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INTEGRACIÓN DE LOS JÓVENES EN LA VIDA POLÍTICA
De Nuestro Pa S
Por Mauricio González López COO Grupo Terranza
Fue en la tercera parte del siglo pasado cuando empezó a surgir una creciente preocupación colectiva en México. Bajada de la opinión pública, supongamos, docta de gobernantes y analistas de la situación de aquellos tiempos y convertida en un teléfono descompuesto, alcanzó la calidad de un bulo y luego, al pasar las décadas, de la de un mito. Todavía, con todo y los fenómenos poblacionales y un pesimismo que va de lo evidente a lo cínico en las juventudes actuales (casi siempre justificados por los profundos fenómenos globales a los que nuestra era nos tiene sujetos), es posible encontrar a quien sostenga y afirme que entre los grandes problemas de nuestro país se cuenta también la velocidad del crecimiento poblacional, representado en los grandes números de niños y jóvenes.
La atención estaba enfocada en brindarles educación, vivienda, alimento y salud. De acuerdo a los cálculos, la población se duplicaba entonces cada 20 años y, en proyección, México contaría con 150 millones de habitantes para el año 2000 si no se manejaba una política de salud pública con el objetivo de regular este ritmo. La meta se estableció en uno por ciento para el año 2000. Y se cumplió. En concreto, no nacieron 50 millones de nuevos habitantes. La política fue tan exitosa que fue llevada como ejemplo a otras naciones, tanto en vías de desarrollo como de primer mundo.
Sin embargo, ahora las cosas han cambiado, para el 2023 el problema es paradójicamente opuesto: la cantidad correspondiente al censo de los sectores poblacionales considerados en la tercera edad se encuentra en una tendencia de duplicación por cada dos décadas, lo que puede definirse como un proceso acelerado de envejecimiento poblacional. Esto es una consecuencia directa a la caída en los niveles de gesta y fecundidad, producto de la política de salud pública del siglo pasado, cuyo impacto se convirtió en un elemento cultural libre de cuestionamientos y de análisis.
Como problemática, el envejecimiento acelerado ha constituido todo un nuevo perfil con más problemas asociados: una absoluta dis- paridad en cuanto al derecho a la seguridad social y la posibilidad de una pensión digna, con la correlacionada ausencia de trabajos remunerados y dignos para los jóvenes; hay también problemas de equidad de género y una crisis latente de atención a adultos mayores en el futuro, que en seguimiento a las tablas poblacionales actuales y las esperanzas de vida asociadas con el género, corresponderán predominantemente al género femenino.
Finalmente, todo parece tener un origen compartido en la forma en la que nuestra sociedad trata y procesa a nuestras juventudes, a la imagen simbólica y los rasgos de irresponsabilidad e inmadurez a los que universalmente se le asocia y de los problemas en nuestras ciudades a los que el mito colectivo los asocia: un eterno no que parece extenderse en cuanto a oportunidades de crecimiento, educación y esparcimiento y que se transmuta hacia otras creencias, tales como los de la participación política de este mismo sector, que en el imaginario resultará impreciso, inexistente, inadecuado o torpe.
Así las cosas y, en un escenario en donde caminamos lentamente a convertirnos en un país pobre, de viejos y enfermos, sin la asistencia social necesaria, resulta interesante la latente preocupación de esa misma sociedad por integrar a la juventud al derecho y labor que presupone la actividad política de nuestro país. Más allá de hablar de las posibles soluciones, sobre cómo integrar a los jóvenes, la problemática debe abordarse desde otra perspectiva: ¿cómo es la vida política de nuestros jóvenes en México? ¿Qué desafíos enfrenta? ¿Cómo podemos incrementar su enorme potencial?
Juventud, divino castigo
México se ha aproximado a estudiar a su juventud desde un punto de vista relativamente objetivo, como fenómeno y como sujeto, desde la década de 1980. Desde entonces y hasta hoy, los obstáculos más comunes para alcanzar su comprensión han sido su concepción disciplinaria y tradicionalista; incrustada de psicologismos y biologismos, lo joven se ha definido como un estado transitorio de la existencia humana que tiene como finalidad la adultez y por sí mismo cuenta casi como una patología con todo y síntomas psicológicos y físicos.
Esta definición cuasi omnipresente es la que tradicionalmente reduce al fenómeno a una etapa que algún día, con mucho esfuerzo deberá ser superada bajo la siempre vigilante mirada de los adultos. Este es el origen de la imagen estereotípica de un joven como un sujeto incapaz de responsabilizarse o mantener agencia sobre la transformación de sus entornos, incapaz de utilizar su creatividad en su favor y más bien un recipiente de las grandes enseñanzas, saberes y estrategias que la sociedad de los adultos le ofrecen.
En ese mismo tenor y desde la postura tradicional, las producciones culturales e identitarias de los jóvenes adquirieron una valoración negativa permanente. Más aún, la reunión de varios individuos con estas características -de incompletud- se convirtieron en objeto de vigilancia por toda institución posible: iglesia, escuela, familia, pues en el fondo tendía a provocar un cierto temor. Este es el fundamento del rebelde sin causa, el joven desenfrenado que seguro terminará uniéndose a una pandilla y el lugar común desde el que los estudios comenzaron a vincular edad con violencia, desorden sexual y consumo de drogas como si todos estos fenómenos fueran un rasgo exclusivo y característico de la juventud.
Luego, cuando el sector respondió a la estigmatización con producciones lingüísticas y artísticas que buscaban enfrentar al mundo adulto, los mercados culturales los transformaron en la diana de una crítica moralina. Al ser considerados como sujetos pasivos del hiperconsumo, en realidad incapaces de alcanzar una imagen deseable, las correlaciones entre identidad y vestimenta, consumo e ideología se establecieron y causaron de ese momento y hasta la fecha, espanto a los adultos: un corte de cabello, una palabra o un tipo de baile eran razón suficiente para escuchar el grito colectivo en el cielo.
Por el otro lado, no todas las juventudes se convirtieron en un objeto de persecución de la misma forma. En una sociedad con los rasgos de corrupción, violencia y clasismo que caracteriza a la nuestra, podemos asumir que aquellas juventudes que se encuentran en un estado de mayor precariedad económica resultarán las más afectadas. Y seguro así será. Las juventudes surgidas de grupos tradicionalmente discriminados, por poner un solo ejemplo, los pueblos originarios, ofrecen un paisaje muy concreto: falta de desarrollo humano y exclusión social, vulneraciones múltiples e interrelacionadas en el plano civil, político, social y cultural.
Así, en la actualidad la juventud sufre de una represión que la aprieta mediante procedimientos de doble vía, de doble mensaje: en un beneficio idealizado, "por su bien", los jóvenes son dirigidos a actividades y experiencias de forma obligatoria, para que vivan; en oposición, sus derechos suelen ser omitidos, su expresión censurada y su voz por completo eliminada de las decisiones políticas que los afectan directamente.
De esa manera, los esfuerzos del propio estado por incluir a la juventud en la actividad política del país, tal como el fenómeno del Parlament Jóvenes x México 2023 (Senado de la república, 2023) obtiene una tonalidad ajada y hasta cierto punto autoritaria aún incluso cuando busca volver latente el bienestar común y el crecimiento conjunto:
“Ustedes podrán plasmar y expresarnos las necesidades que las juventudes tienen en sus entidades, tomando como base el contexto y entorno que hay en sus estados mediante el ejercicio del diálogo y el acuerdo”, la cita corresponde al senador priísta, Ángel García Yáñez y puede leerse de muchas formas más que como una inocente invitación a un evento público.
El voto joven Fernández (2021) ya se preguntaba desde hace un par de décadas, no tanto sobre el desinterés latente de la juventud en la situación política del país, sino por las razones por las que a la juventud tendría qué interesarle esta. La razón se oculta probablemente en un fantasma del pasado: las políticas nacionales han evitado concebir a los jóvenes mexicanos como un sujeto político, llegando apenas a notar su utilidad electoral en tanto los ha convertido en objetos permanentes de las políticas que buscan mejorar o sanar el tejido social.
No debería de ser una sorpresa pero suele serlo: esta opinión adulta domina a la mayoría de los medios que abordan el fenómeno de la política desde sus distintas aristas. Sin importar su localización, su tiempo y sus valores, tiene una tendencia a desvalorizar, criminalizar o al menos responsabilizar a sus jóvenes de los problemas generales de la sociedad, del entorno e incluso del ecosistema.
Los jóvenes lo saben y ya reaccionen con rebeldía ante el hecho, en el mejor de los casos, asumen esa criminalidad, en el peor de los casos, son de cualquier modo dueños de una perspectiva y una experiencia política única, que se encuentra llena de matices y que en una enorme cantidad de casos, documentados y no, explican los movimientos y las decisiones colectivas de toda nuestra sociedad, que se cristalizan en la forma en la que incluso los partidos políticos abordan el sector. En general, todas las facciones políticas del país entienden el voto de los jóvenes como irrelevante en términos electorales, debido a su abstencionismo. Siguiendo sus propios cálculos, sus campañas buscan asegurar los votos de los sectores que comienzan luego de los cuarenta. Un tremendo error que suele ser fatal.
En un estudio histórico de las encuestas de salida, podemos notar que durante las elecciones del año 2000, la juventud votó por el Partido Acción Nacional (PAN) hasta un 44.4%; durante el 2006 la preferencia se dividió entre el 33.6% para la plataforma política ya mencionada y 32.4% para el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Para el 2012 los sufragios se dividieron así: en un 32.4% para el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y en un 30.4% para el PRD y finalmente, en las últimas elecciones (las del 2018) votó hasta en un 46.7% por la coalición de Morena, el 19.6% para el PAN y el PRD y el 17.7% para el PRI. ¿Cómo es posible que como sociedad, advertimos el abstencionismo de los jóvenes en la participación política y al mismo tiempo sea este sector el que tradicionalmente ha determinado los resultados de nuestras elecciones hasta el presidente en turno?
La contradicción revela una cierta tendencia a un doble discurso y tal vez a una postura de interpretación un tanto hipócrita, y también explica un patrón observado durante los últimos tres sexenios. Más allá de hablar de la no participación de los jóvenes, es estadísticamente comprobable que los más jóvenes, apenas obtienen su derecho al voto, son el sector que más lo ejerce en nuestro país. Pero luego dejan de hacerlo. De acuerdo con los estudios del Instituto Nacional Electoral (INE), durante los diferentes procesos electorales, el mayor rango de abstencionismo se encuentra en este grupo etario. Pero hay contrastes: el abstencionismo ocurre más en realidad entre los veinte y hasta los veintinueve años; contrario a lo que sucede con quienes tienen 18 y 19, que cuentan con una participación activa mucho más alta.
Durante las elecciones del 2018, en México la participación política en redes sociales ha correspondido principalmente a las juventudes y diversos analistas fueron capaces de notar el fenómeno, esperando que la llamada tecnopolítica fuera uno de los factores más determinantes de los resultados. Más importante: las y los jóvenes, al ser uno de los habitantes más habituales de las calles y quienes enfrentan con más cotidianidad las problemáticas sociales a los que los discursos políticos se refieren, su activismo se encuentra construido no a partir de sus expectativas, sino de su propio entorno. Al ser al mismo tiempo usuarios nativos de las nuevas tecnologías de comunicación, son y serán ellos quienes detonen diálogos y debates decisivos alrededor de los puntos más urgentes de la agenda nacional.
En oposición al mito del abstencionismo político en la juventud, es posible hablar de la clara expresión de desencanto y crítica hacia la actividad, lo que, como fenómeno, necesariamente implica un claro interés y un conocimiento elevado sobre el efecto del voto en el rumbo del país. Una lectura detallada de nuestra realidad revela que los jóvenes, como colectivo, creen en la importancia del voto, pero saben o esperan que este no se respete. La consecuencia de responsabilizar permanentemente a la juventud por tomar decisiones políticas como si se tratara de un accidente inminente, es un proceso de desafección del sector por toda actividad política; considerar la actividad política real del sector demográfico nos llevaría a una necesaria redefinición tanto de sus actores, como de la política en sí misma.
Referencias https://www.animalpolitico.com/sociedad/ jovenes-politica-organizacion-ollin https://d1wqtxts1xzle7.cloudfront.net/ https://www.scielo.org.mx/scielo.php?pid=S166520372019000200171&script=sci_arttext https://estepais.com/tendencias_y_opiniones/ agenda-2023/ https://doi.org/10.30854/anf.v28.n51.2021.755 https://repositorio.ucsm.edu.pe/ handle/20.500.12920/11475 http://journals.openedition.org/ revestudsoc/48046 https://ru.ceiich.unam.mx/ bitstream/123456789/3812/1/Generando_conciencia_Cap_4_La_nueva_ola_de_activismo.pdf https://argumentosojs.xoc.uam.mx/index.php/ argumentos/article/view/1105 https://comunicacionsocial.senado.gob.mx/ informacion/comunicados/4810-realizan-en-elsenado-parlamento-jovenes-x-mexico-2023