Bicaa´lu Abril 2011

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4 Alessandra en el país de las maravillas {Alessandra Tejeda} 6 Incredulidad {Gabriel Bernal Granados} 10 La oveja negra {Rodrigo Chávez Trejo} 12 Más allá del tiempo {Laila Robles Martínez} 15 Traductor de sueños {Pita Escalona} 16 Un boleto sencillo {Nuria Clavé Robina} 20 Un ramo de cempasúchil {Daniel Peralta Ángeles} 22 Amarillo, azul, amarillo, azul... {Patricio Casaubón} 24 Clarividencia {Anahís González Esquer} 26 La humanidad del clown {Luis López Espinosa} 30 Los hermanos que creían en cuentos de hadas {Ana Laura Pazos} 36 Un acto de amor {Deborah Levy, traducción de Ana Rosa González Matute} 40 Historia del futuro. ¿Son ciertas las profecías? {Juan Miguel Zunzunegui} 46 La cocina filosófica de Patty: Pescado empapelado en hoja santa {Patricia Garza Peraza} 50 Nierika {Nancy Gutiérrez Olivares} 52 Café sonoro: Rusalka {Armando Arrocha} 55 ¿Estás ahí? {Martha Patricia Olmos R.} 56 Argüendero: Bodoque 58 Trisquel: La Atlántida


CONSEJO EDITORIAL BICAA´LU Dirección General: Mtra. Ana Laura Pazos González pazosorama@gmail.com Subdirección: Lic. Jorge Humberto Pazos Chávez aseconvox@asecon2006.com.mx Redacción: Mtra. Ana Laura Pazos González Lic. Pedro D. Hernández Zaldívar Coordinación Editorial: EQ fólder Bolívar 650 Centro Histórico S.L.P. (444) 814 9593 eqfolder@prodigy.net.mx www.eqfolder.com

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Insurgentes Sur 3155-2° Piso, Col. Jardines del Pedregal Cuicuilco C.P. 04510 México, D. F. Tel: + 52 (55) 51 71 48 03 www.grupoasecon.com.mx info@asecon2006.com.mx


“Tenía diez años y un gato…”, canta Serrat. Los pregones de la calle, algunas personas, las vacaciones, los veranos empapados, las maravillosas, fantásticas golosinas, el aprendizaje escolar, el ejercicio de la bondad y su hermanastra casi inseparable, la travesura… ¿qué hace a la infancia? 3

Piedras en los bolsillos; con una resortera conquistar el mundo… Pero crecer acabó con eso. El adulto impone un mundo sobre un portentoso pequeño universo de juegos, invenciones, fantasías y sonrisas. El adulto se impone un mundo. Canicas, muñecas, trompos, yoyos, heridas las rodillas; la niña o el niño que te sonrió y la emoción por ello; pero también la primera vez que lloraste. Percibir la dulzura de los abuelos; entrar en el mar: volver a la placenta; la maravilla de descubrir la ciencia y la poesía, el arte y la calle; la conciencia de tener amigos y la total y profunda hermosura de tus padres… ¿Qué hace a la infancia? ¿Vivirla intensamente y el recuerdo de ello? ¿El dolor de no haberla vivido intensamente? ¿Aquellas fotografías? ¿La tarde cuando te perdiste en la feria? ¿La madrugada cuando regresó tu perro? ¿Su equivalencia con la felicidad?

Arte: Enrico Pinochi

Pero “¿dónde, dónde fue mi niñez?”.


“Emotion No. 21” por Theluckynine

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Cuando eres chiquito, sólo piensas en el personaje que quieres ser en el juego: el príncipe, la princesa o el villano. La vida es una historia de fantasía y el mayor de los temores es el monstruo que vive debajo de la cama. Los niños creemos en todo y creamos mundos en unas cuantas horas. Cuando nos dicen que las hadas no existen, les damos más razones para comprobar que sí, que las que ustedes tienen para demostrar que no. Ser niño es ver una mariposa bailar e imaginar que nos crecen alas, tan brillantes que reflejan la luz del cielo. Es la paciencia de mirar un globo perderse entre las nubes. Es vivir en una isla habitada por piratas, hadas y sirenas, aunque los adultos digan que evadimos la realidad. A lo mejor todos tenemos un monstruo que habita debajo de la cama. Puede ser que haya un país de maravillas. Quizás existan princesas atrapadas en castillos y alfombras voladoras. Tal vez haya un mundo de hadas, piratas y sirenas… Pero elegimos no verlo. Me acuerdo que, durante una época, mis amigos y yo deseábamos ser grandes para tener más derechos y hacer lo que se nos antojara. Los adultos nos decían que ésa era una idea muy loca, que ellos harían lo que fuera por volver a ser jóvenes. Ahora me doy cuenta de lo maravilloso que es ser niño. Nunca quiero crecer. El simple hecho de pensar en el trabajo y las responsabilidades de los adultos, me espanta. Prefiero quedarme en este mundo de hadas y monstruos, donde puedo correr descalza bajo la lluvia y hacer travesuras. Hace poco, me regalaron un libro con la siguiente dedicatoria: “Alguien dijo por ahí que la fantasía no es una evasión de la realidad, sino una forma de ver la realidad desde una perspectiva más agradable”. Esas palabras me ayudaron mucho. Entendí que no quiero crecer porque los adultos se vuelven locos con sus responsabilidades y planes para el futuro. Se vuelven ciegos. Ya no ven la realidad desde una perspectiva más agradable. Para ellos, la fantasía sólo es una evasión de la realidad. Un día, el director de la escuela nos llamó a mí y a tres amigos a su oficina. El señor nos dio un largo discurso acerca de lo mal que estaban nuestras travesuras. Dijo que no íbamos a llegar a ningún lado en la vida, si no tomábamos todo en serio. La verdad, pensé: “¡qué flojera!”. Si tomo la escuela con demasiada seriedad, seré incapaz de ver el lado gracioso y positivo de las cosas. La vida no es vida si no se escucha la risa de un niño. Por eso, voy a sostener con fuerza el cordón de mi globo. No quiero que se escape. Alessandra Tejeda, 12 años

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En la primera escena de Hamlet, el fantasma del rey de Dinamarca se aparece en las inmediaciones del castillo de Elsinore para hablar con su hijo y contarle la verdad sobre los hechos de su muerte. Hamlet no puede más que creer en las palabras del fantasma y suspender los imperativos racionales de su mente. A pesar de ser una figura extraída de un pasado remoto y colindante con el folklore medieval nórdico, Hamlet es un hombre del Renacimiento. Se ha formado bajo la supervisión de estrictos imperativos lógicos en los mejores salones de las universidades europeas. Su mente, como la de Shakespeare, ha dejado de creer en el Destino como una fuerza trascendental que se impone a la voluntad de los hombres y ha comenzado a creer, simplemente, en el hombre y en su desnudez frente a la preponderancia de los elementos. Sin embargo, Hamlet no duda de la existencia del fantasma de su padre y cree ciegamente en lo que dicen sus palabras. De esta contradicción se desprenden las dudas que aquejan al personaje en la obra de Shakespeare y que lo han convertido en el paradigma de la melancolía que preside, desde entonces, el derrotero del hombre moderno. Hamlet se debate entre la razón y la sinrazón. To be or not to be, that’s the question... En el mundo contemporáneo, en plena era del internet y los mass media, seguimos debatiéndonos entre esos dos polos. La famosa frase hamletiana que se pregunta por el ser o el no ser de las cosas puede entenderse precisamente en este sentido: como el príncipe de Dinamarca, nosotros también nos debatimos entre la valencia trascendental y la insignificancia de las cosas de este mundo. Creer o no creer en lo intangible. Creer o no creer en los poderes inflexibles de la lógica y la razón.


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“Superstition” por Samsaralark


No soy supersticioso, sin embargo procuro no pasar debajo de una escalera y cuando miro a un gato negro a la distancia no puedo evitar sentir que una gota de sudor helado me recorre la espina.

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Arte: “Open an umbrella” por Kakttuss

Desde los pronunciamientos de Nietzsche en torno a la muerte de Dios y la filosofía de Marx sobre el capital y su inserción dentro de la sociedad moderna, lo sobrenatural cayó en descrédito y con ello buena parte de las supersticiones humanas. La Razón ganó la partida y todo lo sometemos a su arbitrio. Sin embargo... podemos decir que la vida de los hombres no ha dejado de estar regida por factores imponderables para los cuales tenemos una gran cantidad de nombres: alucinaciones, epifanías, milagros, apariciones, éxtasis, coincidencias, casualidades... todo enmarcado por la palabra azar —lo que no se puede medir ni anticipar; lo imponderable, lo ignoto, lo irracional. Yo, como todo hombre mortal y melancólico inscrito en la era de los mass media, no he podido dejar de creer que los acontecimientos de mi vida se deben a una razón oculta, que va más allá de los lineamientos de la razón pura y que mis sentidos, al menos mis sentidos diurnos, no pueden percibir. Desde hace veinte años vivo en la colonia Del Valle de la ciudad México porque en ella se encuentra un número reducido de intelectuales y las probabilidades de toparme con alguno cuando voy al súper, al cine o salgo a pasear a mis perros a la calle es prácticamente nula. Sin embargo, desde hace años no puedo dejar de encontrarme en las esquinas, en las tiendas o en los lugares más inesperados a una pareja de intelectuales a la cual detesto por razones que no voy a exponer aquí.


El motivo de estos encuentros fortuitos escapa a las fronteras de la razón. ¿Será que estamos pensando constantemente los unos en los otros y existen algo así como fuerzas de atracción que condicionan el acercamiento de las personas que se odian entre sí? De las personas que se odian y de las personas que se aman, o que se amaron en una época anterior de sus vidas. ¿Cuántas veces no nos hemos encontrado en la calle o en la tienda de discos o hemos creído ver, antes de cruzar una esquina, nosotros a pie y ella a bordo de su coche, a una persona con la cual estuvimos relacionados hace tiempo y de la cual no volvimos a saber una palabra? Qué condiciona estos encuentros quién sabe, pero lo cierto es que existen fuerzas ocultas que los condicionan y los explican más allá de nuestra posibilidad de racionalizar los hechos. No soy supersticioso, sin embargo procuro no pasar debajo de una escalera y cuando miro a un gato negro a la distancia no puedo evitar sentir que una gota de sudor helado me recorre la espina. Cada vez que miro el reloj me siento aliviado si aparece un número siete y siento desconfianza o decepción si aparece el número trece. Han habido días en que los números 13 se aparecen con la frecuencia de una corazonada o de una advertencia. ¿Quién envía esos mensajes?, ¿de verdad esos números algo significan? Lo cierto es que algo sucede, algo bueno o algo malo, y secretamente pienso que existe una relación entre lo que ha sucedido y la advertencia que he recibido bajo la frecuencia de un número aparecido al azar, frente a mis ojos.

Cuando voy a comer a un restaurante libanés que se encuentra en una colonia vecina a la mía, al final de la comida, con el café, me gusta leerle la suerte a los amigos que acceden a participar de este juego premonitorio. Soy bastante bueno interpretando las figuras que se forman debido a la espesura del café resbalando por las paredes de una taza puesta al revés y vuelta a colocar en su posición original al cabo de unos minutos. Sé que mis palabras se empatan de manera arbitraria con lo que ven mis ojos, o con lo que supuestamente ven mis ojos, pero también sé que existe una gramática oculta que regula y explica esa correspondencia de símbolos. No creo en los demonios pero hay noches, luego de la ingestión de ciertos alimentos pesados a deshora, en que temo descubrir destellos negativos en la oscuridad de mi cuarto. Miradas que me oprimen el pecho con la violencia de una pregunta sin respuesta y que terminan llevándome a un tour por las regiones subterráneas de un mundo muy parecido a la muerte. Y cuando escucho la voz de un amigo a quien no he visto en años, pero en quien he estado pensando con intensidad en los momentos previos a que se produzca su llamada, entonces no puedo hacer otra cosa más que desconfiar de la razón y pensar que una serie de fuerzas ocultas gobiernan eso que Baudelaire denominaba las correspondencias en el bosque de símbolos del mundo. Gabriel Bernal Granados

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Regresé a casa después de un día en que, a pesar mi esfuerzo, no pude provocar ni un esbozo de sonrisa. El maestro repitió una y otra vez que era inconcebible que el hijo del mejor payaso fuera el hazmerreír de la clase, y no en el buen sentido de la palabra. Como descendiente de una familia de payasos, que generación tras generación ha entretenido a multitudes, las expectativas depositadas en mí eran más grandes que una carpa de circo. Cuando mis padres me vieron entrar peluca en mano, usando zapatos de mi talla y sin maquillaje, me hicieron recordar esos cuadros de payasos tristes que la abuela tiene colgados en la sala. Intentaron convencerme de no abandonar la tradición familiar; incluso mencionaron la terapia de la risa. Yo sabía que ni siquiera Patch Adams podría ayudarme. Algunos días después, me encontraba sentado en una banca en el parque. Una mujer sostenía a su hijo en brazos. El pequeño lloraba desconsolado y la madre le decía: –Ya se fue, no la veo.


Detrás de los arbustos, encontré una pelota, la lancé hacia el cielo y, antes de que cayera, di una voltereta en el aire; luego atrapé la esfera de colores. El niño, con los ojos entornados, dejó de llorar. –Muchas gracias, dijo la madre. –¡Otra vez!, ¡hazlo otra vez!, suplicó el hijo. Antes de que pudiera informar a mis padres del descubrimiento de mi vocación, me dieron la noticia de que iban a mandarme a un internado. Vocación, herencia. Vocación, herencia. La discusión terminó con un cliché: –Harás lo que yo diga porque soy tu padre. Los primeros meses en el internado fueron los más difíciles, pero me ayudaron a mejorar mis habilidades como escapista. Siempre era el castigado, el payaso con orejas de burro. Los demás reían como hienas montados en sus monociclos; mientras tanto, yo soñaba con nuevos trucos e imaginaba más trampas de las que escapar.

El recuerdo del niño que pasó del llanto a la risa en menos de un minuto era más fuerte que cualquier desavenencia. Preparé mi acto final, el gran escape. Primero tenía que alterar el orden público. Todos los payasos se encontraban a la mesa, y cuando el director se disponía a cortar el pavo, un conejo vivo salió del lugar por donde se mete el relleno. Enseguida sospecharon de mí y me encerraron en un cuarto. Al día siguiente fueron a buscarme. ¡Cuánta seriedad! Treinta payasos miraban con desconcierto el cuarto vacío. Nunca lograron descifrar el secreto de mi escape. Me dediqué a viajar por el mundo, a desconcertar con mi magia, a enseñarle a la gente, incluso a mis padres, que el ilusionismo no es una evasión de la realidad. Por el contrario, nos hace retornar a ese estado de asombro del que gozaban los primeros humanos y que hoy se ha perdido. Mi vocación es sembrar la semilla del asombro. Rodrigo Chávez Trejo

Arte: “L´ expression mort naturelle” por Benoit Paille

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A veces la vida nos parece demasiado corta, pasa volando y no alcanza para nada. Pero, ¿y si hubiera algo más? Se dice que todas y cada una de nuestras experiencias son fundamentales y nos van moldeando hasta convertirnos en lo que somos hoy. Como sabe cualquier psicoterapeuta –o cualquiera que se haya atendido con uno– muchos de los problemas emocionales, sociales, mentales y hasta físicos vienen de alguna vivencia o trauma del pasado que aún no se trasciende. Las diferentes capas del subconsciente guardan esta información por años. Las heridas de la niñez, la pubertad y la juventud permanecen; nos preguntamos si es posible sanarlas, si es demasiado tarde, si la vida nos ha rebasado.

Arte: “Matrioska” por: Blood_Pleasures

Respecto a lo que hay después –si es que hay algo–, ¿depende de la religión que se practique? En lo personal, esta explicación me queda corta y me parece demasiado ambigua, cargada de subjetividad. Debe haber algo que nos rija a todos como habitantes del plano físico en la Tierra. En su libro, Muchas vidas, muchos maestros, el psiquiatra Brian Weiss relata la experiencia que tuvo al someter a terapia hipnótica a una de sus pacientes. Descubrió que ella tenía recuerdos de otras vidas que cargaba hasta el día de hoy y que además tenían influencia en sus relaciones y salud mental.

Él, como cualquier científico, se planteó todas las explicaciones posibles y llegó a una conclusión inminente: somos almas inmortales.

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Imaginemos que en cada vida nos corresponde aprender ciertas lecciones, guiados por espíritus maestros a cada paso. Nunca solos. Incluso es probable que hayamos compartido vidas pasadas con algunos de nuestros seres queridos, que hayamos crecido juntos y alimentado nuestras conciencias. Si nunca nacimos y en realidad nunca moriremos, porque somos eternos, estamos fuera del tiempo.

No es algo fácil de asimilar, pero es importante mantener nuestra mente siempre abierta; ser ilimitado en ese sentido. ¿Qué pasaría si fuera cierto?

Al menos debemos admitir que esta teoría le pone la piel de gallina a cualquiera. Muchos pensadores se han empeñado en resaltar lo limitado y miserable que puede llegar a ser el hombre: con el tiempo contado, viviendo sin conciencia, esperando simplemente que todo termine. Cuán desalentador y deprimente. Sin embargo, podemos elegir la opción que más nos llame, ésa que resuena en nuestro interior.

¿Si nuestra vida actual fuera la número ochenta de toda nuestra existencia, en la que tal vez hemos pasado por más de una docena de países, épocas, modos de vida, pero que nos es imposible recordar? ¿Y si lo que sucede es que sólo conservamos el aprendizaje y uno que otro trauma? Lo más seguro es que en algunas hayamos sido del sexo opuesto: ¿esclavos?, ¿maestros?, ¿emperadores?

“For centuries, man believed the Sun revolved around the Earth. Centuries later, he still thinks time moves clockwise.” (“Por siglos, el hombre creyó que el Sol giraba alrededor de la Tierra. Siglos más tarde, aún piensa que el tiempo se mueve en el sentido de las manecillas del reloj”). -Robert Brault. Laila Robles Martínez

“Reincarnation” por: Martin H. Lavace

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Esta afirmación nos puede golpear, puede despertar nuestra incredulidad inmediata, pero lo único que resulta imposible es que produzca indiferencia. En la tradición oriental, el concepto de la reencarnación es milenario; en Occidente tiende a tildarse de fantasioso, arma de algunos charlatanes para ganar dinero. El debate casi siempre termina con la frase: “Eso es muy New Age”.


Llegué puntual a la hora que más me gusta, cuando el día languidece. El farol encendido iluminaba la calle y la fachada de piedra. Dentro, la luz en el salón teñía las ventanas de amarillo. El pálido azul del cielo contrastaba con los árboles casi negros. Parecía que había llegado a El imperio de las luces, de Magritte. Leí la placa junto a la puerta antes de tocar el timbre. Él me abrió. Caminé despacio admirando la ecléctica decoración. Figuras de tamaño natural: ángeles, dioses, budas, emperadores, nativos africanos y guerreros. Al llegar a una salita con sillones antiguos y candelabros de cristal color de rosa, tomó mi abrigo y lo colgó en el perchero.

Me dijo que me pusiera cómoda y salió de la habitación. Me senté frente a la chimenea. Embelesada, miré por un rato las lenguas de fuego en la oscuridad. Regresó con una tetera y dos tazas en una charola. La colocó en la mesa y me sirvió. –¿Té de jazmín? –pregunté después de dar el primer sorbo. –Acertaste, pequeña –respondió sonriente y se sirvió. Dejé la taza sobre la mesa y tomé mi bolsa. –¿Trajiste lo que te pedí? –Creo que sí –respondí quedito–. Sólo escribí una página. –Con eso me basta. Dámela.

Arte: “Borrowed dreams” por WonderMilkyGirl

Comenzó a leerla. Se levantó, caminó de un lado a otro, se volvió a sentar y la leyó de nuevo. No le quité la vista de encima. Me advirtieron que él penetra en el corazón de la escritura, toca el alma del texto y mira en espacios en blanco visibles deseos. Dejó la hoja sobre el sillón. –Sorprendido por lo que puede ocultarse detrás de las palabras. Regresa mañana a la misma hora. También te vas a sorprender.

Pita Escalona pitaescalona@gmail.com

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“Cardboard box head 12” por Tielkric

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Mi vaga y recurrente inercia de buscar símbolos cada día, de agregarle a todo una significación o de extraer mensajes, me llevó a guardar mis boletos de Metro ya caducos.

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Con una cierta expectativa de que el camino a elegir se me revelaría o cada decisión tomada tendría una razón y el arrepentimiento nunca adquiriría fuerza, mi colección empezó a crecer. Lo que al principio no tuvo pragmatismo alguno, pronto generó en mí un efecto de perduración en el tiempo o, más bien, de que algo perduraba a mi paso. Una noche, cuando esperaba sola en el andén, encontré un boleto ajeno junto a mis pies estáticos. Sin premeditarlo mucho, estiré el brazo y lo recogí. De pronto, una corazonada me dijo que más que sostener un papel inservible, tenía entre mis manos algo realmente valioso, una historia anónima que había terminado, pero que seguramente había prevalecido en la memoria del propietario. Pensé entonces que, aunque yo soy incapaz de hacerlo, tirar los boletos después de usarlos tiene sentido, ¿para qué conservar la evidencia de un viaje, si la experiencia ya se preservó en el espíritu de su protagonista? El personaje de aquel pase abandonado, sin embargo, no era yo, sino otro viajante cuya anécdota terminaba justo en el lugar donde empezaba la mía. Imaginar las eventualidades ocultas detrás de ese pequeño cartón fue inevitable: ¿adónde iba el viajero? ¿Quién lo esperaba? ¿Quién era y por qué viajaba? Se me ocurrió que aquel boleto podría haber pertenecido a un adolescente que se dirigía al centro de la ciudad para ver a la amiga a la que amaba en silencio desde hacía meses; o a un joven que venía de recibir un aumento de sueldo con el que pensaba comprar un coche, por lo que ya no necesitaría trasladarse en Metro –un idealista al que se le había abierto un abanico de sueños alcanzables–. También podría haberse tratado de un marinero que había abandonado su barco, de un bailarín cuya última parada sería el espectáculo que consolidaría su carrera artística, de un pintor marginado que en algunos años sería famoso.


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Lo cierto es que nada encierra tanto misterio como la cotidianeidad. Hay momentos en los que nuestro presente se sumerge en la rutina, en los que nuestra vida desprende poca emoción y sólo somos capaces de asombrarnos con biografías ajenas. Olvidamos que cada uno de nuestros pasos forma parte de una larga aventura. Por ello, empecé a guardar no solamente los míos, sino también los boletos de otros. Sentía que estaba legitimada a suponer por dónde habían estado y a volverme juez de su destino.

fin de semana, y en función de la hora, conjeturaba que el protagonista iba a la playa a disfrutar del verano con la familia, o se dirigía a casa de un amigo para beber vino y conversar. Si el papel estaba muy sucio, suponía que el suceso había acontecido mucho tiempo atrás, pero se resistía a terminar en los deshechos. Que si estaba arrugado, su antiguo usuario había sentido rabia antes de tirarlo; tal vez terminó con su pareja y no halló mejor modo de desahogarse que maltratar la evidencia de que venía de estar con ella.

También empecé a desarrollar teorías. Si la fecha de compra indicada al reverso era de un lunes, sospechaba que el pasajero iba cabizbajo –solemos pensar que el comienzo de la semana es una escala tediosa y no una oportunidad para reinventarnos–; si era de un

Alguna vez, me encontré con un boleto roto y lo levanté para después pegarlo, como quien siente la responsabilidad de ayudar a otros sin que éstos se lo pidan, porque la generosidad inducida es un modo de convertir la ausencia en presencia.


También empecé a desarrollar teorías. Si la fecha de compra indicada al reverso era de un lunes, sospechaba que el pasajero iba cabizbajo –solemos pensar que el comienzo de la semana es una escala tediosa y no una oportunidad para reinventarnos–. Arte: “Metro 1” por Cid4

Al darle una ojeada a mi colección, me percaté de la diversidad de tarjetas de Metro que existen: las individuales y las familiares; no es lo mismo viajar solo que acompañado. Unas incluyen diez desplazamientos y otras caducan a los treinta días. Es increíble cuántas cosas pueden suceder en ese periodo y detrás de un trozo de cartón. Además de que todas las tarjetas miden el tiempo –pues trasladarse es una manera de acontecer–, me sorprendí al descubrir que siempre contemplan periplos pares, una ida y una vuelta. Es decir, que llevan intrínseco ese principio de que todo aquello que se va regresa, como si sus fabricantes hubieran querido asegurarse de que uno siempre pueda volver a casa. No puedo negar que tal descubrimiento me produjo un poco de vértigo: es extraño no tener domicilio fijo y que mi casa aún esté en construcción. Pero entonces mi surtido de boletos adquirió un significado más profundo. El tema es que a veces cualquier evento pretérito es mejor que el presente que apenas transcurre y se antoja sospechoso, que si bien el pasado asusta, no resulta tan incierto como el futuro. Así que cuando no sé a qué recuerdo es mejor aferrarme o hacia dónde debo encaminar mis pasos, tomo al azar uno de los boletos de Metro y me transporto hacia cualquier lugar, sea real o imaginado. Y como todos los boletos tienen incorporado el regreso, confío en que eventualmente volveré al presente, a la seguridad de que este hoy se transformará en ayer y la incertidumbre ya no dará tanto miedo. Nuria Clavé Robina nuriaclave@gmail.com

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Arte: “Byxbee” por Cooljimzkid

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Como cada año, en noviembre fui al cementerio para visitar a mis abuelos y a mi hermana, que murió cuando tenía sólo tres años de edad. Todo el tiempo la consideré un regalo de Dios, tan precioso, que incluso Él se arrepintió de dárnosla y se la volvió a llevar a su lado. Pues bien, caminaba de noche entre tumba y tumba para llegar a las de mis familiares. Quizá me desvié un poco, pues de repente, por donde iba, ya no miraba tanta gente como hacía un rato. A lo lejos, me llamó la atención una lápida. Tenía un acabado en mármol que había perdido su esplendor original; las palabras se habían desvanecido y estaba cubierta por hierbas silvestres. Me pregunté si las personas a cargo de ella no tendrían tiempo, si estaban por llegar, si no tenían dinero. En el peor de los casos, tal vez no había nadie para cuidar la tumba de tan solitario difunto. En eso estaba, dejando que me llevara la tristeza, cuando sentí que alguien tiraba de la manga de mi camisa. Me volví para mirar y me encontré con una pequeña niña, pálida ella, pero con unos elegantes rizos de color dorado, una sonrisa apenas perceptible, y en sus manos algo muy curioso: un ramo de cempasúchil marchito. –Disculpe, ¿ha visto usted a mi familia por casualidad? –me dijo. Su voz tenía un tono que vacilaba entre lo sereno y lo inquieto. Yo, aparentando no perder la compostura, contesté: –No pequeña, quizá por andar de traviesa los perdiste de vista. Pero no te preocupes, yo estaré aquí contigo hasta que aparezcan. ¿Te parece bien? Asintió y de inmediato dijo: –Espero que no tarden mucho, quiero que me cambien este ramo por uno nuevo y más bonito. Se ganó mi corazón con esas palabras tan tiernas. Mi fascinación se terminó al ver a unos metros unas luces. –Ven conmigo y veamos si esas personas que se acercan pueden ayudarnos. Pero cuando quise tomar a la niña de la mano, ya no había nadie. Condenada niña, pensé. Caminé en dirección de las luces y vislumbré a una familia muy numerosa y enlutada. Una de las señoras, que parecía la más afligida, cargaba un retrato grande de la niña con la que hace sólo algunos momentos había conversado. Cruzamos miradas, mi garganta se hizo un nudo, y sólo pude hacer una breve reverencia. Todos los niños de la procesión llevaban frescos ramos de cempasúchil. Daniel Peralta Ángeles

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Los hay grandes y pequeños. Algunos poseen animales exóticos y hermosas bailarinas; los habitantes de otros, a duras penas tienen los elementos para transformarse en los seres mágicos que encarnan cada noche.

Pero todos comparten algo que los vuelve iconos, que los resguarda y les da vida. Eso que los hace sobresalir como montañas y que tanta emoción causa cuando los niños la vislumbran a lo lejos. La carpa es el cielo multicolor del lugar donde los sueños son soñados en su estado más puro. La vi en la distancia, y mis ojos crecieron al doble de su tamaño. Las ganas de salir corriendo fueron bruscamente sometidas por un apretón de la mano de mi madre. Su voz me pedía que permaneciera a su lado en todo momento. Asombrado, la cabeza me daba vueltas. Yo no lo sabía, pero esas imágenes quedarían guardadas por siempre en mi memoria. Apenas probé el algodón de dulce que me había comprado mi padre. Sólo podía pensar en alimentar al elefante, que era como un palacio, y en dar un paseo arriba del dromedario ¡Cuán divertido sería cambiar a mi hermano pequeño por un chimpancé! Una espiral de colores me llevó hasta las nubes. Al fin, una pequeña puerta me invitó, seductora, a pasar al interior. Mis pies, como ajenos, seguían su baile, uno frente al otro. Contuve la respiración, cerré los ojos, y entré a ese mundo. La carpa se levanta y se desmonta, es un contenedor del espectáculo, el hogar ambulante del artista. Contiene la alegría, la risa y el asombro. Es donde se guarda el corazón del circo y, al mismo tiempo,

es el corazón. El circo no es nada sin su carpa, y la carpa envejece sin el circo. Hechos el uno para el otro, danzan cada noche. El tiempo se detiene. Aquella estructura circular nos salvaguarda del mundo exterior. Dentro, nada malo puede suceder. Su figura, siempre ascendente, se acerca a las nubes, donde podemos soñar sin necesidad de ir a dormir. Uno a uno van saliendo sus habitantes. Comienzan a trazar un mundo. Unos caminan sobre cornisas muy delgadas, ligeros, silenciosos, dando pequeños pasos, siempre viendo por donde pisan. Otros se mueven dando tumbos, sonrientes, cada vez más rápido, más rápido, más rápido. Algunos hablan con los animales y éstos les responden. Hay quienes sólo viven en el absurdo, en un universo donde ellos mismos crearon las reglas. Nos hacen reír hasta las lágrimas. Los más suertudos se columpian y vuelan, giran livianos como el aire y caen en los brazos de sus compañeros. La luna se ha convertido en el foco de un apuntador. Poco a poco, los aplausos que invadían mis oídos dan paso al bullicio y al crujir de las butacas. Me levanto y me pongo mi abrigo. Una pequeña mano aprieta la mía. Miro hacia abajo. Mi hijo me mira de regreso, con una sonrisa a la que le faltan algunos dientes. Sus ojos brillan. Puedo ver la magia del circo en ellos. Patricio Casaubón

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Como quisiera estar en avenencia con todos los elementos del exterior sin que esto significara una pérdida. Arte: “Tarot” por hEedLeSsXaFliCtiOn


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Podría llevarme bien con mi madre si hiciera lo que ella quiere, pero entonces dejaría de hacer lo que yo creo. Tal vez sea un pretexto para no dejar mi zona de confort. Cualquiera que sea el caso, no creo que una vidente pueda ayudarme. Delegar mi responsabilidad no va a hacerme más libre.

Podría atribuir las consecuencias de mis actos a mecanismos mágicos y fortuitos sobre los que no tengo influencia. Dejarme llevar, cumplir con mi destino, los designios de los dioses. Debido a mi pequeñez, sería lógico que la luna tuviera dominio sobre este cuerpo. Pero estar consciente de mi insignificancia en relación con el universo, no quiere decir que deba dejar todo en manos de cualquier ser fantástico. No niego la posibilidad de que alguna de las técnicas adivinatorias funcione: la cartomancia, la bibliomancia, la licanomancia –adivinación basada en la observación de los reflejos formados en el agua, las burbujas o las imágenes que aparecen ante los asombrados ojos del adivino–; los presagios en sueños o a través del estudio del comportamiento de las aves. Lo complicado es encontrar la efectiva. Mientras tanto, podemos enfocarnos en la persona en la que vivimos, ésa que nos ha acompañado desde la niñez. De una mente casi virgen, emergían explicaciones maravillosas del mundo: puras, cercanas al origen de los tiempos, apenas envenenadas por la infusión del prejuicio. Siempre habrá un pedacito de esa niña o niño que miraba a su alrededor con ojos ingenuos, y no por ello equivocados. Tal vez sea mucho más fácil culpar a nuestros padres, a Dios, a los espíritus o a una lectora de café por nuestras torpezas. ¿Por qué no atrevernos a ver con ojos traviesos y aceptar que nuestro mundo interior es un lugar maravilloso que nos pertenece y en donde podemos ser libres?

Clarividencia

(De clarividente). 1. f. Facultad de comprender y discernir claramente las cosas. 2. f. Penetración, perspicacia. 3. f. Facultad paranormal de percibir cosas lejanas o no perceptibles por el ojo. 4. f. Facultad de adivinar hechos futuros u ocurridos en otros lugares. Anahís González Esquer

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Arte: “Je suis desole” por Procrastinations


En el mundo existen seres con características peculiares, ya sea de nacimiento o adquiridas: un caminar alterado, alguna deformidad, una voz con un timbre diferente, torpeza en los movimientos… Estos seres sobresalen de forma trágica como cualquier otro discapacitado o impedido, pero, dependiendo de la cualidad de la disfuncionalidad y de la perversidad del observador, pueden convertirse en algo cómico. El ser humano es el único que posee el don de la burla; de encontrar en la anormalidad de otro un sentido de comicidad. Aunque se ha demostrado que algunos animales son capaces de reír, en su naturaleza no existe la burla –entendida como el fenómeno en el que un ser se ríe de la desgracia ajena–. El teatro tiene un origen imitativo, ritual y narrativo, pero fundamentalmente imitativo. La imitación teatral se ha alimentado de los personajes más llamativos de las sociedades. Un actor toma prestado el caminar de una persona, la voz de otra, el gesto de alguien más... La imitación de situaciones cómicas es el origen de la comedia; y la caricaturización, el origen de sus personajes estereotipos: el borracho, el libidinoso, el avaro, el presumido, el celoso… El payaso o clown es anterior a lo teatral. Antes de que se usara el escenario o cualquier otro elemento arquitectónico para ubicar la representación; antes del vestuario y la utilería, existían hombres que divertían a otros a través de la imitación y la burla. Cualquiera que les prestara un poco de atención era su público. También figuraba “el loco del pueblo” –que podemos definir como payaso involuntario–, objeto de burla debido a su comportamiento ilógico. Dos sujetos, un burlador y un burlado, dieron origen a la figura del clown.

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Arte: Oleg Lugovskoy

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Pese a su formación teatral, el clown, propiamente dicho, no es un actor. Un actor crea a un personaje a través de características que no posee, que están fuera de él y que, debido a un proceso de investigación y técnica, hace suyas. Un clown es él mismo, pero amplifica sus defectos y virtudes (sobre todo los defectos). Su desarrollo proviene del uso de la técnica, pero sobre todo del conocimiento de sí mismo. No se burla necesariamente de los otros, se burla de sí mismo; expone sus defectos ante el público de forma honesta y brutal. El fenómeno de la risa es imposible sin la combinación de brutalidad y honestidad. El clown no es un cínico; es un sujeto capaz de demostrar miedo y vergüenza al momento de exhibirse. Su acto equivale a pararse desnudo en medio de un escenario. El cínico querrá lucirse; el clown sentirá vergüenza y nos permitirá verla. La magia del clown radica en la auto humillación: “mírenme, júzguenme y búrlense, porque lo que hay en mí lo hay también en ustedes y, por tanto, al reírse de mí lo hacen también de ustedes”. El ridículo es el mundo del clown. La gente no se ríe de él, se ríe con él, porque invoca el ridículo que cada uno de nosotros guarda y vuelve a experimentar ante la actuación de un payaso de circo. Existe un vínculo empático. La presentación del clown exige una primicia casi socrática del conocimiento de uno mismo. Un clown no puede trabajar con sus defectos si no sabe cuáles son o no los reconoce. No podrá usarlos para crear la situación cómica, tampoco será capaz de mostrar sus virtudes para generar un contraste. El héroe melodramático es la encarnación de las virtudes; el clown es mucho más defectuoso que virtuoso. Es por ello que sentimos a este último mucho más cercano. Producto de este autoconocimiento, el clown es esencia humana. Se trata de un hombre que, al desnudarse, nos muestra su humanidad sin tapujos, su universalidad: la maravilla de nuestra propia alma. Por ello, el clown es un ser digno de admiración. Luis López Espinosa


Los catorce cuentos que recoge Parvada blanca en la ciudad son catorce intrigantes, equívocas, misteriosas historias que nos llevan a climas y situaciones diversos. A la vez, estos relatos -tenues, rotundos, tajantes- son ceremonias de iniciación, un mismo rito de pasaje catorce veces celebrado. En una atmósfera de laberinto, de encrucijada, de espesa neblina, los personajes de Ana Laura Pazos se encuentran siempre al borde de alguna revelación que será definitiva para sus vidas. Esta joven escritora tiene un don especial para hacernos sentir la trascendencia de ese paso que estamos a punto de dar.

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Arte: “Little Red” por BlackRibbonRose

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Hace muchos años –poco más de doscientos– dos hermanos salieron de casa sin la menor idea de que su apellido sería conocido en todo el mundo. Inspirados por el movimiento romántico, idearon un plan para acercarse a los campesinos de la comarca de Kassel, en la vieja Alemania, y escuchar de viva voz los relatos que, durante cientos de años, se habían transmitido de generación en generación; cuentos que consideraban una forma primitiva de poesía y que contenían la sabiduría y el folclore de la cultura germana. Jakob y Wilhelm, pues esos eran sus nombres, recorrieron la comarca que los había visto nacer y se dieron a la tarea de recolectar historias que luego reproducirían en un libro imprescindible: Cuentos de Grimm. Solían llamarles Jakob el científico y Wilhelm el poeta. El primero estaba más interesado en la investigación; el segundo simplemente se dejaba seducir por las palabras de los más humildes, aquéllos que trabajaban bajo el sol y que probablemente no sabían escribir siquiera su nombre. Durante su recorrido, los hermanos


Grimm se encontraron con viejas y labriegos de ojos iluminados por el recuerdo de las historias que sus abuelos habían contado a sus padres y que éstos habían repetido para ellos. Wilhelm se encargó de la elaboración de los cuentos a partir de los datos que su hermano le proporcionaba. Fiel a los testimonios, y con un estilo sencillo y encantador, Wilhelm aseguró en el papel la inmortalidad de esos relatos que, por tanto tiempo, se habían conservado únicamente en la memoria. Clásicos de la literatura infantil, pero que ningún adulto debe menospreciar porque suponen verdades puras de los inicios, del valor, la justicia y la belleza. En el prólogo de su libro, Cuentos infantiles del hogar, los hermanos Grimm escriben: “En el interior de estas obras se encuentra la misma pureza por la que los niños nos parecen tan encantadores y felices: tienen, por decirlo así, los mismos ojos blancos y azulados, y que no pueden ya crecer más, mientras que los restantes miembros son todavía tiernos, débiles e incapaces de laborar la tierra. La mayoría de las situaciones son tan sencillas que probablemente casi todas se dieron en la vida; pero, como todo lo verdadero, son siempre nuevas y conmovedoras”.


Arte: “Fairytales The fisherman and his wife” por Emily Wallis

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La mayoría de los relatos encierra una lección moral, como los de Las mil y una noches, colección de cuentos que expresa el folclor del mundo árabe y en cuya primera página puede leerse: “Que las leyendas de los antiguos sean una lección para los modernos, a fin de que el hombre aprenda en los sucesos que ocurren a otros que no son él. Entonces respetará y comparará con atención las palabras de los pueblos pasados y lo que a él le ocurra, y se reprimirá. Por esto: ¡gloria a quien guarda los relatos de los primeros como lección dedicada a los últimos”. Las mil y una noches es al mundo árabe lo que los Cuentos de Grimm al germano.

Una de las historias más bellas recogidas por los hermanos es la de “Alicia, la mujer del pescador”.

Un pescador, bueno y honrado, vivía con su esposa en una humilde cabaña en el campo. Maldita sea la mañana en que pescó algo prodigioso: un príncipe a quien un hada había convertido en pez. Agradecido por haberlo dejado en libertad, el príncipe quiso regresar el favor al pescador, y aunque éste estaba conforme con lo que tenía, no así su mujer. Primero deseó una casita con dos habitaciones, una cocina, un corral con pollos y un jardincito. Al poco tiempo, Alicia


Arte: “Mirror Mirror on the Wall”por DarkCherry

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se sintió inconforme y quiso un palacio; después deseó ser reina, luego emperatriz, y también le pidió sabiduría al pez encantado. Su ambición demostró no tener fin cuando envió al pobre de su esposo a pedirle al príncipe que la convirtiera en reina del sol y la luna, pues no le gustaba que los astros se movieran en el cielo sin su permiso. Enfurecido, el pez le dijo al pescador: “¡No será! Vuelve a tu casa, que ya no es el magnífico palacio que dejaste hace un momento, sino la humilde cabaña que tuviste al principio, y confórmate con que no os castigue a ti y a tu mujer como merecéis, por haber sido tan ambiciosos”. Entre los cuentos que escucharon los hermanos Grimm durante su recorrido se encuentran: “Pulgarcito”, “Juan con suerte”, “El sastrecillo listo”, “La pastora de gansos”, “Las tres hilanderas” y “Los músicos de Brema”. Sin embargo, los cuentos más famosos que han sido llevados a las pantallas chica y grande no son de origen germano. “La princesita Blancanieves”, “La Cenicienta”, “Caperucita roja”, “La bella durmiente del bosque” y “La madrastra” son narraciones extranjeras que los hermanos convirtieron en materia intrínsecamente alemana.

A diferencia de las películas de Disney… Blancanieves no revive gracias al beso del verdadero amor y la madrastra no muere al caer de un precipicio. Después de comer la manzana envenenada, Blancanieves muere y los enanos la colocan en un ataúd que llevan a lo alto de una montaña. “Pasó mucho tiempo, mucho; Blancanieves seguía dentro de su ataúd de cristal, tan hermosa como siempre: parecía dormida. Seguía siendo blanca como la nieve, roja como la sangre y morena como la madera”. Un príncipe le pidió a los enanos que le permitieran llevar a la joven a su palacio, pues no creía poder


Arte: “Cinderella” por: DarkCherry

sobrevivir sin admirar otra vez su belleza. Pero… “al ir por el bosque, los criados tropezaron con unas raíces; y, con el golpe, a Blancanieves se le salió de la boca el pedazo de manzana envenenada. ¡Qué maravilla! En cuanto escupió la manzana, Blancanieves abrió los ojos y levantó la tapa del ataúd”. La malvada reina, que todavía estaba enferma de rabia porque Blancanieves iba a casarse con el príncipe, se arregló lo mejor que pudo para la fiesta. Pero los criados del rey tenían preparadas para ella unas zapatillas de hierro ardiente. ”La madrastra empezó a bailar de dolor, y tanto bailó que se murió”. No hay ningún hada madrina en el cuento de “La Cenicienta”. Cenicienta plantó una ramita de avellano junto a la tumba de su madre. La rama creció y creció hasta convertirse en un frondoso árbol. En una de las ramas, vivía un pájaro blanco que traía cuanta cosa se le ocurría a Cenicienta. Cuando llegó la invitación de palacio, las hermanastras –que por cierto eran bastante guapas, pero de corazones negros1 – se pusieron muy contentas y sacaron sus mejores vestidos del armario. Cenicienta –como sabemos– vestía harapos, pero también quería ir al baile y

conocer al príncipe. Se puso bajo el avellano que resguardaba la tumba de su madre y dijo: “¡Muévete, arbolito, muévete tesoro! ¡Echa sobre mí tu plata y tu oro!”. Y el árbol se meneó, y el pajarillo que estaba en las ramas le echó a Cenicienta un vestido que era una joya y unos zapatitos de oro. Cabe mencionar que, para engañar al príncipe, la madrastra hizo que sus hijas se cortaran un dedo y un pedazo de talón, pero la sangre sacó a relucir la mentira. En “La bella durmiente” fueron invitadas doce hadas, y no tres. Tras nacer la princesa –que Tchaikovsky decidió que se llamara Aurora– los reyes dieron una gran fiesta. “Entre los invitados estaban todos sus parientes, sus amigos y toda la gente que conocían, y además las hadas. Las habían invitado para que hicieran regalos maravillosos a la niña. Eran trece las hadas de aquel reino; pero los reyes no tenían más que doce platos de oro para servirles la comida, y por eso no invitaron a la fiesta más que a doce hadas”. El estudio realizado por Jakob y Wilhelm consagró las historias de su comarca como el modelo perfecto de los cuentos populares infantiles. A mí, los cuentos que los hermanos Grimm escucharon en su viaje, me llegaron en forma de libros bellamente ilustrados. Mi abuela me regaló buena parte de la colección. Ahora deben encontrarse en la biblioteca de algún sobrinito que, como yo, seguramente espera con ansia cuando se acerca la hora de dormir.

Ana Laura Pazos González pazosorama@gmail.com http://leeanapazos.blogspot.com 1

En varios cuentos de Grimm el color negro, incluso la piel oscura, es signo de maldad.

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Una enfermera se encuentra en un camino en alguna parte de la costa occidental de Australia. Estรก empujando una Honda 50 que parece haberse descompuesto. Piensa que puede oler el azufre del diablo trabajando.


‘Oh Dios... Expía todos los pecados que he cometido hoy...’ Se fija que el pasto silvestre quemado por el sol está seco. ‘Oh Dios... Expía todos los pecados que he cometido hoy... Y durante toda mi vida...’ A pesar de haber prometido nunca volver a rezar, estas palabras se le escurren de la boca. Cuando su padre le dijo que su destino era convertirse en monja, se refería a su destino económico. Es hija de campesinos que luchan, a veces pasan hambre, y sabe que un campo lleno de plaga es un campo lleno de dolor. Ajusta el carburador con una varita y la Honda arranca.

A la edad de once años, con sus propias manos, ayudó a nacer al último de sus nueve hermanos. Fue en ese tiempo que empezó a tener serias dudas sobre la inmaculada concepción y tontamente le confió a su padre, con su rústico acento, que para ella Jesús debió haber nacido con sangre y heces en el rostro, tal como todos sus hermanos. Su padre la arrastró al garage donde la golpeó con un manojo de cañas durante veinte minutos. Cuando él se dio cuenta de que sangraba, y la sangre le escurría por las piernas, le dijo que se arrodillara mientras le golpeaba los hombros y los pechos. Su madre sostenía a su hijo con una mano y con la otra le metía a ella un limón en la boca. Cada vez que escuchaba el azote de las cañas, el jugo de limón le llenaba la boca. La madre lo hacía con la esperanza de que la acidez del jugo le ayudara a su hija a sufrir menos.

Arte: “Abortion” por juanitalenteja

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Después de agradecer a su padre la azotaina (era la costumbre) huyó para siempre. Corrió hacia el sol en shorts y sandalias, herida y sangrando. Al menos así pareció entonces. Dos días después la recogieron unas monjas que tenían un pequeño hospital rural. Le lavaron las heridas, le sacaron las astillas de caña con pinzas, le dieron de comer caldo y pan casero y le prometieron jamás devolverla a su padre. En cambio, la prepararon para ser enfermera a los once y medio años de edad. Era conocida en la localidad como la niña curandera y, cuando visitaba a las familias pobres, dejaba sus pequeñas huellas en la tierra roja. La enfermera dice que las astillas en los pechos pusieron fin a sus plegarias. Hasta la presión de juntar las manos le producía un gran dolor. De todas formas rezar le estaba siendo difícil. Cada vez que le hablaba a Dios Padre sentía el sabor del jugo de limón en la boca y esto la hacía pensar en su madre y lloraba. Prefería hablar a las hermanas que la veían como una niña milagrosa y rezaban para que fuera feliz.

Al cumplir los diecisiete años, ya había ayudado a nacer a trescientos noventa bebés. Qué inteligente Dios, pensó, al haber asumido el más conmovedor de todos los disfraces, un bebé. El Bebé Dios. Tantas madres. Tantos bebés. A los diecinueve años realizó su primer aborto. Una mujer que había ido con ella para dar a luz siete veces, acudió por octava vez y lloró en su hombro. Le dijo que era pobre y estaba cansada. Y adolorida. Ahí. Para evitar dormir con su esposo a quien no amaba, se sentaba en las escaleras toda la noche fingiendo leer un libro, pero él siempre llegaba, la agarraba y a fornicar, fornicar, fornicar. Ella ya no quería más hijos. La vida era lo suficientemente mala y triste. La enfermera tosió, jugó con su pañuelo y miró a la mujer a los ojos... –¿Por qué yo? –Una corazonada. Ah, pensó, siempre supe que mi labor en la tierra era entretejer herejías de diversos tipos. Es


posible que esta mujer que huele a dolor, esta mujer con el cabello anudado, sea una santa llamándome a ejercer mi vocación. –Deme una semana para organizarme– respondió arrastrando las palabras, y fue a consultar sus libros de medicina. Día y noche y cada minuto tomaba tiempo de sus otras actividades (atendiendo partos) para dibujar diagramas, examinar los instrumentos a su disposición, se preocupaba sobre lo que debería usar como anestésico y juntaba gasas estériles y toallas. El corazón le latía muy fuerte y ella permanecía despierta contando los días, soñando el acto, imaginando cada momento de éste, hasta que los primeros gallos le indicaban que había amanecido y cantaban y cantaban como si éste fuera el último día del mundo. La joven pecosa de diecinueve años que había corrido hacia el sol cuando tenía once vació el contenido de la matriz de la mujer en una bandeja de plata. A una milla de distancia podía escuchar a las hermanas cantando misa, sus voces subían y bajaban al tiempo que la panza de la mujer subía y bajaba; se parecía a una niña en su camisón rosa, y esto hacía llorar a la enfermera. Lloraba por su propia madre, por su niñez y porque, conforme la mujer empezaba a despertar, murmurando las gracias, suspirando, besando las hábiles manos de la joven enfermera, de repente tuvo una visión de su vida entera. Preparó algo de té y jugaron ajedrez, muy lentamente, mientras afuera las cigarras cantaban entre las piedras.

La mujer le envió una caja de calabacines y elote dulce; dos meses después se embarazó y murió durante el alumbramiento. ***

Entonces, ¿a dónde se dirige la enfermera en su Honda? Sale a toda velocidad para realizar su aborto número quinientos setenta y siete.

Después se lava las manos y muele una calabaza para hacer sopa. Le agrega pimienta, nuez moscada y crema agria. Luego hace un souflé de limón y mientras se hornea da un paseo por el jardín donde cultiva tres tipos de jazmín. Tiene cuarenta y cinco años. Su cabello es plateado y se lo recoge hacia atrás con un listón verde. En el patio los pollos le picotean los tobillos. Está parada en una roca que sobresale en el mar. Sola. Coloca la carnada en el anzuelo, lo lanza, se inclina y se mueve ligeramente de un lado al otro. Mientras abajo el mar se agita, observa hacia la pequeña isla que está adelante y enciende un pequeño puro.

Deborah Levy Traducción de Ana Rosa González Matute

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Arte: “4 Horsemen” por pastorpack

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“En las puertas del tercer milenio, las aves de fuego volarán desde oriente para destruir los grandes tronos gemelos, reinará el pánico, los hombres lucharán en el nombre de Dios y el rostro del tercer anticristo estará escondido tras un turbante”. Ésta y miles de leyendas similares circulan por internet para “demostrar” que el más famoso de los profetas, Nostradamus, vislumbró y describió con estas palabras el ataque a Nueva York. Antes de continuar, y para no provocar ningún tipo de alarma, les adelanto que esto no es verdad; ninguna versión conocida de las profecías de Nostradamus o de cualquier otro vidente contiene estas palabras o algunas similares. Podríamos llamarlo ciberterrorismo, fanatismo o paranoia. De una vez, y para seguir calmando corazones angustiados, les digo que el supuesto tercer secreto de la Virgen de Fátima —que vaticina que habrá un terremoto que sacudirá a la Tierra por ocho horas y que terminará con más de la mitad de lo población mundial— es otra ciberpatraña inventada por algún ocioso. Por cierto, duerman tranquilos, el Apocalipsis tampoco habla de lo que está pasando hoy en el mundo. ¿Por qué temer tanto a los designios divinos, cuando la especie humana tiene la capacidad de exterminarse a sí misma sin la intervención de ningún dios? Desde el principio de los tiempos —considerando los oráculos griegos, los textos bíblicos y la época medieval—, siempre ha

habido profetas: algunos de paz, algunos de catástrofes; unos paganos y otros religiosos; santos y pecadores; pobres y otros que lucran con sus visiones terribles. No obstante, las profecías existen. Muchas se han cumplido, se cumplen y seguro se cumplirán. Echemos un vistazo a esa gran historia del futuro.

Las profecías de Nostradamus “El fin del mundo llegará en 1999. No será exactamente el fin del mundo, pero muy pocos sobrevivirán; a partir del año 2001 todo será diferente, el planeta Tierra no volverá a ser el mismo y será absolutamente distinto de cómo fue hasta entonces, la vida resultará diferente y mucho más placentera”. Dicen que el hombre que aseguró esto se llamaba Michel de Nostradamus. Vivió en Francia hace 500 años; fue astrólogo, astrónomo, médico y, por supuesto, profeta. Predijo acontecimientos que ocurrieron durante su vida, y muchos otros que sucedieron después de su muerte. La última de sus profecías habla del fin del mundo, fechado en el año 3420, después de grandes catástrofes que incluyen una Cuarta Guerra Mundial.

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Sus funestos presagios podrían considerarse una más de tantas voces alarmistas, si no fuera porque Nostradamus predijo el asesinato de los Kennedy, la muerte de Juan Pablo I, el ascenso al poder del Ayatollah Jomeini en Irán y la bomba de Hiroshima, entre muchos otros sucesos. En contra, pueden plantearse dos argumentos: el primero es que todos los acontecimientos que se supone ha profetizado, dependen del punto de vista de los intérpretes. Muchos de ellos han ajustado los textos para que concuerden con la realidad. Su excusa es que Nostradamus escribía con un estilo netamente metafórico.

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En segundo lugar, y como argumento aplastante e ineludible, tenemos que en 1999 no pasó nada, ninguna catástrofe terminó con gran parte de la población, y las cosas siguieron siendo como siempre. No obstante, sabemos que la astrología puede tener desfases de algunos años y que, lo supuestamente profetizado para el 99, puede ser lo que está ocurriendo justo ahora.

Los profetas bíblicos Menciona la Biblia a cuatro profetas que se distinguieron de los demás y que, por ello, fueron denominados profetas mayores: Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel. Isaías habla sobre un sinfín de calamidades que abatirán al pueblo elegido y caerán sobre el mundo entero; Jeremías, que era un pesimista irremediable, inundó los libros con presagios aún más terribles, aunque ninguno de ellos aludía al fin del mundo. Daniel habla de reyes persas que se levantarán contra Grecia. Ezequiel es un caso aparte: ha sido víctima de los fanáticos del fenómeno OVNI, quienes han puesto en boca del profeta los primeros avistamientos de naves espaciales.

Arte: “Holding my future in my hand” por miss_dp


No podemos olvidar a San Juan y su famoso Apocalipsis, que tanto se ha tergiversado. Según algunos estudiosos serios, sí habla del fin del mundo, pero del mundo conocido en ese entonces. Los capítulos más populares son los referentes a la Bestia o Anticristo, identificado por el número 666, capítulo que, según los expertos, ha sido enormemente manipulado y malinterpretado, ya que el número satánico se tomó de una serie de letras que se pensaba eran números romanos, pero que en realidad eran las iniciales para identificar al emperador Nerón. Todo lo contenido en el Apocalipsis se refiere a las persecuciones contra los primeros cristianos, el incendio de Roma y diversos acontecimientos hasta la final caída del Imperio Romano de Occidente. Todos tranquilos, el Apocalipsis ya se cumplió hace mucho.

Malaquías y el destino de los Papas En 1095, nació el fraile irlandés Malaquías, que hoy es famoso por sus profecías acerca del destino papal. La obra comprende una relación completa de los papas, desde Celestino II, hasta el último pontífice, que coincidirá con el fin de los tiempos. En total, figuran 111 papas y a cada uno corresponde un nombre simbólico. Según la lista de Malaquías, al Papa Juan Pablo II correspondía el número 110, lo que hace a Benedicto XVI el 111. Supuestamente, al terminar su mandato, sobrevendrá el fin de los tiempos. El nombre simbólico del 111 es Gloria Olivae o Gloria de Olivo; el olivo es un fruto relacionado con el pueblo judío y, como sabemos, el actual Papa, Joseph Alois Ratzinger, es de origen

alemán. De modo que las piezas no embonan. Cabe mencionar que los designios de Malaquías van encaminados a hablar del fin de la religión, y no de la especie humana.

Profecías modernas El 28 de agosto de 1977, la ciudad de Caracas amaneció casi desierta. La mayor parte de los habitantes la había abandonado el día anterior debido a una profecía hecha durante los primeros días del mes, que aseguraba la próxima desaparición de la ciudad. Un espantoso terremoto partiría en dos la cordillera costera, el mar invadiría furiosamente las calles y todos los edificios se desplomarían. La culpable de la desbandada fue un ama de casa que dijo haber recibido la visita de alienígenas. Aparentemente, los visitantes le habían informado de la fecha de la tragedia. Ella se negó a ser la única en salvarse y le platicó a su vecina lo sucedido, la cual, a su vez, lo comentó con algunas personas de confianza. El rumor se esparció pronto por toda la capital. El lunes siguiente al “fatídico” fin de semana, los prófugos fueron recibidos por las sonrisas burlonas de los que se habían quedado a disfrutar del par de días más apacible de su existencia.

Los fraudes Muchos intérpretes de Nostradamos y supuestos profetas modernos llenan sus bolsillos con la venta de libros que presagian crisis, guerras y catástrofes (para lo cual no hay que ser profeta). Hablan de terremotos y hambruna en América, y luchas en el País

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Arte: Sir Assem

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Vasco (para lo cual tampoco hay que ser un genio); conflictos en Oriente y problemas entre árabes y judíos… Nada de esto requiere de un profeta, sólo de un buen historiador. Para mi gusto, el mayor fraude profético fue realizado por un tal Mario de Sabato. En 1985, se podía encontrar en todas partes un libro suyo titulado Profecías hasta el año 2000. Hoy, en el 2011, resulta interesante analizarlo. Lanzó profecías terribles: un mesías en el 97, Tercera Guerra Mundial en el 99, una guerra provocada por la Unión Soviética (¿cuál Unión Soviética?), también habla del Ejército Rojo en Italia, de Francia abandonando la ONU, de una revolución polaca, de la separación en cuatro países del Reino Unido, China salvando a la humanidad, otra bomba atómica, hambre en el mundo (vaya novedad), fin del Islam (poco probable), exilio del Papa en los Estados Unidos... Todo antes del 2000, todo salido de la boca de un argentino que se autoproclamó “El Nostradamus del siglo XX”.

Y entonces, ¿qué nos depara el futuro? La historia tiene ciclos; conocer acontecimientos y conflictos del pasado ayuda a presuponer el futuro. Cualquier historiador experto en el tema de Oriente Medio pudo adivinar desde 1948, cuando se fundó el estado judío de Israel en territorio árabe, que en varios años habría conflictos y, seguramente, guerras. Así es que, dejando de lado a unos cuantos a quienes el futuro ha dado algo de razón, la mayoría de los profetas sólo ven un futuro: el suyo, con mucho dinero por libros y conferencias. El futuro se construye el día de hoy. Existe un futuro, más aún, en este segundo hay un futuro, pero al siguiente segundo hay un futuro diferente derivado de las decisiones tomadas en ese nuevo segundo. Las profecías pueden hablar del futuro que habrá si las cosas son como han sido, pero ante cualquier cambio, por minúsculo que sea, el futuro cambiará. Nadie más que uno puede hacer sus profecías y replantearlas con cada nueva decisión.

Juan Miguel Zunzunegui Autor del exitoso libro El misterio del águila.


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La cocina filosofica de


Ingredientes: 5 filetes de pescado a su elección Plantas y hierbas al gusto Hoja santa Una pizca de magia Una cucharada de mito Una porción de religión 2 rebanadas de ciencia Modo de preparación: Se toman los ingredientes, se descubren y revuelven; experimente con ellos hasta encontrar sus propiedades, deje que pasen algunos años, tal vez siglos, y agradezca a la Madre Naturaleza. Sírvase caliente y decore con un buen recuerdo. Bien dicen las abuelas que no hay mejor manera de conquistar a un hombre que por el estómago. ¿Será cierto?, o ¿será que la cocina contiene magia? En una entrega anterior, ya había dicho que, durante la Edad Media, se consideraba bruja a cualquier mujer que experimentara en la cocina. Alquimista, hechicera; la mujer manipulaba a través de sus artes culinarias. Hoy, sigue haciendo magia. ¿En verdad no existe cierta magia en la cocina? Un platillo bien preparado es capaz de llevarnos a lugares increíbles: al paraíso, a la casa de la abuela cuando horneaba galletas para los pequeños, al regazo de la madre. Incluso, puede convencernos de amar. Nuestra mente es raptada, sorprendida; los aromas, los sabores, los colores las texturas, el chocar de los platos y las copas. … nos hacen viajar en el tiempo y el espacio. En la cocina, todos nuestros sentidos están expuestos. La magia comienza antes de que nos hayamos sentado a comer. ¿Cuántas veces no han olido o probado un platillo que inmediatamente les hacer recordar la cocina de mamá? Panaderías y cafeterías que evocan un momento específico y abren la apetencia. Marcel Proust, en su famosa obra, En busca del tiempo perdido; por el camino de Swan, menciona un pequeño bollo que, de inmediato, le hacía recordar su infancia.

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Todo esto tiene una explicación, dirían los médicos y psicólogos. Nuestro sistema límbico —la parte más arcaica del cerebro, que 48 gestiona respuestas fisiológicas ante estímulos emocionales— es el culpable de todas las sensaciones. Cuando recibimos un estímulo, ya sea visual, olfativo, gustativo, auditivo, o táctil, dicho sistema lo relaciona con algo conocido, algo que, irremediablemente, se encuentra en el pasado. Sin embargo, pareciera magia aquello que nos hace sentir una simple magdalena, un café o un tamal. Otra palabra mágica en la cocina es afrodisiaco. ¿Qué pasa cuando comemos mucho chocolate, mariscos o bebemos demasiado alcohol? Alborotan las hormonas, nos estimulan. ¿Acaso no existirá un verdadero elixir para el amor, como aquél que bebieron la bella Iseo y el valiente Tristán? Hay infinidad de plantas, hierbas e ingredientes sobre los que se han creado mitos. ¿Qué tal la planta que busca Gilgamesh para alcanzar la vida eterna? También está el mito de Ixtabentun, una hermosa mujer de la vida alegre que, al morir, se convirtió en flor de anís. O la mandrágora, planta que quiso ser humana y desarrolló piernas. En la vida real, la mandrágora parece una personita.

Plantas que se utilizan como símbolos en diferentes religiones, como la flor de San Juan, una pequeña flor blanca que la gente lleva a misa durante la festividad de dicho santo; o la palma, protagonista del Domingo de Ramos. Y qué decir de la flor de loto, que para los egipcios significaba la resurrección, por lo que se utilizaba en rituales fúnebres. ¿Se puede cocinar con todo esto?, no necesariamente. Sin embargo, fue al experimentar con diferentes hierbas y plantas en la cocina que se descubrieron sus cualidades medicinales, lo que las trasladó al terreno la ciencia, que no es otra cosa que el conocimiento por causas. La ciencia explica el por qué y el para qué de las cosas. Así, sabemos que la tila es una flor que sirve para relajar; la menta es útil para decorar un pastel y también para curar el estómago; el romero sirve para sazonar en la cocina y, asimismo, combate dolores reumáticos y lumbalgias. Magia, mito o ciencia, muchos de los ingredientes que hay en mi cocina, y en la de ustedes, han sido remedio, cura, e incluso causa de grandes males. En búsqueda de una planta que nos otorgue el bien en sí mismo, y, por qué no, la santidad, los dejo para irme a cocinar un rico pescadito empapelado envuelto en hoja santa. Patricia Garza Peraza


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Arte: “PeyoTe” por MuzRomz

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“Escuché el silencio, probé la paz, olí la amargura, sentí las nubes en mis dedos y lo vi… lo vi.”


Esas palabras me hechizaron el corazón. El mara’akame sabía que lo había hecho; había llegado al fondo de mi alma a través del Hikuri y de lo que Él le había permitido ver. Sus experiencias como chamán en la comunidad wixarika son innumerables, y las comparte y trasciende a través de su voz. Esa voz que, además de curar toda enfermedad, guía al espíritu en el arte del Nierika. Frecuentemente, el arte huichol es concebido como arte chamánico, ya que, para su elaboración, se realiza un acto ceremonial con peyote cuyo significado va más allá del uso recreativo de esta droga alucinógena. Los mara’akame o chamanes son guías espirituales en el encuentro con el peyote, entendido como una deidad, que ellos llaman Hikuri. Para la elaboración de algunas obras de arte huichol, se llevan a cabo rituales chamánicos que simbolizan la iniciación del artista: su búsqueda de visiones. Los nierikas son las piezas que resultan de este arte ritual. Cuadros cargados de color, figuras y personajes que conforman una cosmogonía que se logra después de recorrer un largo camino como aprendiz de chamán. El objetivo es obtener el nierika: “don de ver”, la visión de la forma interior del mundo que sólo se alcanza mediante la práctica del sacrificio. Esta experiencia visionaria requiere de un gran esfuerzo por parte del que se inicia. El lugar buscado es un umbral entre el renacer y el morir. Según la visión mágica de los huicholes o wixarikas, la forma interior de las cosas, y todo aquello que existe ordenada y estructuradamente, no es algo dado. Requiere de una profunda búsqueda de quien se inicia en el camino hacia el nierika. El Hikuri es quien, bondadosamente, les permite andar por ahí con sabiduría. Así, artista y chamán conforman un mismo sitio en el mundo a través de su fuerza mágica visionaria. La magia radica en todo el proceso, pero sobre todo en que el nierika no puede ni debe ser concebido como una representación. Lo que se reproduce en el cuadro no son imágenes de los dioses; la obra misma es un dios por pleno derecho. Cada cuadro, cada figura en él, es un ente poderoso y con voluntad propia: dioses que, en el mismo momento en que se revelan dentro de la obra, en ese justo instante, están creando el universo. La tradición artística del nierika sobrepasa la actividad plástica, que, en sí, ya es maravillosa. El arte huichol, en tanto que surge de un contexto religioso, muestra una dimensión del arte difícil de elucidar como experiencia estética. Para entenderlo hay que dejarse llevar por su raíz mítica y mágica. No es una misión sencilla. Nancy Gutiérrez Olivares

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“Rusalka” por Surrealgreen

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Café Sonoro


Es irresistible entrar al Palacio de Bellas Artes cuando nos encontrarnos en el ecléctico centro de nuestra ciudad capital. Con las reminiscencias claras del Porfiriato estampadas en la mezcolanza iracunda del Art Nouveau y el Art Decó, el Palacio (y no el de Hierro), refleja en cada una de sus venas el andar polifacético y trágico que ha vivido México. Resulta imposible no levantar la mirada para descubrir en sus paredes las ideas de Siqueiros, Rivera y Orozco. Al caminar por sus pasillos, al tomar asiento en la sala frente al telón antifuego de cristal, al ordenar un café en el restaurante… prevalece el deseo de hablar de arte y cultura. De pronto, el alma se ilumina un poquito más de lo común; de pronto, todo tiene más sentido. Y es ahí, en ese palacio que pasó a ser la nueva sede cultural mexicana tras la desaparición del Teatro Nacional de México –que ha sido tan mutilado, rascado, repintado, renovado y criticado en este sexenio– en donde hace un par de meses se presentó con gran éxito una de las grandes óperas checas: “Rusalka”. De Antonín Dvorak y libreto de Jaroslav Kvapil, se estrenó por primera vez en Praga el 31 de marzo de 1901. Digamos ya, hace unos añitos. Rusalka significa “mujer encantada”, y es una metáfora musical del famosísimo cuento de Hans Christian Andersen “La Sirenita” —claro está, sin los elementos tan naïve de la adaptación de Disney. Se trata de una exquisita pieza representativa del ideal romántico del siglo XIX. Basta escuchar los primeros acordes de la ópera para sumergirse en el tormento de la vida y la muerte; el destino y la pasión. Inquietante fantasía onírica de la que el ser humano no ha podido escapar. También es el encanto precoz de los seres fantásticos y su contacto con el mundo humano. La ninfa acuática, en el estrago de su inocencia, decide renunciar a su voz e inmortalidad por amor a un hombre de carne y hueso. El príncipe, humano al fin, la cambia por una princesa extranjera que puede hablar. Rusalka, sentenciada a vivir en el limbo entre lo fantástico y lo real; entre ser ninfa y humana, se vuelve a esa barca griega que lleva a los hombres a la muerte. El príncipe, curiosamente destrozado por su ausencia, envía a sus sirvientes al fondo del lago para pedirle que regrese. Pero, ¡oh, destino fatal!, cuando se reencuentran y el príncipe quiere besarla, Rusalka le advierte que, al hacerlo, él morirá. ¿Qué es el amor sin la muerte? ¿Qué sentido tiene entonces la vida? El príncipe opta por sacrificar con un beso su existencia en el mundo físico. Al final, para él, un acto como éste es más valioso que una vida sin amor. ¡Voilá! Romanticismo puro.

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Después de unas horas de estar sentado en la butaca, disfrutando cada compás que expresa lo sublime, y sintiendo la emoción sincera que produce el contacto del oído con la experiencia operística, uno siente la necesidad de preguntarse muchas cosas: ¿por qué necesitamos la fantasía?, ¿por qué un compositor de ópera, como Dvorak, fue atraído por la fantasía de estos cuentos? Como escribe el escritor y pedagogo boliviano Víctor Montoya, en su texto “El poder de la fantasía y la literatura infantil”: “La fantasía cumple una función imprescindible en nuestras vidas, no sólo porque sirve como válvula de escape a la realidad existencial, sino también porque es la fuerza impulsora que permite rectificar la realidad insatisfactoria y realizar los deseos inconclusos por medio de los ensueños”. Es, finalmente, el cauce de nuestros ideales en su enfrentamiento reiterado con la frustración de lo real. Sin este escape, viviríamos en la miseria de la decepción, sin la esperanza de posicionarnos en un lugar mejor de este mundo. Nuestra vida tendría un aliciente más para desvanecerse en la nausea sartreana; en el sinsentido. ¿Qué mejor forma de hacer un análisis existencial que a partir de la ópera? Basta escuchar la famosa aria que canta Rusalka, la “Canción a la luna”: “Luna, que con tu luz iluminas todo desde las profundidades del cielo y vagas por la superficie de la tierra bañando con tu mirada el hogar de los hombres. ¡Luna, detente un momento y dime dónde se encuentra mi amor!”. Dos son mis recomendaciones para sumergirse más profundamente en esta pieza. La primera es la grabación editada por DECCA en 1998, que contó con las voces de las mesosopranos estadounidenses Renée Fleming y Dolora Zajick, y el tenor canadiense Ben Heppner. Dicha versión fue dirigida por el recién desaparecido Charles Mackerras. La segunda, en modo de DVD, editada en 2009, es la producción de la Ópera de París, dirigida por James Colon y cuyo elenco estuvo conformado por la misma Fleming, Larissa Diadkova y Sergei Larin. ¡¡¡Na shledanou!!!1 Armando Arrocha 1

Expresión checa para decir: “hasta la próxima vez”.


Recuerdo que de niña hablaba contigo sin cuestionarme si estaba loca o mi imaginación era tan astuta para hacerme creer que te veía mientras platicábamos. Me acompañabas cuando mis miedos iban creciendo; nada me calmaba, lloraba de tal forma que no escuchaba las palabras de consuelo de mi mamá y menos las tuyas.

“no tengas miedo, dame la mano, yo te acompaño del otro lado de esa oscuridad; te va a sorprender lo que encontrarás allí. Es todo lo que has deseado. Compruébalo tú misma.”

Esto me sucedía por las noches cuando me mandaban a dormir, ya que mis hermanas chicas estaban en el sueño profundo. Las miraba y me preguntaba a dónde se iban mientras dormían. Me daba la sensación de que estaban muertas. Sentía miedo y bajaba corriendo las escaleras hasta donde estaba mi mamá. Ella no sabía qué decirme; a veces me regañaba por estar despierta tan tarde.

El corazón se me salía del pecho. Me seducía aquel hombre. Al fin podría tener un coche último modelo y pasear en él con mi ropa de marca. También podría viajar a la playa cuantas veces quisiera, pero algo me hacía dudar, sentía que algo no estaba bien. Percibí un olor a azufre. No me podía despertar ni gritar; me acordé de ti, mi ángel protector de la niñez. Mentalmente pedí que me ayudaras, que si en verdad habías estado conmigo de chica, me lo demostraras en ese momento. Desperté empapada en sudor, ahogándome, a punto de no regresar. Jamás volveré a olvidarme de ti. Martha Patricia Olmos R.

Arte: “Ángel” por szc

Pasó el tiempo y ya no me acordé de ti. Te dejé olvidado junto con mi niñez. Un mes antes de cumplir quince años, soñaba y me veía caminar hacia la oscuridad; una energía me jaló con fuerza hasta la presencia de un hombre hermoso y encantador. Dejé que él acariciara mi cabello. Me decía:

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Argüendero:

“¡Cuánto has crecido, bodoque!” Típica frase de las tías y las abuelas para referirse al aumento de estatura de su sobrino o nietecito. Pero, ¿qué es un bodoque? Por lo general, pensamos en alguien regordete. De ser así, no estamos tan perdidos. Esta palabra, que usamos cotidianamente para hablarle a un niño pequeño, es una deformación de la palabra boloque: una bola de barro que solía usarse en los juegos infantiles. Deriva del griego balló, de donde viene bala, bola y balón. Y si bodoque le parece cursi, ¿qué tal chamaco? “Me acuerdo cuando estaba chamaco…”, dicen los viejos. Lo que realmente quieren decir es: “recuerdo cuando era un chamahuac, término que proviene del náhuatl y significa: “maíz que está por madurar.” Otro vocablo que deriva del maíz es molloqui: “mazorca de maíz que no logró madurar”, que dio origen a la palabra morro, con la que comúnmente se llama a los niños y jóvenes en el norte del país. Esperamos que este mes celebre a sus chilpayates, del náhuatl chiltic (enrojecido) y páyatl (gusanito velloso): “niño al que todavía hay que cargar”, que tiene pelusilla en la cabeza y los cachetes colorados. Así que, felicidades a todos los bodoques, chamacos, morros y chilpayates. Y a usted, que no se lo chamaqueen, lo esperamos en el próximo argüendero.

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Trisquel:

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Una hermosa ciudad con palacios de marfil, oro y plata se yergue en mitad del Océano Atlántico. Rodeada por enormes puentes de tierra y canales concéntricos de agua, la capital de la Atlántida es la más hermosa del mundo. Sus pobladores se trasladan en barcos por el mar y en vehículos flotantes por la tierra. Ésta es una civilización muy avanzada, que conoce el principio de la electricidad, y sabe cómo controlar la fuerza vital de los ríos y los árboles. Los atlantes viven en un paraíso de plantas y animales exóticos. Sin embargo, su arrogancia los conducirá a la destrucción de su imperio.

Arte: “Rebirth of Atlantis” por XxTheEnd89xX

Todo comenzó con Platón Platón reveló la leyenda de la Atlántida en sus “Diálogos de Timeo y Critias”: “Escucha, pues, Sócrates, una historia muy singular, pero rigurosamente verdadera”.


Afirmó que hace 9, 000 años, existió una isla del tamaño de Asia Menor y Libia combinadas frente a las Columnas de Hércules (actual estrecho de Gibraltar). Aunque para algunos la Atlántida no es más que una imaginería de Platón, numerosas expediciones continúan buscando las ruinas del imperio perdido, que, según cuenta el relato, se hundió debido a una espantosa catástrofe. Lo más interesante es que en las últimas décadas se han encontrado vestigios de civilizaciones antiguas en el fondo del océano. Hay hasta quien asegura haber descubierto los restos de la Atlántida. Se dice que la atlante era una raza híbrida, divina y mortal. La mitología establece que Poseidón, la principal deidad de los atlantes, se enamoró perdidamente de una mujer llamada Clito y se casó con ella. Poseidón fortificó la colina en la que vivía su esposa, y la aisló por medio de dos anillos de agua y tres de tierra para hacerla inaccesible a los invasores. La pareja tuvo diez hijos varones, razón por la cual la isla de la Atlántida quedó dividida en diez partes. Al primogénito se le concedió la región más vasta y rica del país. Se convirtió en el rey de todos sus hermanos, príncipes del resto de las provincias. Su nombre era Atlas. En el capítulo 6 del Génesis, se puede leer: “Cuando los hijos de Dios (los gigantes o ángeles caídos) se dieron cuenta de que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron de ellas a cuantas quisieron, tuvieron hijos con ellas y esos fueron los grandes héroes de la antigüedad, varones de nombre”. ¿El relato bíblico se estará refiriendo al linaje de Clito y Poseidón? Por mucho tiempo, los atlantes vivieron en la virtud, lejos de la arrogancia y las pasiones; conservaron su naturaleza divina y el imperio alcanzó su etapa de esplendor. Sin embargo, la esencia divina se fue debilitando por la continua mezcla con los humanos; vino la decadencia y, finalmente, la destrucción de la ciudad.

Desaparición del imperio Existen varias teorías acerca de la desaparición de la Atlántida. De acuerdo con Platón, ocurrieron intensos terremotos e inundaciones que hicieron que en un solo día, en una noche fatal, el imperio se desvaneciera entre las olas. Algunos afirman que la erupción del volcán Atlas sepultó la capital de la Atlántida; otros dicen que en aquel tiempo un meteorito destruyó casi toda la vida de la Tierra. También hay quien asegura que fue debido al Diluvio Universal. Cualquiera que sea la razón, de haber existido la Atlántida, sus restos deben encontrarse en las profundidades del océano.

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Arte: “Atlantis” por Ravirr17

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¿Qué dicen los científicos? En la actualidad, investigadores de distintas nacionalidades buscan las ruinas de la Atlántida en lugares estratégicos. En la isla de Andros, que forma parte del conjunto de las Bahamas, se encontró una gran plataforma construida con piedras talladas y dispuestas en líneas rectas. Una ingeniera oceanográfica, que buscaba yacimientos petrolíferos en la costa de Cuba, descubrió los restos de una antigua ciudad sepultada a 600 metros de profundidad. En 2004, se hallaron las ruinas de una civilización antigua en Chipre. Han aparecido pistas que coinciden con el relato de Platón en España, India y el Mediterráneo. En Yucatán, se descubrieron esqueletos humanos 5, 000 años más antiguos que los mayas, por lo que incluso ha surgido la teoría de que los edificios de esta zona en realidad no fueron construidos por los mayas, sino por los atlantes, quienes debido al cataclismo, decidieron buscar refugio en América. Santiago Martínez Concha, autor del popular libro Códex, afirma haber encontrado las ruinas de

la Atlántida. Según él, existe una enorme masa continental en el centro del Atlántico, como decía Platón. Establece que el hecho de que determinadas especies de anguila y salmón vayan a desovar al centro del Atlántico es una prueba de que hace miles de años existieron ríos de agua dulce en ese lugar. Por otra parte, sostiene que las aves migratorias que salen desde el norte de Europa hacia América en busca de un clima cálido, caen exhaustas en mitad del océano porque no encuentran un lugar en donde reponer sus energías. Instintivamente, saben que ahí debían haber encontrado tierra. Otros lugares míticos, como la ciudad de Troya, existieron en realidad. ¿Será la Atlántida una metáfora de Platón sobre la arrogancia del hombre?, o por el contrario, ¿es su relato un documento histórico? No lo sabremos hasta que aparezcan pruebas contundentes. Mientras tanto, seguiremos buscando ese paraíso de aguas cálidas y jardines de ensueño, aunque sólo sea en nuestra imaginación.


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