«Y de nuevo vendrá con gloria a juzgar a los vivos y a los muertos» Juicio, esperanza y riesgo Gabino URÍBARRI* (en Revista Sal Terrae, junio 1998)
El juicio está claramente presente en el credo que recitamos en la liturgia dominical: «y de nuevo vendrá con gloria a juzgar a los vivos y a los muertos» (DS 150). De ahí que no haya estado ausente de los catecismos ni tampoco del arte religioso1. Son muy frecuentes las pinturas y representaciones escultóricas del mismo. El tema del juicio está arraigado en la conciencia creyente como uno de los contenidos propios de la fe cristiana, que se sitúa al final de la vida y al final de la historia universal. Desde otro ángulo, está muy presente en la conciencia de los creyentes inspirados por la teología de la liberación, dada la centralidad de Mt 25, 31s. dentro de esta corriente. Sin embargo, flota en el ambiente una sensación incómoda al hablar del juicio, porque no se tiene conciencia de que pueda ser un mensaje de esperanza. Parece más bien una amenaza o una venganza. Sugiere una imagen de Dios como alguien fiscalizador y pendenciero. Algo que, en cualquier caso, repugna a la convicción básica de un Dios misericordioso. Por ello se tiende, consciente o inconscientemente, a evitar este tema en la predicación y en la catequesis, pues resulta espinoso. Para abordar el tema del juicio, primero presentaré algunas de las dificultades con las que nos encontramos. En segundo lugar, haré un somero recorrido bíblico. Para terminar propondré unas reflexiones tendentes a entender el juicio como un mensaje de esperanza2. Ideas ambientales acerca del juicio a) Amenaza El juicio se asocia a la amenaza, puesto que será el momento en que Dios premie y castigue. Habría una contabilidad celestial de nuestras obras buenas y malas a la que nada podría escapar: «Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante el trono; y se abrieron los libros. Y se abrió otro libro, que es el de la vida, y los muertos fueron juzgados según sus obras, por lo que estaba escrito en los libros» (Ap 20, 12; puede verse también 20, 13-15). Por la omnisciencia divina, en este libro quedaría absolutamente todo registrado, desde lo realizado públicamente a plena luz del día hasta los últimos pensamientos de la conciencia. Así, podría entenderse a Dios como un fiscalizador empedernido, implacable e insobornable. Si aceptamos esta imagen de Dios, la consecuencia inmediata son las exigencias morales. En otras épocas, cuando se predicaba y hablaba del juicio, ello suponía, además de cumplir los mandamientos de la Ley de Dios y los de la santa Madre Iglesia, seguir fielmente todos los preceptos y consejos emanados de la moral eclesiástica, como medio más seguro de salir airosos en el día decisivo del juicio. Aquí aparece claramente la conexión entre ética y escatología: «Mira el fin en todas tus cosas y de qué manera estarás ante aquel Juez riguroso, al cual no hay cosa encubierta, ni se amansa con dones, ni recibe