uniendo puntos
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• Julio 2014
índice
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Editorial Elogio del guayabo El epicentro del mal Putas parapléjicas La boa Lecto-escritura Charco de agua sucia Conozcan a stéphane tibault El recolector de fresas
Director de publicación : Camilo Rodríguez Edición : Annabela Ojeda & Camilo Rodríguez Diagramación : Annabela Ojeda Foto de portada : 1873 White Beer Room Berlin Germany Men Drinking
Empezar algo es todavía más difícil cuando no se conoce nada sobre aquello que se va a emprender. La pasión inocente suele ser torpe porque trae errores y confusiones imperdonables. Sin embargo, esa es la base de la creatividad : el error. Hoy en día una genialidad no es muy distinta a un conjunto de errores. Eso no quiere decir que cualquier caos puede pasar como genialidad, pero significa que « caos » y « genialidad » ya no son opuestos, están más allá de la anticuada lógica « error-acierto ». Para nosotros, ese miedo social se desvaneció cuando apareció el Guayabo1. Entonces regresamos a la adolescencia y una descarga de optimismo infló nuestros pechos. De ahí el texto que prosigue a esta nota y que ilustra el eje de esta iniciativa. Para mí, las cosas se fueron acomodando solas. Únicamente tuve que unir los puntos con un trazo, como sucede con los libros infantiles en donde hay que ligar varios puntos negros para conformar un dibujo. En los últimos dos años tuve oportunidad de juntar los textos que algunos camaradas de guayabo me habían compartido sin otro fin que el de una lectura amiga. Ahora, creo que llegó el momento de soltar esas palomas al aire. 1. En Colombia, « guayabo » tiene dos significados. Por un lado es el árbol tropical de la guayaba, y por otro lado es la resaca que sigue a una buena noche de copas. Esta ambivalencia inspiró el nombre del colectivo artístico del cual formamos parte.
editorial
Empezar algo siempre es difícil. Decidir, decidirse, mirar a ambos lados antes de atacar la realidad. Empezar algo es como lanzarse al agua por primera vez. Antes que nada, hay que tomar aire, detenerse un momento y observar la superficie para hacerse una idea de qué tan profunda puede ser. Pero una vez en el agua, hay que arreglárselas como sea, hay que echar mano de todo lo que se tenga a disposición. Entonces ciertas emociones como el miedo o la ansiedad pueden convertirse en aliadas y transformarse en tenacidad y resolución.
Elogio
del Guayabo Por Camilo Rodríguez
02 Los sueños son recuerdos metidos en un caleidoscopio
Desde que existe la bebida, el guayabo ha sido objeto de innumerables maldiciones, insultos y lamentos. Es una emoción que todos los hombres sienten, pero pocos entienden y casi ninguno agradece. El guayabo no te retuerce las tripas como la cruda, ni te martilla la cabeza como el chuchaqui. El guayabo se instala dentro de ti, recubre con hojas vivas tu cabeza, florece desde el centro de tu cráneo y su ardor te camina por cada poro de la piel. Desde luego, todo árbol empuja para crecer y sus ramas a veces pueden resultar incómodas. Pero no por ello hay que sedarlo con pastillas y narcóticos. No. El guayabo hay que aprovecharlo como un estado intermedio entre la alegría festiva que ya explotó y el júbilo del nuevo sol que se pinta en el horizonte. Una buena charla, un atardecer tranquilo al son de la radio o una película en el sofá, cualquier reposo se vuelve más ameno bajo la aureola del guayabo. Incluso un día de actividad sin tregua puede tomar otro cariz si el ritual de la noche anterior encontró un justo equilibrio entre el cantar, el bailar y el beber. De golpe, el impulso de entusiasmo enchispado pone las cosas bajo un ángulo al cuál nunca se le había prestado atención. Y no hablo acá de las largas horas que se pasan abrazado a la cisterna, ni en la esquina de una calle lúgubre junto a los perros hambrientos. Hablo de la risa gratuita, del instinto afectuoso que se despierta incluso en los temperamentos más rígidos. Por eso al guayabo hay que recibirlo con gratitud, como a un esperado huésped que te recuerda lo mucho que te divertiste la noche anterior. Tantos genios y espíritus nobles que han prosperado gracias al guayabo, tantas maravillas que han sido creadas e ideadas bajo su amena sombra, que una lista sería tan larga como soberbia. Por eso baste ahora desear, a todos y a nosotros mismos, siempre el mejor de todos los guayabos.
¡Salud! Todo lo que vemos es orilla. El mar solo existe a lo lejos.
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El epicentro del mal Capítulo I : La flema Algunos nos levantamos de la cama con mucho esfuerzo todos los días. Horas después, cuando nos vemos sentados en la oficina, sentimos que nada vale la pena y que es necesario suspirar fuerte para estar allí. En este momento tan intenso de la habitual holgazanería momentánea, la flema hace su aparición. La flema se encuentra en la parte más alta de la garganta, detrás de la cavidad donde la nariz y la boca comparten esquina. A veces acompañada por diferentes tiznes de colores cálidos, el gargajo se sostiene, aburrido, aferrándose allí donde se puede hacer notar. Vive en nuestro cuerpo con apariencia de extraterrestre (de alien minúsculo). Allí molesta durante varios minutos, a veces durante horas. A continuación, la muy juguetona se desplaza por esa zona intocable para la lengua y, decidida a alojarse
en la boca, se arroja revoloteando de un lado para el otro mientras cae de lleno sobre la lengua. ¿Qué hacer con esta flema de sabor indescifrable que persiste en reaparecer todos los días? Hay quienes, de costumbre, van al hecho sin premeditación y, como por reflejo, se arrojan a la primera medida que usualmente es más fácil pero que carece de glamour : El vasito de yogur en la caneca de la basura. La misión es sencilla y bien vista por los compañeros de cubículo quienes, indiferentes de rostro pero muy atentos de oído, reconocen el original sonido de la laringe contrayéndose y los labios entrompetados que escupen haciendo cesta dentro del vasito. El siguiente paso es el más obvio. Consiste en hacerse el pendejo y evacuar rápidamente para luego regresar el vaso a la caneca.
El ojo proyecta potentes visiones de mármol incandescente.
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Por otro lado, tenemos a aquellos ingeniosos que acuden a la solución más precisa, una solución que, por su particularidad, requiere de más concentración. Es un proceso más delicado de realizar pero, si se hace bien, produce una felicidad casi orgásmica –por su corta e intensa duración. Del bolsillo sale una improvisada plataforma: la servilleta del almuerzo, un rugoso cuadrado de 10x10cm que se eleva a la altura de la palma de la mano. A continuación se calcula la masa y se proyecta el ángulo de expulsión sobre la superficie de papel. Es en este momento donde la calidad del ingenio florece. Haciendo uso de sus conocimientos de hidráulica, algunos podrán intuir la dirección en la cual el material viscoso hará su desplazamiento para realizar así un espectacular doblez a la mitad. Al cerrarse la mano sobre los labios, la servilleta realiza entonces dos acciones : por un lado limpia los labios con los bordes, dejándolos humectados y limpios; y por el otro lado (literalmente) despeja la zona para que la flema se pierda con el resto del material de oficina. Ingenioso reciclaje. De nuevo se respira y ahora el problema es de otro.
[...] ¿Qué hacer con esta flema de sabor indescifrable que persiste en reaparecer todos los días?
06 Déjense ir... Ojalá bien lejos de aquí.
Capítulo II: Aguantando la meada mientras llueve Cuadro : Aguantar la meada mientras llueve. No, por acá no va. Ya no se aguanta más. Que nadie la toque, no quiere que la vean. Algo se le acerca. No es una mosca, no. No es una mosca lo que le roza la ceja. Es más, nada le pasa sobre o bajo el rostro. Más bien es un ojo que mira a la cuchilla de afeitar acercándose. Tampoco quisiera ser ella, que sabe de antemano que le van a cortar la pupila. ¡Ah, esta ya la ví! Porque la luna y el filo son el escenario de la cuchilla inminente. Aguanté el dolor con un pañuelo entre los dientes. Pero ella sabe muy bien que donde no hay más que una meada no existe fiel animal, que el aguante no se da y que siempre se está atento. La cuchilla se desliza por la pupila cortándola a la mitad, se ve el líquido óptico derramándose como lágrimas sobre los párpados. Está finalmente contenta porque ya pasó, pero su fiel acompañante, sordo y postrado bajo la silla, esperaba a que su amo le indicara el camino. No la vio venir, un hilillo de orín que baja por la pata de la silla lo mojó, asustándolo. No tiene que ser así. Encierre los ánimos y apriete el recto. « Que no me mee. No quiero ser ésa, la de la película, y al final sí, ¡me meé ! ».
Continuará...
Escrito e ilustrado por Iván Camilo Sierra El laberinto es la patria de quien duda.
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Putas Parapléjicas Capítulo I: Cogiendo p’al pueblo Estábamos con Jonás, el alemán loco—como le dicen los amigos más cercanos— donde doña Ceci, el Colombian Pub : Una tienda sin ventanas con un asadero de arepas al lado. Tampoco funcionan los baños, pero el trago es barato y eso hace que la gente no salga de allí. Los martes a las 2 de la tarde está lleno y, como mínimo, tiene un borracho. La mayoría de las veces ese borracho soy yo. Las otras, es Mateo. Doña Ceci es una señora regordeta de cara amable. Es codiciosa como un judío a sus cuarenta años. Abre todos los días y pone a trabajar a todos sus hijos. Gana alrededor de unos diez millones los viernes, pero para esos días no sabíamos lo que hacía con tanto dinero. Pasábamos horas planteando hipótesis horribles sobre el destino de sus ganancias,
pero eso solo era para reírnos un rato. También hablábamos de jamones y de negocios, aunque el tema favorito de Jonás era la plata fácil. A mí también me fascinaba el tema, pero no es que uno se le mida de una a cualquier idea. Mi tema favorito era la vida de Kinski, el suizo frito. Le decíamos Kinski porque era idéntico a Klauss Kinski1. Las mismas arrugas, los mismos ojos desorbitados y sobre todo los labios grandes y salidos, como si quisieran dar un beso. Kinski, un amigo fiel y peligroso al mismo tiempo.Tenía esas frases de domingo por la mañana: —La heroína no es tan grave, yo la dejé después de usarla durante seis años... la cambié por el bazuco— Ese día estábamos hablando de sus manos. Porque Kinski tiene una discapacidad muy particular: tiene
1. Si el lector no conoce a Klauss Kinski, lo invito a buscar una de sus fotos. En caso de que la pereza u otro factor lo impidan, lo invito a imaginarse un hombre de cara flaca, de mentón largo, ojos saltones y azules, un hombre que le despierte la idea de vileza, abyección y repudio. Nota del editor.
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la mano izquierda donde todo el mundo tiene la derecha, y vice versa. Aunque sea eso le valió una pensión de por vida por parte del gobierno de su país. Según Jonás, las manos de Kinski estaban invertidas por una pastilla anticonceptiva que salió en Europa para su fecha de nacimiento (suponiendo que Kinski tenga la edad que aparenta, porque en realidad nadie sabe nada concreto sobre él). Por eso Jonás decía que, con mucha suerte, no había salido completamente deforme sino que la pastilla esa solo se le había cagado los brazos y una parte de las costillas. También imaginábamos cómo fue la infancia de él con ese problema, y cómo eso fue lo que le impulsó a ser así como es de… extraño. Cómo, por ejemplo, grita cada vez que alguien le pregunta por su papá. Carga una navaja de tan solo 4 cm. Dice que así puede atacar al corazón sin matar y pues que cuando alguien ve que le sangra el corazón, no va a seguir peleando. Aunque el suizo frito también tiene sus cosas buenas, como lo del beso en la mano. El beso de la mano de Kinski es ganador. A todas las mujeres, sean feas, bonitas, blancas, negras, gordas, flaquitas, a todas les da el beso en la mano y luego se da un beso en la mano de él. Y luego dice: —uno para ti, y uno para mí— porque además, este loco es adicto al sexo. ¿Cómo lo logra? Con drogas y encanto. Los misterios son puertas abiertas a la inmensidad del abismo.
Ese día, Jonás me contaba la historia que tuvo Kinski con la esposa de Luigi, el italiano pensionado. A ese no le decimos el loco, porque el italiano loco se llama Roberto. Y es que todos están cortados con la misma locura. En fin, Jonás es bueno para contar ese tipo de historias porque tiene un gracioso acento con la palabra “hijo de puta”, de manera que termina diciendo es “Joeputa”. Una vez estábamos tomando acá con Kinski y esperábamos que Luiggi viniera con su esposa. Jessica, se llama. Era una mujer divina, se maquillaba con un rojo muy bonito los labios — decía Jonás, tomando otro sorbo de pola y haciendo esa cara de la historia va a estar buena que sabía poner a veces : Kinski me estaba diciendo que quería emborracharse y acostarse con una de las chicas de la mesa de al lado, y justo cuando se levanta a saludar a esas dos extrañas, Luiggi y Jessica entran, al parecer peleados. Kinski le aplicó el saludo del beso en la mano y Jessica le dijo, delante de Luigi: —¡Qué caballero! Ahora pocos hombres son así. —¿En serio? — pregunté yo— ¿Y Luigi puso cara de algo? —No —continuó Jonás— ese joeputa solo pidió una cerveza y se sentó. Yo le pedí la cerveza a Jessica, lo cual hacía notar que el problema de esa noche era la plata. De repente, 2. Barrio popular ubicado en el centro de Bogotá
Luigi va al baño y en esas Kinski, como quien sabe dónde atacar, le ofreció cocaína a Jessica por debajo de la mesa. Yo lo noté, porque a mí también me había ofrecido de la misma manera. —Tengo mucha más en mi casa, ¿Me acompañas?— le dijo Kinski con una sonrisa en la cara. La chica miró hacia el baño y luego miró a Kinski. Me imagino que se dio cuenta de lo feo que es Kinski, pero también de lo jodido que estaba Luigi, un alcohólico mujeriego sin nada que perder y nada que ganar, con una pensión y la frustración existencial de estarse volviendo viejo. Por eso creo que se fue con Kinski a buscar más coca. Cuando Luigi salió del baño, me preguntó que dónde estaba la esposa. No tuve corazón para decirle que se había ido con Kinski y no creo que él lo sospeche tampoco. —Así que se devolvió para la casa, la desgraciada... ¿le prestaste dinero para irse?—me preguntó. Yo le dije que ella se había encontrado un billete en el piso o algo así y él siguió tomando, tranquilo de la vida. Luego Kinski empezó a vivir con esta mujer, Jessica. —Es un poco neurótica— me decía Kinski — hermosa pero loca— así es como le gustan a Kinski. Un día se pelearon y tuvo que llegar la policía a san Victorino2 para poder separarlos. Ella seguía viviendo con Luigi pero
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«Según Jonás, las manos de Kinski estaban invertidas por una pastilla anticonceptiva que salió en Europa para su fecha de nacimiento. […] Por eso Jonás decía que, con mucha suerte, no había salido completamente deforme sino que la pastilla esa solo se le había cagado los brazos y una parte de las costillas. » con mucha suerte, no había salido completamente deforme sino que la pastilla»
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visitaba muy seguido a Kinski. Le llevaba comida y le hacía escenas de celos porque a veces encontraba cucos3 tirados por el apartamento (obviamente no eran solo de una chica). Los cucos se los quemaba en la estufa y, a veces, cuando estaba borracho, se los cocinaba con pasta para que el pobre inocente se los comiera. Después, creo que por celos, se fue de la casa de Luigi y vivió con el suizo frito durante unos meses. Kinski, para poder mantener la calma, le empezó a compartir bazuco4. Sin dudarlo mucho, la chica aceptó y al poco tiempo comenzó a exigirle. —Tráeme bazuco o te mato, joeputa. —le decía, la muy loca. Supongo que las cosas se salieron de control. Un buen día Kinski la invitó a una fiesta —Continuó Jonás— Antes de llegar, pararon en la catedral para meter bazuco. Kinski le dio mucho más de lo habitual. Luego le quitó las llaves de la casa y las botó a una alcantarilla. Ahora ella pide limosna por la calle. Lo extraño es que aún no se ha encontrado con Luigi porque la otra vez yo me lo crucé por la calle. Le pregunté qué había pasado con Jessica, que si no le preocupaba lo que hubiera pasado con ella. Él me contestó que era mejor que se hubiera ido, así no gastaba más plata en moteles —Luego de dar por concluida la
3. Calzones de mujer 4. Pasta de bajo costo producida a base de cocaína, a menudo viene mezclada con materiales de todo tipo (leche en polvo, picado de ladrillo, éter, cloroformo, etc.).
historia y su quinta cerveza, Jonás se fue a dar una meada en la esquina. Esas eran las historias de todas las noches donde Ceci. Bueno, a excepción de los viernes, no podíamos tomar los viernes allá porque había mucha gente y además tocaba pagar un cover de $4.000, una suma escandalosa para nosotros, los clientes VIP. Entonces tomábamos en la calle. Comprábamos trago barato y aguantábamos frío hasta que la tembladera nos pusiera a saltar. Lo bueno era tener guayabo. Jonás y yo funcionábamos mejor con guayabo. Me refiero a que nuestros cerebros empezaban a tener ideas para conseguir dinero fácil con poco esfuerzo. Muy buenas ideas, por cierto.
Escrito por Daniel Alejandro Virgüez Ilustraciones: Iván Camilo Sierra y Cristian Pineda Madurar es darse cuenta de que es mejor dejar así.
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LA BOA Los árboles gigantes llenaban el paisaje hasta las orillas del río. Las olas acariciaban la barca. El agua me transportaba pero la fiebre subía y yo decaía. Entre los árboles, los niños jugaban. Me miraban como se mira al que mira el dedo y no la luna1. Gritaron. Y sacándome de mi letargo, lanzaban hacia mí un palo muy grande de esa selva sin fin, el palo dio muchas vueltas en el aire. Parecía que nunca iba a llegar, hasta que por fin pude atraparlo. Miré el palo y miré los niños que se reían mientras la corriente nos separaba más y más. En ese momento, sentí que algo se movía de mi mano, y mientras se movía, el miedo me sumergía. Un miedo de esos que petrifican el cuerpo : Una boa subía por mi brazo, por mi cuerpo. El palo no había sido palo sino boa. Con el aliento atormentado me daba la vuelta hacia los niños y sus risas se perpetuaban en mi mente, en mi cuerpo y hasta en mi estomago mientras la boa seguía
su camino. Nadie en la barca de los que se fijaron prestó atención. El silencio hablaba sólo. Y yo sin esforzarme lo escuchaba. El río, los árboles, la barca, la boa. El latido de mi corazón paulatinamente se tranquilizaba. Al llegar al pueblo, me quede sólo en una casa. Sólo con la fiebre. Sólo con la boa. Se subía a mi cuello, se enrollaba y me comprimía. La enfermedad avanzaba, la fiebre ya me tenía para ella, y seguía subiendo, subiendo, al mismo tiempo que me adormecía. Había quedado dormido. Dormido. No recuerdo cuánto tiempo habrá sido. Lo suficiente como para no despertarme. Cuando ya hubiera podido haberme ido, abrí los ojos, la boa seguía enrollada a mi cuello. Sentí frío. Un frío desigual, no el frío fresco de la boa. Desenrollé a la boa como a una bufanda. La dejé en la mesa, pero ya no se movía. Desnudo, la boa ya no se movía y la fiebre se había ido.
Escrito e ilustrado por Laura Lehouérou 1. En francés, hay un refrán que reza : el sabio mira la luna y el imbécil el dedo que la señala [Le sage regarde la Lune et l’imbécile le doigt qui la montre.]
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LECTO ESCRITURA
Un hombre no puede terminar un libro. Vuelve sobre ciertos pasajes sin comprender muy bien el sentido de aquellos extraños grafismos. Observando con detenimiento, el hombre encuentra unos minúsculos dibujos pincelados de tinta negra. En seguida, sus ojos tejen arabescos floridos en la página impresa, luego trepan como lianas salvajes atravesando el bosque de aire que los separa y, finalmente, desembocan en el estanque de sus pupilas. Entonces viene la eclosión. El estallido de nubes invade sus largas pestañas y termina desinflándose en los vagos rincones de la memoria. Primero viene una letra. Esa letra se pega a la siguiente y luego a la otra, sin ningún tipo de piedad. Entonces, el abismo que divide cada corpúsculo de tinta va formando, poco a poco, un gran muro de líneas de fuga—líneas de fuga que recuerdan las hermosas cicatrices de las yuntas sobre la tierra, o los arcanos tatuajes sobre un inmenso mar blanco.
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CHARCO DE AGUA SUCIA El charco de agua sucia en el estómago las conversaciones de vacío protocolo la sonrisa de fotografía esa pestilente manía de desviarnos la mirada en el bus y en el ascensor el olor a colonia fresca sobre la corbata del ejecutivo las formaciones en el patio de primaria la arena que no sale de la entrepierna los trámites de un coito que ya se tiene en el bolsillo la miserable felicidad del borracho las Hojas de Vida Las Putas Hojas de Vida apiladas en el infinito archivo de Dios, las lápidas, El charco de agua sucia en el estómago… El sinsabor en el bocado de caucho el hambre a blanco y negro, las estrellitas enceguecedoras de la migraña, la saña la muda voz del eminente profesor la cordialidad, el buen salvaje, el monigote las uñas carcomidas a fuerza de pudor y devoción el charco de agua sucia la Boa que asfixia nuestro huérfano chillido el hilillo de sangre que ya no es rojo sino estatua. Escrito por Camilo Rodríguez. Ilustrado por Juan Manuel Blanco Errase una vez. Y luego otra. Y otra más. Como un alma en pena.
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CONOZCAN A STÉPHANE THIBAULT Esto es para los artistas : ¡Parásitos ! Mi nombre es Stéphane Thibault, soy élève ingénieur en stage de fin d’études. Nací cerca de Mende hace 25 años. Soy un hombre pragmático y realista, que comprende las reglas de la sociedad que lo rodea. Pertenezco naturalmente a la élite que domina este mundo, y esto no podría ser de otra forma pues mi capacidad intelectual y mi gran sentido crítico no podían ponerme en otro sitio. Cuando era niño soñaba con ser un jefe, como mi padre. Deseaba tener una fábrica. Alineaba mis juguetes para saludarlos lentamente con la sonrisa iluminada de un Buda, dándoles a todos la mano y llamándolos a todos
por su nombre, como debe hacerlo un jefe con sus obreros. El tiempo fue pasando lentamente hasta que entré al colegio. Aprendí a leer de inmediato. No jugaba mucho con otros niños, prefería quedarme en mi casa jugando ajedrez con mi madre o escuchando música barroca, que era la única música que se escuchaba en mi casa. Mis padres decidieron que nunca tendríamos televisor (más bien tenían televisor pero solo su mamá se la pasaba viendo, su papa no lo dejaba porque le decía que eso es para ocupar el tiempo de las mujeres, que para los hombres el tiempo es oro (dinero) y ese fue, sin duda, uno de los principales factores que
El ojo proyecta potentes visiones de mármol incandescente.
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forjaron mi criterio. Naturalmente sacaba las mejores notas en el colegio, pero mi júbilo solo llegaba a ser completo cuando las personas grandes me hablaban como a otro adulto y hasta me pedían consejos para sus problemas. Sentía una doble victoria, pues siendo yo mas pequeño los dominaba. Entendía mejor la vida yo a mis 11 años que ellos a sus 30. Sabían que no eran contrincantes para mí, por eso me envidiaban y me evitaban en los pasillos : se sentían inferiores en mi presencia. Luego llegué a la adolescencia. La verdad nunca fuí rebelde y no entiendo cómo mis compañeros de colegio podían serlo (más bien creo que el hecho de ser rebelde obedece a la inmadurez y a la estupidez de la juventud. Mientras los demas ninos jugaban a molestar a las niñas, el era lider de la « brigada académica » de su curso). Las reglas de esta sociedad son claras y justas, son el legado de nuestras generaciones pasadas. Le daba más crédito a éstas leyes que a la crítica sin fundamentos de mis compañeros de colegio, en quienes se evidenciaba la falta de visión de conjunto, típica de la falta de experiencia.
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Al acabar el colegio había que elegir un camino. Algunos ceden a la tentación de seguir sus sueños y es entonces cuando caen en desgracia. Lo entendí desde el principio. Por eso me inscribí a una clase preparatoria, “la prépa”, esperando entrar a la escuela que me diera el mejor salario o, en otras palabras, el mejor destino. Sería ingenierio civil si pasaba en tal escuela, aeronáutico si pasaba a otra de mejor ranking, naval, robótico…. no importaba, mi sueño era ser un jefe en cualquier cosa. No tenía sueños concretos, eso es para los ineptos, los perezosos ... En fin, para los parasitos de la sociedad, como los vendedores de drogas o … los artistas. Y cuando digo artistas me refiero a los pijillos drogados que hacen cualquier adefesio y nos lo presentan como arte, explicándonos La indiferencia es la vejez de la misericordia
[...] ¿Qué patético salir con una guitarra a cantar, es como salir con un letrero en la frente diciendo «tengo hambre, quiero comer». Yo estoy mucho mas allá de esos instintos vergonzosos y pueriles. He tenido una sola novia en mi vida y con eso me basta.»
cómo debemos vivir desobedeciendo las reglas de la sociedad que nos protege y escupiendo la mano que nos da de comer. Debo admitir que me gusta la música, pero no habría sido músico. La única motivación que tienen esos sujetos es cautivar adolescentes, satisfacer sus pulsiones sexuales. El más tonto e irreverente será el que más éxito tenga… Qué patético salir con una guitarra a cantar, es como salir con un letrero en la frente diciendo « tengo hambre, quiero comer ». Yo estoy mucho más allá de esos instintos vergonzosos y pueriles. He tenido una sola novia en mi vida y con eso me basta. Se fue hace un año con un pordiosero que quería darle la vuelta al mundo en un velero, abandonando un futuro promisorio a mi lado por seguir una quimera infantil. ¡¡Qué tonta !! Fue en la prépa en donde conocí a Virginie… Mi padre me explicó que el amor era una ilusión para las mentes débiles, instintos de reproducción y de supervivencia disfrazados de sentimientos nobles: a lo sumo, conseguirás a alguien con quien puedas convivir hasta una edad avanzada, y eso ya es bastante pedir. Una mujer es necesaria para que se ocupe de las tareas domésticas y de cuidar a los niños, asegurándole el bienestar al marido que trabaja todo el día para cubrir los gastos de la
La impotencia es una patada en las pelotas.
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casa… pero nunca jamás debes perder la cabeza por una mujer, eso no vale la pena. Todas las mujeres buscan un sustento, alguien que las domine y que las proteja. Está en su naturaleza el deseo de ser guiadas por un varón, ya que su inestabilidad hormonal les impide tomar decisiones importantes. Así, prefieren dedicarse a cosas irrelevantes como las manualidades y cosas por el estilo (como ver television). Te lo aseguro, si tienes suficiente dinero y criterio, podrás tener a la mujer que quieras, siempre y cuando le demuestres que puedes dominarla y la desprecies al mismo tiempo. Sin embargo, no esperes felicidad en su compañía. La felicidad, si tal cosa existe, nunca te será proporcionada por alguien diferente a tí mismo».
Virginie se fue hace un año y no he salido con nadie más. Las mujeres comunes me causan repulsión. Siento una mezcla entre asco y tristeza por ellas. Ese sentimiento se amplificó cuando me dejé convencer de ir a una discoteca con los otros practicantes de la empresa. Ha sido la experiencia más detestable de toda mi vida. La música mediocre a niveles cercanos del umbral del dolor, llamando al lado animal de quien la escucha. Luces que confunden y sustraen de la realidad, un humo tóxico que llenaba el espacio sin ventanas. Y lo peor de todo, toda esa plebe alcoholizada, sin poder caminar correctamente, emitiendo ruidos desarticulados y bañados en sudor. ¡¡ Completamente detestable !!
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En fin, no sé dónde podría detenerme en esta autodescripción. Vale la pena subrayar que mi vida está en completo equilibrio. Lo único que espero es comenzar mi contrato a término indefinido para tener un buen salario y buscar una mujer que quiera ocuparse de las tareas domésticas de mi futura casa. De hecho, ya sé quién es esa mujer. Se llama Emilie, es la tímida bibliotecaria del primer piso. La ultima vez que fui a la biblioteca me
miró a los ojos y me sonrió. Por lo que sé, me ama en silencio. La verdad sea dicha ; no es muy agraciada pero está en buena salud (tiene buenas caderas, cualidad imprescindible para tener hijos). Será una ama de casa formidable. De hecho, el que no sea hermosa representa para mí una ventaja más que un inconveniente, pues sé que puedo esperar el inicio de mi contrato para seducirla. Nadie me hará competencia en ese lapso de tiempo. La invitaré a tomar café
El arte es un periscopio para la vida de todos los días
un día y luego al restaurante. La seduciré con mi inteligencia desbordante y la haré delirar con regalos finos e intencionados. En cuanto menos lo piense, nos estaremos casando por la iglesia, pues sé que ella es un poco mayor que yo y que lo único que espera es un pretendiente. Me verá siempre como su salvador y el día en que una duda sobre su felicidad la aqueje se mirará en el espejo. Entonces sabrá que jamás tendrá un mejor partido que yo en ninguna parte. Su miedo a la soledad será mi mejor aliado. Y mientras tanto planchará mis camisas y me tendrá la comida caliente para cuando llegue del trabajo. De todas formas, no me voy a precipitar con esto. Antes de iniciar el proceso de conquista voy a tener una conversación furtiva con ella para definir su aptitud psicológica para mi proyecto. Eso ocurrirá en la fiesta de bienvenida del tal Arturo Serna, un colombiano que contrataron hace tres meses en mi equipo. De hecho, una de las cosas que no puedo entender es cómo diablos contrataron a este sujeto. Nunca llega a tiempo y, a veces, por las mañanas, llega con un tufillo revelador de un alcoholismo solapado. Vive sonriendo todo el tiempo, dopado sin duda por las toxinas que su cuerpo no logra eliminar por ser consumidas con tanta frecuencia.
Iré, pues, a la fiesta de este tal Arturo para hablar con Emilie.
Escrito por Arnulfo Carazo Ilustrado por Felipe Vargas Ver llover y jazz.
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El recolector de fresas ¡Yo no sé si ese mundo de visiones vive fuera o va dentro de nosotros; pero sé que conozco a mucha gentes a quienes no conozco!
Gustavo Adolfo Bécquer
Después de sacar la tercera canasta de fresas, Juan sintió un leve dolor en donde termina la espalda. No le prestó mucha atención, pues el fuerte trabajo del verano siempre le dejaba uno o dos malestares. De todas maneras, solo le quedaban cuatro días para terminar la temporada. En la cosecha del año pasado, un torpe peón irlandés le lanzó una caja de abono sin siquiera mirar si Juan estaba listo para recibirla. Como consecuencia, su hombro izquierdo sufrió una grave lesión y echaron al tipo al anochecer. Cinco canastas, seis canastas, siete canastas. Toda esa semana, Juan tuvo que usar una lámina de yeso sobre el hombro. Lo único que pudo hacer en la hacienda fue alimentar a los perros que cuidaban las gallinas Todos los niños abortados reencarnan como muñecos de plástico.
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y regar una parte del cultivo por las tardes, antes de ir a la misa. El capataz se asomó sobre el juncal florido del riachuelo, sonando el silbato del fin de la jornada. Hacia la medianoche, Juan se dirigió al baño de los trabajadores. Cerró la puerta con seguro, se quitó el sombrero, el chaleco, la camiseta. Se giró delante del espejo. Constató que no estaba inflamado ni había tampoco indicios de una contusión. Una gota de sudor frío tocó su mano temblorosa. Se sintió débil y se desvaneció lentamente sobre el mosaico blanco. Una pálida luz acompañó sus delirios. Al volver a la consciencia, tiritó de frío. Su mejilla izquierda estaba pegada al suelo y había un poco de saliva alrededor. De su ensueño recordaba aún a ese desconocido que, armado de un palo macizo, lo perseguía en medio de la neblina. Vestía una boina negra que contrastaba con la desnudez de sus pies y su gran mostacho rojo. El lugar era semejante a la antigua carretera que conduce hacia la vereda del pueblo. Su principal temor no era la inminencia del extraño individuo, sino el sonido que
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hacía el palo contra el pavimento. Juan se tranquilizó al comprender que todo eso había quedado atrás, se incorporó, volvió a las literas y comenzó a llenar su mochila para partir en seguida. El sol del atardecer era inclemente a esa época del año. Aunque el machete hacía las veces de bastón y el saco no era muy pesado, aún sentía un poco de dolor. Los pocos camiones que pasaban por la vereda seguían derecho sin reparar siquiera en Juan. Además, su aspecto no lo favorecía mucho. Sudaba, su camisa estaba hecha un andrajo, tampoco tuvo tiempo de afeitarse. Agotado, se sentó junto a un frondoso ciprés que daba a la encrucijada. Allí, se lió cuidadosamente un cigarro de tabaco negro que luego encendió con un fósforo de madera. De repente, el hombre del mostacho rojo se le acercó. Juan se levantó, resignado. Cambiaron un par de palabras. El desconocido le dijo que no había nada que hacer, que una promesa era una promesa. El último sonido que escuchó Juan fue el del palo arrastrándose cada vez más lejos y perdiéndose en lo alto de la vereda. Escrito por Roberto Galván Ilustrado por Juan Manuel Blanco Nos-otros.
Convocatoria - Agosto / Septiembre 2014
La presente edición de la revista DISPARATES convoca a las personas interesadas en participar con un texto de ficción (poema, cuento, aforismos, chistes, conjuros mágicos, recetas de cocina, etc.) bajo un formato de máximo 1000 palabras (dos páginas times new roman en tamaño 12 a interlineado de 1,5) en español o en francés. En otro archivo adjunto, el susodicho autor agregará su nombre, su número de teléfono y, si lo desea, el pseudónimo bajo el cuál quiere publicar su texto. La convocatoria está abierta del 15 de julio hasta el 25 de Agosto de 2014. Correo de contacto : disparatesrevista@hotmail.com
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