaste a llamar ocasionalmente para saber si necesitaba algo… pedirte que regresaras, tal vez. Durante medio año tuve que retocarme el rímel al menos dos veces al día. Mi madre y todas mis amigas escucharon la desgracia. Como si se tratara de un tanque que tenía que vaciarse tarde o temprano, cada vez brotaban menos lágrimas. Tus llamadas fueron desapareciendo poco a poco y tu olor se fue esfumando de la habitación. Me acostumbré a cocinar para una persona y a disfrutar de las almendras sin ti. En el ropero ya sólo quedaban un par de trajes tuyos y esa corbata que siempre odié por el buen gusto con el que ella la había escogido. Ella, a quien conocí aquel domingo, cuando por teléfono escuché su voz entrecortada avisándome que habías muerto. Mónica, se llamaba. Te dije adiós, finalmente, el día de tu sepelio. Yo era la viuda, no ella, quien aunque también estaba destrozada, no pudo estar cerca de ti; el rechazo de nuestros familiares y conocidos la fue orillando lentamente a la salida. Debo confesar que me dolió más el día en que partiste de esta casa, que el día en que partiste de este mundo. Nancy Gutiérrez Olivares

No supe nada de ti por varias semanas. Me consolaba con ver tu auto en el estacionamiento de la oficina.


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“UNA NOVELA DE AVENTURAS Y AMOR. ARREBATADORA, TIERNA, ÉPICA...” Primera parte de una trilogía trepidante. En México, muy pocos se atreven a meterse con la historia y los héroes de mármol. Por eso no se hace novela histórica, sino historia novelada; es decir, nos cuentan la misma historia de los mismos personajes, con los mismos acontecimientos, narrados de forma novelesca para que sea amable, pero no es novela porque no hay ficción. En El Misterio del Águila respeto los hechos históricos, pero los personajes principales son de ficción, para que en torno a ellos Sise pueda hacer una novela. De este modo es posible ser más épico, más romántico, más misterioso…, y lo más importante, más crítico y reflexivo con la historia, y en este caso, propositivo. Hay mucha crítica histórica en El Misterio del Águila, pero ninguna es vacía, toda viene acompañada de propuesta, dentro de una novela. J uan M i g uel Z un zun eg ui


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Tiene (1) solicitud de amistad ¿Aceptar? ¿Aceptar? ¿Aceptar?

Obsesivos de la amistad ¡Cuánto se parece a la amistad la adulación! -Séneca

Algunos tienen 3, 430 amigos en Facebook, otros tienen una vida y, claro, dos o tres amigos, más que suficiente y, desde luego, dos o tres más de los que tienen la mayoría de las personas. En la sociedad de consumo actual, de capitalismo, de intereses, favores y conveniencias, en muchos casos los amigos son uno más de los bienes que las personas pretenden tener en su haber, es decir, parte de su capital –capital social, en este caso– que, comúnmente, se puede transformar en el único capital verdaderamente importante en el mundo de hoy: el económico. En la década de los cuarenta del siglo XX, se publicó un libro que hasta el día de hoy sigue vendiendo millones de copias en varios idiomas. Lo escribió el empresario estadounidense Dale Carnegie; en español es conocido con el título Cómo ganar amigos e influir sobre las personas. Desde el título queda clara la premisa: se entiende al amigo como alguien sobre quien se puede influir y, por tanto, obtener un beneficio. Dicho best seller está plagado de historias y consejos para ayudar al lector a tener una colección de amigos, una lista de personas con las que sonreír, llevarse bien y, ocasionalmente, atreverse a pedir un favor que, sin duda, tendrá que devolverse en algún momento. Más de 400 páginas de ese capitalismo de la amistad se pueden resumir en la premisa central de Carnegie: “Se pueden ganar más amigos en dos meses si se interesa uno en los demás, que los que se ganarían en dos años si se hace que los demás se interesen por uno.” A primera vista podría parecer una frase de interés en el prójimo, pero explicada a detalle por el autor, en realidad significa: “¿Quieres caerle bien a la gente?, entonces habla de lo que a ellos les gusta”. Esto nos lleva a preguntarnos si es nuestro amigo alguien a quien “le caemos bien”.

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Décadas después de su publicación, las cosas no han cambiado en absoluto: todos pretenden tener amigos, y pareciera que el que más tiene es mejor persona y también más popular. Hoy día, el cibermundo nos ofrece la posibilidad de coleccionar amigos virtuales en una lista de rostros de gente con la que no tenemos el menor contacto. No puedo evitar pensar en el filósofo Arthur Schopenhauer, un realista acusado de pesimista, que decía que nada reflejaba más ignorancia que pensar que tener muchos amigos habla de la valía y el mérito de un hombre, como si los seres humanos otorgaran su amistad con base en méritos, cuando, en realidad, señala el filósofo, los hombres son: “semejantes a los perros, aman a quien les acaricia o les hecha huesos que roer”. Y remata de forma contundente: “Quien mejor sabe acariciar a los hombres, aun cuando sean asque-

rosas alimañas, ese tiene muchos amigos”. Muchos critican la visión sombría de Schopenhauer, que en realidad sólo dice, con palabras crudas, lo mismo que alega de manera más poética y diplomática Dale Carnegie. En el mundo actual, donde paradójicamente vivimos solos a pesar de estar rodeados de millones de seres humanos, la colección de “amistades” es otra excusa para nunca encontrarnos con ese ser tan temido que somos nosotros mismos. Si no está trabajando, la gente busca con quién tomar un café, ir a comer, echar unos “tragos coquetos”, ver una película, y una serie de actividades que casi nadie se atreve a hacer solo. Lo que esa gente tiene son compañeros de terapia ocupacional, no amigos. Pero ahí está el ser humano buscando amigos desesperadamente, y ahí están los “socialitos”, que son amigos de todos. Vivimos en el error�������������������� ������������������������� de pensar que necesitamos muchos amigos para que


nuestra vida demuestre éxito. Es necesario volver a la sabiduría. No hay mejor consejero que el gran Aristóteles, quien con toda la sencillez posible asegura: “El amigo de todo el mundo no es un amigo”. Si volvemos a Schopenhauer o a Carnegie, entenderemos que el amigo de todo el mundo es un adulador, un coleccionista de personas. Aristóteles gana con la última estocada: “No tiene ningún amigo el que tiene demasiados amigos.” Lo que tiene es, simplemente, una colección. En el siglo XXI puede ser una colección de rostros de personas que no ha visto en años y, en algunos casos, que ni conoce. Para aquellos que buscan amigos afanosamente, me remito a Demócrito: “La amistad de un solo sabio vale más que la de un gran número de locos”. El tema también obsesionó al incomprendido Nietzsche. Su sabiduría es útil para aquellos que se aferran a los amigos del pasado, sin entender que hace 20 años salieron de la secundaria y la vida ha girado distinto en torno a cada uno.

Señala Nietzsche: “Cuando dos antiguos amigos se encuentran después de una larga separación, sucede, muchas veces, que simulan tener interés por cosas que en realidad les han llegado a ser completamente indiferentes; a veces lo notan ambos y no se atreven a descorrer el velo, a causa de una duda un poco triste. Así es como ciertas conversaciones parecen sostenerse en el reino de los muertos”. Es simple, la vida pasa, la gente cambia, nosotros cambiamos, la nostalgia permanece, pero nada compartimos ya con aquel por quien hace dos décadas hubiésemos dado la vida. Se llama evolución, el ser humano le teme porque significa cambio.

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En otras ocasiones, nuestro grupo de amigos sigue ahí, inmutable, y es uno el que día con día pertenece cada vez menos, y ve con aflicción la distancia, cada vez mayor. No hay que olvidar que Nietzsche fue el profeta del superhombre: éste nunca se ancla al pasado, evoluciona, rompe barreras, cambia de mundos y puede llegar de pronto a ciertas alturas solitarias.

<< “Quien mejor sabe acariciar a los hombres, aun cuando sean asquerosas alimañas, ese tiene muchos amigos”. >>

El filósofo alemán nos consuela diciendo: “cuando nos transformamos radicalmente, nuestros amigos, los que no se han transformado, se convierten en los fantasmas de nuestro propio pasado; su voz resuena en nuestros oídos como si viniera de la región de las sombras, como si nos oyésemos a nosotros mismos, más jóvenes, pero más duros y menos maduros”. Juan Miguel Zunzunegui


Argüendero:

Rajarse En su ensayo Máscaras mexicanas, que forma parte del Laberinto de la soledad, Octavio Paz profundiza sobre el concepto de “rajarse”, verbo que tiene una gran carga psicológica para el mexicano.

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Consecuencia de una cultura machista, rajarse es abrirse, convertirse metafísicamente en una mujer, acobardarse, el ideal de la “hombría” consiste en no “rajarse” nunca. Los que se “abren” son cobardes. Rajar, en ese sentido de cobardía, El mexicano puede doblarse, humillarse, “agacharse”, pero no “rajarse”, esto es, permitir que el mundo exterior penetre en su intimidad. El “rajado” es de poco fiar, un traidor o un hombre de dudosa fidelidad, que cuenta los secretos y es incapaz de afrontar los peligros como se debe. Las mujeres son seres inferiores porque, al entregarse, se abren. Su inferioridad es constitucional y radica en su sexo, en su “rajada”, herida que jamás cicatriza*. Se tolera por ejemplo, la desviación del macho que viola a otro hombre, física o metafóricamente (a través del albur, por ejemplo), a condición de que no sea él, sino el otro, quien se raje. De la mujer que no se raja (a pesar de estarlo por naturaleza) se dice que es macha cuando abandona la pasividad de la mujer abnegada, sufrida, rajada. ¡A rajarse a su tierra!, expresión entre bravucona y cómica para burlarse de los tímidos, quienes simbólicamente se supone originarios de algún lugar de cobardes. De los arrepentidos se sirve Dios y de los rajados, el diablo, dicho popular que pone en duda el verdadero arrepentimiento de quien sólo lo hace por cobardía para salir de un aprieto. Recordemos, que a veces vale más la pena, rajarse a tiempo, que pasar malos ratos, sin embargo, esperamos querido lector, que no se raje mucho este año. * Máscaras mexicanas, Laberinto de la soledad, Octavio Paz.


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Trisquel:

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El 17 de enero de 1934, Ferdinand Porsche escribió su "Exposición en cuanto a la construcción de un coche para los alemanes". Soñaba con un automóvil para el pueblo, “de batalla”, aunque sobresaliente por su estilo y manufactura. Tendría espacio para cuatro pasajeros, alcanzaría los 100 kilómetros por hora y sería capaz de vencer pendientes de 30 por ciento de inclinación. El primer prototipo del sedán fue terminado el 5 de febrero de 1936. Su diseño era diferente al de cualquier otro automóvil fabricado hasta el momento. El Vocho se convirtió en el consentido de los alemanes: confiable, duradero, el primer auto que las personas de clase media podían adquirir. Setenta y tres años después, continúa siendo una de las más grandes obsesiones de todos los tiempos.

El padre del Escarabajo Ferdinand Porsche, creador del auto más vendido del mundo, invirtió la mayor parte de su esfuerzo, de su genio y casi los mejores años de su vida persiguiendo su ideal y coronándolo con logro. Autodidacta y curioso por naturaleza, a los 19 años de edad se le otorga el taller experimental de la Compañía Eléctrica Unida, al mismo tiempo que ingresa ilegalmente como oyente a la Universidad técnica, donde además se introducía de contrabando a las bibliotecas.


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Su obsesión era crear un automóvil eléctrico, su primer prototipo basándose en este principio, fue el Porsche-Lohner Chaise, que era capaz de viajar 80 kilómetros sin necesidad de recargar sus baterías. Este auto fue presentado en la gran Exposición de París de 1900, donde se llevo el premio ganador a los 25 años de edad. Su siguiente paso fue desarrollar un nuevo auto, combinando un motor a gasolina con un motor eléctrico, a lo que llamó un carro "Mixto". Su motor de gasolina generaba la energía, que alimentaba al motor eléctrico que accionaba finalmente las ruedas. Lo apodaron el carro "Tía Eulalia". El auto tuvo mucho éxito y Porsche se dirigió a las plantas para hacer más carros. Para 1905 el nombre de Ferdinand Porsche ya era célebre, Austria le concedió el Premio Peotting ese año, señalándolo como el hombre que a la edad de 30 años había realizado la más grande contribución a la industria automotriz de la nación. Al estallar la Primer Guerra Mundial, Porsche se vio construyendo aviones y dirigibles, equipados con motores potentes y ligeros, logrando así grandes diseños y recibiendo el título honorario de Doctor en Ingeniería. Poco después de la Primera Guerra Mundial se le ocurrió a Porsche la idea de un carro pequeño para todos, su célebre auto del pueblo (Volkswagen, en alemán). Sin embargo Alemania y Austria descartaban al público en general y desde luego a los trabajadores, como compradores potenciales, el automóvil era considerado un producto exclusivo para las clases privilegiadas. Años más tarde Porsche volvió a presionar sobre su idea de un carro chico para el hombre común, pero fue rechazada por los directivos ya que pudiera resultar demasiado costoso y que no dejara ninguna ganancia. El razonamiento de los ejecutivos parecía acertado, sólo que la población en general hizo más que sólo sobrevivir, muchos de ellos prosperaron, y sólo éstos, los prósperos, siguieron siendo el corazón del mercado automotriz.


Nace el el Vocho Vochocon conlalaayuda ayuda de Adolf Hitler de Adolf Hitler Porsche mostró su proyecto del Vocho en Rusia, pero también ahí fracaso. Parecía que el coche del pueblo se quedaría levitando en el mundo de los sueños. Porsche necesitaba encontrar a alguien con visión, confianza y, claro, dinero para financiar el proyecto. La fortuna dio un giro cuando encontró a Adolf Hitler, quien, junto con Goebbles, trabajaba por que la propaganda nazi llegara a todos los hogares de Alemania. Con la Volksradio, el programa de autopistas, y el Volksauto prometía mejorar la comunicación y motorizar al país.

100 kilómetros y debería alcanzar con facilidad los 100 kilómetros por hora.

Para Hitler, el automóvil que representara al Partido Nazi debía ser un triunfador en las pistas de carreras, y nadie sabía tanto de este tema como Porsche. Hitler también conocía mucho de autos y dio algunas especificaciones de cómo quería que fuera el coche del pueblo: un auto familiar de cuatro plazas, con motor enfriado por aire con capacidad de un litro. Su consumo debía ser de sólo siete litros de gasolina por cada

El resultado del trabajo de Porsche y su equipo fue el Tipo 60, un auto que compartía muchas características con el Tipo 32, pero al que el Führer le había hecho varias modificaciones. Por ejemplo, mandó reducir el contorno del cofre para hacerlo más aerodinámico.

Hitler fue lo suficientemente persuasivo para convencer a la RDA (Reichsverband der Deutschen Automobilindustrie, Asociación Alemana de Fabricantes de Autos) para que contratara a Porsche y le financiara el proyecto. Porsche comenzó a trabajar con unos 233, 000 marcos alemanes en la construcción de sus prototipos. Sólo le dieron diez meses para terminarlos. El precio tentativo de venta de 1, 550 marcos fue reducido a sólo 900.

Hitler edificó una de las plantas de fabricación de coches más grande de la época en Fallersleben, un pueblo situado a orillas del Canal

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de Mittelland. Sólo en el año de 1940, se produjeron 150,000 vehículos; para el año siguiente, se habían producido un millón y medio de unidades.

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El KdF-Wagen sólo estaba disponible en color gris azulado. Para adquirirlo, se ideó el primer sistema de autofinanciamiento de la historia. Los trabajadores debían pagar su KdF-Wagen antes de poseerlo, para lo que tenían que coleccionar unos cupones especiales. Por un pago mensual mínimo de cinco marcos, se obtenía una planilla en la que se reunían los cupones; hasta que no se hubiesen completado los 90 marcos, cantidad a la que había que sumar 50 marcos al momento de la entrega y 200 por concepto de un seguro vigente durante dos años, el trabajador no podía disponer del coche. El salario promedio de los empleados era de 200 a 300 marcos mensuales, no se pagaban intereses por la inversión, y la empresa no reponía las planillas en caso de pérdida. El contrato para adquirir un KdF-Wagen no se podía cancelar ni transferir y, si el trabajador se atrasaba una sola vez en sus pagos, perdía todo. A pesar de las estrictas condiciones, 336, 688 trabajadores firmaron contrato. Lamentablemente, ninguna de esas personas obtuvo su coche, ya que, en 1939, Hitler invadió Polonia y estalló la Segunda Guerra Mundial. La fábrica de Fallersleben dejó de fabricar vehículos y destinó todos sus esfuerzos a la producción de material bélico. Seis años después, cuando la guerra llegó a su fin, el dinero del KdF fue requisado por los rusos como indemnización por los daños, lo que significó otra etapa difícil en la vida del “Escarabajo”.

El querido Vochito

Un auto que obligó a redefinir la palabra “convencional”. Una concepción que obligó al resto de la industria automotriz a replantearse la certeza de saber lo que la gente quería. Un sistema de ventas y servicios que aún hoy no tiene igual. Una campaña publicitaria que marcó una época y es aún objeto de estudio para los profesionales del mercadeo. Un auto que llegó a superar holgadamente el 50% del parque vehicular en Alemania, Brasil y México. El secreto del Vocho es la eterna metamorfosis: ha sido reciclado, rebautizado, transformado, adornado, mutado, reinventado y vuelto a reciclar infinidad de veces por sucesivas generaciones. Adultos nostálgicos logran rastrear y recuperar el auto de su niñez; adolescentes imberbes redescubren la utilidad de las correas que cuelgan de los postes, y vuelven a cometer en autos que eran viejos antes de que ellos nacieran los mismos errores que cometieron sus padres; nuevas generaciones de madres viajan en el mismo auto para dar a luz… Más que una historia técnica o industrial, la del Volkswagen es una historia humana. El viejo sueño de un hombre y su lucha para alcanzarlo, la pesadilla de verlo hecho añicos, y su casi milagrosa realización después de la Segunda Guerra Mundial.


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