SABOR A BUENAS NOCHES
De la sequĂa
al chaparrĂłn . El campo lo estaba sintiendo. El pasto amarillo crujĂa al paso del ganado flaco y dĂŠbil que desesperado costeaba los alambrados en busca de un mejor tajamar. Las aguadas amarronadas de barro seco, de tanto en tanto, dejaban brillar algĂşn charquito lleno de garzas y patos silvestres aprovechando de lo Ăşltimo que quedaba para beber. La vieja chacra ya era un desolado paisaje, donde descansaban los restos del maizal seco y las pobres guĂas de zapallo, ya en un hilito, se hundĂan entre las anchas grietas de la tierra. Hasta el pozo de las casas se nos habĂa secado; por mĂĄs manantial y hondo que fuera no resistiĂł tanta demanda para los quehaceres domĂŠsticos, la quinta y los animales de la granja. Cuidar la poca agua que tenĂamos para tomar y limpiar, era la prioridad familiar. El abastecimiento de agua era una de mis tareas cotidianas. La traĂa todos los dĂas de una cachimba del potrero del fondo llenando a baldes varios tanques sobre el carro tirado por el manso tordillo, fiel amigo de esas labores. Varias veces llegĂĄbamos al galope a ese manantial con la garganta seca, desesperados por tomar esa fresca y cristalina agua natural. A la vuelta, con el carro tranqueando por el campo, miraba pa' todos lados y la verdad que entristecĂa ver aquella seca machaza. A lo lejos, despuĂŠs que pasaban los camiones por el camino, se veĂa el polvo suspendido en el horizonte y, por allĂĄ arriba, de tanto en tanto, negreaban los caranchos encima de la osamenta de animales muertos. Todo parecĂa anunciar la muerte que andaba en el aire. Cada tormenta que se armaba animaba la esperanza de la tan esperada lluvia. Luego de varios rosarios en familia y velitas en la gruta encendidas por la abuela, al fin llegĂł el agua desde el cielo. EstĂĄbamos felices en las ventanas, con la Ăąata contra el vidrio mirando el fuerte chaparrĂłn y escuchando como sonaban las chapas. Todo era motivo para celebrar, con las tortas fritas de mamĂĄ y mientras nos pasĂĄbamos el mate nos decĂamos: “Gracias a Diosâ€?. DespuĂŠs de unos dĂas que pasĂł el aguacero parecĂa encenderse lo que antes estaba muerto o dormido. La maravillosa fuerza se expresaba en una verde explosiĂłn de nuevos
anhelĂĄbamos habĂa superado nuestras expectativas.
pastos por todo el campo, como una enorme alfombra natural que embellecĂa el paisaje. Hasta los pĂĄjaros se hacĂan escuchar mĂĄs que nunca, como si fuera una enorme sinfonĂa de su armonioso trinar. La estruendosa correntada de la caĂąada se desbordaba por el valle, mientras los terneritos retozaban esquivando los grandes charcos de agua. Hasta el sol, que antes parecĂa un ser amenazador, ahora era la fuente mĂĄs grande de luz que hacĂa que las cosas fueran muy distintas. Todo era nuevo. Lo que habĂamos esperado que fuera de determinada manera, habĂa renacido de una forma extraordinaria. La novedad se imponĂa a nuestros ojos causando la admiraciĂłn y el asombro, lo que tanto
Pegando la mirada hacia adentro, al potrero del corazĂłn, ÂĄcuĂĄntas sequĂas hemos tenido que pasar! Atravesando ĂĄridos valles de penurias, sequĂas del alma, ansiando saciarnos de la frescura de Cristo resucitado, agua fresca que riega nuestros terrones secos, donde no germinan los sueĂąos que con anhelo habĂamos sembrado. Él es quien puede hacer posible aquello que para nosotros estaba perdido. Él permite restablecer la confianza y la esperanza en la germinaciĂłn de la semilla que parece dormida debajo de las realidades que a nuestros ojos se muestran secas y heridas. Pidamos a Tata Dios que nos envĂe su EspĂritu como ventarrĂłn de primavera, a sacudir nuestra esperanza a veces inmĂłvil, pa' que dejĂĄndonos empapar por el chaparrĂłn del Resucitado haga nueva nuestra vida como el campo despuĂŠs del temporal.
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