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www.eltiempo.com - MARTES 29 DE OCTUBRE DE 2013 - EL TIEMPO
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Carlos Solano Cultura y Entretenimiento
Salvaje, con los ojos hundidos en dos grandes manchas negras, Lou Reed asustó al mundo al evocar todo lo que significaba ser el “animal del rock and roll”: sexo y drogas, pero más allá, una honestidad brutal ante la vida. El músico falleció el pasado domingo, como cualquier parroquiano y no como el imaginario de la estrella de rock perdida en sus excesos: a sus 71 años, en Long Island (donde vivió su adolescencia), como consecuencia de complicaciones de un trasplante de hígado. Un destino un tanto sarcástico que también comparten otros grandes niños terribles como Frank Zappa, y que parece esperarle a Keith Richards y Ozzy Osbourne. En los años 70, había una paradoja. El caballero glamoroso del logo de la revista The New Yorker, ese de sombrero de copa que mira con displicencia por su monóculo, parecía un completo extraterrestre: el neoyorquino más simbólico de esa década vivía en Brooklyn y caminaba pensativo por las estaciones de metro, grafiteadas por las pandillas, sorteando a los ladrones. Era como Travis Bickle, el taxista trastornado de Taxi Driver, en las calles del crack, que “transformaron literalmente el rostro de la ciudad”, sentenciaba Robert Stutman, agente de la DEA a la agencia de noticias Frontline. Reed era ese neoyorquino. Su cara más real y oscura. Y por eso, representaba el terror de los padres de familia que querían proteger a sus hijos de aquel a quien los medios llamaron ‘el príncipe oscuro’. ¿De quién era la culpa de este ‘monstruo’? Posiblemente, de la doble moral. En su adolescencia, en 1956, Lewis Allan Reed fue tratado con terapia de electrochoques para ‘curarlo’ de su bisexualidad, según contó en su libro biográfico The Story Behind the Songs. Casi destruyen su memoria y su capacidad creativa, pero a la vez le dieron una pincelada de realidad, que luego desbocaría a través de su producción discográfica desde los años 70.
“Un día perfecto / me hiciste olvidarme de mí / Pensé que era alguien más / Alguien bueno...”.
Lou Reed, el gran neoyorquino
Retrato del artista que definió otros rumbos dentro del rock y cuya vida se desvaneció el pasado domingo, luego de estar muy ligada a la Gran Manzana. Los años con Warhol
Previo a la época de discos memorables como Transformer (1972) o Berlin (1973), que definieron esa identidad, la historia de Reed era también la de Velvet Underground, una agrupación tan adelantada a su tiempo que entonces casi nadie la entendió. Y aunque explotó bajo el ala del artista Andy Warhol en plena escena del pop art, le pertenecía solo a un circuito alternativo. La banda se acabó antes de que mucha gente se enterara de que existía: fue el fracaso más exitoso del rock de los años 60. “Solo mil personas compraron el álbum debut de Velvet Underground, pero todas formaron sus propias bandas”, dijo alguna vez el célebre músico y productor Brian Eno. Entre ellas, estaban Talking Heads, R.E.M., Sonic Youth, Pixies, Television, Nick Cave y The Cars. “La popularidad de esta banda crecía tan despacio que su primer álbum se volvió disco de oro 15 años después de que se separaron”, comenta el director de cine Greg McLean, quien reseñó a Reed en la compilación Different Times: Lou Reed In the 70’s:: “Su música era una invitación a una escena subterránea que era mucho más interesante que ir a ver la perfección de Emerson, Lake and Palmer en el Madison Square Garden”. The Velvet Underground era psicodelia, pero también era algo que muchos años después otros llamarían ‘rock gótico’, y también punk, 10 años antes. Era, además, una apuesta experimental que tocaba incluso los bordes del jazz. La prueba gráfica de esa relación con Warhol quedó plasmada en el arte de la carátula del álbum The Velvet Underground & Nico (1967), del cual el artista fue su productor: la banana sobre el fondo blanco, que ha saltado a camisetas y afiches
La revista ‘Creem’ publicó esta parodia acerca del ‘monstruo’ que representaba Lou Reed. Archivo particular.
Así lucía Lou Reed en la carátula de ‘Transformer’.
“Solo mil personas compraron el álbum debut de Velvet U., pero todas formaron bandas”. Brian Eno, músico SOBRE VELVET UNDEGROUND.
“No acepto la verdad sobre la pérdida de Lou Reed. De esto se trata la negación”. Slash, guitarrista ACERCA DE LA MUERTE DE REED
Lou Reed en un ‘show’ en Santiago de Compostela en el 2004. El músico falleció el domingo. Reuters
a lo largo de cuatro décadas. Uno de los álbumes más influyentes de la historia del rock. Fue en 1970 cuando Reed cortó su relación con Velvet Underground y empezó a construir su camino como un poeta del rock, uno con gran influencia.
Alma de una generación Esa historia comenzó en su versión más cruda. Reed no tenía una banda, sino que encontró ayuda de músicos de amigos, como los de Alice Cooper y David Bowie, quien le ‘prestó’ a su guitarrista Mick Ronson y fue el momento de componer el que sería su gran éxito radial: Walk on the Wild Side (Caminar por el lado salvaje). La canción pegajosa, con un coro casi infantil (Dud du ruu, dud du rud dud du rú), tenía la connotación más sexual del espectro radiofónico del momento, y proclamaba a Nueva York como la calle en la cual había que caminar por el lado salvaje. Las reacciones no se hicieron esperar. Juntas de padres de familia llamaban a la cordura y hasta quemaban retratos de aquel hombre de ojos hundidos que amenazaba la integridad de los hogares de Estados Unidos. No sabían entonces que la onda sería imparable, pues Reed se convirtió en el relator de las nuevas generaciones. Una buena explicación de ello la arroja la letra de la canción A Perfect Day. Detrás de una supuesta historia ligera de amor, se esconde el retrato que Reed trazó
de la desazón que vivía a diario una generación, insinuando cómo un día perfecto edulcoraba la idea constante del fracaso: “Un día perfecto / me hiciste olvidarme de mí / Pensé que era alguien más / Alguien bueno (...). Continúas empujándome hacia adelante”. Y el cuadro era perfecto:
Nueva York era una ciudad sitiada por la crisis, no la metrópolis de hoy por donde Justin Bieber camina sin camisa. Lo que hoy son lujosos lofts, eran entonces verdaderas bodegas abandonadas por culpa del declive económico y el desempleo. Y como siempre hay quien camine por el lado salvaje y lidie con el fracaso, la
canción volvió a ganar popularidad en los años 90 gracias a su aparición en la banda sonora de la cinta Trainspotting (1996), la visión descorazonada de Danny Boyle de un grupo de drogadictos en Escocia. En la cinta Blue in the Face (1995), de Paul Auster, Reed regalaba su visión de Brooklyn y cómo su vida no podría estar ligada a París, Toronto o ningún otro lugar. “Me asusta la idea de vivir en Suecia, donde todo funciona (...). Nueva York no me asusta”. Cargado de una ‘honestidad brutal’ –como cantó Calamaro, años después–, Reed siguió repartiendo esos agudos disparos de sarcasmo. Hace un par de años, una revista de audiófilos le pidió al también rotundo melómano que reseñara una lista de los últimos parlantes en el mercado, y en su artículo dijo de la línea de una de las más emblemáticas marcas: “Pagaría dinero tan solo para no tener que oírlos”. Su última aparición discográfica fue junto a Metallica (una banda de un sonido hasta entonces completamente lejano a Reed) en el álbum Lulu (2011), en el que esta combinación molotov entregó 10 canciones exóticas. El resultado fue infortunado o, por qué no, un nuevo episodio en esa eterna historia del artista incomprendido. Les sobrevive una versión en vivo de White Light / White Heat en el show de Jools Holland que ahora promete convertirse en objeto de culto. Acerca de su partida, su amigo Iggy Pop manifestó en redes sociales: “Amo a Lou. Lo he admirado mucho. Era una persona muy genuina, siempre estaba pendiente de mí. Su talento era tan maravilloso en mi vida y me dio gran placer y una guía. Estoy seguro de que la suya era una vida fructífera, y que la habría disfrutado más si fuera más larga”.