Espectáculos en Roma: Juegos gladiatorios, teatro y circo

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JUEGOS GLADIATORIOS. Introducción.- Acercamiento al espectáculo gladiatorio. Antes de empezar, una aclaración: Voy a dedicar casi todo el tiempo a hablar de los espectáculos gladiatorios, los que se celebraban en el anfiteatro, porque eran, con mucha diferencia, los que más gustaban a los romanos y los que mayor importancia política y social tuvieron. Empiezo decepcionando a más de un admirador de las películas de romanos: * Nunca se pronunció la famosa frase “Ave Caesar, morituri te salutant”. Solo una vez, en una naumaquia, y en tiempos de Claudio, (S. I después de Cristo), se dijo algo parecido: “Ave, imperator, morituri te salutant”. Y no la pronunciaron gladiadores, sino condenados a muerte por espada, “damnati ad gladium”. * Nunca se ordenó la muerte o la vida bajando o subiendo el dedo pulgar. El público pedía el indulto del gladiador gritando “missio” y agitando un pañuelo o la punta de la toga; y se pedía su muerte gritando “yugula” (degüella), simulando con el pulgar el gesto de degollar. El director del espectáculo aprobaba esas peticiones repitiendo el mismo gesto, o las rechazaba haciendo el contrario. Si un gladiador se rendía, levantaba los dedos índice y medio y tiraba el escudo al suelo. Los combates gladiatorios han sido habitualmente malinterpretados como espectáculos que siempre terminaban con la muerte de uno de los combatientes. Lo cierto es que generalmente los dos salían con vida del combate, que no giraba en torno a la muerte, sino que se trataba de una exhibición de fuerza, valor y destreza, valores de una sociedad militarizada que vivía por y para la guerra. Aparte del origen religioso de los combates, que veremos más adelante, los enfrentamientos gladiatorios reunían las características de los deportes: “ Preparación física y táctica. “ Competición de acuerdo con unas reglas. “ El resultado de la lucha era impredecible. “ Un árbitro regulaba el combate. “ El público acudía a disfrutar del espectáculo. La gladiatura era vista como un deporte, y los testimonios de la época demuestran que los espectadores contemplaban a los gladiadores, púgiles, luchadores, pancratistas, como “athletae” (deportistas). Los deportes sangrientos eran aceptados en la sociedad porque la violencia estaba institucionalizada en ella, era la base de su mundo: la victoria de los griegos sobre los persas, el imperio de Alejandro, el imperio romano, el control de los esclavos....todo estaba basado en el uso de la violencia con derramamiento de sangre. Por lo tanto, ni la violencia ni el deporte gladiatorio eran criticables desde el punto de vista de la moral, la religión o la tradición romanas, sino todo lo contrario, eran ensalzadas por estas. Los romanos no consideraban enfrentarse a la muerte como un acto indigno o de excepcional heroísmo, sino que ese era el modo normal de probar que uno era romano. De hecho, solo aquellos espectáculos que implicaban jugarse la vida eran considerados como

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genuinamente romanos. (Séneca: “Quien temiere a la muerte no hará hazaña de varón vivo”). Pensemos por un momento en los toros. Los aficionados no van a ver cómo el toro coge al torero (¿o sí?). Pero si éste no se acerca al animal, si no se juega la vida, el espectáculo no interesa, y se protesta, como los romanos cuando los gladiadores no se acometían en serio. Tenemos algo de romanos, al menos en nuestro concepto de qué es un espectáculo. En general, la gladiatura levantaba la admiración de todos, pueblo llano o intelectuales, plebe o aristocracia, pues a todos les gustaba ver a hombres enfrentándose a situaciones que comprometían sus vidas. 1.- Orígenes del espectáculo de gladiadores en Roma y su consolidación en la época imperial. En Roma el espectáculo consistente en ofrecer luchas de gladiadores se llamaba munus, (“deber, obligación”), porque originariamente, antes del S. II a. C., esta práctica era una obligación fúnebre que se tenía para con el recién fallecido. Consistía en ofrecer en memoria del muerto un combate de gladiadores con la idea de que la sangre del vencido (entonces sí moría siempre el vencido) favoreciese en la otra vida al espíritu del difunto. Esta vinculación fúnebre inicial se perdió con el tiempo, pero el término munus, (en plural, munera), se mantuvo durante toda la época romana. El origen de esta costumbre lo atribuían los romanos a los etruscos, como la toga, las fasces y el ritual y la vestimenta religiosa. A su vez, los etruscos la habían tomado de los griegos, que habían fundado varias colonias en Italia. (HOMERO.- Ilíada, Canto 23. “Levantaron una pira de 100 pies de alto, amontonando leña. Luego colocaron sobre ella el cuerpo de Patroclo. Mataron y desollaron al pie de la pira muchas ovejas y muchos bueyes, y el atribulado Aquiles cubrió completamente el cadáver con la grasa de las unas y de los otros, poniendo luego alrededor los cuerpos desollados. Llevó asimismo a la pira un ánfora de miel y otra de aceite y las puso una a cada lado del muerto. Sacrificó además dos espléndidos caballos, y dos perros. Para acabar de apaciguar el alma de su amigo inmoló a doce jóvenes troyanos hijos de ilustres familias. Y cuando acabaron los sacrificios lo entregó todo a la inclemencia del fuego, para que lo devorase, y, lanzando horribles gritos, llamando muchas veces a su amigo, dijo así: Alégrate, querido Patroclo, aunque hayas descendido a la mansión del Hades. El fuego devora contigo doce hijos valientes de ilustres troyanos.) Así pues, durante esta etapa funeraria los romanos veían en el munus una forma de sacrificio humano que aportaba los siguientes beneficios: 1.- El espíritu del muerto se beneficiaba de la sangre derramada. 2.- El sacrificio de víctimas humanas mostraba la importancia del muerto y, por extensión, de sus herederos. 3.- Al quedar satisfecho el difunto, los vivos se aseguraban de que éste no se les aparecería. Los espíritus insatisfechos ( lémures, larvas) solían atormentar a sus parientes, reclamándoles los ritos fúnebres debidos. 4.- El heredero, al organizar el munus, mostraba su capacidad económica y administrativa ante el resto de la sociedad, manifestando que estaba capacitado para ocupar el puesto social que había desempeñado el muerto.

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La primera referencia escrita de un munus data de la 1ª. Guerra Púnica (264 - 241 a. C.), y Tito Livio registra en la 2ª. Guerra Púnica (218 – 201 a. C) la celebración de varios munera por poner a todo el mundo – vivos, muertos y dioses – a favor de Roma. Los combates gladiatorios comenzaron a hacerse más y más frecuentes y a sentirse como algo típicamente romano: contenían todos los valores que una sociedad guerrera, como la romana, poseía y deseaba transmitir a las nuevas generaciones, pues su pervivencia dependía de que las generaciones venideras siguieran teniendo esos valores guerreros. Podemos decir que el munus era uno de los mayores mecanismos protectores empleados por el estado para la defensa de esa sociedad guerrera, pues a través de los munera transmitía los valores que hacían fuerte esa sociedad, eliminando en las ejecuciones que tenían lugar en la arena a quienes no poseían esos valores. Criminales, desertores, prisioneros de guerra, etc. Desde la 2ª guerra púnica ( S. III a. C), los combates gladiatorios crecieron mucho en tamaño y complejidad; un mayor número de funerales incluía combates, y, en cada ocasión, se enfrentaban más parejas de gladiadores. Los munera continuaron celebrándose en el contexto de funerales privados, el estado no intervenía en nada, siendo todo organizado y pagado por la familia del difunto. Inicialmente los combates se celebraban como parte del mismo funeral, pero el munus fue creciendo en complejidad y número de parejas enfrentadas, y fue necesario aumentar los días de preparación. A mediados del S. II a. C. los preparativos requerían bastante tiempo: Montar gradas, negociar con el lanista, (propietario de un cuartel o escuela de gladiadores), el alquiler o la compra de los gladiadores, y preparar actos paralelos, como banquetes y distribución gratuita de carne. Así, los aspectos relacionados con el funeral fueron perdiendo importancia, pasando a primer plano los referidos al heredero, es decir, el munus se fue convirtiendo en un instrumento de promoción personal y política, un modo de conseguir votos en las elecciones. Así, el organizador del munus, llamado “editor”, fue aumentando la espectacularidad del evento, ofreciendo más parejas de gladiadores, mejores banquetes a los asistentes, gradas más cómodas. En esencia, el munus tenía cada vez menos de rito fúnebre y más de espectáculo de masas. Los políticos lo adoptaron de modo generalizado como instrumento electoral; y, al competir entre ellos, aumentó su espectacularidad. “Quien es capaz de organizar buenos munera es capaz de gestionar bien el estado”. Así el munus pasó a convertirse en un espectáculo público, extremadamente complejo, que implicaba toda una serie de relaciones sociales, organización del evento, su presentación. De hecho, pasaron a articular la sociedad, la política y la cultura. Aunque a los gladiadores se les daba muy poca importancia; seguían siendo los despreciables prisioneros que antaño combatían junto a las tumbas. Lo importante en era la lucha, no los gladiadores. La primera referencia a nombres de gladiadores es de finales del S. II a. C, cuando los luchadores ya tenían cierto protagonismo. Y dado que el munus representaba los valores de Roma, se convirtió en el instrumento perfecto para mostrar a los pueblos la capacidad de los romanos para gobernarlos. Los romanos adoptaron técnicas para ofrecer espectáculos con gran carga política. Un munus no era sólo una lucha de gladiadores, sino mucho más, era una exaltación de Roma, un instrumento de romanización.

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Debido a este nuevo estatus, Roma reguló los munera. A partir del 105 a. C. las leyes gladiatorias determinaron que se encomendaran a funcionarios de alto nivel. Estas leyes imponían el principio común de que ningún munus podía celebrarse sin el consentimiento de las autoridades civiles, lo que muestra el interés del estado en controlar una actividad tan importante políticamente, (quien ofrecía el munus podía alcanzar gran popularidad), y económicamente, (los impuestos que gravaban la gladiatura daban al estado grandes beneficios. Los políticos se adaptaron enseguida a la nueva regulación, continuando con la costumbre de dar munera como instrumento para ganar votos. Los munera eran frecuentemente objeto de promesas electorales, y al ser investidos en su nuevo cargo, los políticos volvían a ofrecer munera, en señal de agradecimiento. Y como todos ofrecían lo mismo, más y más munera, éstos fueron ganando en espectacularidad, en número de gladiadores, en cacerías de fieras (venationes), ...y en el coste. Por eso César siempre ordenaba el indulto, (misio) de los gladiadores famosos, es decir, los más caros, pues en caso de muerte tenía que pagar una gran cantidad al lanista; y Augusto prohibió los munera sine misione, es decir, sin posibilidad de indulto, pues, además del precio, los espectadores perdían una estrella de la gladiatura que les proporcionaba grandes emociones. Crear un buen gladiador costaba mucho dinero y mucho tiempo. La costumbre de que el editor (organizador) escuchara a los espectadores sobre qué hacer con el vencido fue algo beneficioso para ellos, ya que mejoraba su imagen ante los espectadores, pues necesitaba sus votos, que solo conseguiría si los contentaba. Que la muerte de un gladiador fuera muy cara se debía a las precauciones del lanista, precauciones que éstos incluían en los contratos que firmaban con los editores. En cualquier caso, el gasto de los políticos en munera podía ser ruinoso, ya que el estado no financiaba nada del espectáculo, que corría exclusivamente por cuenta del editor. Desde finales de la República el munus era ya un evento meramente político, aunque la dimensión fúnebre aún se mantenía, básicamente porque servía de excusa para organizarlo. Relación gladiadores - política De todo lo anterior podemos deducir que los políticos tenían que relacionarse con las familiae gladiatoriae (Escuelas de gladiadores). El uso que los políticos hicieron de estas familias fue uno de los elementos responsables del deterioro del sistema político romano del final de la república. El candidato que organizaba un munus alquilaba a los gladiadores que iban a participar en él; y, como eran propiedad alquilada, los usaba como guardaespaldas o como matones. El año 65 a. C. César contrató, para los munera que ofrecía, un número ingente de gladiadores, que entraron con él en Roma: Un ejército de luchadores profesionales que podían poner en aprietos a los soldados de la guarnición (solo hay que pensar en Espartaco). Como veremos más adelante, la espada de alguno de los tipos de gladiadores se llamaba sicca, y sus usuarios siccarii (sicarios) ¿A alguien le suena el nombre?

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Los espectáculos como lugares de expresión Además de por el atractivo propio de los combates, los munera eran tan populares porque ofrecían a la audiencia la posibilidad de expresar a los políticos y clase dirigente su opinión sobre los asuntos de actualidad. Además, como a veces hoy hacen los ultras, las gradas se usaban para intentar difundir ideas no compartidas por la mayoría de la audiencia, es decir, para manipular al pueblo. Personas interesadas, (es decir, políticos que buscaban el poder) infiltraban voceros entre los espectadores con la consigna de manifestarse en determinado sentido, presentando sus ideas como petición del pueblo, especialmente si los espectadores las secundaban. Lo cual, según Cicerón, ocurría pocas veces, dejando a los voceros en evidencia. El munus en la época imperial El empleo de juegos públicos durante la República se acentuó en el Imperio, al aumentar los días de juegos para festejar fechas señaladas para el emperador: cumpleaños, conmemoraciones de su proclamación, nacimiento de hijos...etc. Además del aumento de los días del año dedicados a los munera, se produjeron otros cambios, causando un impacto enorme. Los senadores dejaron de competir por organizar munera, ya que ninguno podía aspirar al poder, en manos del emperador. La tranquilidad volvió a las calles de Roma, ya no había altercados provocados por los senadores y sus bandas de gladiadores; y desaparecida la gran motivación para organizar munera, ya nadie afrontaba los enormes gastos que ello suponía. Augusto, sabedor de que los munera eran la pasión de Roma, y de que un gobernante sin el apoyo del pueblo era un gobernante depuesto, integró los juegos entre las responsabilidades del emperador. Augusto dio munera organizados por el estado, y, para que no le costasen dinero, creó los ludi imperiales, (escuelas de gladiadores propiedad del emperador), y autorizó la construcción de anfiteatros permanentes, algo que estaba prohibido hasta el momento. Así, los gladiadores que combatían eran sus gladiadores, y el edificio ya estaba construido. Es más, reglamentó detalladamente la gladiatura, lo que los investigadores llaman Reforma Augusta, una compleja legislación que determinaba cuántos munera había que ofrecer obligatoriamente al año en Roma y en las provincias, y cuántos se podían dar de forma extraordinaria, como celebración de un cumpleaños, una victoria militar, una boda, una sugerencia del emperador...etc. Al mismo tiempo, los anfiteatros se extendieron por todo el imperio. La romanización de los pueblos conquistados tenía lugar de varias maneras, una de las cuales era lograr que el espectáculo nacional de Roma fuese el espectáculo favorito de todas las personas que vivían en el Imperio. La media de los munera dados por Augusto era de unos 1250 gladiadores y 135 animales. Eran espectáculos que sólo un emperador, con todos los recursos de un imperio floreciente, podía permitirse. Pero para el imperio la mentalidad había cambiado, y que un espectáculo fuese muy caro no era tachado de derroche, sino que se valoraba como un mérito. Se consideraba que un

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espectáculo imperial, digno de un emperador, debía ser caro, porque el lujo, la fastuosidad, debía ser una característica identificatoria del imperio. Sin embargo, aún quedaban vestigios de su original función fúnebre. Augusto, cuando aún formaba parte del segundo triunvirato, con Marco Antonio y Lépido, estableció juegos en honor de Julio César, su padre adoptivo. La reforma augusta. Como en muchos otros aspectos de la vida de Roma, Augusto supuso una auténtica revolución en la gladiatura. El tránsito al “imperio” supuso el paso de una república aristocrática a un imperio autocrático. Augusto, como posteriormente sus sucesores, tenía un control absoluto sobre todo, por lo que modificó a su gusto muchos ámbitos de la vida romana, incluyendo la gladiatura. Decidió regularla de modo riguroso. No es que antes de él no hubiese reglamentos, sino que le dio una nueva organización más elaborada. En esencia fue una mejora del reglamento anterior, del que conocemos pocos detalles. De una simple lista de reglas establecidas por el uso y la costumbre, pasó a un conjunto de normas, sancionado por el emperador y registrado por escrito, aunque solo parcialmente. Formó parte de la política general de Augusto, al crear un espectáculo bien definido, con la calidad necesaria para lograr los fines que se proponía: convertir el munus en el deporte nacional del imperio, romanizar los nuevos territorios y entretener al pueblo. Según Suetonio, Augusto sobrepasó a todos sus predecesores en la frecuencia, variedad y magnificencia de los espectáculos públicos. Algunas medidas: Establecimiento del munus legitimum (forma correcta en que debía ofrecerse un munus). * Desaparición de algunos tipos de gladiadores y creación de otros nuevos. * Ordenación de los espectadores en la grada: Ya no se permite a la gente sentarse donde quiere, sino que se establecen varios criterios, como por ejemplo la separación de hombres y mujeres. * Se impone el uso del yelmo, con la excepción de los retiarios. Con esta norma se pretende igualar los combates, ya que el yelmo pesa mucho y dificulta la respiración, por lo que el gladiador que lo llevaba estaba en desventaja frente al que no lo llevaba. * Prohibición de munera sine missione, forma de combate sin la posibilidad de missio (gracia, indulto), para el derrotado, que siempre era ejecutado por el vencedor. En los munera sine missione, el vencedor ejecutaba al vencido, de modo que uno de los combatientes sobrevivía. Otro sistema anterior era mucho más cruel: El vencedor se enfrentaba inmediatamente a otro combatiente (tertiarius), con lo que lo más probable era que el cansancio supusiera la derrota y muerte del primero. Y así sucesivamente, de modo que solo sobrevivía un luchador, mientras que en la primera modalidad sobrevivían todos los vencedores. Ambas modalidades, la “sine missione” y la anterior, presentaban varios inconvenientes: * No eran económicas, suponían un despilfarro de dinero para el editor. * Quitaban protagonismo al editor y al público, ya que no se les preguntaba qué hacer con el vencido.

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* Reducían el número de gladiadores, sin salvar siquiera a los buenos: Si se enfrentaban dos gladiadores excepcionales, necesariamente habría de morir uno, lo cual iba en detrimento del espectáculo y del negocio. Augusto necesitaba el espectáculo gladiatorio para construir y asentar el recién creado imperio, y para ello debía tener contenta a la gente y exhibirse él mismo en el palco. Por lo que necesitaba muchos y buenos gladiadores. Era lógico prohibir los munera sine missione. En todo caso, parece que en los sine missione se empleaban gladiadores novatos o de baja categoría, y, sobre todo, los “damnati ad gladium, (condenados a morir por la espada), con quienes se usaría la segunda modalidad (enfrentar al vencedor con otro luchador descansado). El luchador superviviente era ejecutado por un venator (cazador) o un soldado, pues todos los damnati ad gladium debían morir a espada en la arena. El munus como instrumento de control social Uno de los motivos por los que Augusto fortaleció el espectáculo gladiatorio es que en las horas que el pueblo pasaba en el anfiteatro, donde además había distribuciones gratuitas de carne, haciendo el munus además más atractivo, no estaba conspirando contra el poder. Mediante los munera el emperador tenía la posibilidad de controlar a la numerosa población de Roma, potencialmente peligrosa por estar en gran parte desocupada y por vivir cerca el centro del poder. Un millón de habitantes, que no tenía ninguna ocupación y que vivía junto a la residencia el emperador, no podía tramar nada bueno en sus muchas horas de tedio. Augusto encontró una actividad que los entretenía y los alimentaba, y además los agrupaba a todos en un mismo sitio, facilitando así su control. El pueblo ya no tenía tiempo para pensar en su situación vital, todos estaban a gusto sentados en la grada, viendo el espectáculo y con la barriga llena. Es evidente que toda la población de Roma no cabía en el recinto del espectáculo, pero los que no conseguían asiento se quedaban fuera en los mercadillos y atracciones alrededor del anfiteatro cuando se daba un munus. Esta necesidad política del munus fue admitida por todos los analistas, incluso los más preclaros, como Marco Cornelio Frontón, tutor del emperador Marco Aurelio, quien afirmaba que los espectáculos son el mejor medio que tiene el estado para mantener al pueblo tranquilo. Primeros gladiadores Hubo una gran variedad de tipos de gladiadores, perfectamente detallados en las fuentes escritas y visuales, evidenciando un reglamento específico. Al principio los gladiadores eran prisioneros de guerra, que combatían con las armas con las que habían sido capturados, aunque pronto surgió la tendencia a definir el equipo con el que luchaban. El predominio de prisioneros samnitas durante la guerra del Samnium, ( 343 – 290 a. C) hizo que el equipo con el que luchaban esos hombres quedase fijado como el armamento más típicamente reconocible de los gladiadores: Fue el primer tipo gladiatorio, el samnita. Posteriormente, las campañas en la Galia, (S. II a. C.) y en Tracia, ( 80 a. C.) supusieron la llegada de grandes cantidades da galos y tracios. Surgieron los tipos gallus y traex.

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Los diferentes tipos de armas imponían técnicas de combate también distintas, lo que hacía muy interesantes los combates entre estos tipos de gladiadores. Era más atractivo enfrentar a tipos distintos que asistir al combate entre dos gladiadores iguales. El espectador tenía la posibilidad de ver dos técnicas diferentes en el mismo combate. Las campañas de Britania (55 – 54 a. C.) aportaron prisioneros bretones, con su típico y espectacular carro de combate. Este carro, llamado essedum, dio lugar a los essedarii. Los romanos aumentaron la lista mediante la creación de tipos inspirados en un arma concreta, como el retiario, que combatía con una red, o el secutor, tipo creado para enfrentarse al retiario. Equipo del gladiador Un equipo básico daba al gladiador una cierta protección de áreas expuestas, las extremidades y la cabeza. Por el contrario, el torso debían llevarlo desnudo, claramente vulnerable. El propósito era dejar desprotegida una zona en la que el contrario pudiese herir, aunque no fuese cosa fácil. Un gladiador bien entrenado podía, mediante el uso de la espada, el escudo y las posiciones de defensa, hacer muy difícil para el contrario el alcanzarle en esa zona. Salvo el eques, luchador a caballo, los gladiadores luchaban descalzos, como forma de evitar resbalones en la arena o posibles roturas del calzado. En ocasiones aparecen llevando fasciae que envuelven la parte inferior de la pierna, hasta cubrir la parte superior del pie, pero sin envolverlo. Subligaculum, o taparrabos, ajustado al cuerpo con un cinturón muy ancho, (balteus), que protegía el estómago. Fasciae, tiras de cuero o tela enrolladas alrededor de las piernas y los brazos, que ofrecían buena protección. Colocadas junto a las rodillas, por arriba o por abajo, disminuían las molestias causadas por las lesiones, como los deportistas modernos se ponen rodilleras o vendas alrededor de las rodillas. Manica, protección del brazo, hecha con placas metálicas, de hierro o bronce, con el interior acolchado con cuero o tela para evitar rozaduras. Galea, yelmo de bronce de unos cuatro kilos de peso, que cubría completamente la cabeza, incluyendo la cara. Solía estar decorado con dos plumas, una a cada lado, o montadas sobre la cresta. Excepcionalmente un gladiador, el murmillo, en lugar de plumas tenía la cresta en forma de pez; y solo un yelmo, el del secutor, rival típico del retiario, no llevaba ningún adorno, para evitar ser enredado por la red del retiario, su rival habitual. El casco, (cassis) se usaba raramente. No cubría la cara. Además de proteger la cabeza, el yelmo tenía la función de despersonalizar al gladiador. Se convertía en un ser sin rostro, y, al no ser reconocido, ni poder ver los ojos del contrario, era más fácil matarlo. En el momento de la ejecución el vencido estaba frente al vencedor, inmóvil, mostrándole la garganta para que se la cortase. Si tenemos en cuenta que para un espectáculo solían alquilarse gladiadores de un mismo ludus (escuela o cuartel de gladiadores), lo más probable que la víctima fuese compañero o amigo del vencedor. Scutum, escudo de grandes dimensiones, rectangular como el de los legionarios romanos, o redondo como el de los hoplitas griegos.

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El scutum rectangular, de madera y recubierto de cuero, medía en torno a un metro de altura, y pesaba entre 6 y 10 kg. Los bordes solían estar reforzados con metal. Tanto el rectangular como el redondo tenían un saliente en el centro (umbo), con el que podían golpear al contrario. Parma, escudo redondo o rectangular, pequeño, también se podía utilizar para golpear. Ocrea, ( o greba) espinillera, generalmente metálica. Y ya tenemos los ingredientes para un duelo excitante: * Había que alcanzar el torso del rival sin desproteger el propio. * Había un peligro obvio de ser herido. * Había suficientes protecciones para que no fuese fácil herirse, lo que pondría un fin demasiado rápido al combate. En función del equipamiento, se puede hablar de dos tipos de gladiadores: Los que llevaban armamento pesado, llamados scutarii, porque el tipo de escudo que llevaban era el scutum, y los parmularii, que llevaban el escudo ligero, parma. Al grupo de los scutarii petenecen tipos como el murmillo, el secutor o el hoplomachos, mientras que a los parmularii pertenecen el traex, el retiarius o el laquearius. La división entre ligeros y pesados se usaba para hacer las parejas de gladiadores, pues había que enfrentar siempre a ambos grupos, ligero contra pesado, y no podían enfrentarse gladiadores del mismo grupo. Tipos más habituales Samnis ( Samnita).- Procede de los antiguos soldados de la región del Samnio, región al este y al sur de Roma. Gladiadores “pesados”, armados con escudo grande rectangular, gladius, (a veces lanza) y ocrea (greba) hasta la todilla. El casco (cassis) se adornaba con una pluma. Este tipo gladiatorio desapareció con la república, dando lugar a los tipos secutor, hoplomachos y murmillo. Gallus Galo, procedente de los antiguos galos del norte de Italia, S. II a. C. (Galia Cisalpina). Armado con spatha, (espada larga) y gran escudo rectangular. No usaba ni casco ni yelmo. Tras la reforma de Augusto se fusiona con los gladiadores pesados hoplomachos y murmillo. Thraex o tracio, llamado así porque su armamento imitaba el de los tracios, con un pequeño escudo rectangular llamado parmula (de unos 60 x 65 cm) y una espada, (sicca) muy corta con la hoja curvada para atacar la espalda desprovista de armadura de su oponente. El resto de su armadura: grebas, manica, balteus, (cinturón protector), y galea, yelmo con penacho y visor. Armamento ligero. Murmillo.- (Murmuros – murena). Gladiador “pesado”, con gran escudo, galea (yelmo) adornada con un pez, y sin visión lateral. Para ver al rival tenía que girar continuamente la cabeza o el torso, lo que provocaba cansancio. Otras armas: Spatha, manica en el brazo derecho, ocrea baja, para proteger las piernas.

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Combatía resguardándose tras su gran escudo, y atacando por sorpresa, como la murena caza peces escondiéndose entre las rocas. Hoplomachos Un hoplomachos (en griego: όπλοµαχος, que se puede traducir por "el que lucha como un hoplita") fue un tipo de gladiador de la antigua Roma, cuyas armas y armadura imitaban a las de los hoplitas griegos. Portaba una armadura pesada y yelmo muy espectacular, junto con un gran escudo redondo. Como armas tan sólo portaba una lanza y una espada llamada gladius; manica en el brazo derecho y ocrea cubriendo la pierna izquierda. El escudo le servía como arma de ataque casi tanto como la espada o la lanza. Retiarius: Equipo.- Una red, lastrada con pesos en los extremos, un tridente y una daga (pugio). Lorica, manica y un protector del hombro (galerus o spongia). Subligaculum, balteus. Sin escudo, ocreas ni yelmo. El tridente servía especialmente para mantener al contrario alejado, ya que necesitaba cierta distancia para lanzar la red. La daga se usaba para cortar la cuerda que unía la red a la mano, con el fin de evitar que el contrario, mejor armado, al ser alcanzado por la red, tirase de ella y arrastrase al retiario. Secutor: Una espada corta (gladius) más tarde una spatha, un escudo de los legionarios llamado "Scutum", similar al murmillo, con un casco esférico, con solo dos agujeros para los ojos, como protección contra los dientes del tridente, sin adornos, para evitar que la red se enganchase, pues el secutor era el adversario habitual del retiario. Su armamento pesaba entre 15Kg y 18Kg. Se cansaba rápidamente, por lo que enfrentarse a un secutor consistía en mantenerlo en movimiento hasta agotarlo. A veces usaban el “scissor” o “tijera romana”, consistente en un largo tubo que acababa en una hoja semicircular cortante. Otros tipos eran el eques, que luchaba a caballo; el essedarius, que luchaba desde un carro; el sagitarius, que combatía con arco y flechas, el venator , cazador, y el tunicatus, que combatía cubierto con una túnica desde al torso al muslo. Se trataba de gladiadores “especiales”, effeminati o cinaedi, que hoy llamaríamos homosexuales. Similar al retiario era el laquearius, que combatía con un látigo. ARBITROS: summa rudis, secunda rudis, rudis. AUXILIARES: Lorarii – incitatores: provistos de látigo para incitar al gladiador “perezoso”. Los gladiadores favoritos.- Como en el deporte de hoy, el éxito del espectáculo dependía de que los espectadores se identificaran con su tipo favorito, cuya victoria deseaban, y odiaban al tipo contrario. Los preferidos, por lo general, eran el traex y el secutor. (Eran los más aplaudidos por los emperadores Calígula y Tito), y los más representados en mosaicos, pinturas y relieves. Más unanimidad había respecto al más odiado, el antihéroe, el “villano” de la película: El retiario. Y la razón estaba clara: Su táctica se basaba en inmovilizar al contrario, en evitar la lucha mediante el “anticombate”, rehuyendo el cuerpo a cuerpo. EL RECINTO DEL MUNUS En los primeros tiempos, cuando las luchas de gladiadores eran parte del rito funerario, éstas se realizaban junto a la tumba del difunto así honrado, es decir, en el cementerio,

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situado fuera de los muros de Roma. Los asistentes al funeral se agruparían en torno a la tumba, de pie o sentados en el suelo, en una piedra o en alguna silla portátil, y presenciarían el combate. Tras esta primera etapa, en la que los combates eran actos privados, se pasó a otra etapa, a finales de la república, en que los combates se convierten en actos políticos y, por lo tanto, públicos. A los políticos les interesaba celebrarlos en lugares por donde pasara mucha gente. Los foros se convirtieron en los nuevos escenarios de los munera. El primer munus conocido es de 264 a. C, en el Foro de los Bueyes (El Rodeo), junto al Tíber, la zona más populosa de la ciudad. En el 216 los juegos pasaron al Foro Romano, centro político, religioso y cultural de la ciudad. No obstante, los foros tenían algunas limitaciones: tenían poca capacidad para asientos, (aun incluyendo los balcones que los vecinos alquilaban); las estatuas y monumentos dificultaban la visión; sus grandes dimensiones hacían casi imposible que los espectadores de los extremos pudiesen ver nada; y no garantizaban la seguridad de los espectadores ante las fieras que a veces se empleaban en los espectáculos. Para paliar estas dificultades se comenzaron a levantar en torno al área de combates graderías temporales de madera que adoptaron la forma elíptica; estas graderías ayudaron a resolver el problema de las fieras, pues la primera fila de asientos se construía a dos o tres metros del suelo, y además era protegida con grandes redes. A finales del S. II a. C se pasó de la madera a la piedra y el hormigón, se construyó el primer anfiteatro conocido en Capua, y en el 70 a. C. en Pompeya. Se extendieron por todo el imperio, especialmente en el occidental: unos 300 de los que se tengan noticias. En oriente se construyeron menos, unos 100, debido a que allí había numerosos teatros y estadios que se podían adaptar. El de Pompeya se llamó “spectaculum”. El nombre de “amphiteatrum” lo creó unos 15 años después un arquitecto llamado Curión, que construyó dos teatros móviles de madera. Por la mañana ofrecía dos teatros, y por la tarde hacía girar uno de ellos y lo enfrentaba al otro. Un amigo de Augusto, Estatilio Tauro, construyó en Roma el primer anfiteatro, casi todo de madera, y fue Vespasiano, en el 69 p. C. quien comenzó las obras del Coliseo, inaugurado por Tito en el año 80 p. C. SIMBOLOGÍA DEL ANFITEATRO.a. Representación a escala del universo, mostrando en la arena los pueblos sometidos a Roma, quien los contemplaba desde las gradas, bajo el cielo, desde donde los dioses veían el evento. b.

La grada era la representación del pueblo de Roma, ordenado según su clase social, desde los individuos más importantes, sentados junto a la arena, hasta la plebe más humilde, situada en lo más alejado (en el gallinero).

c. El anfiteatro era la materialización del triunfo de Roma, donde el pueblo ocupaba el lugar de los vencedores, mientras que los vencidos estaban en la arena. d. El edificio y su espectáculo eran una metáfora de la vida: En la arena había dos puertas, la Porta Triunfalis y la Porta Libitensis.

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La triunfalis significaba el nacimiento; por ella los gladiadores entraban a la arena (la vida). Si el gladiador vencía, “volvía a nacer”, y abandonaba la arena por esa misma puerta. La libitensis, situada enfrente, simbolizaba la muerte (Libitina era la diosa de la muerte). A través de ella se sacaba todo lo que moría en la arena, hombre o bestia Y entre una puerta y otra estaba el espacio donde el gladiador debía ganarse su destino. Toda una metáfora de la existencia: quien luchaba bien merecía seguir viviendo, pero quien no se comportaba con valor no merecía seguir viviendo. EL TEATRO. En Roma el teatro tiene carácter religioso. Las representaciones forman parte del culto a Baco, dios, entre otras cosas, de la embriaguez y de la inspiración artística. Los espectadores no pagan la entrada: el estado subvenciona a un magistrado que corre con los gastos. Lugar.- Generalmente es una construcción provisional, de madera. Pompeyo, en el 55 a. C. construye el primer teatro en piedra, para 20.000 espectadores. Organización y desarrollo.- Las representaciones tienen lugar durante los juegos públicos, con ocasión de la dedicación de un templo, de un triunfo militar o los funerales de un personaje importante. El magistrado que preside, “dator ludi”, contrata a un jefe de compañía, “dominus gregis”; este compra a un autor la obra que va a representar. Los actores, “histriones”, y los danzantes, “saltatores”, son generalmente esclavos o libertos. Salvo en las representaciones de mimos, no hay mujeres, los papeles femeninos son representados por hombres. Los comparsas son numerosos y sobre la escena siempre un flautista acompaña la representación. Los accesorios están bastante perfeccionados: Hay un telón, que no se sube al comenzar, sino que se baja; los vestidos son suntuosos, y una grúa, “machina”, hace descender del cielo a dioses y héroes: “Deus ex machina”. El público reacciona groseramente. Prefiere los chistes picantes a las piezas literarias. Muchas veces hay incidentes: Los actores que no gustan son expulsados de la escena y apaleados. El jefe de la compañía contrata la clac y un jefe de clac, lo que a veces desencadena peleas sangrientas. Es costumbre vestir siempre la toga. El acceso a los juegos escénicos está permitido a todos: mujeres, niños, esclavos.... Las obras Es muy poco lo que se sabe sobre el origen del teatro en Roma. Tal vez empezó con los etruscos, pero hasta el S. III a. C. no se puede hablar de teatro en Roma. Livio Andrónico, entre el 250 y el 200 c. C adaptó comedias griegas, y Nevio ensaya con comedias de realismo social. Fueron pocos los autores de comedias: Las clases cultas seguían fieles al teatro psicológico griego, mientras que el pueblo en general, la plebe (*), se fija en los espectáculos que entran por los sentidos: mimos, pantomimas, bufonadas....

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El elemento dramático se encuentra en medio de dos tendencias: la psicología pura (griega), y el espectáculo puro (Roma) Contamos con dos autores importantes: Plauto, autor de comedias, reproduce la vida cotidiana, que gusta al pueblo, logra una fusión greco – romana a la vez exótica y nacional. Algunas obras: El anfitrión, Pseudolus, Aulularia, Miles gloriosus..... Y Terencio, cuyo teatro no fue aplaudido debido a lo recargado de sus comedias. El público no acepta sus creaciones, demasiado cultas y llenas de costumbres griegas, incluyendo los títulos: Heautontimorumenos ( El masoca), Adelfoi (Los hermanos) Hecura, (La suegra) etc. Pero la clase culta lo admira, debido a la cultura griega que rezuman sus obras. Más adelante se extiende un tipo de farsa, la Atellana, y más adelante, el mimo, espectáculo lleno de licenciosas excentricidades que entretienen al público. Finalmente la pantomima, que expresa los sentimiento con gestos, sin palabras, recoge la herencia de la comedia, que desaparece definitivamente de la escena. La tragedia Lo mismo que con la comedia, los romanos empiezan imitando a los griegos. Livio Andrónico, (284 – 204 a. C) tradujo nueve tragedias. Nevio, (261 – 201 a. C) inspirándose en el repertorio helénico, escribe dos tragedias puramente nacionales, tragoediae praetextae: Romulus y Clastidium. Aunque ha nacido la tragedia romana, se nos han perdido casi todas. Podemos citar a Pacuvio y Accio, que compusieron algunas tragoediae praetextae. A partir de Augusto, el bibliotecario de Mecenas escribió dos comedias de caballeros, de las que no quedó nada, mientras que los danzantes (saltimbanquis) se hicieron famosos. Y eso fue toda la comedia a partir de Augusto. La tragedia representada pierde su valor literario. La escenografía, las “máquinas”, distraen al espectador. Se trata de tragedias románticas, llenas de situaciones “contra natura”, monstruosas y horribles. ( Nos basta con la Medea, de Séneca: Mata a sus hijos, huye en un carro de fuego...).Con descripciones suntuosas que asombran a la imaginación, y coros llenos de poesía, debates duros y violentos, como Medea ante Jasón, o Andrómaca enfrentándose a Ulises. Los amantes de las obras maestras abandonan el teatro y se reúnen en salas de conferencias para escuchar la lectura de las obras. Las ocho tragedias atribuidas a Séneca estaban destinadas a la lectura pública, no a la representación. Ante este panorama podríamos preguntarnos ¿Qué se representaba en el teatro de Mérida? Apenas se escribieron comedias, y las tragedias no se representaban, solo se leían. Solo quedan las bufonadas, saltimbanquis, músicos callejeros, mimos, pantomimas. EL CIRCO. Como en el caso del teatro, los juegos del circo se consideraban manifestaciones culturales, celebradas durante los juegos públicos. Los romanos amaban los espectáculos violentos, habiendo heredado de los etruscos los duelos a muerte, como ya hemos visto.

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Tenían lugar en el Circo Máximo, comenzado en madera por Tarquino el Antiguo (S. VI a. C.), y terminado 300 años después. En época de César podría acoger a 150.000 espectadores. Los juegos comenzaban con una procesión, “pompa”, encabezada por el magistrado que presidía los juegos, seguido de sus clientes y de la juventud romana. A continuación, desfilaban los sacerdotes y los participantes. En el circo se veían maniobras militares, pugilatos, carreras a pie, carreras de caballos, acrobacias, y, sobre todo, carreras de carros. Se apostaba sobre los aurigas, que, saliendo de las “carceres”, y agrupados en “factiones” según el color de su casaca, (azul, verde, blanco o rojo), debían dar vueltas a la “spina” corriendo con el carro, rozando los límites de la prudencia. Los accidentes eran frecuentes, y no menos las peleas. Aurigas y atletas eran, por lo general, profesionales. Los jóvenes de buena familia no aparecían más que en pruebas de carácter militar, como el simulacro de combate llamado “lusus Troiae”. Las mujeres no eran ajenas a las competiciones atléticas. Practicaban disciplinas como la carrera, las pesas, lanzamiento de disco...

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