ENTRE PAISAJES DE MUSEO
Un viaje en coche en el que las distancias se miden en tiempo y atraviesa escenarios que inspiraron a Gaudí, Miró y Picasso. El recorrido, con inicio y fi nal en la estación de Camp de Tarragona, se detiene en Reus, Mont-roig del Camp, Horta de Sant Joan y el delta del Ebro por Galo Martín Aparicio fotografía Belén de Benito
La Costa Daurada y las Terres de l’Ebre, en Tarragona, atesoran paisajes geográficos y emocionales que influyeron en Gaudí, Miró y Picasso. Artistas que en Reus, Mont-roig del Camp y Horta de Sant Joan se sanaron e inspiraron. Lugares que fueron decisivos en sus procesos creativos. Entornos a los que no dejaron de regresar para seguir creando sus obras de arte. Obras fruto de una observación sensible y exhaustiva de lo que los rodeaba: el cloqueo de las gallinas, el trino de los pájaros, el zumbido de los insectos, las montañas, el campo y el mar. Una tierra atravesada por carreteras secundarias que discurren entre olivos, vides, almendros y algarrobos y en las que se suceden elevados pueblos de piedra. Paisajes universales que pasaron a ser eternos gracias a Gaudí, Miró y Picasso.
Esta inspiradora ruta arranca en la estación del AVE de Camp de Tarragona, a 25 minutos en coche de Reus por las carreteras N-240 y T-11. Esta es una ciudad emprendedora, comercial y modernista, el estilo arquitectónico favorito de la burguesía local a la hora de construir sus casas a principios del siglo XX. Casas, como la Navàs, que no construyó Gaudí, oriundo de Reus. Durante los 16 años que pasó en ella aprendió a ver el espacio en los familiares talleres de calderería. A Gaudí le fascinaba contemplar cómo una plancha plana generaba volumen. Por otro lado, mientras se recuperaba de su reumatismo agudizó su sentido de la observación de la naturaleza. Viendo un árbol interpretó y diseñó una arquitectura innovadora que estudió en Barcelona. Ciudad natal de Joan Miró, quien concibió su obra en la masía familiar en la localidad tarraconense de Mont-roig del Camp. Aquí es donde decidió dedicarse a la pintura. El paisaje de Mont-roig y la masía que allí compraron sus padres son lugares clave para entender el proceso creativo de este artista tan arraigado a esta
tierra a la que volvería todos los años entre 1911 y 1976, salvo durante la guerra civil española.
Miró, antes de dedicarse al arte, lo hizo a la contabilidad. Hasta que su cuerpo y mente dijeron basta y acabó en la masía de Mont-roig, hoy convertida en Mas Miró, que incluye casa, gallinero, capilla desacralizada y su primer taller. Aquí no hay obra original del artista. Lo que el visitante observa son los modelos y el paisaje emocional que le inspiró y que convirtió en cuadros que hoy están expuestos en museos de todo el mundo. La pintura que resume su vida en el campo y lleva por nombre La masía.
La directora de Mas Miró, Elena Juncosa, invita a los visitantes a que después se acerquen a esos lugares que hay alrededor de la masía y que configuran la escenografía que Joan Miró inmortalizó en pinturas: la playa de la Pixerota, el propio pueblo de Mont-roig del Camp y la ermita de Sant Ramon de Penyafort, un cubo de piedra porosa del color del vino tinto que amenaza con desprenderse al vacío desde el siglo XVI. Un mirador desde el que asomarse y ver el Camp de Tarragona, horizonte que cambió el rumbo de un hombre silencioso y la historia del arte universal.
Pausa en la cartuja de Escaladei Como silenciosos eran los monjes que habitaron, desde el siglo XII hasta el XIX, en la retirada cartuja de Escaladei, en la zona del Priorat, a casi una hora de distancia de Mas Miró, dirección norte por las carreteras C-242 y T-702. Este templo cartujano es contemporáneo del castillo Miravet, a una hora de distancia por las carreteras N-420 y T-710. Una fortaleza templaria situada en lo alto de una loma, a 100 metros sobre el Ebro. Río que por ese punto se cruza a bordo de una barca formada por dos laúdes unidos en la que pueden embarcar personas y vehículos. Se cruce o no, el viaje prosigue por la carretera TV-3531 para llegar a Bot, estratégico lugar en el que pasar la noche en el hotel Can Josep. Desde aquí se toma la carretera T-334 y en 15 minutos espera Horta de Sant Joan.
Lo que sorprende al llegar a Horta de Sant Joan es que no hay ninguna huerta y sí un Museo Picasso. Toni Beltrán, químico de formación, maestro de almazara en la que elabora un excelente aceite de oliva virgen extra bajo la marca Identitat, cuenta que la primera estancia de Picasso a finales del siglo XIX no fue ni fácil ni cómoda. A Horta fue por primera vez con 16 años porque Manuel Pallarés, un compañero de clase en Barcelona, le dijo que el clima de su pueblo le iba a venir bien para tratarse la escarlatina que padecía. Era el verano
El paisaje de Mont-roig y la masía que allí compraron los padres de Miró son lugares clave para entender su proceso creativo
de 1898, y los dos se instalaron en una cercana masía y en un refugio natural de pastores. En ese refugio, donde se quedó hasta febrero del año siguiente, el joven Pablo se dio cuenta de que con sus dibujos figurativos no iba a ninguna parte. Sabía que tenía que pintar de otra manera, lo que todavía no sabía es que esa otra manera iba a ser el cubismo. En la cueva pintó el pueblo y su gente, mientras tanto se curó y se fue a París. Regresó en mayo de 1909 siendo ya Picasso, un pintor reconocido y cubista. Entonces le acompañó su novia, Fernande Olivier. Mientras él pintaba, ella se iba al bar a jugar a lo que estuvieran jugando los hombres. No tardó en volver a irse. La siguiente vez, en lugar de ir él, fue el alcalde y una delegación del pueblo a buscarle a Cannes, en 1969, y se trajo de vuelta su promesa de conformidad para abrir un Museo Picasso en Horta de Sant Joan (donde no cuelgan originales, sino reproducciones). Un pueblo a una hora de distancia del delta del Ebro por la carretera C-12.
Flamencos, arrozales y sake en el delta
El delta del Ebro es una isla verde, húmeda, sin apenas sombra, repleta de mosquitos y que forja carácter. Un sitio aislado. Está dividido por una mitad norte y otra sur, y atravesado por el Ebro. Por la combinación de agua dulce y salada existe aquí una rica biodiversidad de aves, entre las que destacan los flamencos. Estos son más fáciles de ver buscando comida debajo del fango que volando, que es como mejor se ve el delta. Un delta que se compone de parque natural, núcleos urbanos y, principalmente, de arrozales. Campos de arroz par-
celados y que se pueden recorrer en coche, andando y en bicicleta eléctrica (Deltacleta), yendo por caminos hechos por los arroceros y que llegan a unas construcciones cúbicas blancas. En ellas los trabajadores guardaban los aperos de labranza, y hoy muchas son casas de fin de semana. Se sabe dónde hay una de esas casas por los árboles. Los árboles significan sombra, algo que escasea en este delta con una superficie equivalente a la de 21.000 campos de fútbol. Un espacio que sus habitantes tratan de explicar mostrando qué es y qué significa el delta del Ebro. Un sitio con tanto arroz que a Humbert Conti se le ocurrió elaborar sake y creó Kensho Sake. Una bebida que marida con un arroz del restaurante Lo Mut, con buñuelos o croquetas de anguila, pato, mejillones y ostras. Alimentos, además del aceite y la sal, que provee un río clave y, por momentos, invisible en el delta. Un accidente geográfico de la naturaleza, la misma a la que decía Gaudí que hay que volver para ser original. En nuestro caso, es el momento de regresar a la estación de Camp de Tarragona.
El joven Picasso llegó a Horta de Sant Joan en 1898 para curarse de la escarlatina. Regresaría años después ya como reconocido cubistaDetalle de la arquitectura modernista de la Casa Navàs, en la localidad de Reus (Tarragona).