TÍTULOS PUBLICADOS:
1. LA CUEVA DEL TIEMPO Edward Packard 2. LAS JOYAS PERDIDAS DE NABOOTI R A Montgomery 3. TU CLAVE ES JONÁS Edward Packard 4. EL ABOMINABLE HOMBRE DE LAS NIEVES R A Montgomery 5. ¿QUIÉN MATÓ A H. THROMBEY? Edward Packard 6. OVNI 54-40 Edward Packard 7. EL GRAN RALLYE Ft A Montgomery 8. EL REINO SUBTERRÁNEO Hitara1 Packard 9. MÁS ALLÁ DEL ESPACIO R A. Montgomery 10. EL CASTILLO PROHIBIDO Edward Packard 11. ¡NAUFRAGIO! Edward Packard 12. EL SECRETO DE LAS PIRÁMIDES Richard Brightteld 13. EVASIÓN R. A Montgomery 14. PERDIDO EN EL AMAZONAS R A Montgomery 15. PRISIONERO DE LAS HORMIGAS R A Montgomery 16. EL MISTERIO DE CHIMNEY ROCK Edward Packard 17. EL EXPRESO DE LOS VAMPIROS Toni Koltz 18. SUPERVIVENCIA EN LA MONTAÑA Edward Packard 19. EL SUBMARINO FANTASMA Richard Brightteld 20. LA GUARIDA DE LOS DRAGONES Richard Brightfield 21. EL TESORO DEL GALEÓN HUNDIDO Juüus Goodman 22. ODISEA EN EL HIPERESPACIO Edward Packard 23. SUPERORDENADOR Edward Packard 24. LA TRIBU PERDIDA Louise Munro Foley 25. PATRULLA ESPACIAL Julius Goodman 26. VIAJE SUBMARINO R. A. Montgomery 27. EN GLOBO POR EL SÁHARA D Terman 28. SABOTAJE Jay Leibold
SABOTAJE Traducción autorizada de la obra: Sabotage Editado en lengua inglesa por: BANTAM BOOKS INC. New York. 1984 © Metabooks, Inc. and Ganesh, Inc. 1984 © Ilustraciones: Bantam Books Inc. 1984 I.S.B.N. 0-553-24525-2 «CHOOSE YOUR OWN ADVENTURE» es marca registrada por Bantam Books, Inc. «ELIGE TU PROPIA AVENTURA» es marca registrada © EDITORIAL TIMUN MAS, S.A. Barcelona. España. 1986 Para la presente versión y edición en lengua castellana I.S.B.N. 84-7176-906-9 Editorial Timun Mas, S.A. Castillejos, 294. 08025-Barcelona Traducción al castellano: H. González Trejo Impreso en España - Printed in Spain Impreso y encuadernado en: E.S.G. S.A. Lisboa, 13. Barbera del Valles (Barcelona) Depósito legal B. 41.830 – 1986
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ADVERTENCIA ¡No leas todo el libro seguido de principio a fin! Estas páginas contienen muchas aventuras que puedes vivir como un agente secreto de la segunda guerra mundial que intenta rescatar a sus amigos de una celda en el castillo nazi de Baderhoff. De vez en cuando, a medida que avances en la lectura, verás que tienes que hacer una elección, que puede llevarte a burlar a la Gestapo y salvar a tus amigos o a encontrar un gélido final en manos de Herr Kruptsch, tu enemigo declarado. Existen muchos modos de coronar con éxito tu misión. Eres responsable porque eliges. Una vez que hayas escogido, sigue las instrucciones para ver qué te ocurre después. ¡Ten cuidado! Los espías te aguardan y abundan las trampas. Las personas no siempre son lo que parecen. Buena suerte.
1 Casablanca, 1942. Te abres paso por las oscuras y estrechas calles de la ciudad hasta el Paradise Club. Tienes una cita con dos miembros de la Resistencia francesa con el propósito de realizar una misión al servicio de las fuerzas secretas. Sigues una ruta indirecta porque Casablanca rebosa de espías. Incluso mientras descendías por la escalerilla del avión notaste que unos ojos no te perdían de vista. En el salón lleno de humo del Paradise resuenan las ruletas, las canciones patrióticas de los soldados alemanes y una Babel de infinitas lenguas. Divisas a tus contactos de la Resistencia: Simone, con su boina roja, y Raoul, con su bigote caído. Los saludas con un movimiento de cabeza y los sigues hasta un cuarto trasero donde el coronel De Grelle os aguarda para daros instrucciones.
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2 Te sientas en un gastado sillón de cuero. En la pared, a espaldas de De Grelle, hay un mapa de Europa. La misión consiste en penetrar las líneas alemanas, atravesar la Francia ocupada hasta el castillo de Baderhoff, en lo alto de los Alpes bávaros, y rescatar a 2 resistentes retenidos allí: el legendario equipo formado por los hermanos Jean-Paul y Marie LaRoche. —Estoy seguro de que no es necesario subrayar la importancia de estas personas —comenta De Grelle mirándote.
3 No, no es necesario que te lo recuerde. Son tus amigos del alma. Juntos habéis coronado con éxito muchas misiones en Oriente Medio y en el sur de Francia. —El tiempo apremia —añade De Grelle—. Pronto se derrumbarán sometidos a interrogatorio y darán los nombres y los emplazamientos de todos los nuestros en el sur de Francia. Nadie resiste a la Gestapo — menea la cabeza—. Son implacables.
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4 —No podemos perder tiempo —afirmas—. Lancémonos en paracaídas. Raoul, ¿puedes mostrarnos dónde debemos caer? —Sí—responde de mala gana. Extiende el mapa y señala una ladera próxima al castillo—. Este es el mejor lugar. Está fuera del alcance de los boches y sólo hay que esquiar dos jornadas para llegar al castillo. Pronto os encontráis a 900 metros por encima de las cumbres nevadas de los Alpes bávaros. Colocáis los esquíes y el equipo de alpinismo en las mochilas, os las ponéis en los hombros y cerráis los arneses de los paracaídas. Cuando el avión desciende y os ponéis en fila para saltar, el rostro de Raoul palidece. Se aferra a la portezuela del avión. —Espera un poco, se me ha ocurrido una idea —le dice Simone—. En primer lugar, cierra los ojos. Ahora relaja los músculos y sueña con un mullido lecho de plumón. Su voz resulta serena y Raoul le hace caso. En cuanto comienza a relajarse, Simone le da un enérgico empujón. Saltáis tras él. Durante unos segundos caéis libremente. Luego accionáis la cuerda de abertura del paracaídas y descendéis hacia territorio alemán.
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5 Acuerdas encontrarte con Raoul y Simone la mañana siguiente en el Café París. Estás a punto de abandonar la estancia donde has recibido instrucciones cuando De Grelle te lleva aparte y te entrega un sobre lacrado. —Sólo tú debes leerlo. Abrelo en cuanto llegues al castillo... no antes —murmura—. Algo más, nuestros agentes han localizado a Herr Kruptsch en Casablanca. ¡Kruptsch! Apenas puedes creerlo. Durante misiones anteriores en Beirut, El Cairo y Lyon, el cruel agente de las SS se convirtió en tu enemigo declarado. ¡Tiene que haber muchos intereses en juego para que el mando alemán haya enviado a Kruptsch! —Buena suerte, amigo —te despide De Grelle estrechando tu mano—. Sé lo mucho que Jean- Paul y Marie significan para ti. Sales por la puerta trasera del Paradise y te internas en la brumosa noche de Casablanca. Inmediatamente percibes que alguien acecha en las sombras. Recorres de prisa los callejones y en alguna ocasión divisas a una figura que sigue tus pasos. Al parecer se trata de un hombre con el sombrero calado hasta los ojos. Realizas algunos movimientos evasivos, pero no te pierde de vista. Su presencia comienza a inquietarte.
Si das media vuelta y haces frente a tu perseguidor, pasa a la página 11. Si intentas darle el esquinazo, pasa a la página 18.
6 Te vuelves hacia Raoul y le preguntas —¿Dónde podemos encontrar un barco cuya tripulación simpatice con nosotros? —Seguidme —responde Raoul y os conduce por el puerto hasta un barco llamado Mermaid. El barco es viejo y parece muy castigado, pero es precisamente esto lo que queríais. Después de regatear un rato con el capitán llegáis a un acuerdo. Simone, Raoul y tú os ponéis unos pantalones negros gastados, unos holgados jerseys de lana y unas gorras marineras. El capitán enciende el motor y traqueteáis por las encrespadas aguas azules del Mediterráneo. El casco cruje mientras el barco avanza rumbo a la costa francesa. El olor a pescado podrido y el movimiento de las olas te marea un poco. Te preguntas si este viejo cascarón de nuez que hace aguas podrá cruzar el mar. Durante la mañana del segundo día el capitán señala el horizonte y, entregándote los prismáticos, te dice: —Echa un vistazo. Se trata de una patrullera alemana.
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—No podemos ir más rápido que la patrullera — comentas—. Tendremos que esperar a que nos aborde. Aguardas nervioso. Si el capitán alemán sube a bordo y encuentra el equipo para la misión, estáis perdidos. Puedes tratar de echarte un farol y esperar que se lo trague. O puedes atacar a la patrullera alemana, con la esperanza de que el factor sorpresa te ayude a superar su potencia de fuego.
Si decides luchar, pasa a la página 21. Si prefieres echarte un farol, pasa a la página 32.
8 Por la mañana te reúnes con Simone y Raoul en el Café París y estudiáis detenidamente diversos mapas del Mediterráneo. Raoul conoce el castillo y la región que lo rodea. Simone es una artista de los explosivos y una alpinista de primera categoría. Ambos hablan perfectamente el alemán, lo cual no es tu caso. Simone menciona los elementos que figuran en la lista de control del equipo: —Quince kilos de dinamita de primera calidad. Veinte mechas retardadoras. Alimentos y ropa de abrigo. Tres uniformes del ejército alemán y 3 salvoconductos falsificados. —Perfecto —comentas—. Ahora tenemos que decidir cómo llegamos al castillo. —En mi opinión —interviene Raoul—, el modo más adecuado consiste en disfrazamos de pescadores, alquilar un barco mercante y navegar hasta la costa francesa. Desde allí podemos atravesar Francia por tierra hasta llegar al castillo. —Existe otra opción —sostiene Simone—. Podemos viajar en uno de nuestros aviones de reconocimiento y lanzamos en paracaídas en los Alpes, detrás de las líneas alemanas. —Es demasiado arriesgado —interviene Raoul—. Además, la altura me da vértigo. —Sin duda es arriesgado, pero mucho más rápido — replica Simone. Aguardan a que tú pongas punto final a la situación.
Si coincides con Simone, pasa a la página 4. Si prefieres el plan de Raoul, pasa a la página 6.
9 La avalancha se desplaza a una velocidad aterradora. Luchas hasta ponerte boca arriba y nadar sobre esa cascada. Cuando el espantoso deslizamiento llega a su fin, te das cuenta dé que sólo estás bajo medio metro de nieve. Lograste permanecer sobre el alud. Sales y gritas: —¡Simone! ¡Raoul! —¡Estoy aquí! —grita Simone. Se acerca hasta ti y añade—: Nosotros dos tuvimos la suerte de no ser arrastrados por el alud. A Raoul no le ocurrió lo mismo. Lo vi más abajo. No tuvo la menor posibilidad de salvarse. Debes decidir qué hacer tras ese desastre. Estáis helados, agotados y bastante magullados. El sentido común te aconseja hacer un alto y acampar, pero eso podría darle al Alpencorps la posibilidad de alcanzaros.
Si decides seguir adelante, pasa a la página 13. Si prefieres acampar, pasa a la página 15.
10 Atas y amordazas a Raoul, que protesta, y lo encierras en un baño. —Si dices la verdad y Marie y Jean-Paul no están aquí, volveremos a buscarte —afirma Simone. —Si mientes —intervienes—, bueno... tus amigos te encontrarán. Simone y tú partís en busca de Marie y Jean- Paul. —Tenemos un problema —dice Simone mientras la conduces por un pasillo—. Si no podemos confiar en Raoul, tampoco podemos confiar en el mapa que dibujó. —Exactamente —coincides—. Por eso iremos a otra ala del castillo.
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11 —¿Quién eres y qué pretendes? —le preguntas al hombre que te ha seguido. El desconocido se deja ver. Su cara te recuerda la de una ardilla. Tiene las manos hundidas en los bolsillos de la trinchera. —Pon las manos donde pueda verlas —ordenas. Se saca las manos de los bolsillos y te las muestra. —So-sólo quería de-decirte algo —tartamudea nervioso. Pasea la mirada de un lado a otro—. Te- tengo... ininformación para ti. —¿Qué tipo de información? —Información mu-muy importante. Se refiere a tu misión. —¿Qué misión? —Ya sabes, res-rescatar a tus amigos —se acerca y murmura—: Pe-pero no puedo de-decírtelo aquí. Hay agentes de Kruptsch en todas partes. De-debemos ir a un lulugar secreto. Estás ante un dilema. Si el hombre tiene información sobre Kruptsch, quizás sea importante escucharle. ¿Puedes confiar en él?
Si aceptas acompañarlo, pasa a la página 23. Si te niegas, pasa a la página 80.
La nieve amortigua la caída. Cerca de donde has aterrizado encuentras a Raoul y a Simone. El francés está contento de haber saltado correctamente. Enterráis los paracaídas y os calzáis los esquíes. Súbitamente se levanta detrás de Simone una nubecilla de nieve. Una fracción de segundo más tarde oyes el estampido de un fusil. Miras montaña abajo y ves a los granados soldados alpinos del ejército alemán. —¡Son tropas del Alpencorps! —exclamas—. ¿Cómo es posible que nos hayan encontrado tan pronto?
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13 Disimuláis las huellas lo mejor que podéis y seguís adelante. Varias horas después encontráis una vieja cabaña de pastor en el fondo de un barranco. —¡Puaj! —exclama Simone mientras se agacha para entrar en la cabaña—. Huele fatal, como si las ovejas hubieran vivido aquí con el pastor. —Es probable que compartieran este refugio — respondes riendo—. De todos modos, el olor no nos hará daño. De hecho el olor os ayuda. Más tarde los 2 despertáis sobresaltados por los ladridos de unos perros y unos gritos en alemán. ¡El Alpencorps! Dos de sus miembros se encuentran muy cerca. —Nos han dado una orden inútil —se queja un soldado. —Sólo encontramos un cadáver —responde el segundo. —Es evidente que los otros 2 quedaron atrapados por el alud —afirma el primero—. No había ninguna huella que saliera de esa zona. —Si lo que dices es verdad, ¿por qué los perros nos guiaron hasta aquí? —insiste el segundo. —Un poco más abajo hay una vieja cabaña que pertenecía a un pastor, y los perros huelen a las ovejas —puntualiza el primero—. No olvides que estos perros fueron criados para guardar rebaños. Lo llevan en la sangre desde hace muchas generaciones. Los hombres llaman a los perros y sus voces se apagan. Finalmente tienes la certeza de que el Alpencorps se ha marchado.
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14 Os situáis a un metro de vuestros amigos. Súbitamente empujas contra la espalda de uno de los guardias de la Gestapo a un hombre de negocios que pasa por ahí. El guardia se pone a discutir con el hombre, que se gira y te señala con el dedo. De todos modos, Simone y tú ya os habéis situado junto a Jean-Paul y Mane. Simone derriba al otro guardia, y Marte y Jean-Paul corren hacia la libertad... con vosotros pisándoles los talones. Los hombres de la Gestapo no tardan mucho en comprender lo que ha ocurrido. Os persiguen, pero, gracias a la ventaja que lleváis, lográis despistarles en medio del gentío. Salís de la estación y subís a un autobús. Tres kilómetros más adelante os apeáis. Jean- Paul y Mane os abrazan. —¿Cómo supisteis que nos trasladaban a Munich? —pregunta Jean-Paul. —Fue una deducción afortunada —respondes sonriente. Tendrás que ser muy cuidadoso para devolver a tus amigos a Francia, pero, gracias a la ayuda de los salvoconductos falsificados y de los uniformes, estás seguro de que lo conseguirás. Fin
15 Caváis trincheras en la nieve para colocar los sacos de dormir y os metéis en su interior. A pesar del frío y la humedad, os dormís profundamente. Te despierta bruscamente una serie de ladridos. ¿Perros? Te incorporas. A 10 metros de distancia se encuentra un capitán del Alpencorps. Te apunta con el fusil, y su perro gruñe. —Fuiste muy astuto al cruzar las piedras — comenta el capitán—, pero no se te ocurrió pensar que teníamos perros. —Perros —repites atontado. Te sientes profundamente desmoralizado mientras los soldados os conducen montaña abajo y os encierran con Jean-Paul y Marie.
Fin
16 Te deslizas por la montaña. Tus esquíes rozan la nieve a la velocidad del rayo. Raoul y Simone te siguen. Cruzas una cresta y, al descender por la ladera, una inmensa grieta se cierne súbitamente ante ti. Frenas justo antes de caer en su helada profundidad. —Tendremos que hacer una travesía tirolesa —dice Simone preparando las cuerdas. —¿Una travesía tirolesa? —pregunta Raoul. —Claro, se trata sólo de colocar una cuerda que atraviese la grieta y luego nos balanceamos hasta el otro lado —explica rápidamente la joven francesa. —No tenemos tiempo —afirma Raoul—. Conozco un rodeo. ¡Seguidme! Las capuchas blancas de las tropas del Alpencorps están cada vez más cerca. Tienes que tomar una decisión.
Si sigues a Raoul, pasa a la página 26. Si prefieres hacer la travesía tirolesa, pasa a la página 28.
18 Llegas a la conclusión de que es mejor evitar una confrontación antes de que comience la misión. Entras precipitadamente por una puerta de la izquierda. Te encuentras en una cocina marroquí. La familia reunida en tomo a la mesa arma un gran jaleo. Los chiquillos corren de un lado para otro, un hombre te grita y un perro gruñe amenazador. —Lo siento mucho —dices levantando las manos para demostrar que no quieres hacer daño a nadie—. Sólo estoy de paso. Cruzas de prisa el apartamento y sales por la puerta principal. Aunque en esta ocasión te has librado, tienes algo claro: alguien te pisa los talones. Esta será tu misión más difícil y peligrosa.
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19 Ataviados con los uniformes alemanes, Simone y tú cruzáis la frontera con ayuda de los salvoconductos falsificados. Por la tarde cogéis el funicular que enlaza la ciudad de Kliespitzen con el castillo de Baderhoff, situado en lo alto del valle. Os apeáis y descendéis por una escalera hasta el palaciego pasillo principal del castillo. Mientras entráis en calor ante el fuego, procuras orientarte. Pese a contar con el mapa de Raoul, no resulta fácil. En ese momento te acuerdas de las órdenes secretas y de que De Grelle dijo que las leyeras cuando llegaras al castillo. Mientras Simone estudia el mapa, sacas la nota del sobre y comienzas a leerla: «Creo que Raoul...». Súbitamente un oficial alemán se acerca a la chimenea y os comenta: —Afuera hace mucho frío, ¿no os parece?
Si te alejas y procuras seguir leyendo la nota, pasa a la página 74. Si guardas la nota en el bolsillo, pasa a la página 116.
20 El granjero parece sincero y la promesa de una cena caliente y de un lecho donde pasar la noche son algo demasiado bueno para rechazarlo. Después de compartir una deliciosa cena campesina, te acuestas en una mullida cama de plumas. Te despiertan bruscamente en medio de la noche. Aún adormilado, te sorprende ver a Herr Kruptsch sentado junto a tu cama. Sus ojos fríos y pequeños penetran tu mirada. Estira sus delgados labios hasta esbozar una sonrisa. —Amigo, volvemos a encontramos —dice acercándose a ti con la pistola en la mano—. Deberías saber que no se puede confiar en los coches viejos ni en los nuevos amigos.
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21 —Arrojaremos todo lo que tenemos contra la patrullera alemana antes de que se enteren de que los hemos atacado —informas a la tripulación—. Yo daré la orden. Los tripulantes preparan sus armas ocultas y Simone te entrega algunos cartuchos de dinamita. Intentas mostrarte tranquilo mientras la patrullera se coloca junto al Mermaid, pero todos los músculos de tu cuerpo están prestos para la acción. Un agorero silencio pende sobre el barco. El capitán alemán te mira con frialdad. De pronto da una orden a sus hombres. Nunca sabrás qué fue lo que te delató. Quizás fue tu mirada. De todos modos, antes de que puedas mover un solo dedo, los cañones de la patrullera os quitan de en medio. Fin
22 Marie gira el tanque hacia la derecha. El camino serpentea por la montaña a medida que desciende hacia el ancho valle. Estáis de suerte, pues toda una división de tanques rueda por la autobahn: es la cobertura perfecta. Marie conduce el tanque hasta la autopista libre de peaje y lo coloca fácilmente detrás del último de la fila. —Con este convoy podremos llegar hasta la línea de combate —comentas entusiasmado—. Allí nos separaremos de los demás y cruzaremos la frontera. —¡Si De Grelle pudiera vemos en este momento! — exclama Simone. Todos reís. Fin
23 Sigues al hombre por tortuosos y siniestros callejones que ignorabas existieran en Casablanca. Finalmente llegas a un edificio que está a oscuras. —Aquí está mi apartamento —se justifica el desconocido. Miras inquieto a tu alrededor mientras el hombre hace esfuerzos por encajar la llave en la cerradura. No conoces esta zona de la ciudad. Todo está muy tranquilo. El extraño abre la puerta, te hace pasar y dice: —Enseguida enciendo la luz. Súbitamente percibes la presencia de otras personas en la estancia. Antes de que puedas reaccionar, la puerta se cierra bruscamente y te sujetan los brazos a la espalda. Alguien ríe en la oscuridad. No necesitas luz para saber de quién se trata: Herr Kruptsch. ¿Cómo pudiste caer en una trampa tan ingenua? Tu misión ha concluido incluso antes de empezar. Fin
24 Dejas pasar el tren de Kliespitzen y esperas el expreso a Munich. Una hora más tarde recorres a toda velocidad los Alpes bávaros. Mientras ves pasar las montañas cubiertas de nieve, procuras no pensar en los riesgos que corres al haber elegido ir a Munich. Hasta ahora Kruptsch se te ha adelantado y ésta es tu oportunidad de burlarlo. En Munich os apeáis del tren. ¡En el vestíbulo principal de la estación estáis a punto de chocar de lleno con Marie y Jean-Paul! Cada uno de tus amigos está escoltado por un guardia de la Gestapo. Vosotros y ellos apenas podéis disimular la sorpresa que sentís al veros, pero afortunadamente los hombres de la Gestapo no lo perciben. Simone y tú los seguís de cerca, hablando en voz muy baja. —Hemos elegido bien —dice Simone—. La Gestapo debe estar muy segura, pues sólo puso 2 escoltas. —Supongo que piensan que nos han engañado y que no deben preocuparse de que alguien intente rescatar a Jean-Paul y a Marie en Munich — respondes—. ¿Lo intentamos ahora mismo? —Tal vez sea nuestra única oportunidad -—afirma Simone—. De todos modos, será difícil escapar en medio de esta muchedumbre. Quizá deberíamos seguirlos y esperar a que se presente una oportunidad más favorable.
Si intentas rescatar ahora mismo a tus amigos, pasa a la página 14. Si los sigues y aguardas una ocasión mejor, pasa a la página 34.
26 Raoul sube por un sendero que atraviesa la nieve. Te exige mucho esfuerzo y al poco tiempo jadeas mientras serpenteas entre afloramientos rocosos y rodeas acumulaciones de nieve. Empieza a nevar ligeramente. Aunque los soldados del Alpencorps ya no son visibles, sabes que podrán seguir vuestras huellas y comentas la situación con Raoul y Simone. —¿Qué podemos hacer? —pregunta la muchacha. Estudias el terreno. A tu izquierda hay un irregular saliente rocoso de la montaña. Hacia adelante se alza una cima. —En mi opinión, será mejor cruzar la cumbre — interviene Raoul—. Por el otro lado podremos esquiar a toda velocidad. Es cuesta abajo hasta el castillo. Asientes con la cabeza y añades: —Sería un alivio poder desplazarse cuesta abajo, pero los hombres del Alpencorps seguirían estando en condiciones de rastrear nuestras huellas. Si trepamos por el saliente rocoso, quizás logremos eludirlos. Te acobardas ante la idea de arrastrar tu cuerpo agotado a través de esas piedras imponentes. En medio de la nieve que cae suavemente, oyes débiles voces que hablan en alemán.
Si dices «Creo que deberíamos trepar por las piedras», pasa a la página 40. Si dices «Cojamos el camino cuesta abajo»,
pasa a la página 66.
27 Marie maniobra el tanque hasta situarlo en la carretera de montaña que asciende hasta Lieben. De momento no os persiguen, pero si alguien lo intenta no podrá con el tanque. Llegáis a las afueras de Lieben y abandonáis el tanque en el bosque. —Suiza está al otro lado de la montaña —dices. —Puesto que sé alemán, bajaré al pueblo y conseguiré equipos para todos —dice Simone—. Veamos... necesitamos esquíes, mochilas, provisiones y más ropa de abrigo. Marie acompaña a Simone para ayudarla a traer los pertrechos. Jean-Paul y tú aguardáis preocupados en el bosque. Finalmente las muchachas regresan y os preparáis para la travesía. Un rato después os ponéis en camino a través del bosque y cruzáis la montaña rumbo a Suiza. Fin
Sujeta a una cuerda, Simone desciende hasta el fondo de la grieta. Utiliza el pico para trepar por el otro lado. La joven engancha el pico por su lado y tú haces lo propio por el tuyo. Guardas los esquíes en la mochila, sujetas firmemente la cuerda y te balanceas para atravesar el gran abismo, mano tras mano. Notas que se te cierra la boca del estómago al pender sobre la nada, pero logras cruzar sano y salvo la grieta. Raoul te sigue. Simone recoge la cuerda y la guarda en la mochila. Encajas los esquíes en las ataduras de las botas y haces graciosos virajes montaña abajo. Miras hacia atrás y ves a los azorados miembros del Alpencorps junto al borde de la grieta. Pasáis la noche ateridos en una cueva de nieve. Al día siguiente cruzáis esquiando otra cumbre. A tus pies, situado en la entrada del valle del río Kliespitzen,
se eleva el castillo de Baderhoff. El teleférico y una minúscula carretera de montaña lo enlazan con la ciudad. De todos modos has llegado al castillo por una ruta más osada y sorprendente. Anochece cuando arribáis a la fortaleza nazi. Te quitas los esquíes y los ocultas en el bosque cercano. El hielo y el viento te han dejado aterido y las luces del castillo resultan tentadoras, pero has de tomar una decisión estratégica: ¿deberíais poneros los uniformes alemanes que lleváis en las mochilas y utilizar los documentos falsos para que os dejen pasar o sería mejor tratar de entrar por una ventana y rescatar furtivamente a vuestros amigos? Además, tienes las órdenes secretas que te entregó De Grelle. ¿Ha llegado el momento de abrirlas?
Si quieres entrar disfrazado de oficial alemán, pasa a ¡a página 37. Si decides entrar por una ventana, pasa a la página 38. Si crees que ha llegado el momento de abrir las órdenes secretas, pasa a la página 54.
30 —¡Es Kruptsch! —le dices a Simone—. Su voz es inconfundible para mí. —¿Kruptsch? —repite Hermano Michael—. Conozco ese apellido. ¡Nosotros mismos hemos realizado algunas operaciones para la Resistencia! Seguidme, os mostraré cómo escapar. Simone y tú salís corriendo del comedor, tras los pasos de Hermano Michael. —Podéis huir por la red de túneles que recorren los cimientos del monasterio —afirma, pero luego se le ocurre otra idea—. También podéis disfrazaros de monjes y escapar cuando Kruptsch se vaya.
Si consideras que los disfraces darán resultado, pasa a la página 120. Si crees que los túneles son la mejor solución, pasa a la página 130.
31 Aferrando con una mano el pico y sujetando desesperadamente con la otra la muñeca de Simone, te sientes como si estuvieran desmembrándote. Todos los músculos de tu cuerpo se esfuerzan por permanecer en el tejado. Apelando a reservas de fuerzas cuya existencia desconocías, levantas a Simone a fin de que pueda sujetarse a tu pico con la mano libre. Ambos permanecéis allí, aferrados al pico, jadeantes. Simone te mira y pregunta: —¿Qué hacemos ahora? En ese momento se abre la ventana que está por encima de tu cabeza. Esperas que se trate de JeanPaul o de Marie. —¿Quién anda por ahí? —pregunta un hombre en alemán. ¡Quienquiera que sea, ciertamente no se trata de ninguno de tus amigos!
Si permaneces inmóvil con la esperanza de que no te vean, pasa a la página 62. Si te alejas de la ventana, pasa a la página 71.
32 La patrullera se acerca a vuestro barco. —¡Preparados para el abordaje! —grita el capitán alemán. Balancea la metralleta mientras sube a la cubierta del Mermaid. Raoul chupa la pipa y Simone parece concentrada en remendar una red de pesca. Aunque realiza un registro rápido, derribando cubos y lonas alquitranadas, el capitán no parece demasiado interesado en la tarea. Durante unos tensos segundos se detiene y te observa, pero finalmente se marcha sin decir palabra. Sólo cuando la patrullera se pierde a lo lejos vuelves a respirar libremente. Desembarcáis en la costa francesa y os despedís del Mermaid y su tripulación. Uno de los contactos de Raoul en Marsella os ha preparado un coche viejo. Emprendéis el largo viaje por la campiña francesa. Aunque se trata de una ruta espectacular, evidentemente las carreteras comarcales son superiores a las fuerzas del viejo coche que, al caer la noche, se para con un traqueteo. Raoul se apea y echa un vistazo al motor averiado. —Nunca más volverá a ponerse en marcha — anuncia. El coche os ha dejado en la estacada. Raoul detiene a un granjero que por casualidad pasa por allí. Le explica que ha tenido un problema con el coche y el hombre ofrece ayuda. —Por favor, aceptad por esta noche la hospitalidad de mi familia —dice—. Nuestra granja está carretera arriba. Empieza a oscurecer y tienes frío. De todos modos, ¿es sensato aceptar su ofrecimiento?
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Si aceptas el ofrecimiento del granjero, pasa a la pรกgina 20.
Si decides seguir adelante, pasa a la pรกgina 42.
34 Seguís a Jean-Paul, a Marie y a sus guardianes hasta el exterior de la estación. Un coche negro los aguarda. Llamas a un taxi. —Siga a ese coche —le dice Simone al taxista. El conductor la mira como si estuviera loca y dice algo sobre la Gestapo. El coche negro se aleja del bordillo. No hay tiempo que perder. Simone golpea al taxista en la nuca y éste se desmaya. Luego la francesa se apea de un salto, deja al taxista en la acera y se sienta al volante. Abriéndose paso en medio del tráfico, Simone alcanza finalmente al coche de la Gestapo en un semáforo. Cuando cambia la luz, el coche negro acelera velozmente, pero Simone no lo pierde de vista. El conductor acelera un poco más, pero Simone sigue detrás. Súbitamente el coche negro hace un giro brusco y choca con un puesto de venta de verduras. Simone frena, os apeáis y corréis hacia el otro coche.
Pasa a la pagina 47
35 Acampáis en la ladera de la montaña y pronto os quedáis dormidos. A la mañana siguiente cruzáis el barranco sin problemas y Raoul os conduce a través de las montañas. Finalmente llegáis a una cresta desde la que se divisa el valle del río Kliespitzen. En la cabecera del valle se alza el castillo de Baderhoff, donde están presos Mane y Jean-Paul. A los pies del valle se extiende la población de Kliespitzen, unida al castillo por un teleférico y por una carretera estrecha y sinuosa. Bajo el amparo de la oscuridad, esquiáis cuesta abajo hasta el castillo. Os detenéis en el bosque próximo para estudiar qué estrategia emplearéis. —Se me ocurre una idea —dice Simone—. Primero saboteamos el funicular. De ese modo crearemos una confusión e interrumpiremos el tráfico entre la población y el castillo. Luego, cuando el zafarrancho sea total, podremos rescatar a Jean- Paul y a Marie. Asientes con la cabeza mientras analizas su plan, pero también piensas en otra opción: podrías emplear unos minutos en leer las órdenes secretas que te entregó De Grelle.
Si crees que debes abrir las órdenes secretas, pasa a la página 54. Si prefieres seguir el plan de Simone, pasa a la página 78.
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37 Nadie duda de vuestros uniformes ni de los documentos falsos. Cruzáis el umbral del castillo. Tapices medievales, obras de arte de singular belleza y espadas doradas decoran las paredes. Simone se aleja para estudiar algunas vías de huida mientras Raoul y tú entráis en la estancia palaciega donde se reúne la oficialidad alemana antes de la cena. Divisas una mesa con canapés y otros aperitivos y devoras unos cuantos. Raoul se aleja y se pone a charlar con un coronel de elegante aspecto. Regresa poco después y comenta: —Estuve hablando con el coronel Heinrich Richter. Me ha pedido que nos reunamos con él en su habitación para una conversación en privado. Miras al coronel, que te sonríe. En su aspecto casi perfecto hay algo atractivo y aterrador. ¿Es un aliado o un enemigo?
Si aceptas la invitación, pasa a la página 67. Si la rechazas, pasa a la página 122
38 —No puedo decir que me agrade la idea de trepar por una ventana —afirma Raoul—. Sabes que la altura no es mi fuerte. De todos modos, puedo mostrarte dónde tienen a Jean-Paul y a Marie. Os conduce hasta un ala aislada del castillo y señala una ventana. Esta se abre en lo alto de un tejado muy inclinado que está como mínimo a 18 metros del suelo. Escudriñas el muro de piedra desgastado por el tiempo y compruebas que tiene suficientes grietas y huecos para poder trepar hasta la ventana. Simone prepara el equipo. —Subiremos y haremos descender con cuerdas a Marie y a Jean-Paul —informas a Raoul—. Quédate abajo y ayúdales. Raoul se muestra aliviado al no tener que ascender por la pared. Con ayuda de cuerdas y clavijas, Simone y tú escaláis el muro. Los agarraderos son minúsculos y están cubiertos de hielo. El ascenso es difícil. Cuando llegas al tejado sientes que no puedes dar un paso más, pero eres consciente de que a estas alturas ya no puedes echarte atrás.
Pasa a la página 52
39 ¡De modo que Kruptsch tuvo que ver con la avería del motor y con la hospitalidad del granjero! En todo momento se te ha adelantado. Tienes una desagradable sensación en la boca del estómago. Kruptsch vuelve a acomodarse en la silla. —Quizás no te moleste decirme qué haces en esta zona de Francia. Al fin y al cabo, no creo que hayas venido a esquiar —su risa suena seca y forzada. Guardas silencio. —De acuerdo, no perderemos más tiempo — añade Kruptsch de prisa. Un guardia hace entrar a Raoul y a Simone en el dormitorio—. O empiezas a hablar o liquido a tus amigos... primero a uno y luego al otro —señala a Simone y luego a Raoul.
Si te niegas a hablar, pasa a la página 48. Si inventas un cuento, pasa a la página 55. Si crees que es poco lo que perderás diciendo la verdad, pasa a la página 59.
Los 3 encajáis los esquíes en las mochilas, trepáis por la comisa rocosa y emprendéis la difícil travesía. El frío te entumece las manos y los pies. La nieve, que ahora cae copiosamente, reduce la visibilidad a menos de 5 metros. Las rocas cubiertas de hielo resultan resbaladizas, pero logréis llegar al final del desfiladero. Ante vosotros se extiende un barranco empinado y cubierto de nieve. Agotados, os dejáis caer sobre la nieve. —Deberíamos acampar aquí —opina Raoul—. Empieza a oscurecer y necesitamos descansar. —Yo también estoy agotada, pero me preocupa la posibilidad de que el Alpencorps nos atrape — interviene Simone—. Si logramos cruzar el barranco, la nieve cubrirá nuestras huellas y estaremos doblemente seguros de que no nos encontrarán.
Raoul observa el barranco. —Este campo de nieve no me gusta nada. Podría provocar un alud. Será mejor cruzarlo por la mañana, ya que entonces tendremos visibilidad y la nieve estará más firme. —Reconozco que tienes razón —insiste Simone—, pero me parece que lo más importante ahora es eludir al Alpencorps.
Si decides pasar la noche junto al barranco, pasa a la página 35. Si sigues adelante, pasa a la página 60.
42 Como hay algo sospechoso en la forma en que el granjero apareció en el momento adecuado, dices: —Gracias por su ofrecimiento, pero será mejor que sigamos nuestro camino. El granjero se toca el ala del sombrero y reanuda la marcha hacia su casa. Lográis que os recoja en auto-stop un camión que se dirige hacia el norte. Como en la cabina no hay lugar, os instaláis atrás y pasáis la noche ateridos intentando dormir. Al amanecer os acercáis a una población próxima a la frontera con Alemania. Bajáis del camión de un salto, pero Raoul cae al suelo y se retuerce de dolor. —¡Mi tobillo! —gime—. Me he hecho bastante daño. ¡Fue una tontería saltar del camión! Necesitáis ayuda. Poco más adelante hay una ciudad en la que podrías encontrar un médico que atendiera a Raoul. A tu derecha hay un monasterio y si acudierais allí no llamaríais tanto la atención.
Si llevas a Raoul al monasterio, pasa a la página 49. Si lo llevas a la ciudad, pasa a la página 58
43 El tren con destino a Kliespitzen se detiene. Subís al vagón y procuráis no llamar la atención. Mientras el tren traquetea por las montañas, una infinidad de dudas recorren tu mente. Aún sigues sorprendido por la traición de Raoul. Kruptsch parece saberlo todo sobre la misión y es probable que Raoul le informe sobre lo que ignora. Se te encoge la boca del estómago cuando el tren se detiene en la estación de Kliespitzen. Salís al frío aire invernal. Un hombre de gabán se acerca furtivamente a vosotros y pregunta en inglés: —¿Habéis venido a rescatar a Mane y a Jean- Paul? La pregunta te coge desprevenido. Os miráis azorados. Ese titubeo os delata. El hombre te muestra la Luger que lleva bajo el gabán y sonríe. —La descripción de Kruptsch es perfecta. Ahora me acompañaréis y os reuniréis con vuestros amigos para una divertida sesión de preguntas y respuestas. Fin
45 Raoul aún puede resultarte útil para cumplir la misión. Sólo él conoce el interior del castillo. De todos modos, te comprometes a no perderlo de vista. Regresas junto a Simone y Raoul, y dices: —Ahora nuestro problema consiste en encontrar a Jean-Paul y a Mane. Raoul, ¿conoces bien el castillo? —Como la palma de mi mano —responde. Piensas que ahora sabes por qué lo conoce tan bien, pero añades en voz alta: —En ese caso, utilizaremos los uniformes y los papeles falsos para entrar y podrás guiamos hasta nuestros amigos. Los disfraces funcionan perfectamente y poco después estás caminando por los imponentes pasillos del castillo de Baderhoff. Ahora que has entrado en la fortaleza nazi la presencia de Raoul te pone aún más nervioso. ¿Puedes correr el riesgo de permitir que te guíe hasta donde están Jean-Paul y Mane? Tal vez no tengas tiempo de reunirte con tus amigos, pues Raoul podría delatarte antes. ¿Sería mejor intentar que te diga dónde están, aunque esto despierte sus sospechas?
Si decides pedirle a Raoul que te conduzca hasta donde están tus amigos, pasa a la página 72. Si intentas sonsacarle para que te dé información. pasa a la página 124.
46 Las figuras hundidas en la nieve parecen inofensivas. Te acercas lentamente y les quitas las capuchas. —¡Jean-Paul! ¡Marie! —exclamas. Aunque a Marie apenas le quedan fuerzas para abrir los ojos, cuando lo hace reflejan su alegría. —¡Esto es un milagro! —jadea—. ¿Cómo hiciste para encontramos? —¿Cómo llegásteis aquí? —inquieres. —Oímos decir que estaban a punto de trasladarnos a Munich y, para escapar, le hicimos un par de viejos trucos a un guardia nuevo —explica tu amiga—. Aunque nos persiguieron, logramos desorientarlos en medio de la nieve, pero luego nos perdimos. —Pedimos ayuda en alemán con la intención de que nos tomaran por gente de ciudad que se había extraviado —interviene Jean-Paul—. Afortunadamente nos encontraste, pues estamos al borde del agotamiento. Los abrigas y les das alimentos. En cuanto se recuperen, tendréis que empezar a caminar hacia Suiza a fin de eludir al Alpencorps. Fin
47 Jean-Paul y Marie están algo aturdidos, pero vivos. Los apartáis de los restos del coche y les ayudáis a subir al asiento trasero del taxi. —¿Qué estáis haciendo? —pregunta un transeúnte. —¡Los llevamos al hospital, idiota! —responde Simone. —¿Y los otros? —insiste el transeúnte. Simone da un portazo y se aleja a toda velocidad. Examinas a Jean-Paul y a Marie y compruebas que están magullados pero ilesos. —Corrí un riesgo —logra decir Marie—. Sujeté el brazo del chófer y le obligué a chocar —se le cierran los ojos. —No malgastes tus fuerzas —dices—. Necesitas descansar. No os preocupéis, os sacaremos de este infierno. Esconderemos el taxi en alguna parte e iremos a la frontera. Gracias a los salvoconductos falsos, podemos decir que estamos prácticamente en casa. Fin
48 Miras impertérrito a Kruptsch y mantienes la boca cerrada. El alemán aguarda impaciente. Su frustración va en aumento. Finalmente estalla: —¡De acuerdo, lo haremos a tu manera! Tu silencio no durará mucho. Al final preferirás haber hablado conmigo en lugar de hacer frente a mis camaradas de la Gestapo en el castillo de Baderhoff. La idea de que los miembros de la Gestapo te sometan a un interrogatorio te hiela la sangre. Sin embargo, estarás preso en el mismo lugar que JeanPaul y Marie. Y, por otro lado, nunca se sabe... tal vez exista la posibilidad de... Te maniatan y 2 guardias os colocan a Simone y a ti en el asiento trasero del Mercedes negro. Kruptsch ocupa el lugar del acompañante. Cuando el cochero se aleja de la granja, inquieres: —¿Y Raoul? ¿Qué haréis con él? Kruptsch sonríe enigmáticamente y responde: —Yo no me preocuparía de Raoul. Viajas en coche hasta altas horas de la noche. A las dos de la madrugada despiertas de un sueño poco confortable. El coche asciende por la carretera de montaña que sale de la ciudad de Kliespitzen rumbo al castillo de Baderhoff. Simone y Kruptsch dormitan. Notas que el conductor tiene que reducir la velocidad para tomar las curvas. Podrías abrir la portezuela y saltar del coche en una de las curvas, aunque tal vez sea preferible esperar a llegar al castillo y sólo entonces intentar la huida.
Si intentas escapar ahora, pasa a la página 88. Si decides esperar, pasa a la página 101.
Simone y tú ayudáis a Raoul a llegar al monasterio. Llamas a la gruesa puerta de madera, que se abre con un crujido y permite entrever a un monje. —Pasad, pasad —dice sonriendo afablemente. Se presenta como Hermano Michael. Explicas que sois temporeros que ibais hacia el sur y que Raoul se ha hecho daño en el tobillo. Hermano Michael hace señas a otros monjes, que transportan a Raoul a la planta superior. —Uno de los hermanos estudió medicina —explica Hermano Michael—. Vuestro amigo está en buenas manos. Me gustaría que compartierais con nosotros el desayuno. Decidís tomar un alimento sencillo pero copioso en compañía de los monjes. Repentinamente suenan unos fuertes golpes en la puerta y una voz grita en alemán: —¡Abrid!
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50 Simone se reúne con los oficiales en el casino para tratar de averiguar dónde están Jean-Paul y Marie. Tú te ocultas en el fondo del castillo. La muchacha regresa media hora después y comenta pesarosa: —Se nos han escapado. Hace sólo unos minutos que los sacaron del castillo para trasladarlos a Munich y someterlos a nuevos interrogatorios. Se te cae el alma a los pies. Si lográis salir del castillo sin llamar la atención, tal vez logréis rescatar a Marie y a Jean-Paul en Munich, pero ésa es otra misión. Fin
51 Mientras permaneces en el tejado esperando que los guardias se vayan, recuerdas que aún no has abierto el sobre con las órdenes secretas. Coges con una mano el sobre que te entregó De Grelle, lo abres con los dientes y lees el mensaje: Creo que Raoul es un agente doble que pretende traicionarte en el castillo. Apela a tu sentido común. Nuevas instrucciones: si es posible, sabotea el castillo. De Grelle Aún no has comprendido plenamente esa revelación cuando la ventana se abre. La fría voz de Herr Kruptsch te produce más frío que el hielo del tejado. —Amigo mío, ya puedes entrar. El juego ha terminado.
Pasa a la página 69
52 Una vez en ei tejado, os quitáis las cuerdas y luego utilizáis los picos para avanzar por la superficie hacia la ventana. ¡De repente Simone tropieza y empieza a deslizarse tejado abajo! Estiras la mano y la coges de la muñeca. Aunque evitas su caída, tienes la sensación de que te están arrancando el brazo. Sabes que sólo podrás aguantar unos pocos segundos. —¡Suéltame! —jadea Simone—. Intentaré cogerme al saliente. ¡No tiene sentido que caigamos los dos! Tienes que rescatar a Marie y a Jean-Paul.
Si aguantas, corriendo el riesgo de caer, pasa a la página 31. Si sueltas a Simone con la esperanza de que pueda cogerse al saliente del tejado, pasa a la página 84.
54 Te apartas de Raoul y Simone, abres el sobre que te entregó De Grelle y lees el mensaje: —Creo que Raoul es un agente doble que pretende traicionarte en el castillo. Apela a tu sentido común. Nuevas instrucciones: si es posible, sabotea el castillo. De Grelle
De Grelle debe de estar en lo cierto con respecto a Raoul, pues no hay otro modo de explicar la aparición del Alpencorps en cuanto aterrizasteis tras las líneas alemanas. Procuras no mostrar tu sorpresa. Tienes que decidir hasta cuándo podrás confiar en él ya que, tarde o temprano, te traicionará. Sin embargo, es posible que antes de hacerlo te conduzca hasta JeanPaul y Marie.
Si decides que te conviene conservar un poco más a Raoul, pasa a la página 45. Si prefieres deshacerte inmediatamente de él, pasa a la página 106.
55 —No es necesario que sea hostil —le dices a Kruptsch—. Ya que parece saber tantas cosas, le diré lo que sé —le cuentas que te diriges al sur de Alemania a cumplir una misión tan secreta que aún no conoces su fin último—. En Zurich veremos a un agente que nos dará nuevas instrucciones. Kruptsch suspira. —Tienes razón respecto a algo: ya conocía el propósito de tu misión. Pretendes rescatar a tus amigos franceses de la Resistencia que están presos en el castillo de Baderhoff, en los Alpes bávaros. En lo que se refiere al resto de tu historia... no tengo tiempo para oír mentiras. Kruptsch te apunta con la pistola y...
Fin
56 El granjero ensilla los caballos. Montáis, le dais las gracias y os vais. —IBuena suerte! —desea el granjero mientras os alejáis. El sol asoma por el horizonte y la brisa es fresca. Durante unas horas dejas de pensar en la misión y disfrutas del paseo. Cuando hacéis un alto para que los caballos pasten, Simone señala un Mercedes negro que se desliza por la carretera. —¡Es el coche de Kruptsch! Debió de enterarse de nuestra huida —dice Simone—. Espero que no le haya hecho nada al granjero.
57 El coche avanza hacia vosotros. —Aunque aún no nos ha divisado, pronto nos verá. Será mejor que sigamos adelante —dices. Reconoces el terreno. Hacia adelante hay una cerca detrás de la cual hay campos y ninguna carretera. Aunque allí Kruptsch tendría dificultades para alcanzaros, los caballos tendrían que saltar la cerca. A tu derecha el terreno desciende hacia una cañada cubierta de árboles. Aunque no ves qué hay más allá de los árboles, tampoco hay cercas que saltar.
Si te diriges hacia los campos, pasa a la página 95. Si cabalgas hacia la cañada, pasa a la página 107.
58 Ayudas a Raoul a llegar a la ciudad y buscas la consulta de un médico. El doctor es un anciano de mirada afable. Después de examinar el tobillo de Raoul, dictamina: —No es grave, pero se ha roto el tobillo. Durante un par de meses no podrá caminar. En cuanto se marcha a atender a otro enfermo, vosotros tres estudiáis la situación. —Tienes que llevar a buen término la misión — declara Raoul—. Dibujaré un mapa del castillo para que puedas moverte sin mi ayuda. Aceptas de mala gana. La misión es lo más importante. Cuando Raoul ha dibujado el mapa, le das una palmada en el hombro y le dices: —Buena suerte. Nos veremos nuevamente en Casablanca, en compañía de Jean-Paul y Marie. Raoul sonríe despidiéndote con la mano.
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59 Quizás ganes un tiempo precioso diciendo la verdad. Como desde el principio Kruptsch se te ha adelantado, probablemente la conoce. Kruptsch sonríe cuando terminas de narrar tu misión. —Amigo, me alegro de que seas sincero conmigo. Has salvado la vida por un tiempo — arroja la pistola a Raoul y añade—: Enciérralos en el granero. No deben escapar. Simone y tú os miráis pasmados. ¡Raoul es un traidor! Ahora sabes cómo se las ingenió Kruptsch para atraparte. Apenas tienes tiempo de estudiar la situación, porque Raoul te hace salir a trompicones y pasar ante un Mercedes negro de aspecto amenazador que sólo puede pertenecer a Kruptsch. —Raoul, ¿por qué? —grita Simone. Raoul, sólo ríe sarcásticamente. Os lleva al granero y os encierra. No ves ninguna salida. El granero está frío y húmedo y la paja te pincha, pero al menos estás vivo.
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60 Encuentras fuerzas para ponerte los esquíes y acomodar la mochila sobre tus doloridos hombros. Se perfilan ante ti el barranco y el peligroso campo de nieve. —Cruzaremos uno detrás de otro —dices—. Yo seré el primero. Te internas en el barranco. Esquías con la vista fija en la nieve y los oídos atentos a los sonidos que puedan alertarte de un alud. Sientes que tardas una eternidad en llegar al otro lado. Cuando por fin terminas de cruzar, haces señas a Simone para que se ponga en movimiento. En cuanto la muchacha termina de atravesar el barranco, Raoul inicia la marcha. Súbitamente percibes un estruendo sordo y siniestro. ¡De repente el terreno cede! Toneladas de nieve en movimiento te arrastran y te arrojan de cabeza montaña abajo.
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62 Permaneces totalmente inmóvil y aguantas la respiración. Durante dos tensos minutos el alemán escudriña la noche, pero no os ve. Finalmente se aleja de la ventana. —Lleve a los prisioneros ante el comandante —le oyes ordenar a alguien que está en el interior de la estancia—. Si insisten en guardar silencio, los entregaremos a Kruptsch. Luego oyes una voz que te alegra el corazón. —¡Quíteme las manos de encima! Sé caminar por mis propios medios. La voz corresponde a Jean-Paul. Oyes un arrastrar de pies, seguido de un portazo. Simone te mira y pregunta: —¿Esperamos a que regresen? —No podemos pasar la noche en el tejado —respondes—. Si logramos llegar a la chimenea que está encima de la ventana, podremos echar un vistazo.
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63 Poco antes del amanecer se abre la puerta del granero. Te preguntas si ha llegado el fin. Pero el que entra es el granjero. —¡Rápido! —os apremia en voz baja—. Tenéis que escapar. Me obligaron a obedecer y quizás me hagan pagar por ayudaros, pero debéis cumplir vuestra misión. Sorprendidos y agradecidos ante el cambio de la situación, no perdéis un instante preparando la partida. —Aquí tenéis vuestro equipo —añade el granjero— . Puedo ofreceros bicicletas o caballos para que huyáis más rápido, pero lamentablemente no tengo coche.
Si aceptas los caballos, pasa a la página 56. Si prefieres las bicicletas, pasa a la página 77.
64 Subes a gatas por la ventana. A continuación, tan rápido como te lo permiten tus entumecidos dedos, atas la cuerda al armazón de una de las camas que hay en la estancia. —Descended vosotros. Yo os seguiré —indicas a tus amigos. Vas soltando cuerda mientras Jean-Paul desciende y luego haces lo mismo para Mane. Al llegar al suelo la muchacha tira de la cuerda para avisarte de que el camino está expedito. Te asomas por la ventana. Con la cuerda anudada alrededor de la cintura, apoyas los pies en el muro, te estiras y comienzas el descenso. Casi has llegado abajo cuando notas que la cuerda se tensa. —¡Cuidado! —grita Jean-Paul. Levantas la mirada y ves que un guardia está cortando la cuerda. Afortunadamente ha llegado demasiado tarde. Estás lo bastante cerca del suelo para dar un salto. Jean-Paul y Mane te ayudan a ponerte de pie y escapáis hacia el bosque. Encontráis a Simone en medio de la arboleda. Aunque está magullada y lleva el brazo en un cabestrillo improvisado, está viva. —Raoul amortiguó mi caída —explica—. Logré huir con el brazo roto, pero él no sobrevivió —aparta la mirada profundamente apenada. —Será mejor que nos movamos —dices—. En cualquier momento saldrán por nosotros. Recuperéis el equipo del bosque y os dirigís hacia las montañas. Fin
Dedicáis unos días a recuperaros y tomáis la decisión de no seguir adelante con la misión. Raoul ha muerto y vosotros habéis perdido los equipos de alpinismo, los uniformes alemanes y los salvoconductos falsos. Emprendéis de mala gana el camino hacia Suiza. Sólo habéis recorrido unos pocos kilómetros cuando oís voces casi imperceptibles que se expresan en alemán. Te acercas y ves a 2 personas que se mueven con dificultad en medio de la nieve. ¿Es una trampa o realmente necesitan ayuda?
Si estudias la situación, pasa a la página 46. Si prefieres no correr el riesgo de averiguar qué ocurre, pasa a la página 70.
66 Raoul esquía a toda velocidad y cruza la cumbre. Cuando Simone y tú llegáis al punto más alto, ves que os aguarda 20 metros más abajo. La nevada, que ahora es copiosa, os impide ver qué hay detrás de Raoul, que os llama a gritos. —¿Estás seguro de que no hay ningún peligro? — preguntas. —¡Por supuesto! —responde—. Conozco esta zona como la palma de mi mano. —No me gusta esquiar en sitios en los que no puedo ver claramente —masculla Simone. No es hora de discutir. Apuntas los esquíes hacia abajo y te largas, con Simone pisándote los talones. Raoul te indica el camino. Pasas como un rayo a su lado... ¡y no hay nada bajo tus pies! Has esquiado sobre el borde de un precipicio de 300 metros. Mientras caes por los aires te preguntas por qué motivo Raoul tendría esa sonrisa tan retorcida. Fin
67 Supones que Raoul sabe lo que hace mientras seguís a Richter hasta su habitación. Tomas asiento en una lujosa silla barroca y notas que las patas están talladas en forma de garras de águila. —¿Queréis un trago? —ofrece Richter. —No, gracias —respondes con la boca seca. Esperas que la conversación no se vuelva mucho más compleja, pues no sabrás qué decir. Raoul acepta una copa y se acomoda en el sofá. Parece estar totalmente a sus anchas. Richter toma asiento ante su escritorio y pregunta. —¿Te gusta nuestro castillo de Baderhoff? —Muchísimo —respondes. —Me alegro mucho —añade con un tono que te hiela la sangre—, porque tus amigos franceses y tú pasaréis aquí mucho, muchísimo tiempo... quizás os quedéis para siempre. ¡Guardias! Fin
68 Tienes que confiar en tu intuición y en tu suerte mientras registras el castillo de Baderhoff en busca de Jean-Paul y Marie. —Ahora tenemos 2 misiones: rescatar a nuestros amigos y sabotear el castillo —comentas—. Debemos trabajar deprisa. ¿Has traído la dinamita? Simone prepara las mechas y tú ocultas manojos de explosivos bajo los sofás y detrás de los tapices mientras os dirigís hacia el ala del castillo donde supones guardan a tus amigos. Aunque la serenidad reina en los pasillos, temes que en cualquier rincón aparezca Raoul.
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69 No tienes más opción que obedecerle. Una vez dentro, Kruptsch te mira con repugnancia. —Los guardias te oyeron hablar con tus amigos — dice—. De todos modos, tu misión estaba condenada al fracaso desde el principio —como el mensaje de De Grelle aún está fresco en tu mente, comprendes demasiado bien lo que quiere decir. Hace señas a dos guardias y ordena—: Trasladad a estos tres a mi coche. Los guardias os llevan hasta el Mercedes negro de Kruptsch. —Evidentemente los de tu bando sabían dónde teníamos a tus amigos —comenta Kruptsch abriendo la portezuela del coche—. Ha llegado el momento de hacer un viajecito. —¡Herr Kruptsch, nosotros haremos un viajecito, pero sin usted! —dice una voz a tus espaldas—. Soltad las armas. Os estamos apuntando. Todos se vuelven. ¡La que habla es Simone! Apenas puedes creerlo. Después de atar a Kruptsch y a sus secuaces, ves que Simone tiene el brazo en un cabestrillo improvisado. —¿Cómo...? —comienzas a decir. —No lo sé. Supongo que Raoul amortiguó mi caída. Sólo me he roto un brazo. El no tuvo tanta suerte — explica pesarosa. —Es lo mejor que pudo ocurrir —respondes. Simone se muestra desconcertada—. Te lo explicaré en el trayecto hasta la frontera —añades subiendo al coche. Fin
70 Las figuras hundidas en la nieve podrían ser señuelos. Como no puedes correr el riesgo de caer en una trampa tendida por los nazis, pasas de largo. Piensas con amargura que la misión estaba condenada al fracaso desde el primer momento. Ahora te aguarda una larga caminata a través de las montañas y tu única esperanza reside en que el Alpencorps no te esté esperando. Fin
71 Te apartas lenta y cuidadosamente de la ventana. Aunque procuras no hacer ruido, tienes que utilizar el pico para sujetarte a las tablillas resbaladizas. El pico produce un crujido suave pero audible. El hombre que está junto a la ventana te clava la mirada y exclama: —¡Están aquí! Segundos después un coro de ametralladoras os baja del tejado. Fin
72 —Raoul, ¿puedes llevarnos ahora mismo hasta donde están Jean-Paul y Marie? —esperas que la franqueza de tu petición le coja por sorpresa. El joven se muestra ligeramente sorprendido. —Por supuesto, si crees que eso... Raoul te lleva por los laberínticos pasillos del castillo hasta un ala aislada y tranquila. Allí, al comienzo de un corredor, ves a un guardia sentado ante una mesa. —Están en este pasillo —te dice en voz baja—. Espera aquí. Le dice al guardia algo que no logras oír y os hace señas para que le sigáis. Piensas que es demasiado sencillo. Sabes que pronto tendrás que poner las cartas sobre la mesa. Raoul os guía hasta una habitación, gira la llave en la cerradura y abre la puerta. Jean-Paul y Marie duermen en el interior de la estancia... pero pueden esperar. Ha llegado la hora de la verdad para Raoul. Con un rápido movimiento le coges el brazo, se lo retuerces y le empujas de cara contra la pared. —¡Ay! —se queja Raoul luchando por liberarse. Marie y Jean-Paul despiertan y sus muestras de alegría se ven interrumpidas por la extraña escena que tiene lugar. Simone también parece desconcertada. Le entregas la nota de De Grelle, que lee en voz alta. —Ahora sabemos por qué el Alpencorps nos encontró tan rápido —dices. Raoul se derrumba. —Es verdad... estuve colaborando con la Gestapo, pero no pensaba traicionaros. Quería cerciorarme de que escapabais sin dificultades antes de ir a verlos. Quiero desertar. Permitid que me una a vosotros — suplica—. Os ayudaré a escapar.
Si crees a Raoul, pasa a la pรกgina 83. Si no le crees, pasa a la pรกgina 86.
74 Te vuelves para seguir leyendo, pero alguien coge la nota. Antes de que puedas reaccionar, el oficial lee las instrucciones secretas de De Grelle y ordena: —¡Guardias, llévense a estos espías! Simone y tú sois rodeados en el acto. Todo sucede tan rápido que quedas aturdido. El oficial te devuelve la nota y añade: —No podrás sabotear el castillo. Lees el mensaje: —Creo que Raoul es un agente doble que pretende traicionarte en el castillo. Apela a tu sentido común. Nuevas instrucciones: si es posible, sabotea el castillo. De Grelle
Lamentablemente, ahora que estás preso la información no te sirve de nada. Fin
75 Descubres un furgón abierto. Los 4 descendéis al interior y cierras la puerta. Es un alivio poder descansar después de los acontecimientos de las últimas 48 y horas. Al poco rato todos dormís profundamente. Cuando despiertas, ves que el tren está parado a oscuras en la estación de una gran ciudad. —¿Dónde estamos? —inquieres soñoliento. Simone se apea cautelosamente para echar un vistazo. Regresa poco después y sube al furgón de un salto. —Según el guardafrenos, estamos en Hamburgo — informa—. Cuando vio mi uniforme, me torró por una jefa de tren. —Al menos nos desplazamos en la dirección correcta —afirmas—. Creo que deberíamos seguir en el tren. Un rato después el tren sale traqueteando de Hamburgo. Pones el ojo en una grieta de la puerta y ves pasar las aldeas alemanas en medio de la noche. Finalmente el tren entra en la ciudad portuaria de Rostock, en el Báltico. Una vez allí los documentos falsificados os permiten comprar billetes de barco para Suecia y... por fin, alcanzar la libertad. Fin
77 El granjero y tú os deseáis buena suerte. Luego, acompañado por Simone, os largáis en bicicleta. La luz de la mañana se extiende sobre las colinas, el viento te enmaraña el pelo y sientes que es maravilloso estar vivo. Mientras el sol sube por el cielo, miras hacia atrás. A lo lejos divisas un Mercedes negro con una esvástica en uno de los laterales. ¡Kruptsch te persigue! Zigzagueas por el terreno accidentado, pero Kruptsch logra seguirte el rastro... y se acerca cada vez más. Pedaleas con más ahínco. Estás a punto de atravesar un puente de un solo carril que cruza un profundo barranco, cuando Simone se detiene bruscamente y dice: —Volemos el puente. ¡Así Kruptsch no podrá pasar! Calculas que el Mercedes os alcanzará en menos de 2 minutos. ¿Hay tiempo para colocar los explosivos?
Si decides dinamitar el puente. pasa a la página 90. Si llegas a la conclusión de que no hay tiempo, pasa a la página 97.
78 —Saboteemos el teleférico —respondes. Al amparo de los árboles, rodeáis el castillo hasta llegar a la parte delantera. A unos 200 metros por debajo de donde estás, posada en una ladera rocosa, se alza una de las torres del teleférico. —¿Podrás derribar esa torre? —le preguntas a Simone. —Eso está hecho —responde. —Muy bien, manos a la obra. Raoul, quédate aquí. Regresaremos en cuanto hayamos colocado las cargas explosivas. Luego podrás introducirnos en el castillo. Raoul asiente con la cabeza, y Simone y tú descendéis furtivamente hacia la torre. Simone coloca las mechas en los cartuchos de dinamita y la ayudas a sujetarlos a los principales puntos de tensión de la torre. En cuanto todo está en su sitio, regresáis corriendo al lugar de encuentro, pero Raoul no está allí. ¡Ha desaparecido!
Pasa a la pagina 126
79 —¡Rápido, saltad al techo! —gritas. Das un salto hasta el techo de la cabina, que sale a la noche helada. Se te entumecen los dedos mientras te aferras desesperadamente al cable. Esperas que el teleférico llegue al pie de la montaña antes de que Raoul logre abrir las puertas de hierro de la sala de mandos y lo detenga. La cabina se para poco antes de llegar al pie de la montaña. Raoul ha logrado abrir las puertas. De todos modos, la suerte está de vuestra parte. Estáis lo bastante cerca del suelo para saltar sin riesgos. Avanzáis en medio de la nieve hasta Kliespitzen. Una vez en la población Simone y tú —que aún vestís uniformes— requisáis un vehículo militar. Recogéis a Jean-Paul y a Marie, y os dirigís hacia Suiza, hacia la libertad. Al salir de la población, ves que una serie de fogonazos iluminan el cielo: los explosivos de Simone han cumplido su cometido. Fin
—Si no puedes proporcionarme esa información aquí y ahora, no me interesa —dices. El hombre baja la vista—. Si estás dispuesto a reunirte mañana conmigo en el Café París, hablaremos —propones. —No pue-puedo —responde. —En ese caso, estamos perdiendo el tiempo — declaras con firmeza. Te vuelves bruscamente y te alejas. Sin embargo, en cuanto llegas a tu habitación las dudas te acosan. ¿Y si el hombre tenía información vital? Al menos has averiguado que tus amigos y tú no sois los únicos que estáis enterados de la misión. Pasas la noche en vela, dándole vueltas a esta idea.
Pasa a la pagina 8
81 Registráis el ala más alejada de aquella en la que Raoul dijo que estaban los presos. Siguiendo una corazonada, desciendes por un estrecho corredor hasta ver a un guardia sentado ante una mesa delante de un pasillo. —¡Apuesto a que están aquí! —le dices en voz baja a Simone. De un golpe dejas sin sentido al guardia, le quitas las llaves y entras en el pasillo. Abres la primera puerta... y allí están Jean-Paul y Marie. Tus amigos rebosan de alegría el verte. —Tenemos que salir de aquí rápidamente —dices— . Enseguida vendrán a por nosotros. Subís corriendo a la sala del teleférico y cogéis la primera cabina que desciende. Al apearos en la estación del pueblo, alguien grita: —¡Allí están! Un pelotón corre hacia vosotros. Huís calle abajo hasta un puente que cruza las vías del ferrocarril. Buscas frenéticamente el modo de escapar. Simone localiza una moto con sidecar aparcada junto al puente y grita: —¡Tiene las llaves puestas! Echas a correr hacia la moto y divisas un tren de mercancías que se acerca. Avanza tan despacio que, desde el puente, podríais saltar sobre el techo.
Si decides saltar sobre el tren, pasa a la página 102. Si prefieres coger la moto, pasa a la página 108.
82 Delante de un pasillo de una zona aislada del castillo ves a un guardia sentado ante una mesa. Tal vez ése sea el lugar donde están tus amigos. Corréis un riesgo calculado. Simone te muestra una botella de schnapps —un aguardiente con sabor a menta— y te indica que se la llevará al guardia. Tú esperas en un recodo del pasillo. Simone inicia una animada charla con el guardia. Le hace beber schnapps y tú, cuando no puede verte, aprovechas para deslizarte pasillo abajo. Jean-Paul y Marie te saludan impacientes a través de la reja de la puerta. ¡Tu intuición no falló! Simone baja por el pasillo con la llave en la mano. —El guardia se apagó como una vela —ríe—. Después de que bebiera unos cuantos tragos no me resultó nada difícil darle un golpe en la cabeza. Liberas a tus amigos y, después de un breve pero feliz encuentro, vuelves sobre tus pasos por el castillo. Empiezas a pensar que has logrado eludir a Raoul cuando oyes pisadas a tus espaldas.
Pasa a la pagina 91
83 —Está bien —aceptas y sueltas a Raoul—. Te daré otra oportunidad. Ayúdanos a salir de aquí. No olvides que vigilaré todos tus movimientos. —No te arrepentirás —asegura frotándose el brazo—. En el fondo del castillo hay un ascensor que casi nunca se usa. Podemos cogerlo para bajar al muelle de carga. Allí conseguiré un camión para escapar. Seguís a Raoul hasta el ascensor. Os hace entrar de prisa y el ascensor desciende. Cuando las puertas se abren en la planta baja, veis que os aguardan 8 miembros de la Gestapo armados con ametralladoras. —Creo que he cambiado de idea —dice Raoul sonriente. Fin
84 Sueltas la mano de Simone sin demasiada convicción. Se desliza por el tejado y se aferra al saliente, pero no logra asirse firmemente del hielo. Ves horrorizado cómo cae del tejado... ¡y aterriza encima de Raoul! Contemplas a tus amigos tendidos en el suelo. No se mueven. Aunque querrías darte por vencido, ahora tienes más claro que nunca que debes cumplir la misión. Te desplazas cuidadosamente por el tejado, con las manos entumecidas a causa del frío. Finalmente llegas a la ventana y, lentamente, asomas la cabeza por encima del alféizar. El corazón te da un vuelco. ¡Jean-Paul y Marie están al otro lado! Golpeas suavemente el cristal. La mirada desconcertada de Marie se convierte en una expresión de profundo júbilo cuando abre la ventana. Sin embargo, se lleva rápidamente un dedo a los labios. —No hagas ruido —susurra—. Oímos hablar a los guardias y sospechamos que están a punto de hacemos un registro.
Si dices «Aguantaré hasta que pasen los guardias». pasa a la página 51. .Si dices «No puedo seguir afuera». pasa a la página 61
86 —Te lo agradezco, pero no lo acepto —le respondes a Raoul—. Te guste o no, seguiremos el plan original. Deja que nos vayamos y luego podrás hacer lo que quieras. Y para cerciorarnos de que no nos traicionas... —le atas firmemente y le amordazas. Te vuelves hacia los demás y añades—: Adelante. La Gestapo llegará en cualquier momento. Os asomáis a la ventana y descendéis por la pared del castillo. Recuperáis el equipo que habíais dejado en el bosque. Le lleváis una buena ventaja al Alpencorps cuando emprendéis el camino hacia Suiza. Fin
87 Subís los escalones de 2 en 2, luchando contra el torrente constante de personas que abandonan el castillo en llamas. Registráis el segundo piso, pero no encontráis a nadie. —¡Probemos en el tercero! —le gritas a Simone. Subís corriendo otro tramo de escalera. Te arden los pulmones a causa del humo. Registras frenético las habitaciones y súbitamente oyes un grito que proviene de una habitación pasillo abajo. —¡Socorro! ¡Estamos encerrados! —¡Es Mane! —exclama Simone. Corres hasta la puerta y la pateas con todas tus fuerzas. Finalmente logras abrirla. Jean-Paul y Marie te abrazan, casi desmayados por el humo. Simone los guía pasillo abajo. —¡Esperad un momento! —gritas—. Simone, si aún tienes las cuerdas, lo mejor que podemos hacer es escapar por la ventana. —¿Y Raoul? —pregunta Simone, preparando rápidamente la cuerda. Notas que el calor del fuego es cada vez más intenso. —No tenemos tiempo de buscarlo. Lo único que podemos hacer es esperar que sepa cuidar de sí mismo. Los 4 descendéis por la pared del castillo. En medio de la confusión lográis birlar un coche del estado mayor. Quedáis atascados en el tráfico que abandona el castillo, pero sabes que, con un poco de paciencia, tardaréis poco en alcanzar la frontera. Fin
Abres con los dientes el cerrojo de la portezuela. Te vuelves hasta que tus manos atadas quedan apoyadas en el picaporte, le das un ligero rodillazo a Simone para despertarla y murmuras: —¡Prepárate para saltar! Cuando el conductor reduce la velocidad para tomar una curva, abres la portezuela y saltas del coche. Simone hace exactamente lo mismo. Afortunadamente la nieve acumulada en el borde de la carretera amortigua la caída. Te incorporas y corres hacia el bosque. Pocos minutos después, sin aliento tras andar a trompicones en medio de la nieve, hacéis un alto. —No oigo nada —dice Simone—. No nos persiguen. —Claro que no—comentas pensativo—. No necesitan salir a buscarnos ahora mismo. Saben que estamos aquí, en medio de la nieve y el frío, sin provisiones. Calculan que no llegaremos muy lejos. Simplemente al amanecer enviarán un pelotón que nos buscará meticulosamente.
—En consecuencia —afirma Simone—, será mejor que recorramos mucho terreno antes del amanecer... y antes de morir congelados. Con ayuda de piedras punzantes cortáis las cuerdas que sujetan vuestras manos. Luego analizas las diversas opciones. Si bajas hasta el pueblo, podrás conseguir alimentos y ropa de abrigo. No obstante, Jean-Paul y Marie están en el castillo y a Kruptsch no se le ocurriría buscaros allí.
Si partís hacia el castillo de Baderhofí, pasa a la página 111. Si os dirigís hacia Kliespitzen, pasa a la página 121.
90 Los dedos hábiles de Simone instalan los explosivos en los decisivos puntos de tensión del puente. Coloca una mecha corta y grita: — ¡Larguémonos de aquí! Cuando subís a las bicis y comenzáis a cruzar el puente, el coche de Kruptsch traza la curva chirriando... y se detiene. Seguramente intuyó lo que estabais tramando. Pedaleáis por el puente a toda velocidad, corriendo una carrera contra reloj. Un neumático de tu bici choca contra una piedra y caes. Simone no te ve y sigue adelante. Aunque te incorporas y montas nuevamente en la bici, sospechas que es demasiado tarde. No te has equivocado. La dinamita estalla mientras aún estás en el puente. La calzada se desmorona bajo tus pies. Tu única esperanza es que Simone concluya la misión en solitario. Fin
91 —¡Alto! —grita una voz. Es Raoul, acompañado de varios guardias. Corréis por el pasillo y subís de dos en dos infinidad de escalones. Os dirigís a la sala del teleférico, situada en lo alto del castillo. Es vuestra mejor posibilidad de huida. Raoul y los guardias os pisan los talones. Entráis atropelladamente en la sala, intentando recobrar el aliento. Marie y Jean-Paul atrancan la puerta de hierro. Simone se acerca a la consola de mandos y pone en marcha el motor. ¡La cabina se va de la sala sin llevaros a bordo!
Si corres el riesgo de saltar sobre el techo de la cabina del teleférico, pasa a la página 79. Si intentas pararlo y hacer que regrese, pasa a la página 96.
92 —Mane tiene razón —opinas—. Secuestremos el tren —saltas de furgón en furgón y conduces a tus compañeros hasta el techo de la locomotora—. Sorprenderemos al maquinista. Yo saltaré por este lado hasta la cabina. Simone, tú entra por el otro. Jean- Paul y Mane, si necesitamos ayuda os. llamaremos —te sitúas en el borde del techo y gritas—: ¡Ahora! Simone y tú os deslizáis hasta el interior de la cabina. Cogéis al maquinista completamente desprevenido. Lo pones contra la pared mientras Simone se ocupa de su ayudante. —No hay moros en la costa —informas a tus amigos. Jean-Paul y Mane descienden y se reúnen con vosotros. —¿Qué hacemos ahora que tenemos un tren en nuestro poder? —pregunta Jean-Paul. Estudias el mapa del maquinista. —Veo una ruta que nos resultará útil. Durante un rato podemos seguir el Rin y luego dirigimos al oeste hasta la frontera, donde podemos abandonar el tren. Desde allí nos desplazaremos a campo traviesa hasta la costa holandesa y pediremos ayuda a uno de nuestros contactos en Rotterdam. Conduces el tren a toda velocidad y recorres rápidamente las vías. Fin
94 Corres por el pasillo de la izquierda. El castillo es un laberinto de confusión. Te abres paso a la desesperada en medio de la maraña de gente. Simone no se separa de ti. Registras todos los pasillos y todas las habitaciones, pero en ese ala del castillo no hay la menor señal de tus amigos. El humo se hace más espeso y empiezas a toser sin poderte controlar. —Si no han logrado escapar, ya no hay esperanza para ellos —logra barbotar Simone. Lo mismo se aplica a vosotros. Retrocedéis hacia la puerta principal, pero apenas lográis avanzar entre los cuerpos destrozados. Súbitamente el pasillo es devorado por las llamas. Simone y tú sucumbís junto a las demás personas que quedaron atrapadas en el castillo de Baderhoff. Fin
95 —Tendremos que correr bastante para saltar la cerca —dices. Hundes los tacones de las botas en las ijadas del caballo y gritas—: ¡Adelante! El caballo galopa hacia la cerca y te preparas para el salto. ¡De repente el animal se para en seco! Sales volando por encima de su cabeza y atraviesas la cerca. Oyes un crujido y un dolor agudo te recorre la pierna. Simone cabalga hacia ti para ayudarte. Te mira la pierna y comenta: —¡Tenemos que ir inmediatamente a buscar un médico! Parece que pasarás los próximos meses en la campiña francesa, recuperándote de una fractura. Fin
96 —¡Deten la cabina! —gritas. Simone pone la palanca en la posición de Parado, luego en la de Marcha Atrás, y la cabina vuelve a entrar en la sala. Jean-Paul, Marie y tú subís y Simone acciona la palanca. Luego echa a correr y la ayudáis a entrar. Jadeante, comenta: —Espero que podamos llegar al pie de la montaña antes de que Raoul y los guardias entren en la sala de mandos. Cuando justo acabáis de pasar la torre que está en mitad de la ladera, la cabina se detiene con una sacudida. Te asomas por la ventanilla. Aproximadamente 60 metros te separan del suelo. —Hay algo indudable —afirmas—. No podemos saltar desde esta altura. —¿Qué ocurrirá ahora? —pregunta Jean-Paul. Su pregunta tiene pronto respuesta. La cabina vuelve a moverse... pero esta vez cuesta arriba, hacia Raoul y sus hombres. Nada podéis hacer para impedirlo.
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97 —No tenemos tiempo de minar el puente —dices. Ves unas botellas de vino abandonadas a la vera del camino y añades—: Pero es posible que esos envases detengan a Kruptsch. Rompéis las botellas y dispersáis los cristales a lo largo de la entrada del puente. Volvéis a montar en las bicis y os alejáis a toda marcha. Kruptsch gira a toda velocidad en la curva y entra en el puente a toda mecha. Oyes un estrepitoso estampido cuando los neumáticos tocan los cristales y un crujido cuando el coche choca contra la barandilla del puente. Kruptsch se apea de un salto y dispara contra vosotros, pero ya estáis fuera de su alcance. Sólo utilizáis caminos interiores durante el resto del viaje hacia Alemania. Dos días después llegáis a la frontera, abandonáis las bicis en el bosque, os vestís los uniformes alemanes y os acercáis a pie al guardia frontero.
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99 Con penosa lentitud lográis llegar a la chimenea. Una vez allí, observas el mar de aguilones y de pretiles que te rodea. Sale luz de un tragaluz situado a pocos metros de distancia. Dejas la cuerda junto a la chimenea, te colocas a horcajadas sobre un aguilón puntiagudo y realizas una difícil travesía hasta la chata parte superior de un pretil. Simone te sigue. Con suma cautela, miras hacia el interior del tragaluz, pero retrocedes en el acto. —¡He visto a Jean-Paul y a Marie! ¡Los están interrogando! —susurras. Si os dejáis caer por el tragaluz, indudablemente pondréis fin al interrogatorio, pero tendréis que dejar fuera de combate a los guardias alemanes. ¿No sería más sensato hacer una entrada menos espectacular por una ventana no vigilada?
Si das un salto por el tragaluz, pasa a la página 113. Si buscas oto modo de entrar en el castillo, pasa a la página 128.
100 Guiáis a los caballos hasta la cañada y os ocultáis tras unos tupidos abetos. —Shhh, shhh —murmuras acariciando el cuello de tu inquieta montura. El coche negro toma velozmente la curva y Kruptsch ni siquiera mira en vuestra dirección mientras sigue a todo gas. —¡Menos mal! —exclama Simone—. Hemos tenido suerte. —Ya lo creo —coincides—. A partir de este momento nos desplazaremos por los bosques y los campos. Guiáis los caballos hacia los campos y os dirigís a Alemania. Evitáis las carreteras y acampáis por las noches. Dos días después llegáis a la frontera. Dejáis los caballos en un campo, con una nota atada a las sillas de montar en la que se explica a quién pertenecen. Luego os ponéis los uniformes alemanes y camináis hacia el paso fronterizo.
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101 Al arribar al castillo os espera un contingente del cuerpo de guardia que os introduce en la fortaleza. Intentar huir ahora sería una locura. Te dejas conducir a la celda, donde pasas una triste semana sin saber cuál será tu destino ni el de tus amigos. Finalmente Kruptsch te visita en la celda y te dice: —Nos has resultado muy útil. Hemos negociado con el coronel De Grelle un cambio secreto de prisioneros. En principio pensábamos cambiar a tus amigos franceses de la Resistencia por dos de nuestros agentes, pero lamentablemente escaparon más o menos en el mismo momento en que os capturamos. Simone y tú apenas podéis disimular vuestra alegría. Jean-Paul y Marie escaparon hace una semana y, evidentemente, no han vuelto a capturarlos. —De todos modos —añade Kruptsch—, vosotros 2 serviréis. De hecho resultaréis aún más interesantes, porque ahora De Grelle está dispuesto a devolverme 3 hombres. Te gustaría que Kruptsch no recuperara a sus agentes por tu intermedio, pero te alegras de que tus amigos estén libres, y Simone y tú os juráis que acabaréis con Kruptsch la próxima vez. Fin
Los 4 os alineáis en el puente. El tren traquetea debajo. —¡Ahora! —gritas y saltáis. El salto está perfectamente cronometrado y caéis bien. Os echáis sobre el techo del furgón en el preciso momento en que los alemanes llegan al puente y os lanzan una ráfaga de disparos. Pronto quedáis fuera de su alcance. —¿A dónde iremos en este tren? —pregunta JeanPaul. —Parece que va hacia el norte —respondes. —Entonces ¿viajaremos como polizones hasta encontrar un buen lugar donde apeamos? —inquiere Simone.
—No es necesario —interviene Marie—. Podemos tomar el tren. —Me parece muy arriesgado —Jean-Paul manifiesta su desacuerdo. —En mi opinión no es más arriesgado que viajar como polizones —asegura Marie—. ¿Quién sabe a dónde puede conducimos este tren?
Si consideras que debéis seguir siendo polizones, pasa a la página 75. Si estás de acuerdo con el plan de Marie, pasa a la página 92.
104 No pronunciáis una sola palabra al coger el pasillo de la izquierda. Tenéis la sensación de que no debéis hacer ruido. Seguís adelante. En medio de la oscuridad y el silencio, te sientes como suspendido en el espacio, casi como si no existieras. El mundo exterior ha dejado de tener importancia. Tus sentidos están embotados. De pronto no hay nada bajo tus pies. Caéis. —¡Maldición! —exclama Simone. Es lo último que oyes. Fin
105 Metes a Raoul en un baño y cierras la puerta después de entrar. Estás atento, por si decide atacarte. Sin embargo, parece dispuesto a matarte de aburrimiento dándote conversación. Asegura con vehemencia que es inocente y que se puede confiar en él. El tiempo no parece pasar y finalmente Raoul adopta una actitud hosca y silenciosa. Simone regresa con expresión de desaliento y explica: —Lamento haber tardado tanto, pero debí poner mucho cuidado en averiguar con quién hablaba y lo que decía. —¿Qué has descubierto? —inquieres. —Jean-Paul y Marie no están aquí —responde Simone suspirando. —¿No te lo dije? —interviene Raoul. —Pero estuvieron aquí —añade Simone con la mirada encendida—. Estuvieron hasta hace un cuarto de hora. ¡Parece que mientras yo me mostraba tan discreta, Kruptsch hacía desfilar a nuestros amigos por el castillo! —suspira—. Los han trasladado a Munich. Al parecer, todo sigue tan confuso como antes. Tu única opción consiste en llevar a Raoul de regreso a Casablanca. Tal vez allí puedas resolver el enigma y formar un nuevo grupo para el rescate. Fin
106 Tienes que librarte de Raoul sin que desconfíe. —Este es el plan —dices—. Simone y yo rodearemos el castillo é intentaremos escalar el otro lado sin que nadie se entere. Raoul, como sé que la altura no te atrae, te propongo que vayas al pueblo y consigas un coche para la escapada. Dentro de 6 horas volveremos a reunimos aquí. Raoul acepta y le ves encaminarse hacia el pueblo. Le vigilas para comprobar que no vuelve sobre sus pasos. Luego le muestras a Simone la nota de De Grelle. —¡Es increíble! —exclama la muchacha. —Sé que resulta difícil de creer —coincides—. Eso significa que debemos trabajar de prisa. Estoy seguro de que, en cuanto llegue al pueblo, Raoul acudirá a la Gestapo, motivo por el cual no seguiremos el plan que dije. Utilizaremos los uniformes alemanes y los documentos falsos para entrar en el castillo. Si trabajamos con la suficiente rapidez, quizás podamos rescatar a Marie y a Jean-Paul antes de que Raoul nos alcance. Una vez disfrazados, no tenéis dificultades para entrar en la fortaleza. Ves una estancia amplia en la que se reúnen los oficiales alemanes antes de la cena. ¿Debes correr el riesgo de que Simone haga discretas preguntas sobre Jean-Paul y Marie o será mejor confiar en tu intuición para encontrar el sitio donde están encerrados?
Si le pides a Simone que haga preguntas, pasa a la página 50. Si prefieres ir a buscar directamente a Jean-Paul y Marie, pasa a la página 68.
107 La cañada es una maraña de árboles, matorrales y zarzas. Oyes que el río fluye abajo. Logras librarte de las zarzas y cabalgas hasta un terraplén. Sales a una carretera que sigue la misma curva que el río. —Aunque es un lugar tranquilo, me temo que si seguimos aquí nos encontraremos con Herr Kruptsch —afirma Simone—. No es fácil saber qué hay al otro lado de las curvas. En ese momento oyes el chirrido de unos frenos. ¡Es el Mercedes de Kmptsch que traza la curva!
Si te internas entre los árboles para eludir a Kruptsch, pasa a la página 100. Si intentas escapar cruzando el río, pasa a la página 125.
108 Simone monta en la moto detrás de ti y tus amigos se apretujan en el sidecar. Calientas el motor, pones la moto en marcha y te largas. Una infinidad de vehículos te persigue por las calles de Kliespitzen y a lo largo de la desierta carretera. La carretera serpentea locamente montaña abajo. Tomas velozmente las curvas, exigiendo el máximo de la moto, pero los coches que te persiguen se acercan cada vez más. Al descender hacia las onduladas tierras de labrantío, comprendes que tus perseguidores te alcanzarán en cuestión de segundos. Desesperado, sales de la carretera, atraviesas una cerca de madera y corres a toda velocidad por los campos ondulados. La moto salta frenéticamente sobre el irregular terreno, pero logra mantener el equilibrio y tus acompañantes se sujetan con todas sus fuerzas. En cuanto logras distanciarte un poco de la carretera, miras hacia atrás. Profundamente frustrados, los soldados permanecen en los límites de las tierras cultivadas.
Fin
110 Los documentos falsos os permiten cruzar la frontera, pero empiezas a tener dudas respecto al plan de acción. Las comentas con Simone mientras aguardáis en la estación el tren con destino a Kliespitzen, la población más próxima al castillo de Baderhoff, donde están retenidos tus amigos. —Aunque hemos logrado que Kruptsch perdiera nuestra pista, eso no significa que no volvamos a saber de él —comentas—. Conoce nuestra misión. ¿Qué ocurrirá si se pone en contacto con el castillo y hace trasladar a Jean-Paul y a Mane? Simone medita unos instantes y dice: —En el caso de que los trasladen, seguramente los llevarán al cuartel general de la Gestapo en Munich. —Por lo tanto, si no están en el castillo, vamos a Munich —deduces. —Creo que no tendremos tiempo de hacer ambas cosas antes de que Kruptsch y Raoul nos alcancen — responde Simone—. ¡Tendremos que optar por una de estas posibilidades, con la esperanza de haber elegido correctamente!
Si vas a Munich, pasa a la página 24. Si te diriges al castillo, pasa a la página 43.
111 Es una noche espantosamente fría. A medida que avanzas dificultosamente en medio de la nieve, te das cuenta de que te encuentras en un valle. Tu única esperanza es que conduzca hasta el castillo. De todos modos, no tienes más alternativa que seguir adelante tan rápido como te lo permitan tus esforzados pulmones. Un par de horas después estás a punto de abandonar. Tienes los pies empapados y las manos congeladas y aún no hay señales del castillo, pero Simone te recuerda que falta poco para que amanezca y eso te incita a seguir adelante. Cuando la luz grisácea del alba roza la montaña, alzas la vista y ves a dos figuras que caminan hacia ti. Coges rápidamente del brazo a Simone y os ocultáis detrás de un montículo de nieve. —¿Quiénes son? —preguntas en voz baja—. Aunque no parecen estar armados y no llevan uniformes, ¿quién puede andar por aquí bajo un frío tan inclemente? Contienes la respiración y esperas.
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112 Las figuras se acercan y las reconoces. —¡Jean-Paul! ¡Marie! —gritas corriendo a abrazarlos. Aunque parezca mentira, son ellos. Tras el feliz reencuentro, Jean-Paul explica: —Logramos escapar del castillo, pero no sabíamos a dónde ir. Hemos pasado la noche deambulando por el bosque. —Lo que es seguro es que no podemos seguir en el valle. Dentro de un rato estará lleno de equipos de reconocimiento. Hace sólo unas horas Simone y yo le dimos el esquinazo a Kruptsch. —Se me ocurre una idea —interviene Marie—. ¿Por qué no subimos por la carretera? Es el último sitio donde se les ocurriría buscamos y tal vez podamos tenderle una emboscada a algún vehículo. Aunque Jean-Paul se muestra escéptico, los demás os dirigís ya hacia la carretera. Te ocultas detrás de un montón de nieve que bordea la carretera y al poco rato oyes el traqueteo de un vehículo pesado que traza la curva. Espías por encima de la nieve y ves un tanque. —¡Perfecto! —exclama Marie—. ¿Acaso hay un modo mejor de escapar que en un tanque? Aunque Jean-Paul y Simone la miran como si estuviera loca, piensas que su idea puede dar resultado.
Si crees que podréis apoderaros del tanque, pasa a la página 118. Si prefieres esperar a que aparezca un coche pasa a la página 132.
113 Con un solo movimiento decidido, abres el tragaluz, te dejas caer y aterrizas sobre el comandante. El ímpetu de tu salto lo derriba. Un capitán avanza para atraparte, pero Simone salta y lo derriba. Entretanto, Jean-Paul y Mane se lanzan sobre los guardias cogidos por sorpresa y los desarman. —¡Qué alegría veros! —exclama Mane. —Se nos ocurrió pasar por aquí —respondes con una sonrisa. Alguien salta desde una esquina y te ataca dando un grito. Marie y Jean-Paul lo cogen y lo arrojan al suelo. —¡Raoul! —exclamas sorprendido. —Está con ellos, es un colaboracionista —afirma Jean-Paul asqueado—. En cuanto comprobó que Simone y tú habíais llegado sanos y salvos al tejado, vino a decirle al comandante cómo cogeros. Aunque Raoul te mira furibundo, no estás dispuesto a perder un segundo con él. Lo atas y lo encierras en un armario mientras Simone va a buscar la soga que quedó junto a la chimenea. Luego los cuatro os asomáis por la ventana, descendéis por el muro del castillo y desaparecéis en la noche alpina.
Fin
114 Cuando la cabina del teleférico se aproxima a la torre situada en mitad de la montaña, los explosivos de Simone estallan en el castillo produciendo un gran estruendo. Se corta la electricidad y la cabina se detiene. Trepas al techo del funicular y calculas la distancia que te separa de la torre. —Pásame una cuerda —le pides a Simone—. Voy a saltar a la torre. Sujetas con los dientes un extremo de la cuerda. Simone sostiene la otra punta. Respiras hondo y... das el salto. El choque con la torre te deja sin aliento, pero logras aferrarte a la estructura metálica. Encuentras un sitio donde atar firmemente la cuerda y, de uno en uno, tus amigos se deslizan desde la cabina y descienden por la torre. En medio de la confusión provocada por las explosiones, no os resulta difícil huir a Kliespitzen, donde requisas un vehículo para el viaje hasta la frontera.
Fin
116 Sonríes amablemente al oficial y mantienes la boca cerrada, confiando en que Simone sepa resolver la situación. —Hace mucho —responde Simone al oficial y, como quien no quiere la cosa, se guarda el mapa en el bolsillo. —¿Acabáis de llegar? —inquiere. —Sí —responde la francesa con tono nervioso. —¿Por qué no cenáis conmigo? Os mostraré el castillo. —Muchísimas gracias, pero tenemos otros planes — responde Simone amablemente. El oficial se toca la gorra y se aleja. —No fue nada fácil —comenta Simone. Terminas de leer la nota de De Grelle, cuyo texto completo dice: Creo que Raoul es un agente doble que pretende traicionarte en el castillo. Apela a tu sentido común. Nuevas instrucciones: si es posible, sabotea el castillo. De Grelle —¿Entonces Raoul es un agente doble? ¡Increíble! —exclama Simone cuando le muestras el mensaje—. Eso significa que no podemos confiar en el mapa que dibujó. —Exactamente —afirmas—. Por ese motivo no seguiremos sus instrucciones. De hecho, iremos hacia el otro lado del castillo.
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117 Por nada del mundo quebrarías el silencio del túnel. Sin pronunciar palabra guías a Simone hacia la derecha. Apoyas cuidadosamente un pie delante del otro y avanzas. Poco después olvidas que estás caminando. La oscuridad y el silencio son tan hondos que parece como si flotaras en el espacio. Un rato más tarde experimentas una extraña alegría. Pocos minutos después te das cuenta de que distingues el perfil de la cabeza de Simone. ¡Se percibe un débil resplandor! A medida que sigues caminando, la luz aumenta de manera casi imperceptible. Por fin llegas a una escalera que conduce hasta la deslumbrante luz del sol. Fortalecidos por está dura prueba, os dirigís a Alemania a cumplir la misión, mientras Kruptsch os busca infructuosamente en el monasterio.
Fin
—Tomemos el tanque —les dices a Jean-Paul y a Simone—. En cuanto estemos en su interior, nadie podrá detenemos. Cuando el tanque pasa, saltáis el montículo de nieve y os posáis en el techo. Simone llama a la escotilla y grita en alemán: —¡Abrid! Se abre la escotilla. En cuanto el comandante asoma la cabeza, tres de vosotros lo cogéis de los hombros y lo arrojáis a la calzada. Hacéis lo mismo con el hombre que aparece a continuación. Os metéis en el interior y cerráis la escotilla. Marie se encarga de los mandos. Cruzáis la ciudad sin problemas, pero al salir encontráis un control de carreteras. Un oficial intenta deteneros haciendo señales. —Si paramos estamos perdidos —afirma JeanPaul. —Sigue adelante —afirmas y saludas cordialmente al oficial a través de la minúscula ventanilla.
Mane cambia de marcha y corre hacia la barrera. Los alemanes abren fuego, pero sus proyectiles rebotan inofensivamente en el tanque de acero. La barrera queda triturada como si fuera de cartón y seguís adelante a todo gas. Pocos kilómetros más adelante encontráis una bifurcación. El letrero indica que la carretera de la izquierda asciende hacia la población montañosa de Lieben, desde la cual podríais cruzar hasta Suiza. La carretera de la derecha desciende hasta una autobahn o autopista libre de peaje. El tráfico militar que la utiliza cubriría perfectamente vuestra huida.
Si tuerces a la derecha, pasa a la página 22. Si giras a la izquierda, pasa a la página 27.
120 Apenas tenéis tiempo de poneros los hábitos y cubriros las cabezas con las capuchas cuando Kruptsch entra en el comedor. —Registren este lugar de cabo a rabo —le oyes ordenar a sus subordinados. Con las cabezas inclinadas, Simone y tú entráis en el comedor en compañía de Hermano Michael. —Debo protestar ante esta... —intenta decir el monje. —¡Cállese! —ordena Kruptsch. Poco después sus hombres regresan con las manos vacías—. ¿Quiénes son estos? —inquiere señalándoos. —Dos hermanos —responde Hermano Michael con serenidad—. Han hecho voto de silencio. —Comprendo —añade Kruptsch. Bruscamente hace señales a sus hombres para que salgan. Dejas escapar un suspiro de alivio. De pronto Kruptsch da media vuelta y pronuncia tu nombre. Levantas involuntariamente la cabeza. Aunque reaccionas de prisa, es demasiado tarde. Kruptsch te vigilaba atentamente. Sus hombres os reducen.
Fin
121 A oscuras, avanzáis tan rápido como podéis a través de la nieve profunda. Afortunadamente vais cuesta abajo. Al llegar al pueblo os refugiáis en una leñera. Helado y mojado, piensas en la misión. Simone se hace eco de tus pensamientos al preguntarte: —¿Cómo haremos para cumplir nuestra misión? —No lo sé —respondes—. Hemos perdido nuestros equipos, nuestros disfraces y nuestros documentos falsos. También hemos perdido a Raoul. Estamos agotados y a punto de congelamos. Cuanto más lo piensas, más temerario te parece seguir adelante. Decides tratar de atravesar Francia para regresar a Casablanca. Allí podrás consultar a De Grelle y volver a intentarlo.
Fin
122 Raoul se aleja para presentar tus disculpas al coronel. Recuerdas nuevamente las órdenes secretas que te entregó De Grelle. Mientras abres el sobre piensas que pueden contener información vital pero jamás habrías esperado lo siguiente: Creo que Raoul es un agente doble que pretende traicionarte en el castillo. Apela a tu sentido común. Nuevas instrucciones: si es posible, sabotea el castillo. De Grelle
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123 Simone regresa y le muestras la nota. Suelta un suave silbido de sorpresa y comenta: —Aunque es difícil creerlo, explica la razón por la cual los miembros del Alpencorps nos encontraron tan rápido en la montaña. ¿Por qué De Grelle no nos lo dijo antes? —Porque no quería que se notara nuestra desconfianza —opinas—. Además, necesitábamos que Raoul nos guiara hasta el castillo. De todas maneras no creo que podamos confiar en que nos conduzca hasta donde están Jean-Paul y Mane. En cualquier momento puede entregamos. —Puedo hacer discretas averiguaciones entre los oficiales y comprobar si saben dónde están los prisioneros —propone Simone—. O podemos confiar en nuestra intuición y empezar a buscarlos.
Si quieres que Simone haga averiguaciones, pasa a la página 50. Si prefieres empezar a buscar inmediatamente a tus amigos, pasa a la página 68.
124 Si eres lo bastante listo, tal vez logres que Raoul te diga dónde encontrar a Jean-Paul y a Llevas a Simone y a Raoul hasta una pequeña habitación algo apartada del pasillo. —Organicemos nuestro plan —propones—. Raoul, ¿dónde crees que tienen a nuestros amigos? —Los presos están en un ala aislada del castillo — responde mientras hace un boceto del lugar en un trozo de papel. Te observa y súbitamente su mirada se vuelve desconfiada—. ¿Por qué no me permites guiaros hasta allí? —¡Porque eres un traidor, un colaboracionista! — respondes. Rápidamente le sujetas los brazos a la espalda impidiéndole cualquier intento de resistirse. Simone se muestra sorprendida. —¿Quién te lo dijo? —inquiere Raoul—. ¿Te lo contó De Grelle? —¿Qué importancia tiene? —Es importante porque De Grelle es el traidor. ¡Esta misión es uña trampa! ¡Es un montaje para que te deshagas de mí! Apuesto lo que quieras a que Jean-Paul y Marie no están aquí ni nunca lo estuvieron. Te asaltan las dudas. ¿Y si Raoul dijera la verdad? Te da vueltas la cabeza mientras intentas descubrir quién traiciona a quien.
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125 ¡Tienes que llegar al río! Dejas la carretera veloz como un rayo y Simone no te va a la zaga. El coche de Kruptsch acelera con el propósito de daros alcance. La carretera traza una curva cerrada a la derecha. Guiáis los caballos hacia la izquierda, pisoteáis los juncos y os metéis en el río. Los frenos del coche chirrían cuando en el giro Kruptsch pierde el control de su máquina. El coche se sale de la calzada, vuela por los aires y aterriza en el río. Simone y tú cruzáis el río haciendo nadar a los caballos. Salís a la otra orilla y permanecéis chorreantes, mirando cómo se hunde el coche de Kruptsch. Ahora que te has quitado a Kruptsch de encima estás seguro de que podrás cumplir la misión.
Fin
126 La dinamita estalla en una sucesión de brillantes destellos. La torre se derrumba, arrastrando consigo los cables. Una de las cabinas desciende desde el castillo y choca con un depósito de gasolina, que estalla con una descomunal llamarada. Caes al suelo. ¡Esto es más de lo que esperabas! Cuando te incorporas, ves que el castillo arde. —¡Tenemos que encontrar a Raoul y salvar a JeanPaul y a Mane! —gritas. Corres hasta el castillo en compañía de Simone. Todos van de un lado para otro. Intentas abrirte paso en medio de la espesa humareda. A tus pies hay una escalera y a tu izquierda un pasillo. Tendrás que adivinar dónde están tus amigos.
Si corres escaleras arriba, pasa a la página 87. Si prefieres el pasillo, pasa a la página 94.
128 Aunque registráis todo el tejado, no encontráis ningún sitio por el que entrar sin que os vean. Frustrados, empleáis los picos y las cuerdas para cruzar el mar de aguilones y pretiles y llegar a la parte delantera del castillo. Súbitamente una voz conocida suena en la oscuridad. —¡Es Kruptsch! —exclamas en voz baja. Simone te coge del brazo y señala el suelo. Allí está tu enemigo declarado, camino de su Mercedes negro. Con él van 2 guardias... ¡así como Mane y Jean-Paul! —Descendamos y cojámoslos —propones agitado. —Espera un momento —dice Simone haciéndote retroceder—. Se me ocurre una idea mejor. Derrotaremos a Kruptsch desde aquí arriba y luego bajaremos para rescatar a nuestros amigos. Busca algo entre sus provisiones, saca una bolsa con bolitas de acero y te entrega un par. Ambos apuntáis minuciosamente a Kruptsch y las lanzáis al mismo tiempo. Las bolitas rebotan inofensivamente en el suelo de cemento. Confundidos, Kruptsch y los guardias miran a su alrededor. Volvéis a apuntar y esta vez ambos dais en el blanco. Kruptsch cae al suelo desmayado. —Ahora nos ocuparemos de los guardias —dice Simone. Enciende dos cartuchos de dinamita y arroja uno a la izquierda y otro a la derecha. Las explosiones confunden un poco más a los guardias, que salen corriendo a investigar qué ocurre, olvidándose de Jean-Paul y Marie.
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129 Aprovecháis la oportunidad, descendéis por la pared y corréis hacia el coche de Kruptsch. Marie ya ha puesto en marcha el motor. Jean-Paul os aguarda con la portezuela abierta. —¡Adentro! —exclama Mane feliz—. ¡Sospeché que estabais detrás de esta maravillosa confusión! — agrega y parte como un rayo en dirección a la frontera.
Fin
130 Hermano Michael levanta una alfombra y deja expedita una trampilla que desemboca en los túneles. Simone y tú descendéis por una larga escalera hasta la negra oscuridad. Antes de cerrar la puerta, el monje deja caer una linterna y dice: —Os hará falta. ¡Buena suerte! —¡Muchas gracias! —respondes. Avanzas por el pasadizo. La luz de la linterna apenas penetra la densa oscuridad. Las paredes están húmedas y cubiertas de algo resbaladizo. De vez en cuando te detienes y aguzas el oído, pero nada quiebra el hondo silencio. Caminas durante lo que te parecen varias horas. Al principio crees que los ojos te juegan una mala pasada, pero pronto tus temores se confirman: la potencia de la linterna se debilita. Poco después se apaga y te encuentras en medio de la más negra penumbra. Simone y tú os dais la mano para no perderos al avanzar por el túnel. Súbitamente tropiezas con una pared. Tanteándola compruebas que a izquierda y a derecha se abren sendos pasillos. ¿Quién sabe a dónde conducen?
Si tuerces a la izquierda, pasa a la página 104. Si tuerces a la derecha, pasa a la página 117.
131 Simone se ha recuperado y dice fríamente: —No podemos correr el riesgo de dejar libre a Raoul mientras no sepamos qué ha sido de Marie y Jean-Paul. En consecuencia, o te quedas aquí y lo vigilas mientras yo hago unas discretas averiguaciones o lo encerramos en algún sitio y vamos juntos a buscar a nuestros amigos.
Si encierras a Raoul, pasa a la página 10. Si te quedas a vigilarlo, pasa a la página 105.
132 Observas el tanque que desciende lentamente. Esperarás a que aparezca un vehículo menos voluminoso. Un rato más tarde pasa un convoy militar. Todos los camiones están repletos de soldados. El sol sube en el cielo. Tienes la incómoda sensación de que pronto esos hombres rastrearán el valle buscándoos. Jean-Paul te da una palmada en el hombro y señala valle abajo. Ves un equipo de reconocimiento que se aproxima lentamente a vosotros. Simone señala otro grupo que se acerca desde la dirección contraria. —Crucemos la carretera —susurras. Os agacháis y cruzáis corriendo, pero también hay soldados que se aproximan desde el otro lado de la carretera. Cierran lenta y metódicamente un círculo que termina por rodearos. No hay salida.
Fin