Crónica del festival de jazz de Mompox

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www.eltiempo.com - MARTES 7 DE OCTUBRE DE 2014 - EL TIEMPO

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Mural que dejaron en Mompox los estudiantes de arte de la Unibac.

El ‘jazz’ siempre ha estado en Mompox Traer músicos de Luisiana o Los Ángeles a la cálida ciudad de la Santa Cruz puede parecer una decisión innovadora, pero la verdad es que hay un añejo vínculo histórico. Fotos y textos Carlos Solano Cultura y Entretenimiento

El eco de los pitos llamaba, a lo largo del cauce del río Magdalena, a los curiosos, que corrían a ver aquellos armatostes de metal que brillaban al sol. Entre 1910 y 1925, los comerciantes bajaban desde Barranquilla y Ciénaga en piraguas o en barcos a vapor, llevando con ellos las nuevas bandas musicales que a plena luz del día ensayaban con sus tubas y bombardinos estándares del jazz del Misisipi, como Second Line, además de mazurcas y polcas. Casi un siglo después, el sábado pasado, los momposinos de todas las edades se congregaron en la plaza, frente a la iglesia de Santa Bárbara para gozar de un megaconcierto con Fonseca y Alfredo de la Fe, en el que estuvo hasta la Señorita Bolívar. También vieron sobre la tarima a la Big Band, la de sus maestros, que le rindieron tributo al saxofonista Plinio Padilla, por décadas el profesor de solfeo, quien había fallecido apenas unas horas antes. Era uno de los últimos testigos vivos de una historia musical brillante, ligada con ese Misisipi que les llegó por el Magdalena. Al otro día, cuando Mompox apenas se levantaba tras el cierre de la tercera edición de su Festival de Jazz –que en efecto es también de músicas populares–, uno de los hijos de Padilla fue hasta la casa de otro maestro de la vieja guardia, el trompetista Víctor Rafael Pérez, a confirmarle que en el velorio tocarán La muerte elogiosa y Triste memoria para despedirlo como se lo merece. Mientras el ruido de las motos se cuela por la puerta de su casa, Pérez recordó que en 1958 se convirtió en alumno de Padilla, cuando este tocaba en la orquesta de El Tresillo, que actuaba de planta en el Teatro Colonial. Sus padres no lo habían dejado estudiar música antes porque temían que terminara de bohemio como muchos de sus contertulios. Lejos de eso, el químico de profesión se convirtió en uno de los músicos fundamentales de cada celebración de Semana Santa. En ese entonces, tener una

Vals, pasillos, mazurcas, polcas, eso era lo que se bailaba entre la élite, la ‘jai lai’; nos instalábamos en las salas grandotas de esas casas. Víctor Pérez, trompetista SOBRE LA HISTORIA DE LAS ‘BIG BANDS’

El festival puso a los momposinos a vivir el ‘jazz’ en las calles.

orquesta de planta no era un imposible, y lo mismo hacían otros teatros de la ciudad. La banda El Horizonte, por ejemplo, tocaba regularmente en el Teatro Mompox, y tenía una tarea única: era la que interpretaba en vivo la música de las partituras de las películas mudas. Pero entonces, recabando en su memoria, Pérez pensó en sus primeras aproximaciones a los instrumentos que habían sembrado esa curiosidad en él: “Tenían unas etiquetas que decían ‘Berlín’ de tal año; había una tuba que llegó de Checoslovaquia. Yo alcancé a conocerlos”. Los primeros habrían sido pedidos por un profesor alemán que llegó de Ciénaga y se estableció en Mompox hacia comienzos del siglo XX, para enseñar solfeo, pero se habría ido en 1946, según Pérez. De esas clases muy alemanas de solfeo se desprendió una costumbre: “En el centro había un piano en al menos el 50 por ciento de las casas. Se conservaron por mucho tiempo y ahí dictaban

clase; por eso, de ahí salió el hermano de mi abuelo, Horacio Tarcisio Rojas”. Entre las damas que tocaban el piano estaban Otilia Salcedo y sus hermanas, que fueron tías de un muchacho cuyo talento despuntó luego en la música nacional: Jimmy Salcedo.

Las dinastías El Magdalena era también una ruta natural para militares de la armada estadounidense que traían su propia música y de una u otra forma influenciaban a los círculos sociales de los puertos, en particular de la colonial Mompox. Una prueba de esa influencia: en la ciudad orfebre las primeras bandas fueron la Sucre y la Seis de Agosto, conformadas exclusivamente por maestros momposinos, de las que se desprendieron dinastías familiares de músicos como los Villanueva. La primera surgió en barrio abajo, mientras que la Seis de Agosto era de barrio arriba. Era común ver al ávido Benancio Villanueva con un armonio, escribiendo notas bajo un palo de tamarindo. Al principio, los músicos (casi todos eran joyeros, albañiles o carpinteros de profesión) estaban al servicio de las familias más prestantes, en una imagen un tanto cachaca: “Vals, pasillos, mazurcas, polcas, eso era lo que se bailaba aquí entre la élite, la ‘jai lai’ la llamábamos; nos instalábamos en las salas grandotas de esas casas para

El maestro Víctor Pérez es uno de los músicos que protagonizaron la época de gloria de las ‘big bands’ en la ciudad.

La Stooges Brass Band, de Luisiana, desplegó una sesión de vientos en la calle principal.

los bailes”, cuenta Pérez. Al mismo tiempo, se cocinaba otra revolución: Alejo Durán empezaba a recorrer la sabana con sus vallenatos. Y con la llegada de las radiolas y las traganíquel, como los llama Pérez, las orquestas empezaron a ser desplazadas de las casas y paulatinamente de los teatros, para dedicarse específicamente a las marchas francesas que suenan en las tradiciones de Semana Santa, lo que es considerado un gran honor. Sin embargo, muchos músicos querían seguir de parranda.

Nueva generación En 1961 nació la Jazz Band, con músicos de la extinta Orquesta Sucre, entre ellos el ‘flaco’ Adolfo Zambrano y el guitarrista Rafael Betancurt. Por otra parte,

los hermanos Ollada, los únicos descendientes de los Villanueva, crearon El Nuevo Horizonte. Pero a ambas el esfuerzo les dio hasta 1970. Entonces volvieron a sus oficios, sin abandonar los ensayos para los bailes de fin de año, que alcanzaron a vivir las siguientes generaciones de momposinos Algunos de los Ollada hicieron parte de esa reunión del sábado pasado. Pagaron su tributo a las leyendas, y el público los aplaudió. Todo, en el marco de un festival al que llegan más de 3.000 turistas y que convoca a todo el pueblo. Ese día, estrenaron el nuevo paseo de La Albarrada, que ahora es de adoquín y no de barro, como lo fue toda la vida. Una pancarta que agradecía la obra al presidente Santos, quien los acompañó en la inauguración del festival, decía: “A partir de ahora, Mompox le vuelve a dar la cara al río Magdalena”. Y como si fuera por el mismo río, los sonidos del Misisipi y de Luisiana volvieron, esta vez gracias a los Stooges Brass Band, cuyos integrantes no superan los 30 años de edad y parecen más un equipo de baloncesto. Ellos notaron que la gente los entendía cuando, en el estilo dixieland, tocaron una descarga de metales que se oyó por la llamada Calle del medio. Y también llegaron, como lo hacían las entonces debutantes Jazz Pasos Band, de Medellín (1927) y Jazz Band Orduy, de Cartagena (1921) –historias que recopiló el investigador Enrique Muñoz en su libro Jazz en Colombia, de editorial La Iguana Ciega–, la orquestas de jóvenes alumnos de la Universidad de Bellas Artes de Cartagena, muchachos que trajeron coros de góspel y formatos novedosos. Incluso ya dejaron huella al legarle a Mompox un mural alusivo al jazz. Por eso, lo que hace tres años parecía una insólita ocurrencia política del gobernador Juan Carlos Gossaín parece haberles recordado a los pobladores el gozo de esta música.


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