Indice
4 Caníbales industrializados Pita Escalona 6 Accidentes Rafael Sánchez 8 Ciencia: el futuro del arte Karina Anahís González Esquer 12 Apocalipsis Rodrigo Chávez Trejo 14 Caos Ana Rosa González Matute 16 Recuerdos del futuro Kim DiCE 20 Res incógnita Gabriel Bernal Granados 24 ¿Un futuro sin humanos? Zaira Torroella Posadas 30 Zeitgeist: un mundo sin dinero Ana Laura Pazos González 36 ¿Y si no imaginamos? Nuria Clavé 38 Homo impavidus María Elena Sarmiento 42 Virtual Reality Juan Miguel Zunzunegu 46 La cocina filosófica Merengues Patricia Garza Peraza
de Patty:
50 Más humanos que los humanos Nitezdu 53 Argüendero: Avatar 54 Café Sonoro: Música interactiva Armando Arrocha 56 Scientia: El primer hotel en el espacio 58 Trisquel: Visionarios
CONSEJO EDITORIAL BICAA´LU Dirección General: Mtra. Ana Laura Pazos González pazosorama@gmail.com Subdirección: Lic. Jorge Humberto Pazos Chávez aseconvox@asecon2006.com.mx Redacción: Mtra. Ana Laura Pazos González Lic. Pedro D. Hernández Zaldívar Coordinación Editorial: EQ fólder Bolívar 650 Centro Histórico S.L.P. (444) 814 9593 eqfolder@prodigy.net.mx www.eqfolder.com
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Insurgentes Sur 3155-2° Piso, Col. Jardines del Pedregal Cuicuilco C.P. 04510 México, D. F. Tel: + 52 (55) 51 71 48 03 www.grupoasecon.com.mx info@asecon2006.com.mx
Arte: Pág. 4: Eat it de fL0urish, pág. 6: JoshKeyes, pág. 14: Kazuki Takamatsu, pág. 18: VictoRobot Dog by adoptabot, pág. 19: Holi Robot Sculpture by adoptabot, pág. 24: Ben after People by VprNL., pág. 25: time_by_Vive_Le_Rock, pág. 26: Android_by_ stampede, pág. 31: Asimov_by_BioDongo.
¿Cómo imagina el futuro? ¿Catastrófico, ultra tecnológico, mejor que el presente? Hablar de algo que sólo deambula en la imaginación como una promesa o un ave de mal agüero puede parecer una necedad, sin embargo es a través de estas imaginaciones que construimos el porvenir. La ciencia ficción tiende a convertirse, simplemente, en ciencia. Y para muestra basta la obra de Leonardo Da Vinci, Julio Verne e Isaac Asimov. La historia nos proporciona pistas de lo que debemos hacer en el presente para no repetir los errores del pasado. Pero tendemos a tropezar con la misma piedra. Todavía nos seduce el poder, todavía declaramos guerras, todavía somos crueles. Quizá más crueles que nunca. Somos “Homo impavidus” en peligro de convertirnos en los “Caníbales industrializados” de la película Cuando el destino nos alcance. O en algo peor. Los Estados matan por dinero, los medios de comunicación mienten, los niños mueren de hambre, las especies se extinguen, y el planeta se calienta más rápido que en el periodo Cretácico, cuando una intensa actividad volcánica inundó la atmósfera de dióxido de carbono. Si la temperatura media de la Tierra se eleva un grado más, la aceleración del calentamiento global será irreversible. Las consecuencias: “Un futuro sin humanos”, “Caos”, el “Apocalipsis”. Pero, ¿y si cambiara el espíritu de nuestra época?, ¿si se generalizara la utilización de energías limpias?, ¿si existiera “Un mundo sin dinero”? En este número de Bicaa´lu, encontrará reflexiones sobre el pasado, realidades del presente, sueños y pesadillas del futuro. Con nuestra imaginación, viajaremos en el tiempo.
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El destino nos persigue sigiloso, a paso constante, despacio. Me llega a la memoria una clase de sociología en la preparatoria donde conocimos el Primer ensayo sobre la población de Robert Malthus (1776-1834), economista y demógrafo inglés, quien asevera que la población aumenta en progresión geométrica, mientras que los alimentos tan sólo aumentan en progresión aritmética. El futuro, en materia alimenticia, no es halagador. En México la población a principios del siglo XX era de 13 y medio millones de habitantes, y el censo del año pasado indica que hemos llegado a los 112 millones. Aunque todos los científicos inmiscuidos en la cuestión alimenticia trabajaran en el mejoramiento genético, técnicas de cultivo, granjas inteligentes y conservación e ingeniería de alimentos; en dos siglos más, no se podrían cubrir las necesidades alimenticias de la población del país ni del mundo. Tal vez tengamos que convertirnos en una especie de caníbales industrializados, como sucediera en la película Cuando el destino nos alcance, o a lo mejor comenzaríamos a incluir en la dieta tortillas a base de ratas e insectos. Los postulados de Malthus siguen vigentes al ver que han fallado los gobiernos mundiales en su intento por frenar la explosión demográfica, a excepción del chino, que desde 1978 permite a las parejas tener un solo hijo, haciendo del aborto un acto obligatorio para las mujeres que transgredan la ley. No deberíamos preocuparnos por el sabor de los roedores ni de nuestros congéneres, ya que la mayoría de los alimentos procesados que comemos tienen saborizantes artificiales.
Pita Escalona pitaescalona@gmail.com
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Accidentes 6
¿Y no traerás contigo el cántaro del sueño, el olvido de mí, el cielo de otra vida? Blanca Luz Pulido
Te despertó el beso en la mejilla y el café oloroso en la bandeja. Sonreíste porque parecía sábado, porque el sol se untaba en la cama, en tu pubis, en tus pezones soñolientos. Más tarde diste sorbitos al café mientras la televisión trabajaba en silencio, y él dormía inquieto, inmerso en un sueño de relámpagos que te hacía sentir culpable, cómplice, por no sacarlo de ahí, por no ayudarle a volver a tu lado, a la recámara donde el sol dejaba ya de ser visible y tú tratabas de adivinar cuál era su pesadilla. O tal vez te despertó su mano ajena como un trozo de vidrio; o su aliento de ron arrastrándose junto a tu nombre completo, sin
diminutivo, sin la ondulación que él usaba cuando quería atraparte endulzando una vocal. Habló sin tregua, sin dar oportunidad a que las palabras hallaran acomodo en la oscuridad a medias de la recámara. Le mirabas fijo y su rostro se derretía ora entre los ojos, ora entre nariz y boca, convirtiéndolo en un monstruo marino cuyo veneno no estaba en la piel, no en un aguijón oculto, sino en el ruido espeso, pestífero que volcaba contra ti.
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O tal vez te despertó el brincoteo del automóvil, el dolor ligero y sorpresivo cuando el volante escapó de tus manos obedeciendo lo imperfecto del camino y te hizo llegar el olor de la hierba doblegada. Es posible, incluso, que el olor lo hayas imaginado mientras deseabas entender qué pasaba; cuándo caíste en el sueño; por qué no trataste de controlar el auto, pisar el freno, volver al camino. No perdiste el sentido. Pudiste reconstruir en tu mente los rugidos del hierro, los gritos de los árboles, los siseos de los arbustos, todo eso que dirigió el rumbo a fuerza de golpes, de brincos; la rama que estrelló el parabrisas, la sensación de vacío y luego el último estruendo, el definitivo, el que dejó todo en calma a excepción del silbido que te horadaba entre las cejas. No perdiste el sentido porque querías adivinar el aullido de la ambulancia; te obligaste a estar consciente para escuchar al rescatista decir: “todo va a estar bien, no te preocupes, ahora te sacamos de aquí, quédate quieta, ¿dónde te duele?”. Rafael Sánchez
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En la actualidad nos sentimos sin dirección, como perdidos en el tiempo y el espacio. Nuestra historia y microhistoria no nos interesan. Nuestro bagaje es una serie de fracciones simplificadas en un collage. Sabemos poco de nosotros mismos, y a nuestros héroes los hemos ido despojando de su halo divino para convertirlos en personas normales, llenas de defectos y, por tanto, no susceptibles de admiración. Lo mismo sucede con los objetos. Nos da igual admirar una escultura griega que las heces enlatadas de un artista, un lienzo en blanco, o a alguien auto mutilándose en un museo. Es como si hubiéramos llegado al mundo de repente, huérfanos, como seres extraterrestres cuya misión es destruir todas las instituciones: la religión, los Estados, el matrimonio, el arte… Vivimos una época en la que el Estado-nación es débil y las empresas multinacionales tienen el poder; la ciencia, limitada en otro tiempo por el poder político, se alza gloriosa –tal vez sea el poder económico el único que opaque un poco su hegemonía. No es cuestionable que la ciencia vaya abriendo sus propios senderos, como nos advierte Jean-François Lyotard: en la ciencia moderna, las reglas del juego son inmanentes a ese juego, establecidas en el seno de un debate ya en sí mismo científico, y no existe prueba de que las reglas sean buenas a no ser que haya un consenso entre los expertos. Para este autor, los sapientes de la ciencia son los que elaboran los discursos que son válidos y los argumentan según cánones que poco tienen que ver con los relatos imperfectos e inexactos de la filosofía y la ética.
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Esta sensación de vivir fragmentados, en una especie de esquizofrenia, donde el sujeto percibe no pertenecer al espacio, es propia del posmodernismo. La unión del hombre y la máquina parece no ser una opción, sino una tendencia que se expresa a través del aislamiento y de una hipercomunicación a niveles que aún no entendemos y que tendremos que aprender a manejar. Ya lo expuso Arthur C. Danto al declarar que el arte ha llegado a su fin, en el sentido de que ningún arte está ya enfrentado históricamente contra ningún otro tipo de arte. Ningún arte es más verdadero que otro, ni más falso históricamente que otro. Para este autor, la historia del arte no tiene una dirección que tomar. El arte puede ser lo que quieran los artistas y los patrocinadores. Ahí tenemos el bioarte, que consiste en cultivar tejidos orgánicos o in vitro. 10
Infiero que aunque no dejarán de existir todas las formas de arte que conocemos –porque son piezas del rompecabezas aparentemente inconexo que es la cultura–, se desarrollarán formas artísticas a partir de la ciencia, no vista como apoyo o herramienta, sino como matriz de un arte que puede llegar al extremo de implantar tecnología en el cuerpo del artista. Hace unos días, en una conferencia, escuché que quien lograra enfriar los reactores nucleares en Japón sería un verdadero artista. Estoy de acuerdo. No sé mucho de ciencias aplicadas, pero es probable que un día sea una máquina la que encuentre solución a esta clase de problemas. ¿Llegará la máquina a ser el artista más prolífico y eficiente que haya visto la humanidad? Karina Anahís González Esquer
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Fui a comer a mi restaurante favorito, me senté en la sección de siempre y pedí el platillo de todos los lunes. A pesar de que nada se interponía a la rutina, algo me pareció distinto aquella tarde. Los comensales estaban tan concentrados en sus conversaciones y alimentos, que ninguno se percató de que en la mesa número quince se encontraban los cuatro jinetes del Apocalipsis. Cuatro caballos amarrados afuera del local confirmaron mi sospecha. Me pareció increíble que nadie más se hubiera dado cuenta. Estoy seguro de que todas las miradas se habrían vuelto hacia aquella mesa de haberse tratado de algún mediocre actor de telenovelas. El pánico me invadía, pero la curiosidad pudo más. Dejé mi lugar en la barra y me dirigí hacia ellos. Clavaron sus ojos en mí y, sin haberles dirigido palabra todavía, aquél al que llaman Muerte acercó una silla y me pidió que me sentara a su lado. En otras circunstancias, habría hecho un intento por romper el hielo; el chiste sobre la monja y el jabón hubiera funcionado bien. Pero no era momento de socializar. Después de unos segundos de vacilación, abrí la boca para preguntarles si habían venido a destruir el mundo. No sólo me dijeron que sí, también confesaron que su plan ya se encontraba en acción. Sin embargo, nada fuera de lo común ocurría. Con un nudo en la garganta, les hice notar que el mundo seguía en pie.
La Muerte me dijo que viera más allá. Sus compañeros me seguían mirando fijamente. Miré alrededor y encontré todo muy normal, común y corriente. Salí a la calle y me pareció que aquél era el día más apacible. Volví al restaurante y les dije que afuera no pasaba nada, que el mundo seguía girando. El jinete pálido me tachó de ingenuo. Dijo que la destrucción del mundo había empezado hace mucho y que nosotros éramos sus intermediarios. –Les dimos instrumentos que utilizaron como armas. –Les dimos fuego e hicieron guerra. –Les dimos una balanza y el rico la inclinó a su favor. –Les dimos muerte y continuaron menospreciando la vida. Antes de alejarse en sus caballos, que parecían cuatro sombras siniestras, la Muerte advirtió: –Rondaremos la Tierra algunos años más; después nos uniremos en un solo ser y volveremos para acabar con todo. Nos llamaremos “Hombre”.
Rodrigo Chávez Trejo
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Caos vigor de la noche de la noche impúdica y robada que en su andar sonámbulo esconde el temblor último • profanO• Noche que en su garbo arrastra su desgarbo mimetismo de fuerzas perdidas enjambre de anhelos que acechan un Presente • sin Futuro La tierra preñada de abismos se embriaga al caer en su vacío donde a u g u s t o el tímido silencio evoca el garfio de lo estéril ~ salitre de mudo canto ~
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Los cerebros antes prodigiosos fecundos en su propia inmensidad fueron privados de ese milagro perdieron su carne • semilla y polen pobladores de mares . . . ¡ Oh Caos ! monstruo del sino preñado ahora de polvo donde el presente NO comienza donde el Tiempo ha colgado su sapiencia prohibiendo al Hoy su Mañana. La naturaleza SOLA viste de luto entierra el cantar de sus mares se enreda en la selva capilar de su íntima y agónica conciencia Ana Rosa González Matute
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De niño, en vez de ir por una malteada, mi padre solía ir a las librerías a atiborrarse de información sobre ciencia y tecnología.
Las ideas que parecen inconcebibles para la mayoría, son concebidas en la mente de un visionario y producidas por alguien que tuvo fe en ellas.
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Nació en los tiempos de un boom tecnológico (que quizá para las nuevas generaciones ya no represente un “bum”, sino un “¡puf!”). Sin embargo, eran finales de la década de los cincuenta y ya se vislumbraba el auge del futurismo, que inició cuando se logró romper la barrera del sonido en las pruebas aeronáuticas. El hombre comenzó a desarrollar tecnología en miras del futuro: no sólo necesaria y funcional, sino también estética y ambiciosa. Algo más interesante que una lavadora, una aspiradora o cualquier otro electrodoméstico.
“Si alguien se imagina algo, al tiempo se convertirá en realidad, para bien o para mal”, bien dice mi padre. Tal como Julio Verne propuso en El eterno Adán, la vida es cíclica y es por ello que la tecnología ha tenido ciclos evolutivos en los que cada vez se transgreden más los límites de lo posible. Los ciclos van surgiendo y resurgiendo, y con ellos, los hombres se transforman en seres cada vez más tecnológicos. 18
En 1948, George Orwell escribió, influenciado por la posguerra, un futuro 1984 gobernado por un Estado represor en el que no existía la conciencia individual. Se podría pensar que el futuro está un tanto prejuiciado por el presente en que lo vaticinamos. Sin embargo, Da Vinci jamás dejó de imaginar y no titubeó en sus predicciones. Fue un poco más allá, al igual que Verne, quien derramó en sus novelas su imaginación, llena de adivinaciones prodigiosas del futuro. Las ideas que parecen inconcebibles para la mayoría, son concebidas en la mente de un visionario y producidas por alguien que tuvo fe en ellas.
“Si alguien se imagina algo, al tiempo se convertirá en realidad, para bien o para mal”, bien dice mi padre. Televisores colosales con pantallas de burbuja, que ahora son planas y livianas; radios de madera con enormes agujas iguales a las de un velocímetro, que actualmente caben en un celular. Aquellos televisores gigantes, radios tamaño mueble, tocadiscos, pedazos de enseres de fibra de vidrio y en colores vibrantes con formas extrañas, hoy vistos como cacharros, son, en realidad, la materialización de un futuro que ya pasó. Ese viejo ático lleno de recuerdos del futuro representa el tesoro de mi padre, quien nos enseñó a mi hermano y a mí a valorar la magia que vincula nuestros recuerdos más vívidos con los objetos –muchas veces, inservibles–, que conservamos. Con nuestros apegos, le hemos creado un alma sintética a aquello que creíamos inanimado y que nos hace sentir la presencia del pasado y el futuro. La interacción con esta modernidad siempre me resultó paradójicamente melancólica. Crecí entre switches automáticos que encienden la luz con sensores de movimiento y antigüedades que en algún momento fueron el último grito tecnológico.
Siguiendo los pasos de mi padre, he creado mi propio ático de los recuerdos del futuro: desde radios portátiles (mejor conocidos como walkman’s), chamarras ochenteras con ridículos foquitos añadidos, grandes cilindros de plástico que cambian de color según la temperatura del líquido en su interior, lectores de discos compactos portátiles, y un sinfín de inútiles utensilios que nos recordarán el pasado que, en algún ciclo, nos pareció futuro. Dedicado a mi padre, un hombre coetáneo de toda época, amoroso en todos los tiempos: pasado, presente y futuro. Kim DiCE, apocalípticamente integrada.
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Un pintor de veintitantos años asiste a una tertulia de hombres de letras. La tertulia es presidida por un clérigo de vasta cultura, el cual, incluso, ha publicado algunos libros. Este joven pintor no está seguro de poder cumplir con la vocación que él mismo se ha impuesto (a los diecisiete años había pintado su primer autorretrato, donde se le ve, con un falso orgullo, sosteniendo un pincel desproporcionadamente grande en su mano izquierda). Luego de mucho meditarlo y superando el pavor que se desprende de una admiración fidedigna, le pide a uno de los escritores que acuden a esa tertulia que pose para él, pues ha concebido la idea de un retrato. Hace un estudio preliminar, a tinta, que involucra no más que la cabeza de este personaje. En el boceto, el escritor aparece como una maraña de líneas gruesas, que recuerdan más la máscara postrera de un muerto que la de un ser vivo.
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incógnita
* Retrato de El Chato Noriega, óleo sobre lino de Fernando Leal Audirac.
En una sesión posterior, frente a un lienzo de dos metros por dos, el joven artista comienza a ejecutar el retrato. Utilizando primero el carboncillo, dibuja la silueta general de un anciano de estructura imponente, sentado sobre un sillón. Sus piernas voluminosas están abiertas para franquearle el paso a un bastón fálico, que delata la edad y la autoridad del personaje. Sus manos nudosas y aún firmes reposan sobre la curva del bastón y los dedos entrecruzados alimentan un puro. Con el pincel el artista empieza a marcar directamente los matices de color del traje. Emplea marrón y azul.
A pesar de las varias etapas en que se realiza este cuadro (entre 1983 y 1985), las aplicaciones de color obedecen a pinceladas diagonales, rápidas, que dejan al descubierto el fondo crudo de la tela. Un azul claro gobierna uno a uno los rincones del sillón que ocupa el cuerpo ancho del personaje. La corbata que le ciñe el cuello es roja. Su rostro parece haber quedado para el final, lo cual es una forma retórica de decir las cosas, pues el pintor ha comenzado con el rostro y se ha concentrado desde un principio en este símbolo.
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Si uno se fija en la cara, ésta parece desprendida del cuerpo. No como si se inclinara, apoyando el mentón y la papada sobre el pecho; más bien como si reverberara, cercenada del cuerpo que le da sentido. Cuando el joven artista ha terminado su trabajo, cita al venerado escritor en su estudio, para mostrarle el cuadro. Llegada la hora, puntualmente, suena el viejo aldabón de la puerta. El modelo se apercibe a mirar el cuadro y pasa largos minutos sin decir palabra. “Fernando”, le dice finalmente, “es que no veo el cuadro por ningún lado”. El joven artista traga saliva y responde con un angustiado “Pero, maestro, desde luego, el cuadro está ahí, frente a usted”. “Fernando, es que no veo el cuadro por ningún lado.” Luego de varios minutos de silencio y angustia, el escritor completa la frase:
“No veo el cuadro por ningún lado, lo que usted ha hecho ha sido una radiografía de mi alma”. Esa cualidad fantasmal que está insinuada en mi descripción de la pintura aparece desarrollada en otros cuadros que ya no se apoyan en esta “retórica del inacabamiento”. En cuadros posteriores, los personajes y los rostros parecen como deslavados por el paso del tiempo. Se han convertido en iconos, en piezas de un museo imaginario terriblemente vívido. Es como si estuviéramos viendo esas figuras a través de una hipotética ventana donde llueve. El procedimiento que da cuerda a estos empeños tiene un paralelo literario: la magdalena bañada en la taza de té de Proust. Gabriel Bernal Granados
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¿Un futuro sin humanos? La humanidad tiene dos opciones: permanecer en la Tierra y vivir en armonía con ella, o desaparecer. Nuestro planeta tiene una vida aproximada de cuatro mil millones de años. En todo este tiempo, ha experimentado diversos cambios climáticos producidos por glaciaciones, actividad volcánica e impactos de asteroides, por nombrar sólo algunos. Desde hace tres mil millones de años, ha albergado a una gran diversidad de habitantes en sus suelos, aires y aguas que convivió en armonía con su entorno hasta la llegada del ser humano, hace unos cuantos miles de años. Aunque no considero al primitivo homo sapiens sapiens como el mayor destructor del planeta, sí a una evolución del mismo que apareció hace tres siglos. Me refiero a lo que he denominado el “homus modernus”, una especie de homínido sediento de progreso y confort que se ha encargado de ocasionar la vorágine.
El hombre moderno ha provocado más estragos en este corto periodo de tiempo que en toda la vida de la Tierra. Ha contaminado y cambiado los ciclos naturales de las lluvias a través de la deforestación de miles de hectáreas de bosques y selvas; alterado los ciclos ecológicos; causado la extinción de innumerables especies vegetales y animales; y sobrepoblado el mundo como si todos los recursos fueran renovables o infinitos. Sin duda, el mayor problema que ha provocado, debido al mal uso de la tecnología en la producción de fuentes de energía contaminantes, es el cambio climático. El aumento de la temperatura de la Tierra no está siendo provocado por un ciclo natural, como sucedió hace miles de millones de años, durante la era Cretácea, sino por nosotros que, a través de las constantes y crecientes emisiones de dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera, estamos aumentando la cantidad de gases invernadero, que forman una cúpula cada vez más caliente y espesa alrededor de la Tierra. Con o sin nosotros, la biósfera siempre ha llevado a cabo un trabajo de auto limpieza. El calentamiento global amenazó durante la era Cretácea (entre 144 y 165 millones de años antes de nuestra era). El clima había estado cambiando lentamente, de modo que las especies tuvieron tiempo suficiente para adaptarse. Pero hubo un periodo de extrema actividad volcánica que inundó la atmósfera de dióxido de carbono e hizo subir la temperatura media del planeta a niveles exorbitantes. Durante
millones de años, la naturaleza se dio a la tarea de extraer todo el dióxido de carbono de la atmósfera, que fue absorbido a través de fosas de carbono naturales como plantas y océanos, y lo enterró a gran profundidad para fosilizarlo. Miles de millones de toneladas de carbono impregnadas con la energía del sol fueron enterradas. La pesadilla del Cretácico había terminado. Pero el hombre descubrió la manera de desenterrar el carbono que con tanto trabajo la naturaleza había escondido en las profundidades. Cada vez que quemamos combustibles fósiles (que provienen del carbón, del petróleo y de productos químicos), recalentamos al planeta. El “homo modernus” descubrió que el dióxido de carbono fosilizado es valioso. Tras quemarlo, lo devuelve a la atmósfera. En menos de un siglo, ha reproducido las condiciones climáticas de la era Cretácica, pero a una velocidad tal, que esta vez la mayoría de las especies no tendrán oportunidad de adaptarse y sobrevivir. La temperatura media del planeta ha aumentado 0.8 grados. Nos encontramos a punto de alcanzar un grado más de temperatura: más calor que el experimentado hace miles de años. Un grado supone una transformación radical, un futuro muy distinto. Con tan sólo seis grados menos, inició una glaciación en la Tierra hace 18 millones de años. ¿Qué ocurriría con seis grados más? El Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) ha previsto el siguiente escenario:
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¿Qué pasaría si desaparecieran los humanos? En realidad, nada. La Tierra se regeneraría y purificaría, como siempre lo ha hecho.
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•Con 0.8 grados más (temperatura media actual). La naturaleza tardó ciento cincuenta mil años en crear la gran placa de hielo de Groenlandia, que se está derritiendo a mayor velocidad que en cualquier otra época de la historia. Cada año, se derriten 15.5 kilómetros; cada dos días, la cantidad de hielo que se desprende del glaciar tiene agua suficiente para abastecer al área metropolitana de Nueva York durante un año. Entre más se caliente el planeta, más rápido se empezará a colapsar y derretir esta placa de hielo. Debido a que los mares se han calentado más de lo que los corales pueden soportar, una gran parte del arrecife australiano ha muerto. Intensas olas de calor en el Mediterráneo provocaron la muerte de miles de personas en Europa durante el verano de 2003 y causaron la interrupción de la fotosíntesis en determinadas especies vegetales: en vez de que el árbol absorbiera CO2 y lo convirtiera en oxígeno, retuvo oxígeno y liberó CO2. •Si la tierra se calentara un grado más. El Ártico estaría libre de hielo durante la mitad del año. Decenas de miles de hogares se inundarían, habría más huracanes en el Atlántico Sur y graves sequías en el noroeste de América que traerían escasez de grano y carne en los mercados de todo el mundo. •Con dos grados. Los glaciares de Groenlandia desaparecerían, incluida su fauna. Las islas del Pacífico se cubrirían por completo con las crecientes olas. Se perdería la totalidad de los arrecifes de coral de los mares tropicales, los cuales ya están empezando a desparecer. Más de un millón de especies viven, crecen y se alimentan de los arrecifes; los mares cuentan con mecanismos que ayudan a absorber el dióxido de carbono de la atmósfera, pero estos mecanismos comienzan a colapsarse. Si se pierde un arrecife coralino, se pierden quinientas mil especies.
Se alcanzaría el punto crítico que aceleraría el incremento irreversible del calentamiento global del planeta. Al subir la temperatura, se derriten los glaciares y la pérdida de hielo acelera el calentamiento. El resultado: una reacción en cadena cuyos efectos serían mortales para millones de especies, incluida la humana. •De 3 a 6 grados. En tan sólo cuatro décadas, los glaciares del Himalaya, fuente de agua para millones de personas, desaparecerían por completo. En cincuenta años, la capa de hielo de Groenlandia podría derretirse irremediablemente. Para finales del siglo XXI, la selva Amazónica, hogar de cerca de la mitad de la biodiversidad mundial y fuente del 20% de oxígeno del mundo, podría desaparecer para dejar en su lugar una árida sabana. Procesos de fotosíntesis interrumpida podrían desatarse en todas partes del mundo; los huracanes tendrían más fuerza y serían más constantes.
Si los glaciares se derriten en su totalidad, el nivel del mar se elevaría miles de millones de litros hasta cubrir por completo las ciudades de todas las costas del mundo. Al mismo tiempo, en el centro de los continentes, se secarían los principales ríos y lagos, lo que seguramente traería guerras por el control del agua. •Con 6 grados más. Extinción de la humanidad. Los océanos se convertirían en desiertos marinos. ¿Qué pasaría si desaparecieran los humanos? En realidad, nada. La Tierra se regeneraría y purificaría, como siempre lo ha hecho. Iniciaría un nuevo ciclo de vida con las especies sobrevivientes. Tal vez éste se convierta en un planeta habitado por cucarachas, ratas e insectos súper evolucionados. Sería el fin de nuestro mundo, pero no el fin de la Tierra. Sin embargo, todavía nos encontramos a tiempo de evitar los cambios irreversibles que harían realidad este escenario de pesadilla.
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¿Qué podemos hacer? Utilizar focos ahorradores de energía, desconectar aparatos eléctricos cuando no los estemos ocupando, usar el automóvil lo menos posible... Éstas son las medidas que podemos tomar como individuos, pero lo más importante es que los países industrializados hagan conciencia. Se deben emplear fuentes de energía alternas para sustituir a las plantas eléctricas de carbón (cambiar el combustible fósil por energía solar, eólica, térmica o nuclear). El Joint European Torus (JET) en Inglaterra está trabajando en un reactor de fusión nuclear que se alimenta del sol, fuente de energía ilimitada y autosuficiente. No obstante, aun no se ha logrado que funcione al 100%, por lo que no podrá abastecer de energía al planeta hasta dentro de al menos treinta años. No podemos sentarnos y esperar a que alguien invente una nueva y fantástica fuente de energía ilimitada. La realidad es que tenemos menos de diez años para evitar esta catástrofe. Y sin embargo, el apetito del mundo por la energía sigue siendo voraz. ¿Sobreviviremos? Podemos imaginar un futuro remoto con humanos en una Tierra sana, donde se viva con tecnología sustentable, se recicle el agua, la basura, y se utilicen energías limpias. Ahora que lo hemos imaginado, trabajemos por ello y hagamos conciencia antes de que el indicador del termómetro marque la temperatura de nuestra extinción. Zaira Torroella Posadas http://www.zairatorroella.com.mx/
Los catorce cuentos que recoge Parvada blanca en la ciudad son catorce intrigantes, equívocas, misteriosas historias que nos llevan a climas y situaciones diversos. A la vez, estos relatos -tenues, rotundos, tajantes- son ceremonias de iniciación, un mismo rito de pasaje catorce veces celebrado. En una atmósfera de laberinto, de encrucijada, de espesa neblina, los personajes de Ana Laura Pazos se encuentran siempre al borde de alguna revelación que será definitiva para sus vidas. Esta joven escritora tiene un don especial para hacernos sentir la trascendencia de ese paso que estamos a punto de dar.
ZEITGEIST:
un mundo sin dinero
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El dinero es la piedra filosofal que convierte a los animales en filetes; a los ladrillos en casas; a las sustancias en medicamentos; a los árboles en muebles y al conocimiento en educación. Para sobrevivir, el hombre debe ser un alquimista del dinero. Trabajar y ganar billetes para consumir, consumir, consumir... El mundo es un centro comercial habitado por una especie llamada homo consumens. Su objetivo: comerlo todo, usarlo todo, acabar con todo. Pero no cualquiera puede comprar igual en el centro comercial que es el mundo. Algunos trabajan en las tiendas y consumen sólo un poco. Otros limpian y cuidan del centro comercial: compran lo necesario. La mayoría pasea por los pasillos de este limbo con la esperanza de, algún día, tener mucho dinero para comprar cosas mejores: alcanzar la redención económica. En el nivel más alto se encuentran los dueños del World, Inc. Ellos pueden comprar lo que deseen y a quien deseen. Después de todo, el mundo les pertenece.
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De acuerdo con John Locke, “no puede haber injuria donde no hay ninguna propiedad”. Sin embargo, el mundo se encuentra repartido de norte a sur y de este a oeste. Líneas que cruzan el mapa con capricho. Algunas conforman cuadrados casi perfectos; otras siguen el cauce de un río y parecen haber sido dibujadas por una mano temblorosa. Cada país, cada isla, cada montaña… tiene una etiqueta con el nombre del propietario. El problema comenzó con una afirmación muy simple: “esto es mío”. Pero, ¿bajo qué criterio se decidió que el terreno inscrito entre el árbol número cinco y el árbol número veinte pertenecía a la tribu “X”? Alguno muy arbitrario, seguramente.
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La realidad es que la tierra no le pertenece a nadie. La propiedad es una invención humana, un concepto que se ha promocionando durante miles de años y que hoy nos parece completamente natural. Lo mismo sucede con el dinero. Se ha convenido que unos rectángulos de papel muy especiales y unos círculos de metal muy valiosos son indispensables para obtener bienes. El resultado: un sistema económico que perpetúa el crimen y la disparidad social. Pero, ¿y si la convención cambiara a una economía basada en los recursos?
Transformar el centro comercial en un paraíso tecnológico en el que no exista el dinero y los recursos se encuentren igualmente disponibles para cualquiera.
El Proyecto Venus y la economía basada en los recursos Este concepto fue desarrollado por Jacque Fresco, arquitecto de 95 años de edad que ha dedicado gran parte de su vida a diseñar hermosas ciudades del futuro. Su propuesta es cambiar la economía de crecimiento por una economía de equilibrio dinámico; sustituir el modelo competitivo por uno de colaboración; pasar de la propiedad al acceso (usar y devolver los bienes, no poseerlos); y, finalmente, eliminar al dinero. Según Fresco, la tecnología es lo único que puede liberar al hombre del sufrimiento, ya que sólo la tecnología es capaz de resolver los problemas que durante miles de años han acosado a la humanidad. Tecnología es un lápiz, un medicamento o un robot; es todo aquello que nos facilita el trabajo. Los políticos pueden hacer leyes y declarar guerras, pero no pueden desaparecer la injusticia ni liberar a los seres humanos del dolor, pues en un sistema monetario como en el que vivimos no existe el dinero suficiente para que todos tengamos la misma calidad de vida. No obstante, sí existen los recursos naturales suficientes para que todos podamos vivir en la abundancia. Y lo único que se interpone entre nosotros y la abundancia es el dinero. Jacque Fresco también es el fundador del Proyecto Venus, una organización sin afanes de lucro que pugna por el rediseño total de nuestra cultura. Transformar el centro comercial en un paraíso tecnológico en el que no exista el dinero y los recursos se encuentren igualmente disponibles para cualquiera. Todos los sistemas
económicos de la historia han perpetuado la estratificación social y el elitismo. En una economía basada en los recursos, los bienes y servicios se encontrarían disponibles sin la necesidad de emplear dinero o cualquier otra forma de deuda o servidumbre. Si todo el dinero del mundo fuera destruido y los recursos y las fábricas fueran dejados intactos, el hombre seguiría siendo capaz de crear y construir para satisfacer sus necesidades. El proyecto también propone la utilización de energías limpias para la construcción de ciudades tecnológicas y autosuficientes que no dañen al planeta. Al mejorar la infraestructura, mejoraría también la calidad de vida: nos convertiríamos en una sociedad más humana. La economía basada en los recursos y el diseño estratégico son las armas con las que el Proyecto Venus pretende cambiar el curso de la historia. Imagine una ciudad futurista, atravesada por trenes veloces como el rayo, con edificios curvilíneos que absorben la energía del sol para funcionar, adornada por pastizales, lagos y árboles de todo tipo... Una ciudad en la que el trabajo, el dinero y las profesiones monótonas no existen, pues todo es realizado por el brazo metálico de un robot. En esta ciudad ideal, hay centros de arte, de música, escuelas y hospitales. Las guerras, la injusticia, la política y la hambruna no son más que un lamentable recuerdo. Usted sólo tendría que preocuparse por ser feliz. La ciudad haría todo el trabajo. Jacque Fresco afirma que este lugar de ensueño podría ser una realidad, si no fuera por la resistencia que oponen los grupos de poder.
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Movimiento Zeitgeist
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El Movimiento Zeitgeist1 es el brazo activista del Proyecto Venus. En alianza con Fresco, el director de cine Peter Joseph escribió, dirigió y produjo tres documentales que circulan gratuitamente por la red y que se han convertido en un fenómeno mundial: Zeitgeist, The movie; Zeitgeist, Addendum; y Zeitgeist, Moving forward. Subtitulada en más de ochenta idiomas, la saga pretende crear conciencia; desenmascarar al sistema político y económico y a otros organismos de poder como la Iglesia; hacer que el mayor número de personas abra los ojos, escuche su mensaje y se convenza de que el Proyecto Venus es la solución a la injusticia. Si nueve niños mueren de hambre cada minuto, si la mayoría vive en la escasez, si el dinero es más valioso que una vida humana, algo anda muy mal. El sistema no funciona. 1
Expresión alemana que significa “espíritu de una época”.
Los documentales –conmovedores, inteligentes, poderosos– han logrado persuadir a miles de personas de colaborar con la causa. Desde 2007, cada 13 de marzo se lleva a cabo el llamado “Z-day”, un evento global, en el que este año participaron 1000 sedes, que tiene por objetivo proporcionar información acerca de los avances que ha logrado el movimiento, seguir creando conciencia y entrenar a los nuevos activistas. Jacque Fresco y Peter Joseph tienen la esperanza de que el movimiento conmueva a los gobernantes y de que éstos les brinden su apoyo. “El Proyecto Venus no es una utopía”, declaró Joseph en el Z-day que se llevó a cabo hace un par de meses en Londres. Pero, ¿cómo convencer a las élites de poder?, ¿cómo destruir al centro comercial? Además, para construir estas ciudades ultra tecnológicas y paradisiacas, ¿no será necesario el dinero? Gran paradoja, si lo que se busca es crear un mundo en el que no exista el dinero…
Si nueve niños mueren de hambre cada minuto, si la mayoría vive en la escasez, si el dinero es más valioso que una vida humana, algo anda muy mal.
Críticas más comunes
“El Proyecto Venus es una especie de marxismo con robots.” Periodista
“Zeitgeist pretende apegarse a la ley natural. No tiene nada que ver con el comunismo.”
Peter Joseph
“Ustedes quieren reeducar y adoctrinar a la gente.” Periodista
“El proceso evolutivo de los humanos es un constante proceso de reeducación.” Peter Joseph
“Esto parece un sistema totalitario.” Periodista
“Si no quieres vivir en mi sociedad, no vivas en ella. Ante todo, Zeitgeist aboga por el libre albedrío. Los sistemas totalitarios no funcionan, sólo crean resentimiento.”
Peter Joseph
Evidentemente, el proyecto tiene sus debilidades. La teoría, como en el comunismo, suena muy bien, pero en la práctica el resultado podría ser desastroso. Por otra parte, cabe preguntarnos: ¿este modelo va acorde con la naturaleza humana? Tal vez sólo una ciudad experimental diseñada por Fresco pueda darnos respuesta. Sin embargo, es incuestionable que algo anda muy mal con el mundo, que el sistema no funciona, que las especies se extinguen, que los niños mueren de hambre, que la esclavitud no ha sido abolida, que la corrupción ha invadido cada esfera del organigrama, que las élites de poder asesinan por dinero… Seguir consumiendo como autómatas o abrir los ojos. Esa es la cuestión. Ana Laura Pazos González pazosorama@gmail.com http://leeanapazos.blogspot.com
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多Y si no imaginamos?
Es curioso sentarse a escribir sobre un tema cuya perspectiva genera tanto miedo que dan ganas de callar. Hablar sobre el futuro no es cosa fácil cuando apenas podemos lidiar con pasados no resueltos y presentes indescifrables. Tendría cerca de diez años cuando caminaba en el estacionamiento de un centro comercial con una amiga y su padre, quien nos llevaba al cine. Ni mi amiga ni yo éramos muy aficionadas a los coches, pero al pasar delante de tantos, y como todo niño que aún cree en la realización de cualquier posibilidad y en la eternidad del tiempo, hablábamos del coche que tendríamos al cumplir dieciocho años. Las dos coincidimos en que nos gustaría algo “sencillo”, y me parece que la deliberación fue algo así como un Golf. Su padre, un tanto extrañado ante nuestra poca fantasía y con una convicción más fuerte que nuestro deseo, nos dijo: “cuando ustedes tengan dieciocho años, habrá coches tan modernos que ahora ni siquiera pueden imaginárselos”. Es curioso que comentarios así de banales graven con tanto significado nuestra memoria y condicionen nuestro modo de dibujar el porvenir. Aquel día, camino a ver una película de ciencia ficción con una amiga cuyo presente ya no comparto, entendí que el futuro trascendía el fin de semana y que el entorno era variable. Ese día también me di cuenta de que mi capacidad de imaginar era un poco limitada y, lo que resultaba peor, de que el futuro de mi país –lo que entonces era mi mundo– estaría lleno de artefactos tan raros como solitarios, de medios de transporte polari-
zados y voladores que se activarían con tan sólo apretar un botón y se deslizarían sobre carreteras colgantes sin realizar ningún tipo de ruido. Y luego, claro, no pude evitar preguntarme si llegada la mayoría de edad mis padres podrían comprarme uno de esos artefactos que, vistos desde ese hoy incrédulo, serían carísimos. Porque ya desde entonces quedaba claro que los avances tecnológicos comprometían las facultades –y dificultades– de adquisición de cada familia. Ya desde entonces surgieron preguntas que hoy, al pensar en cómo será el futuro de mi país, se intensifican hacia mis adentros y queman poco a poco y en silencio los discursos aprendidos antes de mis diez años. Lo cierto es que la única incógnita que sé plantear con facilidad es el por qué, al hablar sobre ese mundo desconocido llamado futuro y asociarlo con ese vocablo llamado México, la balanza suele inclinarse hacia el signo negativo del punto de interrogación. Aquel día, mi capacidad de futurear llegó a su auge y declive: la cúspide de verse superada la ficción por las posibilidades intrínsecas a toda realidad, y la decadencia de saber que la falta de futuros alternos es mucho peor que viajar en coche sin tener que manejar. Nuria Clavé nuriaclave@gmail.com
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La tecnología nos ha llevado a extremos que nadie pudo haber previsto: romances virtuales, matrices en renta, comercio de órganos, globalización, cambio climático y muchas otras situaciones para las cuales ni siquiera las leyes están preparadas. Sin embargo, el hombre de hoy vive los cambios sin sorprenderse, como extranjero en su propia vida. Hace tan sólo unos años nos conmovía la idea de llamar por teléfono desde cualquier lado; ahora no nos asombra que podamos llevar en un aparato portátil más libros que los que tenía la famosa Biblioteca de Alejandría. En algún momento, sin notarlo, perdimos nuestra capacidad de asombro.
Así se nos pasa la vida en un vacío que cada quien llena como puede, con sus propias adicciones o con bienes de consumo que hay que cambiar en la próxima temporada. Trabajamos para llenar el carrito del súper, el clóset y la zapatera, y nos dejamos llevar por los medios informativos, especialmente por la tele. La telenovela, los noticieros y los comerciales son los nuevos guías espirituales.
Debido a que sentimos merecer los avances tecnológicos que nos convienen, al mismo tiempo que nos sabemos incapaces de hacer algo que cambie el rumbo de lo que no nos gusta, sencillamente nos sentamos a mirar al mundo y, como ya no creemos en las instituciones, ni en las personas, ni en la manga del muerto, nos da lo mismo que gane el PRI, el PAN o Superman. Si todos van a robar, ¿para qué agitarnos entonces? Ya sucederá lo que tenga que suceder y buscaremos la forma de capotear las repercusiones.
¿Quieres ser feliz? Necesitas peinarte como las actrices que desfilan por la alfombra roja, usar el desodorante que promete el amor, y cerrar bien tu casa para que no te alcance una bala perdida como la que mató a la señora con las vísceras de fuera que viste desde tu cama a las once de la noche. En toda esta vorágine, al menos pensamos que estamos mejor porque hay mayor igualdad de género. Es cierto que en estos tiempos la mujer ha ganado más libertad; ahora nos movemos
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más, pero eso ha provocado la parálisis de muchos varones que han decidido dejarnos trabajar y han claudicado en su empeño, si es que alguna vez lo tuvieron, de mantener a la familia o, si quiera, de tomar la iniciativa en la relación amorosa. ¿Para qué queríamos ser libres? Hoy podemos decidir qué poner en el carrito del súper y qué comprar en la zapatería sin que nos lo dicte el hombre que duerme a nuestro lado. Tal vez la publicista que nos hipnotizó sea mujer, ¿no? Seamos hombres o mujeres, hoy es igual. La búsqueda de los placeres más mundanos ocupa la mayor parte de nuestro tiempo y así, ¿cómo vamos a llegar al futuro?
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Tal vez físicamente seamos más parecidos los unos a los otros porque usamos productos similares, pero estamos montados en una sola individualidad galopante que nos conducirá al desánimo espiritual. Probablemente el ser humano que alguna vez fue homo sapiens, en las generaciones futuras se convierta en homo impavidus y pueda saltar sobre el cadáver que quedó tirado afuera de su casa o dejar de mirar a la mujer que camina sin ropa por la acera de enfrente. Las miradas lascivas ya no son tan cool. Tal vez sólo trabajaremos lo necesario para subsistir y ser más bellos: homo vanidosus. Claro que como cada quien tendrá ojos solamente para verse a sí mismo, ¿quién contemplará la belleza de los demás? Lo bueno es que aún no hemos llegado a esos extremos. Algunos anhelos nos quedan todavía. Yo quiero que Superman gane las próximas elecciones. Se va a poner de moda su capa y el rojo es un color que me sienta bien. María Elena Sarmiento, autora del libro Cuentos del cuerpo.
LA DIOSA Y LA SERPIENTE EL MISTERIO, LA HISTORIA Y LA PASIÓN UNIDAS EN UNA SAGA TREPIDANTE. La muerte de Matamoros, Galeana y Morelos deja a la Insurgencia destruida y a los antiguos aliados luchando entre sí, mientras se unen a la guerra de independencia de Nueva España un fraile desterrado, un guerrillero español y un corsario estadounidense. Los complejos del pasado y las traiciones amenazan con destruir la libertad, así como el amor de Sofía Guillén y Miguel de Montellano. Conflictos ancestrales entre jesuitas y franciscanos, secretos de divinidades prehispánicas, conspiraciones masónicas y una antigua pugna entre la Iglesia y la corona española por el dominio de América. Todo esto en medio de la guerra y de una red de mentiras y emboscadas que Miguel y Sofía deben desenredar. Los acontecimientos de varias potencias europeas se vuelven fundamentales en el conflicto dentro de una historia que abarca más de 300 años de mitos, conspiraciones y estrategias que la persona menos pensada logrará resolver para dar la única luz de esperanza. Estremecedora secuela del Misterio del Águila.
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Reality Hace ya varios años, personajes como Issac Asimov, Philip Jose Farmer y Ray Bradbury escribían historias extrañas, futuristas y totalmente fantasiosas que tenían como común denominador el hecho de que giraban en torno a la tecnología y sus impresionantes avances. Por involucrar, por un lado, cuestiones de ciencia, pero ser a la vez historias noveladas, exageradas y aparentemente fuera de la realidad, se les dio el interesante nombre con el que las conocemos hasta nuestros días: ciencia ficción. Pero si hiciéramos una pequeña retrospectiva por la historia de géneros similares, podríamos estar de acuerdo en que de haber existido el término en los remotos tiempos en que escribía Julio Verne, a sus historias fantasiosas les hubieran llamado ciencia ficción, cuando hoy podrían ser simples crónicas del pasado.
A Verne se le ocurrieron cosas inverosímiles que se cristalizaron con el tiempo. Muchos de los escritores de los sesenta escribieron cosas imposibles... cosas imposibles con las que hoy convivimos todos los días. Es probable que cada vez sea más difícil para estos escritores pensar en sucesos e inventos relacionados con la ciencia ficción que no existan o estén por existir. Por otro lado, este género cada vez tiene historias más extraordinarias, ya que los autores pueden partir de bases reales antes no imaginadas ni en la más desmedida de las fantasías. Aun así, nos enfrentamos a una nueva versión de Cuando el destino nos alcance.
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¿Qué es la vida? Cuando un ente, aunque sea de silicio, puede reproducirse a sí mismo, evolucionar, aprender y ser inteligente, ¿qué tan lejos está de estar vivo? Los ¿cuentos? de ciencia ¿ficción? más bien parecen tratados sobre lo que pasará en un futuro no muy lejano. Hoy más que nunca podemos avalar la frase: “La realidad supera a la ficción”. Pero todos estos avances, ¿son buenos, interesantes o son también terroríficos? Esta es la ciencia del extremo, la realidad superando a la ficción, el destino que nos alcanza, un desarrollo tecnológico que quizá nos ha rebasado y para el que es posible que no estemos éticamente preparados. Como diría el doctor Víctor Frankenstein: “He creado un monstruo”. 44
En los años setenta, la computadora era algo extraño e innovador, algo que tenían algunas empresas gigantescas y algunos gobiernos. A principios de los ochenta era una útil herramienta de trabajo que podías o no poseer; durante los primeros años de la década de los noventa era ya indispensable para trabajar.
Hoy día no puedes prescindir de una computadora de cientos de gigas de memoria. En 1997, en la universidad, vimos los gigas como una teoría demasiado futurista. Recuerdo mi primera computadora, la increíble Comodore 64, con 64 Kas de memoria, más o menos el peso de este documento de Word. En la década de los ochenta, se puso de moda en Hollywood la producción de películas futuristas, historias en que, tras una cruenta guerra, los seres humanos eran vencidos y sometidos por las computadoras, que terminaban por dominar a la Tierra. Planteamiento que tiempo después se plasmó en Matrix: la creación contra el creador como nosotros contra Dios. ¿Llegará el día en que una máquina escriba una reflexión como: “El ser humano ha muerto?”. El principal argumento que en una plática de café se podría oponer a la tesis fundamental de dichas películas es que esto no puede suceder porque son los hombres los que construyen a las computadoras. Quizás alguno de los lectores haya escuchado ya sobre las computadoras autómatas que tienen la capacidad de crear otras computadoras sin necesidad de la intervención humana. Entonces se podría argumentar que están programadas por los humanos y
que nuestra ventaja sigue siendo el aprendizaje y la inteligencia. Todos hemos escuchado y visto sobre aquello que llaman inteligencia artificial o virtual, pero ¿qué tan real es lo real y qué tan virtual es lo virtual? ¡Pero nosotros estamos vivos y las máquinas no! Recuerdo las clases de biología de la prepa y los cuatro elementos fundamentales para que exista la vida: carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno. Resulta interesante que ya estén desarrollando biochips con estos componentes (y con tejido vivo). ¿Qué es la vida? Cuando un ente, aunque sea de silicio, puede reproducirse a sí mismo, evolucionar, aprender y ser inteligente, ¿qué tan lejos está de estar vivo? No lo sé. ¿Y los sentimientos qué?, en ellos radica la esencia humana. Espero que sí. ¿Es imposible que una computadora sienta? Eso creo, pero hace diez años era imposible que aprendieran. ¿Qué tanto de ficción hay en la ciencia ficción? Eso es lo que veremos en las siguientes ediciones.
Juan Miguel Zunzunegui Autor del exitoso libro El misterio del águila.
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La cocina filosofica de
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Merengues Ingredientes: 5 claras de huevo 350 gr. de azúcar Movimiento, mucho movimiento Modo de preparación: Hacerse a la idea de que a la cocina hay que dedicarle tiempo. En medio vaso de agua, poner a calentar el azúcar; cuando esté a punto de hebra, se vierte sobre las claras de huevo, que, con mucho, mucho movimiento, se baten a punto de turrón. El quid de la cocina es el tiempo, que lo define absolutamente todo. Cuánto tiempo te tardas en guisar tal o cual platillo, qué tanto hay que esperar para que esté bien cocido un puchero, cuánto tiempo se debe refrigerar una natilla. En la cocina, el tiempo es fundamental. Dependiendo de cuánto tiempo tengas para cocinar, será el resultado de lo que comas; la contrariedad está en que actualmente, y sobre todo si se vive en la ciudad, nadie tiene tiempo. Si el platillo (calidad, sabor y complejidad) es directamente proporcional al tiempo que se dedica para prepararlo, cada vez cocinamos peores cosas.
Y es que en la cocina todo depende del detalle. El más mínimo cambio en un factor altera el producto. No es lo mismo verter la leche antes o después de la harina; un postre no queda igual si el agua está fría cuando tenía que estar tibia... El secreto de un buen platillo reside en poner 100% de nuestra atención a la receta y en dedicar la cantidad exacta de tiempo a su preparación. Pero, ¿qué es el tiempo? Agustín de Hipona solía decir: “Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé”. Gracias, señor obispo, nos resolvió todas las dudas. Sin embargo, tiene razón, todos sabemos qué es el tiempo, lo entendemos desde nuestra propia perspectiva y experiencia, pero explicar el concepto no es tan sencillo.
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En realidad, lo que debemos comprender es que el tiempo, al implicar movimiento, involucra siempre cambio. Cuando pasa cierto periodo, lo que sucede es que se está dando un paso de la potencia al acto. Para tratar de revelarlo, podemos empezar por decir que el tiempo es una medida, por eso es tan útil en la cocina, porque todo se trata de medidas: media taza de harina, dos cucharadas de azúcar, veinticinco gramos de polvo para hornear… Ahora bien, ¿qué mide el tiempo? La respuesta es el movimiento. Lo que medimos es la duración, cuánto se tarda algo en calentarse, diez, quince minutos; cuánto se tarda una planta en crecer, un mes, un año; cuánto debe criarse un vino en la barrica, ocho, diez meses. Medimos el movimiento de cada cosa que existe. En realidad, lo que mide un reloj es el movimiento de la Tierra con respecto al sol; por eso no es la misma hora en México que en China, porque la relación que tiene cada país con respecto al sol es diferente. A este tiempo le podemos llamar tiempo cosmológico. Nos es útil para saber la hora del día, cuándo se debe sembrar, cuándo cosechar, qué lapso debemos esperar para sacar el pastel del horno… Indica las horas, los días, los meses, las estaciones y los años.
Sin embargo, existen otros tipos de tiempo. La experiencia de guisar no es la misma para aquél al que le gusta la cocina que para el que no. Tampoco es igual pasar dos horas en el cine que en una sala de espera. En el primer caso, las horas se pasan volando; en el segundo, la experiencia puede parecer eterna y aburridísima. Este tipo de tiempo, llamado tiempo antropológico, tiene como juez a la persona que lo está experimentando. Uno decide qué le gusta, y dependiendo de ello, el tiempo se pasa más rápido o más lento. Existen otras menciones filosófico-científicas del tiempo. Kant asumió que éste es una categoría mental y que el sujeto es quien le da el tiempo a las cosas; Newton entendió al tiempo como un absoluto; Einstein lo interpretó como un relativo. En realidad, lo que debemos comprender es que el tiempo, al implicar movimiento, involucra siempre cambio. Cuando pasa cierto periodo, lo que sucede es que se está dando un paso de la potencia al acto. Digamos que decidimos hacer un pastel; tardaremos aproximadamente una hora, y el resultado será un cambio. Los huevos, la harina y la leche se convertirán en pan. Los ingredientes no son por sí mismos el pastel, pero están en potencia de serlo. El pastel ya terminado está en acto, es decir, ha sido acabado y es perfecto (en cuanto su naturaleza de pastel). En la cocina, siempre estará implicado el movimiento porque lo que se hace en el recinto del fogón es forjar cambios continuos. Si conforme vamos alcanzando el futuro, tenemos menos tiempo, nuestros alimentos serán menos elaborados y poco apetitosos. Pensemos cuánto dedicaban las abuelitas a cocinar. ¡Qué gran sabor tenían esos platillos! No es lo mismo consumir comida de astronauta, barritas energéticas y frituras, que delicias de antaño: un delicioso mole de olla, un dulce pico dorado, como el de los conventos de San José de Gracia, una sopita bien hecha, unos duraznos prensados, o un rico atole. Yo me quedo con la comida del pasado. Tal vez el futuro no es para mí. Aquí, en el presente, se come medianamente bien por falta de tiempo. Buscaré la forma de dedicarle más movimiento a mis platillos y hacer más y mejores cambios. Empezaré por unos ricos merengues. ¡Así que a batir a la cocina, a batir! Patricia Garza Peraza
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Más
humanos que los humanos El artista Chico McMutrie tiene un compañero de tamaño real llamado Tumbling Man (“hombre revoltoso”), articulado con sistemas hidráulicos, y que construyó él mismo con chatarra. Como en el juego infantil “Simón dice”, todo lo que hace Chico, Tumbling Man lo reproduce. Por ejemplo, si Chico pinta un cuadro en un lado del tablero, Tumbling Man pinta uno igual en el otro lado. Si se comparan los dos cuadros, habrá quienes prefieran el de Tumbling Man. En algunos aspectos, Tumbling Man es el arquetipo de robot humanoide: del tamaño de un hombre, articulado mecánicamente y duradero. En otros aspectos, no lo es. Para empezar, no es autónomo; se encuentra atado a su inventor por un cordón umbilical de tubos y cables.
Sin embargo, el modelo propone una teoría de la robótica en acción: los robots son proyecciones semiautomáticas de los gestos humanos. Los gestos de Tumbling Man dependen de su titiritero, el poder de decisión aún se encuentra en la cabeza de quien mueve los hilos. Sin él, Tumbling Man es como todas las máquinas, desde la rueda hasta la central de energía nuclear: una extensión de la persona. Su labor no es sustituir a los humanos, sino amplificar o multiplicar la energía humana. El tema con el que se ha fantaseado desde 1818, cuando Mary Shelley escribió Frankestein, es el grado de autonomía que se le debe conceder a los robots. Nuestras máquinas se están volviendo inteligentes y no tardarán mucho en adoptar una identidad. Identidad que nosotros mismos les otorgamos. Sherry Turkle, autora de The second self: Computers and the human spirit, explica por qué muchos niños pequeños que utilizan computadoras piensan que las máquinas están vivas. En su último libro, Life on the screen, Turkle manifiesta que basta con ponerle nombre a una computadora o a un dispositivo como un disco duro para iniciar el proceso de personalización –atribución de un yo a un objeto inanimado. En realidad, si lo pensamos, no es muy diferente de la costumbre que tenían los poetas medievales de alegorizar nociones abstractas, como el amor, la paz, o el miedo. Cuanto más sofisticada sea la máquina o sistema, más compleja será nuestra interacción y más “inteligente” nos parecerá su respuesta.
Hasta hace poco, la relación con las máquinas que habían dado el gran paso a la independencia se mantenía en el genero sci-fi. Ahí tenemos a los replicantes de la película Blade Runner, robots fabricados para ser “más humanos que los humanos”; o a los androides perfectos, indistinguibles de un ser humano, que generan empatía, como los de la película A.I. Artifitial Intelligence. Japón, uno de los países más avezados en tecnología, es también cuna del manga 1 y del anime, géneros en los que este tema se ha explorado amplia y descaradamente. Un ejemplo es Ghost in the shell, de Masamune Shirow, cuyo principal argumento es la persecución de un criminal de los medios electrónicos por parte de la teniente Motoko Kusanagi, un cyborg (cerebro humano en un cuerpo robótico). La historieta pone en tela de juicio la naturaleza de la identidad humana en un mundo en el que la conciencia humana ya no es particular. Otro ejemplo es el manga Chobits. En un futuro cercano en el que las computadoras tienen forma humana y son llamadas persocons, un joven llamado Hideki obtiene una persocon muy peculiar: Chii, una hermosa chica de largos cabellos rubios y personalidad dulce, de la cual Hideki se enamora. La reflexión gira alrededor de los vínculos de los seres humanos con las máquinas, ya que Hideki lucha continuamente contra el hecho de sentirse atraído por una chica que sabe es una máquina. Mientras que Chii, como Pinocho, sueña con ser una chica de verdad.
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Debemos notar que cuando imaginamos un futuro con robots, damos por hecho que serán humanoides autónomos. Suponemos que nos sentiremos más cómodos conviviendo con el Hombre bicentenario que presentan al final de la película, que con el del inicio, que es un burdo androide. Sin embargo, conforme los ingenieros humanizan sus diseños, ha nacido una hipótesis que se contrapone a nuestros deseos. La llamada teoría del valle inquietante, formulada por Masahiro Mori, postula que el ser humano tiende a sentirse incómodo y muestra repulsión hacia los robots que tienen rasgos cada vez más humanos. Al analizar la respuesta de las personas ante el aspecto externo de los androides, la gráfica se hunde en una zona inexplicable, el valle inquietante de la gráfica: esas máquinas, que sabemos que son androides pero que tienen unos rasgos demasiado humanos, rasgos móviles como de animatronic, que no permiten distinguir fácilmente cuánta humanidad hay tras sus vidriosos ojos, como si fueran muñecos de cera.
Superado cierto punto, cuando los androides son clones casi perfectos, o el maquillaje está cuidadosamente aplicado, el grado de aceptación vuelve a crecer. La teoría sugiere que de existir robots como los de Blade Runner, el grado de aceptación podría ser tan bueno como el que se tiene hacia una persona real. Masahiro Mori lo atribuye a nuestra capacidad de empatía y, a la vez, a las alertas que se disparan cuando algo nos parece falsamente humano. Robots como Petman, RISE V3 o, el más impresionante de todos, Big Dog, pueden ser tan apasionantes como terroríficos: seres metálicos que parecen comportarse como verdaderos animales salvajes. Tal vez la parte más reptiliana de nuestro cerebro sea la que exclame: “¡peligro!”. ¿Cómo hacer que nuestros compañeros mecánicos se integren a la sociedad sin parecer amenazadores? Quizá prefiramos convivir con Robotina y Astroboy que acostarnos con Jude Law en su versión de Inteligencia Artificial. Nitezdu nitezdu.com 1 Palabra japonesa para designar a la historieta en general.
Argüendero:
Avatar Un avatar es una máscara virtual que nos ponemos para tener identidad y adoptar una actitud en los entornos cibernéticos. El término, derivado del sánscrito avatâra, significa que un dios ha encarnado o se ha manifestado en el hombre. Como anglicismo, se popularizó en todas las lenguas entre los usuarios de internet y, en general, de computadoras. Es la imagen seleccionada por cada usuario que aparece junto a su nombre o nickname durante sus intervenciones en foros, blogs, redes sociales y otros sitios de índole similar. Lo que crea nuestra identidad en el mundo es el ejercicio de procesar información y organizarla en un espacio en el que las imágenes provienen de nuestros recuerdos; y los recuerdos, de nuestros sentidos. ¿Cómo afecta que este diálogo se realice a través de una pantalla? En la red, la personalidad se vuelve muy flexible, puede presentarse como uno quiera. Las identidades se modifican cotidianamente y en cuestión de segundos. Es tan fácil cambiarse el sexo, la nacionalidad, la edad o las preferencias… El resultado: muchos avatares. Somos dioses encarnando una imagen creada a nuestro gusto en un medio virtual. ¿Qué decimos de nosotros mismos en ese medio? Un avatar vale más que mil palabras.
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“La invención es la madre de las necesidades”
Marshall Mc Luhan Imaginación excepcional que hace al ser humano un visor del futuro, transformador de su presente: creador. Y como siempre, la música como el enmarañado sustento semiológico que produce la inspiración de las acciones humanas y la exaltación de los sentimientos.
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Cuando a principios de los setenta el filósofo canadiense Marshall Mc Luhan acuñó el término “aldea global”, imaginó un mundo que, a partir de la creciente interconectividad humana de la época y del desarrollo imparable de los medios de comunicación, empezaría a transformar sus formas de comportamiento e interacción hasta convertirse en una enrome aldea en donde existiría un contacto franco y directo entre las personas, que lograrían conocerse de manera específica, sin intermediarios ni tapujos. Este mundo interrelacionado desarrollaría una serie de vínculos políticos, sociales y culturales que acercaría a los seres humanos entre sí sin importar su extracto social, condición de vida o lugar de origen.
Café Sonoro:
Música interactiva
Todo esto a partir de la velocidad de las comunicaciones y de la creciente demanda de la información y de los medios. El señor Mc Luhan vislumbró el desarrollo tecnológico que provocó el argumento de su propia tesis. La transformación que sufrieron los sistemas análogos para dar paso a los digitales y a su lenguaje de ceros y unos definió, de manera más clara, la unión global de los pueblos. Es así que, con una serie de herramientas y dispositivos actuales, podemos cambiar el transcurso del tiempo y redefinir las premisas del aquí y el ahora. Verdaderamente inimaginable. Ciertos sábados del año, en la ciudad de México hemos podido disfrutar –de manera directa y en alta definición–, del vanagloriado proyecto del director del Metropolitan Opera House, Peter Gelb, que mucho se acerca a la idea de la “aldea global” y que ha abierto las puertas del disfrute al amante de la ópera y al curioso por descubrir nuevos horizontes escénicos. En el espectáculo, que se presentó en el Auditorio Nacional, una pantalla gigante refuerza el elemento teatral para crear una atmósfera envolvente irresistible. Al sentir cómo las luces del patio de butacas comienzan a diluirse y encaminarse a la ciudad de Nueva York, uno puede percibir el emblemático aroma del pretzel, apreciar la textura del pavimento macerado por tantos y tantos recorridos, deslumbrarse con las luces de las marquesinas, dejarse rociar por la brisa que emana de la fuente del Lincoln Center, embriagarse con los vapores que viajan desde las cocinas de cientos y cientos de restaurantes… hasta que, de
modo directo y vía satélite, los cantantes que se encuentran a miles de kilómetros de distancia entran a escena para hacernos sentir toda la cercanía del mundo. El silencio se hace oración y el director de orquesta, con toda la magnificencia de la batuta, presenta a esa orquesta que ha vivido mil y un sueños sonoros. El público allá, aplaude; el público aquí, también. Convenciones imaginarias que engañan nuestras mentes. El aquí y el ahora, el tiempo y el espacio son una ilusión. Todo y todos estamos conectados en el mismo lugar del infinito para llenarnos de esa música que ha traspasado los días, las generaciones y los siglos. Esa música que, en vez de ser cancelada por las nuevas opciones musicales, ha sido reubicada en nuestra historia existente. Puccini, Verdi y Mozart salen de sus tumbas para tocar a millones de almas que disfrutan de este sueño tecnológico que ha sido capaz de unirnos para vivir el alucinante mundo de la ópera. Doce fueron las óperas que nos ofreció la temporada 2010–2011 del “Met Live in HD” y, seguramente, doce serán las que disfrutaremos el próximo año. ¿Nos dejaremos, de nueva cuenta, seducir por los avatares operísticos que llenarán los silencios de la ciudad de México? ¿Haremos comunión entre la idea de Mc Luhan y la de Gelb? ¿Disfrutaremos en close up la mirada de Plácido Domingo, Angela Gheorghiu o Cecilia Bartoli, dejando que sus voces llenen la vacuidad en nuestros oídos? Yo digo que sí. Armando Arrocha
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William Hanna y Joseph Barbera imaginaron un mundo protagonizado por la tecnología: robots multiusos, máquinas que cocinan platillos al instante, edificios inteligentes suspendidos en el cielo, curvilíneos autos voladores y hoteles en la luna y otros planetas.
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En 1962, cuando la serie animada Los Supersónicos salió al aire, aquello parecía un necio sueño futurista. Pero el futuro nos alcanzó mucho antes de lo que William y Joseph pudieron haber imaginado. En 2012, el primer hotel en órbita abrirá sus puertas. El Galactic Suite será un complejo en forma de racimo de uvas que contará con cuatro módulos o habitaciones y una sala común. Desde la ventana, el huésped podrá admirar al deslumbrante planeta Tierra, experimentar la gravedad cero y “amarrarse” a su cama cuando se canse de flotar. Pero no espere encontrar las comodidades de un hotel terrestre de lujo, a pesar de que la estancia de tres noches en el Galactic Suite cueste exorbitantes cuatro millones de dólares. Antes de partir, el turista deberá participar en algunos experimentos científicos y completar dieciocho semanas de entrenamiento en una isla tropical para adaptarse a la vida en el espacio. Si comparamos estos cuatro millones con los veinte que tuvo que pagar Dennis Tito, el primer turista del espacio, la tarifa del Galactic Suite parece una ganga. “El viaje se hará en un transbordador espacial que, al llegar al hotel, se incorporará a su estructura”, explica Xavier Claramunt, uno de los responsables de Galactic Suite
Limited, empresa que desarrolla el proyecto. Las actividades del día comenzarán con una rutina de ejercicios físicos. Después, los huéspedes tendrán tiempo para meditar, leer y observar el espacio desde los enormes ventanales que circundan las habitaciones. También podrán consultar información referente a la posición y velocidad del hotel en el espacio y localizar determinadas zonas de nuestro planeta o la galaxia en pantallas gigantescas. Las comidas se prepararán entre todos. Nada de room service. Mientras tanto, el Galactic Suite orbitará la Tierra completando una vuelta cada ochenta minutos: quince puestas de sol en un mismo día. El objetivo de Galactic Suite Limited es desarrollar un complejo de hoteles orbitales con hábitats bioinspirados. Colonizada la Tierra, ¿debemos también colonizar el espacio? No existe ninguna organización inter planetaria que regule este tipo de asuntos. Sin embargo, científicos afamados como Carl Sagan o Stephen Hawking coinciden al señalar que la supervivencia de la especie humana dependerá de su habilidad para adaptarse a otros planetas. De modo que salir de la Tierra podría no ser una cuestión relacionada con las vacaciones veraniegas, sino algo mucho más serio. Algo de vida o muerte.
Scientia:
El primer hotel en el espacio 57
Trisquel:
VISIONARIOS
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Sólo a través de una línea, una espiral o una deformación en el espacio, el ser humano ha podido imaginar algo tan fuera de este mundo como el tiempo. Dichas representaciones le han permitido estudiar el pasado y anticipar el futuro. Incluso pronosticar su propio fin. Todos hemos imaginado el futuro. Ese futuro que los libros y el cine se han encargado de alimentar. Pero las imaginaciones de algunos, registradas en apuntes y libros, han logrado traspasar el umbral de la fantasía.
LEONARDO DA VINCI Su fascinación por el mar espoleó muchos diseños encaminados a la exploración acuática. Además del famoso submarino, diseñó un traje de buzo confeccionado en cuero que debía conectarse a una manga de aire fabricada con cañas y a una campana que flotaba en la superficie. El traje incluía hasta una pequeña bolsa para que el submarinista pudiera orinar en ella. Leonardo inventó máquinas voladoras que sentaron las bases de la aeronáutica, instrumentos musicales, carros de combate, utensilios de cocina, ametralladoras, ingeniosas catapultas y un puente plegable. Ideó un vehículo autopropulsado hecho de madera que se considera el primer automóvil del mundo. En 2004, se construyó una réplica de dicho vehículo y se comprobó que funcionaba tal y como Da Vinci había vaticinado. También le debemos la invención de uno de los medios de transporte más populares: en su obra, Codex Atlaticus, aparece dibujado un artefacto que sin duda es una bicicleta.
JULIO VERNE Se dedicó a escribir una crónica del futuro: el hombre sería capaz de dar la vuelta al mundo en ochenta días, de realizar un viaje de 20,000 leguas bajo las profundidades del mar, de estudiar el centro de la Tierra, e incluso de viajar a la luna.
El 21 de septiembre de 1969, el Apolo XI se posó sobre la superficie lunar. Ciento trece años antes, Julio Verne parecía haber escrito los pormenores en su obra De la Tierra a la luna. La estructura de la nave (un proyectil hueco en cuyo interior viajaban los astronautas), la elección de Florida, E.U. como lugar de lanzamiento (muy cerca de Cabo Kennedy), la descripción del fenómeno de la falta de gravedad en el espacio exterior, y el amarizaje a cuatro kilómetros del lugar donde cayó el Apolo VIII (la primera nave tripulada que realizó una órbita lunar) constituyen algunas de las sorprendentes coincidencias. Nautilus, el submarino eléctrico que sirvió de transporte al Capitán Nemo en Veinte mil leguas de viaje submarino, se parece mucho al primer submarino de la historia, fabricado en Estados Unidos en 1955. Mientras todo el mundo viajaba en lentos veleros y barcos de vapor, Verne lo hacía en una máquina impulsada por electricidad, aunque sólo fuera en su imaginación. Otros elementos futuristas presentes en su obra superaron la ficción durante el siglo XX: torpedos, periscopios, cristales a prueba de presión, generadores eléctricos y recicladores de agua y oxígeno. Decenios antes de que los alemanes se sumergieran en sus U-boats, las bases para su construcción ya estaban escritas en una novela.
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ISAAC ASIMOV
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Hace sesenta años, Isaac Asimov vislumbró un mundo lleno de robots, edificios inteligentes y redes de computadoras capaces de intercambiar información. En muchas de sus novelas y cuentos, el científico y autor de ciencia ficción habla de sociedades sometidas por las máquinas, aparentemente invencibles. Hoy existen robots capaces de emular el comportamiento humano, casas inteligentes gobernadas no por sus dueños, sino por una computadora, y una red mundial de información a la que hemos llamado internet. Su aportación más célebre son las tres leyes de la robótica1, que los robots de sus historias siempre tenían programadas. Kim JongHwan, director del Centro de Investigación para la Creación de Robots Inteligentes de Corea del Sur, dice haber diseñado un androide con catorce cromosomas artificiales que le permiten tener personalidad, razonar, sentir pasión e incluso reproducirse. Esta nueva especie de inteligencia artificial es capaz de reaccionar ante 47 órdenes distintas; de sentir felicidad, tristeza, hambre y sueño. Hwan considera que su creación guarda grandes similitudes con los androides que protagonizan los relatos de Yo Robot. Confiesa que “esto podría ser muy peligroso para la humanidad, pero si dotamos a los robots de cromosomas artificiales buenos, no existirá tal amenaza”.
La bioética está muy de moda, pero ¿qué sucede con la inteligencia artificial?, ¿quién la regula? Por el momento, parece un mundo de anarquía. Un robot con autonomía y capaz de evolucionar puede volverse impredecible. Y esto sólo significa una cosa: la pérdida de control del hombre sobre la máquina. Quizás en un futuro no muy lejano el mundo sea gobernado por robots, y los libros de Asimov sean trasladados del anaquel de ciencia ficción al de documentos premonitorios. Sin embargo, todavía estamos a tiempo de construir un futuro más esperanzador para la raza humana. 1
Primera ley: un robot no puede hacer daño
a un ser humano, o, por medio de la inacción, permitir que un ser humano sea lesionado. Segunda ley: Un robot debe obedecer las órdenes recibidas por los seres humanos, a excepción de que dichas órdenes entren en conflicto con la primera ley. Tercera ley: Un robot debe proteger su existencia, siempre y cuando su protección no se contraponga a la primera o a la segunda ley.