POESÍA DE DISTINTAS ÉPOCAS

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POESÍA DISTINTA

A Dioniso (XXVI) Comienzo por cantar al que ciñe de hiedra sus cabellos, al de poderoso bramido, Dioniso, hijo ilustre de Zeus y de la gloriosísima Sémele, al que criaron las Ninfas de hermosa cabellera, tras haberlo recibido en sus regazos de su padre, el Soberano. Cariñosamente lo cuidaron en los barrancos del Nisa, y él crecía por voluntad de su padre en una cueva fragante, pero contado entre los inmortales. Mas cuando las diosas acabaron ya de criar a quien sería motivo de muchos himnos, ya entonces frecuentaba los boscosos valles, cubierto de hiedra y lauro. Las Ninfas lo seguían a una, y él las guiaba. El fragor se adueñaba del bosque inmenso. Así que te saludo a ti también, Dioniso, pródigo en viñedos. Concédenos llegar alegres a las próximas estaciones y a después de esas estaciones, por muchos años.

A la Luna (XXXII) Celebrad a la eterna Luna de extensas alas, Musas de dulce voz, hijas de Zeus Crónida, versadas en el canto. De ella, de su cabeza inmortal, emana envolviendo a la tierra su resplandor, recogido en el cielo, y mucha es la belleza que surge de su luz. Se ilumina el aire sin luces con una corona de oro, y sus rayos brillan como la luz del día cuando, tras haber bañado su hermoso cuerpo en el Océano, ataviada con vestes que brillan en la lejanía, la divina Luna, una vez que ha uncido sus espléndidos potros de poderosos cuellos, impulsa raudamente hacia delante sus corceles de hermosas crines al atardecer, mediado el mes. Su gran círculo se llena. Es entonces cuando surgen los más brillantes rayos del creciente, y constituye la referencia y señal para los mortales.

Con ella en tiempos se unió el Crónida en amor y en lecho. Y ella, embarazada, parió una hija, Pandía, poseedora de una belleza que destaca entre las diosas inmortales. ¡Salve, soberana, diosa de níveos brazos, divina Luna, benévola, de hermosos


bucles! Comenzando por ti, cantaré las hazañas de los semidioses, cuyos hechos celebran con bocas amables los aedos, servidores de las Musas.

La venganza de mudarra A cazar va don Rodrigo, y aun don Rodrigo de Lara: con la grande siesta que hace arrimádose ha a una haya, maldiciendo a Mudarrillo, hijo de la renegada, que si a las manos le hubiese, que le sacaría el alma. El señor estando en esto, Mudarrillo que asomaba. —Dios te salve, caballero, debajo la verde haya. —Así haga a ti, escudero, buena sea tu llegada. —Dígasme tú, el caballero, ¿cómo era la tu gracia? —A mí dicen don Rodrigo, y aun don Rodrigo de Lara, cuñado de Gonzalo Gustos, hermano de doña Sancha; por sobrinos me los hube los siete infantes de Salas; espero aquí a Mudarrillo, hijo de la renegada; si delante lo tuviese, yo le sacaría el alma. —Si a ti te dicen don Rodrigo, y aun don Rodrigo de Lara, a mí Mudarra González, hijo de la renegada; de Gonzalo Gustos hijo y anado de doña Sancha; por hermanos me los hube los siete infantes de Salas. Tú los vendiste, traidor, en el val de Arabiana, mas si Dios a mí me ayuda, aquí dejarás el alma. —Espéresme, don Gonzalo, iré a tomar las mis armas . —El espera que tú diste a los infantes de Lara, aquí morirás, traidor, enemigo de doña Sancha Anónimo

En la tierra fértil llena de caracoles cavaría una fosa profunda, donde pueda placenteramente mostrar mis cansados huesos y dormir en el olvido como un tiburón en la onda.


Detesto las sepulturas y odio los testamentos, antes de vivir implorando una lágrima del mundo, preferiría invitar a los cuervos a sangrar todas las salientes de mi esqueleto viejo. ¡Oh gusanos! negros compañeros que no ven ni oyen, he aquí muerto libre y jubiloso; filósofos disolutos, hijos de la inmundicia, a través de mi ruina id, pues, sin remordimiento, y decidme si hay todavía alguna tortura para este viejo cuerpo sin alma y muerto entre los muertos. Charles Baudelaire

Lo que soy después de todo ¿Qué soy, después de todo, más que un niño complacido con el sonido de mi propio nombre? Lo repito una y otra vez, Me aparto para oírlo -y jamás me canso de escucharlo. También para ti tu nombre: ¿Pensaste que en tu nombre no había otra cosa que más de dos o tres inflexiones? Walt Withman

El gato guardián Un campesino que en su alacena guardaba un queso de Nochebuena, oyó un ruidito ratoncillesco por los contornos de su refresco. Y pronto, pronto, como hombre listo que nadie pesca de desprovisto, trájose al gato, para que en vela


le hiciese al pillo la centinela. E hízola el gato con tal suceso, que ambos marcharon: ratón y queso. Gobierno dignos y timoratos, donde haya queso no mandéis gatos. Rafael Pombo

¿QUÉ ES EL GATO? El gato es una gota de tigre. ¿QUÉ ES EL RÍO ? El río es un barco que se derritió. ¿QUÉ ES LA GAVIOTA? La gaviota es un barquito de papel que aprendió a volar. Jairo Aníbal Niño

NO ES QUE MUERA DE AMOR, muero de ti. Muero de ti, amor, de amor de ti, de urgencia mía de mi piel de ti, de mi alma de ti y de mi boca y del insoportable que yo soy sin ti. Muero de ti y de mí, muero de ambos, de nosotros, de ese, desgarrado, partido, me muero, te muero, lo morimos. Morimos en mi cuarto en que estoy solo, en mi cama en que faltas, en la calle donde mi brazo va vacío, en el cine y los parques, los tranvías, los lugares donde mi hombro acostumbra tu cabeza y mi mano tu mano y todo yo te sé como yo mismo. Morimos en el sitio que le he prestado al aire


para que estés fuera de mí, y en el lugar en que el aire se acaba cuando te echo mi piel encima y nos conocemos en nosotros, separados del mundo, dichosa, penetrada, y cierto, interminable. Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos entre los dos, ahora, separados, del uno al otro, diariamente, cayéndonos en múltiples estatuas en gestos que no vemos, en nuestras manos que nos necesitan. Nos morimos, amor, muero en tu vientre que no muerdo ni beso, en tus muslos dulcísimos y vivos, en tu carne sin fin, muero de máscaras, de triángulos obscuros e incesantes . Muero de mi cuerpo y de tu cuerpo, de nuestra muerte, amor, muero, morimos. En el pozo de amor a todas horas, Inconsolable, a gritos, dentro de mí, quiero decir, te llamo, te llaman los que nacen, los que vienen de atrás, de ti, los que a ti llegan. Nos morimos, amor, y nada hacemos sino morirnos más, hora tras hora, y escribirnos y hablarnos y morirnos. (Jaime Sabines)


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