El indigenismo peruano

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Comunicaci贸n Cuarto de secundaria

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El indigenismo peruano Los años 20 en el Perú estuvieron marcados por la agudización de las contradicciones entre los nuevos sectores oligárquicos, encarnados en el gobierno de Augusto B. Leguía, y los campesinos, por un lado, y entre los sectores gamonalistas y terratenientes y los campesinos y la nueva oligarquía. Esto se traducía en el aumento de la explotación de la masa campesina y en el empobrecimiento de un cierto sector de las clases dominantes tradicionales del campo. Todo este cúmulo de tensiones sociales (y culturales) encontró su cauce de expresión en el tipo de novela llamado indigenista.

El

indigenismo

constituyó

un

vasto

movimiento intelectual, artístico y político de reivindicación social del mundo indígena que se desarrolló vigorosamente desde principios del siglo XX y tuvo amplia vigencia hasta después de mediados de dicho siglo (años 60). El indigenismo se constituyó en una forma de pensamiento cultural y artístico que se propuso representar y resaltar la realidad social, política, económica y cultural de los pueblos originarios en América Latina. Tuvo gran influencia, principalmente en la región andina, aunque también en Centroamérica y México, y ocupó un lugar protagónico en la escena pública particularmente desde los años 20—aunque sus primeras manifestaciones se puedan rastrear a finales del siglo anterior.

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José Carlos Mariátegui, en su libro Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana (1928), planteó que el indigenismo supone un movimiento de reivindicación y un abierto compromiso con las luchas contra la explotación social, política, económica y cultural de las que son objeto los indígenas de las diferentes regiones americanas. Ya en la literatura peruana Clorinda matto de Turner mostraba al indígena, su problemática y la lucha por su reivindicación, es recién en la obras de Jorge Icaza (Ecuador), autor de Huashipungo) y de López Albújar donde aparece el indio “de carne y hueso”, es decir un sujeto con dimensión psicológica y emocional, cercano al habitante andino contemporáneo. Entonces, es a partir de estos años que se va a ir produciendo una cada vez mayor aproximación al contexto material y simbólico de los pueblos originarios. No obstante, la obra de estos dos últimos autores, no constituiría estrictamente una literatura indigenista ya que se trata de la presentación de sujetos casi estáticos. Es recién con la obra de Ciro Alegría que estamos plenamente en el campo del indigenismo. Sus obras, por lo demás, marcan el paso de cómo lo que se ha llamado “indigenismo desde afuera” llega a convertirse en el “indigenismo desde adentro”; esto es aquella literatura que se propone desde una comprensión profunda e íntima de la cultura andina y del sujeto histórico que la produce

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Anexos 1

López Albújar: precursor de la literatura indigenista Fue el primer narrador peruano que se familiarizó con los best seller, como llaman ahora a aquellos libros que se venden como pan caliente. Sus Cuentos andinos y la novela Matalaché, sobre todo, alcanzaron en su época tiradas que excedieron los 20 mil ejemplares. Cifra que ahora, no obstante que el país ha multiplicado descomunalmente su población, está lejos de repetirse.

Enrique López Albújar nació el 23 de noviembre de 1872 en la hacienda Pátapo, de Chiclayo, donde trabajaba su padre. Sin embargo, a los tres meses de nacido sus progenitores –Manuel López y Manuela Albújar, ambos de ascendencia piurana– se trasladaron a Piura, y luego a Morropón, donde vivió hasta los 5 años, edad en la que volvió a la ciudad de los chifles. Allí hizo su educación primaria y retornó cuantas veces pudo durante su vida –de ahí que se considerara más piurano que chiclayano.

En Lima cursó los dos últimos años de secundaria en el colegio Nuestra Señora de Guadalupe, y los 17 años ingresó a la Universidad Mayor de San Marcos para seguir Derecho. En las aulas sanmarquinas se vio fuertemente atraído por la política y el periodismo, medio en el que escribió valientes artículos contra el militarismo que, en esa hora, encarnaban Remigio Morales Bermúdez y Andrés A. Cáceres. Junto 3


con José Santos Chocano, el poeta, y Mariano H. Cornejo, eminencia de la política de aquellos años, editó el semanario La Cachiporra, y luego colaboró en La Tunda.

En ese período afrontó dos juicios por delito de imprenta y fue encarcelado por haber publicado en La Tunda poemas antigobiernistas. Para colmo de males, siguiendo ese triste sino, su tesis de bachiller, titulada La injusticia de la propiedad del suelo, fue rechazada y, en ese trance, no le quedó más remedio que cambiarla por una nada conflictiva, que llevaba por título ¿Debe o no reformarse el artículo 4.º de la Constitución? Y así, a pesar de ese rosario de desazones, se dio tiempo para publicar su primera obra literaria: Miniaturas, libro de poemas.

En el amanecer del nuevo siglo volvió a Piura, donde se graduó de abogado ante la Corte Superior; lo que ahora debe sonar extraño, pero en esa época, al parecer, era factible.

La política y el periodismo siguieron envolviendo sus días. Por entonces era un fogoso militante del Partido Liberal, que lideraba Augusto Durand, y en ese carácter fundó un comité local del partido. Por otro lado, editó el semanario El amigo del Pueblo, en cuyas páginas libró memorables campañas contra el abuso y el cacicazgo. El hebdomadario fue clausurado por Leguía en 1908 debido a los berrinches que ocasionaban sus denuncias en los círculos del poder.

En 1911 desempeñó interinamente el despacho del juzgado, y luego fue profesor de Historia en el Colegio Nacional de San Miguel; entre los años 1915 y 1916, volvió a su primer amor: el periodismo, para dirigir, esta vez, el semanario El Deber. En esa coyuntura fue llamado por Durand, a la sazón propietario de La Prensa, para que se encargara de la jefatura de Redacción del diario. Y ejerció ese cargo solo

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por unos meses, pues, a esa altura de la vida, lo empezó a seducir más la magistratura. En 1917 viajó a Huánuco como juez de Primera Instancia y 5 años después a Piura, donde, en 1928, fue promovido a la fiscalía interina de la Corte Superior de esta ciudad; de ahí, pasó como vocal, a las cortes de Lambayeque y Tacna hasta obtener, en 1947, su jubilación.

Durante el tiempo que ejerció sus funciones de magistrado, López Albújar no dejó de escribir poemas, novelas y cuentos. Como juez, en diversas regiones del país, especialmente del Ande, recogió historias, dramas y problemas sociales –como el abuso y el maltrato al indio en su tierra–, que luego volcaría en una docena de obras.

Su temperamento y amor por el aborigen de nuestra tierra primó en su producción literaria. Y en esa suerte fue el escritor que inició, en el siglo XX, la nueva corriente indigenista de la narrativa peruana.

Cuentos andinos, publicado en 1920, es, a no dudarlo, su obra cumbre, en tanto Matalaché, su novela más difundida, ha sido llevada al cine y la televisión. De su manojo

de

libros

sobresalen

El

hechizo

de

Tomayquichua,

De

mi

casona, Calderonadas, Los caballeros del delito, y entre otras, Las caridades de la señora de Tordoya, cuentos laureados con el Premio Nacional de Literatura 1955.

Rendido por el peso de los años, ya convertido en el patriarca de las letras, partió a la eternidad el 6 de marzo de 1966. Contaba 94 años de edad. CARACTERÍSTICAS LITERARIAS o

Inicialmente escribió cuentos de carácter modernista y generalmente fantásticos. 5


o o

o

"Cuentos Andinos", es la primera obra importante que marca el inicio del indigenismo Sus relatos, centrados en la vida de los indígenas narraba muchas veces historias violentas, influido por el realismo, y no exentos de prejuicios. Da a conocer al indio, como primer personaje, sin el tratamiento paternalista como había ocurrido en el pasado, sino como verdadero ser humano; resaltando sus virtudes, sus vicios y, sobre todo, su humanidad.

OBRAS o o

o o

"De mi casona", (1924). Libro de memorias. "Matalaché", (1928). Novela de carácter naturalista, sobre un tórrido romance entre una criolla llamada María Luz y un esclavo: José Manuel; durante la Independencia del Perú. "El hechizo de Tomaiquichua" , (1943) "Nuevos cuentos andinos", (1927)

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LA CAZA DEL PUMA Calemar no duerme. El puma encantado recorre el valle en todas direcciones y cada día te mayores fechorías. Asaltó la majada de los Cárpenas, matando cuatro cabras por puro gusto. En un gramalotal amaneció tenido un asno al que había abierto el cuello de una feroz tarascada y devorado el pecho. Un perrillo fue más osado que los otros murió también, pero éste de una dentellada que le destrozó el gaznate. El puma azul siembra el terror y la muerte. Los caballos y asnos duermen ahora a la puerta de las casas y los perros son golpeados para que se queden en los rediles, pero apenas sienten a la fiera, huyen a ladrar temerosa mente, restregándose contra las piernas de los dueños. Y los varones velan con las armas en las manos y las mujeres piden a Dios que destruya o aleje a la fiera. Más doña Mariana ha hecho mucho. No ha estado con las manos caídas o simplemente juntas y orando. Ella aguaitó, noche tras noche, hasta darse cuenta del sitio bajo de la empalizada por el cual entraba la fiera dando un ágil y elástico salto. Entonces, pensó en dos bastones de chonta y estuvo aguzándolos durante tres días sobre una piedra, pues su machete se abolló a los primeros golpes como una roca. Y han quedado los bastones de chonta estacados en el lugar donde la fiera debe caer después del asalto. Es una noche lóbrega en que llueve. Los hombres metidos en la obscuridad de sus chozas, hacen sonar de rato en rato garrotes y machetes. Doña Mariana, acuclillada tras la puerta de su bohío, vela; el Matarrayo está con ella, pero su hocico no profiere el más leve ladrido, por el bozal ceñido que lo aprieta. La espera se prolonga y debe ser muy tarde, porque algunos gallos cantan ya, cuando las cabras comienzan a balar y agitarse topeteándose contra los maderos de la empalizada. Ladran medrosa y coléricamente los perros y he aquí que, de pronto, se escucha un rabioso rugido. Las cabras del corral dan balidos en los que trema el terror, en 7tanto que Matarrayo lucha por abrir las fauces y tiembla.


Y sí, sí: ¡Ahora la fiera sigue rugiendo, ahora ha caído! La fiera se ha engarzado en una estaca por la panza y, rugiendo, se retuerce inútilmente tratando de zafarse al advertir la presencia de la mujer. El suelo está hecho un charco de sangre y doña Mariana, con un furor que se le vuelve candela en los ojos, coge un garrote y penetra en el redil gritando con todas sus fuerzas: - ¡Cayóooooo!... ¡Cayóooooo!... ¡Cayóooooo!... Los cholos, seguidos de sus mujeres, abandonan los bohíos y cuando llegan al redil de doña Mariana, ella está todavía golpeando el cráneo de la fiera al que ha convertido en un bollo sanguinolento. Una gran piedra que levantan y dejan caer sus manos temblorosas lo hacen reventar y los sesos saltan por todos los lados. Pero acaso sea suficiente: doña Mariana se arma de nuevo garrote y golpeando el hocico, el espinazo, las patas, la panza: -Toma dañino; toma, perjuicioso; toma, toma... Ciro Alegría Fragmento de “Serpiente de oro”

Domingo Tamariz Lúcar. Escritor y periodista http://www.elperuano.com.pe/edicion/noticia-precursor-de-literatura-indigenista16055.aspx#.ViEKBvl_Oko http://literaturaparaperuanos.blogspot.pe/2009/05/el-indigenismo.html

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