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www.eltiempo.com - MARTES 21 DE FEBRERO DE 2017 - EL TIEMPO
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El viaje sin retorno de ‘Teto’ Ocampo El guitarrista, uno de los artistas más influyentes en las búsquedas de nuevos sonidos colombianos en los últimos 20 años, lanzará nuevo álbum. Durante varios años, Ocampo (derecha) fue respaldo de Carlos Vives en los ‘Clásicos de la provincia’.
Carlos Solano Cultura y Entretenimiento
Después de 25 días, ‘Teto’ Ocampo volvió a ponerse zapatos. Le tallaron durante todo el viaje de vuelta a Bogotá, como si las plantas de los pies extrañaran ya la caricia del monte, como si también a ellas les diera mamera regresar al cemento, al esmog, al ruido, a la banalidad. “Todo esto es falso”, dice el músico cesarense, señalando la ciudad por la ventana de su apartamento, en el barrio La Candelaria. No lo dice con rencor: suena más como el portador privilegiado de un conocimiento que cosechó en una conexión fraterna con la Tierra, y que intenta compartir con quien tenga a bien creerle. Y la mejor forma en que sabe hacerlo es con la música. Por eso Ernesto ‘Teto’ Ocampo, uno de los artistas que más han influido en las búsquedas de las nuevas músicas colombianas en los últimos 20 años, está por lanzar un nuevo álbum (el cual tenía listo hace un año) que podría sintetizar la última década de su trabajo y de su vida, así no tenga esa intención compilatoria: un disco que registre sus notas propias a partir del lenguaje de la música indígena. Ya en su anterior trabajo, Mucho indio, del 2013, Ocampo había comenzado a plasmar las enseñanzas que recibió de los arhuacos, pero la búsqueda que emprendió el artista continúa, con la misma dedicación de un monje ermitaño. Es un viaje del que, dice, ya no hay vuelta atrás. “Las músicas indígenas no han sido descubiertas por los colombianos, siendo nuestro ancestro musical”, sostiene el artista.
Archivo / EL TIEMPO
“Cuando llegué a Bogotá empecé a hacer esto en Colombia, en 1991, porque entendí que había que hacer esto con la música folclórica. En ese momento, todos
los músicos urbanos estaban tocando, rock, jazz, clásica o cualquier cosa, menos folclórica”, recuerda. Después de ayudarle a todo el mundo en sus proyec-
tos, fue en el 2005 cuando Ocampo se lanzó a grabar un disco en solitario. Su debut fue el homónimo Teto, en el que viajaba entre el bambuco, la música llane-
ra y las influencias de Nick Drake. Un bocado de cardenal para el movimiento musical que se gestaba, pero que por sus características no lograba llegar a las audiencias ni sonar en radios diferentes a las culturales. Pero lo que ha pasado con las músicas indígenas es algo mucho más impactante: la apropiación de un lenguaje para crear su propio fraseo, que es, en síntesis, la capacidad final de un músico para ser auténtico. Así lo explica Ocampo: “Para los jazzistas, lo más importante y preciado es el fraseo. Un jazzista nuevo toca frases de Charlie Parker, y uno lo sabe porque esa persona no ha desarrollado su fraseo propio, que se compone de todo lo que uno oye. El fraseo es algo que uno no puede planear, la improvisación es espontánea y verdadera, uno no puede improvisar de lo que no sabe, y para eso hay que oír mucha música. Mi profesor Scott Henderson me explicó su método, que se basa en transcribir melodía de todo lo que escucha, y así ha llenado libros de transcripciones”. “La melodía –añade Ocampo– se usa para estudiarla y tocarla en todos los acordes posibles, cambiándola de contexto durante mucho tiempo, y al cabo de unos años la interioriza y
Su música propia La carrera de ‘Teto’ Ocampo ha sido tan fructífera como silenciosa. Su nombre no salta en los titulares de prensa ni en los afiches de los festivales de moda, pero su legado es extenso, desde su participación fundamental en los Clásicos de la provincia (y La tierra del olvido), de Carlos Vives, o como cocreador de la banda Bloque –primero, Bloque de Búsqueda– junto con Iván Benavides (y que fue llamada en su momento por The New York Times la “mejor banda de rock latinoamericano del año 2000”), o dejando su huella en La Banda Dispersa de la Madre Selva, Manguala, Nación Ceviche o Riosón. Todo esto tuvo su génesis entre los años 80 y 90, cuando el entonces imberbe intérprete de guitarra clásica que impresionaba a sus maestros se fue a estudiar al Musicians Institute, de Los Ángeles. Allí, maestros como el jazzista Scott Henderson le ayudaron a abrir su mente.
El guitarrista colombiano explora desde hace más de diez años la música indígena, que será eje de su nuevo disco. Carlos Solano / EL TIEMPO
empieza a surgir de una forma que no sabe. Uno está haciendo una improvisación y está en la cuerda floja, no tiene tiempo de pensar ‘voy a tocar tal cosa’; uno está en el instante, y las melodías surgen porque vienen (...). Yo tenía esta crianza folclórica, cogí el método y empecé a aprenderme melodías folclóricas”. Esto se conjuga, además, con un proceso más espiritual con los indios: “Estas melodías me fueron entregadas por los arhuacos en el círculo de palabra”, sostiene. Para Ocampo, “hay unas diferencias culturales que (en la ciudad) nos vendría bien aprender, acerca de la relación con la naturaleza, de la vida en comunidad, la espiritualidad. Nos vendría bien saberlo, conocerlo. La música no está separada del resto de las cosas. Unas personas que preparan el maíz de tal forma, cuidan la granja de tal forma y tocan la flauta de tal forma. Hay mucho respeto por el anciano”.
Sin cables En el estudio de su casa, rodeado de flautas, gaitas, tambores y su guitarra, Teto mezcla en su MacBook las grabaciones de cada instrumento. Explora tantas sonoridades y ecos que en ese proceso ha creado secuencias que podrían ser comparadas con la música electrónica, pero los bajos, el beat, los ‘sampleos’ son en realidad instrumentos acústicos, de la raíz. “Es un intento por hacer que todo funcionara sin necesidad de cables, que podamos ir a un territorio de los indios y tocar”, cuenta. El nuevo disco, que se espera salga a partir de abril, llevará las partituras, adelanta Ocampo. Esto arroja un mensaje: le dice a la escena de sus colegas que las músicas indígenas se pueden llevar a espacios como la academia, que este lenguaje puede ser apropiado por otros con la misma profundidad con que se toman las músicas occidentales en las escuelas y conservatorios. “Me gustaría mucho que hubiera una cátedra. Hace poco dicté un taller en un conservatorio recién formado, y es una visión clásica como la de casi todos los conservatorios. Hay un diálogo muy interesante porque se trata del respeto por el otro, (pero) en la Academia hay una tendencia, por lo general, a subvalorar todo lo que no sea europeo, y entonces lo que no tiene esa ciencia o esa matemática les parece menor o artesanal, y la verdad es que los grandes compositores clásicos hicieron su obra basados en la música de la tierra, en la música popular. La música popular no se la inventa nadie, el bambuco no se lo inventa nadie, es algo que surge de la tierra, como las plantas de un sitio. La música clásica no se la inventa uno, es una matemática”. Ahora, ‘Teto’ Ocampo, que anda presentando sus propuestas musicales cada viernes en el restaurante El Ciervo y el Oso, en Bogotá, se prepara para acudir a una cita singular: fue invitado al festival Roskilde 2017, en Dinamarca, en donde ha brotado un particular interés por los experimentos musicales que se cuecen en Colombia. Allí han actuado diferentes grupos de la vanguardia sonora nacional.