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RESCATADORES DE RÓTULOS T / Galo Martín F / David Mairena y Raúl Díaz Son información y publicidad. Y cada uno de ellos ha hecho de la ciudad un lugar rico en historias. Pero con su desaparición y sustitución por negocios franquiciados, los barrios están perdiendo memoria y personalidad.
pacograco.org
El paso del tiempo arruga a las personas, legitima un chiste y revaloriza una pintura. El envejecimiento es tan real como los avances de la ciencia para frenarlo, en el caso de la comedia hay cómicos más honestos que pacientes y en el del arte son unos pocos los que saben si lo que contemplan es una mediocridad o una piedra preciosa. A finales del siglo XIX, los pósteres que diseñó un desconocido Alphonse Mucha para promocionar una obra de teatro, fueron arrancados de las paredes de las calles de París por coleccionistas que adivinaron que a sus casas se llevaban una copia del primer ejemplar de lo que se conocería como estilo Mucha. En el siglo XXI, en Madrid y otras ciudades españolas, están cayendo en el olvido y desapareciendo de las fachadas aquellos rótulos de los negocios históricos que cierran por jubilación, venta y/o traspaso; y, con ellos, sus historias, la memoria de la ciudad. Joyas tipográficas acomodadas en mármol, vidrio, madera y plástico que están yendo a parar a contendores de obra. Alberto Nanclares, de Basurama —basurama.org—, y Jacobo Cayetano García, de Zuloark —zuloark.com—, los rescatan como si fueran linces en peligro de extinción. Muchos de los que salvan están destrozados. Los rescates son frecuentes y la transformación de las ciudades en centros urbanos homogéneos y sin carácter es constante. Esta labor de socorro la hacen coordinados en el proyecto Paco Graco, una iniciativa que homenajea a su tío, rotulista que falleció en 2016, a todos los rótulos de España y a sus artesanos. La ambición es la de recuperar el mayor número posible de esos carteles de los comercios que cierran y configurar, por una parte, un archivo vivo de rótulos, tanto de los que siguen luciendo como de los que no; y, por otra, un museo permanente en Madrid, igual que los que hay en Berlín, Varsovia, Los Ángeles y Las Vegas. Paco Graco es un proyecto de defensa y protección del amenazado patrimonio gráfico comercial, una familia extensible en la que también se incluyen Mercedes Moral, Guillermo Borreguero, Manuel Domínguez y la asociación Red Ibérica en defensa del patrimonio gráfico. Este último colectivo surgió al ponerse en contacto un grupo de personas que, cada uno por su lado, hacían fotos a los rótulos de negocios y después las colgaban en sus respetivas cuentas de Instagram. De esta manera, cada uno vio que no era él o ella los únicos que hacían ese tipo de fotografías. Encontraron compañía virtual que pronto se convirtió en algo físico y organizado. Rosa Carril (@carril___conga), diseñadora gráfica, cuenta
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HAY UN VÍNCULO ENTRE EL NEGOCIO, LA GENTE Y EL RÓTULO. Y CUANDO, DE ALGUNA MANERA, ESTE INCIDE EN LOS VECINOS DEL BARRIO, SE LE PUEDE CONSIDERAR PATRIMONIO
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que empezó a fotografiar rótulos porque le gusta la tipografía. Una afición que derivó en un ejercicio de observación. Empezó a darse cuenta de que, a pesar de haber pasado muchas veces por delante de algunos de ellos, nunca se había fijado en sus letras, acabados y en las técnicas con las que están hechos. En la actualidad, Rosa y sus amigos de Feten Letters (@fetenletters) quedan para irse de safari a buscar rótulos por Madrid. Exploran calles, bocacalles, galerías comerciales y de alimentación, pasajes… y siempre echan un ojo etrás de los andamios. Valor añadido
En la madrileña calle de Narváez, Rosa me muestra cómo los rótulos que quedan se están convirtiendo en los irreductibles galos. La librería Libros y su rótulo de cristal enmarcado en metal, los grandes tubos de neón de la tienda de fajas y ropa interior de mujer Ángela Ruiz, el pequeño neón de la floristería La Gardenia y una farmacia en la que su propietario ha conservado y empleado, a modo de decoración interior, las antiguas letras que conforman la palabra ‘farmacia’. También me enseña rótulos de madera, plástico y vidrio tan deteriorados como olvidados. Rosa me cuenta que hay rótulos que parecen originales pero que, en realidad, están tapando a otros anteriores. Hay casos de rótulos de cristal antiguos tapados por vinilos de tiendas de recuerdos en los alrededores de la plaza Mayor de Madrid. Otros ni se ven, como el de Calzados Dorado, en un edificio en obras, del que la diseñadora me dice que es su custodio. Su ángel de la guarda. En ese momento, ella y sus compañeros se hicieron eco de la labor de rescate y conservación que realizan Alberto y Jacobo. Una especie de ‘Equipo A’ que cuenta con todo lo necesario para salvar a estos grafismos que están en peligro de destrucción: un almacén en Santa Cruz de la Zarza (Toledo), la furgoneta de “Borre”, andamios, herramientas y
voluntarios. Esa sinergia entre los caza-rótulos y los rescatadores es clave para que el proyecto Paco Graco siga adelante y los rótulos desempeñen una nueva función despegados de las fachadas. Los comercios especializados, los almacenes de materiales de construcción y las tiendas de productos de primera necesidad que antes ocupaban el centro de las ciudades, hoy son las franquicias que se repiten en Londres, Roma y Viena, por poner tres ejemplos. Ya no hay diversidad comercial ni identidad urbana. Los rótulos no están protegidos por patrimonio, sí las fachadas. Es complicado obligar a los nuevos propietarios a que conserven el rótulo del anterior negocio: es posible que no les interese y es seguro que hacerlo les cuesta dinero. Sin embargo, en Madrid se pueden ver rarezas como el Bingo Las Vegas o la heladería de la calle Ruda. Un negocio que ocupa dos locales en una fachada protegida y cuyo nuevo propietario ha restaurado y conservado los rótulos de los dos negocios anteriores: Saneamientos Rodríguez y Droguería Manila. Un caso similar es el de la escuela de música El Molino de Santa Isabel, que ocupa un local de doble fachada con un gran rótulo donde se lee Curtidos Baranda en letras fabricadas con pan de oro. Para saber que se trata de una escuela hay que hacer un esfuerzo y afinar el oído. Carmen Vela, una de las propietarias, considera que el rótulo está por encima de su negocio. No solo por el material con el que está hecho, sino también por su significado histórico-artístico. Mientras lo contemplamos me cuenta que, cuando abrieron, mucha gente les preguntó qué iban a hacer con ese rótulo, ya que les extrañaba que quisieran conservarlo. Pero Carmen me dice que es una artesanía que crea una identidad y fusiona la escuela con lo que fue. Es un valor añadido que, además, revaloriza la calle de Santa Isabel. Rótulos como el de Curtidos Baranda, que no consta en la fachada original registrada, ya no quedan y su conservación, restauración y protección depende de particulares como Carmen. Era cuestión de tiempo de que su camino y el del proyecto Paco Graco se cruzasen.
Artesanos de lo vintage
Los rótulos son historia, cultura y artesanía fina. Detrás de ellos hay alguien que ha tomado unas decisiones de diseño, un trabajo tipográfico y técnico preciso. Dependiendo de las calidades de los materiales se puede adivinar la durabilidad de ese rótulo. Ahora todo es de usar y tirar. Obsolescencia programada por defecto. Tom es un rotulista inglés afincado en Madrid desde hace algo más de veinte años. La mayor parte de su tiempo lo pasa en su taller, Freehand Lettering and Art (@freehandmadrid), en el barrio de Malasaña, interpretando y pensando qué tipo de rótulo encaja con cada una de las fachadas que le han confiado sus clientes. No soporta el mal diseño y, aunque no está en contra del plástico, cree que la gente está harta de ver grafismos comerciales hechos con vinilo, de manera digital. Tom es un analógico convencido, trabaja a mano, no tiene ordenador, ni página web. Sus herramientas son un tiento para apoyar la mano, metro, papel, lápiz, reglas, pinceles, tiza, carboncillo, esmalte, vidrio, madera, cobre, contrachapado, plata y pan de oro —falso y auténtico—, y el ojo. El boca-oreja le funciona muy bien a la hora de conseguir nuevos clientes, así como los que se acercan a hacerle una visita a su taller. El rótulo que cuelga en la fachada es una combinación de elementos de Jimi Hendrix y Alphonse Mucha. Dan ganas de arrancarlo y colgarlo en el salón de casa. Todo lo contrario que el taller de Diego Apesteguia, que pasa desapercibido en la calle Athos, en la zona de Puerta del Ángel. Su negocio se llama Rotulación a mano (@rotulacionamano) y ocupa un local que antes fue una imprenta. Dice que la denominación “a mano” se le ha quedado corta. Este grafitero ya retirado es un hombre orquesta: diseña, produce, monta e instala rótulos que realiza haciendo uso de las herramientas que le brinda la tecnología para que su trabajo sea más rápido y versátil, sin perder calidad ni finura en el resultado final. Hace uso de un ordenador con un software gráfico, plotter de corte, pinceles, esmaltes y pan de oro y plata real, que aplica en soportes de vidrio, madera, pizarra, plástico y metacrilato. La manera romántica que tiene Tom de entender su trabajo y la tecnológica al servicio del rótulo de Diego contrasta con el pragmatismo con el que Jacobo, de Zuloark, lleva a cabo su labor de rescate en el proyecto Paco Graco. Él se mueve por un impulso conservacionista. No le preocupa ni el material ni la técnica con la que están hechos los rótulos. Le interesa el vínculo entre el negocio, el rótulo y la gente. Cuando incide de alguna manera en la gente, se le puede considerar patrimonio. El safari improvisado que me organiza Jacobo en los alrededores de Callao, a diferencia del de Rosa, apela más a la emoción personal que le transmite el negocio y el rótulo: la cervecería La Alegría, la Librería de los Bibliófilos —en la actualidad, una tienda de ropa que conserva el rótulo antiguo— y el Aquarium Terrarium, que da nombre a un curioso lugar que hacía las veces de laboratorio y en el que había tortugas milenarias, serpientes y arañas en espacios diminutos. Cerró en 2016, después de permanecer 60 años abierto. Cerrar, abandonar, olvidar, destrozar, romper, deshacer, son verbos que su conjugación liga muy bien con los rótulos de esos negocios del mundo de ayer. Para Jacobo no es una pena que los rótulos desaparezcan, es lo que toca. Dice que no se puede hacer un proyecto como el de Paco Graco desde la perspectiva de la nostalgia. No podemos pedir ni esperar que el dueño de aquella antigua tienda de nuestro barrio siga arreglando unas radios que ya nadie enciende. Por eso, Jacobo y Alberto, trabajan en el rescate y la conservación de esos objetos que inciden en la gente, para que lo sigan haciendo en otro lugar y en otras personas. Proyecto al que les gustaría que se sumaran más adeptos. Además de llamarles cuando un rótulo está amenazado, quien quiera puede convertirse en custodio, en ángel de la guarda de uno de ellos y hablar con el dueño o con el jefe de obra y pedirle, por favor, que no se deshagan de él. ←
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