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Los urbanismos emergentes de la emergencia sanitaria – Salvador Schelotto

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Valores

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Los urbanismos emergentes de la emergencia sanitaria

PROCUREMOS CIUDADES MÁS SOSTENIBLES Y ADECUADAS, A ESCALA DE LAS PERSONAS

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Texto: Arq. Salvador Schelotto

La emergencia sanitaria que ha resultado de la actual pandemia global ha producido y producirá un profundo impacto en la vida de las personas, las familias y las comunidades. Con toda seguridad ha incidido en cómo percibimos y cómo comprendemos los problemas del urbanismo actual y su desarrollo a futuro. El primer impacto que recibimos fue desde la perplejidad, dada la irrupción del COVID-19, la velocidad con que se ha propagado y el profundo efecto que ha generado no solo en la salud de millones de personas sino además en la vida social y económica.

Como consecuencia, desde los más diversas disciplinas y los más variados espacios de reflexión y acción colectiva están emergiendo nuevas preguntas y nuevas respuestas. Interrogantes angustiantes que están intentando ser respondidas desde la política, las ciencias biomédicas, las matemáticas y la estadística (para entender lo que ocurre y en lo posible controlar y pronosticar su devenir). Pero también este movimiento incluye a las ciencias sociales, la economía, el arte y la cultura y, en general todas las manifestaciones del pensamiento y el quehacer. En ese contexto, ciertamente el mundo de la Arquitectura, el Diseño y el Urbanismo está siendo profundamente interpelado. Viejas y nuevas preocupaciones han ido emergiendo en los últimos meses, tanto en nuestro medio como en diferentes puntos del planeta, y esta circunstancia global ha permitido ponerlas en diálogo con la realidad del Uruguay. He procurado exponer algunas de estas preocupaciones en centros temáticos o núcleos de problemas que pueden ayudar a visualizar la entidad y profundidad de los desafíos que nos toca afrontar. En verdad no se trata de nuevos problemas, sino de continuidades, énfasis y visibilización de procesos que ya venían ocurriendo y que se han desplegado en las actuales circunstancias con enorme dinamismo.

¿Cómo nos vemos como sociedades en relación al planeta que habitamos? La cuestión ambiental está en la base.

Si hay algo que queda claro sobre la etiología de la actual pandemia es su origen en profundas alteraciones ambientales en áreas silvestres y en general por perturbaciones generadas por las sociedades humanas en los ecosistemas.

A su vez, esta constatación evidencia que los seres humanos somos parte de esos ecosistemas, que incidimos en su salud o en su deterioro y también que dependemos de ellos para nuestra supervivencia. De esta percepción más clara de las relaciones entre ambiente y sociedad emerge con mayor fuerza la convicción de que al ambiente no solamente hay que cuidarlo más y mejor, sino que hay que conocerlo, que la preocupación por el cuidado ambiental y la conservación no se trata de una mera preocupación estética o una rareza propia de los sectores sociales con las necesidades resueltas, sino de una cuestión de supervivencia de la especie.

Esta nueva conciencia que deberíamos promover es una tarea similar a la imprescindible concientización y refuerzo de las preocupaciones por los efectos del cambio climático y acerca de la necesidad de enfrentar la reversión de los procesos negativos que genera y seguirá generando.

El origen de la pandemia se vincula con la creciente -y por el momento fuera de todo control- presión de la civilización contemporánea sobre los ecosistemas y en particular la fauna silvestre, por lo que no deja de ser una manifestación de disturbios o perturbaciones generados por un modelo civilizatorio que ya hace décadas se veía como caduco.

En contraparte, la respuesta deberá insistir en una mayor conciencia ambiental que implique un esfuerzo por cuidar los ecosistemas (entre los que no se deben soslayar los ecosistemas urbanos), pero por sobre todo impulsar una producción y un consumo responsables y la economía circular; en definitiva: la sostenibilidad de los modelos de desarrollo. Para la arquitectura y el urbanismo contemporáneos, estas ideas que no son nuevas reclaman y obligan a una mayor y más sistemática consideración de las variables ambientales y del cambio climático en todo proyecto, en cualquier escala (edilicia, urbana o territorial).

En ese contexto, ciertamente el mundo de la Arquitectura, el Diseño y el Urbanismo está siendo profundamente interpelado. Viejas y nuevas preocupaciones han ido emergiendo en los últimos meses, tanto en nuestro medio como en diferentes puntos del planeta,

EN TANTO LOS PROBLEMAS SON DE ORIGEN SOCIETARIO, LAS SALIDAS SON Y SERÁN AQUELLAS QUE INCLUYAN E INVOLUCREN A MÁS PERSONAS Y A TODOS LOS SECTORES SOCIALES, SIN EXCLUSIÓN.

Desde lo colectivo: bienes públicos y consumo colectivo en el centro de la cuestión urbana

La respuesta a la emergencia sanitaria y a sus efectos sociales ha permitido reconocer y revalorizar lo colectivo y la importancia de los aprendizajes sociales.

La necesidad de enfrentar una amenaza global lleva a valorar el entramado institucional que sostiene a las sociedades y permite las capacidades de respuesta colectiva. Esto contrasta con ciertas lógicas propias de sociedades hiperconsumistas como las de este siglo XXI, en la que el individualismo es avasallante y toda salida es concebida desde lo individual, o desde y para unos pocos.

En tanto los problemas son de origen societario, las salidas son y serán aquellas que incluyan e involucren a más personas y a todos los sectores sociales, sin exclusión.

En este marco vuelve a ser considerado el valor de los bienes públicos, aquellos que son generados por el esfuerzo colectivo. Se aquilata la relevancia de contar no solamente con acceso a bienes y servicios básicos de consumo colectivo, a infraestructuras y a servicios como la energía eléctrica, al agua potable y el saneamiento, sino además de una institucionalidad operativa de protección social y sanitaria. El Uruguay cuenta no solamente con buena cobertura de servicios de agua potable y energía, y en las áreas urbanas de saneamiento, sino además como un sistema de protección social avanzado, con un Sistema Nacional de Emergencias, con un Sistema Nacional Integrado de Salud, con sistemas de comunicación y dispositivos de respuesta rápida para suspender actividades, para reorientarlas, o para atender en tiempo real las demandas de traslados nacionales e internacionales. Pero además es altamente valorable contar con las fortalezas de una red de comunicaciones y tendido de fibra óptica y servicio de internet con amplio alcance territorial, y de distribución de equipamiento y conocimiento en las personas y en los hogares, incluso con dispositivos tan cotidianos pero no por ello menos imprescindibles como los teléfonos móviles. Y no por ser de menor importancia, por último, la extensión y cobertura territorial del sistema educativo -público y privado- desde la educación inicial hasta la terciaria y universitaria, cuya reconversión al dictado de clases y desarrollo de la actividad a distancia se procesó en tiempos brevísimos y demostró una elevada capacidad de adaptación y resiliencia frente a situaciones críticas no preanunciadas. Esto destacó a nuestro país en el contexto latinoamericano. El alto nivel de acatamiento de medidas y las respuestas innovadoras desde los sistemas públicos es un dato auspicioso, resultado de aprendizajes, fortalezas y acumulados -tangibles e intangibles- que como sociedad hemos construido a lo largo de décadas.

El orden territorial interpelado

Como una de las dimensiones de este cambio el mundo global, hiperconectado y vinculado, se encuentra profundamente cuestionado el orden territorial. Desde el confinamiento y el distanciamiento físico sostenido emerge el riesgo de un regreso a particularismos y localismos, nuevas y más agudas xenofobias, autosegregación y separación.

Se ha vuelto a colocar en debate la cuestión de las migraciones y los desplazamientos de poblaciones, pero ahora sobre bases diferentes: incluye el miedo al contagio y las medidas sanitarias y de cuarentena. Además, esto ha condicionado a los viajes internacionales y al turismo, produciendo cambios de consecuencia poco predecibles.

Tanto en el nivel global como regional y nacional, han aparecido nuevas configuraciones territoriales, generadas desde la lógica del control sanitario de fronteras y desde la posibilidad de generar corredores y enclaves aislados y seguros relativamente de las posibilidades de contagio. Estas modificaciones de las percepciones y conexiones intra y extrarregionales derivarán en lecturas territoriales nuevas cuya gestión se puede volver estratégica al momento de diseñar respuestas.

Estas nuevas configuraciones territoriales se compadecen con las demandas de servicios, como los de atención a la salud, cuya organización a nivel del país no debería corresponder a coberturas territoriales identificadas con fronteras políticas o administrativas sino a lógicas territoriales funcionales: sistemas de ciudades, estructuras regionales y microrregionales. También es posible rastrear el retorno de viejos tópicos sobre nuevas realidades: así también son cuestionados, una vez más, el equilibrio y la relación entre “campo” y “ciudad”, como categorías por momentos consideradas como excluyentes e incluso antagónicas. Hemos visto como se vuelve a plantear esa falsa antinomia o tensión entre el medio rural entendido como el espacio de la producción y el medio urbano como el espacio del consumo, casi parásito del primero.

La tentación en recaer en utopías desurbanistas estuvo presente en las primeras semanas de la pandemia. También está en debate el rol de los territorios turísticos en los que predominan la vivienda de temporada, la segunda residencia o la infraestructura hotelera. Algunos de esos ámbitos fueron teatro de cuestionamientos, hace algunos meses, debido a la “invasión” de población flotante para cumplir cuarentena, vista con resquemor por parte de los habitantes “permanentes”, muchos de ellos a su vez dependientes en sus ingresos de la actividad turística o de temporada, que en estas semanas está empezando a inquietar como perspectiva.

Estos son apenas algunos de los desafíos que surgen para el orden territorial, de los cuales podrán emerger nuevas territorialidades, quizás en alguna medida más afirmadas en recursos y valores locales y menos globalizadas.

La posible contradicción entre las urbanidades emergentes y la ciudad tradicional

Todo lo anterior conduce a cuestionar a la ciudad; ahora desde las nuevas interpelaciones. No será posible sostener una vez que cese la pandemia que “acá no ha pasado nada”. El urbanismo y en particular el diseño urbano tienen mucho para cambiar, pero también mucho para decir y para aportar en relación al desafío de la vida colectiva más allá del final de la pandemia. Por lo pronto, adquieren nuevas connotaciones la cuestión de la densidad y la cuestión de la movilidad. Y nos debemos un debate más profundo sobre estas dimensiones de lo colectivo.

Desde antes del estallido del virus ya se venía interpelando la realidad de nuestra vida urbana desde nuevas miradas urbanísticas y postulados; entre ellos el paradigma emergente de la “ciudad de 15 minutos”, es decir, desde la búsqueda de entornos urbanos a escala de las personas y una lógica de proximidad y de escala de ciudad asociada a personas, las familias y las comunidades, a la calidad de vida y a la conexión de las personas con el tiempo. Una dimensión del análisis urbano, como lo es la “política del tiempo”, tiene que ser un centro de preocupación de urbanistas y gobernantes. Otro de los puntos de esta nueva agenda urbana es el impulso a la regeneración y naturalización de los ambientes urbanos y la puesta en valor de los ecosistemas urbanos; esta preocupación también es previa a la crisis actual, pero adquiere mayor resonancia en este contexto.

¿Qué será de los espacios públicos con medidas de distanciamiento social? ¿Qué de los parques, plazas y playas? ¿Cómo volverán a ser la protesta social, los recitales masivos, las celebraciones? ¿Cómo se podrá facilitar y permitir el traslado masivo de personas? ¿Qué nuevas o más acusadas preferencias de modos de movilidad serán los que usemos de ahora en más?

La idea de promover la movilidad urbana sostenible, basada en la bicicleta o en el desplazamiento peatonal no es nueva, pero adquiere un mayor interés en las actuales circunstancias y no se podrá potenciar sin las necesarias adecuaciones funcionales de espacios, calles, calzadas y aceras; más espacios para el peatón y la bicicleta.

Espacio Domo

tortuga, sierras de Maldonado.

Experiencias de intervenciones efímeras como las del urbanismo táctico y de intervenciones que transforman o resignifican espacios urbanos, o los ocupan en forma transitoria, ofrecen pistas para el nuevo tiempo y para opciones de adaptación de espacios públicos a circunstancias cambiantes. Un laboratorio de esas formas de acción han sido, en la ciudad de Montevideo, las experiencias del paseo de compras de los sábados de 18 de julio peatonal y la “Rambla sin motores” de los días domingo.

Pero esto, efímero y transitorio, se conecta con el nivel más estructural y profundo. El debate sobre la cuestión de la ciudad compacta, heterogénea y con mixtura social y de uso, y de la intensificación urbana, venía siendo reivindicado y adquirió estatuto con la Nueva Agenda Urbana aprobada en la conferencia de Hábitat III en 2016. En apariencia, la mejor gestión del tema sanitario controvierte ese imaginario. Considero, por el contrario, que la apelación fácil a las bajas densidades del suburbio interminable y el barrio cerrado y a la desurbanización no conformarán una salida sostenible a la crisis actual, dado que resultaría en soluciones para unos pocos y a un altísimo costo económico y social que lo volverían insostenible. La clave de cualquier salida residirá en encontrar un nuevo balance: cómo articular formas de revitalización urbana que acoplen la necesidad de interacción social y las distancias y escalas suficientes que justifiquen la provisión de servicios de calidad con la generosidad de dotación espacial. Estas circunstancias críticas son las que empujan a la transformación y a la innovación: así como las epidemias tanto de la Edad Media como del siglo XIX despertaron e incentivaron a la crítica de la ciudad antigua primero y luego de la ciudad industrial, y animaron los “modelos críticos” y la propuestas alternativas como las de las corrientes higienistas que se manifestaron en el urbanismo moderno de las vanguardias del siglo XX. En este siglo XXI se deberá gestar un nuevo proceso de reflexión y de acción transformadora.

De esta preocupación actual no sería sensato que se vaya hacia modelos antiurbanos o a un falaz e imposible “regreso al campo”, sino a una reinvención de las ciudades; un debate que recién se ha abierto y del cual necesitamos obtener nuevas pistas y soluciones.

Arquitecturas institucionales y sociales

En circunstancias críticas se aprecian enormemente los espacios de encuentro hoy muy condicionados o clausurados y se los añora reactivados. Los problemas derivados de la reducción de interacciones físicas entre personas han vaciado y resignificado espacios institucionales. Claramente la escuela, las instituciones e instalaciones deportivas y culturales, los servicios de salud y servicios sociales muestran, con sus puertas cerradas o accesos restringidos, la evidencia de su funcionalidad relativa en

contextos de pandemia. También presentan la inquietante perspectiva de su capacidad de adaptación a futuro a las nuevas condiciones de uso una vez que sea retomada la actividad, no solamente en el futuro inmediato, sino en el largo plazo.

Esto conduce a reflexionar sobre la necesaria flexibilidad y capacidad de reconversión de esos espacios, y su vida útil, respondiendo a exigencias y estándares, por ejemplo, del necesario distanciamiento físico o la atención y respuesta a nuevos problemas, patologías y afectaciones no solamente sanitarias sino además psicosociales. La escuela, el centro educativo, es claramente un lugar simbólico y físicamente central en la vida social. Lo son también el centro de atención primaria de salud, la policlínica, el club deportivo y el gimnasio. Los extrañamos y necesitamos. Las nuevas condiciones en que vuelven a usarse en condiciones de “normalidad” diferente representan uno de los grandes desafíos de la arquitectura.

Los estadios abiertos y cerrados, los centros comerciales, los cines y teatros, y en general todos aquellos espacios masivos de reunión evidencian las mismas perplejidades, pero en una escala aún más importante. Cuando sea posible regresar a los eventos masivos, a las fiestas y los recitales será necesario contar con instalaciones adecuadas y acondicionadas, con condiciones de seguridad más exigentes, con precauciones que hasta hace poco no se requerían.

Desde la arquitectura se requiere proyectar una nueva mirada sobre este tipo de edificios, su capacidad de ser adaptados, su rigidez o flexibilidad. En ese análisis la distinción entre “estructuras” y “sistemas” nuevamente es puesta a consideración, por cuanto las primeras suelen ser más rígidas y menos adaptables mientras que los segundos permiten mayores mutaciones y variabilidad en plazos más cortos.

Los espacios del trabajo, antes, ahora y después

La masificación de la experiencia de teletrabajar ha puesto en discusión la tradicional forma de organización del trabajo a nivel de empresas e instituciones. Ciertamente, el trabajo en casa no es novedad alguna pero el fenómeno masivo del trabajo a distancia potencia y amplifica las tradicionales formas de prestación de servicios y producción a pequeña y mediana escala. En ese proceso cuestiona no solamente la hasta ahora dominante presencialidad, sino también la supuestamente imprescindible coexistencia de trabajadores en un mismo edificio o recinto espacial. El trabajo colectivo y en red, las formas colaborativas de creación y de producción (entre otras, de arquitectura), no necesariamente demandan espacios de coexistencia presencial; es más, cada día lo demandan en menor medida. La contraparte no siempre positiva de esas transformaciones es la mayor presión y demanda incrementada sobre el espacio y el tiempo íntimos, con fuertes interferencias con la vida familiar y la privacidad, en tanto muchas de estas actividades se desplazan al ámbito del hogar, sin tiempos y sin espacios.

¿Qué deparará el futuro? Tanto en el sector público como en el sector privado y en las medianas y pequeñas empresas la experiencia actual ha abierto las posibilidades de desarrollar actividades económicas y prestar servicios, por lo que los clásicos espacios del trabajo, como la fábrica o la oficina, presumiblemente perderán centralidad relativa y se abrirán nuevas interrogantes acerca del futuro y perspectivas de uso de la planta física de muchos espacios de trabajo.

Abastecimiento y logística: nuevos modos del intercambio

Se suele visualizar que la “primera línea de batalla” en la emergencia sanitaria la encara el personal de la salud. Siendo esto cierto, no deja de serlo también que el sostenimiento de los servicios esenciales como los servicios urbanos (por ejemplo la recolección de residuos o los funerarios), así como los de abastecimiento cotidiano (alimentos, productos de limpieza, medicamentos). Esos sectores de actividad y esos trabajadores son tan “primera línea” como el personal de salud, desde la cuestión del proceso logístico (transporte, depósito, fraccionamiento, packaging, etc.) hasta la atención al público en el comercio de cercanía o el servicio comunitario.

Estas nuevas condiciones materiales y espaciales de los intercambios cuestionaron primero las centralidades históricas, cambiaron los circuitos de circulación luego y pueden alterar mucho más la escena urbana en el futuro. La cadena de abastecimiento es clave para sostener las condiciones básicas de vida y asegurar la prestación de servicios esenciales.

En su momento el cierre o la fuerte restricción de funcionamiento de bares y restaurantes estimuló y multiplicó la distribución a domicilio de alimentos y mercaderías, así como la venta y entrega a domicilio de productos variados (como ropa, calzado o electrónicos) adquiridos por internet o por medio de aplicaciones.

Todo ello aporta más intensidad a la transformación de las relaciones de las personas con el espacio urbano, con la calle y con el tiempo; y consolida las transformaciones en el uso de tecnología y medios de pago.

La escena doméstica y la vivienda

Los cambios notables que ocurren “puertas adentro” tienen que obligarnos a repensar la domesticidad. Experiencias como el confinamiento y el distanciamiento social nos permitieron una revaloración y resignificación de la domesticidad. El problema, el conflicto y la potencialidad de ese tiempo dedicado a permanecer en el hogar se ha extendido, por lo que el núcleo de convivencia debe coexistir desarrollando actividades con mayor intensidad y superposición: laborales, de cuidados, de enseñanza y aprendizaje, y de convivencia.

La idea de “vivienda adecuada” habla de la adecuada disponibilidad de habitaciones para dormir, para estar, para trabajar y para cocinar, lo que permite que diferentes integrantes del núcleo de convivencia desarrollen actividades simultáneamente, respetando intimidad, sin estorbarse y sin mayores conflictos. Es evidente que esto entra en contradicción con la realidad del hacinamiento, pero por sobre todo con el concepto moderno del “habitar mínimo” vinculado a estándares y condiciones de “normalidades” abstractas, genéricas y actualmente impracticables.

Nada de esto es idílico; en momento de confinamiento se pusieron a prueba casas y apartamentos para los que nunca se pensó en una convivencia de 24 horas de personas de diferentes generaciones e intereses, con vínculos de parentesco y arreglos familiares que son muy diversos y a los que ya la tradicional tipología residencial apenas respondía con eficiencia.

¿Cómo es posible convivir “hacia adentro” en espacios en los que simultáneamente se pueda practicar deporte, trabajar, entretenerse, cocinar, cuidar, dormir o estudiar? En ese contexto, se revalorizan y adquieren nuevos sentidos los tradicionales espacios “intermedios” de la arquitectura, como los balcones en los edificios de propiedad horizontal, las terrazas, los porches, las pérgolas, los jardines al frente y los fondos y los patios interiores. Aun las cubiertas y las azoteas -equipadas o no- son muestra de una potencialidad no siempre advertida en la cultura contemporánea, tan consumista e inmediatista. Esta revalorización cuestiona alguna producción reciente de arquitectura (tanto en casas individuales como en la vivienda multifamiliar), avara en espacio interior, pero más avara aún en la generación de transiciones espaciales y dotación de esos espacios semicubiertos o abiertos aprovechables.

En ese campo nuestro país muestra algunas peculiaridades. El Uruguay posee características distintivas dentro del panorama latinoamericano que responden a la especificidad de su situación urbana y habitacional. Ya se mencionó la cuestión de la densidad como un factor que beneficia relativamente en situaciones de contagio y que genera oportunidades mejores de confinamiento. Pero esto se complementa con la calidad del stock construido, que es muy superior en términos relativos al de muchos países en desarrollo (en comparación por ejemplo con la región y ni que hablar con otros países del tercer mundo). Ello no oculta la subsistencia de situaciones de precariedad urbano habitacionales que involucran a un porcentaje menor pero importante de la población: utilizando diferentes criterios de medición se situó en el entorno del 6,5% de los hogares con problemas severos de habitabilidad y en el entorno del 15% los hogares con problemas de déficit habitacional cualitativo -es decir, con algún tipo de carencia de materialidad, mantenimiento, conexiones y servicios o inadecuación funcional-.

Sin lugar a dudas, los ámbitos urbanos en que se concentra la pobreza y precariedad son los más vulnerables a situaciones críticas. En ellos es meramente teórico el “quédate en casa”, cuando apenas hay casa o no hay ni puertas ni habitaciones, donde la proximidad entre construcciones vuelve irrisorio el distanciamiento. Allí se encuentra una de las prioridades de mejora no solamente habitacional sino principalmente barrial, urbana y ambiental.

Aprender y enseñar

Por último, algunas líneas sobre la intensiva y profunda transformación que están registrando los procesos de enseñanza y aprendizaje. Como una respuesta inmediata a la suspensión de las clases presenciales, se desarrolló en plazos muy breves un muy valioso esfuerzo de reconversión que involucró a miles de docentes de todas las ramas de la educación. Va quedando claro que se pudo innovar y aprender a utilizar recursos ya disponibles en tiempos perentorios, vista la necesidad de mantener la comunicación con los estudiantes y la vinculación institucional. Y se logró un éxito inmediato en esto.

Las formas tradicionales de educación a distancia y educación presencial están siendo interpeladas por procesos rápidos e imperfectos, híbridos y eclécticos desde el punto de vista teórico e instrumental, pero no por ello menos fermentales.

En el caso de la enseñanza de la arquitectura y el diseño, el uso de herramientas como las plataformas pareció desde siempre poco apropiado para implementar procesos de enseñanza y aprendizaje del proyecto, que implican tradicionalmente una relación docente-estudiante muy próxima y una interacción en tiempo real. Estas vallas fueron sorteadas y se está encontrando la solución a problemas que se veían muy distantes o ajenos a nuestro contexto cultural. Esto plantea una perspectiva alentadora hacia delante, dado que los cambios se han anticipado, pero con la inquietante incertidumbre de cómo se vivirán estos procesos en el futuro próximo y cuán profundamente se habrán transformado las modalidades de enseñar y de aprender.

¿Cómo se podrá vivir la transición? Se necesita pensar el día después.

La transición hacia el final de la pandemia ya empezó hace meses, pero aún no es posible entrever qué tiempo insumirá ni qué efectos perdurables legará. Entre otras interrogantes aún pendientes de responder se cuentan aquellas acerca de cómo será el uso del tiempo y qué cambios se registrarán y quedarán asentados en las relaciones interpersonales, en la vida intrafamiliar, en la condicionalidad a los derechos cívicos, en las condiciones de estudio y en el mundo del trabajo.

LA TRANSICIÓN HACIA EL FINAL DE LA PANDEMIA YA EMPEZÓ HACE MESES, PERO AÚN NO ES POSIBLE ENTREVER QUÉ TIEMPO INSUMIRÁ NI QUÉ EFECTOS PERDURABLES LEGARÁ.

Habitaremos procesos en los que coexistirán normalidades diferentes, las de antes, las del futuro. Esta transición en la que estamos embarcados, en Uruguay, en la región y en el mundo, sí permitirá calibrar la fragilidad o la solidez de muchas de nuestras construcciones sociales, la vulnerabilidad de las certezas que sustentaron prácticas hoy ya perimidas y la necesidad imperiosa de encontrar mejores respuestas.

Sería muy bueno aprovechar este tiempo tan dramático y tensionado para imaginar, individual y colectivamente, cómo alcanzar mejores condiciones materiales y subjetivas para desarrollar la vida en sociedad. Ello incluye imaginar y crear arquitecturas y ciudades más adecuadas, a escala de las personas y en armonía con el ambiente. En definitiva, ayudar a pensar y hacer posible un mundo mejor.

La arquitectura puede, pero sobre todo debe ofrecer respuestas a los problemas del presente a la vez que tiene la responsabilidad de plantearse futuros: la obligación de responder a problemas que aún ni siquiera están planteados.

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