Cómo ser un tipo normal de fama mundial Álvaro Morte: “He visto gente tatuándose mi cara en el pecho al otro lado del mundo”
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Los food trucks, además de un giro estético y sofisticado de los puestos de comida callejeros, también son un negocio. Existen empresas que se dedican a reciclar vehículos abandonados para otorgarles este y otros usos. Street Trucks es una de ellas y nos ha abierto las puertas de su garaje para enseñarnos qué y cómo lo hacen. POR GALO MARTÍN · FOTO DANIEL MARTORELL
RUEDAS ¡PIIII!, ¡PIIII! El sonido del claxon de una furgoneta avisa a los vecinos de Espinosa de Villagonzalo (Palencia) de que el carnicero ha llegado al pueblo. Atentas, Maricarmen, Domitila y Maruja salen de sus casas para hacer el acopio semanal de carne. Diego, además de conducir el vehículo, corta el género y despacha la clientela. La furgoneta es una carnicería totalmente equipada y ambulante. Vamos, lo que hoy conocemos con el nombre de food truck pero, en este caso, más rural y sin fotogenia, cuyo objetivo es moverse para la caza y captura de los clientes. Y es que estos vehículos han existido toda la vida, aunque, ahora, las food trucks estacionadas en recintos cerrados con motivo de un evento gastronómico lucen en las redes sociales y permanecen paradas esperando a que los clientes se acerquen a ellas. MadrEat fue el pionero de ese tipo de eventos –a pesar de que, por desavenencias con el Ayuntamiento de Madrid, en la actualidad ya no se celebra–. En ellos, los asistentes dan una vuelta por el recinto; toman fotos instagrameables de las furgonetas que más les llaman la atención; escogen una con el menú que más les hace salivar; organizan la fila correspondiente para pedir la comida; y, finalmente, comen. Cada food truck que participa tiene su estilo, ofrece una carta y cuenta una historia sobre sus ruedas. Como la de Kitchen On The Road, la food truck de Decuatro Catering. Rafael Girón, uno de los propietarios de dicha empresa, recuerda que siempre le han llamado la atención tanto los vehículos que al abrirse toman una forma bastante colorida y ofrecen comida y bebida en las verbenas de los pueblos como, también, esas food trucks que aparecen en las películas estadounidenses. A modo de experimento, participaron en la primera edición de MadrEat, les enganchó la experiencia y repitieron. Rafael cuenta que estuvieron presentes con una Mercedes ochentera (L407) que describe como “un tanque alemán diésel, con una mecánica indestructible”. En aquel armatoste, lento y ruidoso, se alojó Kitchen On The Road, desde donde tentaron a la clientela que pasaba por delante con un curri rojo de langostinos y pollo y un bocadillo de pan artesanal con pulpo en tempura y mayonesa de wasabi. Precisamente esa propuesta mixta de ocio y gastronomía que era el festival MadrEat, un éxito mientras duró, es la que le hizo ver la posibilidad de un negocio rentable a Patricio Bustamante. Aquel festival fue el germen de la empresa de la que es cofundador desde el pasado año 2015: Street Trucks. Su socio y él comenzaron a explorar el mercado y vieron que,
fuera de España, las camionetas de comida tenían y tienen tirón; entonces, se preguntaron, ¿por qué aquí no? Y se pusieron a funcionar. Primero hicieron uso de un autobús escenario que ya tenían y compraron cuatro camionetas con la idea de alquilarlas. Estos vehículos no son más que la nueva versión de la cocina callejera y de la venta ambulante que, como decíamos, siempre ha existido. En Estados Unidos, los inmigrantes latinoamericanos y asiáticos, antes de conducir camionetas de comida y sofisticar el producto, empujaron y pedalearon carritos. Sobre esas cocinas móviles preparaban platos sencillos de sus países de origen: tacos, arepas, tallarines… que vendían a precios razonables a los oficinistas y trabajadores de Los Ángeles y Nueva York. En Bangkok, una escena urbana muy repetida es la de personas esperando para pedir una ración de pad thai en una esquina de cualquier calle. En Bruselas, son pocos los locales y visitantes que no hacen una parada en un puesto de patatas fritas y compran un cucurucho lleno de ellas. En Madrid, por su parte, los vecinos acuden con frecuencia, sobre todo durante los meses fríos, a las churrerías dispuestas en remolques colocados estratégicamente en un punto de paso de algunos barrios.
Chatarra: de regalarla a escasear
“Al principio, comprábamos chatarra de estética clásica estadounidense: Chevrolets, Cadillacs, autobuses escolares, caravanas Airstreams… vehículos de ese tipo”, afirma Patricio. Los desguaces y las bases militares estadounidenses de Torrejón en Madrid y Rota en Cádiz eran los centros comerciales a los que acudían a comprar dichos vehículos e incluso, a veces, hasta se los regalaban. Ahora, esos lugares están igual de vacíos que una carretera en la que solo se oye soplar el viento. Traer los vehículos desde Estados Unidos es complicado, caro y no están homologados para circular en España. Procedentes de Alemania, en cambio, sí han podido importar algunos. Los propietarios de las pocas antiguallas sobre ruedas que quedan incrementan sus precios de venta insuflando más aire a esta burbuja gastronómica. Patricio, por una furgoneta de reparto UPS, pagó 2.000 euros varios años atrás; hace poco, por otra igual, llegó a desembolsar 7.000. Cantidad a la que hay que sumar los arreglos para su puesta a punto y acondicionamiento para su nuevo uso, alrededor de 12.000 euros más. En este mercado, por tanto, llegó haber un boom. Se pensó que se trataba de un negocio sencillo: hacerse con una furgoneta,
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En este mercado hubo un boom. Se pensó que era un negocio sencillo: hacerse con una furgoneta y ganar dinero vendiendo comida. “La gente se lanzó a lo bestia a comprar caravanas”
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La fiebre de esta moda es tal que, en Nueva York, se disputa cada año un premio para la mejor camioneta de comida, son los Vendy Awards. Algunos los consideran la alfombra roja de los héroes de las food trucks del estado neoyorquino. Pero la empresa Street Trucks tampoco se queda atrás con la customización. Aquí un ejemplo de ello, aunque en su garaje hay muchos más.
aparcarla y ganar dinero vendiendo comida. “La gente se lanzó a lo bestia a comprar caravanas. Hoy en día, hay un número de food trucks en desuso alucinante”, sentencia Patricio. Rafael Girón, de Decuatro Catering, ante la pregunta de si merece la pena participar en un evento como, por ejemplo, MadrEat responde: “a nosotros sí, pero es una inversión muy alta –su furgoneta Mercedes les costó 4.000 euros, más 9.000 en reformas, de hecho, la han vendido y ahora alquilan una cuando la necesitan– para un tipo de mercado que, hoy por hoy, en España está perseguido”. MadrEat dejó de celebrarse y supuso que se fueran al traste las inversiones de muchos pequeños autónomos. Pero no es el caso de Street Trucks, que ha sabido y podido crecer más allá de exposiciones y ferias de este tipo. Aquel evento lo amortizaron gracias al alquiler de sus vehículos. Desde entonces, se han adaptado al nuevo mercado y han buscado otras vías de negocio más rentables para sus intereses, más allá de alquilar las camionetas de comida para diferentes festivales. Siguen comprando vehículos incluso más llamativos, de hecho, actualmente tienen 125. Patricio los describe como “vehículos vivos, para que la gente no se aburra de verlos”. Han pasado del alquiler a la publicidad como su fuente principal de ingresos. Las agencias que llevan la mercadotecnia de las marcas les contratan para que exhiban sus productos. Estos automóviles singulares funcionan como herramientas publicitarias para el cliente y para la propia Street Trucks. Las camionetas de la compañía han sumado a la venta de comida la de zapatillas y pantalones vaqueros, las hay incluso que se transforman en carrozas y desfilan en eventos como el del Día del Orgullo Gay. “Una carpa blanca ya no llama la atención. Sin embargo, un autobús escolar estadounidense adaptado, parado en la calle, sí”, apunta Patricio delante de uno. En la nave que Street Trucks tiene en un polígono industrial a las afueras de Leganés (Madrid) están aparcados los vehículos singulares que han fabricado a partir de la chatarra que han comprado. Ante la advertencia de amigos y empresarios de la zona de que alguien puede entrar y robarles, Patricio, sabedor de que sus vehículos tienen truco a la hora de arrancarlos,
lanza por respuesta un reto: “Que lo intenten. No salen de la puerta. Muchos arrancan sin llaves”. Lo que habla de la pericia que hay que tener en relación a la mecánica y conducción para formar parte de la plantilla de la empresa. De ahí que tengan como conductor a un ex piloto del rally Dakar. Esa misma nave, que está sin terminar, alberga la oficina de la empresa y, como los vehículos que alquilan, también es algo peculiar. Patricio y su equipo quieren que este espacio abra los ojos, genere expectativas y cree necesidades a sus potenciales clientes. Por eso, les cita aquí para las reuniones de trabajo. Las instalaciones por dentro recuerdan a un estudio cinematográfico de Hollywood. A los lados de una carretera con las líneas pintadas de amarillo que recorre el sitio están aparcados varios vehículos remodelados y otros de figuración: un coche de policía modelo Plymouth, un furgón AVIA, una camioneta de helados Beedford, un camión de bomberos Mercedes, una autocaravana Dodge, una caravana Airstream, la furgoneta del Equipo A, un coche fúnebre adaptado con una cabina para un pincha discos y hasta un submarino y dos avionetas. Tampoco falta una estación de gasolina y la cartelería típica de las carreteras secundarias de los Estados Unidos. Sin embargo, a pesar de que estas camionetas de comida son una moda y un giro estético, sofisticado e higiénico –dato importante– respecto a los puestos de comida callejeros, están reguladas bajo una legislación que antes no existía y que reconoce y autoriza a estos vehículos a la venta ambulante y al manipulado de alimentos en: mercadillos, ferias, fiestas populares o como puestos aislados. Nada de circular y detenerse a vender “pepitos” de ternera delante de la Embajada de la India en Madrid. Lo que hoy hace el empresario hostelero Rafael Girón cuando alquila una camioneta de comida a empresas como Street Trucks o, incluso, la labor de Diego al volante de su furgoneta por un pueblo cualquiera de la España más profunda, antes lo hicieron otros subidos a un carro tirado por un burro cargado con una alforja. Los food trucks son una moda con ADN que ha vuelto, innegablemente, para quedarse. Aunque, en realidad, no podemos olvidar que siempre han estado ahí.
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