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Miércoles 30.11.22
DESTINOS
En una escala a las Américas de tan solo seis días, el científico prusiano inventarió y exprimió la isla
Varios turistas pasean por los senderos del Parque Nacional del Teide. EFE/Cristóbal García
Alexander von Humboldt y la semana que pasó en Tenerife GALO MARTÍN APARICIO
Canarias. Su estancia en la isla en 1799 le permitió reunir infinitas muestras de naturaleza y coronar el Teide
La localidad de La Laguna al atardecer. photolinda
L
as Canarias son una región ultraperiférica de España y fueron un laboratorio. En el archipiélago se ensayaba lo que después se hacía en América y al revés, se probaba a ver cómo respondían los cultivos americanos antes de enviarlos a la Península. Esa condición experimental, además del Teide, hizo que Alexander von Humboldt quisiera hacer escala en Tenerife de camino a Centroamérica y Sudamérica. La suya no fue una estancia como la de los ricos ingleses que cambiaron su oriunda isla
por aquella selva de laureles, madroños y pinos que es Tenerife para tratarse sus tuberculosis, tisis, gotas y reumatismos. Aquella parada insular, a la sombra del Teide, la exprimió e inventarió. Caminó, observó y recopiló mucho material, sobre todo ideas. Se quedó seis días y visitó Santa Cruz, La Laguna, Puerto de la Cruz, el valle de La Orotava e hizo cumbre en el Pico del Teide. El científico prusiano atracó en la rada de Santa Cruz el 19 de junio de 1799. Desembarcó animoso de la corbeta Pizarro, que
La playa virgen de Los Patos en La Orotava. JUAN GARCIA CRUZ-
la Corona Española puso a su disposición, junto a su compañero Aimé Bonpland y los artilugios de los que nunca se separaba y con los que medía lo que ansiaba conocer. Entre su peculiar instrumental había un teodolito, una herramienta para medir el ángulo de un plano horizontal o vertical; un barómetro para medir la presión atmosférica; un termómetro para conocer la temperatura; un cronómetro para calcular el tiempo y un cianómetro que servía para calibrar el azul del cielo. Eso no era todo... Acarrea-
ba, además, con unos anteojos, un sextante para determinar el ángulo de cualquier cuerpo celeste en relación con el horizonte y un cuaderno en el que registraba absolutamente todo lo que llamaba su atención: dragos, líquenes, helechos, retamas, violetas de alta montaña y la variación del clima, entre otras muchas cuestiones.
UN ‘TREKKING’ HISTÓRICO Por aquel entonces Santa Cruz no era la capital de la isla, tampoco una ciudad próspera. Lo que
sí era un puerto comercial en el que vivían pescadores y gente humilde. De aquella sauna turca, Humboldt y compañía se fueron a La Laguna, a unos 15 kilómetros de distancia y a 550 metros de altura sobre el nivel del mar. Una ciudad fresca, llana, sin fortificar y capital de Tenerife. Su centro histórico está planificado de manera racional, con calles anchas en las que los edificios, de tea y piedra volcánica, tienen cuatro plantas, como máximo, y están preñados de balcones. De La Laguna se fue al Puerto de La Orotava, hoy Puerto de la Cruz. Allí buscaron guías locales para que les acompañasen y mulas para que cargasen con el equipaje de cara a la ascensión al Teide que tenían previsto realizar al día siguiente. Una ascensión que arrancó en la playa de arena negra del Muelle, en Puerto de la Cruz, a poco más de 30 kilómetros del Teide. En la isla de Tenerife las plataneras y la nieve casi se tocan.
UN LABORATORIO AL RASO El Pico del Teide es una pirámide volcánica oculta en parte por lo que se conoce como panza de burro. Nace en el fondo del océano, a 3.000 metros de profundidad, y se eleva por encima del agua 3.718 metros. Antes de hacer cumbre, Humboldt cruzó lo que se denomina Malpaís, un terreno desprovisto de tierra vegetal y cubierto de fragmentos de lava. Llegó a la Rambleta, el borde del primer cráter, a 3.550 metros de altura. Hace nueve siglos aquí terminaba el Teide. Creció un poco más por una serie de erupciones acaecidas en la Edad Media que con los restos amontonados crearon un nuevo pico. Hoy, es el lugar donde los excursionistas se apean del teleférico, cuando las condiciones climatológicas lo permiten, y encaran el tramo final de la ascensión hasta la cima. Un cono desértico en el que solo crece la retama blanca. En la cumbre, Humboldt, al que le interesaba más saber que respirar, midió todo lo que se podía medir al amanecer, bajó y se fue de Tenerife. Continúo su viaje a lugares en los que no conocía ni nada ni a nadie, pero que intuía que estaban conectados. Como desde entonces lo están la isla de Tenerife y este intruso entre los científicos, como se describía así mismo Humboldt, quien atesoraba conocimientos ilimitados de geografía, astronomía, física, etnografía, zoología, climatología, oceanografía, cartografía, geología, botánica y vulcanología. Todo un rebelde del saber.