Brainstorm! nº4

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maider jimĂŠnez emeclick@gmail.com pinturas acuarelables


iratxe gonzรกlez irialwaysleave.blogspot.com lรกpiz + retoque digital




JUANJO NAVARRO En esta ocasión, tenemos el placer de entrevistar a Juanjo Navarro, un pintor nacido en Bilbao, pero afincado en Vitoria desde hace muchos años. Estudió bellas artes, y ha sido profesor durante 28 años de plástica, historia del arte y decoración. Actualmente, pinta, expone y vende sus obras ,en una tienda en el casco viejo de la ciudad. ¿Siempre pintas ciudades? Si, siempre he pintado temas urbanos, aunque ahora también hago alguno con tema figuras (blusas, ángelus…)pero mayormente siempre he pintado ciudades. Tambien zonas de marineros, Venecia……pero normalmente lo que mas me interesa plasmar son calles, rincones… Viajas, haces fotos y pintas…. Si, todo lo hago de fotos, fotos que hago yo de mis viajes, o fotos que me da la gente porque el noventa por ciento de lo que hago es por encargo. Ahora me he metido mucho con el mundo del cómic, debido al boom que ha habido en navidades con Tintin, he hecho mucho….pero bueno en general hago lo que me piden, si soy capaz de dibujarlo pues adelante. ¿ Qué quieres expresar con tu trabajo? En realidad no quiero expresar nada, a mi me gusta pintar,estudié para ello y lo único que hago es intentar representar un sitio bajo mi forma de verlo y de entenderlo.


En el tema de las hojas si que hay muchos colores que son directos del bote porque con un mismo tono pinto cincuenta hojas. Sin embargo en una balconada, al tener muchos más detalles hay que hacer muchas mas mezclas, y ahí, es donde me lleva mucho tiempo.

¿Que técnicas utilizas y como es tu forma de trabajar? Utilizo una técnica muy diferente a los demás, no diferente en cuanto a que sea nada nuevo, yo trabajo con tempera sobre lienzo. Normalmente la tempera como la acuarela, al ser dos procesos iguales, se utiliza sobre papel, yo lo utilizo sobre tela y empecé hace muchísimos años a hacer la prueba ,después de probar con acrílicos, oleo,etc….Y es la técnica que para mi estilo y mi forma de pintar mejor me va. Tiene un proceso rápido de secado, buena luminosidad. Lo primero que hago es dibujarlo, repaso las líneas con un permanente, luego lo pinto y una vez pintado vuelvo a repasarlo, asi de esta forma el dibujo no lo pierdo nunca y esto me permite retocar la pintura las veces que sea necesario. En cuanto al tiempo de elaboración, depende del tamaño, del tema, los detalles..La gente suele preguntarme mucho por el tema de las hojas, hago muchas hojas, y se quedan asombrados por el trabajo que puede llevar, y yo les digo que no, para mí es mucho más complicado y laborioso un balcón de la Virgen Blanca o de una ciudad, porque ahí se utilizan muchas mas mezclas de color. Todos los colores que uso son mezclas, hay muy poco pintado directamente del bote.

¿Crees que es complicado vivir de esto? Si, y mas ahora, porque hace unos años cuando empecé a exponer y vender,la gente estaba mucho mas predispuesta, pero ahora.. El tema del arte siempre ha sido complicado. En cuanto a los cuadros, la pintura se ha sobrevalorado en muchos aspectos, entonces la gente a veces se siente un poco engañada cuando esta comprando algo que le ha costado bastante y que realmente no acaban de entender lo que esta plasmado. Si yo tuviese que cobrar por un cuadro las horas que meto, no lo vendería. Lo importante en la pintura es diferenciarte de los demás, y yo he tenido la suerte de haberlo conseguido.

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EL SACERDOTE RENACIDO por Bashir B. Sherpa AKA David F. Brandon

Era un día gris, de ese gris de fotografía en blanco y negro, gris como la vida del común de los mortales, y yo corría hacia el autobús en medio de una lluvia también gris, fría, punzante. Ahí estaba, delante de mí, diseño años cincuenta, ventanas pequeñas y, para mi sorpresa, de un color crema limpio, partido en dos por un corte granate vivo y curvo, como el corte en la antigua Coca-Cola, y que se extendía desde los faros hasta el arco de la rueda trasera. Por fin un color vivo pensé mientras me abría paso a través de un pequeño grupo de gente que se despedía obstruyendo así la puerta. Subí los tres escalones de metal, giré a la derecha pasillo abajo hasta mi asiento, me acomodé para el viaje, el bolso bajo el asiento, la gabardina en la parrilla encima de mi cabeza y el periódico en mi regazo. Me pareció que había pasado un buen rato cuando el autobús paró con un chirrido de frenos cansados. Me levanté, estiré las piernas, me dirigí a la puerta y accedí a una rampa parecida a las que se usan en la descarga de pasajeros de los aviones, aunque no me pareció nada extraño. Noté que me había cortado el dedo en una rebaba de metal de la barandilla al pasar del autobús a la rampa y me estremecí al ver la sangre roja y pasarme el pulgar por el corte para secarla. Nada serio. El rojo se difuminó hasta convertirse en blanco. Naturalmente, la rampa parecía hundirse en la distancia y sentí la nítida sensación del blanco paisaje penetrando mi carne, todo era tan fluorescentemente blanco. Tuve la sensación de que mucha gente iba y venía, de prisa, dando empujones a mi alrededor, pero no podía verlas porque, razoné, estaba demasiado pendiente de mí mismo y de mis pensamientos. El rojo estaba en mi mente. Sin embargo, algunos sonidos sí me importunaron. Fui consciente del sonido distante de un mazo de madera que golpeaba el mango de madera de un cincel, o al menos esa fue la asociación que hice, un golpe seco y silenciado, y de lo que parecían gritos, o carcajadas histéricas procedentes de algún lugar indeterminado a mi derecha, que hacían eco, un eco hueco en la distancia conforme avanzaba por la rampa. Todo de un blanco quirúrgico y frío y mis compañeros de viaje se habían convertido en simples fantasmas a mi alrededor, así de ensimismado estaba.

Finalmente la rampa me trasladó a una sala enorme, tenebrosa, de dimensiones catedralicias, paredes de hasta cuatro metros de altura, suelos, todo alicatado en blanco, el resto de pintura blanca, satinada y con suficientes fluorescentes blancas como para cegar a cualquiera que mirara demasiado. Delante nuestro había tres mostradores de azulejo blanco, cada uno de tres metros de longitud y noventa centímetros de ancho, con una greca de azulejos, que ilustraban el oficio del carnicero en azul real, alrededor del borde superior, justo bajo las encimeras de un mármol crema pálido. Estos eran los colores del día, crema, granate, rojo y azul real. A unos cinco metros detrás de cada mostrador había enormes puertas de madera, arqueadas en la parte superior, tintadas de negro y pensé que vagamente podía adivinar figuras en relieve, pero no estaba seguro. La idea de una iglesia o monasterio se iluminó en mi mente, se fue apagando y murió. En el mostrador de mi derecha pude distinguir un trozo de carne sobre una bandeja de polietileno blanco cuidadosamente envuelto en plástico transparente. Pegado al envoltorio pude ver con claridad un código de barras debidamente subrayado por una hilera de números, que no pude descifrar. Alcé un momento la mirada y me pareció ver una figura desaparecer tras la puerta y, al cerrarse, percibí el sonido seco y silenciado que antes había oído en la distancia, pero, esta vez, mucho más claramente. Un golpe sordo, un traqueteo como de puertas metálicas que se abren y el sonido de algo golpeando algo mucho más duro. Un olor a desinfectante, algo ligeramente más dulce. Miré al frente y vi un pedazo de carne sobre el mostrador, por su color, fresco, fresquísimo. Levanté la mirada justamente cuando la puerta empezaba a cerrarse y creí vislumbrar el delantal de un carnicero en rápida retirada, pero no pude estar seguro porque no estuve lo suficientemente alerta. Lo que sí advertí fue que las gritos no eran carcajadas histéricas, a no ser que las carcajadas histéricas fueran una reacción automática a la proximidad de un dolor extremo. Sentí entonces un olor empalagosamente dulce. Lo sentí en lo más profundo de mi garganta. Al mover cabeza ligeramente a la derecha me encontré mirando a los ojos de un hombre feo, más bien bajo, de cara redonda y con una sonrisa que lo delataba, sabía exactamente lo que hacía y hacía exactamente lo que se le mandaba. Su delantal, de rayas azules y blancas, aparecía mancha-


do de un color muy similar, a la altura de su estómago y allí donde colgaban sus manos, al del gran trozo de carne que con toda tranquilidad había dejado caer, o más bien lanzado sobre el mármol color crema. Cuando pasó de nuevo por la puerta las agudas súplicas y los gritos de dolor no pudieron distraerme de la belleza del rojo, crema y azul mientras una gota roja y solitaria lentamente se deslizaba por una de las escenas de carnicería en azul real. Un olor empalagosamente dulce, a algo en descomposición, recordatorio de mi infancia, pegado a mi garganta, y justo al cerrarse la puerta, me pareció escuchar el zumbido de insectos. Moscas negras, azulejos blancos. Miré a mi alrededor pero no había ni una. Moscas negras. Puertas negras. Indiscutiblemente, fue mi próximo pensamiento, nos ofrecerán algo que comprar, algo que llevarnos para el viaje. Pero empecé a sentirme extraño porque los fantasmas volvían a tomar cuerpo y otra idea, más perversamente excitante, estaba tomando forma en mi cabeza, se nos estaba mostrando lo que somos y en lo que pronto nos iban a convertir. Y mis compañeros de viaje dejaron de ser mis compañeros. Todos los fantasmas estaban enfocados y todos estaban desnudos y todos eran bellos, de hecho, preciosos, y me vi a mí mismo, feo, y cuanta más belleza percibía más grotesco me veía y más aborrecía la belleza. Así que concentré la mirada en los corrales a los que nos habían conducido y en las tres rampas más de las que no me había percatado hasta entonces, que conducían a algún bajo lugar más allá de las puertas, El horror fue una puñalada en el estómago que me cortó la respiración. No fue el dolor del sacrificio lo que me golpeó sino el horror de comprender que estaba destinado a tomar parte en ello, a destruir la belleza de la forma más cruel, y no sólo eso, sino que además estaba destinado a disfrutar con la faena.

grupo de gente que se despedía obstruyendo así la puerta. Subí los tres escalones de metal, giré a la derecha pasillo abajo hasta mi asiento, me acomodé para el viaje, el bolso bajo el asiento, la gabardina mojada en la parrilla encima mi cabeza y el periódico en mi regazo. Un dedo dolorido. El conductor tocó de nuevo la bocina, se levantó de su asiento y se dirigió a la puerta desde donde miró la lluvia, quizá en busca de un pasajero tardío, más probablemente maldiciendo su suerte por tener que conducir en el temporal. Sonó la bocina del autobús. Levanté la mirada del periódico y mis ojos se encontraron con el mismo día gris de antes. Sabía que no podía haber sido un sueño, Nunca recuerdo los sueños, como mucho un color aquí o allí, o un incidente aislado, pero nada más. De todos modos deslicé la mirada por el artículo que había estado leyendo momentos antes y decía,El borrador del documento establece que los mataderos tendrán que diseñarse “para no causar al animal agitación, dolor o sufrimiento innecesarios”, pero permite excepciones “cuando el sacrificio siga los ritos específicos de iglesias y religiones”(1) Nada malo en ello pues, pensé, mientras me acomodé para el viaje. (1)EL PAÍS, un diario español. 3 de noviembre 2006. De un artículo sobre leyes que tendrán lugar a favor de la protección y la “dignidad” de los animales.

Cualquiera que hubiera estado presente allí habría visto una sonrisa en mi cara que me delataba, sabía exactamente lo que hacía y hacía exactamente lo que se me mandaba al conducir a los guapos, a los bellos hacia la rampa, que se perdía tras las dos puertas y desde donde las mejores súplicas, gritos y quejidos emergían para mi deleite. Había renacido. Sonó la bocina del autobús. Levanté la mirada desde mi asiento de la sala de espera. Era un día gris, de ese gris de fotografía en blanco y negro, gris como la vida del común de los mortales, y yo corría hacia el autobús en medio de una lluvia gris, fría, punzante. Ahí estaba, delante de mí, diseño años cincuenta, ventanas pequeñas y, para mi sorpresa, de un color crema limpio, partido en dos por un corte granate vivo y curvo, como el corte en la antigua Coca-Cola, y que se extendía desde los faros hasta el arco de la rueda trasera. Por fin un color vivo pensé mientras me abría paso a través de un pequeño

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aritz martĂ­nez

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EL MALDITO

TRES DIAS MUERTO

Años 20, Estados Unidos, Eddie es un delincuente de poca monta. Un matón cualquiera de ésos al mando del mafioso que más pague y de los que cualquier día aparecen muertos en el fondo de algún callejón oscuro. Salvo por un detalle: Eddie no puede morir, pues sufre de una maldición por la cual la primera persona que le toca tras morir le sustituye en el infierno, y él vuelve a la vida con tan sólo alguna cicatriz nueva. Pero cuando las mafias son bandas de demonios traficantes de almas, para ser una maldición, puede resultar bastante útil... Novela negra de la mejor, repleta de bandas, traiciones y mafiosos (aunque aquí tengan cuernos, y no acento italiano), género detectives-


La historia y los diálogos.

Quedarte con ganas de la segunda parte.

co con tintes sobrenaturales, con un toque Lovecraftiano, mezcolanza de géneros que funciona sorprendentemente bien. Cullen Bunn es un debutante en esto de los guiones para comics, pero realiza un trabajo buenísimo, intenso e interesante, a destacar algunos de los diálogos, divertidos y ocurrentes. El dibujante, Brian Hurtt, realiza un trabajo espléndido y su estilo narra perfectamente lo que la historia requiere; quizá sea algo más flojo que el guión, pero realiza su cometido mejor que bien. Si hay que buscar algún defecto no estaría en este comic, sino en su secuela; y tampoco en ella, más bien

en la falta de ella. Me explico: aunque la historia es autoconclusiva, las últimas 4 páginas de la misma enlazan y sirven de prólogo a la segunda parte, que aún no se ha editado en España; y no tiene pinta de que vaya a hacerlo. Aunque se puede encontrar por internet fácilmente. El Maldito se llevó el premio al ``Comic del año´´ por The Quarter Bin en Estados Unidos, y Dreamworks compró los derechos para hacer una película. La edición española es francamente buena y tiene un precio más que ajustado, 11’95 euros por el tomo con la historia completa, 160 páginas en rústica y blanco y negro, de manos de la editorial DeBolsillo. Se trata de un tebeo para adultos.



arantza eziolaza galรกn [aranezio@gmail.com] rotring





sara lĂłpez dĂ­ez [satorrina@gmail.com] lĂĄpiz de color y grafito


eneko sanz erkuxo@hotmail.com grafito



sara quintana [saraquinsan@gmail.com]


jon ander schwarz [jonanss88@gmail.com] grafito + photoshop


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