
16 minute read
DESDE AUSTRALIA CON AMOR
AUSTRALIA
El dulce y a veces amargo sabor de cumplir un sueño.
Advertisement
TEXTO Y FOTOS POR MARÍA JOSÉ HERRERA
ivir en el extranjero representa, principalmente para los latinoamericanos, cumplir un sueño. Mu-
Vchos se deciden por Estados Unidos, los que no le temen al frío le apuestan a Canadá quizá y algunos valientes se van a Europa, pero, el porcentaje de aventureros se reduce cuando los kilómetros aumentan. A unos “escasos” 14,500 kilómetros tenemos a Australia, un país del que sabemos poco, asumimos mucho, e idealizamos aun más. Al menos así empieza mi historia en un 2019 pre pandémico, con 24 años, dos maletas, mucha ilusión y un boleto para volver a casa en seis meses, spoiler alert: tres años después, aquí sigo. Me encanta Australia, ¡no hay duda!, pero no tardé en descubrir que no todo es color de rosa. Creo que por ahí, se debe empezar con que cuando migramos, hay que viajar ligeros de equipaje y de expectativas; dispuestos a dejarnos sorprender, preparados para aprender mucho y para desaprender también. Dicen que viajar es cambiar de ideas, no sólo de lugar y así me pasó tras descubrir anécdotas, a mi paso, de personas, aventuras y lugares. Con emoción se las iré compartiendo en Bubbles & Cherries y empezaré por una historia que me sé bien: la mía. Si de migrar se trata, habrá que empezar tomando en cuenta el motivo; ¡vaya! no es lo mismo migrar porque sueñas con conocer la Opera House de Sidney o ver el mundo con tus propios ojos, a migrar porque huyes de la violencia que asecha tu entorno y partir sea la salida a una realidad adversa. Cuando se migra por necesidad, el contexto es distinto y no pretendo usurpar esa historia. Dicho lo anterior, debo comenzar aceptando que escribo estas líneas desde una condición privilegiada; no hui, al contrario, salir de mi país representó, momentáneamente, renunciar a un entorno cómodo, conocido y seguro, para de pronto enfrentarme por primera vez a un estado de cierta vulnerabilidad. Aclaro estar profundamente agradecida por las oportunidades, por lo que he podido ver y vivir y es desde esa gratitud que hoy puedo ver el espejo retrovisor de este viaje con más calma y con una pizca de madurez para contarles, de un modo chill y sintetizado lo que ha sido esta experiencia, tal como si le pudiera regalar un manual a la Majo del pasado, y quizá ahorrarle uno que otro raspón y lagrimita. ¡Empecemos, pues!
Desde Australia, con amor. Majo.



Querétaro, 2019. Me había graduado de dos carreras universitarias, con un trabajo estable, un novio encantador y algunos planes a futuro, creí que dominaba aquello de la adultez. Mi aspiración era ahorrar para cierto carro y las decisiones difíciles eran elegir entre cenar sushi o pedir pizza hasta que un día decidí escuchar un sueño que siempre estuvo en mí y que se empezaba a empolvar: viajar, tan lejos como fuera posible, no para escapar de la vida, al contrario, para vivirla y abrazarla con más intensidad.
No sé cómo llegó la idea de Australia, pero un día recorté una foto de una playa espectacular, llena de surfistas, sin saber con precisión en qué lugar del enorme país se ubicaba, pero esa playa representaba el sueño de irme algún día. Puse la imagen con un imán en el refrigerador, dispuesta a manifestarla.
¿En verdad me pensaba ir? ¿despedirme de una vida feliz en mi ciudad? ¿para hacer qué? Sabía lo mismo que muchos de ustedes sobre Australia: nada. Había escuchado de canguros y arañas y mi abuela decía que había mucho tiburón y cocodrilo, según los documentales que le gusta ver. Después de una corta y no muy seria investigación descarté Sídney, Brisbane y Melbourne, las ciudades principales, para irme a estudiar a Gold Coast, una pintoresca ciudad playera. ¿Será la ley de la atracción? resultó ser que la playa recortada y colocada con un imán en el refrigerador, sí existía, se llama Snapper Rocks y estaba muy cerca de donde había aterrizado en ese, mi nuevo hogar.
Una lección que me llevé al emigrar es que renuncias a quién eres, en mayor o en menor medida, pero es un costo inicial. Una crisis de identidad, que en mis primeros meses en Australia me llevó a comprar un vuelo de vuelta a México y de no haber sido porque el COVID detuvo cualquier intento de salida, otra hubiera sido esta historia.
Poco a poco se desvanecía la joven profesionista que se iba en tacones a la oficina, con las uñas siempre bien pintadas. Ahora, como cualquier estudiante internacional había que aprender a hacer café, “meserear” o preparar tragos en los bares para ganar dinero y pagar la renta, porque aquí los ahorros se van como agua pero no era tan malo como se escucha, al contrario, Australia tiene uno de los salarios más altos del mundo y limpiando mesas gané más dinero que trabajando en la industria automotriz en México, eso me permitía viajar, pagar las cuentas, y hasta darme mis lujos. Esta es una de las razones por las que tantos latinos, una vez que llegan a Australia, no quien volver, además, en un contexto de pandemia, Australia se había convertido en una burbuja donde estábamos a salvo.
La capacidad de adaptarte cuando viajas define si vivirás una aventura inolvidable o una pesadilla. No me compré el carro que aspiraba, pero tenía a “Pistaches”, una bici verde con canastita que fue mi adoración. No me gustan las mudanzas, ni compartir mi espacio con extraños, pero de pronto me di cuenta que me he mudado más de 10 veces de casa y he tenido más roomies de los que recuerdo. Algunos de esos roomies se volvieron grandes amigos y de algunos otros no recuerdo ni su cara.

Majo a bordo de “Pistaches”.


Me conseguí mis tres tesoros, que se volvieron también una metáfora en esta experiencia. Una tabla de surf, unos patines y una vieja cámara. Todos de segunda mano, porque así se estila aquí. Con mi tabla aprendí a surfear tras meses de lecciones al amanecer y aún no sé si algo podrá superar la sensación de ver salir el sol frente a mis ojos mientras remaba lejos de la orilla. Una libertad intensa. Pero en esos momentos viví mucha soledad y de ella también aprendí.
Con mis patines setenteros, que rodé hasta desgastar las ruedas, recordé que nunca es tarde para hacer algo nuevo, algo divertido y reír como niño, pero también aprendí la importancia de perder el miedo a la caída, levantarse con y sin ayuda.
Con mi vieja cámara nunca logré aprender a enfocar correctamente, y siendo honesta, tampoco entendí por qué había tantos botones, pero lo que sí aprendí es que me quiero llevar recuerdos y capturas inmortales, una maleta llena de amigos. Construí una familia hecha precisamente de esas amistades tan extrañas y únicas, cada quien viviendo sus propias historias. Aunque te creas muy independiente, cuando migras solito, lo único que te mantiene de pie es formar una red de apoyo incondicional. No importa que las fotos estén borrosas o mal enfocadas.
Hay algunas otras cosas que no logré aprender. Nunca fui buena mesera, por ejemplo y me corrieron por tirar charolas frecuentemente y tampoco he aprendido a vivir sin los abrazos de mi mamá. Lo que sí aprendí fue a hacer croissants, baguettes y algunos postres italianos y así tuve éxito como panadera, luego y entendí que cualquier trabajo es digno. Además, entendí también que incluso sin poder abrazarme, mi mamá estaba orgullosa de mí, fuese yo abogada, mesera fallida o panadera, fuese en Querétaro o Australia.
Aprendí a coser en una tienda de banderas y luego aprendí a descoser cuando la puntada quedaba chueca. Aprendí a hacer remaches en la tela y en la vida. Bradley Palmer, el dueño de la tienda de banderas me decía, “let’s learn to fix it when you mess it up”, “aprende a reparar cuando te equivoques”, y estoy segura que no sólo se refería a las muchas banderas que arruiné antes de la primera bien hecha. Brad, “Mr. Banderas” para los amigos, también me enseñó que hay que hacer lo que le de vida al alma; él surfeaba antes abrir la tienda cada mañana y cerraba temprano los miércoles, con rumbo a los mercados y bares locales, con guitarra y armónica en mano, para ir a cantar la música que componía. Me alegró enterarme, hace poco, que su música ya está en Spotify.
No he aprendido a convivir con las despedidas continuas. A veces la gente que quieres se va, a veces te vas tú. Un día, habiendo concluido mis estudios, decidí que el capítulo de Gold Coast, aunque inolvidable, había llegado a su fin. Ahora estaba lista para iniciar una aventura de aprendizaje profesional en algún otro sitio de Australia. Ver a mis amigos reunidos para despedirme me llenó el corazón. Empacaron conmigo, me llevaron al aeropuerto, nos abrazamos muy fuerte, y nos tomamos una polaroid en la terminal de salida que aún conservo en la cartera.
Dejé lo conocido nuevamente. Regalé mi tabla de surf, mis patines y mi vieja cámara. Hubiera regalado también a Pistaches, la bicicleta verde, pero a esa se la robaron.
Me mudé a Canberra, la capital de Australia, que en pocas palabras es el contraste absoluto de Gold Coast y me integré a la embajada de México en Australia en un trabajo que suena prometedor. Otra vez hay mucho que aprender, ahora de embajadores, militares y diplomáticos. Son personas brillantes que representan a nuestro país, ¡y que suertuda! también son ahora amigos.
Desde que me mudé he recorrido otra zona del país, he conocido historias dentro y fuera de la embajada y también compré una cámara con menos botones.
No sé con precisión cuánto tiempo me quedaré en Australia, sus políticas migratorias cambian constantemente, y tengo planes en otras partes del mundo. Pero lo estoy disfrutando y mientras esté por aquí quiero vivir las bondades de este país, aprender más y compartir esas historias que merecen ser contadas de lugares, gente y momentos increíbles.
[ @majoherrerau
THE PRE LOVED GOODS CULTURE
Australia has one of the best income rates per capita worldwide, resulting in a high consumer population. Nevertheless, the second–hand market, the reusing education, and the donating culture are intensely practiced on the Aussie daily basis. In this article, I will tell you how cool and useful it is to get used stuff here.

When I first arrived in this country a few years ago, I remember looking for a bicycle to get to college and work. The price in stores for the brand-new bikes, considering I was converting my money from Mexican pesos to Australian dollars, was a real investment, to consider seriously. However, after someone advised searching used options online, I got a beautiful bike, helmet included, for no more than 40 bucks. This bike was only my initiation as a second-hand goods hunter. While in Latin-America, buying used articles may be risky, scares, and it’s not well-seen yet, here in Australia, it’s the most common thing to do, despite the social class or cultural background.
Don’t get me wrong, it doesn’t mean you cannot get some excellent used items in Mexico, but in my experience, nothing comes close to Australia when we talk about reusing. “Pre-loved” is the term people use to refer to objects in good condition and at a very affordable price. Sometimes these “pre-loved” items are even free. This is how I got a couch, a couple of lamps, and even a washing machine in my previous apartment: yep, $0 dollars. My neighbours sometimes take things out of their homes with the sign “Free stuff – take it home”; I took good books from them. Honestly, I have never slept on a brand-new mattress since I arrived to Australia, and I got my favourite Louis Vuitton bag at a fraction of its original price. The average Australian mid-class could easily get a new phone with every paycheck at the end of the month; then, the old one would be sold, perfectly functional, just because the owner doesn’t need it anymore. The same happens with blenders, technology items, authentic jewellery, and designer stuff. Basically, with everything.
There are plenty of warehouses selling used items. Donations supply these warehouses full of treasures, and the profits go to charity. Aisles and aisles are divided into sports equipment, clothes, kitchen items, books, and even fancy stuff. Once I got three treasures in my australian life, which I explained previously in my last article: my surfboard, camera, and quats roller skates, all of them, of course, pre-loved. However, the good thing about this practice of used stuff is not only to be an expert bargain hunter, which I have certainly become, but it’s also easy to learn how to let go, donate and free yourself from the material belongings when the time comes. For instance, I recently lost a loved bracelet and got so upset about it. I posted it on the lost-and-found board city website. Later I received quite a few messages from women in the group, strangers, offering to send me their used bracelets and charms that they don’t wear anymore; Wow, generous strangers I would say! and indeed, I accept one of them, such an unexpected and kind gesture. But in the end, I understood it was just a material thing that comes and goes.
When I moved from one city to another a few months ago, I quickly sold or gave away most of my items; I only carried the essentials and what fitted in my luggage, donating my three treasures mentioned above. This is new in my personality since I was highly attached to material belongings, giving them emotional meanings. How good it feels to get nice and cheap stuff every now and then, but even better,how good it feels to give away what could be more beneficial for someone else and let go the things we don’t need anymore. Let everything flow, vibes and stuff.
How does it work in your hometown? Can you find good deals in the used market or not at all? Are you good with letting go your pre-loved items and having others love them too?
EL PAÍS SIN ANIMALES CALLEJEROS
Los australianos son bastante “pet-friendly”. Muchas cosas me han sorprendido de este país desde que llegué, pero el hecho de no haber visto ni un solo perrito o gato callejero desde que aterricé hace casi tres años, además de sorprenderme, me alegra demasiado y me restaura la fe en la humanidad. Si consideramos que 70% de los perros en todo el mundo vive en el abandono, 500 millones para ser exactos, el no haber visto ni uno sólo en un país tan grande, es difícil de creer, y me recuerda aquella frase que “hasta para ser perro hay que nacer con suerte”.
De este lado del mundo, los australianos, aunque tienen una cultura flexible y “relajada”, se toman muy en serio sus regulaciones. Este es el caso de la estricta ley para tener mascotas, donde especifica los requisitos y permisos necesarios, así como las sanciones en caso de incumplirla, que van desde miles de dólares en multas hasta varios años de prisión.
Este es un tema que me interesa y me conmueve de modo particular pues me crié rodeada de mascotas, viéndolas como una extensión de mi familia; entre ellas una dálmata que vivió 17 años, que compré un domingo de mercado queretano (mal ahí), algunos cuantos gatos, una tortuga llamada Junio, un conejo pinto, y las palomas “Martina y Liliana”, que un día cuando era pequeña, liberé de sus jaulas, según me platica mi mamá. Aunque nunca volví a tener aves, no recuerdo algún periodo de mi vida sin mascotas junto a mí. Hasta que me mudé a este país.
Regresando al contexto de Australia; he visto como la indiferencia se previene fomentando la empatía. Es el amor a los animales la base para enseñar precisamente esta empatía que necesita la sociedad desde la infancia. Esto no sólo se limita a los animales domésticos, por el contrario, Australia se distingue por cuidar a su variada y exótica fauna. Los niños saben distinguir serpientes venenosas, respetan el ciclo migratorio de los animales, como cuando se topan a murciélagos revoloteando en sus árboles y saben coexistir con su fauna, pero las acciones para su control siempre se hacen de modo estructurado y justificado.
En este país proteger el bienestar de los animales no sólo es lo correcto, es un requisito legal. Ni hablar que existiesen peleas de perros, gallos, o corridas de toros por entretenimiento humano; alguna vez traté de explicarle a compañeros del colegio que eso sí sucede en Latinoamérica y me bastó su reacción para entender que, afortunadamente, eso es inconcebible en esta parte del mundo.
Algunos puntos a tomar en cuenta cuando se plantea tener una mascota en este país son: Se tiene tolerancia cero a la crueldad animal. Todas las regulaciones prohíben cualquier daño físico o mental a los animales. Cinco de los ocho estados de Australia incluyen de forma explícita el maltrato animal entre los delitos de violencia doméstica. ¡Esto es saber hacer leyes!
El proceso de adopción de mascotas es muy complicado y los tiempos de aplicación son largos, pues las autoridades deben corroborar que los posibles dueños estén en condiciones óptimas y tengan tanto el tiempo como los recursos para atender al nuevo integrante ha sido negativa incluso cuando se cubrían con las exigencias. Aunque muchos se deciden por comprar a la mascota en vez de adoptar, los criaderos están altamente regulados, por ende, los animales son muy caros, nada de andar comprando perros los domingos de mercado. El microchip es obligatorio, el cual contiene información básica de su dueño, así como las vacunas obligatorias de nuestro peludo. De caso de incumplir con los registros, las multas no se hacen esperar.
Traer a tu mascota contigo desde tu país es muy, muy complicado. Las regulaciones, ahora en materia fitosanitarias, son demasiado estrictas y es que los australianos, de nuevo, no se andan con las ramas cuando algo puede poner en riesgo la seguridad de su isla. Si la mascota en cuestión proviene de los países que consideran riesgosos, tendrá que pasar por un largo y caro proceso entre exámenes médicos, traslados y cuarentenas en distintos puntos aduanales antes de ser autorizado para ingresar a Australia. Esto hace que, tristemente, muchos migrantes desistan del proceso de traer a su mascota consigo.
Ahora bien, el lado amable de todos estos estrictos y duros procesos, es que se aseguran que quien tenga a una mascota en casa está completamente dispuesta a invertir tiempo, dinero y amor en ella. La tasa de abandono es demasiado baja y por ende, las mascotas están, en su mayoría, destinadas a tener una vida llena de cuidados y apapachos.
¿Tú qué opinas? ¿consideras exageradas estas medidas o te gustaría que existieran en México?

Stay tuned.
Desde Australia, con amor.