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Autorretrato de JosĂŠ Antonio Alvarado (1884-1988)
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PATIO ALVARADO es una producción de la Fundación Municipal Bienal de Cuenca con el apoyo de la Ilustre Municipalidad de Cuenca Marcelo Cabrera Palacios ALCALDE DE CUENCA PRESIDENTE DE LA FUNDACIÓN MUNICIPAL BIENAL DE CUENCA Eliana Bojorque Pazmiño DIRECTORA MUNICIPAL DE CULTURA, EDUCACIÓN Y DEPORTES Cristóbal Zapata DIRECTOR EJECUTIVO FUNDACIÓN MUNICIPAL BIENAL DE CUENCA © 2016, Fundación Municipal Bienal de Cuenca Concepto «Patio Alvarado», curaduría y edición: Cristóbal Zapata Fotografías: José Antonio Alvarado Archivos fotográficos: Gustavo Landívar H., familia Alvarado Neira y Betty Alvarado Ochoa Diseño y diagramación del catálogo: Juan Pablo Ortega Asistencia de diseño: Galo Mosquera Corrección de textos: Silvia Ortiz Guerra Producción de la exposición: Wendy Aguilar Coordinación técnica: Diana Quinde Asesoría museográfica: Gustavo Landívar H. Coordinación del montaje: Gabriela Sánchez y Yair Gárate Comunicación: Santiago Vanegas M. ISBN: 978-9942-22-043-1 Impresión: Grafisum Cuenca – Ecuador, abril de 2016
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CURADURÍA Y EDICIÓN CRISTÓBAL ZAPATA
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Fot贸grafo a orillas del Tomebamba, c. 1920. Foto: Manuel J. Serrano. Archivo: Gustavo Land铆var H.
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L a casa de la Fundación Municipal Bienal de Cuenca, cuyo diseño
original debemos a José Antonio Alvarado, es uno de los más bellos edificios patrimoniales del Centro Histórico de la ciudad y como tal es un espacio de particular interés para la Municipalidad considerando la memoria que guarda entre sus muros y su enorme potencial cultural y turístico. Desde la Dirección de Áreas Históricas y Patrimoniales entendemos nuestro patrimonio arquitectónico y cultural como un organismo vivo, en permanente evolución, plenamente integrado a la dinámica general de la urbe del siglo XXI. En este sentido, el Centro de Interpretación “Patio Alvarado”, concebido como una exhibición permanente de una parte del legado fotográfico de José Antonio Alvarado, viene precisamente a activar este bien patrimonial, a darle una nueva vida, pues el centro de interpretación aspira a desarrollar una plataforma interactiva con el público visitante para revelarle y explicarle el papel y el significado del patrimonio histórico y cultural mediante una interpretación contemporánea. José Antonio Alvarado fue uno de esos personajes fascinantes que nos dejó el siglo XX. Hombre de múltiples facetas, sobresalen en él el empresario y el fotógrafo. Junto a otros adelantados y talentosos cuencanos que actuaron en las primeras décadas del siglo pasado como Manuel Jesús Serrano, Emmanuel Honorato Vázquez, José Salvador Sánchez, Víctor Coello, Gabriel Carrasco, Rafael Sojos y Agustín Landívar –para nombrar unos pocos–, Alvarado se cuenta entre los pioneros de la fotografía en la ciudad. La particularidad de Alvarado es que fue un fotógrafo de “casa adentro”: si sus hijos son los protagonistas de sus fotos, los pasillos de la casa son los coprotagonistas de todos los registros fotográficos, de manera que cada retrato que hizo es también un cuadro de esta hermosa mansión. En el aniversario 459 de la Fundación de Cuenca nos complace entregar a la ciudad la primera exhibición permanente dedicada a la fotografía con la que cuenta el país, lo que constituye sin duda una feliz iniciativa de la actual administración de nuestra Bienal. Estamos seguros que los espectadores y los lectores se deleitarán con esta hermosa muestra y con este cuidadoso catálogo: cada foto de Alvarado nos lleva al corazón de la casa de la Bienal y es un viaje al fondo de la memoria cuencana. MARCELO CABRERA PALACIOS Alcalde de Cuenca 7
Patio sede administrativa Fundaci贸n Municipal Bienal de Cuenca. Foto: Santiago Vanegas M. 8
EL ÁLBUM Y EL PATIO/ Cristóbal Zapata
E n 1907, José Antonio Alvarado (1884-1988) adquirió
el inmueble de lo que hoy es la casa-sede de la Fundación Municipal Bienal de Cuenca y lo rediseñó conjugando su personal comprensión del espacio y de la luz con sus requerimientos empresariales. Teniendo como modelo postales pintorescas de procedencia europea, Alvarado decoró las paredes de la casa con murales de regusto bucólico que usó como telones de fondo de sus retratos fotográficos, mientras los profusos apliques de papel tapiz y latón policromado que exornan el edificio obedecen a que importaba y expendía estos materiales, de manera que la casa –además de ser el domicilio de la familia Alvarado Ochoa, y luego Neira Alvarado hasta fines de los años ochenta– funcionó también como un gran catálogo o muestrario de láminas de latón para cielorrasos y marcos para puertas y ventanas. En 1994 el Concejo Cantonal declaró a este edificio de «utilidad pública» y pasó a ser la sede administrativa de la Bienal de Cuenca. Su intervención-restauración estuvo a cargo de los arquitectos Max Cabrera y Gustavo Lloret, y se llevó a cabo entre enero de 2006 y diciembre de 2009. Viajero y hombre de entresiglos, en la intimidad del hogar Alvarado creó una atmósfera europeizada y finisecular: la familia escuchaba música clásica en discos de carbón, su esposa vestía trajes parisinos, los niños traveseaban con juguetes importados, su hija tocaba un piano de cola. En la sala se encontraban pinturas de escuela italiana y muebles de esterilla traídos desde Viena. 9
Relojero, librero, importador y comerciante de diversos productos, entre otros, cámaras y materiales fotográficos, José Antonio Alvarado no solo aportó de un modo decisivo al desarrollo de la fotografía cuencana con su oferta de artefactos vinculados al oficio fotográfico, sino que él mismo se convirtió en uno de sus más entrañables practicantes en la época todavía heroica de la fotografía local. Capturando su entorno familiar con una sensibilidad particular, y teniendo siempre a la casa como escenario, Alvarado se convirtió en el cronista gráfico de su hogar. Mientras sus hijos crecían y la vida familiar se desenvolvía apaciblemente, Alvarado miraba con acuidad su discurrir y lo interrumpía para fijarlo en el tiempo. Apasionado de los paisajes pintorescos, de los vestidos y juguetes, de los reflejos y las simetrías, pero sobre todo de la infancia, sus retratos individuales o grupales de niños recuerdan los mejores momentos de la fotografía victoriana y prerrafaelita, particularmente las imágenes de Juliet Margaret Cameron o Lewis Carroll. Y si apelamos a la noción de semejanza desplazada propuesta por Didi-Huberman1, no sería descabellado cotejar –por la relación del operador con el sujeto de sus fotos– los modelos de Alvarado con los de la fotógrafa estadounidense Sally Mann, que hizo de sus pequeños hijos uno de sus memorables objetos fotográficos, con el valor añadido de que Mann recupera la antigua tecnología de las cámaras de cajón. En otras ocasiones, sus fotos de parejas recuerdan –avant la page– algunas otras de Diane Arbus. Pero mientras ellas invisten sus imágenes y retratos de una sombra perversa, los de Alvarado parecen ungidos por un aura de pureza, atravesados por la inocencia prístina de la infancia; acaso el mismo candor e idealismo de los que estaba imbuido su artífice, pues como bien anota Alberto Manguel: “Todo retrato es en cierto sentido un autorretrato que refleja a quien lo mira”2. «Mediante las fotografías –escribe Susan Sontag– cada familia construye una crónica-retrato de sí misma, 1 Georges Didi-Huberman, Ante el tiempo. Historia del arte y anacronismo de las imágenes, p. 44. 2 Alberto Manguel, Leyendo imágenes. Una historia privada del arte, p. 175.
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Cámara fotográfica de placa Voigtländer-Bergheil. Foto y colección: Gustavo Landivar H.
un estuche de imágenes portátiles que rinde testimonio de la fuerza de sus lazos. Poco importa cuáles actividades se fotografíen siempre que las fotos se hagan y aprecien. La fotografía se transforma en rito de vida familiar justo cuando la institución misma de la familia –en los países industrializados de Europa y América– empieza a someterse a una operación quirúrgica radical. A medida que esa unidad claustrofóbica, el núcleo familiar, se extirpaba de un conjunto familiar mucho más vasto, la fotografía la acompañaba para conmemorar y restablecer simbólicamente la continuidad amenazada y el ocaso del carácter extendido de la vida familiar. Estas huellas espectrales, las fotografías, constituyen la presencia vicaria de los parientes dispersos. El álbum familiar se compone generalmente de la familia extendida, y a menudo es lo único que ha quedado de ella»3. 3 Susan Sontag, Sobre la fotografía, p. 23.
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De manera que estamos ante el entrañable álbum de la familia Alvarado Ochoa, una familia numerosa que tuvo en su padre a un vigía y a un fotógrafo excepcional. Pero ese álbum no constituye un mero patrimonio familiar, es parte de un momento crucial de la modernidad cuencana y como tal, un documento importante de la memoria colectiva. El proyecto «Patio Alvarado» ha sido concebido como una exhibición permanente de una parte del legado fotográfico que nos dejó José Antonio Alvarado, y de algunos de los objetos e instrumentos que conformaron su laboratorio. Completa esta exposición un hermoso registro audiovisual realizado por Johanna López, que constituye al mismo tiempo un retrato del personaje y de la casa, y una celebración de la luz que los atraviesa. Para esta publicación hemos recuperado un artículo de Rolando Tello, una amena semblanza de Alvarado, cuya versión original apareció en la revista Avance –de la que es su Director– en noviembre de 2008, cuando la casa de la Bienal se hallaba en proceso de restauración, y hemos encargado a la historiadora María Tómmerbakk –quien durante la intervención del edificio fue parte del equipo investigativo– una vista panorámica del barrio y la ciudad en las primeras décadas del siglo pasado para enmarcar mejor la apoteósica erección de la casa. En un momento en que los museos –sometidos a un cuestionamiento profundo– se ven obligados a redefinir su papel en el entramado social, hemos preferido pensar este lugar como un pequeño «centro de interpretación», esto es, un equipamiento que procura generar un ambiente propicio para el aprendizaje creativo, buscando revelar al público el significado del legado cultural e histórico de los bienes expuestos. En este sentido, nos resultaba particularmente sugestiva la idea del «patio» que en la casa es el lugar de encuentro familiar, y en la escuela el espacio privilegiado del juego, del recreo.
Fachada de la sede administrativa Fundación Municipal Bienal de Cuenca. Foto: Fabián Quezada 12
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Portada y páginas interiores del catálogo comercial de José Antonio Alvarado
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PERFIL DE JOSÉ ANTONIO ALVARADO/ Rolando Tello Espinoza
Hace un siglo, José Antonio Alvarado había estable-
cido el negocio de importación de láminas decorativas de latón para cielorrasos, zócalos y marcos de puertas y ventanas, ornamentos destinados a las casas más distinguidas de Cuenca. Hombre de grandes ambiciones e iniciativas, sin más educación que la primaria, Alvarado sería precursor de actividades comerciales, culturales y artísticas que marcaron improntas de desarrollo y bienestar para los cuencanos durante la primera mitad del siglo XX. Nacido el 11 de mayo de 1884, vivió 104 años para ver, hacer y contar largos trechos de la historia de su ciudad. Último de seis hermanos, huérfano a temprana edad, Alvarado se atrevió a montar una fábrica de licores en Guayaquil, empresa que perdió en un incendio, obligándolo a volver a Cuenca a inicios del siglo XX. En 1907 adquirió la casa que se volvería célebre en las calles Estévez de Toral y Bolívar. Dos años después consolidó su negocio de latones con relieves artísticos para decorar las mansiones de los cuencanos pudientes. Abrió también una librería en la calle Bolívar y Benigno Malo, que levantó recelos de la jerarquía eclesiástica, pues ofrecía obras literarias y científicas –algunas de ellas sobre la teoría de la evolución, que ponía en entredicho los dogmas seculares acerca del origen de la vida y de la humanidad–, además de las escabrosas novelas de Vargas Vila que desaparecían por encanto de los anaqueles. 15
Los sermones adversos a la librería, en vez de asustar a los lectores hicieron lo contrario: una mañana José Antonio se sorprendió con una aglomeración de público frente a su negocio cuando se disponía a abrir, pero se tranquilizó al percatarse de que no era un asalto de fanáticos, sino un hervidero de clientes tras los títulos castigados con los más graves anatemas. Este episodio pasó a formar parte del anecdotario familiar, en las décadas sucesivas Alvarado contaría a los hijos y nietos que –satisfecho por la exitosa venta– escribió una carta de gratitud al obispo encareciéndole que fijara la comisión por promocionar su stock desde el púlpito. Aún ríen los descendientes de su pícaro humor. Hacia 1919 –en pleno auge del negocio de los latones policromados– viajó a los Estados Unidos invitado por la Berger Manufacturing Co. de Nueva York, la casa fabricante del producto para intensificar la relación comercial. Allí empezó su trayectoria de hombre de mundo que le llevaría en los dos años siguientes por Europa, donde hizo contacto con fabricantes de relojes, instrumentos musicales, cámaras fotográficas, juguetes, muebles y productos ornamentales que importó al Ecuador, abriéndose un próspero mercado. El ingenioso negociante se hizo experto en promocionar sus productos. Alicia Alvarado –la penúltima de seis hijos– recuerda una historia que escuchó a su padre: él había ofrecido a los religiosos de Santo Domingo los latones para el cielorraso del convento, pero el superior de la orden, al observar el triste gris de las placas, las desdeñó aduciendo que serían apropiadas para adornar el cementerio. Días después, José Antonio invitó al superior dominicano para mostrarle unas lámparas preciosas traídas del exterior, expuestas en un salón de su residencia: el religioso se asombró, más que por las lámparas, por el colorido y arte de los cielorrasos. «Son los latones que usted despreció», le dijo al visitante que no tardó en adquirirlos para imponer alegría y elegancia a los recintos conventuales. Alvarado los había hecho pintar –bajo su dirección– por un hábil artesano de la ciudad. 16
Relojería de José Antonio Alvarado en Cuenca, c. 1890–1909. Archivo Histórico del Guayas, Ministerio de Cultura y Patrimonio
Los instrumentos para las bandas de guerra del colegio Benigno Malo y de otros establecimientos educativos fueron importados por él, así como los relojes que aún repican las horas del día y de la noche en las torres de Baños y de Ricaurte. También trajo de Europa el antiguo piano de la Universidad de Cuenca. El traslado de las mercaderías importadas desde el puerto de Guayaquil a Cuenca era una odisea que tenía lugar entre los caminos de Naranjal y Molleturo, atravesando chaquiñanes, páramos y montañas, en caravanas de indígenas, bueyes o acémilas, según las condiciones de la topografía. En 1921, maduro de años y de caminar por el mundo, contrajo nupcias con Florencia Ochoa, dama que se acoplaría a las labores del hombre de negocios para ser partícipe de sus ajetreos cotidianos. Cuando llegaron los hijos, la casa de la calle Estévez de Toral quedó estrecha, por lo que adquirió un terreno colindante que daba hacia la calle Bolívar. Hombre que 17
admiró la arquitectura europea en sus viajes, levantó a su gusto la mansión de tres plantas con frontis de mármol, columnas, balcones, capiteles, puertas y ventanas simétricamente diseñadas para dar una identidad arquitectónica singular al edificio. Las paredes de la casa lucían tapices importados, así como pintura mural ejecutada por los obreros a quienes asesoraba y dirigía. Alvarado colocó los más vistosos latones policromados con purpurinas para decorar los tumbados, los zócalos, los marcos de las puertas y ventanas. En la década del treinta el edificio recibió en dos ocasiones premios municipales de ornato. José Antonio impregnó su refinado gusto en el ambiente doméstico. Fotografías captadas por él, con la esposa, los hijos y sobrinos posando o sorprendidos en la vida del hogar, muestran sus aptitudes en el uso y dominio de la cámara fotográfica: en las fotos están no solo los personajes, sino los decorados, captados desde ángulos cuidadosamente escogidos para resaltarlos. La fotografía se había convertido en el hobby predilecto de Alvarado, quien volcó en ella su interés por el arte. Hubo gente que le dio fama de tener pactos con el demonio por retratar a la distancia y contra la voluntad de las personas con un artefacto mágico –el teleobjetivo– que sólo él disponía por entonces. En la casa de tres plantas residieron numerosos inquilinos, contándose en alguna época hasta treinta miembros de diferentes familias. Allí vivió el músico José Ignacio Canelos, compositor de pasillos y otras piezas inolvidables del cancionero nativo. Canelos enseñaba piano a Marina, hija de Alvarado, quien se deleitaba con la música clásica y poco apetecía de la música nacional. A comienzos de los años cincuenta, la esposa sufrió quebrantos de salud que fueron complicándose irremediablemente, provocando un impacto psicológico que afectó la felicidad y la rutina del efusivo comerciante. El cáncer había empezado a consumir a doña Florencia Ochoa. Decidido a hacer lo imposible para aliviar los dolores de la amada enferma se desplomó su entusiasmo 18
Baño en la terraza: Florencia Ochoa y sus hijos Jorge y Marina, c. 1926. Archivo: Betty Alvarado Ochoa
característico. En esos afanes se vio precisado a enajenar la casa familiar construida con especial afecto y fue su hijo político, Medardo Neira Garzón, quien la adquirió para conservarla y hacer en ella un centro de irradiación cultural, aficionado como era a las artes y a los libros. Doña Florencia murió en 1956, veinte y ocho años antes que el longevo cónyuge, quien aunque disminuido de fuerzas y de ánimos siguió bregando en los negocios hasta cumplir cien años en 1984. Aun viviría cuatro años más, hasta que la muerte lo alcanzó en septiembre de 1988. En 1994 la Municipalidad compró la casa a los herederos de Medardo Neira –quien murió en 1976, doce años antes que su suegro–, para convertirla en la sede administrativa de la Fundación Municipal Bienal de Cuenca, destino final de la mansión fantástica entre cuyos inquilinos no han dejado de aparecer, de vez en cuando, fantasmas que han puesto los pelos de punta a los más incrédulos testigos. 19
Los habitantes visibles e invisibles A Yolanda Neira Alvarado –nieta de José Antonio– se le grabó para siempre el rostro de la novia joven, hermosa, con una corona de rosas en la frente y un ramo de flores en la mano derecha, descendiendo risueña las escaleras de la casa. Ella tenía alrededor de seis años y cuando preguntó quién era la novia que vio a su paso, se encontró con el rostro asombrado de doña Alicia –su madre–, sin acertar explicación alguna. Pues, la visión de la niña llevó a la madre a recordar otra historia ocurrida muchos años atrás, cuando un inquilino de apellido Orellana llegó tarde en la noche, pasado de copas, y sin dar con la llave del callejón en el bolsillo, pidió a la esposa que le lanzara la suya. Entró al fin a la residencia y en las gradas se cruzó –asiéndose del pasamano– una novia cuya presencia insólita le electrizó al punto que se le esfumó la borrachera. Cuando entró, la esposa quedó estupefacta ante la palidez del hombre que parecía no haber ingerido una copa, pero balbuceaba sobre la aparición. Yolanda Neira jamás supo de esta historia y no pudo menos que impresionarse al conocerla, asociándola con su propia experiencia. Las versiones de fantasmas visibles e invisibles no son pocas. Un guardián de la Bienal, escuchó una noche el rumor de una cafetera que hervía en el piso superior a su dormitorio, donde vio la luz prendida. Seguro de que algún incauto dejó conectado el artefacto, fue a desenchufarlo, pero cuando regresó a su cuarto vio encendida la luz que acababa de apagar y escuchó otra vez borbotear el agua hirviente. Entonces ya no tuvo ánimo para volver a desconectar la cafetera y se quedó quieto, a esperar insomne el amanecer. Las leyendas son parte de la historia del edificio, cuya restauración fue obra de los arquitectos Max Cabrera y Gustavo Lloret, especialistas en recuperar la vida y la memoria de antiguas edificaciones patrimoniales construidas con barro y bahareque. 20
Familia Alvarado Ochoa en noviembre de 1944. De pie: los hijos Alicia, Marina, Jorge, Betty y Aida; sentados: los esposos Florencia Ochoa y JosĂŠ Antonio Alvarado. Foto: Manuel J. Serrano. Archivo: Betty
Alvarado Ochoa
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Revista militar en la Plaza Miguel Le贸n (parque San Sebasti谩n), c. 1920. Foto: Manuel J. Serrano. Archivo: Museo Pumapungo, Ministerio de Cultura y Patrimonio
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LA CASA Y EL BARRIO/ María Tómmerbakk
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l proceso constructivo de una casa, su estilo y razón de ser, así como la vida de sus habitantes, siempre se vinculan de manera estrecha a su entorno, bien para marcar una distancia a lo que le rodea o para integrarse completamente al lugar. La casa que actualmente conocemos como «de la Bienal» está ubicada en el barrio de San Sebastián, antigua parroquia de indios, casi tan vieja como la ciudad misma, creada bajo los postulados segregacionistas de la época que buscaban separar a los nativos de los nuevos señores blancos de la pequeña ciudad colonial pero que, con el tiempo, se convirtió en un barrio que reunía varias culturas y condiciones sociales, actividades y formas de vida. El sector de San Sebastián, centro parroquial desde 1692, se desarrolló en torno a la iglesia y a la plaza adyacente. Al igual que la mayoría de las plazas, hasta inicios del siglo XX era un espacio abierto donde se llevaban a cabo actividades mercantiles en días de feria, corridas de toros, presentaciones teatrales, procesiones religiosas y desfiles militares. La historia más recordada de este sitio es sin duda la muerte del cirujano francés Jean Seniergues, médico de la Misión Geodésica, herido de muerte por una turba enfurecida durante una corrida de toros en la plaza el 29 de agosto de 1739. En el siglo XIX, el espacio se utilizaba como mercado de ganado, función que todavía mantenía a inicios del siglo anterior. Fotografías de la época también muestran la plaza como cancha de fútbol, para finalmente, desde la década de los cuarenta del siglo pasado, señalarse en los planos como Parque Miguel León, lo que revela un 23
cambio del uso multifuncional a una función estética y decorativa4. Durante el período colonial, el barrio tenía una importante concentración de artesanos de oficios diversos5, muchas de estas actividades se mantendrían luego de la Independencia, pero es claro que con el auge de la producción y exportación de sombreros de paja toquilla –desde finales del siglo XIX– los habitantes de San Sebastián, al igual que el resto de la población cuencana, se dedicaban también a esta actividad. Hay que recordar que en la segunda mitad del siglo XIX, la economía local tuvo un fuerte impulso, primero por medio de las exportaciones de la cascarilla –materia prima para la elaboración de la quinina– requerida por las potencias mundiales para combatir el paludismo en sus colonias y luego –cuando esta actividad terminó abruptamente en 1885– a través de los sombreros6. Estos cambios en la producción y en las actividades económicas impulsaron importantes transformaciones en la vida de los cuencanos, así como en la arquitectura y en las manifestaciones culturales de la ciudad y sus barrios. La cascarilla generó un capital económico importante para algunas familias de la localidad, dinero que luego se invirtió en varios proyectos de modernización y de producción novedosa. La paja toquilla, en cambio, se convirtió en una actividad generalizada que produjo ingresos a todo nivel: muy bajos para los tejedores, y altos para las familias que manejaban la veintena de casas exportadoras que se crearon en la ciudad a inicios del siglo XX. El barrio de San Sebastián se involucraba en esta actividad de manera muy directa por estar ubicado a la salida de la ciudad, precisamente en el camino que llevaba a la costa por Naranjal. Desde la segunda mitad del siglo XIX, Guayaquil se convirtió en el nexo comercial 4 Boris Albornoz, Planos e imágenes de Cuenca, pp. 127 y 141. 5
Jesús Paniagua y Deborah Truhan, Oficios y actividad paragremial en la Real Audiencia de Quito (1557- 1730), pp. 239- 283. 6 Silvia Palomeque, Cuenca en el siglo XIX: la articulación de una región, p. 46.
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Partido de fútbol en el parque San Sebastián, 3 de noviembre de 1916. Foto: Manuel J. Serrano.
Archivo: Gustavo Landívar H.
más importante de Cuenca y la antigua vía a Naranjal –mejorada y arreglada con el apoyo del gobierno de García Moreno– fue el camino principal para la importación y exportación de productos varios, hacia y desde la ciudad. Muchos arrieros vivían en el sector, gente que se dedicaba al traslado de las mercancías que se llevaban con la ayuda de animales de carga cuando no se echaba mano de los guanderos7. No obstante, a inicios del siglo XX, cuando se materializó la construcción del ferrocarril y el acceso a la costa por Huigra, el camino a Naranjal cayó en desuso y abandono con el consecuente
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«El guandero –como nos recuerda Eliécer Cárdenas– era el indígena, generalmente peón concierto de las grandes haciendas de la región, seleccionado por su fortaleza física para cargar sobre sus hombros y espaldas objetos pesados y a la vez delicados, que no podían ser transportados en acémilas. Los guanderos llevaban sus pesados fardos desde el Puerto de Naranjal o el Puerto de Bola hacia Cuenca, por las rutas de Molleturo o la Quebrada Honda. Con la llegada del ferrocarril a Sibambe, el viaje en guandos se lo hacía desde la estación de Sibambe». Eliécer Cárdenas, «La movilidad de antaño» (N. del E.). 25
deterioro8. Este cambio en la jerarquía de las vías de acceso, seguramente tuvo influencia en la vida y las actividades del barrio que, sin embargo, seguía siendo el nexo más cercano con las áreas rurales alejadas de la misma parroquia, como El Tejar y Sayausí. Debido a que el barrio de San Sebastián era un sector de arrieros y artesanos, la mayoría de las edificaciones eran casas sencillas, casi todas de una sola planta9, construidas de acuerdo a la tradición colonial en adobe o bahareque con techos de teja. La presencia del molino o canal que cruzaba al sur de la plaza para seguir el curso de la calle Larga con agua para los molinos de fuerza hidráulica, fomentó la producción de pan, lo que motivó que a la actual calle Estévez de Toral se le conociera como Calle de las Panaderas. No obstante este carácter tradicional y austero, las transformaciones de la ciudad en el siglo XIX también se hicieron presentes en San Sebastián con nuevas edificaciones de carácter público. Una de estas fue la Casa de la Temperancia, institución creada por el obispo Miguel León para combatir el alcoholismo tan arraigado entre los cuencanos. La leyenda cuenta que León vio la necesidad de esta obra cuando encontró al cura Cabrera «más borracho que un barril de aguardiente» y casi ahogado en la acequia, a lado de la cual se compró la primera casa para la institución de beneficencia10. Esta propiedad luego fue ampliada con la compra de sitios y casas colindantes, y modificada hasta devenir en la edificación que albergó sucesivamente la cárcel de varones, un asilo de mendigos, el asilo de ancianos, una escuela de trabajo y por último un hogar infantil, antes de convertirse en la sede del Museo de Arte Moderno en 1981. Luego siguieron otras edificaciones como la capilla del Sagrado Corazón de Jesús, la Casa de Ejercicios, el convento de los Sagrados Corazones y el orfanato Miguel León. 8 Luis Mora, Monografía histórica del Azuay, pp. 91, 103. 9 Boris Albornoz, Planos e imágenes de Cuenca, p. 127. 10 Vega, «Restauración de la casa de la Temperancia en Cuenca», p. 56.
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Parque Miguel León, actual parque San Sebastián, 1943. Fotógrafo desconocido. Archivo: Museo Pumapungo, Ministerio de Cultura y Patrimonio
Las transformaciones de la arquitectura privada que se vieron plasmadas en el sector céntrico de la ciudad desde inicios del siglo XX, no se presentaron mayormente en el barrio de San Sebastián, fuera del caso de la actual calle Bolívar. A lo largo de todo el siglo precedente esta vía fue el principal eje de Cuenca, uniendo las tres parroquias urbanas (San Blas, el Sagrario y San Sebastián) bajo el nombre de «la calle del Comercio». Como vía principal, esta calle fue una de las primeras en ser pavimentadas con piedra bola y tratada por el Cabildo como «carretera». Durante la primera mitad del siglo en esta carretera residían familias y personajes notables como Florencia Astudillo, la familia Ullauri, la familia Cordero, el poeta Ernesto López Diez entre otros. En esta calle fue donde José Antonio Alvarado decidió construir su vivienda. El proceso de edificación inició con la compra que hizo en 1907 de una tienda con centro, en la calle Paz (hoy Estévez de Toral). La propiedad era una vivienda típica de este sector donde los 27
artesanos se habían acomodado en pequeños espacios de características sencillas, destinados para vivienda y taller11. En el terreno Alvarado posteriormente edificó la casa que da hacia la calle, probablemente entre 1908 y 1910, sin que se haya podido establecer si la tienda que compró llegó a formar parte de la nueva casa o si esta última se levantó desde sus cimientos. En 1928 Alvarado compró otra casa, esta vez de dos pisos, lo que se llamaba de «altos y bajos». En aquel momento este inmueble, a más del que había edificado el mismo Alvarado anteriormente, era el único de dos plantas en toda la cuadra12. Con las dos compras se cubrió casi la totalidad del sitio que ocupa actualmente la propiedad, aunque es posible que entre 1911 y 1928 haya adquirido también otro pedazo de terreno que pertenece a la parte que escapa a la forma básica de L que tiene la casa. Con la última adquisición, Alvarado inició la construcción de la nueva residencia hacia la calle Bolívar para finalmente integrar las dos viviendas en un solo cuerpo en los años treinta, época en que obtiene el premio municipal al ornato13. En un plano de la ciudad de 1942, se ve que la fachada hacia la calle Bolívar era la única de tres plantas. La casa se mantuvo como una sola vivienda hasta 1964 cuando una parte de la propiedad se remató para cubrir algunas deudas que Alvarado había adquirido para sufragar los gastos derivados del tratamiento de su esposa. Con la división de la casa se levantó un muro entre las dos partes, y la vivienda hacia la calle Estévez de Toral fue alterada en su interior, manteniéndose solo las habitaciones de la primera crujía. También al otro lado se tuvieron que hacer modificaciones. Se generó un nuevo ingreso que se conectaba con la grada construida a continuación debido a que la escalera original estaba
11 María Tómmerbakk, «Investigación histórica para el proyecto de restauración de la Casa de la Bienal», p. 33. 12 Boris Albornoz, Planos e imágenes de Cuenca, p. 127. 13 María Tómmerbakk, Op. Cit., p. 37.
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Vista de la ciudad desde la torre de San Sebastián, c. 1920. Foto: Manuel J. Serrano Archivo: Museo Pumapungo, Ministerio de Cultura y Patrimonio
situada en la parte del inmueble que se vendió14. Con la construcción de la primera vivienda de dos plantas, Alvarado inició una nueva tendencia en el sector. Aunque había casas grandes e importantes en la calle Bolívar desde mucho tiempo atrás, descontadas unas pocas excepciones, no se habían levantado viviendas de dos pisos en la parte occidental de la ciudad. La casa de Alvarado, por lo tanto, sobresalía por la decisión de su propietario de diferenciarse del entorno inmediato. Esta situación se tiene que entender en el contexto más amplio de la arquitectura local, vinculada al auge económico que experimentó la ciudad y al mayor contacto de las élites con el exterior. Los que definían la estética legítima eran, sin duda, representantes de la clase dominante, miembros de las familias que generaron riquezas con las exportaciones, e intelectuales poseedores de grados académi14 Ibíd., pp. 37- 39.
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cos, importantes puestos públicos y apellidos reconocidos en la pequeña sociedad local. En ambos casos se trataba de personas que tuvieron la posibilidad de viajar y encontrar motivaciones culturales en el extranjero. Son los grupos que –en términos de Pierre Bourdieu– están mejor provistos de capital económico y cultural, que se expresa en la afirmación de los distingos culturales y sociales, en el cultivo del gusto, de «la distinción». En el siglo XIX se mantenía el núcleo central de la ciudad como el de mayor importancia y jerarquía, y por ello todavía era el lugar donde los estratos sociales altos buscaban emplazar sus viviendas. En este sentido es de especial interés la familia Ordóñez que generó una gran fortuna con la exportación de la cascarilla. El gran poder adquisitivo de los miembros de esta familia hizo que invirtieran en la construcción de vastos inmuebles, varios de ellos situados en el mismo centro de la ciudad, en torno al Parque Calderón. En estas edificaciones implementaron nuevos criterios de construcción inspirados en tendencias neoclásicas europeas, inclusive con la ayuda de profesionales extranjeros15. Otros ejemplos interesantes se encuentran en Honorato Vázquez y Remigio Crespo Toral, representantes de la élite intelectual. Ellos impulsaron obras novedosas para el medio como el Palacio Universitario, la Escuela de Medicina y las mismas viviendas de la familia Crespo Toral y sus hijos en la calle Larga. Sin pertenecer a las rancias familias de la élite social, José Antonio Alvarado llegó a amasar un capital económico importante que le permitió construir un edificio de muy noble aspecto. Por medio de una fachada de materiales y proporciones tradicionales –a semejanza de los procesos constructivos de los edificios del Centro– y con una decoración superficial que reflejaba los gustos estéticos en boga, la casa de Alvarado sobresalía en un entorno de viviendas bajas y sencillas. Sin embargo, es necesario tomar en cuenta que los modelos estéticos de Alvarado no eran únicamente locales. Había viajado a 15 Pedro Espinosa y María Isabel Calle, La cité cuencana, p. 33.
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Calle Padre Aguirre y Presidente Cordova, c. 1934. Foto: José Salvador Sánchez.
Archivo : Gustavo Landívar H.
Europa y Estados Unidos donde tuvo la oportunidad de apreciar directamente la arquitectura que impuso la élite local. Esta influencia se evidencia de manera marcada en la segunda fachada que edificó Alvarado en la calle Bolívar y que se levantó íntegramente bajo los nuevos conceptos y gustos de la clase dominante. La portada de la calle Bolívar apareció alargada, elegante y liviana en relación a las edificaciones colindantes que, para aquel momento, se habían convertido en casas de dos plantas, pero de construcción tradicional y soluciones austeras, como se puede ver en fotografías de la época. La relación del ancho de la pared con la altura de tres plantas, de habitaciones más elevadas de lo habitual y el uso de delgadas columnas exentas, a más del material empleado, generaba esta visión de distinción. El mármol fue uno de los materiales que adquirió importancia en la época. Se usó en edificaciones emblemáticas como el Banco del Azuay (1926), el Palacio Universitario –luego Corte Superior de Justicia 31
(1929)– y el edificio del diario El Mercurio (1932). En estos ejemplos, levantados en la misma época que la casa de Alvarado, el mármol era un material ideal para lograr un recubrimiento refinado y la elaboración de la decoración acorde a los gustos neoclásicos e historicistas de entonces. La simetría de los elementos que componen la fachada y los grandes ventanales completaban la lectura de la vivienda de una familia culta y distinguida. Bajo esta visión es indispensable mencionar la ornamentación interior del inmueble que estaba ampliamente decorado con láminas de latón policromado que Alvarado traía de los Estados Unidos. En su calidad de importador y comercializador, Alvarado proveía de este material a las casas grandes de la ciudad. Su residencia, por lo tanto, llegó a funcionar como un mostrador de los acabados que se podían obtener en exteriores, zócalos y cielorrasos. El negocio se manejaba por medio de catálogos donde los clientes podían seleccionar el modelo de su preferencia que luego era importado, policromado e instalado por Alvarado16. El latón fue también apetecido por iglesias y edificios públicos como una forma de aumentar el valor estético de los espacios. Unos y otros procuraban distinguirse del ciudadano común. Otro elemento decorativo de los interiores era la pintura mural, que en el caso de la vivienda de la familia Alvarado además tenía una función utilitaria, como fondo para las fotografías de estudio que el propietario hacía en su casa. La casa de José Antonio Alvarado fue producto de una época y un estilo determinante en la historia local por tratarse de décadas de grandes transformaciones sociales, culturales y económicas que solo se pudieron dar en el momento en que mejoraron las condiciones económicas de la ciudad que hasta entonces, en gran medida, seguía sumergida en las antiguas estructuras heredadas de la Colonia. Sin embargo, es de especial interés que la casa con sus dos fachadas representa dos maneras distintas de plas16 Tómmerbakk, «Investigación histórica para el proyecto de restauración de la Casa de la Bienal», p. 54- 56.
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Calle Gran Colombia y Padre Aguirre, c. 1930. Foto: José Salvador Sánchez. Archivo: Museo Pumapungo, Ministerio de Cultura y Patrimonio
mar los nuevos gustos estéticos y parámetros arquitectónicos que además implicaban dos formas de enfrentar los gastos económicos que suponía el ajustarse a los nuevos ideales. Mientras que la fachada decorada en su superficie era la manera adoptada por la clase media para acoplar sus viviendas a las tendencias estéticas del momento, el frontis nuevo de costo elevado, era el preferido por las élites. Con la primera fachada, la casa de Alvarado se distinguía de su humilde entorno en el barrio de San Sebastián, pero con la segunda –seguramente resultado de un desarrollo favorable en la economía familiar– se logró la distinción en la calle principal del comercio, esto por su ubicación muy al occidente del núcleo central, en el antiguo barrio de indios.
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Ruth Andrade Alvarado, c. 1950 34
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Betty Alvarado Ochoa, c. 1929
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Ruth Andrade Alvarado, c. 1951 37
Los hermanos Marina y Jorge Alvarado Ochoa, c. 1928
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Marina Alvarado, Enrique Ochoa, Dora Canelos y Jorge Alvarado Ochoa, c. 1929
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Las hermanas Betty y Marina Alvarado Ochoa, c. 1934
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Las hermanas Marina y Betty Alvarado Ochoa, c. 1935
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Alicia Alvarado Ochoa, c. 1935
Los hermanos Marina, Jorge y Betty Alvarado Ochoa, septiembre 1933 42
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Alicia Alvarado Ochoa, c. 1936 44
Aida Alvarado Ochoa el dĂa de sus 5 aĂąos, 13 de mayo de 1940
45
Alicia Alvarado Ochoa, c. 1935
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Marina Alvarado Ochoa, c. 1934
47
Adela, perteneciente al servicio domĂŠstico de la casa c. 1935 48
Chabela, hija de Adela, c. 1935
49
NiĂąos vestidos de indĂgenas de la Sierra, entre ellos distinguimos a Jorge Alvarado Ochoa y Dora Canelos, c. 1930 50
51
Alicia Alvarado Ochoa, c. 1936
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Letty Ochoa Molina, c. 1936
53
Los hermanos Jorge y Marina Alvarado Ochoa, c. 1928
54
Los primos Jorge Alvarado Ochoa y Enrique Ochoa, c. 1929
55
Los hermanos Jorge y Marina Alvarado Ochoa, c. 1929
56
Jorge, Dora Canelos y Marina Alvarado Ochoa, c. 1928
57
Los hermanos Marina, Jorge y Betty Alvarado Ochoa, septiembre de 1929
Los hermanos Ochoa Ochoa: Enrique en brazos de la muchacha, Leopoldo, Ricardo, Elena, Honorato, y Samuel con el sombrero en la mano, c. 1923 58
59
Fina Ochoa Molina, c. 1937
60
Las hermanas Aida y Alicia Alvarado Ochoa en el balc贸n de la casa, c. 1949
61
Alicia Alvarado Ochoa, c. 1941
62
Elena Ochoa Ochoa, c. 1941
63
Florencia Ochoa Moreno, c. 1924
64
Florencia Ochoa Moreno embarazada de Jorge, c. 1922
65
Florencia Ochoa Moreno, c. 1924
Los esposos JosĂŠ Antonio Alvarado y Florencia Ochoa Moreno, c. 1922 66
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Gracias de Cristóbal: A Marcelo Cabrera Palacios, Alcalde de Cuenca, por la confianza y el respaldo que ha brindado a la entidad y a mi administración; a Eliana Bojorque Pazmiño que desde la Dirección Municipal de Cultura ha estado presta a cooperar con nuestras iniciativas; a Monserrath Tello, Presidenta de la Comisión de Cultura del Municipio de Cuenca por su apoyo permenente, y a Jonathan Koupermann por su indeclinable presencia. A los herederos de José Antonio Alvarado, especialmente a Alicia y Betty Alvarado Ochoa, y a los hermanos Neira Alvarado por su generosa disposición y cooperación. Mi agradecimiento aparte a Lucía Neira Alvarado, quien tendió un puente cordial y eficaz con la familia, y a Alfonso Neira Alvarado que nos ofreció algunos instrumentos del laboratorio de su abuelo. A Gustavo Landívar H. quien generosamente nos abrió las puertas de su archivo fotográfico y contribuyó a dar forma a esta exhibición; a Patricio Álvarez, bibliotecario del Museo Pumapungo, que nos facilitó algunas fotos para esta publicación. A Johanna López y Jairo Granda, abnegados y talentosos realizadores, autores del documento audiovisual que acompaña la exhibición. A Rolando Tello Espinoza y María Tómmerbakk por su valioso aporte para este catálogo. A Wendy Aguilar, diligente productora de este esfuerzo. Debo ponderar una vez más el esforzado trabajo del equipo de la Bienal, un estupendo grupo de profesionales que brilla por su entrega y complicidad en cada empresa que asumimos: Diana Quinde, Gabriela Sánchez, Aída Bustamante, Santiago Vanegas, Juan Pablo Ortega, Galo Mosquera, María Eugenia Tamariz, Mercedes Espinoza, Luis Suquinagua, Fanny Farfán, Katherine Cáceres, Diego Martínez Izquierdo, Ramiro Carpio y Paúl Bermeo, a todos y cada uno de ellos les reitero mi cariño y gratitud. Finalmente expreso mi deuda perpetua a Silvia Ortiz Guerra, mi lectora perfecta. Cuenca, abril, 2016 68
José Antonio Alvarado en la celebración de sus 100 años en la actual casa de la Bienal, 11 de mayo de 1984. Archivo: familia Neira Alvarado
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PATIO ALVARADO. El legado fotográfico de José Antonio Alvarado se imprimió en el mes de abril de 2016, al celebrarse los 459 años de la Fundación de Cuenca, con un tiraje de 1000 ejemplares.
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