Caína Fanzine 4

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CAÍNA fanzine

Primavera 2020, San Luis Potosí, S. L. P., México

N° 04 del margen a la libertad


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POESÍA 04 05 06 08 09 10 12 14

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Ricardo Stock / Los sonidos del miedo Reginaldo Andía Navarro / Never alone Krishna Avendaño / Discurso de una progenie rota José Delgadillo / Birds Francisco José Casado Pérez / Fuego Gabriela Arredondo / Temo quererte besar Joaquín Murillo Murillo/ Abda irgo añuk elm dip Marvin Castillo Solís / Poemas

NARRATIVA Daniel Canals Flores / El viejo buitre Charlie Bardo / Ocho A Arisandy Rubio García / Alambre de púas Arturo Núñez Alday / Las botas del caballo Andrea Lozano / La chica de las rosas Marco Itzammá / Ensoñación perpetua Gonzalo del Rosario / Redacción sangrienta Mónica A. Montoya / Alerta Mario Ruddyart Bermúdez Pérez / La cirugía Tomás Pacheco Estrada / Guau María Guadalupe Pérez Ferra / Sobre transporte público Aline Rodríguez / El pago Melvin Jara / A una hija, tratando de evitar el bucle

EDITORIAL Nuestro cuarto número se presenta a pesar de los inconvenientes, que parecían impensables hasta hace poco. Sabemos que para bien o para mal, nada es para siempre, como lo sería el espíritu egoísta que caracteriza a nuestra época; como tenemos entendido de sobra, incluso, que cerraremos algún día nuestras ediciones. Mientras eso llega, esperamos que de estos males que nos aquejan, resulten mejores formas que enriquezcan nuestro sentir, nuestro pensamiento, nuestra cultura y fortalezcan la voluntad social y comunitaria de los hombres y mujeres que actúan en el escenario de la literatura y las artes, aunque la sombra de la ideología se quiera imponer a nuestras conciencias. Queremos creer que no iremos solos en este dilema, que ignoramos cuánto pueda durar y finiquitarse, para recorrer con bien las salas del laberinto. Por lo pronto nos acompañan amigos escritores y artistas pláticos de México, Perú, Argentina, y de España, tierra

El editor impuntual que en un grandioso poema también amó y dolió César Vallejo, quien se muestra al frente de estas páginas, una ilustración que nos proporcionó Jorge Montoya Posada. Va también con nosotros el poeta Marvin Castillo Solís, que en un apartado especial que le preparamos, nos entrega con sus poemas el sol benéfico de Costa Rica, su país natal. Querido lector, acompáñanos. Queremos seguir andando, trazar, corregir el trayecto. Claro, tal vez nos veamos prisioneros que están enfermos, o nos desvelemos como benditos que están malditos, o nos sintamos muertos muertos, o al revés. Al revés está el mundo, pero así aun leemos, comemos, cogemos, recordamos, nos sentamos, miramos adentro y afuera, dormimos entre confusión o asombro, tocamos a alguien o lo perdemos, hablamos y andamos por un pescado resbaladizo como por nuestra casa. Se va el día, llega la noche y todavía queremos un poco, queremos todo, queremos tanto.


ARTE Pag.

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Adriana Rodríguez Torres. San Luis Potosí, S. L. P. Desde 2016 hasta la fecha se desempeña como fotógrafa de la revista Maxwell, edición San Luis Potosí. Es fundadora de la casa productora Gibbor Films. Cursó el taller de Fotografía del Instituto Potosino de Bellas Artes del 2016 a 2018. Ha participado en las exposiciones colectivas Reflexiones en Fotografía del año 2017 y Re-Crear del año 2018 de Fotovisión, así como en Siguiendo al Unicornio en el año 2018.

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Ángel Sánchez. San Luis Potosí, S. L. P. Creador audiovisual egresado de la UASLP. Ha colaborado con empresas de branding de nivel nacional, instituciones gubernamentales y figuras públicas de talla internacional (freelance).

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Portada

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Jorge Montoya Pozada. Escritor y diseñador gráfico peruano. Ha publicado su trabajo en diversas antologías y fanzines en Chile, México, Perú y Colombia.

ES STED U N CO Caína Fanzine y algunas de las plantas más raras del planeta

Créditos Consejo editorial Lucas Lucatero Michell Alejandro Espinosa Jesús Alexandro Domínguez Erika Palacios

Editor J. F. Puente

En este establecimiento NO SE DISCRIMINA por motivos de edad, color, sexo, género, físico, condición social, residencia, religión, militancia política. Estamos en contra de la censura, defendemos la libertad de expresión, respetamos las ideas, a menos que éstas hagan apología de la necedad, el odio o el totalitarismo

Esta revista se puede copiar y distribuir libremente, siempre que no se modifique el contenido original; sólo se prohíbe su reproducción con fines de lucro. Imágenes, viñetas y textos fueron proporcionados por los interesados para ser editados y publicados a nuestra consideración. Logotipo, monograma, lemas y derechos por la edición y el diseño de esta publicación, pertenecen al equipo de Caína Fanzine.


LOS DEL

SONIDOS MIEDO Ricardo Stock

Depositado en mí dentro moldeafigura hacia donde se dirige Lleno lleno lleno de sonidos que saben a hoja húmeda no tiene espacio y ¿en dónde está? ¿a dónde ha ido? lo ido ido no cantará Dentro de mí el hablacanario de un pájaro procura habitarme natural estéril jui jui jui tuk tuk tuk y taladraladra dentro de mí Hay una figura de héroe apretada en mi palabra zumbando como las ondas del mar que se pierden en mis rocahuesos

allí permanece el héroe cantor con la espada entre los labios ¿por qué no canta? si cantando exige lo que no puede ser El sonidomiel se amarga cae se hunde se ahoga ahoga ahoga y al final de su estertor se hinca la estatua del cantacuernos silbado dentro dentro del sooooooonido que no tiene nombre porque ya no existe héroe y no es mentira ni mentira Dentro de mí ese sonido derrumba mi poema hueco le falta moldura se extingue y un pájaro taladradradradra en mi garganta un canto que da miedo

Ricardo Stock. De la Ciudad de México, ha publicado múltiples minificciones y poemas en revistas electrónicas y fanzines, como ERRR-Magazine, Nomastique y Áspera. Forma parte del equipo editorial de Revista Tlacuache.

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NEVER ALONE Reginaldo Andía Navarro

I’m never alone, baby cada noche invoco a un muerto sus dientes son papel su boca de cartón a veces poseen mi cuerpo se prestan mi boca y hablan y hablan. je ne suis jamais seul, mon cher conozco los encantamientos para levantar a los muertos para congregarlos ante mí. Celebramos hogueras de sacro silencio sus lenguas hacen incisiones en el tiempo. No les tengo miedo no les tengas miedo. Non sono mai solo, caro. Oigo psicofonías grabadas hace siglos en soporte de papel. Esta noche he charlado un tanto con Lady Lazarus hace dos noches hablé con un Granadino asesinado. Yo nunca estoy solo, queridos. Una librería una biblioteca es un hermoso cementerio otro tipo de lápidas para otro tipo de muertos.

Reginaldo Andía Navarro. Originario de Arequipa, Perú, estudiante de la Escuela de Literatura de la Universidad Nacional de San Agustín; ha conducido diferentes talleres de poesía. Cuenta con publicaciones en Diversidad literaria (Madrid, España), en Siete Pecados (Lima, Perú) y Palabras a granel (obra personal). Participó en el XXIII Enero en la Palabra, festival de poesía del sur andino celebrado en la ciudad de Cusco. Literatura

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ROTA

DISCURSO DE UNA PROGENIE

Krishna Avendaño

Qué tan grandes serán la infancia, el desaliento, el temor y las frías palabras de mi siglo. Qué imágenes verán estos ojos cansados, acaso las murallas de mi tiempo, las notas primigenias de los pechos batientes que llevan siempre dentro los que desaparecen, aquellos que olvidamos y en cuyas gargantas se atoraron las balas, las canciones. ¿Qué ruidos golpearán el caracol intranquilo de aquello que llamamos memoria? ¿Cuántas veces mi lengua probará el hierro de estas eras? Estos acantilados del silencio y los estanques prístinos de un lenguaje escondido bastarán para ser capaces de vivir en los años de una progenie rota.

Krishna Avendaño. Ciudad de México (1989). Es autor del poemario Una ciudad transgénica (2009). Ha recibido en tres ocasiones el primer lugar en la categoría de ensayo del certamen “Caminos de la libertad” para Jóvenes.

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Edgar.


BIRDS José M. Delgadillo

PARTE I El agua se refleja entre los cielos Los últimos mares Los últimos vientos Las últimas aves A pesar de todo giran en el aire Libertad que jamás alcanzamos Por tener los pies enterrados en los suelos Una sinfonía que grita afónica Mezclada entre los murmullos de la gente Con la mirada entre los cielos Y un cantar melódico estridente.

PARTE II Túneles infinitos Entre paredes agrietadas Al final una luz Y una sensación de libertad Que se representa entre parvadas Dicotomías humanas El cielo entre la tierra Cantos que se convierten en melodías Déjame contemplarlas.

PARTE III Sinfonía que resuena Estruendoso placer Humanidad animal Suspiros profundos Imaginados por esa mujer Creando la última imagen Y las alas abiertas Que rezan Una vez más, con desesperanza El fin último del hombre Es destruir la obra de la naturaleza.

José Delgadillo. Cuernavaca, México. Licenciado en Historia. Maestro en Estudios de Arte y Literatura. Artista audiovisual, poeta e investigador. Sus trabajos se han presentado en Alemania, Francia, Argentina y México.

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FUEGO Francisco José Casado Pérez

A Juan Gerardo Ugalde

Dicen que te atrapa

el fuego

con una sonrisa logra seducirte su feroz plumaje de particular calidez tan deslumbrante que al mismo tiempo es primigenio compañero de las muertes más dolorosas tan peligroso que no puedes imaginarlo dirán que te alejes frente a frente, a espaldas con todo tipo de amenazas pero de cualquier modo seguirás buscándolo cuando desfiles por la vida obstinadamente enfrentándote a esa puerta cerrada te parecerá más atractivo rozar la superficie del sol imitar el vuelo de Ícaro hacia la iluminación bajo el influjo del deseo desterrando penumbras que conservar el silencio abrasado hasta tu muerte con una bocanada de libertad bajo la asfixia de crecer.

Francisco José Casado Pérez. De la Ciudad de México. Compagina la profesión de Arquitecto en Restauración de edificios históricos con el quehacer de la lectoescritura. Ha publicado ensayo, poesía, cuento y crónica en revistas digitales de México y Colombia. Literatura

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TEMO QUERERTE BESAR

Gabriela Arredondo Temo quererte besar, temo fundirme en el olor que recalca la lluvia y arriba en la tierra. Temo sentir la furtiva humedad que se desvanece en el tacto de mis dedos. Temo colarme en el asfalto, absorbida por la ignominia ridícula. Temo consolar mis temores por acepciones sociales y comunes, entrañas calientes y la mojigata ciudad. Temo condensarme como un chorro entregado a la infamia del smog, de tráficos, de industria, de caldosas hirvientes en los edificios más altos. Temo parar en un burdel a satisfacer esta idealización de ti, satisfacer mi imaginación con pezones y líneas saladas. Temo beber las orillas de tu lengua como un océano ferviente de barcos, gozar la bruma en madrugada. Doblegar mi lengua y rezar a la adorada, a esa catedral nefasta, llamada santa, a la noche que nos devora con ella. Temo rezar a la ciudad dolorosa de espantos y recuerdos, superficie traficante de carros y pies atrapados. Huellas que aún marchan en el asfalto. Temo drenar mi sangre en la astucia del odio, en los dolores de un parto, en el sosiego de un muro atado al suelo. Temo rezar efusiva a la salvación, plato repleto de entrega y superstición. La luna nos deposita en la oscuridad. Hemos de refugiarnos en la cueva de su certeza: Patios y muros, ventanas y objetos emanan el desdén húmedo de tus labios.

Gabriela Arredondo. San Luis Potosí, S. L. P. Egresada de la UASLP. La investigación con la cual obtuvo el grado de licenciatura es un análisis dedicado a Color de fuego y de tiempo del poeta potosino Félix Dauajare. Desde la infancia ha cursado distintos talleres de arte como música y escritura. Actualmente es docente de materias de comunicación escrita y oral, escritura creativa y académica, así como de enseñanza del idioma inglés.

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ABDA IRGO AÑUK ELM DIP Joaquín Murillo Murillo Acariciar al muerto con la premisa que de nada es cierto o la avenida que se suicida en el lugar de la memoria cuartel de pulgas y comida putrefacta parque de la espera atropellado acantilado quién es el arma al amanecer... Las descripciones hechas y vertidas desde nuestros conceptos terminan creando nuestros reflejos y jamás lo desconocido tras aquel juego de persecución en que le acorralábamos le torturábamos y lo dejábamos amordazado en el parque de las monjas usual explosión dentro de las habitaciones espontáneas de la inconsciencia... Ir caminando hacia alguna invalorable oportunidad laboral con el sol más pequeño del mundo sobre el espíritu de otro dinosaurio debajo de tu casa dormida los vidrios se quiebran con la mirada y alguien cae desde ahí luego pide volver a ser el aval de cualquier crimen... La oscuridad que adquiere la carne mientras se deshidrata nocturna debajo de la muñeca que micciona mientras cuida la ventana usted vive por el Palomar verdad cierto entiendo desaliñado desentiendo ahí había un burdel y el llanto de la jauría vuelve a despertar a la policía deseo mencionar el verso que está en el poema que está dentro de otro arrastrándose por sus tripas como una enfermedad solía rodear la ciudad con la oportunidad del suicidio alerta pero arreciar y fingir vitalidad es un craso deporte de flexiones...

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La curva formado por los frutos es o no de crecimiento económico mientras el cobre brilla detrás del bronce o el acero lo entiende o prefiere formar una barricada atestada de cadáveres será emocionante contar la muerte de otro y no la tuya señor aguinaldo desde San Juan de Dios hasta Salaverry tambaleante imperturbable e interminable desde las ventanas caen los escupitajos ahí lo mataron varios lloraron por él pensaron que era él pero era otro él... El parque del tren y el sexo entre el pasto alcohol o la oportunidad sideral de penetrar con angustia y tesón hurtar campanas cerraduras o pequeños rombos brillantes en la madrugada... Qué talla eres bajo el concreto o el agua servida afirmaciones disonantes durante las jornadas en la fila para el vacío desde la platea se volvió a lanzar para caer sobre quienes creían en la “escultura” de las ánimas desesperadas por volver a aquietarse en los cuerpos de la calle vendida... El volcán estallaría junto a otros más el desequilibrio oportuno mientras se cree en lo oportuno y correcto que jamás pretendió ser una buena y alienada costumbre derecho arquitectura medicina enfermería psicología ingeniería que perfecto es mimetizarse en la sabiduría importada piensan las hormigas mientras ven tejer el panal juro que adquirí la droga dentro del recinto universal dos laman cagan diez buenísimas razones ascender por la avenida


Venezuela vomitando mi despertar descalzo y con el placer del sol detrás del volcán... Los innumerables colores en el mercado los bodegones la performance el teatro la vida la enfermedad la procreación la profesión las pendientes el desagüe huyendo de su espacio el alcoholismo la estiba el almuerzo la cena el sexo los autos los caballos las llamas los cuyes conejos animales vivos muertos humanos puentes las mochilas la desesperación el regocijo el hambre el vacío o el mercado del mercado contar las monedas y volver hecho uno mismo... Las interpolaciones en que me reúno estoy mudo luciendo la cabeza del ave rapaz que llevaba bajo mi axila ningún pan debajo de algún auto es desperdiciado la carne los muebles apolillados el frío del pasto la acequia despertando bajo tu asonado cuerpo la torrentera es otra ciudad... El sillar desmoronándose con el peso de mi cabeza en la segunda cuadra de Bolívar mientras espero que el patio de silencio deje discurrir el líquido cervical asentado dentro dentro de la catedral hay más que un audio de hule el veneno en los parques listo para ti o cualquier perro la existencia de la propia jauría el hambre y sed de las paredes o de la basura esperando abordar el tren junto al mineral los osos o el puma haciendo fila en la municipalidad invade tu propio cuerpo los payasos y el alcohol... Añadir a tu historia arrastrarse dentro del hospital como un animal de

feria o verse en otro y huir mientras se humea la rabia desencadenada por el vigor de una nueva oportunidad de cuál de las emergencias tienes el mejor recuerdo taxi sangre pubis leche sudor medicinas precios bajos comida alcohol en el ascensor... Sí era posible caminar a medio día atando un hilo a cualquier nube mientras se olía en cada azote a las prendas más brillantes que esperaban anochecer impregnadas en los cuerpos o aquel 26 de agosto en que ingresé al almacén desesperado y hambriento y sigilosa la basura viajó hasta mi boca... Los colores nocturnos en el cielo o las explosiones tras cada celebración aquí hubo pre incas o marcianos... Empiezan a cerrar las puertas del almacén dos impresiones más y alisto la nariz para bucear entre las aceras de subida o bajado costado de Romaña es certero el nombre si no lo tienes entonces continuaré limando el espectro que descansa en mí desesperado por la razón alejada de cualquier rencor quizá peligroso el cinismo de dormir de pie y finalmente lo diré siento que usualmente nado hacia el horizonte debajo de mis pies la explosión se repite...

Joaquín Murillo Murillo. Estibador y anotador de ideas con un fin caótico, expresionista, existencialista y abstracto. Literatura

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Marvin Castillo Solís Les presentamos algunos textos de Marvin Castillo Solís (de su poemario El libro de Jonás). Sabemos que es costarricense, que tiene una madre, un padre, un hermano, una abuela, ancestros. Nos habla a través de una roca pateada en la calle y nos cuenta sobre seres hermosos de sangre y pixeles, o nos relata acostados con fantasmas de sábana, o seguidos por guardianes afines al porvenir de un tiempo hecho polvo. Nos podríamos referir a sus poemas con un empecinado “estupor”, muy abaratado, pero sería más justo expresar, por ejemplo: son sencillez, un milagro natural... Por supuesto, ya bien adentro en la ballena, tiene amigos y familiares que lo reconocen a cabalidad: están arriba del estómago, o dentro del corazón, donde la fogata fue encendida con sus costillas, y de donde recibimos el calor, la luz, la sensación, el impacto de “ver”, “verte”, “vernos”, “veremos”, los que estamos ciegos como rocas trituradas y que aún “no se la pueden creer”. En fin, en algún lado está la información de su vida, su carrera, sus poemas con la exacta dirección del pescado, aunque no encontremos nada de eso en este comentario, pero dicen que es muy joven, más joven que nadie, sabio y humilde, como lo describe uno de sus amigos, y alguien que también lo conoce dice que es noble. J.F.P.

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RAÍZ DE CEMENTERIO A la memoria de Marvin Castillo Esquivel

Fui marcado con su nombre, me heredó la mancha que tengo en la nuca. Esos signos que me obligaban a obedecerle ahora me dan la última palabra. Los difuntos no escriben, no piensan aquí viene el gusano, aunque el gusano entre y salga y entre y los deje cosidos a la tierra. Ni siquiera extrañan las ganas de llorar. Mi papá no lloraba. Si pudiera, a lo sumo, extrañaría almorzar con arroz, frijoles y barbudos bañados en vinagre de chilera. La enfermedad llegó como la policía, el amor o cualquier otro amigo de lo ajeno que se instala en casa prestada, ensucia paredes, rompe macetas hasta que un día incendia la cocina. Literatura

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Cuando la vida ya no tenía caso sacaron por su nariz la culebra de hule que lo sustentaba. ¡Qué indigno, no ser alimentado por el pan, la carne en salsa, el plátano frito; sino por un licuado de manguera! ¡Y qué forma hermosa de matar a un hombre, en especial a uno tan fuerte, acostumbrado a imponerse sobre todos: quitarle una manguerita como quien desconecta el microondas! Jamás olvidaré la flacura de sus brazos su cara de esqueleto agonizando de hambre, ni aquellos ojos de pozo que reemplazaron las últimas palabras. Quien fuera el que dijo: no temáis, es tan hermoso morir, nos tomó a todos por idiotas. Chao, pa, cuánto me alegra que no haya Dios, vida eterna, energía, vibraciones, aura, providencia, reencarnación, ni nada remotamente parecido. Gracias por enseñarme a orinar en público. Gracias por llevarme sobre los hombros. Gracias por dejarme dormir en misa. Perdón por no cuidarlo en su enfermedad. Perdón por no asistir a sus funerales. Perdón por no ser un hombre en sus términos. Y esto es lo inútil, mi última palabra: la gente convierte el arroz, los frijoles y los barbudos en mierda. El árbol convierte la tierra del cementerio en naranjas.

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LA OCARINA DEL TIEMPO ES EL MEJOR JUEGO QUE JAMÁS HUBO PARA NINTENDO 64 “Ni Queen ni Pink Floyd ni Soda Stereo ni Héroes del Silencio ni Asia ni Trent Reznor ni Blur ni Pearl Jam podrán llenar el vacío que tú dejaste mi amado hermano.” Julio Calvo Drago

Eso me lo enseñó mi hermano cuando éramos menores pero conseguir un 64 en el 2008 cuesta un huevo. Yo lo juego en compu, con emulador. La gente cree que en el juego uno se llama Zelda, pero uno se llama Link, Zelda es la princesa. Literatura

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Mi hermano dijo que Link se la cogía pero estaba chingando. Yo algún día voy a cogerme a Vale. Por más rica que esté, mañana en el colegio sí le hablo. Si mi hermano no se hubiera peleado con mi mamá, ni se hubiera ido, ni hubiera dejado de hablarnos me diría cómo hacer para llegarle a Vale; así, sin preguntarle yo. Y para colmo se llevó el 64. Uno empieza el juego como niño. Para hacerse grande consigue las Piedras Espirituales, las lleva al Templo del Tiempo, abre con ellas el portal y saca de la roca la Espada Maestra. Así pasan siete años de un solo. Mi hermano pasó el juego varias veces, recuerdo que me dejaba pelear contra los monstruos más fáciles como los grandes le dejaban a uno la parte más suave con los bordes tostados a la hora del café. Así crecí yo: siete años de un espadazo pero yo no puedo pasar el Templo del Agua porque me falta una cochina llave, y en lugar de eso toco mucho rato la ocarina y el tiempo se detiene, literalmente, o sea, si hay un pájaro detrás de uno, se detiene a medio vuelo. Pero mi ocarina no sirve para eso, porque la compré en línea por cincuenta dólares. La cosa es que me harté del Templo del Agua y me fui al del Tiempo, dejé la Espada Maestra en su lugar, y Link volvió a ser un niño. Llevo rato disparándole al sol con mi resortera. Pensándolo bien qué aburrimiento, ya me voy a acostar. Anoche, en sueños, Vale y yo pasamos el Templo del Agua.

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97.5 FM El equipo de sonido Aiwa, más viejo que yo, regaba por toda la casa el vocerón de Nino Bravo, contundente como un barco que alza vuelo con dirección al sol. Antes de botar los dientes de leche ya se me encogía el corazón con las piezas de Perales y la carraspera trágica de Dyango me daba taquicardia; pero el más elegante y atractivo, el único por quien mi madre me habría dejado es Camilo Sesto: imposible que el azul de sus ojos, helado y fulminante, arda en otro lugar de la Vía Láctea. Mi madre todo lo hacía cantando, hasta se detenía para escuchar cualquiera de Miriam Hernández. El hombre que yo amo tiene algo de niño, la sonrisa ancha, tierna la mirada. El Aiwa salió buenísimo: nos amenizó la escuela, el divorcio, el cole, mi salida de la casa, los regresos. A mi madre tampoco le gustaba Dyango, yo también me habría dejado por Camilo.

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A UN NIÑO EN EL VIENTRE DE SU MADRE Asumo mis dos tristes fémures anillados, mi hastacuándo sin eco, mi espalda que son dos, y a ti que apenas eres ternura entre tinieblas con la ceja derecha te llevo a caminar. Yo que no besé nunca las manos de tu madre mordí en quinientos sueños la boca de su amor, amé en quinientas muertes los brazos de su nombre. Llenas sean de gracia sus caderas sin sal. Te bendigo con toda mi luz desbaratada, todos los hastacuándos del insomnio y la tos, todos mis sueños viejos por los que fueras otro y pudiéramos ambos echarnos a llorar. Sueña, cordero mío; león de mi sombra, sueña. Tu vida sea un rayo negro, negro, de sol.

NI EL AGUA En el principio las cosas fueron piedra, después viento, y ya no son el viento ni la piedra sino el agujero que el viento hizo en la piedra. El poema es el maquillaje de un muerto, la sábana que cubre la invisible cabeza del fantasma, una mentira piadosísima que envuelve la sombra de las cosas. Esperaban que mi alma fuera un himno, y escribí la novela de las once. El villano apunta a los amantes con un arma de fuego, y no sabemos qué pasa hasta el capítulo siguiente. En mi pueblo, por ley, se ahorcaba a los mentirosos, hasta que un poeta dijo: hoy voy a morir ahorcado.

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EL

VIEJO

BUITRE Daniel Canals Flores

No puede permitirse demasiados errores más. Hace bastante tiempo que ha perdido aquella extraordinaria visión de antaño, que le permitía localizar la carroña incluso antes que las águilas calvas. Esa misma semana, ha hundido el pico varias veces, sobre algunas piedras, confundiéndolas con presas muertas, provocándose bastantes melladuras. Su aspecto es lamentable. Ya no puede entrar con el pecho adelantado como hacen sus jóvenes congéneres, que perciben enseguida al anciano, dentro del grupo. Allí no existe el respeto, desde luego y casi siempre es relegado a la última posición, entre empujones. ¿Sabéis lo duro que es oler la carroña fresca, a un paso del pico y no llegar ni a catarla, mientras observas a los demás cómo se hartan? Le invade la sensación de no pertenecer a nada o a nadie, ni siquiera a sí mismo. Mendiga migajas, logra sobrevivir un día más. Quizás, ¡qué digo!, seguramente mañana será el último, de su volátil vida. Atrás quedan esos días cuando enseñó a volar a sus polluelos, conquistó las mil y una hembras o logró batirse en duelo con los mejores de su especie, en aquel inhóspito territorio. Siempre indemne, orgulloso, triunfante… Sale el sol del amanecer. Los tenues rayos, acarician el tibio cadáver. Una pequeña y solitaria pluma de su cuello, impulsada por el viento, anuncia el deceso.

Daniel Canals Flores. Español aficionado a la creación literaria. A sus más de cuarenta años inició su carrera sin ninguna experiencia previa. Escribe poemas, relatos cortos y microcuentos inspirado por Charles Bukowski o Jack Kerouac. Ha autopublicado: Divorcio Diferido, Divorcio Diferido II El sueño de Berenice, Microrrelatos, Asesinato Comprimido y Ténebrum.

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OCHO A Charlie Bardo

Otra vez la vieja del noveno dejó la canilla abierta. Tengo toda la cocina llena de angustia. Llueven las paredes, las alacenas, los apliques de luz. “Te veo en 5”, escribo. No soporto estar acá. Tengo que salir al otoño, tomar aire, fumar un pucho, pensar en otra cosa... fecha límite en el laburo y la cocina me llueve a mares otra vez. Sé lo que me van a decir en el consorcio, los inquilinos, los propietarios, la hija de la vieja, que la enfermera fue al baño y no se dio cuenta. Ya sé todas y cada una de las palabras y el orden exacto en que van a disponerlas. Pero la pintura sigue brotando de las paredes, la alacena huele a cementerio cada vez que la abro. Recién hace ocho meses que firmé el contrato y es la quinta vez que se me inunda la cocina. Pensar en mudanzas es absurdo, el mejor plan es escapar, la huida siempre es un buen plan, el éxodo, el exilio. Pero, ¿acaso existe? Escapar a este diluvio. Llego chapoteando a la terraza, me está esperando otro mar, una inmensidad de palabras. Me dice que tiene que buscar a los pibes en el club, que lo de esta noche se cancela porque la mujer tiene unas jornadas en la facultad, pero en realidad sé que hoy le toca garcharse a la niñera. No para de hablar. Siento que me falta el aire, que no puedo respirar dentro de esta jaula de cemento. Siento que me estalla la cabeza. Ya ni lo miro. Observo el cigarrillo cómo se consume sin piedad. Miro los edificios, el cielo que no es ni celeste ni gris. Ni siquiera lo escucho. No sé cómo llegué hasta acá, no sé cuándo empecé a desgastar mi tiempo así. No sé cuándo pasó, de saludarnos en encuentros casuales de edificio, en la plaza, él con los pibes, yo con el perro, a esto. Esto que no es amor ni espanto. Pienso en el aburrimiento que aplasta, en los surcos terribles que deja, nos lleva por pasajes que no queremos transitar. Pero ahí vamos derechito al matadero. Me besa, pero ya no estoy. Me veo en el ascensor atravesando el palier, pasar de largo al portero, que tiene que decir algo todos los putos días y, entonces, la puerta y los adoquines se ahogan bajo el asfalto. Salguero hasta la plaza. Todavía te espero en el banco de siempre, con las palomas de siempre, bajo esta inundación de siempre. Y sé que estás ahí en esas calles, en esas otras calles que no son éstas que no te traen a esta plaza, a este banco, a estas palomas, a esta certeza que no se agota: no vas a volver.

Charlie Bardo. Fotógraf@ patagónic@, oriund@ de una pequeña localidad argentina al lado del mar que, muchos creen, se parece a un paraíso, aunque es más bien un infierno. Literatura

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ALAMBRE DE PÚAS Arisandy Rubio García Las nubes se mueven rápidamente, indicio inequívoco de una tormenta que se acerca. La habitación es nauseabunda. No quedan vestigios de lo que fue una morada impoluta, con tapices brocados y muebles llenos de libros. Los vestidos de terciopelo están amontonados en un rincón. Los hermosos cuadros descansando en la pared se convirtieron en obscenidades escritas con mis propias heces. La desagradable escena no coincide con el recuerdo que tengo de mí misma: saludable, alegre, inquieta, llena de curiosidad y energía. Hace tiempo que se llevaron el tocador con su enorme espejo, fue una alegría dejar de ver en el reflejo cómo mis senos desaparecían mientras el hueso de mis caderas se asomaba sin timidez. La primera crisis se presentó sorpresiva y fugaz. Una grave desorientación llena de balbuceos seguida de un repentino desmayo que me dejó la mente en blanco por varios días. El sol cruzó el cielo varias veces antes del siguiente acceso, y después se volvieron regulares. Su frecuencia se agilizó hasta presentarse diariamente con trances cada vez más largos y murmullos ininteligibles que se volvieron claras afrentas hacia la existencia etérea y terrenal. La desesperación provocó un infartó fulminante en mi padre y cubrió de arrugas el rostro de mi madre. A pesar de los oficios funerarios, el interminable desfile de médicos no se detuvo y pronto se convirtió en un goteo diverso de hombres que agitaban hierbas y mujeres aullando cánticos extraños a mi alrededor. El último visitante fue un sacerdote. Apenas cruzó la puerta, una risa violenta me invadió, por varios minutos las carcajadas salieron con sonoridad de mi garganta y mi lengua se agitó con lascivia. “Posesión”, sentenció escuetamente el religioso. Me abrumó la misma consternación que padecen los enfermos tras conocer el nombre de su aflicción. Luego experimenté la calma que trae consigo el cálculo personal de probabilidades entre fallecer y recuperar la salud (aumentaba a conveniencia el porcentaje de la segunda opción) porque morir no concordaba con lo que esperaba del futuro, no tenía cabida en los viajes ni en los logros, no le concebía sitio en la felicidad causada por visitar las magníficas catedrales de Europa y tampoco entre los besos y romances que esperaba tener. Sin embargo, mi condición tenía planes muy distintos. Repentinamente, el cura encontró en mi cama un altar para oficiar misas. Incansable, comenzó a recitar un febril repertorio de oraciones sagradas que no me produjeron más que aburrimiento. No obstante, el continuo canturreo acabó con la poca cordura que me quedaba. Llamé a mi madre y le pedí sacar al sacerdote pero ella, ciega, comenzó a rezar también, convencida de que por fin el ser diabólico, que se había alojado en mis entrañas, estaba por salir. Ninguna nube negra brotó de mi garganta. No invoqué idiomas antiguos ni se abrió el infierno para vomitar fuego y alaridos penitentes. Lo único que ocurría era que mi esquelético cuerpo atravesaba por un ataque fomentado 24

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por la gradual decadencia alimenticia experimentada desde el inicio de mi fatalidad. Para mis acompañantes, estar envuelta por terribles contracciones, representaba el milagro de la purificación sucediendo ante sus ojos. Para mí, era como ser triturada desde dentro por alambre de púas. Millones de células mordiendo, rasguñando alimento de un organismo sin nutrientes. El colapso era inminente, cuestión de horas, en las cuales la demencia de las plegarias y mis torturados aullidos, no pudieron derrocar el deseo de un instante de calma. Finalmente, el silencio reclamó su poderío y los chillidos cesaron. Las extremidades atadas dejaron de agitarse. En la pringosa cama un cuerpo femenino y descarnado no se decidía entre ser la estampa de la misericordia o la efigie de lo infernal. Mi madre y el religioso rezaban con tenacidad, y fue el placer grotesco de los rezos el que sustituyó la ausencia de vida por la existencia anormal. La habitación pútrida se llenó de una energía macabra, y sin previo aviso, las súplicas divinas se convirtieron en gemidos. La sotana impecable se enredó entre las enaguas gastadas, y los ojos, de apariencia vidriosa y muerta tan sólo un momento antes, ahora brillaban con ferocidad. Con la debilidad que adquiere un cuerpo afectado por la inanición, mi deprimente esqueleto se levantó pesadamente de la cama, arrastré los pies hasta situarme frente a la pareja a punto de alcanzar el clímax. En el instante en que el éxtasis invadió sus cuerpos, también se hizo presente la conciencia del acto, la ruptura del voto y la traición a la promesa de fidelidad, la burla de sus creencias y la injuria de haberlo disfrutado. El sacerdote invocó a sus deidades y calló de inmediato, como si se lo hubieran ordenado. Aquel fardo de huesos que era yo, no le habló, pero en mi mente surgió el entendimiento, el sacrificio de una inocente propiciado por su ignorancia, su necedad basada en una fe ciega, y el sufrimiento infringido que convirtió en realidad al demonio que pretendía ahuyentar.

Arisandy Rubio García. Es licenciada en Psicología Social por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). Su obra se inclina hacia la narrativa; ha participado en diversas antologías, también ha contribuido en publicaciones digitales como en Revista Fantastique, Avión de Papel, Caína Fanzine (segundo y tercer números), Letras y Demonios. Parte de su trabajo se publica en: https://www.facebook.com/ARGarcíaCuentos. Literatura

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LAS BOTAS DEL CABALLO Arturo Núñez Alday

No era necesario que algún alto miembro de los órganos de inteligencia cubanos se enterara directamente de lo que hacían sus artistas al inicio de la revolución. Bastaba que cualquier guagüero divulgara algún asunto sospechoso de ser atentatorio para el régimen y al poco tiempo Fidel conocía también del asunto con pelos y señales. Por eso, el Caballo, como lo bautizó su pueblo, tenía control de todo a través del cotilleo patriótico y revolucionario. El director de la compañía recibió la noticia asombrosa de que el Primer Ministro estaría presente esa noche en el vestíbulo del Cabaret Continental del Hotel Internacional de Varadero, donde todos los sábados se presentaba el espectáculo musical que dirigía. Sus piernas se doblaron y estuvo a punto de caer si dos de las bailarinas no se apresuran a auxiliarlo. Su corazón se aceleró. Uno de sus asistentes le dio una friega de alcohol para volverlo en sí. El jefe de la escolta personal del Caballo ordenó que todos los asistentes al espectáculo abandonaran el recinto, casi lleno, explicando parcamente que se trataba de un asunto de seguridad nacional... y punto. Decenas de copas y de cigarros a medio consumir quedaron en las mesas. Nadie se atrevió a cuestionar o reclamar; si la orden venía de un jefe mayor, callada la boca; no fuera a ser que el Comandante viniera empingao. Una vez desalojado el lugar, las botas de Fidel y las de los miembros de su comitiva hicieron temblar los espejos en los camerinos, por los que iba y venía el director con la camisa empapada de su transpiración. Daba órdenes que nadie atendía, hasta que uno de sus asistentes, con más control de sí mismo, puso orden tras bambalinas: ­­—Está bien, chicos, éramos pocos y parió Catana, pero vamos todos a ponernos vivos. Si el Caballo quiere vernos, pues que nos vea, por algo será. Ustedes no pierdan el caché, respiren profundo y a trabajar como todas las noches, no quiero que se me pongan guayabitos. ¡Dale, dale! El espectáculo comenzó. Fidel, sentado con las piernas abiertas justo en la mesa más cercana al centro del escenario, se mesaba la barba, inquieto. Las luces, los tocados y abanicos, las joyas y lentejuelas del vestuario, las sonrisas de sandía de las bailarinas y la cachondería tropical de las canciones, relajaron poco a poco el rostro del Comandante y de sus allegados. Aparecieron los puros, enseguida una botella de ron para los concurrentes inesperados, cortesía de la casa; en breve se escucharon gritos de júbilo. Lo que siguió fue un verdadero deleite para la avidez masculina contenida en los uniformes verde olivo. Cuando el Caballo soltó una carcajada estruendosa y mostró por vez primera los dientes, toda la Compañía de artistas sintió que por su piel corría agua fresca relajando sus músculos y huesos. El director, ya en perfecto dominio de su emoción, daba indicaciones a diestra y siniestra, se asomaba por entre el cortinaje de la escenografía para gozar de la escena más extravagante que había visto en su vida: el líder de la 30

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Revolución Cubana, Primer Ministro de la nación y Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, disfrutaba a pierna suelta su espectáculo junto con algunos de sus incondicionales. En la segunda parte del musical, justo cuando la bailarina estrella del show interpretaba una sensual melodía en el centro del escenario, Fidel se puso en pie, se acercó a ella tomando su mano y besándola. La hermosa rubia cogió un rubor que incendió el lugar, perdió el aire por unos segundos y casi la letra de la canción, pero su profesionalismo la hizo recuperarse pronto, toda coquetería y sensualidad. Cuando concluyó la función el aplauso no se hizo esperar. Sin embargo, al disminuir la fuerza de las palmadas pareció aminorar también la algarabía en los rostros de los visitantes. Recuperado el aplomo oficial de su investidura, con todo el elenco aún en el tablado, Fidel habló al director de la compañía ubicado en medio de la hilera de artistas: ­­—Muy bonito el guateque, señor director, muy bonito. Apuestos los galanes y bellas las bailarinas, todos bien llenos de cubaneo; eso me gusta. Te felicito. Pero… ¿de dónde se te ocurrió la vaina de que todo se diga y cante en inglé? ­­—Comandante…, no coja lucha, se trata de un musical al estilo clásico de Broadway ­­—su voz tembló ligeramente—­­. No lo hice por ponerme ambientoso, el asunto del show es guanajo, tú ya lo viste. Y es que le ha gustao al público, no atenta contra nuestra idiosincrasia… Si tú piensas que… ­­—Lo que pienso es que para la próxima semana esta guaracha se habla y canta en español. ¿Está claro, director? No quiero el idioma gringo ensuciando los labios de tan hermosas damas. ­­—Pero, Comandante, todos mis actores han memorizado los diálogos en inglés y… ­­—Acabemos con este brete, si no lo quieres en español, entonces que sea en ruso; tú decides si te pones pesao. Buenas noches, señoritas. Caballeros, ha sido un placer. El sonido producido por las pisadas de las botas rumbo a la salida del cabaret, dejó en el ánimo de los presentes la sensación de que una losa los oprimía. La voz sensual y socarrona de la artista principal del espectáculo, todavía emocionada por la humedad del beso que Fidel le dio en el dorso de la mano, indicó al director lo conducente: ­­—¡Dale! No le busquemos cinco pies al gato, que a mí no me gusta el ruso.

Arturo Núñez Alday. De Mazatepec, Morelos. Obtuvo el Premio Nacional de Cuento “Beatriz Espejo” 2015, Mérida, Yucatán y ganador del Concurso Nacional de Cuento Corto “Las Lunas de Octubre”, Cuautla, Morelos (2016). Ha sido finalista en cuatro concursos más de cuento y edición. Tiene cinco libros de cuentos publicados. Obra suya se encuentra en varias antologías y en las revistas La voz de la tribu, Nueva vía, El Comité 1973, Monociclo y La pinche revista. Literatura

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LA CHICA DE LAS ROSAS Andrea Lozano

Le he suplicado, como le he suplicado a otros, que me escuche, apelando a que parece más sensible, más consciente, o quizá, menos perverso. Pero su cara, tras un inmenso ramo de rosas destinado claramente a otra mujer, no refleja lástima o pena cuando la descubre para dejarlo en la mesa. Es impaciencia lo que percibo al ver su rostro entero, cuando ya las rosas descansan en la cutre mesita a un lado de la cama, así como una necesidad tremenda por poseer un cuerpo que no se le puede negar. Luego me azuza a dejar de llorar, que tiempo es lo que menos tiene: “Tic-tac, putita”. Me habla de los derechos que el dinero le da a él, y que a mí me los arrebata. Cuando la resignación viene a mi mente, recuerdo que a mí también, alguna vez, me regalaron rosas.

Andrea Lozano. Licenciada en Estudios Literarios por la Universidad Autónoma de Querétaro. Apasionada por la investigación, la escritura y la corrección de estilo. Se especializa en microficción desde hace nueve años. Algunos de sus textos se encuentran publicados en revistas como Monolito, La sirena varada (Núm. nueve), Catálisis (Núm. cuatro) y Pez Ciego (Núm. cinco).

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ENSOÑACIÓN Marco Itzammá

“Pero ¿usted no es Marcos, verdad…?” Amparo Dávila

Vaya, son las cinco de la mañana. Debo apurarme si no quiero llegar tarde a la oficina. Al levantarme de la cama, siento cómo se desprenden lentamente de mi cuerpo los residuos de tercos sueños que no se queman con la luz del alba y persisten por muchas noches más. Mi cara se acostumbró a la frialdad del agua, y en vez de quitarme la pesadez de las horas, me genera un adormecimiento en las mejillas; y cuando entro en contacto con el viento de la mañana, regresa a mí la fatiga. El calor de la combi producido por los humores de todos los pasajeros es arrullador y reconfortante. Dentro del transporte predomina la mirada clavada en la ventana; no para identificar el puente, la calle o el edificio que indique nuestra bajada; el tiempo de la travesía ya es parte de la inconsciente rutina. Nada de eso. Es la derrota de una efímera noche que añoramos ante un paisaje gris. Al llegar a mi cubículo ya se oyen persistentes tecleos. Alguien aún conserva la esperanza de ser ascendido. Debe ser Marcos, el nuevo; alto, de mata enrredada y de ojos lúgubres. Una vez me cruzé con él y al mirarnos sentimos compasión por el otro. Gracias a que recordé el encuentro con mi compañero, también me vinieron a la cabeza fragmentos de mi sueño de anoche. Eran unos ojos vacíos, temblorosos y sin brillo. Me observaban con firmeza, como si esperaran una respuesta. Son tan diáfanos estos detalles que tengo la sensación de haber soñado con esa mirada más de una vez. En fin, será mejor olvidar el asunto y empezar a escribir. Escucho cómo a paso lento llegan mis compañeros, se acercan a su escritorio viejo, jalan su silla y empiezan a copiar el mamotreto que tienen a su lado.

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Marco Itzammá

PERPETUA

De regreso en la combi, es increíble que con la velocidad y la luz que alumbra algunas esquinas, la ciudad parezca tener más actividad. De nuevo la misma mirada, pero esta vez apunta al suelo, vencida por la labor del día. No había caído en la cuenta de que Marcos vive a dos cuadras de mi casa. Qué curioso, de hecho, no lo vi subirse; pensará que soy un maleducado, o peor, un huraño que no es capaz de platicar ni con su propia sombra, aunque él tampoco hizo nada por hacerme la plática; si él no se preocupa no veo por qué hacerlo yo. ¡Rayos! Me pasé. Todo por andar divagando. Creo debí bajar donde mi compañero. Ya en mi casa prefiero evitar la cena y pasar directo a mi cama, sirve que recupero las horas perdidas de los desvelos anteriores. Pero, ¿acaso es una persona quien está en mi cama? ¿Cómo entró y qué hace ahí? No responde a mis gritos, debe estar borracho o profundamente dormido. Esto es inconcebible, lo voy a sacar a patadas. ¡Increíble! Esto no puede ser cierto, simplemente esto no puede ser… ¿Cómo es posible que sea yo quien está en la cama? ¿Estaré soñando? Tironeo ¿de mí? Sin embargo, no hay reacción alguna. ¿Qué me sucede? Noto que mis manos están casi transparentes, como un fantasma o un recuerdo. ¿Qué rayos está pasando? Esto sólo puede ser un sueño, o más bien, una pesadilla; es la única respuesta lógica. Y ahora, ya que lo sé, podré despertar; sólo debo respirar profundo y tranquilizarme. Pronto despertaré, ¿o despertaremos? Tal vez si me recuesto sobre mí… Vaya, son las cinco de la… ¡Qué demonios! ¿Y éste quién es? ¿Qué sucede? No puedo moverme, no puedo gritar, sólo mis ojos son los que… Esos ojos; esos ojos los he visto antes… ¿Acaso es…? Vaya, son las cinco de la mañana…

Marco Itzammá (Marco Itzammá Monroy Sarabia). Es defeño y cursó la carrera Lengua y Literatura Hispánica en la FES-Acatlán. Actualmente es tesista y analiza al escritor gallego Álvaro Cunqueiro. Literatura

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REDACCIÓN SANGRIENTA Gonzalo del Rosario

Trujillo. Macabra escena halló anoche el vigilante de nuestra sede al promediar las 2:45 a.m. cuando vio el cuerpo sangrante de Keny Mijatovic Meza (33), quien fuera jefe de publicidad de esta casa informativa, postrado sobre la laptop aún encendida de su escritorio, con las manos en el teclado como si intentara escribir un último mensaje. Cinco profundos cortes a la altura del ombligo, el cuello abierto de un tajo y el rostro desfigurado, terminaron con él. Víctima y victimario ingresaron juntos al local del diario al promediar las 9:20 p.m. Venían de una comisión y cada uno se dirigió a su oficina. A esa hora todavía había gente en la sala de redacción. El asesino esperó pasada la medianoche para ejecutar el siniestro. Ningún problema representaba que se quedara. Los vigilantes sabían que en fechas de cierre el área de publicidad solía trabajar hasta la madrugada, si los clientes así lo solicitaban. El crimen. Ocurrió a la 1:15 a.m. Minutos antes, el periodista recibió una llamada de su jefe directo y subió a la oficina en la segunda planta. Tras cerrar la puerta, conversaron sobre la revista de la primavera que saldrá encartarda gratis este domingo. Luego de recibir nuevas indicaciones, el redactor le mostró unos videos en la laptop sólo para colo-

carse detrás suyo. Con la vulnerabilidad de su jefe carcajeándose, sacó el puñal escondido en el bolsillo central de su polera y le abrió de un solo tajo la garganta, segundos antes de hundirlo a la altura de la yugular. Sin voz debido a la impresión, de su cuello manó abundante la sangre, manchando documentos, diarios y revistas. El asesino volteó la silla reclinable y clavó en cinco ocasiones el puñal a la altura de su ombligo y estómago. Para finalizar, cortó y arrancó parte de la piel de sus mejillas y la frente; pero antes de retirarse al baño contiguo, donde se lavó y cambió de ropa, colocó a su víctima en la infame posición en la que fue encontrado por aquel somnoliento vigilante. El perpetrador, de nombre Renato Omar Díaz (26), ha laborado como periodista de este diario desde hace cinco años. Tras desenvolverse en las secciones de policía, política, economía y cultura, su tiempo fue absorbido por el área de publicidad para editar revistas y la página de empresas y negocios, con lo cual se vio obligado a viajar una vez por semana a un punto diferente del país. Por ahora se desconocen (y es probable que nunca se esclarezcan) los móviles que lo llevaron a cometer este homicidio. Está usted leyendo la última nota que ha escrito para nuestro periódico.

Gonzalo del Rosario. Nació en 1986 en Trujillo, Perú. Periodista cultural y docente de Literatura. Es autor de los relatos fantásticos de Cuentos pa’ kemarse (2008, 2016), la obra experimental Losocialystones (2010), las microficciones de Mishky Stories (2011), la nouvelle zombie Ven ten mi muerte (2012) y las crónicas gonzo de Pave-pavas (2019). Integró el híbrido cine-literario Tv-out (2009, 2012) y seleccionó a los autores de la antología Sobrevolando (2014, 2017).

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ALERTA ALERTA TA ALERTA ALERTAALERTA ALERTA Mónica A. Montoya (Delirio Oscuro)

—¡Aléjate! No te acerques, por favor. Aléjate, ¡aléjate…! Sentada en una de las gruesas ramas del árbol, Ely permaneció con la mirada fija en las latas vacías que colgó en los múltiples brazos de madera. A través de susurros, suplicó por su vida, pidió a Dios que aquello que la acechaba desde la oscuridad no se acercara más. Llevaba ahí un poco más de dos días. No podía dormir, no se permitía siquiera cerrar los ojos ni para divagar en sus pensamientos, sólo estaba alerta al sonido que emitieran las latas. Pronto el agotamiento y el hambre comenzaron a causarle alucinaciones o, quizás, fueron recuerdos que se mezclaban con el presente que enfrentaba. Dos semanas atrás, Ely debía realizar un trabajo de investigación sobre costumbres y creencias de alguna civilización antigua. Al principio no tenía idea a quiénes investigaría, por lo que se la pasó varias horas en la biblioteca de su escuela para ver si algún libro le despertaba interés. Sin darse cuenta, se había quedado sola, todos los estudiantes se habían marchado. “¿Aún no has hallado algo que te guste?”, dijo la bibliotecaria. La estudiante negó con la cabeza. “Ely, ¿cierto?, en la tarde me dijiste que buscabas libros sobre civilizaciones antiguas, ¿no?”. La chica afirmó. “Bien, acompáñame”. La mujer la llevó a un pasillo que jamás antes notó: “Esto no lo había visto”, dijo Ely. “Hay veces que estamos tan sumergidos en nuestros pensamientos que no nos damos cuenta de lo que ocurre a nuestro alrededor”, respondió la bibliotecaria. “No, no es eso… he venido muchas veces antes y nunca había visto este pasillo”, pensó la chica. La mujer le señaló con la mano que podía pasar: “Sólo te doy diez minutos. Ya cierro”, le guiñó el ojo y se retiró. Ely comenzó a ver los títulos de los libros de aquellos estantes para ella vírgenes, disfrutó que su vista se paseara y devorara letras y colores de los lomos, y de pronto, allí, frente a sus ojos: “Loanleire Timoris: civilización no olvidada”. Sin siquiera ojear aquel libro, lo tomó, dio media vuelta y se fue a la puerta donde la bibliotecaria la esperaba. Después de una hora ya se encontraba en su casa leyendo de manera minuciosa. Estaba fascinada, sabía que ninguno de sus compañeros de la preparatoria hablaría de esta civilización, pues ni ella misma la había escuchado antes de algún profesor de Historia. Obtuvo un diez en su clase. Aun así, Ely no podía sacarse de la cabeza todo lo que leyó, se obsesionó con cada aspecto espiritual y oscurantista del que se hablaba a través de las páginas de aquel libro.

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Ely había hecho algunos hechizos sencillos. Por ejemplo, hizo que una compañera que la molestaba se tropezara en diversas ocasiones; también logró que sus ojos se hicieran de un color más claro; por último, consiguió que lloviera todo un día. Pero ¿realmente ella lo había hecho? ¿Era el libro que proyectaba sus deseos? No estaba segura de qué se trataba, pero sabía a la perfección que quería probar algo diferente, algo indescriptible. Preparó una mochila con algo de comida y todos los materiales que en el libro se indicaban. Se marchó al bosque. Cuando llegó, buscó un árbol lo suficientemente fuerte. Lo trepó. Ató latas vacías en sus ramas, lo que asemejaría el sonido de campanas que ahuyentarían a los malos espíritus. Al bajar, dibujó con sal una figura circular por encima de las hojas y bichos; una vez dentro, haría un escudo contra cualquier mal. Colocó los demás instrumentos del hechizo. Esperó a que el cielo perfilara la primera estrella. Comenzó a recitar de memoria una y otra vez: “Ut ásium ed al mortis, erudio le itineris a sut filium”. Desató su perdición. Las latas se precipitaron de un lado a otro y provocaron un sonido abrupto, que hizo estremecer a Ely. Gruñidos comenzaron a escucharse: “¿Coyotes?, imposible, no habitan por esta zona…”, pensó. Los gruñidos aumentaron en cantidad y volumen. Cacofonía aterradora. Silencio. Un golpe atroz trató de romper la barrera que protegía a Ely. Estaba aterrada y no podía ver nada. Pero había algo ahí, de verdad. No se trataba de un mal sueño. Embistieron de nuevo. El círculo de sal se rompió. Ely se encontraba vulnerable. Presa del pánico, apenas logró trepar al árbol. Un nuevo embate. Ella consiguió aferrarse, pero su mochila y el libro cayeron. Tranquilidad, al fin. El tiempo transcurrió, pero cada vez que intentaba bajar, las latas se estremecían y aquello arremetía en contra del árbol. Pasó más de dos días, con sed, con hambre, atrapada allí sin poder dormir. Las latas cantaron. “¿En verdad se están moviendo?”, el saborcillo del miedo en su boca. —Aléjate. No te acerques, por favor. Aléjate, aléjate… Percibió cómo una gran mancha de hierba y hojas comenzó a formarse en un lobo enorme, Se lanzó en contra de ella. No tenía fuerzas para aferrarse más al árbol. Un alarido. Ely, con una soga al cuello, bailaba con el vaivén de las latas. Una mujer se acercó y tomó el libro del suelo: “Te dije que sólo diez minutos”, le dijo al cuerpo que colgaba de una de las vigas del techo. Acomodó el libro en su sitio y salío del pasillo, el cual desaparecío a su paso. Gruñidos. Cacofonía horrenda.

Mónica A. Montoya (Delirio Oscuro). Licenciada en Creación Literaria por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Estudió dibujo e ilustración en Ars Vita Studio, escuela de dibujo y galería de arte. Algunas de sus narraciones han sido publicadas en diversas antologías impresas y electrónicas. Literatura

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LA

CIRUGÍA

Mario Ruddyart Bermúdez Pérez

Esta noche Lila estará en el hospital. Ella no lo sabe pero la fatiga que arrastra desde ayer es por una complicación aguda en el estómago, que requiere una cirugía inmediata. Lila no fue a la universidad, comienza a sentirse mal, no se siente con los ánimos de siempre. Sus padres la llevan al médico más cercano y les dice que tiene hepatitis del tipo contagioso y debe estar en cuarentena por un mes. Ella no lo cree. Se está deprimiendo y sus padres se dan cuenta del cambio enérgico en la atmósfera del consultorio. Regresan a casa, cabizbajos. Lila está en su habitación, escucha a sus papás discutir por la situación pero eso no ayuda en nada a su salud. Se dirige con pasos hipnóticos hacia ellos y cuestiona lo que ocurre. Su madre mira por la ventana sin voltear hacia donde está su hija. La mujer no oculta los rastros de tristeza en el rostro y las lágrimas corren por sus mejillas. Su padre no sabe qué decir. Nos vamos con otro médico porque no me convence tu diagnóstico, por fin expone. La adrenalina sigue fluyendo en ella, pierde los estribos, se desvanece pero no toca el suelo. Nada puede salir peor, se dice mientras recibe el cálido abrazo de la tarde en el coche

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de sus papás. Mira a través de la ventanilla cómo la vida sigue su curso, y aunque todo parece ser lo mismo, ya nada es igual. Lila se recuesta en la camilla y el doctor la revisa, hay algo mal en ti, de verdad hay algo malo y ella mira con preocupación a los adultos allí presentes. Esto requiere de una cirugía cuanto antes, el apéndice le va a estallar. Hubo un momento de pánico en donde no supieron cómo reaccionar ante la noticia, el primer diagnóstico fue erróneo y este fue muy convincente por el tipo de revisión a la que Lila fue sometida. La luna con su brillo iluminó el camino de vuelta urgente a casa. La muchacha comenzó a llorar al entrar a su habitación para ponerse ropa cómoda y llevar algunas cosas que le servirían en el hospital. Sus padres la esperaban, demostrando, tras la impotencia, una cara de confianza en su hija. El hospital más cercano no tenía el equipo ni los médicos adecuados para realizar el procedimiento, el único que contaba con el material era uno de mala fama ubicado en las inmediaciones del cementerio municipal. No quedaba de otra, Lila sería operada allí. Ella se desvaneció, pasajes del quirófano aparecieron


delante de ella y rostros desconocidos de enfermeros y médicos rondando los pasillos se esfumaron. Entró a urgencias. Se desconoció. La anestesiaron. El doctor en turno la vio y le dio ánimos. Justo entonces cayó en un sueño profundo. Los padres de Lila esperaban afligidos en la sala con mediana concurrencia de personas. La noche envolvía el momento, y la lluvia y los truenos no se hicieron esperar también. No había pasado mucho tiempo del ingreso de la muchacha a urgencias y de pronto la alarma sísmica rompió el silencio. La luz se fue, el pánico llegó y las cosas se fueron cayendo. Estaban siendo los instantes más complejos y eternos para ellos, donde su preocupación era Lila. Gritos a lo lejos y otros muy cerca en un instante im-

previsto. Los segundos venideros se apoderaron del llanto de la gente. La luz era nula y el único consuelo para todos eran las plantas de energía eléctrica. Había vidrios rotos, sangre, pedazos de concreto y puertas tiradas. Alguien, gritando que la sala de urgencias había sido dañada, la sirena de las ambulancias que llegaban al hospital, drama total. Fue cierto, el quirófano estaba irreconocible. Una viga que sostenía al segundo y tercer piso no resistió y cayó sobre la sala donde Lila estaba siendo intervenida. Los padres no daban crédito. Ellos estaban vivos, y su hija, con desprendimiento de vísceras y los huesos rotos. Lila no había sufrido. Ella sigue dormida y cuando despierte no sabrá que está muerta.

Mario Ruddyart Bermúdez Pérez. Nació en Chenalhó, Chiapas. Es historiador por la Facultad de Ciencias Sociales (Unach). Ha sido autor de microrrelatos en la revista literaria La Sirena Varada (Ciudad de México), de poemas en las antologías de poesía y arte editadas por la Biblioteca de las Grandes Naciones (País Vasco, España) así como en la revista Duvalier (Núm. 8, Chiapas, México). Autor del libro Terminales (2018). Literatura

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GUAU Tomás Pacheco Estrada

Un día un portal aparece cerca de la Luna. Es un círculo fosforescente. En la Tierra cunde el pánico y el miedo. Preocupados, los gobiernos mandan a la abertura una nave espacial con un perro. El vehículo cruza el vórtex, llegando a otra dimensión. La nave aterriza en un planeta con vida inteligente y avanzada tecnológicamente, donde los habitantes reciben al perro. El mundo de la otra dimensión manda una nave sin tripulación con un mensaje. En la Tierra reciben el vehículo, lo examinan y escuchan el mensaje. Es un patrón de ladridos. Al oírlo, los canes se ponen a ladrar con intensidad. Los humanos mandan a otro perro en un vehículo espacial. La nave atraviesa el portal dimensional y llega al planeta de vida inteligente, donde el animal es recibido amistosamente. Sacan al can y los seres piensan que esa nave viene de un mundo donde viven sólo los perros. Una flota espacial surca el espacio, cruza el vórtex, y cuando están a una distancia cercana, escanean la Tierra y descubren horrorizados que los perros son maltratados, obligados a mendigar en la calle mientras otros están amarrados. Los extraterrestres creen que han esclavizado a los canes. Deciden atacar al mundo. Preparan su maquinaria bélica. Del interior del planeta salen los reptilianos, dispuestos a defender su planeta. Sus armas son robots en forma de dinosaurios. Los alienígenas mandan un mensajero para decir a los reptilianos que no los atacarán y los hombres reptiles se retiran dejando a su suerte a la humanidad. Los hombres atacan mandando misiles nucleares pero los extraterrestres sueltan esferas de cristal traslúcido que se dirigen al sol, se sumergen en la estrella y salen brillosas. Las bolas se dirigen a la Tierra e interceptan a los misiles, derritiéndolos. Las esferas se esparcen por el planeta. Unas, se colocan encima de las capitales del mundo y se convierten en pequeños soles que provocan horrendas olas de calor. Otras, aumentan la intensidad de luz cegadora que lastima los ojos. Y las peores, son las que lanzan rayos caloríficos destruyendo edificios, colapsándolos, y haciendo estallar los vehículos militares humanos. No queda más remedio a los hombres que rendirse. Los conquistadores exigen que liberen a todos los perros y demás canes. Cuando se firma el tratado de rendición, una comitiva alienígena baja al mundo. Se quitan el casco. Para el asombro de las personas, los extraterrestres tienen cabezas de perro, son canes antropomórficos.

Tomás Pacheco Estrada. De Orizaba, Veracruz (1978). Actor de cine, extra, editor de video y escritor. Participó en el concurso de corto de terror, convocado por Annabelle 2, con el cortometraje “Almas Malditas”, así como en el certamen de comedia en corto de Distrito Comedia. Ha publicado relatos en Antología Tinta Café, Trapiche y Vívela Muerte 400 palabras 400 años.

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SOBRE PÚBLICO

TRANSPORTE

María Guadalupe Pérez Ferra

El despertador ha perdido su función, pues mi sueño se esfumó como por arte de magia, o mejor dicho, mi cerebro ya se acostumbró a levantarse todos los días a la misma hora. Envuelta en la cotidianidad, me vestí y salí de casa de camino al conocimiento. Todavía no se asoma el sol y ya perdí la cuenta de las estrellas. No se distingue casi nada, sólo las luces claras que se dejan ver por las ventanas. A lo lejos el ruido de los carros y el sendero a mi destino es ligeramente largo. En la espera, algunos rostros conocidos, todos en silencio esperando poder abordar. Pero comienza a transcurrir el tiempo más rápido. Y de pronto, ya es tarde. Se detiene el bus y la concurrencia hace que me quede en la puerta. Levemente me sostengo de uno de los tubos. El operador maneja a tal velocidad que junto con los otros pasajeros me balanceo de manera ridícula. Ya no sé si agradecer que quizás llegaré temprano o pedir a Dios que no se estrelle en la siguiente curva. La gente sigue subiendo y cada vez estoy más apretada. Me toca pasar de vez en cuando los pasajes y el chofer no deja de gritar que se recorran. Ya en el centro del poblado, tengo que abordar otro camión, pero esta vez no será tan sencillo, una fila que parece no tener fin me espera sin menor consideración. Pasarán varios minutos antes de que pueda obtener un sofocante lugar en medio de desconocidos. Algunas personas se quedan al borde de la puerta. Por suerte, hoy no fui yo. Observo a cada uno de los pasajeros, con caras malhumoradas y soñolientas. El bus se detiene por muchos minutos. No importa para dónde mires, afuera solamente verás decenas de autos atrapados en el tráfico tocando inútilmente su cláxon. No quiero mirar el reloj, que últimamente se ha hecho mi enemigo.

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En un instante mi cuerpo empieza a sentir una ráfaga de calor desagradable: un hombre detrás de mí ha estado acercándose. No me ha sido difícil descubrir sus intenciones a causa de la gran multitud. Poco a poco puedo sentir cómo pasa su mano suavemente por mi espalda. Mi cuerpo se queda paralizado. Siento cómo se acerca a mi pantalón. Trato de moverme más enfrente. Es casi imposible. Otro hombre que viene a un lado se da cuenta. Quiero gritar, llorar, o quizás, vomitar. Me asusta tener que enfrentarlo. Pienso en que los demás pasajeros creerán que estoy mintiendo o exagerando. Quizás ya se han dado cuenta, pero tampoco les interesa hacer nada. No deja de hacerlo. Poco a poco trato de moverme para escapar de ese horrible sitio. En la siguiente parada, el camión se desocupa un poco y logro ponerme a salvo. El hombre se baja. Yo no quiero mirarlo, aún siento náuseas. En la siguiente parada debo bajar. Es momento de abordar el último camión que me llevará a mi destino. No se borrará esa imagen lasciva de mi mente en todo el día. Debo guardar bien mi dinero y mi teléfono, por si a mitad de camino se suben a asaltar. El cielo está gris de tan contaminado. En esta ciudad seguro que de noche no se distinguen las estrellas. Después de dos horas logré llegar viva a mi destino. Que en el viento se quede mi esencia, quizás más tarde no correré con la misma suerte.

María Guadalupe Pérez Ferra. De la Ciudad de México, donde nació en 1996. Es estudiante de Creación Literaria en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Pertenece al colectivo Axolotl Literario. Ha publicado en Revista Tlacuache y revista La pulcata, ambas de forma impresa, y de forma electrónica en colectivo Poesía de morras. Es apasionada por los temas de género.

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EL PAGO Aline Rodríguez

Las gotas de sudor comienzan a resbalarse por mi cuerpo. El día es excesivamente caluroso. No deseo trabajar. Pero ya no quiero seguir esperando. El teléfono no suena y mis manos arden de dolor. Consciente estoy de que me marché de sus vidas para que fueran felices, entonces no comprendo por qué estos espasmos me sofocan. Me toca vivir mi propio viaje aunque sea demasiado corto. Observo el celular, nada. Maldito tiempo. Miro a mi equipo y lo único que puedo sentir por ellos es repulsión. Nos hemos equivocado. Me sobresalto. Estúpido celular, ya llegó la hora. Me levanto del banco, tomo la pistola que está en la mesa y me dirijo a la puerta. Las camionetas nos esperan, como lo había prometido. Otra vez esa imagen donde la leche de recién nacido

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me golpea. Sé que soy un hombre de la calle pero odio sentirme como un hijo de puta. El recorrido se vuelve interminable. Yo sólo quiero matar para aliviar a mis demonios. Llegamos finalmente a la cita. Un lugar desierto, un lugar muerto. Una casa de gente opulenta, puro galán de pollería. Será como cualquier casería: mucha sangre, poco veneno, cadáveres caídos. Todo me dolerá esta noche así que no necesitaré inhalar mota para dormir. Menos mal. Bajamos de las camionetas, caminamos hacia la entrada de la puerta y uno de los chicos avienta por la ventana una de las bombas de gas lacrimógeno. Se escuchan gritos dentro de la casa. Doy la señal, entramos sin aviso previo. Sabemos qué debemos hacer. Entrar a ese recinto me incomoda. Demasiada luz para tanta oscuridad. La técnica es la misma de siempre,


sacar las armas, matar y matar. Le disparo a dos abuelos que están enfrente de mí. Me rio, aún tengo miedo. Subo las escaleras que dan hacia los cuartos de arriba. Con el arma en la mano, me dirijo lentamente hacia la derecha. Ahí hay una habitación. Entro pero me quedo paralizado. El rostro que me había estado persiguiendo por años estaba delante de mí, ya no tan angelical como lo recuerdo, golpeado y magullado me veía con ojos asustados. Mi mujer. No comprendo. ¿Qué está pasando? Siento que un frio me recorre la espalda. Ella está amordazada y amarrada a una silla. No puedo creer que esté aquí. Escucho una risa a mi espalda. Volteó, con el arma apuntándole al corazón. No puedo creer que es mi jefe, quien me mira, retador. La señala. Me mira. Luego se sienta, espectante, mientras ríe. Se burla de mí la desgracia.

Quiero matar al imbécil pero sería más fácil acabar con ella. No le dolería. Mientras estudio mis opciones, escucho a lo lejos el llanto de un bebé. Eso me desconcentra. Ella patalea. Siento que me prendo en llamas. ¡No, no, no! ¡Joder! Él se acerca a ella con su arma. No sé qué hacer. Apunta a su cabeza y jala el gatillo. Muy dentro de mí estoy consciente, mi alma la ha mutilado. Me quedo sin fuerzas, veo borroso. Me sujetan por la espalda. Levantan el arma que tengo en la mano y delante de mí está el hijo que abandoné, lo reconozco a pesar de los años que llevo sin verlo. Con una presión inmensa, disparo. Y mis ojos se llenan en lágrimas. Me derrumbo en el suelo, agotado. Mientras escucho, entre los zapatos de charol que se alejan, un teléfono sonar.

Aline Rodríguez. Oriunda de la Ciudad de México, nació en 1996. Estudia Creación Literaria en la UACM. Modifica al tiempo con sus versos, manda besos de tradiciones, hace honores a Xochimilco que es la tierra fértil que la vio nacer, al movimiento de los chinelos. Cosecha poesía ya que su sangre es orgullosa de campesino. Literatura

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A UNA HIJA, TRATANDO DE EVITAR EL BUCLE Melvin Jara

“The time has come, everybody lie down so you won’t get hurt when the sun bursts.” Neal Cassady

Mis padres me pusieron Magdiel. Magda para los más cercanos. Maggy para los amigos más jóvenes. Bruja para mis hermanos. Nena para mi madre. Y Magdiel Rosario, cuando mi padre estaba enfurecido. Para ti, como desees llamarme. Después de todos los años que cargo encima, importa nada tener un nombre que nos ate. Las heridas y golpetazos que también traes, son ahora sólo manchas en la enorme página en blanco que busco cubrir con estas cosas escritas desde una vieja máquina de escribir, esta Bennet 1910, que dejó tu abuelo en el ático. Y se vienen a mí todas aquellas historias que él inventaba sin cesar, mientras sus manos se deslizaban por entre las teclas. Pues me cuesta mucho llenar el aire con mi voz. Sé que te has ido llenando de rabia y cólera conmigo, tal vez por no decir nada sobre y durante tus andanzas para mantenerte de alguna u otra forma en la casa, pues pensaba que como a cualquier jovencita de tu edad se te iba a pasar rápidamente, que tan sólo era uno de esos caprichos de niña engreída. A quién no le ha pasado que es la hija única y tiene todos los privilegios de una petit vaniteux. Pero ya no puedo más, he visto en tus ojos ese brillo suave y tintineante cuando llegas a casa luego de estar con él, después de verlo. Esa sonrisa pura que hace que se te contraigan los cachetes cuando te llama, tu nerviosismo y esa gotita de sudor que corre por tu frente cuando te escribe al celular. Y en el fondo me recuerdas a mí, en una etapa estúpida leyendo cartitas que esperaba con total ansia cada fin de semana o maldita quincena. Claro que hablamos de distintas épocas. Tú y toda la tecnología y todos los conocimientos que has ido almacenando en tus dispositivos. Tú y esa amplia gama por escoger y buscar a alguien que te sea interesante. Tú, navegando en el tiempo a diestra y siniestra. Manejando todas las voces a sólo un clic de distancia. Yo y las radionovelas, el derecho de nacer y sus capítulos nuevos cada mes. Yo y las cartas de hojas de cuaderno con garabatos en vez de letras, un bloc que cada día amanecía cadavérico y triste. Yo y los pocos libros de mi gaveta, los libros tristes, los libros alegres, los libros azules y amarillos, y su particular aroma similar al de las almendras, la vainilla, con un toque dulce de aroma floral, que mientras más antiguos son, más aroma. O si eran libros con páginas de algodón o lino tenían mayor incremento en el olor a almendra húmeda. Yo y mis conversaciones púdicas a las cero horas y catorce 48

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minutos sentada en el mueble de la sala frente a la pantalla blanco y negro que nomás emitía estática a esas horas. Yo y el Ring para las llamadas de a cinco soles por tres minutos en las filas largas para marcar. Hay mucho que nos separa y con esto no quiero que pienses que guardo rencor por todas las veces que me alzaste la voz y me mandaste a callar, por las veces que te morías de vergüenza cuando preguntaban si yo era tu madre y desviabas la mirada a un costado mientras agachabas la cabeza. Nada de eso, hija mía. Vengo aquí con todo el amor del mundo a contarte la historia que intenté borrar por completo de mi vida, y quemé esas pocas cartas y libros y todo lo que me ataba al recuerdo de aquel cuerpo castaño, aquellos ojos desorbitados, su pelo negro, sus palabras y el maldito silencio que lo acompañaba. Podría decirse que vengo a advertirte. La tarde fue incierta, tenía el pelo largo y grasoso, un extraño aroma añejo como a vino y cachina. Leía poemas de un tal Niels Hav y gritaba como un loco las palabras que se aprendía de memoria mientras tiraba el pucho de los cigarros que se fumaba sobre libros del Bukowski, Carver y Gutiérrez. Un cursi de los malos, que bebía y reía como estúpido, inflando el pecho como un pavo, Real. Mientras recitaba poemas de Machado, Benedetti, Keats, Schiller y Sabines. Un poco esquivo y resentido, vestía camisa manga larga y el pelo engominado. Fueron tardes y noches bajo la luna y el sol, pistas de baile y pasos tontos de moda, manos sudorosas, rosas de plástico, y risas, aplausos al salir de cada función. Mi madre, sin embargo, lloraba todas las noches en su cama, maldiciendo su vientre por haber parido una hija que acabaría limpiando trastes en una casita alejada de la urbe, que probablemente tendría los dientes llenos de caries, al menos los que aún permanecían en la boca que mi madre a esas alturas imaginaba. La panza enorme y constantemente preñada. Las tetas enormes y una casa llena de niños y pañales por limpiar junto a los trastos del almuerzo de ayer. Los días avanzaban presurosos, el corazón se tornaba débil y calmo cuando él decía que de mi cuerpo desbordaba el dulce aroma del Ron y las frambuesas, y se retorcía en el ambiente: “Te rodea, muñeca”, decía muchísimas veces, mientras se peinaba el pelo, con el peinecito de color celeste que llevaba en el bolsillo del pantalón junto a pedacitos de papel con algunos escritos cortos e ilegibles. Las cosas de pronto comenzaron a cambiar, él llegaba tarde y dejaba de peinarse. Se quedaba viendo al aire y asentía a todo lo que le decía. Sacaba papelitos y comenzaba a escribir en ellos de una manera demente. Bebía y llegaba a las tres de la mañana. De pronto, dejó de ser aquel niño viejo, o viejo niño, hasta que un día se paró frente a mí luego de haber roto absolutamente todos los espejos de la casa: —Flaca, nuestros pasos se bifurcarán desde ahora, esto es un enorme juego. Es muy pesado y siento que ya no te necesito. Dos días después, lo vi surcando y jugando una nueva partica con una chica maquillada, enormes tacones y pelo corto en que llevaba una pequeñísima tiara. Una momia con aires de juventud que se sacudía el polvo y las arrugas planchando su cara con paletas y cremas. Tardé en contarle a mi madre mientras el dolor me destrozaba todas las tardes, noches y mañanas. Sentía cómo se me salía el pecho, se me secaban los pechos y me apestaba el sexo. Cómo me pasaba los días frente a la ventana de algún hotel fumando o sólo viendo el techo y contando cuántas vueltas daba el ventilador. Hasta que deLiteratura

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cidí contárselo a mi madre. Cuando ella me encontró entrando a la casa a eso de las tres y treinta y cuarenta y dos de la mañana oliendo a trago y con los ojos rojos. Mi madre lo odió muchísimo. Lo odió y lo quiso al mismo tiempo. Su cabeza llena de complejos no le permitió soportar verlo comer un trozo de carne haciendo caso omiso a los cubiertos de la mesa. Lo amé como las flores al rocío, con las hojas de mi cuerpo y con todas mis voces. Lo amé tanto, hija, que por fin comprendí que el amor es tan sólo un verbo camaleónico. Lo amé tanto que aún por las noches siento oír su voz detrás de la ventana, ingresando con sus pasos raudos y su estúpido andar altivo, llegar a la mesa y dejar cualquier cosa sobre la mesa, él odiaba tener la mesa vacía. Lo amé tanto que sólo me queda teclearte todas estas palabras para tratar de describir en pocas líneas todo aquello que surgía de mi pecho por años. Jamás volví a saber de él, salvo por algunos comentarios de terceros quienes se llenaban la boca comentando a voz elevada, mientras levantaban un tomate y se lo llevaban a la nariz para olfatearla, que su actual novia tiene un hijo de cinco a seis años que él ignora. Un hijo que vive con su madre a kilómetros de la ciudad. Que la mujer nada más usa su dinero, como tantas otras veces lo hizo. Que se trataba de una reverenda vividora. Pasaron cuatro años cuando me enteré del trágico accidente vehicular que dejó doce muertos. Entre ellos, él. Lo curioso es que no venía en ninguno de los vehículos accidentados. Al contrario, él salía corriendo a tomar la combi que lo llevaría a su trabajo cuando fue testigo del fatídico accidente entre una camioneta Nissan y un minivan de doce pasajeros. Para entonces tenía ya dos hijos y un entenado con la chica esa. Entró como pudo al vehículo y comenzó a bolsiquear a todos los pasajeros que pedían ayuda cuando recobraban la conciencia para volverse a desmayar. Los vecinos que llegaron al lugar vieron como él cerraba la puerta y cruzaba la pista para seguir esperando su combi. Lo demás fue un linchamiento con transmisión en todas las redes sociales y se volvió tendencia rápidamente. Mi madre no acertó del todo en aquella historia que suele sacarme algunos suspiros de cuando en vez, claro que tiene que ver muchísimo en cuenta el hecho que haya tenido un final trágico. Pero sí tuvo cierto grado de verdad cuando lloraba por haber parido una hija que acabaría lavando trastes... Con todo el amor que me cabe en el pecho que te vio crecer: Tu madre. P. D. No creí necesario poner lo que quería decirte con toda la historia resumida en esas líneas. Eres mi hija, sé que lo entiendes.

Melvin Jara (Narcisiliano Qatsuqui). Llegó a este mundo en 1992 en Ayacucho, Perú. Ha publicado el libro de cuentos Game Boys, y colaborado-participado en dípticos, manifiestos y el guión de una serie de cortometrajes publicados en Youtube y en otras redes sociales. Estudia las estrellas y es practicante de artes oscuras. Actualmente se encuentra atrapado en esa maraña de la escritura creativa.

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