Tokio es una gigantesca metrópolis en la que también se esconden cafés, bares y clubes de jazz. Universos ajenos a la densidad y velocidad con la que se desplaza la gente sin rozarse en la calle. Islas rodeadas de asfalto en las que se ha creado una manera propia de disfrutar un género musical importado. Los japoneses han convertido en arte escuchar a Miles Davis, John Coltrane y Charlie Parker.
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GALO MARTÍN APARICIO FOTOGRAFÍAS: FELIPE HERNÁNDEZ
WELL jazz ok 2
13/8/19 10:22
TOKIO JAZZ
Un extranjero en Tokio encuentra los locales de jazz con paciencia y de casualidad. Suelen refugiarse en calles estrechas sin nombre y ocupar el sótano o la primera o segunda planta de un edificio. Parecen logias masónicas secretas en las que sus miembros se reúnen en silencio para escudriñar vinilos, actuaciones en vivo y lecturas sobre este tipo de música que hace estallar la cabeza de gusto a sus incondicionales. La señora Miyo Suzuki nos cuenta que se enamoró para siempre del jazz la primera vez que lo escuchó por la radio siendo una adolescente. Desde hace 15 años es la propietaria del Jazz Bird, su pequeño club en Tokio con el que homenajea a Bill Evans, Chet Baker o Dizzy Gillespie, y en el que las bandas tocan jazz clásico en directo. Esta noche el público es una persona y no se echa de menos a nadie. Una mezcla de solemnidad y supervivencia es lo que se respira en el ambiente entre notas endiabladamente improvisadas y las palmas al aire que da
la señora Suzuki. Nosotros, también ella, nos quedamos con las ganas de que se ponga a tocar el piano que hay delante de la banda. Escuchar a Oscar Peterson, Duke Ellington y Keith Jarrett, entre otros muchos, es un placer íntimo que los japoneses gozan como monjes desde los años 20 del siglo pasado. En aquella esquizofrénica década comenzó a dar vueltas sobre un gramófono una pizarra de jazz de 78 revoluciones por minuto (rpm). Su efecto fue epidémico. Una plaga que entró por las ciudades portuarias de Osaka y Yokohama. Estuvo en cuarentena durante la II Guerra Mundial al tratarse de un veneno, compuesto por acordes y melodías furiosas y libres, inoculado por el enemigo: EE UU. Después de la contienda bélica, los soldados estadounidenses ocuparon Japón y dejaron una gran colección de discos que hizo que la afición por el jazz se extendiera también por Kobe, Nagoya y Tokio. Aquello fue un fenómeno cultural, musical y social, basta con mirar cómo los japoneses se relacionan con este género para entenderlo. "Siendo universitario solía ir a un jazz kissa. Con pedir una taza de café podía escuchar el LP que quería durante cerca de dos horas. Este tipo de sitios me llenaba de emoción", nos dice el señor Toru Takagi (68 años), ex director de la oficina en Madrid de JTB Viajes Spain y aficionado al jazz. Los jazz kissa o jazz café solo existen en Japón y empezaron a abrirse a finales de los años 20. Son cafés pequeños, algunos diminutos, en los que toman
LOS 'JAZZ KISSA' SON PEQUEÑOS CAFÉS CONSAGRADOS A ESTE GÉNERO MUSICAL asiento los obsesos del jazz para leer viejas revistas y libros y escuchar la colección de álbumes raros que tienen los dueños de estos nostálgicos locales. "Los discos importados eran caros. Los jazz kissa se convirtieron en escondites en los que los amantes del jazz se relajaban y aprendían sobre las nuevas tendencias del género", nos explica el neoyorkino locutor y escritor James Catchpole, quien ha vivido en Japón la mayor parte de los últimos 22 años, tiempo en el que ha conducido la web tokyojazzsite.com y el programa de radio Tokyo Jazz Map (www.jjazz.net). En las paredes de estos santuarios del jazz cuelgan fotos antiguas y carátulas de discos, una puesta en escena museística sin reglas. Espacios anacrónicos, algunos sin ventanas, en los que los fieles del jazz se adentran para experimentar la apreciación pura del acto de escuchar. Igual que una especie en peligro de extinción, cada día que pasa hay un jazz kissa abierto menos. Los vinilos todavía giran en el Samurai, Milestone y el Old Blind Cat. En este último trabajó de joven Haruki Murakami. Antes de convertirse en escritor, abrió su propio bar de jazz en un sótano cerca de la tokiota estación de tren de Kokubunji. Este tipo de sitios no han encontrado acomodo en sus libros. Los personajes de Murakami prefieren alternar en bares modernos como Maduro. Su estética es la de un lujoso club de jazz más sofisticado que genuino y con un aforo mayor que los jazz kissa (108 personas). Se encuentra en la cuarta planta del hotel Grand Hyatt Tokyo, en la zona de ocio nocturno de Roppongi. Mientras la vocalista de la banda susurra al micrófono, dos mujeres en la barra toman un cóctel cada una y se divierten mirando sus teléfonos móviles y hablando. Nadie se lo reprocha ni con un gesto ni con
la mirada. En Maduro la música parece una bella impostora. Nada que ver con el Blue Note Tokyo, satélite de la madre nodriza que se encuentra en el neoyorkino Greenwich Village. Dar con este club es más sencillo, mucha gente ha oído hablar de él, les guste o no el jazz. Al cruzar el umbral de la puerta hay que bajar unas escaleras flanqueadas por retratos de los músicos y cantantes que por aquí han pasado. No tenemos la sensación de estar en un sótano, todo brilla, reluce, y respirar no es una meta inalcanzable. El orden y la limpieza del sitio impactan. Un hombre mide la distancia entre las mesas de la sala y una mujer busca restos de suciedad con una linterna. Las mesas son cuadradas y de madera, para cuatro y dos personas, decoradas con una vela en el cen-
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tro. Debajo de las sillas hay unos cajones para depositar los bolsos, abrigos, maletines y demás pertenencias de los clientes. Natsuko Tanaka, Club Manager del Blue Note Tokyo, nos dice que hay dos tipos de clientes: "El que le gusta el jazz y el que quiere formar parte de este mundo porque le parece interesante y está de moda". Estos últimos vienen al Blue Note a socializar y hacer negocios; a los primeros también se les puede ver por el mítico Pit Inn, en la zona de Shinjuku. Una sala de conciertos ahumada y prieta, en la que se juntan algo más de 50 personas entre veteranos y jóvenes aficionados al jazz. Un público con el carnet de escuchante profesional. Los japoneses no se han limitado a adoptar un rol contemplativo ante el jazz. Músicos locales como Sadao Watanabe, Chihiro Yamanaka y Toshiko Akiyoshi han tenido y tienen la oportunidad de desarrollar y explotar su talento en este género. En los cafés, bares y clubs también suena su jazz. Porque, en Japón, escuchar esta música es igual a tocarla.
LOS PEQUEÑOS CLUBES DE JAZZ DE TOKIO ESTÁN EN PELIGRO DE EXTINCIÓN
Turismo de Tokio www.gotokyo.org/es ¿Cómo ir? La compañía aérea Turkish Airlines (www.turkishairlines.com) y su chef a bordo vuela desde Madrid a Tokio. El vuelo hace escala en Estambul, ciudad que desde el mes de abril de 2019 recibe a los pasajeros en el Nuevo Aeropuerto. Este megaproyecto está previsto que finalice en 2028. Para entonces se convertirá en el mayor aeropuerto de vuelos internacionales del mundo e incorporará oficinas, hoteles y tres centros: de salud, comercial y de exposiciones y convenciones. ¿Dónde dormir? Keio Plaza Hotel (www.keioplaza.co.jp) es un hotel de lujo ubicado en la zona comercial y de ocio de Shinjuku. Sus habitaciones son amplias, lo que no es la norma en Tokio. Los clientes VIP pueden registrarse a la entrada y salida sin esperar cola en la planta 45, donde también pueden disfrutar de un desayuno con vistas y por la tarde-noche una copa en el bar. Cuenta con piscina, gimnasio, centro de reuniones, tiendas y también ofrece a sus clientes actividades tradicionales japonesas.