Anécdotas clásicas

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Anécdotas Clásicas


Tucúquere Ediciones LTDA, 2014 Liszt 3120, San Joaquín, Santiago, Chile. tucuquere.ediciones@gmail.com www.tucuquereediciones.cl

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Prólogo

Todos nosotros nos sabemos. Hemos construido cuerpos, lugares, historias y devenires en torno a algo que para algunos no significa nada, pero que para nosotros, los que nos sabemos, es la columna-corazón de nuestras vidas: la “U”. Al mismo tiempo que nos sabemos nosotros, por contraposición también sabemos al otro, y lo único que sabemos del otro es que, como se dice por ahí: son todo lo que no queremos ser, tanto dentro como fuera de la cancha. En relación a eso nacen los concursos de micro-cuentos “Anécdotas Clásicas”, que le dan forma a esta pequeña publicación. Estos relatos son una visión a contrapelo de lo que se vive en los 90 minutos que dura un partido, porque como todos sabemos, el ser de la “U” no significa solamente estar presentes durante esa fracción de tiempo, sino que es algo que se siente durante cada segundo de nuestras ínfimas existencias. El libro “Anécdotas Clásicas” es la primera parte de una serie de publicaciones relacionadas a lo mismo: el ámbito social y emotivo de lo que significa saberse de la “U”. Éste habla de lo que es llevar estos colores, de todas las subjetividades que bailan en distintos lugares, pero en torno a un momento en específico: los tan esperados clásicos. Es una alegoría de sensaciones y paisajes conocidos, lleno de texturas e imágenes nacidas bajo el mismo alero. Todos los autores insertaron aquí una pequeña parte de sus biografías e hicieron de éstas una fractura a la realidad que quiere tapar nuestras bocas y así nuestra historia. Tucúquere Ediciones es la editorial encargada de reunir estas vivencias, tomarlas y llevarlas al plano físico. Es una hermosa ave que caza memorias para transformarlas en un objeto simbólico, representante de la rebeldía del corazón rojo con venas azules. Un tucúquere que junta todas nuestras voces para hacerlas un mismo canto. Tucúquere Ediciones se sabe parte de los miles de caminos que debemos descubrir para recuperar nuestro sentido de club, ya que los otros no son solamente los que visten los colores opuestos, 6


sino que también son los que nos niegan, o mejor dicho, los que nos quieren callar, hacer desaparecer. Estos otros otros pueden ser capaces de muchas cosas: robar, golpear, privar, pero hay que tener en cuenta algo: si cada una de nuestras miradas se transforma en un relato, y cada relato se entrelaza con los de los que nos sabemos, nuestro tramado colectivo, nuestra construcción, nuestra historia será simplemente indestructible. Porque también con tinta y papel en la mano se pueden cambiar las cosas. Porque también con tinta y papel en la mano se puede volver a ser Club. ¡Aguante la “U”! Susana Opazo. Diciembre 2014.

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Año 2011, los petardos revientan en el cielo, la galería bullanguera es una tormenta. Un vendaval de papel se precipita a la cancha, la sangre hierve. La primera estocada la clava el innombrable. La hinchada ruge, el león muerde. La presión va en aumento, la temperatura agobia. El marcador se equilibra, la contra se desespera. El tiempo es ambiguo, una vida entera se condensa en los noventa y tantos. El archirrival agoniza. De pronto un destello azul aparece con la 7 en la espalda, con un frentazo furioso remece el Nacional hasta los cimientos y un estruendo ensordecedor se eleva a los cielos… RIVAROLAAAAAA… ¡¡¡GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL!!! - Camilo Núñez -

La Vola’ita Como es común desde hace años, salimos desde Lampa, lugar en el que vivimos, a la cancha donde sea que la “U” juegue. Pero en los clásicos nos metimos en los barrios de “los indios”, con banderas, para buscar “hueveo”. En una de esas, pasando por El Cortijo, nos encontramos con un piño del colo que venía en dirección contraria. También iban con banderas y cánticos. Cuando estábamos a punto de encontrarnos, nos sentamos en los marcos de las ventanas de las puertas de los autos en los que viajábamos y nos tiramos pollos, latas y nos insultamos mutuamente, luego cada uno siguió su camino. Luego nos fuimos para el “zorramental”. Lo malo es que teníamos entrada a Caupolicán. Esto fue el 2007 o 2008, no recuerdo bien, pero el asunto es que íbamos con camisetas de la “U” y con polerones azules y rojos. 8


Entramos a Caupolicán y nos miraban muy feo. Hasta que hablamos con los encargados, con unos guardias, y nos pasaron hacia Magallanes. Todo pasó y después, a la salida, tuvimos la peor cuea, porque el auto no partía ni con corriente de otro auto y nos tuvimos que ir en metro. Eran como las 20:00 hrs. y no cachábamos mucho las estaciones de metro de ese sector. Íbamos solos y de repente apareció un piño de indios, todos bélicos y nosotros “¡ups!”. Ni me acuerdo de cómo salimos vivos de ahí. Pero luego llegamos a la casa de un amigo y nos quedamos hasta el otro día. El próximo domingo será otra edición del súper clásico. El domingo hay que ganarlo con todo, hay que poner huevo y corazón, ustedes en la cancha y nosotros en la galería. ¡Vamos la U! - César Rojas -

¿Una mala inversión? Siempre he sido una persona dependiente de mis padres, incluso hasta el día de hoy, siendo mayor de edad. Por ende, ir al estadio no es algo que tenga asegurado, mucho menos si la ida depende de mis notas -no soy el mejor alumno. Fue así como llegué al día martes de aquella semana: con el corazón en la mano y encomendándome a cuanto santo existiese. Me armé de valor para hablar con mi mamá, preparé el discurso todo el día y me llegó a dar rabia la poca importancia que mi mamá le dio a tanta dedicación. Exacto: fue un “no” rotundo. Mi mejor amigo y compañero de estadio me tenía la entrada lista y el único tope era mi mamá. Con la pena del “no” más doloroso que he sufrido en la vida, llegué al sábado por la noche. Un amigo me dio la idea de escaparme. Al principio la encontré estúpida. Lo volví a pensar hasta que me convencí, haciendo oídos sordos a todos los “contra” que esto podría traer. De todas maneras intenté pedir nuevamente el permiso. Ya eran casi las 12 del día del domingo y mi mamá veía televisión en su pieza. Fueron tres veces, 9


más o menos, las que caminé hacia ella, pero en todas las oportunidades me devolví. No tenía el valor, no tienen idea de lo aterrado que estaba. Sonó mi alarma, me vestí, dejé una carta que redacté en la noche anterior y salí por la puerta trasera para no hacer ruido. Apagué el celular y me olvidé del planeta. Me junté con mi amigo y partimos el viaje en micro más lindo del año. Cuando estábamos en la estación del Metro Macul, mi amigo (ya conocido por mis familiares) recibió unos mensajes de mi hermana contándole acerca del escándalo que formé y si acaso sabía algo de mí. Obviamente negó que andaba conmigo. Para más remate, a mi otra hermana no se le ocurrió nada mejor que ir a buscarme a la casa de él, quien tampoco andaba en “la legal” con sus padres. Su mamá le “prestó ropa” y dijo que él andaba jugando un partido de fútbol con unos amigos. En ese momento mi corazón emitía los latidos más salvajes que alguna vez tuve, y el de mi amigo también. En fin, estando dentro de ese lugar tan maravilloso pero tan horrible a la vez, me olvidé de todo y no hice más que cantar. Y bueno, tanto esfuerzo tenía que valer la pena, ¿no? Perdimos 3 a 2 con gol en el último minuto de Felipe Flores. ¿Una mala inversión? Cantarle a la “U” en ese lugar no se paga con nada. He estado dos veces ahí ya y realmente no me arrepiento de nada. Y aquí estoy, escribiendo escondido ya que no puedo usar el computador por órdenes estrictas de mi mamá. Es chiste, pero no estoy lejos de eso. El castigo me lo levantaron recién diez meses después, precisamente para el 1-0 con la Universidad de Concepción, día en el que volví a la galería. - Mauricio Leiva -

En mi primer clásico contra la UC, no recuerdo el año, quizás el 2004, por ahí, no recuerdo bien, tenía apenas unos 7 u 8 años de edad, iba con mi vieja, que años más tarde supe que le gustaba la UC, por eso no trato mal al archirrival. 10


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Recuerdo que el clásico era a las cuatro, como era antiguamente. Fuimos donde mi abuela (en Cerrillos), comimos cazuelas, típico domingo. Íbamos mi mamá, mis primos, mis tías y yo. Iba tan feliz, ¡un niño en su primer clásico! Con la familia nos fuimos en auto, llegamos tipo 3 de la tarde, estuvimos en Galería Sur donde siempre he estado. Recuerdo que la “U” hizo un gol y yo veía a toda la gente vuelta loca, no entendía por qué, quizás era porque no entendía lo que pasaba o no estaba al tanto de lo que era ser fanático, solo sé que pude ver cómo le ganamos a la Católica. Mi mamá me compró una bandera de las típicas que venden a mil pesos, con un gorro. Ese día me emocioné cuando terminó el partido, veía a mi madre triste porque perdió la UC, pero feliz porque yo estaba contento. Ese clásico fue mi primer grito de la “U” (“C-H-I”), luego de eso me entró la pasión y desde ese día hasta hoy le agradezco a mi madre por llevarme al estadio y ver un triunfo de la “U”. Cuando terminó el partido salimos del estadio y yo iba con mi gorro y mi bandera de la “U” gritando a cada rato “CHI, CHI, CHI, LE, LE, LE: UNIVERSIDAD DE CHILE”. Estuve feliz toda la semana y hasta hoy lo estoy agradecido a mi mamé por ser hincha de este gran Club de fútbol. - Tebastian Rojas -

El clásico en la República Independiente de San Bernardo Septiembre de 2001, Tejas de Chena La mañana comenzaba fresca y despejada con un sol agradable. Los pájaros cantaban en el cableado de la luz, los motores de los aviones Pillán de la base aérea El Bosque anunciaban que ya comenzaba el día en la capital de Santiago. Un tímido rayo de luz se asomaba por la pieza que apuntaba hacia sus ojos. No fue eso lo que le despertó, sino un estruendo de algún petardo que 12


alguien hizo detonar y que se escuchó por todo el barrio. Luego un silencio y el ladrido de los perros. Era un día especial, de esos que solo recuerdas al instante de despertar, en esa transición en que se abren los ojos y te hace olvidar lo que viene y lo que pasó del día anterior y no sabes que te deparará el día. Julio abre las ventanas para que entre el aire nuevo a su pieza, enciende un cigarrillo y se sienta en la cama con el corazón agitado recordaba a la perfección que día era. Villa Antupirén Gonzalo, de unos 8 años, y desde las 9 de la mañana, estaba despierto y se encontraba viendo tele con los monitos que le gustan. Aunque no tenía mucha noción del mundo ni de la realidad que le rodeaba, intuía que era un día atípico por los estruendos de los fuegos artificiales en el cielo que eran recurrentes, algo que le llamaba la atención. Su padre, en tanto, sabía perfectamente qué día era aquél. Por eso se fue a su taller de joyería dentro de la casa, que era su refugio, a prender la radio a escuchar los pormenores del día más importante del año: el “Clásico del fútbol chileno”. Jugaban los equipos de mayor convocatoria, una rivalidad que databa desde antes del padre de Gonzalo y no era una rivalidad solo deportiva, era incluso hasta política. 10 A.M.: Trance Reunidos en una cancha de tierra, Julio, con su camiseta Chilectra de la “U”, junto a sus amigos de la banda “SNBK” y una bolsa de neoprén, comienzan aspirar para darse garra, enfrentar y dar cara a “Los Lokos”, la banda rival, antítesis y seguidores de Colo Colo. Julio saca una mariposa y dice: «si aparecen estos hueones, les dibujamos una cara feliz en la guata». Comienzan un cántico ensordecedor que hace gritar a los perros y cada vez que terminan disparan al aire. El Viaje No yacía un alma en la capital, solo algunas micros amarillas que valientemente se animaban a transportar gente. Desafortunadamente para un chofer se encontró con Julio y sus amigos. «Bájate, culia’o», le 13


decía mientras lo intimidaban con una mariposa en el cogote. Julio se fue conduciendo mientras el Chulapi, el Rorro y el Yuyo se subieron al techo con banderas para animar el carnaval, mientras adentro el resto de la banda saltaba, fumaba y tomaba, moviendo la micro de arriba abajo. Julio se las daba de experto y con una botella en la mano mientras manejaba iba hueviando, gritando para afuera al ritmo del cántico: «El Bulla va caminando para Pedrero, el indio el pide custodia porque es cagón, cagón». El Gol Minuto 85. El Estadio Monumental David Arellano era una caldera. El pito para dar informaciones, semejante al sonido que emiten los alto-parlantes de los aeropuertos, anunciaba el tiempo agregado: tres minutos. Un empate 2 a 2 que parecía que así terminaba. Las calles estaban vacías uno que otro perro callejero cruzaba con tranquilidad los semáforos sin importar que fuera rojo o verde. Nada pasaba, era como si Santiago entero hubiese abandonado la ciudad. Julio estaba en el estadio, saltaba al ritmo de «Al león yo lo llevo en el corazón», los colocolinos estaban silentes, era más la U. Rogaban porque terminara en empate. Gonzalo se encontraba con su padre oyendo el relato de José “Pepe” Ormazábal en una radio cuadrada, negra, Kyoto. Su padre realizaba artesanías y por momentos detenía su trabajo cuando uno de los dos equipos se acercaba al área rival. Público: «Vamooos, vamoooos leooones, que esta tarde tenemos que ganaaar». Relator: «¡Barrera la toma! ¡Raaaaaamírez la para! ¡Cuidado, que queda un rebote! Carlos Garrido… ¡Gooool! ¡Goooooooooooooooool! ¡Azul! ¡Azul! ¡Azul! ¡Azul! ¡Azul! ¡Azul!» Y el desfase de gol en cada casa azul que celebra. Julio se cuelga de las rejas llorando de felicidad. Gonzalo se abraza con su padre, los fuegos artificiales inundan la capital: 3–2, marcador final y a celebrar. - Gonzalo Pallacán -

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Usted es el Profesor Fanático de la U

Desde niño que he enfrentado con la contra. Si bien nunca he sido barrabrava, siempre fui barrista y eso me hacía saber todas las canciones del Imperio Azul en la época de los 70-80. Como siempre perdíamos los clásicos, era un desastre ir al colegio el lunes y enfrentar a casi todo el curso con sus burlas. Eso incluía también a los demás cursos. Como era el niño más tímido de la clase, era siempre humillado por la contra, pero lo bueno de esto es que todo el colegio sabía que era de la “U”. Además sabía que era un niño creativo, por lo cual diseñe métodos para defenderme de la contra, aquí van algunas bromas. Les escribía a los colocolinos cartas de amor de la niña más linda del colegio haciéndoles citas en los recreos. Qué manera de reírme cuando todo el curso se enteraba del fiasco. En otra ocasión, en el curso se robaron unos lápices scriptos, que eran bastante caros para un colegio pobre. La profesora dijo: «¡Basta! ¡Necesito que los lápices aparezcan ahora! Y yo dije: «el colocolino que se los robo los lápices que los devuelva». ¡Qué risa! Nadie creía que yo había tirado una talla y todos se rieron. Al crecer y llegar a estudiar ingeniería en la USACH, después de todo el acontecer político de la época, un día vi a Los De Abajo y quede impresionado. Por su mística, claramente era lo que me reflejaba como hincha, quizás no como metalero o chascón, pero sí su forma de ver a la “U”. Me integré y sin ser de ningún grupo y nunca nadie me dijo nada malo, incluso me invitaron a varias fiestas, a las cuales nunca fui. En la USACH usaba un colgante con la insignia de la U y rayé cada rincón por mi amada Universidad de Chile. Mi rayado típico era: “Bulla, te amo”. Mis compañeros me preguntaban qué era Los de Abajo. El nombre sonaba a un grupo oscuro, algo así como anarquista para algunos. Como siempre aparecieron los imitadores, un grupo llamado la “electrogarra”, pero como a los tres años después de que hiciera mi primer rayado. Nunca me hicieron el peso. La USACH era de la U, era del Bulla. Cada patio con un Chuncho o una “U” en las paredes. Tampoco tuve problemas con ellos, había un garrero en la USACH que intentó neutralizar mis rayados, pero el perkin nunca rayó la Casa Central, el frontis de la biblioteca o la entrada de la USACH. Y es que la USACH era de la U. Después de terminar ingeniería, estudié un postgrado 15


en la Católica, y llegaba con mis poleras de la “U” a las clases en la misma Universidad Católica. Terminé estudiando Física y Matemáticas. En la actualidad realizo clases en una universidad. Lo primero que les digo: «anoten mi correo electrónico». Y claramente el correo es en alusión a mi fanatismo por la “U”. Y las bromas hacia la contra son evidentes. En la universidad hay un letrero que dice «cuidado con tus pertenencias» y sale un ladrón. Yo les digo: «jóvenes, cuidado con sus cosas, en esta universidad hay muchos colocolinos». Hasta los colocolinos se ríen. Una vez dije: «este país es trágico, tenemos terremotos, incendios, tsunamis ¡y más encima sale campeón colo colo!» Para el clásico en el que anotó el gol del triunfo Rivarola, les dije: «jóvenes cambie mi correo electrónico, anoten diegorivarola@gmail.com». En República, donde realizo las clases, hay un edificio y un camarada tiene una hermosa bandera de la “U” que se ve claramente. Les digo: «Jóvenes, vean la bandera nacional. Mire que está linda». Un alumno me dice: «no es de Chile, es de la U». «Por eso es lo mismo», le respondo. El día lunes después del 5- 0 al colo, terminé mi clase y dije: «hay algo peor que este ramo, que es electromagnetismo, que te ganen 5- 0». Hay alumnos que llegan con la polera de la “U”, pensando que van a ser aprobados por eso, les digo a los alumnos de la U que deben estudiar más, que yo no regalo nada por muy linda que sea nuestra camiseta, ante todo soy profesional. Una de las cosas más bonitas es que cuando converso con hinchas de la “U” que no son alumnos, escuchan mis historias de cómo un grupo de fanáticos barrieron con la contra en Avenida Grecia. Eso yo lo vi en vivo y en directo. Nunca he peleado con la contra, lo mío es más bien una destrucción intelectual. Una vez un alumno de la universidad que no era alumno mío, me dice: «profesor, ¿es usted el profesor de física que es fanático de la U?» Yo respondo que sí, y que soy además soy profesor de cálculo. «¿Y es verdad que hace clases con la polera de la U?» Respondo «sí, una polera de un grupo del año ’89, los Gunners, ellos me autorizaron a usarla». - Walter Uribe -

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El Día En Que Me Convertí En Señorita - Ganador 1° Concurso Anécdotas Clásicas -

Voy con mi papá a alentar al Bullita desde una época que no recuerdo. Según mi mamá con «cue’a caminaba». Íbamos siempre los dos solos y era el momento más lindo de la semana. Eran momentos en los que forjamos esa amistad que hasta hoy nos une. Íbamos siempre juntos, salvo a “ese partido”, porque era peligroso y yo era niña. Siempre insistía muchos días, pero siempre la misma respuesta: «NO». Cuando jugábamos con los innombrables me tocaba ver cómo mi papá se iba a la cancha y yo me quedaba sola escuchando el partido en la radio con “la cara más larga del mundo”. Eso también según mi mamá. Yo estudiaba en una escuela que queda justo frente al Estadio Nacional y me tocaba esperar el furgón escolar todos los días entre la 1 y 2 de la tarde. Mis escapadas al Caracol en esos espacios de tiempo serán para otra oportunidad. A veces mi papá llegaba a esa hora a verme, me llevaba dulces y jugábamos a la payaya. Era seco, nunca podía ganarle. Tenía 11 años y en una de esas visitas de mi papá, a la espera del furgón, me dijo: «cierra los ojos, te tengo un regalo». Cuando abrí los ojos en sus manos extendidas me mostró una entrada para el partido del domingo siguiente. Jugábamos con el archirrival y al fin me iban a llevar, era mi entrada. Gritaba y saltaba como una loca, llenaba a mi papá de besos y faltando días para el duelo ya estaba llena de ansiedad. Aquél domingo desperté ansiosa y feliz. Al fin no me tocaba oírlo en la radio. Mi papá me vendría a buscar dentro de un par de horas. Era octubre y el día estaba maravilloso. Inundada de alegría me estaba alistando, fui al baño y… «¡¡Mierda!! ¡No! ¡¡Hoy no!!», grité. ¡No podía tener tan mala suerte! Había pasado aquello para lo que mi mamá me venía preparando. Era “el día en que me convertiría en Señorita”. Grité «¡Mamá!» Llanto. «No, ¡¡hoy no!! ¡¡¡Tengo que ir al estadio!!!» Mi mamá se fue rauda al supermercado y trajo un queque para “festejar”. ¿Festejar? ¿Qué había que festejar? No podía ser. Llevaba 11 años esperando para dejar la radio atrás y me pasaba esto. Lloraba. Le decía a mi mamá que así no podía ir. ¡Todo el mundo se iba a dar cuenta! ¿Cómo iba a caminar? 17


¡Imposible saltar así! Hice un show a lo menos por un par de horas. Llegó mi papá y no sabía qué hacer. Estaba emocionado por eso de ser señorita, pero creo que de todos modos estaba preocupado. Mi mamá juraba de guata que podía ir y yo lloraba. No podía ser tanta mi mala suerte. Llena de miedo salí igual. Obvio, estaba atacada y llena de susto pero en la casa no me iba a quedar. Fuera como fuera iba a ir, ¡por la radio no! Nos fuimos, mi papá y yo, en ese viejo auto ochentero de mi él. Un auto azul como mi camiseta marca Avia que llevaba puesta con más felicidad que nunca. Debo admitir que cuando me bajé del auto me sentía avergonzada pues pensaba que todo el público se daría cuenta de lo que me pasaba y creo que hasta caminaba extraño, así como si de verdad estuviese enferma. Pero

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cuando ya estábamos en la galería, en la puerta 14 del Estadio Nacional y me olvidé de todo: daba lo mismo si era niña o señorita, lo único importante es que al fin me habían llevado al clásico. Fue un día inolvidable. Más de 70.000 personas fuimos testigos de cómo, con goles de Rodrigo Goldberg y Marcelo Salas, ganamos 2-0 al innombrable. A estadio lleno, ganamos, en esa, mi primera vez, a mis 11 años. Creo que desde ese día me sentí grande, había dejado atrás la niñez, había estado en la lucha con el enemigo más odiado de todos. Lucha que ganamos. Hoy, varios años después, no diré cuántos, mi hija ha estado toda la semana con “la cara larga” porque no va a ir el domingo al estadio, porque es peligroso. Pero yo ahí estaré con mi eterno amigo: mi papá. - Verónica Loyola -

- Ganador 2° Concurso Anécdotas Clásicas -

En el último clásico contras las carmelitas, jugado en el San Carlos, salimos en caravana desde la Villa Olímpica. Éramos sus diez vehículos, todos llenos a tope y como mi auto es un jeep, se fueron los más guatones conmigo (no diré nombres sólo diré que su gordura fusionada era equivalente a cuatro Majin Boo con sobrepeso). La cosa es que íbamos en camino y por Provi estaban las calles cerradas por los “domingo de deporte” que propone el Gobierno, con lo que nos dimos más vueltas que un run-rún y llegamos a Costanera y de ahí directo a la cancha. Pero todavía faltaba subir los cerros antes de llegar a la cancha, y donde iba con puros guatones, el jeep se anduvo chupando, o como dijo uno de los guatones, “apunando”. Ahí, a puros tirones llegamos a la cancha, con unos accesos de mierda. Entramos casi todos. Se pasó la raja en la cancha, se ganó y lo que más recalco fue un tiro de esquina de un jugador de los pirulos al que toda la hinchada le tiró rollos cerrados, pura risa con mi gente. La cosa es que ganamos y nos fuimos en caravana a la Villa a tomar, como es de costumbre. Al momento de ir bajando, nos llaman dos amigos que se habían quedado tirados y, ya, nos pusimos de acuerdo tres autos y los esperamos. 19


Pasaron sus cinco minutos y pasa un cruzado solo. Como que todos nos miramos y fue como “nooo, para qué tan malos”. Pero el joven nos hizo un gesto, así como diciendo “aguante la Cato” y haciendo como el Nacho Larraín cuando saludaba. En ese momento, no lo pensé y me bajé del auto, siendo yo el conductor. Corrí tras el pirulo, no más de treinta metros, y el maricón tocó el timbre en unos condominios y le abrieron la puerta, pero yo, más rápido, lo alcancé y lo agarré del pecho frío, tan frío como abrazo de suegra. Le dije «¡qué te pasa pirulo conchetumadre!»; él me decía «no, por favor, nunca más, de verdad, nunca más», casi llorando. Miré para atrás y mis amigos estaban cagados de la risa. Dije «ya, anda a llorar a tu casa» y entró corriendo a los condominios. Me iba a subir al auto y una vieja me dice «tú, delincuente, qué vienes a amedrentar a los jóvenes en esta comuna». Yo solo la miré y le dije «cállate, vieja conchetumadre», y llegué al auto. Seguimos esperando, llegaron los dos amigos que habían quedado botados y nos fuimos a la Villa a tomar. - Jesús Opazo -

A Una Gran Amiga, Una Gran Persona, Una Gran Azul

Son tantos años ya, tantas anécdotas, tantas historias, tantos partidos, tantos viajes, tantas reuniones y tantos abrazos. ¿Te acuerdas de cuando llovía en Avenida Grecia? Creo que ahí fue cuando nos conocimos. Lino Díaz había citado a una asamblea de socios en el polideportivo. Creo que no éramos más de diez, incluyendo a la directiva. Ahí fue, en ese momento fue cuando nos saludamos y supe que tendría una amiga, una partner en el estadio. ¿Te acuerdas de la cumbre del Rock, del departamento en Mendoza, del hostal en buenos aires? Yo me acuerdo de todo, inclusive de las navidades en tu casa. ¿Te acuerdas de cuando íbamos juntos al Monumental? Eran bravos esos tiempos. Tú siempre te hacías cargo de conseguir las entradas y nosotros 20


te llevábamos en auto. ¿Te acuerdas de cuando tu hermana se iba a casar? Me dejaste esa responsabilidad a mí. Yo tenía que conseguir las entradas. Me costó pero cumplí con la tarea. ¿Te acuerdas? Me dijiste: «voy a Valpo a la despedida de soltera, vuelvo el sábado en la tarde». Yo nunca supe más de ti. Desapareciste del mapa. ¿¿Te acuerdas que se te acabo la batería?? Llegaste el domingo en la mañana, venías mal, muy mal, deshidratada y con una gran resaca. ¿Te acuerdas de que pensaste en no ir, pero sacaste esos huevos y fuiste igual? Para variar perdimos, aguantamos todo el partido cantando, con el sol quemando nuestras molleras, sin baños ni agua. Quizás rabiando como siempre, salimos con la frente en alto, de forma pacífica de ese inmundo estadio. ¿Te acuerdas que de lo mal que estabas? Dijiste «¿compremos una chela?» No sé si lo recuerdas, no estoy en tus zapatos ni en tu memoria. Yo lo recuerdo todo, como si fuera ayer, como cuando en el teatro California decidimos el futuro del Club. Hoy ya estás en otro lugar. Ya no nos sentamos juntos y no compartimos tantos abrazos, ni tantas conversaciones de fútbol al son de una cerveza. Quizás estamos más viejos, quizás no queremos seguir recordando o seguir escribiendo el qué recordar. Me enorgullece que sigas trabajando por la “U” y para la “U”. Porque como te contaba antes: eres una azul de tomo y lomo. Fue gratificante compartir el clásico otra vez en los mismos asientos de antaño, como una sorpresa, algo no programado y que salió a toda raja. Gracias por todo amiguita. Por todos los momentos y por todo lo que entregas, ojalá nunca cambies. Sea donde sea que te sientes en el estadio. – Patricio Torres -

La Vieja y Ese Penal

Estaba con unos amigos en Los Cisnes, un bar de Avenida Macul, frente al Pedagógico, y ya se acercaba la hora del partido y comenzaron a llegar hinchas incoloros y me transformé. Comencé a cantar contra ellos y a golpear la mesa. Luego, como era de esperar, la dueña del local me invitó a salir. Mis amigos y yo, con un schop recién servido, estábamos en un dilema. 21


Miré directamente el schop (entendiendo que era yo al que no querían), me lo tomé al seco y emprendí rumbo al estadio solo esperando encontrarme luego con ellos. Ese día iba a Andes. Al momento del penal que significaba el empate para la “U” opté por no mirar. Es que los he visto tantas veces rajarse, que atiné a ir al baño, y al bajar las escaleras sentía que todos los que estaban en el baño corrían contra mí. Todos los cuerpos que pasaban por mi lado iban llenos de euforia y me obligaban a pensar en lo que hacía, en si acaso estaba pensando bien, pero una voz una y otra vez me decía “se van a rajar, se van a rajar” y mis pies seguían su destino: el baño. Al llegar al lugar que decidí fuese mi guarida “anti-cueazo” sentí una voz que decía lo mismo que escuchaba dentro de mi cabeza: «se van a rajar, se van a rajar», pero esta vez la voz era claramente desde el exterior (aunque de todos modos por un instante le eché la culpa a la previa y a ese schop al seco y dije dentro de mí: «puta el shop bueno»). Miré bien en el interior del baño y estaba uno de mis amigos, de rodillas, cabeza abajo y tirándose el poco pelo que le queda. Era Lalo, el más fanático del lote junto a mí. Mi socio Lalo, con quien fui a México a ver a la “U”. Al intentar mover a Lalo, que se mantenía de rodillas sobre todo el pichí, cabizbajo, éste me dice «¡déjame, conchatumare!» Y ahí se da cuenta que soy yo, me abraza y me dice: «por favor que no se rajen, ¡no pido otra hueá!» Yo le digo: «sí, por favor, otra vez no». En eso entra una señora que quería aprovechar que el baño parecía vacío para limpiar un poco o inspeccionarlo. Era una señora delgada, de unos 65 o 70 años aproximadamente. Era la encargada de los baños y escuchaba nuestros ruegos para que no se rajaran y nos dice en tono de recriminación: «¡qué les pasa! ¡Este penal es gol y la “U” hoy gana!» Me dije «La vieja pará, segura y buena onda». Mientras pensaba esto dentro de mí, estalla el Nacional con el grito de gol que claramente era más que un gol, era algo inefable. Luego de gritar el gol y abrazar a la señora volvimos a Andes con una fe gigante tras ese impulso. No hablo del gol, sino de la señora que apareció en el baño a decirnos que ese día no se rajarían, que sería un día teñido de azul. Nada de banderas que se le caen a los guarda-líneas u otras de esas cosas propias de ellos. Ahora en Andes, convencido de que sería un día especial, no quedaba más que romper la voz. Me instalé en los fierros de las escaleras que están en la entrada junto con mi amigo con que compartí la experiencia del baño. 22


En eso estábamos cuando Rivarola mete ese cabezazo hermoso y nos lleva al cielo. «¡La vieja!» dije. Esto fue de inmediato y corrí donde ella y me daba vueltas corriendo en el túnel buscándola. Fui al baño de hombres, luego al de mujeres, entré a ambos corriendo. Sólo quería abrazar a esa vieja “rica”, mágica. No sé en realidad hasta el día de hoy cómo llamarla y no la vi más. Claramente lo anterior haría que no todo fuese perfecto y seguí corriendo y gritando. Volví a las escaleras, a los fierros y al mirar en donde me metía vi a la vieja arriba de los fierros gritando con todo el alma el gol de Rivarola. Le toqué la pierna para que me viera y poder abrazarla. Ella saltó desde los fierros y me dijo: «¡te lo dije! ¡Te lo dije!» Me abrazó con fuerza y yo con todo lo que sucedía no hacía más que agradecer a la “U” y a la vida por permitirme gritar goles con gente como ella, mágica, romántica y azul. - Felipe Alejandro -

Mi Primer Clásico - Ganador 1° Concurso Anécdotas Clásicas -

Viví mucho tiempo en Iquique, prácticamente toda mi infancia, unos 12 años durante los cuales me hice hincha de la Universidad de Chile. Allí existía mucha gente azul. Fue lugar donde aprendí lo que es la camaradería, la esencia del bullanguero. También fue el sitio donde la distancia y la edad me imposibilitaban poder ver jugar a la “U” en vivo y en directo, en el mismo estadio, contagiarme del carnaval y los cánticos. Pero también fue donde los mayores se esforzaban por hacernos sentir como si estuviéramos en uno de esos estadios. Las banderas, los bombos, los cánticos estaban, aunque fuese en un local, por lo cual la esencia siempre estuvo y así fue como lo aprendí. No importaba el lugar, la hora ni las personas, uno es hincha de la U 24/7. Luego vine a instalarme a la V Región, a Los Andes para ser más exacto, por ahí por el 2007. Existían los prejuicios de mi padre para impedirme asistir al Estadio, hasta que el 2009, mi abuelo (quien en realidad es el padrastro de mi madre) me llamó para invitarme a ver el clásico del 2009, donde hicimos de local una vez más en el Pasional. Viajamos juntos en 23


bus hasta Estación Central. No conocía Santiago, por lo que todo era nuevo para mí, inclusive el mismo Metro. Aún recuerdo: nos bajamos en avenida Pedro de Valdivia y decidimos caminar hasta el estadio. En el trayecto se veía mucha gente de azul, lo que me llenaba de alegría. También mi Tata querido me contaba sobre el Ballet y su época dorada, los clásicos posteriores, sobre el descenso y todo lo que pasó con nuestro amado club hasta ese mismo día. Nos tomó 1 hora llegar. 60 minutos donde entendí aun más lo bonito que es ser hincha de la “U”, lo distinto que somos a los demás. Íbamos perdiendo 0-2, hasta llegó el ansiado gol de la U. Recuerdo muy bien el abrazo que nos dimos con mi abuelo, apretadísimo, y así también con los mismos camaradas alrededor. Aún íbamos abajo en el marcador, pero para mí no importaba. En ese momento, en ese lugar, todo era fiesta y

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carnaval. Y así lo fue incluso terminado el partido. El viaje de vuelta hacia Los Andes fue hermoso. Es cierto: no había qué celebrar, no ganamos, lo perdimos. Pero ahí entendí aquella frase tan bonita y tan cierta: «no importa el estadio, no importa el marcador». Ver a la “U” está por sobre todo lo que ha ganado, está por sobre todas las derrotas, las penas, la nostalgia, por lo bebido y lo bailado, lo sufrido y lo llorado. Ser hincha de la “U” es una alegría para toda la vida. - Angelo Llanos -

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El penal en los hombros Dedicado a ese barrista anónimo Año ’92, abril, 7 años de vida. Ya muchas veces había estado en los estadios, y si bien poco comprendía del fútbol y de la hinchada, tenía muy, muy claro que yo era de la “U”. Era de la “U”, y si mis primos me molestaban diciéndome que éramos de los potreros, no me importaba, porque yo a la “U” la seguía, la “U” era yo y yo era la “U”. Sabía, por ejemplo, que unos meses antes había vibrado con el triunfo por 4-0 con cuatro goles de cabeza sobre Puerto Montt que nos salvó definitivamente de volver a segunda división. Sabía que ser de la “U” no dependía de un triunfo o una derrota: mi estómago siempre resonaría, mi corazón siempre sufriría, mi garganta siempre se desgarraría solo por la “U”. Y si bien conocía a otros azules, si bien sabía que éramos muchos, que otras personas sentían lo mismo que yo, esa empatía todavía no se evidenciaba en forma de camaradería. Año ’92, la “U” jugaba por Copa Chile en Pedreros, un estadio que yo no conocía. Supongo que para mi madre no fue simple vernos salir en auto con mi viejo, mi hermano y su polola con destino a Macul. Del camino, la entrada, de todo aquello no recuerdo nada, pero sí del partido: veía solo piernas y traseros. En esa jaula que es Magallanes estábamos hacinados los azules, y desde mi pequeña estatura no había opción de ver la cancha. Y es por eso que me concentré en la barra, a la que iba por primera vez. En el Nacional siempre íbamos a la puerta 10, a “regalones”, y en los otros estadios nos poníamos siempre por el lado de la barra, nunca detrás del arco, hasta ese día. Así que miraba, simplemente miraba y me empapaba del salto incesante, del canto a todo pulmón, de todo el aguante de Los de Abajo. Año ’92, y si bien el equipo reforzado jugaba mejor que en la campaña anterior, el rival era tricampeón local y campeón de la Libertadores. Nunca imaginé un triunfo, intuía que sería una dura tarde para el equipo, y sin embargo sabía que yo quería estar presente. Empezamos perdiendo, y no fue sorpresa. Tampoco fue sorpresa que todos alrededor mío cantaran más fuerte, ya conocía esa barra que alzaba su ronquido cuando el equipo más lo necesitaba, y ahora lo veía desde dentro. Nunca escuché a los locales celebrar. Y toda esa energía parecía dar un fruto: penal para la “U”. Por supuesto yo no vi la jugada, sino que me enteré por los comentarios y la celebración 26


anticipada en los tablones de pizarreño. El penal era ahí abajito, en el arco sur, y lo iba a patear mi primer y quizás único ídolo: Mariano Puyol. Había nerviosismo, todo el Bulla esperaba ese gol, y yo, seguía viendo solo piernas y traseros. Resignado, esperaba simplemente que Puyol hiciera el gol y celebrarlo con todo. Un temblor generalizado en los brazos y piernas de la multitud expectante, las manos frías de transpiración, las ansias por ver esas redes rotas. Y yo, piernas y traseros. Los segundos se hacían pesados, el ruido se ensordecía. Y yo, piernas y traseros. Y de pronto, sin saber cómo, por la espalda me tomaron unas manos, me alzaron y me vi sentado en los hombros de un barrista, uno más de los que estábamos ahí, uno que no conocía, que no era ni mi viejo ni mi hermano, uno que me sacó de las piernas y traseros, e impulsó mi mirada por sobre las cabezas. Así conocí esa cancha, y vi a Mariano frente al balón. El pitazo, la carrera, el remate… Y tapó Ramírez. Y no gritamos gol. Y no celebramos. Pero, alto, se adelantó, el árbitro ordenó que se repitiera. Y va Puyol de nuevo, vamos ídolo, a redimirse, ahora sí que empatamos, vamos Mariano, corre, le pega… tapó de nuevo. Me bajó el barrista y se escabulló en la masa mientras le gritaba las gracias. Después, nos hicieron el 2-0 final, perdimos el partido, salimos tristes y nos fuimos a casa callados. Pero el resultado no se compara con lo que aprendí aquel día: ese día supe lo que es la camaradería. - Daniel Albornoz -

- Ganador 2° Concurso Anécdotas Clásicas -

Estábamos sentados en una fuente de soda en Mac Iver. Era sábado; habíamos cruzado desde la Biblioteca Nacional donde habíamos pasado toda la mañana en un largo y exhaustivo trabajo de archivo. Buscábamos indicios, pistas de un plan desarrollado por la dictadura que consistía, prensa mediante, en acarrear fuerza de trabajo de un sector a otro a través del uso de la propaganda comercial. Llovía y en la fuente de soda, de nombre Marbella, 27


esperábamos que nos trajeran de almuerzo unos churrascos con unos schop. A sus espaldas había una televisión dando un partido de fútbol. Le hice una seña y un «¿a ti no te gusta el fútbol?» Se dio vuelta y al volverse me dijo que sí, pero que ya no lo seguía tanto. Jugaba la “U” con un equipo de región, desconocido para mí. A mí nunca me interesó mucho el fútbol, la verdad es que los partidos de la selección siempre fueron una excusa para un buen asado y no más que eso. «Pero eres de la “U”, ¿no, hueón?», le pregunté. Me dijo que sí, que esas cosas no se pasan aunque uno deje de seguir al equipo. «¿Y desde cuándo?» Un rato después estábamos terminando de comer los churrascos y ya íbamos en el segundo schop. Ninguno de los dos tenía muchas ganas de volver a la biblioteca, aguantar páginas y páginas de mierda, mentiras, fascismo. Durante el transcurso de nuestro almuerzo dijo que qué casualidad que la primera vez que lo habían llevado al estadio llovía igual que hoy. Jugaba la “U” con la Católica. Creo que dijo “monjas” o algo así en realidad. Estadio Nacional, aforo mediano -probablemente debido a la lluvia pensé yo. Su padre lo había llevado, era 1991 y ese año cumplía los 7. Partido muy malo, me dijo. Que se acordaba más que nada del olor a pucho de los viejos sentados al lado suyo en la galería que daba hacia Andes, que nunca antes había escuchado tantas puteadas y chuchadas, que había experimentado por primera vez esa complicidad de la broma que pasa y que alguien la remata y que todos se ríen, entre extraños que jamás se habían visto y probablemente no lo harían más. Lo que era estallar en un gol. Lo que era hundirse con el gol contrario. Que había terminado el partido 1-1, que ni se acordaba de los jugadores en cancha, salvo del arquero de la “U” que tenía un bigote. Pero que podía ser que se lo hubiera inventado, que no sé, que no me acuerdo bien. Volvió a repetir que su viejo lo había llevado. Que era funcionario público de la Universidad, que era fanático, que no se perdía un partido. Socio número no sé cuánto, hincha de toda la vida, enterrado con la polera que alguna vez le regaló un tal Braulio Musso. Si retuve el nombre fue porque tenía el mismo apellido de Guillaume, el autor del libro que estaba leyendo la Alicia el día que me había armado de valor para decirle que me iba, que ya no podía seguir con ella, que había conocido a otra. ¿Que qué será de ella? ¿Cómo estará? ¿Seguirá viviendo donde lo hacíamos? Quizás debería llamarla. Mejor no. Debe haber sabido que nunca hubo una otra, 28


que simplemente me cagué en los pantalones de cobarde que soy, por lo bueno que era lo que teníamos. Que ya no tenía tiempo para mi trabajo, que ya no me importaba nada más que ella. Que no podía seguir así. Los archivos, la investigación, la soledad que hay en un informe rellenándose en un cuarto de biblioteca. Me decía que su padre lo había llevado como a una especie de iniciación, como un “ahora estás grande y eres un hombre de verdad”. Y que desde entonces se había tornado más distante, frío, que que te comportes bien, que no preocupes a tu mamá más de lo que ya está, que no te queda más que la familia y que ni eso, que esos se separan cuando llegan las duras y las maduras, que lo único que te queda es aferrarte a ir al estadio que está lleno de muertos y que no ganamos nada desde el ‘69. Me llamó la atención lo de los muertos: si se refería a los ejecutados en el Nacional o a los jugadores. Siguió hablando sin callarse, mientras afuera llovía y a su espalda los jugadores trataban de levantar la pelota de charco en charco en un estadio semivacío. Que con el tiempo había dejado de acompañar a su viejo, que luego nunca más había ido al estadio. Que seguía por el diario cómo le iba al equipo, que la única vez que había visto llorar a su viejo, escondido, fue para el campeonato del ‘95, que el gol de Mondaca o algo así, que nunca había gritado tanto un gol, que le hubiese gustado que su viejo llegase a ver la “U” de Sampaoli, que si algo su viejo añoraba de verdad era la Copa Libertadores, que hubiera cambiado cualquier cosa por la Copa Libertadores, que decía que esos uruguayos de mierda habían comprado el partido… Pagamos. Nos levantamos mientras el partido seguía; nunca he entendido esto del fútbol, pensé. Mientras volvimos a emprender el trabajo a terminar, de repente, me llama a su cubículo. “Mira”, me dice. Es 1984, diario El Mercurio. Una noticia hace referencia al triunfo “histórico” de la Universidad Católica, el fin de 13 años de sequía sin haberle ganado a la “U”. Goles de Arica Hurtado y Gino Valentini. “Nací este año”, dijo. “Seguro que mi viejo estaba en el estadio”. No hay mal que dure 100 años, creo haberle dicho. Abajo de la crónica del partido había una sucesión de fotos y comentarios sobre el desarrollo del pleito. Ninguna palabra de dictadura, ningún gesto político, nada que pudiese hacernos ver a esos muertos en el estadio a los que se refería su viejo, salvo la derrota y la desazón por perder el clásico. La verdad es que 29


somos todos unos cobardes de mierda, pensĂŠ. O lo dije, no me acuerdo. Todos salvo los que murieron, los que corrieron, los que lucharon por un ideal, los que dejaron la vida en una cancha de pasto por algo tan ridĂ­culo como una camiseta de un equipo de fĂştbol. - Alejandro Aldea -

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Tucúquere Ediciones LTDA Producción General Susana Opazo Campos Edición Andy Zepeda Valdés Daniel Albornoz Vásquez Diseño Editorial Camilo Núñez Díaz Ilustración Valentina Pérez Márquez Tipografía Pablo Marchant



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