¡Sal de las tinieblas! Qué hacer cuando la vida pierde sentido Benedict J. Groeschel. C.F.R. Contenido - Agradecimientos Capítulo 1: ¡Sal de las tinieblas! Capítulo 2: Cuando fallan los amigos Capítulo 3: Cuando nuestra seguridad se ve amenazada Capítulo 4: Cuando la Iglesia nos ha defraudado Capítulo 5: Cuando nos convertimos en nuestros peores enemigos Capítulo 6: Cuando la muerte nos roba un ser querido Capítulo 7: ¿Cómo actuar cuando todo se derrumba? - Epílogo: El Remedio que siempre funciona - Oraciones y pensamientos para los tiempos de oscuridad - Lecturas aconsejadas
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Agradecimientos Agradezco mucho a quienes, en cierto modo, a lo largo de los años, me han ayudado a escribir este libro, por el ejemplo de coraje y amor misericordioso cuando han debido afrontar grandes dificultades. También agradezco a los autores espirituales quienes me han ayudado a enfrentar los desafíos de la vida, a los cuales menciono en este libro. Agradezco a un amigo por pasar en limpio el manuscrito, que ha preferido permanecer anónimo, y a Bárbara Valenzuela del equipo de la Catedral de San Agustín de Tucson, Arizona, quien me ayudó con los detalles finales. También estoy agradecido a Catherine Murphy, nuestra secretaria en Trinidad, por su generosa ayuda y a John Lynch por la sugestiva pintura de la tapa del libro. Vaya también mi agradecimiento a la Hna. Catherine Walsh del grupo de la librería del Seminario de San José, Dunwoodie, y a David Burns, como así también a los correctores de San José. Agradezco además la gentileza de las editoriales Doubleday y Tan Publicaciones por autorizarme a utilizar largas citas de los trabajos del P. Caussade, como también a las ediciones Templegate por el permiso para usar las citas de los escritos de Julián de Norwich. Finalmente, agradezco profundamente a todos los que rezan por mí y por el fruto de mi trabajo, especialmente a la Hna. Mary de la Presentación de las Hnas. del Santísimo Sacramento en Yonkers, Nueva York, quien me tiene en el primer lugar de su lista de oraciones y quien a menudo, en el pasado, me ha ayudado a levantarme de las tinieblas.
P. Benedict J. Groeschel. C.F.R. Fraternidad San Crispín Bronx, Nueva York Domingo de Ramos, 1995. 2
Capítulo 1: ¡Sal de las tinieblas!
Una joven mujer estaba sentada a escasa distancia de mí. Silenciosamente dejaba correr lágrimas que indicaban un estado de indescriptible desolación interior. Una semana antes su esposo había muerto en lo que normalmente se dice un “accidente estúpido”, dejándola con dos hijos pequeños y un enorme vacío en su vida. Mientras caminaba a su trabajo en Wall Street, un trozo de cemento que cayó inexplicablemente de un edificio bien mantenido, lo golpeó. Las compañías de seguro a veces se refieren a estos hechos como “cosas de Dios”. La pareja había logrado consolidar un buen matrimonio, a pesar de los innumerables desafíos que implica comenzar una nueva familia. De hecho, eran “dos en una sola carne”. Por eso ella, en un instante, perdió la mitad de su vida. Sus dos pequeños hijos -un niño de cinco y una niña de tres- miraban sin comprender. Nunca volverían a ver nuevamente a su papito. Los amigos tenían muchos- intentaban decir algo que fuese consolador, aunque en verdad no sabían qué decir. Los padres del esposo estaban sumergidos en su propio dolor, y la familia de ella observaba sin esperanza, tratando de dar sentido a lo que no lo tenía. El sacerdote que predicó en el funeral hizo lo mejor que pudo, tal como apareció en los diarios locales. Atrajo la atención de todos para que reflexionasen sobre la promesa de Cristo: la vida eterna. Sus compañeros en el sacerdocio, al enterarse del funeral, dieron gracias a Dios por no haber sido ellos los encargados de predicar. Pasado el funeral, la mayoría de los conocidos, estaban realmente conmovidos y “se sentían muy mal por lo ocurrido”, pero siguieron adelante con sus propias vidas. Muchos miembros cercanos de la familia se comprometieron con distintos tipos de ayuda, pero sus vidas continuaron como de costumbre. Mientras que la joven viuda quedó en la oscuridad. Cada rincón de la casa se pobló de recuerdos. La alegría que antes reinaba, se convirtió en corona de espinas. Los objetos se cargaron de contenido: la foto de bodas, su taza de café favorita, su agenda. El desayuno que solían compartir muy temprano, antes de que él se dirigiera caminando a la estación de tren, se convirtió en un constante revivir el último desayuno y la posterior llamada de la policía. Ni siquiera quería ir a la iglesia pues le recordaba las escenas del funeral. No quería encontrarse con el sacerdote que
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fue a su casa cuando supo la noticia y luego predicó en el funeral. Ella no podía recordar el sermón porque en realidad ni siquiera le había prestado atención. Tú que estás leyendo estas líneas, te conmueves al leerlas pues sabes bien que, cambiando algunos detalles, podrían haber sido escritas para ti. Estas líneas están escritas para ti... y también para mí. Están escritas para todos nosotros. ¿Por qué Dios lo permitió así? Los sacerdotes y los ministros de cualquier denominación cristiana escuchan a menudo esta pregunta. Y ciertamente no pueden dar una respuesta. La evitamos, pues ordinariamente no es una pregunta, sino más bien un lamento de dolor en forma de súplica confusa y a menudo penetrada de cierta rabia. Como veremos, este lamento mezclado con rabia dirigido al Dios misterioso, es comúnmente la oración más sincera y atenta que muchos nunca antes habían elevado a Dios. Mientras manejaba por un suburbio, algo me llamó la atención, y de hecho me detuve en una casa en la que había policías, una ambulancia, y los vecinos agrupados mirando hacia la casa. Pregunté a una mujer que llevaba un delantal qué había sucedido. Ella dijo entre sollozos: “Su primer hijo está muerto en la cuna”. El apellido que se veía en el buzón de correo era italiano. Pregunté si el sacerdote ya había venido. Ella me respondió que no. Estacioné el auto y entré en la casa. En medio de una gran confusión, los familiares consolaban una mujer, mientras otra mujer mayor la abrazaba y besaba. Cuando ella me vio con mi hábito de religioso, se precipitó sobre mí, me agarró fuertemente del cuello, y tiró de mi hábito, mientras gritaba: “¿Por qué?” Esto no era una pregunta. No tenía tampoco respuesta para darle. Sabía que ese horrible momento pasaría, que ella se calmaria, y que muy probablemente podría tener aún más hijos. Pero la pregunta continuaría por el resto de su vida: “¿Por qué?” No intentaré responder esta pregunta. Creo que ninguna mente humana es capaz de dar una respuesta satisfactoria a esta pregunta. ¿Por qué sucede el mal? ¿Por qué Dios, que hizo el mundo tan hermoso, permite que alguien sea lastimado con tan terribles heridas? ¿Por qué Dios, que es Luz, permite tales tinieblas?
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Comenzó medio siglo atrás La redacción de este libro comenzó hace más de medio siglo, cuando un pequeño niño tuvo que enfrentar la primer gran tragedia de su vida. Su padre era constructor de defensas durante la II Guerra Mundial. Por eso el niño tuvo que ir a más de una docena de escuelas en diferentes lugares. Este niño, llamado Pedro, tenía dos fieles compañeros que lo acompañaban a todos los lugares donde su padre fue transferido. Muchas veces esto implicaba cambiar de escuela dos veces al año, dejando atrás los inicios de algunas amistades que no pudieron crecer en tan corto tiempo. Estos leales compañeros eran dos perros escoceses, la madre y su cachorro, quienes murieron con pocos meses de diferencia, dejando al niño en el más profundo lamento. No te rías. Muchas veces para las personas que deben afrontar tales circunstancias, las mascotas se convierten en una compañía muy importante para sus vidas. Para un niño, la muerte de sus mascotas, puede ser una herida profunda similar a la muerte de un ser humano. Recuerdo haber rezado por esos perritos escoceses, preguntando en mi soledad: “¿Por qué Dios me los quitó?” Desde entonces, como todo niño que crece, he sufrido tragedias peores. Durante todo ese tiempo, este libro ha ido madurando en mí, ya que un verdadero libro es una realidad viva, como un árbol que da frutos a su debido tiempo. Como ya dije, creo que en este mundo no hay una respuesta satisfactoria que sea capaz de responder a la pregunta “¿por qué?” Habrá una respuesta en la eternidad cuando nuestras mentes sean iluminadas para entender el misterio del mal porque entonces seremos transformados (1 Cor 15, 15). Una guía-no una respuesta Este libro, más que una respuesta, es una guía para quienes se encuentran en tinieblas. Se trata de avanzar a pesar de las tinieblas, de sobrevivir, y de saber usar los ineludibles momentos de tinieblas que hay en nuestras vidas, para crecer. En verdad no hay nada nuevo en lo que propongo. La solución que intentaré dar, no la respuesta, ya está enunciada en los Evangelios y en la vida de los grandes santos, héroes y heroínas, como también en la vida de las personas comunes que bien conocemos. Muchos de estos textos se han escrito para quienes se encontraban en lucha con el misterio del mal. Este es el tema de una gran parte de la literatura de la humanidad. Pero en cada generación la pregunta retorna. Cada época tiene su propio trasfondo de tinieblas, en el cual, la lucha por seguir adelante y encontrar un sentido debe ser conquistada de nuevo. En cada época,
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hombres, mujeres y niños no sólo se preguntan “¿Por qué?” sino también “¿cómo puedo hacer para salir de las tinieblas?” Este es el tema que trataré en mi libro. El diseño que aparece en la tapa fue ideado por John Lynch, quien ha hecho varios diseños para mis libros. Me dijo que esta pintura surgió casi espontáneamente, cuando estaba atravesando un momento de oscuridad. Fue totalmente imprevista. Ilustra una mujer enceguecida por el dolor, la destrucción y confusión. La imagen permanece de pie, signo de su determinación de avanzar, aún cuando las razones para seguir viviendo permanecen oscuras, en la ceguera de ese momento. En el corazón de la mujer hay una luz marcada por la Cruz, es la fe que la sostiene, la verdad que se descubre en los dolores de Cristo. En el fondo hay una visión de la Ciudad Celestial. Como todas esas visiones, es sólo un símbolo de una realidad que trasciende todas las imágenes humanas. John también propuso el título para este libro tomado a partir de su pintura, ¡Sal de las Tinieblas! Eso es lo que la figura está haciendo y aquello por lo que todos debemos luchar con la ayuda de la gracia divina que brilla en lo más profundo de nuestro ser. Como veremos, la respuesta cristiana al problema del mal y del sufrimiento comenzó con la Cruz de Cristo. Un cristiano no puede encontrar respuesta fuera de la Cruz de Cristo, fuera del encuentro personal de Cristo con el mal y su triunfo sobre él, su resurgir de las tinieblas. La respuesta es la lucha por la esperanza. Pero ¿cómo? ¿dónde? ¿por qué? En estas reflexiones he intentado evocar los más frecuentes sufrimientos y penas: la infidelidad de nuestros amigos, la inseguridad económica y personal, las fallas de la Iglesia, nuestro comportamiento inconstante y autodestructivo, la muerte de los seres queridos, y la inevitable pérdida que todos experimentamos en este mundo, cuando todo aquello en lo que confiábamos se nos escapa de las manos. La consideración de cada una de estas dolorosas experiencias nos brinda la oportunidad para examinarlas a la luz de la fe en Cristo. Y lo que es más importante, podremos aprender, a partir de la experiencia de otros, cómo han logrado resurgir de las tinieblas con la fuerza de la fe y la esperanza. Voy a esbozar estas lecciones a partir de la vida de las personas que he conocido o de aquellas de quienes he escuchado hablar. Cuando sea necesario proteger su identidad alteraré algunos detalles, pero sin cambiar la esencia de lo que les ha sucedido. Hago esto para proteger a quienes no necesitan que les sean abiertas de nuevo sus heridas. En cambio otros me han dado autorización para usar sus experiencias e incluso sus mismas palabras. 6
¿Quién debería leer este libro y quién no? Alguno de mis lectores puede que se esté diciendo a sí mismo: “Esto es muy duro para mi en este momento. Las cosas ahora van un poco mejor, y espero que sigan así”. Si piensas de este modo, no leas por ahora este libro. Déjalo para el día en que tal vez lo necesites. Otros se dirán: “La cosas van bien para mí en este momento, sin embargo, quisiera ser misericordioso con los demás, compartir sus dolores, aún cuando mi vida esté bastante tranquila”. Quizás quieras compartir este libro con quien se encuentra ahora en medio de tinieblas, tinieblas que al menos alguna vez a todos nos cubren. Este libro está escrito expresamente para quienes atraviesan un momento de tinieblas y dolor. Traté de buscar, con cuidadosa atención, una solución adecuada a la pregunta “¿Por qué?”, y encontré sólo respuestas parciales. Estoy convencido que los creyentes, que no temen hacer el esfuerzo, sabrán qué hacer, aún cuando sean incapaces de comprender lo que les sucede. El qué hacer es más fácil de encontrar que la respuesta al por qué. Ese qué no puede ser expresado en una plegaria o en una frase. Se experimenta en una simple mirada a la Cruz, la contemplación del Calvario y la Resurrección, pero esta mirada debe ser esbozada en palabras y aplicada a las situaciones difíciles que originan tinieblas y dolor. Imagínate a ti mismo en un bosque, una noche oscura. A lo lejos se percibe una luz. Todo lo demás es tiniebla. No hay duda sobre cuál es el camino que se debe seguir, el que lleva directo a la luz. Pero entre ti y esa luz hay un terreno desconocido, zanjas, obstáculos, una cerca que puede lastimarnos con sus alambres de púa. ¿Cómo podrás encontrar el camino a la luz? Estás agotado, asustado, preferirías tan sólo quedarte sentado allí, en las tinieblas, con la esperanza de que el cielo se iluminará. Podrías tan sólo esperar. Pero si te sientes con valor de afrontar el desafío, de salir de las tinieblas, de seguir la luz, de encontrar el camino, de aprovechar el precioso tiempo de tu vida, entonces este libro está escrito para ti. El primer paso: superar la Gran Mentira Existe una increíble mentira en nuestro mundo tecnológicamente desarrollado, que se enseña a los niños cuando crecen, y es esta: que la mayoría de las personas tiene grandes probabilidades de vivir sin que haya en sus vidas tiempos de sufrimiento o dolor, tiempos de tinieblas. Esta es una falsa ilusión creada por los medios, sobre todo por la publicidad (con su mundo de “finales felices”), por la educación que se imparte en las escuelas, por las costumbres que forman los hábitos sociales de nuestra gente, e incluso por un cierto tipo de pensamiento religioso. Se supone que la vida de cada hombre estará llena de 7
radiante sol. Y cuando no es así, la suerte cambiará, todo irá bien, y volverán tiempos mejores... No hay por qué preocuparse, todo será color de rosa. Esta falsedad no es una mentira deliberada, más bien es la total negación de la realidad de las cosas. No es un engaño que debe condenarse, sino una falsa ilusión que debe ser disipada. Debemos hacerlo si es que queremos llegar alguna vez a poseer un maduro sentido de relativa paz y seguridad en este mundo. Quien lea estas líneas ya habrá tenido verdadera experiencia de tiempos de tinieblas en su vida. Todos las tendrán que experimentar en un futuro, a menos que mueran pronto. En este preciso instante, muchos están sumergidos en la oscuridad, y es por eso que están leyendo este libro. Si uno no enfrenta este hecho evidente: que hay tiempos inevitables de dolor, de sufrimiento y dificultad, uno tendrá que atravesar neuróticamente la vida como un animal asustado. Es probable entonces que uno sufra una gran desilusión y una profunda depresión o que engendre un gran rencor o rabia. Muy probablemente esta ira se dirigirá como un reproche contra Dios; Él debería haber hecho del mundo un lugar mejor. Si no escapamos de los problemas o no intentamos evitarlos completamente ¿qué se supone que debamos hacer? Obviamente lo primero es tener la convicción, la aceptación mental de que los problemas y el dolor son una parte inevitable de la vida. Les sobrevienen a todos, y especialmente a quienes intentan desesperadamente protegerse del sufrimiento. Las personas que más se desilusionan son aquellas que piensan que esta vida breve y frágil, iba a darles el gozo reservado a los santos en el cielo. Una vez que hayas rechazado esa falsa ilusión de que la vida es ciertamente deleitable para la mayoría de las personas (y de que tú esperabas estar incluido entre ellas), entonces estarás preparado para enfrentar los tiempos de tinieblas. Algunos deciden hacer esto con estoica determinación, generalmente manteniendo un digno silencio, e intentando no involucrar a otros en sus penas. Esta actitud puede ser causa de madurez, pero también puede llevar a cierta silenciosa desesperación, a la falta de humor y a una fría actitud ante la vida. Un estoico amigo mío, describía la vida como un viaje desde las tinieblas hacia el olvido. Este tipo de valoración omite algo importante: la apreciación de nuestra propia vocación eterna, la cual nos permite superar las penas de este mundo. Esa actitud estoica está profundamente arraigada en los hábitos sociales de mucha gente de Europa del Norte y de sus “parientes” a lo largo de América del Norte, Australia y Nueva Zelanda. También se puede percibir en Japón y en la clase alta de 8
la India. Para todos ellos, el progreso tecnológico debería hacer innecesario el dolor, y al sufrimiento convertirlo en un absurdo. Por eso, admitir el sufrimiento se convierte en algo socialmente inaceptable (“incorrecto”). Poner “cara de pocos amigos” durante los períodos de dolor y desilusión, puede en apariencia, convertir la relación con nuestros vecinos como más placentera. Sin embargo, vale la pena observar que las naciones antes mencionadas, se caracterizan, no sólo por la negación del dolor sino que también son lugares donde la neurosis y la psicoterapia que requiere, se han convertido en algo muy común (ahora que la psicoterapia se ha transformado en una panacea). Leí recientemente en alguna parte, que la psicoterapia solo lleva a la gente a pasar de una vida miserable, a una vida infeliz. La apariencia, la negación y el resentimiento son las causas de las neurosis que caracterizan al así llamado “primer mundo”. Los únicos países en el Oeste que parecen evitar este estoicismo neurótico y la falsedad, son los países latinos. Recordarás, si ya tienes cierta edad, a tus parientes inmigrantes que no fueron afectados por la falsedad del primer mundo. Cuando se lo preguntes, ellos te dirán abiertamente como se sienten realmente. Es un hecho evidente: todos sufren. Prácticamente todos deben atravesar por períodos de profundo sufrimiento y tinieblas. Algunos, inexplicablemente, parecen experimentar más sufrimiento que otros. Si estás viviendo en las tinieblas, admite el hecho que son muchos quienes en esto te acompañan. Si antes no has admitido la experiencia universal del sufrimiento, el reconocerla debería llevarte, al menos en un futuro, a tener más compasión y ser más sensible a los ocultos sufrimientos de tanta gente. Si rechazas el peligroso engaño de pensar que “a todos les va mejor que a mi”, te convertirás en un ser humano más abierto, más sensible a los sufrimientos de los demás, y desearás escucharlos y ayudarlos. Pero, lo que es más importante, no verás esta forma cristiana de actuar como un peso o una pura obligación. Aun cuando todo vaya bien, la compasión por los demás te recordará constantemente que en la vida no siempre brilla el sol. En un mundo herido, marcado por el misterio del pecado original de los hombres, la vida no puede ser siempre hermosa, aunque pueda siempre estar llena de sentido. Salir significa superar No basta simplemente sobrevivir a las pruebas de la vida. Hay que superarlas. En momentos de inesperado dolor (como el profundo y repentino sufrimiento de las dos mujeres que mencioné más arriba), pensar en un crecimiento a través del dolor es totalmente incompresible. La mera insinuación de tal pensamiento sólo puede causar rabia y rechazo. Pero la bronca intensa, 9
que es una reacción predecible ante una amenaza, abrirá el camino a la decisión de seguir adelante, de vivir con ese dolor, e incluso, crecer a partir de él. Esto es lo que los santos quieren decir cuando hablan del misterio de la Cruz, un misterio unido esencialmente a la Resurrección. Así como la Pascua es incomprensible sin el Calvario, el Calvario es incomprensible sin la victoria de la tumba vacía. Si estás leyendo este libro en un momento de intenso dolor, necesitas aprender a dominarte, a soportar en silencio, aún sin comprender el por qué. Pero si el dolor ya se ha aliviado un poco, si ya has convivido con él por un tiempo, y estás intentando cumplir tus deberes para con los demás, si ya empiezas a poner las cosas en su lugar, necesitas reflexionar seriamente sobre el misterio de la Cruz. El mensaje de la muerte y Resurrección de Cristo es éste: con fe podemos muchas veces caminar por esta vida usando las mismas derrotas y fracasos como una oportunidad para atraer la gracia de Dios que nos ayude a sobrevivir. En Génesis 32 se nos narra cómo Jacob luchó con un ángel de Dios durante la noche. Aún cuando quedó herido y rengueando, recibió la bendición y continuó su camino. San Pablo, que se jactaba en medio de sus sufrimientos y desilusiones, expresa muy bien el misterio de la Cruz (2Cor 11,21-12,10). Algo de lo que todos debemos estar orgullosos, proclamarlo como algo propio, son nuestras debilidades y fracasos, pero sólo podemos gloriarnos “en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo” (Gal 6, 14). Cuando hemos sido golpeados y rechazados por la vida, abandonados de los amigos, traicionados por aquellos en quienes creíamos que se podía confiar, hastiados de nuestras propias estupideces, e incluso cuando enfrentamos la misma muerte, es cuando podemos tomar la Cruz y aplicarla a ese dolor, a la tristeza, y a la muerte. Debemos estar orgullosos de la Cruz. Me parece que es una actitud valiente decir, cuando nos enfrentamos a aquello que podría vencernos: “Miren todos la Cruz, y sepan que no seré vencido, porque el Señor de la Vida me acompaña y vive en mí, y me acompañará incluso a través del oscuro valle de la muerte”. Las palabras de Julián de Norwich, apacible místico inglés y santo de gran vigor, lo sintetiza muy bien. Hablando de Cristo escribió: Cuando estemos sumergidos en gran dolor, problemas y angustias, que nos parece que no podemos pensar en otra cosa que no sea en cómo estamos y lo que sentimos, tan pronto como podamos, debemos superarlo, y considerarlo como si nada
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hubiese pasado. ¿Por qué? Porque Dios quiere que entendamos que, si lo conocemos y amamos y lo tememos con reverencia, encontraremos reposo y estaremos en paz. Y nos alegraremos en todo lo que Él hace. Entendí perfectamente que nuestra alma jamás alcanzará la paz en las cosas de aquí abajo, y aun cuando en todas las cosas creadas lo encontremos a Él, nunca debemos quedarnos en ellas, sino levantar la mirada al Creador de todas estas cosas, que habita en lo más íntimo de ellas. Él no dijo: «Nunca enfrentarán una violenta tempestad, nunca estarán cargados de trabajos y angustias, nunca vivirán descontentos». Sino que dijo: «nunca serán vencidos». Dios quiere que conservemos estas palabras para que siempre permanezcamos firmes en la confianza, tanto en el dolor como en la alegría. Oración Señor Jesucristo, hace tiempo, en el bautismo me hiciste tu hijo y discípulo. Muchas veces renové mi decisión de seguirte lo mejor que pude, a pesar de todas mis falencias y mis contradicciones. Soy muy débil y estoy confundido, y cuando las tinieblas me invaden, me siento sin fuerzas, vencido, como si fuese rechazado por Ti. Me siento como un vagabundo a lo largo de los caminos en ruinas de la vida. Olvidé que la mayoría de mis compañeros de viaje, si es que no todos, algunas veces, experimentaron los mismos sentimientos, las mismas dolorosas pruebas. Quédate conmigo en los momentos de tinieblas, y dame, te ruego, un signo, un indicio de tu presencia. Cuando el camino se haga largo y difícil, y me sienta totalmente sólo, envíame un rayo de esperanza. Envíame, al menos, tu Santo Espíritu para que de algún modo me de cuenta que aun cuando todo esté en tinieblas, Tú estas conmigo. Amén.
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Capítulo 2: Cuando fallan los amigos En el Evangelio de San Juan leemos estas dolorosas palabras de nuestro Señor en la Última Cena: “Mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo” (16, 32). Jesús habla a sus discípulos y les predice que, a pesar de sus manifestaciones de fidelidad, todos lo dejarían solo. ¿Por qué Jesús experimentó la ausencia, la traición, la falla de sus amigos? ¿Cómo pudieron fallarle? ¿Cómo pudieron hacerle esto precisamente a quien fue tan bueno con ellos? Muchos autores cristianos han notado que Cristo en su pasión soporta todo tipo de sufrimiento, todos los dolores, todas las humillaciones, todas las penas que pueden aquejar la vida de los hombres. Y por eso Jesús debe sufrir también esto: la traición de sus amigos, experimentar el abandono. Debió soportar todo esto para que nos diésemos cuenta que Dios puso sobre Él todo el dolor y sufrimiento de los hombres. La experiencia de que nos fallen los amigos, es algo qua a todos nos sucede. Ésta muy dolorosa experiencia de la vida puede incluir la pérdida de la familia: padres, esposos, e hijos, así como amigos queridos. De pronto nos hemos quedado solos. Con esto no quiero decir que nuestros seres queridos nos fallen a propósito, o que necesariamente estén en falta. Muchas veces los amigos fallan cuando deberían acompañarnos, simplemente porque son seres humanos. Tal vez han muerto. Tenemos una desesperante necesidad de ellos, pero ellos ya no están porque la muerte se los llevó. No existe ningún adulto que no sepa de lo que estoy hablando. Buscamos el apoyo en quienes consideramos nuestros seres queridos, y ellos se han ido. Si tenemos una fe firme y fuerte podemos decir: “Sí, ellos ahora están rezando por mi desde allá arriba”, y estaremos en lo cierto. Pero ya no podrás sentarte a compartir un café con ellos. Ya no puedes llamarlos por teléfono y decirles: “¡Qué día el de hoy!”. Muchos nos fallan también por otras razones. En primer lugar, nuestros amigos cambian como también cambiamos nosotros. ¿Te has puesto a pensar cuántos amigos has perdido ya, simplemente porque ellos cambiaron o porque tú cambiaste? Muchas veces, en los encuentros de AA (soy un “alcohólico honorario”), escuché decir: “Me sumé a AA, y de lo primero que me di cuenta es que perdí a mis amigos alcohólicos”. Es por eso que AA rápidamente viene al rescate (como en el resto del programa de los “doce pasos”) con un nuevo grupo de amigos.
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En todas las circunstancias de la vida, los amigos cambian. No es culpa de nadie. Mi mejor amigo de la secundaria se hizo también sacerdote. Pero él ha cambiado; ya no es sacerdote. Nos encontramos casi todos los años, hablamos de muchas cosas, pero nuestras vidas son increíblemente diferentes, nuestras metas y propósitos son muy distintos. Un día abrí un álbum de fotos. Estaba mirando una foto de Madre Teresa, en nuestra casa de retiro. Era durante la bendición con el Santísimo Sacramento. Arrodillado a mi lado estaba un joven sacerdote a quien había conocido muy bien durante el seminario, un amigo; pero ha salido, ha cambiado. Todos cambiamos. Nuestros intereses cambian. Nuestros deseos cambian. Nuestras energías cambian. Si vives todavía unos años más, posiblemente pierdas un gran número de amigos, simplemente porque te estás volviendo viejo, y ellos también irán envejeciendo. Nadie dice: “No te veré de nuevo hasta el más allá”, pero sabemos que muchas veces puede ser nuestro último encuentro aquí sobre la tierra. Las cosas cambian, la gente se muda, surgen circunstancias, y ocurren los cambios. Lo que una vez estuvo lleno de sentido, ya ha pasado, arrastrado por las olas del tiempo. A veces perdemos amigos y familiares por rivalidades o por sentimientos heridos. Desgraciadamente vivimos en una sociedad muy competitiva. Como consecuencia hay un mundo de celos, donde incluso ya a los niños se les enseña: “Tienes que progresar, tienes que triunfar”. Siempre hay una competencia, una contienda, o algo semejante, aunque no se anuncie como una competencia. A veces ganamos o perdemos amigos en el camino, a veces ellos nos ganan o nos pierden. Generalmente nadie lo reconoce y nadie tiene la culpa, pero para todos significa una pérdida. La pérdida de amigos es más dolorosa en las relaciones familiares. Los niños crecen juntos. Juntos disfrutan de todo; sufren, lloran, se ríen, y juegan juntos, y así pasan los años. En nuestra época, hermanos y hermanas posiblemente vivan en continentes diferentes, en mundos separados. Se encontrarán algunos años después y difícilmente se reconocerán. En cierto sentido, podemos decir que alguna vez hubo una amistad, pero ahora ya no existe, quedando tan sólo una relación biológica. Si agregas a esto las rivalidades por discusiones sobre herencias y propiedades o simples celos, comprenderás cómo lo que alguna vez fue una familia se ha convertido en una herida supurante. Lo que antes fue un manantial de amor se ha transformado en una cadena de odio.
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También perdemos seres queridos por resentimiento. Todos pretendemos ser amados de una manera especial, y a veces nuestros familiares, incluso los más cercanos, o nuestros mejores amigos, no nos aman de esa manera especial que pensábamos necesitar. ¿Y por qué “necesitamos” eso? Porque estamos centrados casi exclusivamente en nosotros mismos. No tenemos ningún derecho a ser amados de modo tan especial como reclamamos, así cuando no recibimos esa atención especial, huimos. Perdemos amigos porque Dios nos llama a hacer algo diferente. Algunos han perdido amigos y familiares porque han experimentado una profunda conversión religiosa, o al contrario, porque han perdido su fe. La fe religiosa mantiene unidas las personas, pero también las separa. Algunos creen haber sido llamados a emprender un camino distinto al de sus amigos y familiares. Conocí una hermana que abandonó su comunidad religiosa después de haber estado en ella por veinte años y se unió a otra a la cual se sintió llamada. Fue muy doloroso para ella y para su comunidad. Le dije que sabía como se sentía ella. A mi me pasó lo mismo. Tuve hermanos que fueron mis amigos casi la mitad de mi vida y ahora sienten que los he abandonado. El día en que dejamos nuestra primera comunidad, leí un texto del Cardenal Newman llamado “La partida de los amigos”. Newman escribió éste ensayo cuando abandonaba la Iglesia Anglicana y se despedía de sus amigos más cercanos. Pertenecía a un grupo admirable, llamado “el movimiento de Oxford”. Era un círculo de unos veinte amigos que de diverso modo cambiaron la Iglesia Anglicana y la mayoría de las Iglesias Cristianas en el mundo anglo-parlante, incluyendo la Iglesia Católica. Algunos de ellos se hicieron católicos, algunos no. El Dr. Pusey y John Keble eran amigos íntimos de Newman pero siguieron siendo anglicanos. Y Newman era alguien que amaba la amistad. Él dijo que consideraba el haber tenido buenos amigos como la mayor bendición de su vida. Pero, al convertirse al catolicismo, perdió sus mejores amigos. El siguiente párrafo nos da una visión del dolor interior de Newman y la pena de sus amigos. El “alguien” al que se refiere es él mismo. O mis queridos hermanos, o amables y queridos corazones, o amados amigos, deben saber que alguien que ha tenido la suerte, sea por sus escritos, sea por sus palabras, de ayudarlos de algún modo a actuar; si alguna vez les ha dicho lo que ya sabían sobre ustedes, o lo que no sabían; si les ha leído sus deseos y sentimientos, y los ha reconfortado por esta simple mirada; les ha hecho sentir que hay una vida superior a esta vida diaria, y un mundo más brillante que el que ahora ven; o los ha alentado, o absorto, 14
o abierto un camino a la búsqueda, o suavizado su perplejidad; si lo que ha dicho o hecho alguna vez los ha llevado a interesarse por él, y sentir buenos afectos hacia él, recordadlo así en el tiempo que se aproxima, a pesar de que ya no lo oigan, y recen por él, para que en todas las cosas pueda conocer la voluntad de Dios y en todo tiempo esté listo para cumplirla1. Darse cuenta de quién es un amigo Muchas veces nos damos cuenta de quiénes son realmente nuestros amigos recién cuando se están yendo o ya se han ido. Hace poco he tenido una experiencia amarga y dulce a la vez. Un buen sacerdote de la arquidiócesis de Nueva York, P. James McGuire, párroco en la Iglesia de San Juan y Santa María en Chappagua, se estaba muriendo. No éramos íntimos amigos, pero sí habíamos tenido un trato amigable. Yo le había predicado un buen número de retiros. Su sobrenombre era “Jim, el caballero”, porque siempre era muy gentil, algo reservado, pero afable y muy inteligente. Siempre se mostraba agradecido por lo que hicieras por él. El diácono de la parroquia gentilmente me llamó y me dijo: “A Jim le gustaría verlo, está cercano a la muerte”. Cuando llegué a la rectoría, vi que tenía un cáncer muy extendido en una parte de su rostro. Su mandíbula se mantenía en su lugar, por la ayuda de un soporte. Fue la más hermosa visita. La enfermedad lo había vuelto menos reservado y más espontáneo. Cuando yo y el novicio que me acompañaba nos despedíamos, el novicio pidió la bendición al padre, y Jim nos dio una hermosa, larga y cordial bendición. Cuando nos detuvimos, nos dijo: “Saben, acaban de ver lo que el sufrimiento puede hacer. Les he dado una bendición «Protestante»”. (para la bendición Católica solíamos decir “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”; pero cuando hacíamos una bendición más espontánea para alguna ocasión, la llamábamos la “bendición protestante” porque los ministros protestantes están acostumbrados a dar este tipo de bendiciones). Jim fue muy franco y muy claro en manifestar sus sentimientos. Me dijo algo que fue realmente hermoso. Él dijo: “¿Sabes, Ben?, he estado ya tres veces a punto de morir con esto” (refiriéndose al cáncer), “y cada vez que me hundía, él estaba conmigo. Y cada vez que me recuperaba, también él me acompañaba. Y sé que me acompañará cuando me llegue el momento de partir”. Para un hombre muy reservado, esto fue
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JOHN HENRY NEWMAN, Sermons Bearing on subjects of the Day, Sermón 26. (New York: Longman, Green, 1902), 395. 15
revelador en extremo. No había visto a Jim por años, pero en el crisol de sufrimientos compartidos, muchas cosas se hicieron posibles. Las barreras se habían levantado. Nos volvimos sinceros y no meramente gentiles. ¡Qué ocultos estamos los unos a los otros! “¿Cómo estás?”, “O, muy bien”. Aún cuando nos estemos muriendo diríamos: “O, muy bien”. Cuando uno está con los pobres y preguntas a uno de ellos: “¿Cómo estás?”, si se está muriendo, te dice: “me estoy muriendo, estoy asustado”. En los suburbios cuando preguntas: “¿Cómo estás?”, te dirán: “Estoy bien, tengo un cáncer al cerebro, pero estoy bien”. Tememos decir la verdad sobre nosotros mismos, incluso a nuestros amigos, porque tenemos miedo de perderlos. Mi amigo Mons. Bob Brown murió hace ya algunos años, pero él era diferente. Estaba muy enfermo y vivió seis años con cáncer. Si le preguntabas: “Bob, ¿cómo estás?”, la respuesta hubiese sido: “Espectacular, para un tipo que se está muriendo de cáncer”. La primera vez que me lo dijo quedé sin palabras. Tememos compartir aquellas cosas que acercarían más a los otros y que nos acercarían más a ellos. Tenemos miedo de compartir nuestros sufrimientos. Deberíamos recordar que nuestro Señor Jesucristo no tenía miedo de compartir sus padecimientos. Todavía hoy los comparte. Eso es lo que nos enseña el crucifijo. La pérdida del Hijo de Dios La separación de los seres queridos y amigos es algo que experimentó el Hijo de Dios. Piensa en el Hijo de Dios, la segunda Persona de la Santísima Trinidad, en cuanto es Persona divina, no tanto como el Hijo de María, sino simplemente como el Hijo de Dios. Él existe como Hijo desde toda la eternidad. Antes de venir a este mundo, Él era llamado con un nombre indecible que nosotros traducimos como “el Hijo de Dios, el Hijo Unigénito”. Él vivía en esa inefable, inimaginable relación con su Padre celestial y con el Espíritu Santo. Nosotros tenemos sólo una vaga idea de todo eso, pero lo que sí entendemos es que desde toda la eternidad existía una intimísima relación. El Dios que Es, no estaba solo. No era una mente aislada que pensaba por sí misma. Sino que había una Divina Inteligencia y Ser en tres Personas. Esto es un total misterio. La gente a veces me dice: “¿Qué agrega la Trinidad?” Ella cambia todo en el mundo, sobre lo que tú puedes pensar sobre las relaciones, porque existía una desde toda la eternidad. De alguna manera, el Hijo deja oculta esa relación y viene a la tierra. El Evangelio de San Juan la dice en un griego muy colorido: “puso su Morada (tienda) entre nosotros” (Jn 1, 14). (Poner su morada
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es una expresión griega para decir que está viviendo cerca de alguien). Él vino para estar con nosotros. Experimentó de algún modo la separación, aunque siempre estuvo misteriosamente unido con su Padre. Sin intentar resumir los valiosos comentarios y escritos teológicos sobre su venida entre nosotros, deberíamos detenernos en meditar por un momento en esas palabras y aprovechar algo acerca de esa especie de “anodadamiento” del Hijo de Dios. Esta “humillación” tuvo lugar, cuando el Hijo de Dios se encarnó, y como Hijo de María, vivió entre nosotros durante tres décadas de su vida terrena. Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz (Flp 2, 5-8). La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios. Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad (Jn 1, 9-14). Junto al “anodadamiento”, Jesús experimentó las falencias y limitaciones de sus amigos humanos. Quienes lo conocían desde la niñez, y sus amigos de Nazaret, intentaron matarlo. Fueron sus mismos vecinos de un pequeño y solitario pueblo. Muchos eran parientes suyos. Lo agarraron y lo llevaron a lo alto de una colina para arrojarlo. La falencia de sus discípulos al fin de su vida es algo increíble. Casi supera toda imaginación. ¿Cómo puede ser que aquellos hombres que vivieron con Él por tres años, lo abandonaran completamente en la hora de más necesidad? Sí, cierto, Juan regresó después de huir, pero no olvidemos que pasaron varias horas en las cuales todos habían huido. Totalmente abandonado cuando fue juzgado, azotado, coronado de espinas, y condenado a muerte... totalmente solo.
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Justo antes de su Pasión, Cristo les había dicho: a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer (Jn 15, 15). En poco espacio de tiempo, estos amigos ya no estarían con Él en sus dificultades. Lo abandonarían, y aun así Él rezaría por ellos: Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí (Jn 16, 33). Rezó por ellos fervientemente (cfr. Jn 17). Predijo que lo abandonarían. Mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo (Jn 16, 32). Estos hombres eran sus amigos, pero esa amistad tenía sus limitaciones. Él tuvo que pasar todo solo, cuando más los necesitaba. Hay solo una admirable excepción al hecho de que Jesús fue abandonado completamente. La excepción está constituida por las Santas Mujeres. Las mujeres permanecieron con Él. De todas maneras, hay un hermoso detalle que pone ese apoyo de las mujeres en una luz inusual. A una mujer judía no le estaba permitido hablar a ningún hombre excepto a su padre, su esposo, sus hermanos, y los miembros más cercanos de su familia. Ella no podía hablar con otros hombres. Por lo tanto, las mujeres que siguieron a Jesús, muy probablemente, han tenido con Él conversaciones muy limitadas. Esto no lo podemos entender del todo porque no hemos vivido en un ambiente Judío Ortodoxo. Los judíos ultra-ortodoxos aun conservan esta separación tan rígida de los sexos. Tal vez no haya sido tan estricta en los tiempos de Jesús, pero algo podemos entrever en la sorpresa de la mujer Samaritana cuando Jesús le habla en el pozo de Jacob (cfr. Jn 4, 9. 27). Esto significa que, las pocas personas que hubieran podido consolarlo, tan sólo pudieron sollozar y lamentarse a la distancia. Ellas podían estar cerca, pero no habrían podido hablarle directamente, salvo su Madre y la hermana de su Madre, María, la esposa de Cleofás. Probablemente María Magdalena nunca haya tenido una conversación prolongada con el Señor. Las costumbres sociales no lo permitían. Mientras Jesús estaba sufriendo, no había manera de que alguna mujer, excepto su Madre y su tía, se le pudiesen acercar y tocarlo. Y por eso el Señor pudo estar rodeado de fieles seguidoras que, sin embargo, poco podían hacer para consolarlo. Estas santas mujeres reciben un importante reconocimiento en la Escritura, pero opino que hoy, en la Iglesia, no se les da el suficiente reconocimiento. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena y la esposa de Zebedeo y Salomé y otras mujeres que habían salido con Él desde Galilea (Mt 27, 55; cfr. Mc 15, 40; Jn 19, 25). 18
Las costumbres sociales de aquel tiempo pueden ayudar a explicar un pasaje extraño. Jesús ha resucitado de la muerte. La pobre María Magdalena está conmovida. Se acerca al Resucitado, pero Él le recuerda que no debe tocarlo. Cuando yo era seminarista, solía comer en un restaurante que tenía un nombre poco común: “El 42 de la calle Glatt”. Glatt significa completamente “kosher” (= puro). Esta palabra significa que incluso la leche que se servía no había sido ordeñada de las vacas en día Sábado. Una vez pedí un “knish”. La mesera no podía hacerme ninguna pregunta pues le estaba prohibido hablarme. Finalmente tomó el menú y me señaló las dos clases de “knishes” que había. Conocer esta costumbre puede dar un idea de la soledad de Jesús en su muerte. Jesús fue abandonado de sus discípulos, mientras que sus fieles seguidores, la mayoría mujeres, no le podían brindar ningún consuelo debido a las costumbres sociales de su tiempo. Estaba allí completamente solo. Su muerte solitaria siguió a la patética escena del Huerto donde es abandonado por sus apóstoles, quienes se quedan dormidos justo cuando Él más los necesita. Deberías leer este pasaje con mucha atención: Van a una propiedad, cuyo nombre es Getsemaní, y dice a sus discípulos: «Sentaos aquí, mientras yo hago oración». Toma consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia. Y les dice: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad». Y adelantándose un poco, caía en tierra y suplicaba que a ser posible pasara de él aquella hora. Y decía: «¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí este cáliz; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú». Viene entonces y los encuentra dormidos; y dice a Pedro: «Simón, ¿duermes?, ¿ni una hora has podido velar? Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil». Y alejándose de nuevo, oró diciendo las mismas palabras. Volvió otra vez y los encontró dormidos... (Mc 14, 32-39).
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Parte de la condición humana ¿Te ha pasado esto alguna vez? Ahora una pregunta incluso más dolorosa: ¿te “quedaste dormido” justo cuando un amigo tuyo te necesitaba? Esta es una pregunta que nos turba. Puedo fácilmente darme cuenta cuando un amigo me ha fallado, pero normalmente no cuando llegar a darme cuenta cuando yo les he fallado. ¿Por qué Cristo pasó por todo esto? Lo hizo por ti y por mí, para que pudiéramos tener un ejemplo que nos sirva de guía cuando seamos abandonados, una de las situaciones más comunes y dolorosas de la vida. Nos ayuda saber que Jesús pasó por todo esto antes que nosotros. Su ejemplo nos dará la sabiduría para preguntar con objetividad: “¿Por qué fallan los amigos?” Porque somos humanos. Porque tenemos el pecado original. Porque crecemos “viejos” y débiles, y estamos demasiado preocupados por nosotros mismos. ¿Por qué fallaron los apóstoles? Porque todo eso era demasiado para ellos. Estaba más allá de sus fuerzas. Prepárate para el momento en que te fallen tus amigos y también para el momento, aún más doloroso, en que un amigo te diga: “Me fallaste”. En este mundo hay almas extraordinarias que nunca han fallado a nadie, y Dios las ha bendecido. Pero aun esas personas, un día morirán, y ya no estarán ahí para acompañar a sus amigos. Esto es parte de la condición humana: que experimentemos las fallas de nuestros amigos, de seres amados, de esposos, de padres, de hijos. Alguno de los que leen estas líneas ha experimentado la falla de sus padres. Pienso que es el sufrimiento más grande que uno puede experimentar en esta vida. He hablado con gente que ya están en sus 50 o 60 años, y que todavía están espantados por cosas que les sucedieron medio siglo atrás, cuando sus padres les fallaron. La gente suele ser lastimada por sus mismos hermanos y hermanas, por sus esposos, por sus hijos, y no sólo de sus verdaderos hijos sino de todos aquellos para los cuales hayan sido verdaderos padres. Mejor es amar y perder ¡Atención! Ama y serás herido. Pero es mejor para nosotros amar y perder, que no amar, porque estamos en camino hacia una experiencia eterna de amor. Cuando la vida pierde sentido, el creyente debe recordar que estamos de camino hacia una experiencia de amor mucho más real y sin fin. ¿Te das cuenta que tú y yo somos parte de la extrema minoría de seremos humanos que aun estamos vivos en este momento? Piensa en el gran número de personas que ya han muerto. Si pudiéramos traer desde la eternidad a todas las personas que vivieron en Nueva York, difícilmente podríamos movernos por la multitud inmensa que sería. Piensa en todos los que vivieron en Europa, o en Asia. La gran mayoría de todos esos hombres ya han 20
muerto. Tú y yo somos parte de esta cómica minoría que se mueve de aquí para allá pensado que somos terriblemente importantes. Un pensamiento que es aún más sorprendente, es el inmenso número de gente que no ha nacido aun y viene en camino. Caminaba por un sendero en Irlanda, y un primo mío, el padre Dohaney, me dijo: “¿Te diste cuenta que nuestros antepasados han caminado por este sendero durante miles de años?” Pude imaginar entonces todas esas generaciones de parientes encerradas es ese pequeño pueblo. Cada año llevo a nuestros jóvenes religiosos a una expedición maravillosa. Vamos a la Isla Ellis, al museo de la inmigración en el puerto de Nueva York. Encontré allí una foto de irlandeses esperando abordar un barco hace 125 años atrás. Cada vez que miro esos hombres extraños con sus barbas y las mujeres usando chales y ropa de lana, siempre me digo: “Son mis antecesores, mi familia”. Una visita a este museo es una maravillosa experiencia espiritual. Cien millones de americanos, casi la mitad de la población, son descendientes de gente que alguna vez pasó por la Isla Ellis, o por el edificio que está delante. Hay un sinnúmero de fotos conmovedoras de una inmensa multitud de gente, y todos ellos están ya muertos. Todos se han ido al otro mundo, a la eterna felicidad o a la espantosa condenación. Casi la mayoría de ellos sufrieron la experiencia de haber sido abandonados alguna vez en sus vidas. La mayoría de ellos, es lo que uno espera, viven ahora en la paz eterna y en el gozo porque no tuvieron miedo de amar y perder. Darse cuenta de dos verdades cruciales No nos gusta pensar en el hecho inevitable de que la vida humana es una experiencia que rápidamente pasa, un río que corre veloz. Reconocer este hecho es parte de la respuesta a la pregunta: “¿Qué hacer cuando la vida pierde sentido?” Debemos morder la realidad, todas las cosas que experimentamos pasan, incluso las más preciosas: el amor de la familia y amigos. Toda herida y pena que provocan las fallas de nuestros seres queridos también pasan. Sin embargo, la vida simplemente no pasa. Ella corre hacia algo mucho más hermoso o más horrible, la salvación o la condenación eterna. Si somos verdaderamente creyentes, los propósitos que tengamos en la vida y nuestra actitud frente a ella, deben estar claramente delimitados por estas verdades.
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Lo segundo, de lo cual debemos darnos cuenta, es que Jesús ha soportado y santificado el dolor, causado por las fallas de los amigos mediante su propia vida y por haberles perdonado sus fallas. Los reprochó, pero no los abandonó. Durante la Última Cena, a la declaración de fidelidad incondicional de s. Pedro, respondió así: «¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos». El dijo: «Señor, estoy dispuesto a ir contigo hasta la cárcel y la muerte». Pero él dijo: «Te digo, Pedro: No cantará hoy el gallo antes que hayas negado tres veces que me conoces» (Lc 22, 31-34). ¿Cómo se hace para unir estas dos cosas: lo pasajero de la experiencia humana y el perdón ejemplar de Jesucristo? La respuesta, según los místicos, tiene un nombre: el misterio de la Cruz. Este misterio no es una abstracta idea intelectual o un argumento, sino más bien una realidad que se experimenta. De hecho uno puede entrar en la profundidad de este misterio sólo cuando está sufriendo o ha sufrido. En nuestro caso estamos considerando la falla de nuestros amigos. Vemos que Jesucristo soporta esas fallas y supera esa pena de dos modos: perdona anticipadamente a Pedro, en la víspera de su Pasión, antes de que los hechos tengan lugar. Él abraza el dolor, pero también muestra que, su Padre, de los males sacará bienes. Al final de la Última Cena, inmediatamente después de la profecía de la negación de Pedro, Jesús dice: «Todos vosotros vais a escandalizaros de mí esta noche, porque está escrito: “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño”. Mas después de mi resurrección, iré delante de vosotros a Galilea» (Mt 26, 31-32). En la gran oración que eleva al inicio del capítulo 17 de san Juan, Jesús reafirma con más fuerza aún, su confianza en que su Padre sacará bienes del mal: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado» (1-2). Ya hemos mencionado al Cardenal Newman, un hombre capaz de profunda amistad y en consecuencia familiarizado con el sufrimiento. Ambas realidades van juntas. Las siguientes frases de Newman sintetizan muy bien la urgencia de utilizar, cuando se mira la vida, el prisma del misterio de la Cruz. Cito estas frases para ayudar a tu meditación, a pesar de que Newman las usó circunstancialmente hace ya más de un siglo:
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Cómo comprender la vida Mil cosas pasan ante nosotros en el transcurso de la vida, una después de otra, ¿y qué pensamos de ellas? ¿Qué coloración les damos? ¿Acaso miramos todas las cosas de manera graciosa y alegre? ¿o de modo melancólico? ¿desanimados o llenos de esperanza? ¿Ponemos luz a las cosas de la vida, o tratamos seriamente todas las cosas? ¿Agrandamos las pequeñas cosas o empequeñecemos las grandes? ¿Mantenemos nuestra mente fija solo en el pasado, o miramos solo al futuro, o estamos totalmente absorbidos por el presente? ¿Cómo enfrentamos las cosas? [en un lenguaje más actualizado deberíamos decir: “¿Cuál es nuestra actitud frente a la vida?”] Esta es la pregunta que toda persona observadora se hace, y la responde cada una a su manera. Desean guiarse por normas; por algo que tienen dentro, que pueda armonizar y ajustarse con lo que está fuera. Esa es la necesidad que sienten quienes reflexionan. Pero permite que te pregunte: ¿cuál es la llave verdadera, cuál es el modo cristiano de interpretar este mundo? ¿Qué se nos ha dado por la revelación para ponderar y medir este mundo? El evento de este tiempo (litúrgico), la Crucifixión del Hijo de Dios. Nuestra gran lección de cómo pensar y cómo hablar de este mundo, es la muerte de la Palabra Eterna de Dios hecha carne. Su Cruz ha dado su justo valor a cada cosa que vemos: todas las fortunas, las ventajas, los rangos, las dignidades, los placeres, la lujuria de la carne y de los ojos, y la soberbia de la vida. Ha puesto un precio a las inquietudes, rivalidades, esperanzas, miedos, deseos, esfuerzos, triunfos del hombre mortal. Ha dado sentido al variado y cambiante curso de la vida, a las pruebas, las tentaciones, los sufrimientos. Ha unido y afianzado todo lo que parecía discordante y sin sentido. Ha enseñado cómo vivir, cómo usar de este mundo, qué esperar, qué desear, en qué confiar. Es el tono en el cual los discordantes sonidos de este mundo finalmente se armonizan... La doctrina de la Cruz de Cristo no hace sino anticiparnos la experiencia del mundo. Es verdad, la cruz aún en medio de todas las sonrisas y brillo que nos rodea, nos mueve al dolor de nuestros pecados. Y si no le prestamos atención, al fin nos veremos forzados a llorar por ellos, sufriendo sus temibles castigos. Si no reconocemos que este mundo se ha vuelto miserable por el pecado, a los ojos de Aquel sobre quien fueron cargados nuestros pecados, ¡lo experimentaremos convirtiéndonos en miserables por el rechazo de esos pecados contra nosotros mismos!2
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JOHN HENRY NEWMAN, Parochial and Plain Sermons, VI, Sermon 7 (San Francisco: Ignatius Press, 1987), 1229-30, 1232. 23
Lo que dice el Cardenal Newman es: más allá de que seas creyente o no, más allá de que aceptes la Cruz e intentes a través de ella vivir armonizando las penas, molestias, alegrías, y dolores de la vida; o que rechaces la Cruz y des la espalda a la fe, de todas maneras llegarás a la misma conclusión respecto al mundo. Esto es así porque la vida es como una persona absolutamente honesta que debe pagar una deuda. Al fin, la vida paga justamente el salario que cada uno ha ganado. Quienes vivieron haciendo el bien, a pesar de que hayan sido muy pobres y sujetos a muchas injusticias, estarán preparados para el Reino de Dios. Quienes han vivido en el mal se encontrarán también con el mensaje de la Cruz, pero será para su condena. ¡No lo dudes! Ricos y pobres, justos e injustos, criminales y virtuosos, niños, toda la multitud, todos nosotros, los buenos y los malos, pasaremos por el mismo juicio. Pero para los buenos, los inocentes, para quienes han luchado, para quienes están arrepentidos, los sonidos discordantes y penosos de la vida, se transformarán en música de eternidad. No amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo (Mt 6, 1920). No dudes ni por un momento que todas las cosas desfilarán bajo los brazos de la Cruz. Hay muchos que sin culpa propia, no conocen el nombre de Jesucristo, o a quienes no se les presentó de manera atrayente el mensaje cristiano. Hay quienes que, sin culpa propia, han buscado honestamente a Dios, pero no han recibido la abundancia de gracias que tú y yo hemos recibido. Nuestro Señor dice de ellos: También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor (Jn 10, 16). Durante el tiempo en que he estado pensando en este libro, nos ha conmovido a todos los espantosos sufrimientos de musulmanes y cristianos en Bosnia y los increíbles padecimientos de la población de Ruanda. Algunas de estas personas no eran cristianas, pero estoy seguro de que nuestro Salvador Crucificado estuvo en medio de ellos, y que sus tormentos, sus penurias, su búsqueda de Dios, no serán desperdiciadas para la eternidad. Rezo para que ellos se salven. Muchos son cristianos de una fe muy simple. Ellos son bendecidos al unirse en sus padecimientos, de modo bien conciente, con Cristo. Pero del otro lado están quienes cargan sobre sí, casi estúpidamente, el terrible rol de ser los enemigos de la Cruz. Aparecen en televisión todos los días. Entran en tu misma casa para enturbiar las enseñanzas de Cristo y rebajar su Iglesia. Rezo por ellos, porque están en un peligro mucho mayor que la gente de Ruanda y Bosnia. Están en un peligro eterno. Yo mismo, vivo como 24
dice San Pablo, con temor y temblor (1Cor 2, 3). Nuestro Señor enseña que aquellos a quienes se les ha dado mucho, se les exigirá mucho. Miro mi vida, y veo momentos en los que fallé miserablemente. He fallado a mis amigos, a mi familia. Fallé muchas veces. Por esto, cuando otros me fallan, digo: “Bueno, esto es en penitencia por mis propias fallas”. El Cardenal Newman termina su ensayo con estas luminosas palabras: “Solo aquellos que comienzan a partir del mundo que no se ve, son verdaderamente capaces de disfrutar de este mundo. Solo ellos disfrutan de lo que antes se han abstenido... Sólo lo heredan quienes toman las cosas como sombras del mundo que viene, y que por ese mundo que se avecina, han abandonado el mundo presente” (p. 1235). El amigo que no cambia Todos hemos experimentado la falla de nuestros amigos. De una manera u otra ellos no estuvieron ahí cuando los necesitábamos. Sabemos que pase lo que pase, si nos volvemos a Él, hay un Amigo que nunca falla, que siempre está ahí. Nuestra fe nos lleva constantemente a ese Amigo que nunca cambia. En esto, la oración es esencial, ya que es la única manera de encontrar nuestro Amigo. Él no cambia porque ya no camina más por este mundo que cambia. En Él también nos ponemos en contacto con aquella multitud de amigos nuestros que han partido antes que nosotros a ese mundo espléndido donde Él nos espera: la casa de su Padre. Aun si debes rezar en medio de tus penas y agonía, como Él lo hizo en el Huerto, pronto lo encontrarás allí en las tinieblas. La oración, una profunda oración personal que surge de lo más íntimo de nuestro ser, es la manera con la cual podemos de abrazar y ser abrazados por el Amigo que no cambia. Oración Oh Señor Jesucristo, te doy gracias por haberme dado los ejemplos de tu dolor y de tu soledad en el Huerto de los Olivos. Sin esos ejemplos me resultaría muchísimo más difícil seguir adelante cuando no hay nadie que me acompañe. Te agradezco por todos aquellos a quienes has puesto en mi camino como amigos queridos y también por la tarea que me has encomendado de ser un amigo para otros. Tarde o temprano todos debemos caminar solos, y siempre queda un lugar en mi corazón donde nadie puede entrar excepto Tú. Sin tu presencia, la soledad interior se vuelve opresiva, incluso devastadora, como una tierra desierta de vientos aterradores y noches oscuras. Pero cuando Tú estás ahí conmigo, y sólo Tú puedes estar allí, toda mi vida se llena de luz y puedo caminar aun en medio de las grandísimas pruebas. 25
Quédate conmigo, Señor, en los tiempos de oscuridad, y permite que salga de las tinieblas ya que Tú estás ahí. Sé ese amigo que me devuelve todo aquello que pueda haber perdido: el amor de una madre y de un padre, de un hermano o hermana, de un amigo o maestro. Cuando las horas finales de este viaje se acerquen y tenga que dejar todo atrás, ven conmigo por ese sendero que no tiene escalones ni tiempo. Protégeme de los enemigos de mi alma y de la voz amenazante del acusador. Dame tu mano y seré salvo. Además, permite que sea un amigo fiel para quienes tengan que atravesar momentos difíciles en sus vidas, y permíteme ser justo y capaz de perdonar a mis enemigos. Ayúdame a no esperar más de mis amigos de lo que ellos puedan darme, pero concédeme darles más de lo que ellos esperan. Concédeme no esperar demasiado de aquellos que, como yo, combaten bajo el peso de la vida, y permite que llegue a ser lo mejor que pueda, un amigo que no falla. Haz que podamos ser amigos en Ti, el Amigo que nunca falla.
Capítulo 3: Cuando nuestra seguridad se ve amenazada ¿Qué podemos hacer cuando nuestra vida pierde sentido porque nuestra seguridad económica o personal es amenazada o incluso desaparece? Todos sabemos muy bien que nuestro Señor Jesucristo tuvo muy poca o más bien ninguna seguridad en su vida. Ciertamente que desde el principio no tuvo seguridad personal, tal como nosotros la entendemos. Después que ellos se retiraron (los magos), el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle» (Mt 2, 13). La vida de Cristo comenzó con un gran peligro y la inseguridad lo siguió paso a paso en su camino. La inseguridad económica fue su constante compañera. Aún más, Él no hizo nada para alentar a quienes tenían posesiones a sentirse seguros en este mundo. De hecho, lo que sí hizo, fue desalentar sus sentimientos de seguridad. Por ejemplo, la parábola del granjero rico, habla de un hombre que es llamado al Juicio Final justo después de construir nuevos graneros. El hombre se dijo a sí mismo: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea. Pero escucha estas palabras: ¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma (Lc 12, 20). Esta parábola, como muchas otras, no hace nada para acrecentar el sentimiento de seguridad basada en las riquezas. El mensaje, tanto de las parábolas de Cristo como de su vida, es 26
el siguiente: si intentas dar sentido a tu vida, es decisivo que no pongas tu seguridad en este mundo o en lo material, porque es una falsa ilusión. Convéncete hoy mismo que si buscas seguridad y una situación perfectamente segura en esta vida, estás buscando algo que en sí mismo es muy inseguro, e incluso totalmente irreal. Un falso sentimiento de seguridad La inseguridad e incertidumbre son hechos de la vida. Obviamente, la gente tiene derecho a cierta seguridad económica nacida de lo que gana con su trabajo y de lo que gasta prudentemente. De todos modos, este derecho se ve más precisamente como una obligación de cuidar de nosotros mismos, para no convertirse en una carga para los demás. Lo que ha pasado en las naciones ricas es que la seguridad se ha convertido en un falso dios. Cuando estudié psicología, hace ya veinticinco años, los encargados de personal me comentaron que los recién graduados estaban buscando trabajo y averiguando los trámites de la jubilación. Sobre todo, tal sentimiento de seguridad se ha convertido en una trampa. Ha hecho que la gente se olvide que los éxitos de este mundo ciertamente pasan y son temporales. Nada es tan obvio como el hecho que no estaremos aquí para siempre. Si te sientes seguro en este mundo, te sientes seguro de un modo insensato y apoyado en una sombra. Nuestra superioridad económica sobre otras naciones nos causa esa falsa sensación de seguridad. Recientemente los programas del gobierno de pensiones y seguros sociales pasaron por una profunda crisis financiera. Dicen que es cerca de un trillón de dólares. Todos descansan sobre esos fondos. Lo mismo sucede con los seguros de salud. Las expresiones “seguro de vida y de salud” son parte del gran engaño existente respecto a la seguridad. En realidad son seguros de enfermos y muertos. Sólo se cobran cuando estás enfermo o te mueres. Los seguros de trabajo solían ser el gran tesoro en Estados Unidos. Hace poco hablé con un hombre que estaba retirando una canasta que se da a los pobres. Me dijo: “He trabajado por veintinueve años para una gran empresa, y ahora estoy buscando un trabajo. Nunca pensé que tendría que buscar trabajo en toda mi vida”. Otro hecho doloroso es que Estados Unidos se está convirtiendo en un país relativamente pobre. Eso es muy claro si viajas más allá del océano. Como predicador itinerante me di cuenta muy rápido de eso. Recuerdo los días en que, si viajabas a otro país con dólares estadounidenses, podías almorzar por un dólar y aun te quedaba dinero para dejar una linda propina. El dólar estadounidense tenía gran poder adquisitivo. Cuando estuve en Londres, hace no mucho tiempo, me di cabalmente 27
cuenta que el dinero estadounidense ya no tiene el peso que antes tenía. Por tres días seguidos almorcé en un lugar de comidas al paso al estilo americano. Todos los días comí lo mismo, un sándwich de pollo gomoso y una taza de te al doble de lo que me hubiese costado en Nueva York. En 1991 tuve que pasar por el aeropuerto de Narita de Tokyo, pero ya iba preparado de antemano. Tenía una escala de 5 cinco horas, que incluía el mediodía, por lo que llevaba conmigo mi almuerzo y una lata de gaseosa. Me senté allí, y mientras escribía los sermones, masticaba mis sándwiches de atún, mirando atónito una propaganda de café cuyo precio era siete veces mayor al de Estados Unidos. No hubiese podido ni siquiera solventar el pasar hambre en Japón. Salvo contadas excepciones de quienes recuerdan la Crisis Económica de Estados Unidos, los estadounidenses, en su gran mayoría, no están preparados para pensar en la inseguridad económica. Esta falta de preparación y sano temor puede llegar a ser, tarde o temprano, para muchos la ocasión de convertirse a Dios. Robert Bellah, quien a menudo aporta valores cristianos a sus análisis de la vida estadounidense, observaba: “Cualquiera haya sido el rol que una vez Estados Unidos asumió estando a la vanguardia, poniendo su confianza en empleadores, o simplemente manteniendo los empleados, la realidad de los ‘90 se ve cada vez más clara: se acabó el negocio. [Antiguamente] había un contrato implícito, ‘tú nos das tu fidelidad, y nosotros te damos seguridad’. [Ahora] como corporación, Estados Unidos merma, se consolida y por otra parte paga los costos, está exprimiendo más gente con trabajo, y exigiendo más trabajo de la gente, como nunca antes” 3. Si estás leyendo estas páginas después que la crisis de 1990 haya pasado, quizás sean tiempos de prosperidad como a fines de los ‘80, pero recuerda que lo que es verdad en física también lo es en economía: “Todo lo que sube, baja”. Aun si una persona parece tener un gran negocio que le da una aparente seguridad económica, ¿qué se pude decir sobre su salud? ¿Qué decir de las particulares vicisitudes de su vida? ¿Qué decir de los cientos de posibles calamidades que pueden llegarle en cualquier momento y hacer que uno pierda toda seguridad? Pérdida del empleo, de la propia casa, peligro de perder
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ROBERT N. BELLAH, “Small Face-to-face Christian Communities in a Mean-Spiritied & Polarized Society”, New Oxford Review 60 (June 1992), 17-18.
la salud, el envejecimiento y, en los últimos años de la vida, las enfermedades crónicas, todas estas cosas demuestran la mentira encubierta del falso sentido de seguridad. ¿Cuál es la verdadera respuesta? Serenidad en medio de la inseguridad La respuesta obvia es la enseñanza de Cristo, no poner nuestra seguridad en las cosas que uno posee. No está mal sentirse más cómodo cuando uno se encuentra más seguro de lo que estaba. Eso está bien. Supongo que el niño Jesús se sintió más seguro y a gusto cuando José y María regresaron a su casa en Nazaret después de la muerte de Herodes. De ninguna manera está mal gozar de un poco de seguridad y tranquilidad mental, pero no pongas tu confianza última en las cosas que pasan. No te sorprendas cuando tu seguridad terrena se pone a prueba, porque siempre es algo muy tenue, aunque no siempre nos demos cuenta. Desde el momento en que la seguridad en este mundo es puesta a prueba todos los días, sea por las enfermedades, los contratiempos, accidentes, ¿qué debemos hacer? Debemos seguir el ejemplo de Cristo y confiar solo en Dios. Esto nos permitirá tener paz y confianza en Dios aun cuando experimentemos la inseguridad, porque ya sabemos que la sensación de seguridad en este mundo es una falsa ilusión. Qué significa confiar realmente en Dios Confiar en Dios no significa que todo va a salir como nosotros queremos, que todo será color de rosa. Confiar en Dios no significa que Él vaya a restablecer el falso sentido de seguridad que antes teníamos. Significa que, pase lo que pase, creemos que Dios está con nosotros, y si estamos “colgamos” de Él, sacará bienes de los males, aun del mal que ha permitido que nos pase. Debo preparar mi mente ahora para que, aun en los momentos más oscuros de la vida, crea que Dios está conmigo. Y yo creo que Él estará contigo y con todos los que se conviertan a Él, y aun quienes no sepan bien como convertirse a Él. Esta vida, con sus mejores y peores cosas, pasa rápido, pero Dios siempre está ahí. Al final, los buenos y los malos caminan por el estrecho umbral de la muerte física. Pasan más allá de la apariencia física y se presentan ante Dios, donde cada uno debe rendir cuentas y confiar en la misericordia de Dios.
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Piensa en todo esto por un momento. Una persona anciana está muy enferma, enferma terminal. Recuerdo una buena amiga, la Hna. Cuthbert de las Hermanas del Sagrado Corazón de María en Tarrytown, Nueva York. Trabajó como secretaria y recepcionista en las oficinas de la arquidiócesis hasta que se enfermó, pasados ya sus setenta años. Ahora estaba al borde de la muerte. Cuando ya me estaba yendo de lo que, los dos bien sabíamos, sería mi última visita, al ver mis lágrimas dijo: “No esté triste padre. Sé que nuestra Señora vendrá pronto a buscarme y me llevará a casa”. ¡Qué hermosas palabras, que maravillosa confianza! Ella sabía con gran certeza que iba a pasar por el estrecho corredor de la muerte, desde este lugar de dolor hasta las manos de Dios. Había sido una religiosa devota de nuestra Señora durante medio siglo, obviamente la Madre de Cristo la acompañaría. Estoy seguro de su salvación. Era del tipo de personas que trabajan por ser amigos fieles de Dios y seguidores de Cristo, y Cristo no se olvida de sus amigos. Piensa ahora en un mártir, en alguno que por la tortura se enfrenta con la muerte. Recuerdo con frío estremecimiento cuando caminaba por el tumultuoso barrio bajo de Kyoto, Japón. La guía turística mencionaba que en esas mismas calles, los mártires de Nagasaki (que eran católicos conversos de Kyoto) habían sido condenados a muerte por un “shogun”. A pesar de que la Iglesia haya trabajado abiertamente por un tiempo en Japón, los “shogun” se volvieron contra Ella. Veintiséis personas, incluyendo sacerdotes, religiosos y laicos, fueron condenados a muerte por tortura. Sus orejas fueron rebanadas, y hacia el fin del invierno fueron llevados en marcha forzada casi por un mes, yendo de pueblo en pueblo en Japón, para infundir miedo en aquellos que quisiesen unirse a la nueva religión. Ellos sabían qué suerte les esperaba al final del camino: muerte por crucifixión. Esa helada marcha concluyó cuando fueron crucificados mirando hacia Nagasaki. Era el 5 de febrero de 1597. Esos mártires permanecieron firmes a través de esa interminable tortura. Con su último aliento, colgando de la cruz, se gritaban unos a otros, alentándose con palabras de fe y confianza en Dios. No esperaban que Dios los librara de la muerte física. No esperaban que el cielo se abriera y un ángel bajara hacia ellos para sacarlos de la Cruz. No, ellos esperaban pasar de este mundo a la vida eterna. Cualquier oración que puedan haber hecho para que se les mitigase el dolor, aparentemente no les fue concedida, pero murieron con una fe gigantesca y dieron a los japoneses un maravilloso ejemplo de martirio y coraje. Ya sean los antiguos mártires arrojados como alimento a las fieras, una muerte espantosa y horrible, ya sea alguno de los asesinados en nuestros
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tiempos en un campo de concentración [San Maximiliano Kolbe, Santa Edith Stein...], atravesaron la delgada pared de la muerte hacia la realidad donde no hay cambio, ni dolor ni sufrimiento, ni tiempo tal como nosotros lo conocemos. Aun sin el dolor y la gloria del martirio, nosotros seguiremos el mismo camino y pasaremos por la misma puerta de la muerte. Tal vez primero debamos pasar por el Purgatorio (al cual los santos nos enseñan a no temer, porque allí ya estaremos en las seguras manos de Dios) a fin de preparar nuestras almas a quedar totalmente abiertas a la salvación de Cristo y a la gloriosa realidad de la vida eterna. Realidad de la cual ni siquiera nuestro Señor pudo describirnos, porque va más allá de la capacidad de la mente humana. Lo que verdaderamente se debería temer Está también la otra cara sobre la cual también debemos pensar. Muy rara vez escribo sobre este tema porque es muy doloroso. ¿Qué pasa con los malvados? Por algún motivo, tiempo atrás, pretendíamos que nadie era realmente malvado. Se supone que todos son verdaderamente amables, gentiles, y todos pretendemos serlo. Pero no, hay gente malvada a nuestro alrededor. En algunos es obvio, como los asesinos contumaces que no se arrepienten. Pero pensemos también en todos aquellos que han privado a millones de personas de sus ahorros mediante el chantaje, el robo, y la industria de los préstamos y la usura. La Biblia nos dice que privar a la gente normal o a los pobres de su jornal es un crimen que clama al cielo por venganza (cfr. Dt 24, 14-15). Una buena mujer me decía hace poco con lágrimas en sus ojos: “Trabajé por veinticinco años para tal y tal empresa, y se declararon en bancarrota, y fueron absueltos, y todos los fieles empleados nos quedamos sin trabajo y secos... Sí, ellos se declararon en bancarrota, pero muchas personas de rango sacaron grandes ventajas, mientras la mayoría quedó en la calle”. Este tipo de cosas claman a Dios por venganza, incluso cuando en ocasiones se lleguen a hacer maniobras legales para cubrir un terrible crimen. De hecho, en vez de sentir rencor hacia tales personas que hacen eso, uno debería más bien sentir compasión porque deberán rendir cuentas de eso en el Día del Juicio.
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Las Escrituras nos advierten acerca de nuestra actitud hacia aquellos que se enriquecen injustamente. Estas son las palabras del Salmo 37, que transcribo libremente: No se preocupen por lo malvados. No envidien a los que hacen el mal, pues ellos desaparecerán pronto como el pasto y como hojas secas. Confía en el Señor y haz el bien, y así vivirás en la tierra gozando de seguridad. Regocíjate en el Señor, y Él colmará los deseos de tu corazón. Ponte en las manos del Señor, confía en Él, y Él actuará. Te dará justicia en la luz, y tus derechos brillarán como el sol al mediodía. Preséntate en silencio ante el Señor y espera pacientemente por Él. No te amargues por los que prosperan en su camino, y llevan a cabo malos planes. No te angusties y te dejes vencer por la rabia. Los malvados serán destruidos pero quienes esperan en el Señor poseerán la tierra. Un poco de tiempo y los malvados ya no estarán. Aunque los veas a salvo en su casa, ya no la habitarán. Los mansos poseerán la tierra y se deleitarán en abundante prosperidad. El Señor conoce los caminos de los inocentes, y su herencia durará por siempre. No serán humillados en el tiempo malo. En tiempo de hambre serán alimentados hasta saciarse, pero los malvados perecerán. Esta es una enseñanza extremadamente importante, de la que parece, nos hemos olvidado. De un modo o de otro, la gente de nuestro tiempo ha olvidado que Dios promete equilibrar la balanza al final, pero sólo cuando esta vida que fluye haya pasado. Permite que lo diga de este modo: Si un ángel se te aparece, y tu has sido víctima de injusticias sociales y financieras, y te dice: “¿Quieres tus derechos ahora, o los quieres en la eternidad?” Por Dios, no digas que los quieres ahora; pues alguien vendrá la semana próxima y te los robará. ¿Para qué los quieres ahora en este valle de lágrimas? La eternidad dura para siempre. Es lo que aprendemos de la vida de Cristo, de Nuestra Señora y de los apóstoles. Nuestro Señor Jesucristo confió en Dios. Sus enemigos lo atormentaron en la Cruz. A otros salvó y a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es: que baje ahora de la cruz, y creeremos en él (Mt 27, 42). Jesús confió en que su Padre lo salvaría. Murió y fue sepultado. Su divinidad no necesitaba la resurrección. Nosotros necesitábamos la Resurrección. Nosotros necesitábamos la Gloriosa Resurrección de nuestro Señor Jesucristo para que pudiésemos saber con certeza que los malvados no triunfarán, para que aprendamos bien a no poner nuestra confianza en los poderes de este mundo. Los que somos seguidores de Cristo no deberíamos confiar en la seguridad de este mundo, porque estaríamos construyendo castillos sobre arena. Jesús como bebé, como niño y como adulto, tuvo gente que complotó contra su 32
vida. Se podría decir que pasó toda su vida como un fugitivo y que casi nunca conoció la seguridad de la que casi la mayoría de nosotros gozamos. Pero a Él se le otorgó la victoria sobre todo mal. Seguridad verdadera en el Mundo Real Necesitamos creer que, del otro lado de la delgada pared material del mundo que percibimos con nuestros sentidos, hay un mundo sin tiempo ni ambigüedad. Es un mundo que no está sometido al proceso de la muerte. En este mundo estamos temporalmente en un lugar temporal de insatisfacción, de aventura, de ilusiones parciales. A pesar de que sea incomprensible, las posibilidades del mundo venidero son muy claras. Hay o una vida eterna o una perdición eterna. No se tú, pero yo no quiero condenarme eternamente. Y sospecho que tú como yo, querrás ver a tus seres queridos en la vida eterna del mundo futuro. Estoy seguro, que como todos los demás, tú no quieres que las cosas buenas que has tenido en este mundo desaparezcan para siempre. El mensaje de la Gloriosa Resurrección de Jesucristo es que aquello que hemos amado no desaparecerá, que las cosas buenas durarán para siempre. Esa esperanza es el sentido de la confianza en Dios. Muchos cristianos a lo largo de los siglos, incluyendo muchos miembros del clero y de órdenes religiosas, han confiado en este mundo y al mismo tiempo han intentado confiar en la eternidad. Tienen un pie de ambos lados. Es un error. El Cardenal Wolsey, que sirvió al Rey Enrique VIII tan fielmente, cuando murió sin el favor del Rey, seguramente se habrá dicho: “He servido a mi Dios tan bien como a mi rey, el cual no me abandonará en mi ancianidad, indefenso ante mis enemigos”. Si, él, como muchos otros, intentaron [inútilmente] apostar en ambos mundos. Pero debes saber que hay mucha gente normal que tiene muy en claro donde han puesto su seguridad. Tiempo atrás estaba revisando una enorme cantidad de correspondencia y me encontré con esta carta. Es una carta asombrosa. Hay una línea aguda hacia el final que me golpeó cuando la leí. Llamé a la mujer y le pregunté si podía usar su carta. Me dio permiso para citar su carta textualmente. Decía: “Estoy muy contenta de escucharlo hablar sobre la vida y lo que ella significa. Es una vergüenza que el mundo no lo vea, no importa cuan joven o viejo uno sea. Ud. verá, yo también creo muy firmemente en la vida. Teníamos dos hijos con una parálisis total. Perdimos uno hace ya seis años, cuando tenía 24 años de edad, justo un mes antes de que cumpliera 25. Nuestro otro hijo 33
va a cumplir 29 el próximo agosto. Damos gracias a Dios, no importa lo que pase. Entiendo que los médicos me preguntaran si queríamos tratarlos médicamente o dejarlos morir. Esos que se llaman expertos. Sin alimentación e hidratación hubieran simplemente muerto. Verá, mi hijo está conectado a una máquina que lo alimenta. Tiene dos tubos en su estómago, uno para alimentarlo y otro para drenar. Además recibe 12 diferentes tipos de medicación, y muy a menudo necesita sangre. Está postrado. Como Ud. se dará cuenta parece un vegetal. Pero todavía hay vida, no importa cómo. No está en nuestras manos eliminar una vida. Cuando el Señor lo llame, será el momento de que vaya a casa. Sé que se supone no me tengo que enojar, pues es un pecado, pero sé que no lo puedo remediar cuando escucho que ellos quieren quitarle la vida, y no alimentarlos a través de un tubo de alimentación. Dicen esto porque quieren darles algo de dignidad. Es una sarta de disparates. Y todo porque no quieren cuidarlos, y ellos se preocupan más del ‘todopoderoso dinero’ que de la vida en sí misma. ¿Por qué no son capaces de ver la belleza de la manera en que lo hizo nuestro Señor cuando caminaba entre nosotros? Como Jesús nos cuidó y nos amó. Jesús dijo: ‘No juzguéis si no quieres ser juzgado’. ¿Cómo puedo juzgar, sabiendo que ellos se equivocan respecto a la vida? Vea Ud., yo cuido de mi hijo en mi casa, y también de mi madre. Yo sigo adelante porque como ud. sabe, se que Jesús siempre está en mi corazón y en mi alma no importa lo que pase. Y Jesús me da su fuerza para hacer lo que debo hacer. Mi esposo aun se encuentra trabajando en otra provincia. Y a pesar que estos dos hijos no son hijos nuestros, sino adoptados, los siento como míos. He estado cuidando de este chico por diez años, y con la ayuda del Señor, siempre lo haré. Aunque sea un trabajo duro, nunca pondré a mi hijo ni a mi madre en una casa orfanato o geriátrico”. Esta es una carta sorprendente, ¿o no? Estos niños inválidos no son sus hijos. Esta mujer sabe lo que es importante, y tiene un sentido muy real de la seguridad. Su seguridad no está puesta en este mundo, sino en el mundo que vendrá, la verdadera seguridad. No estoy intentando promocionar la inseguridad, sino que intento señalar que hay una falsa seguridad en este mundo, una seguridad que se desvanece, no importa cuan rico, cuan poderoso, cuan joven, cuan talentoso, cuan sana pueda ser una persona. “Esta noche se te pedirá tu alma”. Estas palabras las puede oír cualquiera, y en cualquier momento.
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Vivimos en Nueva York, en una ciudad con extremos increíbles, es un lugar apocalíptico. Sólo me quedo acá porque creo que es donde Dios quiere que esté, y después de sesenta años he aprendido a vivir con sus locuras y con sus asombrosas místicas atracciones. La noche de Navidad paso siempre este momento especial con gente que no tiene nada más que aquello que trae en unas pequeñas bolsas de plástico. Todo lo que tienen es el asilo “Padre Pío”. Ellos están muy desprotegidos. Sin embargo tienen una serena paz y tranquilidad capaz de hacerles pasar una gran fiesta de Navidad. Y al mismo tiempo tenemos gente en esta misma ciudad que tiene millones y frecuentemente están tristes y encerrados en sí mismos. Se sienten miserables, rodeados de comodidad pero no de felicidad. Joseph Fitzpatrick, S.J., fue un famoso sociólogo, un sacerdote modelo, un verdadero nioyorquino. El único alarde que hizo fue cuando una vez fue elegido el “Puertoriquense del año” por su trabajo con la comunidad hispana. Habló a los religiosos de un interesante evento de la vida Benjamin L. Massey, S. J., de su gran trabajo con los obreros. En los días cruciales del movimiento obrero, el padre Massey era llamado frecuentemente para negociar las huelgas. Estaba afuera, en las minas de carbón, cuando John L. Lewis y la Unión de Mineros estaban enfrentándose a los propietarios de las minas. El mismo Lewis estuvo allí con su rostro áspero y con su gran cabeza cubierta de cabellos blancos, se veía como un profeta. A la izquierda estaban los mineros, a la derecha los propietarios, todos hombres muy saludables. Y en el medio estaba el padre Massey y un par de hombres del clero que intentaban negociar. John L. Lewis se levantó y dijo, mirando a los mineros: “Amigos”; luego miró a los clérigos y dijo: “Romanos”, y finalmente miró a los propietarios y dijo: “Millonarios”. Amigos, romanos y millonarios. En Nueva York tenemos muchos millonarios. Muchos son muy generosos. Nueva York tiene muchos hospitales, servicios públicos, museos, y servicios que esa gente rica prácticamente donó y sostiene. De hecho hay una Iglesia en Nueva York que la llaman “El escape del Fuego”. Dicen que el hombre que la hizo construir estaba intentando escapar del infierno cuando la donó. Puedo dar testimonio de que hay mucha gente que ayuda muy generosamente nuestro trabajo con los carenciados sin presumir ni pedir a cambio otra cosa que las oraciones de los frailes, de las hermanas y de los pobres. Los frailes estaban intentando recuperar una muy antigua escuela para convertirla en un centro de educación religiosa en una zona muy pobre del Bronx. Cuando mostraba este proyecto a un abogado muy exitoso, le mencioné que iba a intentar transformar el viejo auditorio 35
en un gimnasio. El preguntó: “¿Cuánto cree que costará hacer eso?” Le expliqué que había que construir además los vestuarios y conseguir otros equipos, por lo que estimaba que serían unos 50.000 dólares. Me dijo: “Espere un minuto”, y en el mismo momento hizo un cheque por esa suma. Por supuesto, tuvo que llamar una ambulancia para llevarme al hospital porque me dejó en estado de shock. Otra muy fina mujer no tenía idea de que estábamos intentando amueblar este centro cuando me escribió sobre su hija. Nunca había oído de esta mujer, pero le escribí una pequeña nota sobre una despareja butaca de avión adaptada donde habitualmente escribo mi correspondencia. Le aseguré mis plegarias. Me respondió, “estamos celebrando con mi esposo nuestro 45 aniversario de casados, por lo que aquí tiene un cheque por $45.000”. Estos son ejemplos de gente que está bien y relativamente bastante seguros, pero que también son muy generosos. Debería haberlos y los hay. A nosotros nos encanta ayudarlos a ellos así como lo hacemos con los pobres. Es una ayuda para todos. Donde sea que trabajes, sea en un supermercado, sea en un jardín, recuerda que no estás seguro. Todos estamos viviendo en el límite, y nos aproximamos hacia la eternidad siempre a la misma velocidad: 24 horas al día, 7 días a la semana. A continuación doy algunas sugerencias de como vivir esa necesidad de seguridad en armonía con el Evangelio. Algunas sugerencias En primer lugar, pon en orden tus prioridades. Sé que la mayoría de los lectores están preocupados por esta seguridad económica. Otros se preocupan por su salud física. Lo importante es poner el tesoro donde debe estar. Repítanse a Uds. mismos las palabras de Jesús: Amontonad más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben (Mt 6, 20). Es una deuda con nosotros mismos, y lo necesitamos para dar ejemplo a nuestros familiares y amigos, de los cuales la mayoría se ha convertido increíblemente en materialistas. Debemos recordárselo a través de nuestra frugalidad en el uso de las cosas, la modestia en lo que vestimos, y por la simplicidad de las cosas que usamos. Si eres cristiano, debes vivir como alguien convencido que aquí no tenemos una ciudad permanente, sino que buscamos el Reino de Dios.
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En segundo lugar, debemos vencer nuestros sentimientos de inseguridad financiera con la generosidad. Hay que ser generosos cuando estás seguro e incluso cuando tu seguridad es puesta a prueba. Si tienes poco para dar, dalo alegremente. Recuerda a la viuda, a quien el Señor alabó porque dio todo lo que tenía al tesoro del templo. Lo tercero, es que debemos dar ejemplo de generosidad. Un anciano sacerdote, que no está ya muy bien, hace sus compras de Navidad en pocos minutos y a su vez da un gran ejemplo a toda su familia. Suele enviarme recuerdos de todos sus familiares y amigos, y me da dinero para comprar la comida de los pobres con el nombre de cada uno de de sus familiares. Sus parientes a su vez reciben una nota en la que les avisa que p. Eduardo arregló pagar con sus nombres una comida para los pobres en Navidad. Estas notas no sólo les consiguen las oraciones de los pobres y de nuestra comunidad por ellos, sino también que les dan un gran ejemplo. El Cardenal Cooke solía decir: “El mejor regalo que un amigo puede dar a otro es la oración”. Tan sólo piensa en toda la basura, los juguetes tan caros (no me refiero a los juguete de los niños sino a los de los adultos), la basura que se compra en Navidad y se regala a gente que no la necesita o ni la quieren o no saben qué hacer con ella. Nosotros queremos dar cosas pequeñas que son atractivas, tal vez un poco inusuales. Eso es laudable. Pero si miras los precios de las cosas que se publican en las listas de propaganda para “la gente que lo tiene todo”, te das cuenta que no lo tienen todo; no tienen quienes hagan una oración por ellos. Algunas de las personas que lo tienen todo, no tienen alguien que rece por ellos, y solo acostumbran decir muy pocas oraciones. No os amontonéis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonaos más bien tesoros en el cielo... (Mt 6, 19-20). Estas no son las palabras de San Pablo, o San Juan, o San Pedro. Son las palabras de Jesucristo. Son palabras sugestivas y sorprendentes. Quienes hayan seguido esas palabras alcanzarán una seguridad que nadie se las podrá quitar. Saben donde están parados, y hacia donde van, mientras el mundo no sabe donde se encuentra o hacia donde va. Estamos parados justo en frente a una pared invisible. Y al otro lado de esta pared invisible esta la realidad eterna. El poeta místico William Blake observó muy bien que en el otro mundo hay una puerta. De un lado de esta puerta está la puerta del Cielo. Del otro lado la puerta del Infierno. La realidad de Dios no cambia ni puede ser cambiada, es una realidad increíblemente tan hermosa e incapaz de ser explicada con palabras, como la recompensa para quienes siguen a Dios. Hay una 37
realidad tan terrible y tan horrible que es imposible de ser expresada con palabras, para quienes no siguen a Dios. El hombre moderno se preocupa de su propia seguridad. Más bien ellos deberían temer, porque su mundo se dirige rápidamente hacia el paganismo, y el paganismo provoca la ceguera sobre el verdadero sentido de la vida. Lo que deberíamos temer Necesitamos sentirnos inseguros sobre las cosas “correctas”. Yo me siento muy inseguro ante la realidad de que no he hablado suficientemente contra el mal. Me siento inseguro por las veces que he colaborado con el mal de una manera pasiva en algunas oportunidades. Se que en el Día del Juicio se me pedirá cuenta de estas cosas. Pero no estoy inseguro sobre las cosas de este mundo. Es más difícil para un laico que para mí. Soy un fraile. Si algún día se me hace un agujero en mis calcetines, alguien me dará algunos dólares para comprar uno nuevo. Nuestra pequeña comunidad intenta seguir seriamente a San Francisco. No ahorramos. No tenemos ninguna propiedad real. Y a pesar de eso estamos seguros. No nos preocupamos. El Señor proveerá. Si alguna vez los frailes llegáramos a decidir invertir y empezar a ahorrar dinero, me asustaría; pero por ahora no tengo ningún miedo, porque estamos confiados en el Señor. En tu vida, especialmente como laico, o como sacerdote diocesano, o como miembro de una comunidad religiosa que dirige alguna institución, no puedes confiar en el Señor de la misma manera. Pero tú, personalmente, debes confiar sólo en Él. Si tú confías en las riquezas de este mundo, en las posesiones mundanas, te decepcionarás. Serás estafado. Aun cuando tengas enormes posesiones terrenas, cuando mueras, todas ellas te engañarán. Tus propiedades te defraudarán. Ellas constituyen el engaño más grande de todos. Son ídolos de oro. Rico o pobre, un buen cristiano es generoso y, sobre todo, confía en Dios. San Pablo, quien no tenía nada cuando viajaba por el mundo, ganando su pan diario como fabricante de tiendas, predicando y mendigando un poco, escribió: Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro (Rom 8, 38-39). La seguridad consiste en esto, y en nada más.
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Oración O Dios, Padre nuestro, Tú nos das nuestro pan de cada día. Nos das lo que necesitamos y muchas veces mucho más de lo que necesitamos. Nos dices en las Palabras de tu Divino Hijo que confiemos en Ti, y nos fiemos de Ti en todas las cosas. Muchas veces nos llenamos de miedo. Tememos perder nuestra seguridad, nuestra posición en la vida, nuestra salud, nuestra reputación, lo que nosotros consideramos “importante”. Tememos vivir y aún más tememos morir. Danos tu Espíritu Santo para que podamos encontrar paz en Ti. Fortalécenos en los momentos de necesidad. Sobre todo, tu Santo Espíritu nos enseñé a ver lo que es verdaderamente importante y a renunciar a lo que no es verdaderamente importante y que quizás sea un obstáculo en nuestro camino hacia Ti. Señor Nuestro Jesucristo, el pobre carpintero de Nazaret, el predicador ambulante sin techo que lo cobijara, el hombre condenado a muerte y privado de las cosas de esta tierra, incluyendo la vida, sea nuestro modelo. Haz que no deseemos estar más seguros de lo que Él estuvo. Y que cuando las cosas nos sean quitadas y nuestra seguridad se desvanezca, sea su ejemplo y vida, una luz que nos guíe por el breve viaje de esta vida. Padre Celestial, sólo tú tienes riquezas que el tiempo no puede arrebatar. Sólo Tú puedes darnos el Reino que no perece. Pedimos, Señor, que por el ejemplo de tu Hijo y la gracia de tu Espíritu Santo, nosotros y todos nuestros seres queridos tengamos la verdadera seguridad basada en la aceptación de Tu Divina Voluntad. Que tengamos ojos para ver más allá de este mundo y corazones para amar aquello que no pasa, sino que permanece para siempre. Amén.
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Capítulo 4: Cuando la Iglesia nos ha defraudado Difícilmente pasa una semana en la cual alguna persona no me diga que la Iglesia o algún representante suyo lo ha decepcionado o lastimado gravemente. Algunas veces estos cristianos heridos están tristes, pero es más frecuente que estén muy enojados. A veces, ni siquiera recuerdan que ni yo ni ningún otro sacerdote u obispo representan a toda la Iglesia. Es doloroso para ellos y para nosotros. A decir verdad, es muy probable que cuando uno más cercano está a la Iglesia, más veces se sienta herido por Ella. Sospecho que quien más a menudo es lastimado por la Iglesia en este mundo, es el mismo Papa, porque constantemente cae bajo las críticas de todos, no sólo ataques de quienes están fuera de la Iglesia, sino también por las quejas que siembran descontento de quienes están dentro de Ella. La pregunta que a todos surge, ya sea Papa o párroco, es la siguiente: “¿Cómo puede la Iglesia causarnos daño tan frecuentemente y seguir siendo aun el Cuerpo Místico de Cristo?”. Seguramente tenemos razón en esperar una mejor atención por parte de la representante histórica del Amable Salvador del mundo. Parte de nuestro problema es que usamos la expresión: “la Iglesia” para describir un sinnúmero de cosas relacionadas, pero que según diversos grados, son muy distintas unas de otras. La palabra “iglesia” adquiere diversos significados. Así, puede indicar un edificio material. Puede también significar una denominación cristiana particular, como por ejemplo la “Iglesia Luterana”. Puede aludir a una determinada parroquia o una diócesis. Así si alguien dice: “Tengo problemas con la iglesia local”, esto puede significar que tiene problemas con cualquier cristiano del mundo, o con algún católico, es decir, un miembro de “la Iglesia Católica”. La palabra “católico” significa “universal”, derivado del griego kata holos, que significa “de todo el universo”. Otra fuente de confusión es qué se entiende cuando hablamos de “miembro de la Iglesia Católica”. Por ejemplo, cuando hablamos de los “católicos de Estados Unidos”, se suele decir en los periódicos que el 54 por ciento de los católicos, para dar un ejemplo corriente, no están de acuerdo con los obispos en tal cosa o en tal otra. ¿Quiénes forman ese 54 por ciento? ¿Son un porcentaje de qué cosa? Quienes hacen las encuestas, simplemente preguntan a la gente: “¿eres católico?”. Una vez, cuando era capellán de un hogar de niños, tuve en mis clases de catecismo un niño que decía ser católico y que preparamos para el Bautismo y la Primera Comunión. Después, descubrimos que se decía “católico” porque su primo jugaba al básquet en el gimnasio de un centro juvenil católico en Harlem. Ese era el único tipo de relación que toda la familia tenía, y por eso pensaban 40
que eran “católicos”. Los estudiantes contratados para hacer encuestas llaman por el teléfono y preguntan: “¿Eres católico?”, si respondes “sí”, preguntan: “¿Estás de acuerdo con el Papa sobre el control de la natalidad?”, algunos responden: “No”. Y así esta parte de “disidentes” se suma al porcentaje de los que están en desacuerdo con el Papa. En realidad no tenemos idea si estos son católicos sinceros que defienden a la Iglesia, ni si participan alguna vez de la Misa. A una joven de mi familia que iba a una escuela católica no sólo le enseñaron que Dios es mujer sino que también Jesucristo era mujer. Sus maestros necesitan terapia, una prolongada terapia. ¿Qué se entiende cuando uno dice: “Soy miembro de la Iglesia Católica”? ¿Qué significa cuando Phil Donahue o algún otro periodista dice: “Yo soy católico”, o cuando Madonna u otra actriz blasfema dice: “Yo soy católica”? Están abusando de la Iglesia Católica y pretendiendo tener una participación activa en ella, mayor de la que alguna vez han tenido. Por sus obras, mas bien están ciertamente atacando a la Iglesia Católica y blasfemando tanto contra ella como contra su Fundador. ¿Qué se entiende entonces por “Iglesia”? ¿Qué significa “Iglesia”? En primer lugar significa el “Cuerpo Místico de Cristo”, expresión fuerte usada por San Pablo: Porque nadie aborrece su propia carne; antes bien, la alimenta y la cuida con cariño, lo mismo que Cristo a la Iglesia, pues somos miembros de su Cuerpo (Ef 5, 29-30). Él es también la Cabeza del Cuerpo, la Iglesia (Col 1, 18). Existe una realidad espiritual escondida en la Iglesia visible, es el Cuerpo Místico unido profundamente de manera espiritual con todos sus miembros4. Lo que vivifica al Cuerpo Místico es la gracia de Dios. Es más, la misma Iglesia enseña que sus miembros no se restringen tan sólo a quienes están actualmente en estado de gracia. Eso fue definido en el momento de la Reforma. Algunos de los reformadores decían que sólo son miembros de la Iglesia aquellos que actualmente se encuentran en gracia. Los obispos de la Iglesia Católica negaron esta concepción de una “Iglesia de Santos”. Los que están en pecado no reciben ningún beneficio del ser miembros de la Iglesia, 4
N. del tr. Con posterioridad a la redacción de este libro, se publicó el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, que por su brevedad, claridad e integridad, se dirige también a toda persona que quiera conocer el Camino entregado por Dios a la Iglesia de su Hijo. En el Compendio se enseña: “¿Dónde subsiste la única Iglesia de Cristo? La única Iglesia de Cristo, como sociedad constituida y organizada en el mundo, subsiste (subsistit in) en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él. Sólo por medio de ella se puede obtener la plenitud de los medios de salvación, puesto que el Señor ha confiado todos los bienes de la Nueva Alianza únicamente al colegio apostólico, cuya cabeza es Pedro” (162); y más adelante: “¿Por qué decimos que la Iglesia es católica? La Iglesia es católica, es decir universal, en cuanto en ella Cristo está presente: «Allí donde está Cristo Jesús, está la Iglesia Católica» (San Ignacio de Antioquía). La Iglesia anuncia la totalidad y la integridad de la fe; lleva en sí y administra la plenitud de los medios de salvación; es enviada en misión a todos los pueblos, pertenecientes a cualquier tiempo o cultura” (168). 41
pero aun son sus miembros. Son miembros enfermos. Son miembros en problemas. Uno no queda excomulgado de la Iglesia si peca simplemente y por tanto no está en estado de gracia5. La mayoría de las veces, cuando decimos “Iglesia”, nos referimos a su aspecto visible, externo, guiado por los obispos y el Papa, e incluso personas que tienen alguna responsabilidad: el clero, los religiosos, los laicos activos, el consejo parroquial, la sociedad de San Vicente de Paul, etc. Algunos dicen: “yo trabajo para la Iglesia”. “¿En qué trabajas?” Y responden: “En el Hospital de Santa María”. Eso es, para estas personas, la “Iglesia”. “Yo trabajo para la Iglesia”. ¿Eso significa en el obispado, en una oficina de la diócesis, o en una parroquia? Esta es una serie de preguntas que uno debería tener en mente cuando alguien le dice que la Iglesia lo decepcionó. En realidad, cuando la gente dice que la Iglesia le falló, se refieren a sus parroquias, o a su diócesis, o a un obispo diocesano. Se refieren también a la Iglesia Católica en los Estados Unidos, o a la “la Iglesia Estadounidense”, por emplear una expresión corriente pero totalmente inaceptable. (No se tú, pero yo no pertenezco a “la Iglesia Estadounidense”. Pertenezco a la Iglesia Católica peregrina en los Estados Unidos. ¿Quién es la cabeza de esta “Iglesia Estadounidense”?). Ciertamente que podrás encontrar una “Iglesia Estadounidense”, pues hay gente tonta que por su propia cuenta inicia pequeñas iglesias independientes. Solía haber una iglesia en Harlem llamada “Iglesia Católica Independiente de la Rosa Mística de María”. Era la gestión empresarial de un hombre del clero que decidió seguir siendo católico, pero metiendo sus manos directamente en el asunto, y sin ningún contacto con el Vaticano, la Guardia Suiza, etc. Cada tanto alguien lanza y comienza una 5 N. de tr. Un texto de Santo Tomás de Aquino presenta sencillamente esta verdad: “Los miembros del cuerpo natural coexisten todos al mismo tiempo, no así los del Cuerpo místico, y ésta es la diferencia entre el cuerpo natural y el Cuerpo místico de la Iglesia. La no-coexistencia al mismo tiempo la podemos considerar, ya por relación a su ser natural –la Iglesia, en efecto, se constituye por los hombres que existieron desde el principio hasta el fin del mundo–; ya por relación al ser de la gracia; y así entre los miembros de la Iglesia, aun entre los que viven en un mismo tiempo, hay quienes no poseen la gracia, pero que la poseerán, y hay quienes están privados de gracia, habiéndola antes poseído Así, pues, se ha de considerar como miembros del Cuerpo místico no sólo quienes lo son en acto, sino también aquellos que lo son en potencia. Entre estos últimos hay quienes jamás han de pertenecer en acto al Cuerpo místico; pero hay otros que pertenecerán en un momento dado, según un triple grado: por la fe, por la caridad en ésta vida, por la bienaventuranza en el cielo. Considerando en general todas las épocas del mundo, Cristo es cabeza de todos los hombres, pero en grado diverso. En primer lugar y principalmente, es cabeza de quienes actualmente están unidos a Él en la gloria; en segundo lugar, es cabeza de aquellos que están actualmente unidos a Él por la caridad; en tercer lugar, es cabeza de todos aquellos que están unidos a Él por la fe; en cuarto lugar, es cabeza de quienes están unidos a Él sólo en potencia y que, según los designios de la predestinación divina, han de pertenecer en acto en un determinado momento. Por último, es cabeza de todos los que están unidos a Él en potencia y jamás lo han de estar en acto, y tales son los hombres que viven en este mundo y que no están predestinados. Cuanto a estos últimos, desde el momento en que abandonen este mundo, ya no serán miembros del cuerpo de Cristo, pues ya no estarán en potencia para serle unidos” (STh 3, q. 8, a 3).
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“Iglesia Católica Ortodoxa”, o “la Antigua Iglesia Católica”. Si alguien me hubiera dicho tiempo atrás que se venia un cisma en la Iglesia Católica de Estados Unidos y que la llamarían así: “la Iglesia Católica de Estados Unidos”, no me hubiese asombrado en lo más mismo. Algunas personas parece que ya han iniciado ese camino. Y todo terminará en nada. Más allá de los distintos significados que puede tener la palabra “iglesia”, quienes leen este libro pueden decir: “la Iglesia me ha defraudado”. Pudo haber sido la parroquia, la diócesis, una escuela Católica, una institución perteneciente a la Iglesia, una publicación Católica, o algún Obispo. Cualquiera podría presentar una queja semejante. Más o menos casi todos los sacerdotes o religiosos pueden decir lo mismo, y tendrían quejas legítimas o reproches, pues en su larga vida de servicio a la Iglesia hubo alguna vez o hubo algún lugar, donde fue dejado de lado, despreciado o incomprendido. Llevo ya 45 años como religioso, y te puedo decir que a menudo me encuentro molesto con cierto sector de la Iglesia. Las posibilidades de ser herido son enormes, y son mayores cuanto más comprometido está uno. Por ejemplo, gente muy generosa se acerca a la Iglesia buscando una posibilidad de poder servir, dar de su tiempo y energías. Tal vez den sus vidas en la vocación religiosa. Por años las cosas van bien, son apreciados o en última instancia se les da la oportunidad de trabajar duro y poder hacer algo. Pero en un cierto momento se produce un cambio. Aparecen nuevos dirigentes, y los de la “vieja línea” se van. Se les da un mínimo o casi ningún reconocimiento por todo el trabajo que han hecho. Y les viene el sentimiento que Dios mismo no tiene en cuenta lo que ellos han hecho. Así ellos, comprensible pero equivocadamente, se enojan con Dios, o con toda la Iglesia Católica, desde el Papa hasta el último fiel. Es un sentimiento tremendo. Lo sé. En menor escala eso puede sucederle a cualquier fiel parroquiano o miembro de la Iglesia. Han sido generosos hasta el punto del sacrificio. Han dado aún hasta que les dolía, pero viene un nuevo párroco o administrador, y quedan completamente olvidados. Saben que Dios no hizo eso, pero emocionalmente sienten que han sido rechazados. Ecos de esos sentimientos se pueden entrever en las palabras de los profetas contra los hebreos, y en los escritos de San Pablo y San Juan. Tal vez la peor de todas estas experiencias sea cuando a alguno de nuestros seres queridos se los ha corrompido y se les enseñó el error por parte de quienes representan a la Iglesia. He oído esta amarga queja de padres que se han esforzado por dar a sus hijos una educación religiosa y descubren que fue sumamente deficiente o más aun claramente contraria a las enseñanzas del Evangelio y de la Iglesia. Y se agrega la ofensa a la herida, cuando ante las quejas legítimas, se da una respuesta 43
inadecuada de parte de las autoridades eclesiásticas. Debemos reconocer, que las autoridades muchas veces están limitadas en lo que puede hacer, mucho más limitadas de lo que la gente normalmente piensa. Pero aun así, el sentimiento es: “la Iglesia nos ha fallado”. Por qué falla la Iglesia Cuando podemos pensar claramente, vemos que si los líderes de la Iglesia nos fallan no es el Cuerpo Místico o Cristo quien nos falla. No es nuestro Divino Salvador quien nos falla. Recuerda esto, porque sino te enojarás con Dios. “No estoy yendo más a la Iglesia. Dios me falló”. Dios no te falló, fulano o mengano te fallaron. Ellos son quienes te defraudaron, ellos defraudaron también a Dios. La razón por la cual la Iglesia nos falla es porque está hecha de seres humanos. La Iglesia es una unidad de seres humanos con pecado original y su consiguiente inclinación al mal. No hablo de la Iglesia Celestial de los santos o de aquello en lo que la Iglesia permanece intocable en su integridad que son los sacramentos, porque es así como Dios los ha instituido (si recibes el sacramento de un sacerdote indigno de todas maneras recibes el sacramento). No me estoy refiriendo a la Iglesia que nos da la Biblia, la Iglesia que certificó el Antiguo Testamento e identificó los libros del Nuevo Testamento. No me estoy refiriendo a la enseñanza Apostólica de la Iglesia, entregada por Cristo y conducida por la guía del Espíritu Santo. Es el lado humano de la Iglesia que puede herir a cualquiera, es más, esta parte de la Iglesia es la misma que hace un bien inestimable. Al mismo tiempo, este lado humano puede romper tu corazón. He trabajado para la Iglesia toda mi vida. Unos años atrás, celebré mi 50 aniversario como monaguillo. Fui herido cuando era monaguillo: fui corregido cuando no lo merecía. Concurrí a colegios católicos por 25 años, y he sido herido por algunos de mis profesores. Pero he sido mucho más ayudado que herido. Lo mismo puede decirse de sacerdotes y obispos que he conocido. He sido herido por algunos, pero ayudado por muchos más. He sido herido por comunidades religiosas pero mucho más ayudado por ellas. El problema es que cuando estos representantes de la Iglesia me han herido, tuve la misma reacción que tienen las personas que sienten que Dios les ha fallado. Nos pasa a todos.
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Déjenme que les de ejemplos de gente de nuestros tiempos que han sido gravemente heridos por la Iglesia. Se sorprenderán notablemente. El Padre Pío, el maravilloso sacerdote estigmatizado, permaneció prácticamente en arresto domiciliario por décadas por orden de la Santa Sede. Desde que recibió los estigmas hasta su muerte, el Padre Pío nunca dejó el pequeño pueblito donde vivía, San Giovanni Rotondo. Nunca. Por años incluso le fue prohibido celebrar la Misa en público. El sacerdote capuchino Solano Casey, ha quien actualmente se lo ha propuesto para la causa de canonización, nunca oyó una confesión en su vida. Sólo una o dos veces predicó un verdadero sermón. Eso fue porque las autoridades de su congregación pensaron que no era suficientemente brillante. Por la misma razón nunca pudo votar en las elecciones de su orden. Tal vez el más grande sacerdote capuchino que haya habido en los Estados Unidos no pudo predicar ni confesar. No puedo decir que alguna vez lo haya visto angustiado por este gran desprecio, que era totalmente inmerecido. Tal vez por eso sea declarado santo. Volviendo a la historia de la Iglesia, encontramos que San Alfonso de Ligorio, ahora honrado como Doctor de la Iglesia, fue obligado a salir de la orden que él mismo fundó, los Redentoristas, para que de esta manera no fuera suprimida. Y a él no se le permitía celebrar Misa en los Estados Pontificios más allá de que era obispo. ¡Increíble! Santa Juana de Arco fue quemada en la hoguera por sentencia del Obispo de Beauvais y 11 teólogos; ahora, del otro lado de la torre, se encuentra el decreto papal que, 20 años después, la exoneraba y condenaba a los jueces por su modo de obrar. A pesar de que ella apeló al Papa, el obispo no dio lugar a su pedido, y el mismo incurrió en una censura. No se sorprendan que incluso los papas sean lastimados por la Iglesia. Un amigo personal del Papa Pablo VI dijo que él esperaba su propia muerte. Sus años como Papa fueron increíblemente difíciles, en tiempos de gran tempestad en la Iglesia. Un obispo que celebró una de las Misas de responso por el alma de Pablo VI en el momento de su muerte dijo en su sermón, “Pablo, nosotros no te amábamos”.
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Una historia increíble Permítanme que les cuente una historia increíble, de un obispo que fue terriblemente lastimado por la Iglesia durante treinta años. Era un obispo que vivió en Nueva York, Bonaventure Brodrick. Trabajó como vicario de los religiosos en la arquidiócesis de Nueva York desde 1940 a 1943. El obispo Brodrick se ganó gran parte de su vida administrando una estación de gasolina. Hasta que aparecieron las nuevas y súper modernas estaciones de gasolina, solía haber un pequeño y simpático artefacto al final del surtidor que provocaba la detención automática cuando el tanque estaba lleno. Este artefacto fue inventado y patentado por el obispo Bonaventure Brodrick. Vivió en parte de lo que ganó gracias a este invento. He sido capaz de reconstruir esta historia increíble, que se remonta a los tiempos posteriores a la guerra hispano – americana durante la cual Estados Unidos ocupó Cuba. Por algún motivo se decidió hacer obispo auxiliar de La Habana a un sacerdote estadounidense, el padre Brodrick. El obispo Brodrick fue a Cuba, y poco después los cubanos decidieron que no querían un obispo estadounidense. Lo enviaron de regreso a Nueva York, pero nadie necesitaba un Obispo Auxiliar. Por lo que la arquidiócesis debía encontrarle un trabajo. Lo pusieron a cargo de la colecta anual para la Santa Sede, pero nadie quería un obispo en ese cargo, así que se quedó sin trabajo. Después de un largo tiempo escribió una carta sugiriendo que podría resultar escandaloso para un obispo permanecer mucho tiempo sin trabajo. Le llegó la respuesta: “Espere”. Y él esperó. Para ganarse la vida abrió una estación de gasolina. Décadas después, el arzobispo Francis Spellman fue enviado a Nueva York. Como cuenta la historia, el Papa Pío XII le pidió que averigüe lo que había pasado con el obispo Brodrick. Nadie en la arquidiócesis sabía lo que había sucedido con él, pero encontraron una antigua dirección en un pueblo al norte de Nueva York. El arzobispo Spellman condujo él mismo hasta esa dirección. Era una estación de gasolina. Según sigue la historia, se bajó y preguntó al que atendía la estación: ¿Quién es el dueño de esta gasolinera? El joven contestó “Doc Brodrick”. El arzobispo preguntó dónde vivía. El joven le indicó una pequeña casa cerca de allí. Quien pronto sería “Cardenal” Spellman fue allí y llamó a la puerta, y salió un hombre anciano vestido con un overall. “¿Obispo Brodrick?” El hombre respondió: “Si”. Él dijo, “Yo soy el arzobispo Spellman, y vengo a ver si puedo hacer algo por Ud.” La respuesta fue: “Pase, lo he estado esperando durante treinta años”. El arzobispo Spellman lo hizo obispo auxiliar de Nueva York y vicario para los religiosos. No conozco ninguna otra persona que haya sido tan lastimada por la Iglesia. Me 46
pregunto si alguien debería introducir la causa de canonización de Mons. Brodrick y nombrarlo santo patrono de la paciencia. Y en vez de ser retratado con un lirio o algo parecido en las manos podría ser retratado sosteniendo una manguera de combustible con el pequeño artefacto en su extremo que él mismo había inventado. ¿Cómo puede ser que la Iglesia de Cristo nos defraude? La pregunta es obvia, ¿cómo puede suceder esto en una Iglesia que ha sido fundada por Cristo? La respuesta la encontraremos en los Evangelios. ¿Qué se dice en ellos de los Apóstoles? ¿Cómo se comportaron? ¿Acaso no le fallaron a Jesús cuando él más los necesitaba? En el mismo día en que lo hizo sus sagrados representantes suyos, el día en el cual les dijo: “haced esto en memoria mía”, en ese mismo día lo abandonaron. Cada año los sacerdotes celebran el Jueves Santo como el aniversario del sacerdocio católico. También es el día en que los primeros sacerdotes le fallaron terriblemente a Nuestro Señor. Aquella tarde habían sido consagrados como sacerdotes del Nuevo Testamento. Pero después esa misma noche, huyeron. ¿Te dice esto algo sobre la Iglesia? ¿Es esa la verdadera Iglesia? Sí. Pero en este mundo es un conjunto de pobres pecadores. Será una Iglesia sin mancha y sin arrugas o inmaculada, tal como dice San Pablo, pero en la vida eterna, no en este mundo. Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada (Ef 5, 25-27). La Iglesia está construida por cerca de casi mil millones de personas que llevamos las consecuencias del pecado original6. Son muchos males originados por este pecado. Y esta inmensa cantidad de gente hace cosas extraordinariamente buenas, y algunos de ellos cosas extraordinariamente malas. Si la Iglesia Católica es la verdadera Iglesia de Cristo, debes esperar ver en ella los más grandes santos y los peores pecadores en la misma Iglesia. Esto es lo que sucedió en el tiempo de Cristo. Algunas
6 N. del tr. La Iglesia es santa, pero posee miembros pecadores, necesitados de conversión. En el Compendio se sintetiza muy bien esta verdad: “¿En qué sentido la Iglesia es santa? La Iglesia es santa porque Dios santísimo es su autor; Cristo se ha entregado a sí mismo por ella, para santificarla y hacerla santificante; el Espíritu Santo la vivifica con la caridad. En la Iglesia se encuentra la plenitud de los medios de salvación. La santidad es la vocación de cada uno de sus miembros y el fin de toda su actividad. Cuenta en su seno con la Virgen María e innumerables santos, como modelos e intercesores. La santidad de la Iglesia es la fuente de la santificación de sus hijos, los cuales, aquí en la tierra, se reconocen todos pecadores, siempre necesitados de conversión y de purificación” (166).
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iglesias fundamentalistas tienen la idea que ellos serán la Iglesia de los Santos. Tenemos, por ejemplo, los Mormones, que se proclaman a sí mismos “la Iglesia de los Santos de los Últimos Días”. Volaba hacia Salt Lake City, y a mi lado estaba sentado un hombre que leía el Libro del Mormón. Estaba muy bien vestido, todo un caballero. Pidió un whisky escocés con hielo para el almuerzo, lo que está absolutamente prohibido si eres mormón. Alguna vez alguien me dijo que a esta gente la llaman “Jack mormón”7. Es un apodo interesante. Nosotros deberíamos tomarlo prestado porque hay muchísimos “Jack catholics” dando vueltas. Nadie vive la vida cristiana perfectamente. Este mundo está lleno de absurdos. Un mundo de creyentes y no creyentes al mismo tiempo. Durante mi larga vida he conocido jesuitas tontos, dominicos confusos, capuchinos orgullosos, franciscanos ricos, y salesianos que no podían soportar los niños. He conocido inmisericordes hermanas de la Misericordia y hermanas de la Caridad sin caridad e Hijas de la Sabiduría idiotas. Lamentablemente soy un Franciscano de la Renovación que debe recorrer un largo camino para llegar a renovarse. Alguien me preguntó una vez: “¿Qué es lo renovado en usted?” No tuve respuesta. Vayan y visiten Roma. Se dice que es la ciudad donde los comunistas rezan y los sacerdotes no. Todo en este mundo está un poco mezclado, y a menudo es mucho mejor reír que llorar. Cuando creas que en tu vida ya todo está en su lugar, seguramente es porque te habrás pasado por alto algunas de las piezas más importantes del rompecabezas. La vida es un misterio. La Iglesia de los pecadores de los últimos días Pienso que se podría dar a la Iglesia Católica el nombre de “Iglesia de los pecadores de los últimos días”. Eso es todo lo que podemos pretender. Hay algunas iglesias cristianas que se sienten perfectas. Me dan lástima. Jimmy Swaggart tuvo por un tiempo una de esas iglesias, pero no perduró. Quizás fue para su bien espiritual, el engaño apareció. Los miembros de esa iglesia se creían santos, pero es buena cosa saber que no lo eran. Jesucristo no vino a salvar a los justos. Él vino a salvar a los pecadores. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores (Mt 9, 13). Jimmy se proclamó un penitente desde el momento en que cayó en desgracia. Eso fue muy sabio. Debería haberlo hecho antes, todo el tiempo. Todos los seguidores de La expresión “Jack Mormom” es un término acuñado en el siglo XIX para describir a alguien que, sin pertenecer oficialmente a los Mormones, era simpatizante de ellos, y tenía cierto interés en sus creencias. Aplicando la idea, quienes tienen algún interés en la Iglesia católica, pero que no viven como la Iglesia católica enseña, o no terminan de aceptar todas sus enseñanzas, se los podría llamar “Jack católicos”, o en expresión de nuestro p. Castellani: “católicos mistongos”. 7
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Cristo son pobres, y si son sabios se confiesan pecadores. He tenido el privilegio de conocer personas que tal vez algún día sean canonizados como santos, y todos pensaron que eran pobres pecadores. Es de esperar que esos pobres pecadores, que forman parte de la Iglesia, recibirán heridas y se herirán unos a otros. Haber sido defraudado por algunos hombres de Iglesia no es una razón para abandonarla, es como haber sido lastimado por algún miembro de la propia familia, lo cual no es una razón para abandonarla y huir a una isla desierta. ¿Acaso existe alguien que no haya sido herido por algún miembro de su familia? En su “Ciudad de Dios”, San Agustín señala sabiamente que rompe el corazón de cualquier persona buena el ver que incluso, aun en su propia casa, no hay un lugar seguro y que allí puede ser atacada por un enemigo que se hace pasar por amigo, o por algún enemigo que en otro tiempo fue un ser querido8. Si cada uno de nosotros renunciara a la raza humana porque hemos sido lastimados por algún ser humano, deberíamos trasladarnos cada uno a planetas distintos. ¿Qué hacer? Todos hemos sido heridos por algunas personas de la Iglesia, quizás incluso por sus autoridades. Cuando esto ocurre, lo primero que hay que hacer es serenarse. De hecho, es una buena medida cuando has sido lastimado por quien sea. Sal a caminar y cálmate. Los irlandeses tienen un dicho: “Consúltalo con tu almohada”, lo cual quiere decir: descansa bien. Luego pregúntate, cuando estés calmo: “¿Es este un verdadero problema?” “¿Acaso no esperé demasiado de un hombre mortal?” “¿Busco acaso en la Iglesia algo que legítimamente pueda esperar?” La respuesta probablemente sea: “Sí”. Y parece razonable e incluso justo. Pero no puedo exigir un trato absolutamente amable y de confianza, ya que Jesucristo mismo no lo encontró en muchos de los miembros de la Iglesia que Él mismo fundó. Como hemos visto, la Iglesia siempre se edifica con personas débiles. Cuando somos heridos por algún miembro de la Iglesia, debemos reconocer que el problema es que “la Iglesia” puede ser incoherente. La personas en la Iglesia puede ser agradables un día y malvadas al día siguiente. Más aún, durante el mismo día y en la misma parroquia, viven quienes son extremadamente caritativos junto con quienes son casi brutales en el trato con los demás.
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SAN AGUSTÍN, La Ciudad de Dios, libro XIX, cap. 5. 49
Entonces me tengo que preguntar: “¿No me apoyo demasiado en los hombres de Iglesia?” “¿Acaso ese exagerado apoyo en los hombres no afectó mi abandono y confianza en Dios y en su Hijo?” Lo sabes muy bien, hay muchas personas que tienen experiencias muy positivas en la Iglesia. Fueron a una escuela católica, aprendieron muchísimo. Fueron parte de algún grupo o movimiento de Iglesia, y eso fue lo más positivo que han hecho en toda su vida. Piensan que eso va a durar para siempre. Es lo que se llama la “luna de miel”, pero no dura para siempre. Todo pasa. No te apoyes demasiado en un grupo particular de la Iglesia. Confía en Dios. El Santo que no quería nada La vida de San Juan de la Cruz, el místico carmelita, es un caso modelo de lo que acabamos de decir. Este buen hombre estuvo siempre en problemas. Era muy brillante, un hombre extremadamente piadoso y espiritual. Bajo la dirección de Santa Teresa de Ávila, construyó en una oportunidad un noviciado para los frailes carmelitas de la reforma. Cuando ella fue a verlo, había cruces por todas partes. Ella dijo: “Demasiadas cruces. Saquen algunas”. Era muy directa y mucho mayor que San Juan de la Cruz. Él ya había sufrido mucho por la reforma que ella quería llevar adelante. Juan de la Cruz, porque observaba la antigua regla de los Carmelitas, fue arrestado, encarcelado en el monasterio, y golpeado tan duramente en el refectorio que llevó las cicatrices a su tumba. Inició la nueva comunidad bajo la guía de Santa Teresa, y después de la muerte de Santa Teresa, sus propios frailes lo intentaron echar de la comunidad. Santa Teresa no pudo venir en su rescate. ¿Te lo puedes imaginar? San Juan de la Cruz da este consejo a los religiosos: vive en el mundo como si vivieras allí sólo tú con Dios. No busques nada. No te involucres en los negocios del mundo que van y vienen. No tengas grandes expectativas. Tan sólo haz lo que debes hacer y di tus oraciones9. Suena un poco severo, ¿no? De todas maneras hay mucha verdad en sus palabras. Siempre nos lastiman las personas queridas. Las personas que no amamos no nos pueden lastimar mucho. San Juan de la Cruz no murió como un amargado, aunque sus hermanos intentaron expulsarlo de la orden acusándolo de idiota, precisamente a quien se convirtió en un gran Doctor de la Iglesia. No se cuando decidieron expulsar a alguien por ser estúpido. Nadie defendió a San Juan de la Cruz. Eran todos frailes, a quienes él como maestro de novicios, había educado. Les 9
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Cfr. SAN JUAN DE LA CRUZ, Puntos de amor, en Obras completas de San Juan de la Cruz, La Plata 1944, 423-429.
había enseñado lo necesario para la vida espiritual, y aun así ninguno lo defendió. Pienso que podrías afirmar que “la Iglesia”, o una parte de la Iglesia que para él era la más importante, le falló. Sin embargo él permaneció sereno y en paz. Ocupó esos momentos finales en escribir sus magníficos libros y aconsejando a laicos en dirección espiritual, ya que ninguno de los frailes lo hubiese escuchado. El Hombre Menos Comprendido Y llegamos a San Francisco de Asís. Todos estamos familiarizados con sus imágenes y la de sus frailes. A decir verdad, San Francisco de Asís vivió los últimos años de su vida en el exilio. Tenía pocos compañeros, y su orden era gobernada por un hombre, Elías de Cortona, quien ciertamente fue su peor enemigo. Elías ni siquiera murió como franciscano. San Francisco sufrió porque muy pocas personas compartían su visión de las cosas. Algunos de sus seguidores, incapaces de vivir según su increíble ejemplo, se desviaron hacia estúpidas interpretaciones. Otros se desviaron hacia el fanatismo. Algunos eligieron un aspecto, otros otro, como la parte de su mensaje a la cual querían dar más énfasis. Al final casi todos lo abandonaron, y sin embargo todos lloraron en su funeral. Paralizados entre una actitud indulgente y la arrogancia, entre sentimentalismo y fanatismo, jamás entendieron a este hombre santo, que se consideraba a sí mismo como un simple. Al final de su vida fue herido por quienes de hecho lo amaban, pero que no lo comprendieron. Aprendamos tanto de San Juan de la Cruz como de San Francisco a no depender demasiado de ninguna persona particular de la Iglesia, sino a poner nuestra confianza en Dios. Si la Iglesia te hiere, siéntate y pregúntate: “¿No me habré olvidado que la Iglesia está compuesta por seres humanos marcados con las huellas del pecado original?” “¿No me habré olvidado que ella es como una gran red que fue arrojada al mar?” “¿Me habré olvidado que en cualquier momento puedo encontrar en la Iglesia algunas de las mejores personas y también algunas de las peores?” Empieza a mirar la Iglesia de otro modo. San Francisco, hablando sobre la posibilidad de ser perseguido por el clero, escribió: “Después me dio el Señor, y da tanta fe en los sacerdotes que viven según la forma de la Iglesia Romana, por el orden que tienen, que si me persiguieran quiero recurrir a ellos. Y si yo tuviese tanta sabiduría cuanta Salomón tuvo y hallase a los pobrecillos sacerdotes de este mundo en las parroquias donde moran, no quiero predicar contra su voluntad. Y a ellos y a todos 51
los otros quiero temer, amar y honrar como mis señores; y no quiero en ellos considerar pecado, porque al Hijo de Dios discierno en ellos y son mis señores. Y por esto lo hago, porque no veo ninguna cosa corporalmente en este mundo de aquel altísimo Hijo de Dios sino su santísimo cuerpo y sangre, que ellos reciben y sólo ellos administran a los otros”10. Cuando hay que cambiar En algunas oportunidades vienen a mí personas que me dicen: “No soporto más mi parroquia. Los sermones realmente no son una enseñanza auténtica de la fe católica”. Tristemente, esto puede ocurrir en nuestros días. Ya ha ocurrido antes en la historia de la Iglesia. Basta considerar que sólo uno de treinta obispos en Inglaterra permaneció fiel a la Iglesia en tiempos de Enrique VIII, por lo tanto es muy probable que vayas a una iglesia católica y escuches una enseñanza que no es auténticamente católica. Y por eso me preguntan: “¿Qué hago?” Si tienes un auto, maneja un poco más lejos. Si no tienes uno, consíguete una bicicleta, o un caballo, o lo que sea o ve con un amigo. Cambia de lugar, o compra boletos de ómnibus. Ve a alguna otra parte. Estamos en un mundo donde abundan los transportes. Si estás en una parroquia donde te encuentras incómodo porque piensas que quienes están a cargo no son fieles entusiastas de la enseñanza de la Iglesia Católica, tal como es interpretada por el Obispo de Roma, cambia de lugar. La gente me pregunta: “¿Qué debo hacer?” Muévete a otra parte. Hazte oír Si las cosas no están tan mal, pero son algo inquietantes, haz ruido inteligentemente. Lamentablemente, la mayoría de las veces, las manifestaciones que la gente hace, no son muy inteligentes. Lo aprendí porque muchas veces tuve que oír las quejas de la gente, y al fin y al cabo, la mitad de las quejas no tenían sentido. Son tontas o triviales o desproporcionadas. A veces las quejas son justificadas, pero quien se queja llega con un hacha en mano. Mientras tú haces todo lo posible por ayudar a la Iglesia local, intentando representar el Cuerpo Místico de Cristo en este mundo estropeado en el cual vivimos, aparece alguno molesto porque un sacerdote usa ornamentos azules en tiempo de adviento o algo parecido. Muchos católicos devotos pero confundidos, no saben como distinguir entre algo herético y algo simplemente ridículo.
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Testamento de San Francisco de Asís, en Escritos Completos de San Francisco de Asís, Madrid 1965, 34.
La vez que rompí una regla A veces la gente se angustia por pequeñas cosas. Si eres sacerdote, tarde o temprano tendrás que romper alguna regla por el bien de las almas. Quebrantar una ley no siempre es un pecado. De hecho, puede ser un pecado no romper una regla. Las reglas de la Iglesia, incluso los cánones, a menudo admiten excepciones. Les daré un ejemplo de haber roto una regla bastante importante. Al mismo tiempo, de haber cometido una pequeña falta legal. Estaba a punto de celebrar la misa de cincuenta aniversario de un matrimonio muy devoto portorriquense. Tenían hijos, nietos y bisnietos, todos bautizados y confirmados, una familia maravillosa. Los visité el día anterior, y les pregunté: “¿Es mañana el día exacto del aniversario?” Silencio sepulcral. Había unos doce parientes en la habitación. Dije: “Bueno, ¿cuándo es la fecha exacta? ¿Se acuerdan del día en que se casaron, así lo puedo mencionar mañana en el sermón?” Finalmente una de las hijas habló y dijo: “Padre, ellos se casaron ante Dios”. Bueno, ¿quién soy yo para mejorar lo que Dios hizo? Ellos eran pobres y nunca pudieron asistir a una ceremonia, por eso en lugar de ser un simple aniversario, tuve que celebrar una boda. Es una ley de la Iglesia y también del Estado que un sacerdote no puede hacer un matrimonio sin la autorización civil. Hacerlo es un delito menor. Por lo tanto, con cincuenta años de retraso, llame a la cancillería de la curia y dije: “Escuche, son aproximadamente las tres de la tarde aquí, y vendrán unas cien personas mañana; si quiere que lleve esta anciana pareja al registro civil y que los obligue a hacer los análisis médicos correspondientes… ¡Habría que pensar en otra solución!” El canciller, actualmente obispo, simplemente me dijo: “Asegúrese de recibir la delegación del párroco para que sea un matrimonio canónicamente válido”. Hice el matrimonio sin la licencia civil. Pueden venir a buscarme. Si esto se descubre, nunca llegaré a ser un abogado. He confesado públicamente el único delito menor que recuerdo haber cometido.
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Los cristianos no deben ser fariseos No debemos ser fariseos. Los fariseos no obraron bien. Gastaron todo el tiempo y energías observando la ley, pero no reconocieron al Hijo de Dios. Estuvieron en el Calvario, pero del lado equivocado. Al contrario, debemos ser honestos e íntegros. Es necesario saber distinguir entre un dogma y una costumbre. Si vas a objetar algo que está fuera de lugar, debes primero discernir cuan importante es realmente. En los años ’60 fui castigado siendo un joven sacerdote, por haber predicado, con autorización escrita del Obispo, en sinagogas e Iglesias Protestantes. La gente me ridiculizó, criticó, escribió a la cancillería en mi contra, aun cuando siempre tuve la autorización del Cardenal Spellman. Años más tarde pude ver al Papa Juan Pablo II predicando en la sinagoga de Roma. Fui criticado por algo que, veinte años después, haría el Papa. Son tiempos difíciles, tiempos de cambio. Debemos mantener las prioridades en su correcto orden. Si disientes o te quejas, hazlo sabiamente, con caridad, y bien. Es inteligente y caritativo hacer una distinción entre un abuso, una excepción, y un resentimiento personal. Algunas personas “devotas” deberían recordar que Cristo no existe para la Iglesia, sino que la Iglesia existe para Cristo y con Cristo. Él es el Supremo Pastor de la Iglesia. El Santo Padre no es el Supremo Pastor de la Iglesia, sino que es el Vicario de Cristo. Él lo representa en este mundo. Cristo es el Supremo Pastor, no sólo en los días en que Él caminó sobre la tierra, sino que por Divina Providencia e inspiración del Espíritu Santo, también lo es hoy. Él guía su Iglesia. Hay personas en la Iglesia que estropean las cosas. Los apóstoles fallaron incluso cuando Cristo estaba vivo. Ellos dudaron y cometieron errores cuando Él aún estaba con ellos. Y así continuará hasta el fin del mundo. Sugiero que seas paciente con quienes guían la Iglesia, porque estamos en tiempos extremadamente difíciles, confusos y paganos. Es necesario no perturbar innecesariamente la paz de la Iglesia. He predicado retiros a cientos de obispos. Ellos tienen una misión muy difícil. Como tú y como yo, ellos, en su mayoría, no estaban preparados para los tiempos en que vivimos. Ellos crecieron en tiempos en que la religión era muy positiva y aceptada como parte de la vida estadounidense. La religión era popular y tenía gran influencia en la cultura.
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Estamos viviendo en tiempos totalmente inesperados y tenemos que ver cosas que nunca nos hubiéramos imaginado. He visto como arrestaban religiosas ya ancianas (de unos setenta u ochenta años) por protestar frente a lugares donde se asesinan a los niños. Y me preguntaba para mis adentros: “¿Es esto Estados Unidos?” He visitado en la cárcel a obispos y sacerdotes. Mis amigos, el obispo Austin Vaughn y el obispo George Lynch, fueron ambos a la cárcel por varios días. En el caso del obispo Lynch, estuvo por varias semanas. De nuevo me pregunté: “¿Está pasando esto realmente en los Estados Unidos?” Ellos y otros miembros del clero fueron arrestados por protestar contra lo que, pocas décadas atrás, era un crimen muy serio en Estados Unidos. Veinticinco años atrás una persona que cometía un aborto era considerado un criminal. La Asociación Americana de Medicina los consideraba como criminales de baja categoría por quitar la vida a niños todavía no nacidos, pero de pronto esto no sólo es actualmente aceptado, sino incluso pagado con los impuestos que el Estado recauda de los bolsillos de todos los ciudadanos. Sé fiel, aun cuando te hayan herido Actualmente hay grandes peligros que se ciernen sobre la Iglesia. Lo que lo fieles necesitan es ver las cosas en su real perspectiva. Quienes se quejan por la música mientras la Iglesia enfrenta un huracán que la sacude por todos lados, me hacen acordar a los pasajeros que jugaban sobre la cubierta del Titanic mientras éste se hundía. Es un tiempo en el cual hay que ser fiel a la Iglesia. Trabajé para el Cardenal Terence Cooke, un hombre que amó la Iglesia Católica. Como su predecesor el cardenal Spellman, y su sucesor, el Cardenal O’Connor, trabajó por ella incansablemente, trabajo y fatiga; noches sin dormir (2Cor 11, 26-27). Actuó por encima de toda expectativa humana, incluso cuando estaba muriendo. Amaba a todo el pueblo de Dios, no sólo a los católicos, sino también a los cristianos ortodoxos, a los protestantes, a los judíos, y a los musulmanes. Cuando fue nombrado arzobispo dijo, “reconozco mi responsabilidad como obispo sobre todas las personas de esta ciudad, incluso sobre aquellas que no creen en Dios. Las serviré lo mejor que pueda en la medida en que ellas me permitan servirlas”. Es más, le oí decir en la Catedral de San Patricio estas palabras: “Déjennos amar nuestra Iglesia. Trabajemos por la Iglesia. Suframos por la Iglesia y defendamos a la Iglesia”.
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Quizás la Iglesia te ha lastimado. La Iglesia me ha herido a mí. Ha herido a mucha gente cercana a ella por largo tiempo, pero no ha sido toda la Iglesia, sino una parte de ella. Te aseguro que tú y yo veremos, al final de nuestros días, a la gran Iglesia que es el Cuerpo Místico de Cristo cuando llegue a su plenitud. Es decir, la vida eterna, cuando todos los que se hayan salvado de cualquier nación, raza y condición, se reúnan en el Cuerpo Místico de Cristo. Ahora nos preparamos para la Iglesia Celestial, pero nuestra vida espiritual será muy floja y mezquina si no combatimos en este mundo fielmente por la Iglesia y nos esforzamos por ser fieles a Ella, aun cuando otros no lo sean. En el día del Juicio Final nadie te preguntará qué han hecho los demás por la Iglesia, sino sólo lo que tú y yo hemos hecho personalmente, como miembros de la Iglesia de Cristo en este mundo herido. San Pablo, quien amó a la Iglesia y sufrió por ella, escribió: Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia, de la cual he llegado a ser ministro, conforme a la misión que Dios me concedió en orden a vosotros para dar cumplimiento a la Palabra de Dios, al Misterio escondido desde siglos y generaciones, y manifestado ahora a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo entre vosotros, la esperanza de la gloria, al cual nosotros anunciamos, amonestando e instruyendo a todos los hombres con toda sabiduría, a fin de presentarlos a todos perfectos en Cristo (Col 1, 24-28). Oración O Señor Jesús, cuando caminaste por este mundo experimentaste mucho rechazo... el rechazo de tus familiares en Nazaret y el de las personas que encontraste en Israel, e incluso la traición de tus propios Apóstoles. Esto no te detuvo, a pesar de que lloraste por Jerusalén y te lamentaste profundamente por la defección de tus amigos. Los amaste hasta el fin. Nos diste también la Iglesia y la llamaste tu Iglesia. Sufriste y moriste por la realidad mística que llamamos tu cuerpo, la unión de quienes en la vida eterna estarán salvados y unidos a Ti. Ayúdanos, Señor, cuando algún miembro de la Iglesia nos hiera. Ayúdanos a no vivir amargados, a no rebelarnos, a no esperar demasiado de los hombres, sino que siguiendo tu propio ejemplo y el de tus santos, permítenos amar sin rebelarnos. Ayúdanos a aceptar y a corregir sin amargura. Ayúdanos a servir sin esperar una recompensa a cambio. En este tiempo difícil, derrama tu gracia sobre los hijos de tu Iglesia para que podamos enfrentar de pie los ataques y escándalos de nuestros tiempos. Por tu gracia llama a quienes son enemigos de tu Iglesia a convertirse en sus amigos y 56
miembros, así como en otro tiempo llamaste a Pablo para ser siervo de tu Iglesia. Ayúdanos, Señor, en medio de toda esta confusión, a creer en tus palabras enseñadas por medio de tus Apóstoles a toda la Iglesia. “He aquí que yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”. Amén.
Capítulo 5: Cuando nos convertimos en nuestros peores enemigos Hemos considerado los problemas que podemos tener con otros y nuestras dificultades con la Iglesia. Ahora debemos fijar nuestra atención en los problemas que tenemos con nosotros mismos. Si miras dentro de tu propia vida (especialmente cuando te vuelves viejo) podrás descubrir que una de las cosas más importantes de las cuales nos damos cuenta en el proceso de maduración, es que la causa de muchos, si es que no de la mayoría de nuestros problemas, somos nosotros mismos. Cuando las cosas van perdiendo sentido, a menudo es porque nosotros no le dimos sentido a las cosas. Puede ser un consuelo saber que esta es una experiencia común a todo ser humano. Uno encuentra, aun en las vidas de los santos, la tendencia a crearse problemas a uno mismo. Aún los santos, esas personas tan especiales, al igual que nosotros, causaron muchos de sus propios problemas. Pocos hay exceptuados de haber sido sus propios enemigos, al menos por un tiempo. Los santos, los pecadores, los personajes bíblicos, incluso las celebridades modernas, todos podrían reunirse bajo un gran estandarte que diga: “Hundamos nuestro propio barco”. Este es uno de los más obvios y universales signos del pecado original, que con una serie de movimientos premeditados, considerados atentamente, prudentemente estudiados, y llevados a la práctica con gran solicitud e incluso habiendo rezado, hundimos nuestro propio barco, santos y pecadores por igual. En muchos casos, basta con ser un poquito pecador para convertirse en el peor enemigo de uno mismo. Aunque esto no es absolutamente necesario. Puedes hacerlo aún en el caso que seas devoto, entonces lo harás un poquito más piadosamente. Todos podemos decir con bastante convicción que “hemos encontrado al enemigo: nosotros mismos”.
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Caminar en la fe Tan sólo piensa en alguna de las formas en que una persona puede complicarse. La más obvia es el obrar precipitado, tan sólo darle para adelante y hacer cosas sin considerar sus implicancias y todas las cosas que se seguirán como consecuencia. Mucha gente devota dice: “No lo puedo resolver, así que voy a dar un gran salto en pura fe y arrojarme... en una piscina vacía”. He oído decir: “¡Voy a dar un paso en la pura fe!” ¿Por qué no das, al mismo tiempo, un paso en el sentido común? No culpes a Dios si estás caminando al borde de un precipicio. El error opuesto consiste en pensar las cosas tan detalladamente y ser tan cautos que dejamos de hacer lo que se supone debemos hacer. Como cristianos se supone que caminemos guiados por la fe, pero a menudo nos quedamos sentados en la confusión. Algunos, por no saber qué hacer, simplemente no hacen nada. A esta peligrosa actitud la llamo: “el fenómeno Titanic”. En el Titanic, la tranquila noche de invierno, cuando el mar estaba muy calmo, el gran buque chocó contra un iceberg, mucha gente prudente no se subió a los botes salvavidas. Se dijeron a sí mismos: “Este es una gran barco, no puede hundirse”. A pesar de que no había suficientes botes salvavidas para todos, sobraron al menos doscientos lugares sin ocupar cuando el Titanic se hundió. Supongo que algunos de los que sí subieron a los botes salvavidas, se habrán dicho a si mismos: “voy a aparecer totalmente ridículo cuando vuelvan a subir del mar este botecito al barco, dentro de unas seis horas, y yo haya estado esperando aquí en el mar”. Sin embargo, esas personas vieron cómo el gran barco se hundió. Es difícil saber qué hacer. Puedes rezar muy fervorosamente y aun así cometer grandes errores. Lo más misterioso es que aun cuando cometemos grandes errores, de todas maneras, ocurren cosas buenas. No es fácil ser un hombre responsable. La razón para explicar todo esto, muchas veces la olvidamos, y es el pecado original. Negar la realidad Otra forma efectiva de hundir el propio barco es negar el peligro evidente y caminar hacia él. En psicología hablamos de mecanismos de defensa, modos inconscientes de deformar las realidades con las cuales creemos no poder lidiar. Considera al profesional exitoso que fuma dos paquetes de cigarrillos por día. Le han dicho miles de veces: “Eso es muy peligroso para tu salud”. Y él responderá: “Sabes, Golda Meir solía fumar dos paquetes diarios y vivió hasta los setenta”. Este fumador empedernido ignora el ejército de personas que fumaron dos paquetes diarios y ni si quiera llegaron a los cincuenta. Todos 58
negamos los peligros evidentes. En este mismo momento hay resquebrajamientos aterradores y grietas en la Iglesia, muchos signos de desunión. Sin embargo, muchos de los responsables niegan estos peligros. Fingen que no están allí. Lo mismo podría decirse del estilo de las democracias del Oeste cuando ignoran los reclamos y necesidades del Tercer Mundo. Hace algunos años, se hizo un estudio sobre el modo de promover vocaciones en las comunidades religiosas de Estados Unidos. Escribí a la conocida agencia que financió este estudio. El sacerdote que dirigió este estudio era bastante objetivo y, en consecuencia, muy crítico respecto a los programas vocacionales. La persona de esa oficina que respondió a mi llamado sostenía que ese estudio nunca se había hecho. Sin embargo lo leí en varios periódicos a la vez. El autor comenzaba su artículo diciendo que había una sola palabra para describir el trabajo vocacional actual: “catastrófico”. ¡Todas las congregaciones que estudió le dijeron que tenían la mejor propaganda vocacional! Esto se llama negar la realidad. El mecanismo de defensa de la negación es una de las formas más peligrosas del comportamiento humano. Fue Neville Chamberlain, el primer ministro inglés, quien volvió a su casa después de su encuentro con Hitler y dijo: “habrá paz en nuestros tiempos”. Negó la evidencia de sus sentidos. Hay quienes dicen que la Iglesia está obrando espléndidamente. Están todos muy contentos. Mira desde el puerto. La sustancia azul que ves no es cielo. Es agua. Las cubiertas están a flor de agua. Hemos perdido prácticamente el 50 por ciento de los católicos practicantes en treinta años. Lo que sea esté sucediendo, la dirección no es buena. Muchas de las órdenes religiosas que nos formaron, están en vías de extinción. Sin embargo piensan que les está yendo de maravillas. Como evitar convertirnos en nuestros peores enemigos La falla en ordenar nuestro comportamiento respecto a nuestra meta eterna y lo que nuestro Dios ha señalado como propósito para nuestra vida, nos convierte en los necios de los que Cristo habla en sus parábolas. Deberíamos ordenar nuestras vidas en vistas a la eternidad, para evitar la auto-destrucción. No digo que todos deban entran en un monasterio. Es una vocación particular. Pero digo que, en cualquier cosa que hagamos, no importa lo que otras personas puedan decir, deberíamos vivir cada día conscientemente y con un propósito que ayude a nuestra salvación eterna. Un ejemplo puede servir. He escrito las cartas de dispensa para más de 180 sacerdotes. Debo tener el récord mundial al respecto, es parte de mi trabajo. Algunas veces estos hombres tenían que irse. Era el único camino que quedaba para ellos que resultara honesto y bueno moralmente. 59
Pero siempre les decía a estos sacerdotes cuando terminábamos nuestras entrevistas: “cualquier cosa que hagas, hazlo para tu salvación eterna. Tal vez nadie más lo pueda entender, pero deja para tu salvación. Trabaja en tu vida espiritual”. Muchos me miraban sorprendidos cuando les decía esto, porque en nuestra sociedad, en el orden de importancia, la salvación está entre las últimas noventa y nueve cosas. Aun cuando es la única tarea que se presenta ante nosotros que durará para siempre. Nuestro Señor lo dice muy claramente: Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si arruina su vida? (Mc 8, 36). Claramente, uno de los caminos más rápidos hacia la auto-destrucción es fallar en la estructurar la vida en orden a la salvación eterna. Otro camino cuesta abajo: Ir en contra de Dios Otro camino muy popular hacia la auto-destrucción consiste en la auto-indulgencia en cosas que están prohibidas. Conocí a muchos que decían que realmente quisieran cumplir con la voluntad de Dios y ser tenidos por cristianos, pero... y entonces venía la excusa. Por supuesto que todos pecamos, y a menudo, sea por nuestra debilidad, sea por la concupiscencia, sea por falta de fuerzas, y la confusión. Podemos incluso, en un momento de estupidez, pecar con deliberada voluntad. Pero, permanecer en un estado que uno sabe es contrario a la ley de Dios, consciente y deliberadamente, es abrir las puertas al desastre. Eso no es otra cosa que el propósito de seguir pecando. Muchos autores, desde San Pablo a Shakespeare y el novelista Flannery O’Connor, han dicho la misma cosa: “benditos son los que caminan de acuerdo a la ley del Señor y malditos los que no”. Incluso algunos creyentes en nuestros tiempos no quieren oír esta verdad. Conozco un sacerdote que fue amonestado por la autoridad del lugar por decirles a la gente que, ciertas cosas, son pecado, actos que la Iglesia enseña que son pecaminosos. Las autoridades le dijeron que era muy negativo en sus sermones. ¡Basta de estas estupideces! Es extremadamente auto-destructivo para los cristianos negar, ir en contra, cambiar, o alterar la ley de Dios, sea directamente, diciendo “Dios no quiso decir eso”, o indirectamente, interpretando la ley de Dios de tal modo que quede sin ningún sentido. La Iglesia Católica se ha convertido, en los Estados Unidos, en una religión que está en contradicción con la cultura imperante. Un periódico que habitualmente culpa a los “católicos críticos” publicó recientemente una editorial en contra de los “católicos críticos”. El editor los llamó críticos católicos bellacos. Permite que te diga que él debería mirarse al espejo. Él 60
anunció que el único grupo en los Estados Unidos contra el cual uno puede tener respetuosamente prejuicios es contra los católicos. Yo lo hubiera hecho extensivo a los Protestantes Evangelistas y a los Judíos Ortodoxos. Estamos todos en el mismo barco. Y podemos recibir fácilmente gran presión si nos pronunciamos contra el aborto o la conducta homosexual como si fuese equivalente al matrimonio y si nos quedamos callados respecto a la eutanasia. No tenemos que estar de acuerdo con los secularistas. Según ello tendríamos que quedarnos quietitos, dar la vuelta para no ver lo que pasa, y hacernos la gallina distraída. Quedé sorprendido recientemente por la controversia anual por la marcha de San Patricio en Nueva York, pues se le permitía a los manifestantes gay participar y no precisamente para honrar a San Patricio. En respuesta a esta contradicción, un grupo de Judíos Ortodoxos anunció que si a los militantes gay se les permitía caminar en la marcha por el día de San Patricio, los Judíos Ortodoxos participarían durante la marcha gay por la liberación, llevando grandes pancartas en las que se leyera: “la sodomía es pecado”. Este es un ejemplo de actuar en positivo en vez de ser auto-destructivos. Muchos dirigentes y agitadores en la Iglesia están asumiendo una postura de prudente aceptación de la equivocada dirección que los Estados Unidos ha tomado en las últimas décadas. Recuerdo un antiguo dicho de los filósofos paganos: “Los graneros de los dioses trituran lentamente, pero lo hacen extraordinariamente bien”. Hay también una sentencia en la Sagrada Escritura: Dichosos los que van por camino perfecto, los que caminan en la ley del Señor (Sal 119, 1). Y en el Nuevo Testamento están las palabras de nuestro Salvador: Porque todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos (Mt 10, 32). Hay otras admoniciones en el Nuevo Testamento, especialmente las de Nuestro Señor y las de San Pablo, aconsejándonos a no conformarnos con el espíritu del mundo. Conformarse con el mundo en desintegración es el mensaje contenido en muchos de los medios de comunicación del sector secular e incluso de instituciones religiosas. No os acomodéis, dice San Pablo, al mundo presente (Rom 12, 1), porque el que siembre en su carne, de la carne cosechará corrupción (Gal 6, 8). Si hay algo obvio en el Nuevo Testamento es que, comprometerse con los principios del mundo, no sólo es traicionar a Dios, sino renunciar a la propia causa, y atraer sobre uno mismo toda clase de desastres, no por parte de Dios sino de uno mismo.
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Los cristianos deben leer la historia de lo que hicieron las Iglesias en Alemania al tiempo que surgió Hitler. Muchos de ellos permanecieron callados, asumiendo que un loco no podría permanecer mucho tiempo en el poder. Incluso el Papa Pío XI, creyendo que Hitler pronto caería, firmó un concordato con Alemania, pero luego reconoció haberse equivocado. Jamás digan que, en este tipo de cosas, los Papas no pueden equivocarse. En 1937, el Papa Pío XI escribió una encíclica en contra de Hitler, cuyas primeras palabras indicaban que había juzgado mal la situación. Comenzó así: “Es con profunda ansiedad y creciente sorpresa que Nosotros hemos estado siguiendo las dolorosas pruebas de la Iglesia y las crecientes vejaciones que afligen a los que permanecieron leales en sus corazones y sus acciones...”11. El Papa Pío XI lamentó lo que hizo al inicio, después de eso no se quedó cayado. Condenó con muy claras expresiones a los Nazis y a su antisemitismo. Fiestas lamentables y reuniones de resentimiento Otra manera muy eficaz de destruirse a uno mismo es mantener vivo todo tipo de sentimientos de rencor. Los Faraones Egipcios solían recolectar sus lágrimas y mantenerlas guardadas en lugares sagrados. Eran enterrados en las pirámides con sus lágrimas. Los faraones no son los únicos. Si quieres vivir de los resentimientos y sentimientos de rencor, tendrás una dieta muy anti-saludable por el resto de tu vida, puro colesterol psicológico. ¿Cuánta gente gasta gran parte de sus energías en lamentarse, llorar, estar tristes o volviéndose literalmente locos por vivir con resentimientos hacia quienes de algún modo les han fallado? Sí, la gente nos falla. Algunos ni siquiera saben que nos fallaron; otros no les importa el habernos fallado. Algunos están tan preocupados con sus propios problemas, que ni siquiera saben lo que hacen. Y a alguno ni les interesa. El lema de los seguidores de Cristo debe ser: “Sigue adelante. No mires atrás”. Si nuestro Señor Jesucristo hubiera sido de los que se preocupaban por sus propios sentimientos heridos, ninguno de nosotros hubiese sido salvado. Misericordiosamente, Dios no nutre ningún sentimiento de rencor. Para nuestro bien espiritual, como también psicológico, debemos perdonar a aquellos que nos han ofendido.
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Papa PÍO XI, Mit brennender Sorge (Sobre la presente posición de la Iglesia Católica sobre el Imperio de Alemania), Marzo de 1937.
Hacer la guerra contra uno mismo Todos alguna vez nos vemos involucrados en algo que, en psicología tiene un nombre peculiar: “la agresión pasiva”. Es muy insidiosa. No nos damos cuenta que está trabajando dentro nuestro, pero nos disponemos inconscientemente a nosotros mismos para el desastre. Nos involucramos en algo bueno o malo que no conduce a ninguna parte. Hay gente que parece hace toda una carrera para ser “agresores pasivos”. Así, si les prestas tu auto, ya sabes que lo destrozarán, y así sucede. Necesitas alguien que vaya a buscar más helado para tu fiesta, y una de estas personas es la más cercana que encuentras. Le das el dinero diciendo: “ve, consigue algunos kilos de helado barato”. El vuelve con escabeche porque estaban en oferta. ¿De quién fue el error? ¡Tuyo! Todos podemos ser autodestructivos por las más eficaces razones. He aquí un ejemplo. Por las condiciones de mi corazón tomo un anticoagulante. Si recibo un golpe, rápidamente se convierte en un hematoma. Son muy incómodos. Se inflaman y duran semanas. Me recomendaron poner calor sobre uno que me hice no mucho tiempo atrás. Pero como me gusta hacer las cosas eficazmente y rápido, fui a una farmacia y descubrí las nuevas bolsas para dar calor que se calientan en el micro hondas. Estas bolsas tienen todo tipo de advertencias: “Sea cuidadoso, o tenga cuidado con... Asegúrese que haya alguien cerca. No las use por muy largo tiempo”. Cuando saqué la bolsa del micro hondas no sentí mucho calor. Me la coloqué, y me hice una quemadura de segundo grado. Dicen que lo mejor que hay que hacer con una quemadura es dejarla expuesta al aire. Así que la quemadura se me infectó. Fui seis veces al médico y tuve que usar antibióticos. ¿Por qué me hice esto a mi mismo? Para ahorrar tiempo. Realmente no me gusta tomar medicamentos, ni ir a las farmacias. Ni me importa el pensamiento de la muerte, sólo quiero que no dure mucho (tan sólo lo suficiente para preparar unos videos más con conferencias y prepararme a la muerte). Porque quería ahorrar tiempo, terminé visitando todos esos simpáticos doctores en diferentes ciudades. Lo que finalmente más me ayudó fue el siempre leal hidrógeno de peróxido. Es más barato que una botella de agua mineral. No tengo dudas. Escondido detrás de esta tonta experiencia, había una cierta cuota de auto-destrucción. Estaba todo bien planeado para que sea un accidente. Decía para mis adentros: “He sido enfermero por años. Sé hacer vendajes. Sé todo sobre infecciones. Conozco sobre microbios”. ¿Cómo hice esto? Me lo hice porque generalmente no me preocupo por mi propia salud. 63
Miseria, masoquismo, no te engañes a ti mismo. Cuando te encuentras justo detrás del punto del problema, siéntate y examina el plan inconsciente que hiciste para realizarlo tan eficazmente. Este tipo de auto-destrucción se ve con frecuencia en la Biblia. Moisés, el gran varón santo, termina de hacer sumo sacerdote a su hermano Aarón. Aarón debe haber sido un idiota. Moisés sube al monte Sinaí para encontrarse con Dios. El lugar temblaba, rayos, relámpagos, terremotos, ¿y qué está haciendo su hermano Aarón? Está construyendo un becerro de oro con colgantes fundidos. Debe haber sido realmente estúpido. Y Moisés, por supuesto, no era un agresor pasivo contra sí mismo, así que cuando bajó de la montaña, rompió el becerro, lo quemó e hizo que Aarón y sus hijos bebieran las cenizas en agua amarga (cfr. Ex c. 32). Esto no fue agresión pasiva, sino una agresión activa. ¿Cómo pudo estar involucrado con este idiota? Otro santo del Antiguo Testamento estaba siempre preparándose para el desastre, Jonás, el profeta. Dios finalmente le dice que termine con su dolor de estómago: “Por favor Jonás, tu ni siquiera has plantado el ricino que murió, te estás lamentando por ti mismo” (Jon 4, 10; traducido libremente). En ocasiones predico retiros a los obispos. Solía predicar mucho más, pero en la medida que avanzo en edad, me estoy volviendo un poco más honesto, así que ya no recibo tantas invitaciones. Los obispos, cosa que uds. no deben saber, son un grupo muy sacudido y golpeado. Cuando doy un retiro para obispos, debo ser muy educado porque ellos saben mejor que nadie cuan miserables son realmente las cosas. Años atrás, los obispos nunca escuchaban la verdad. Ahora nunca escuchan nada bueno ni agradable. Siempre que predico un retiro a los obispos, trato de recordarles que ellos son los sucesores de los apóstoles. Pero recuerden lo que les pasó a los apóstoles. Los doce apóstoles estuvieron allí durante la Gran Pascua del Nuevo Testamento, y todos huyeron. ¡Huyeron! ¿Esto no les dice nada? San Agustín siempre recordaba a sus hermanos obispos que ellos no se vuelven impecables por el sólo hecho de ser ordenados obispos. Los obispos deben estar vigilantes mucho más que cualquiera, porque a quien más se ha dado, más se espera. En el Nuevo Testamento encontramos muchos ejemplos de gente que hunde su propio bote, San Pedro, Judas, los sumos sacerdotes. Los sumos sacerdotes se equivocaron respecto al Mesías, por ser muy expeditivos. ¿No somos los seres humanos unas creaturas muy peculiares? Creo que tanto Pedro como Judas por un lado, y los sumos sacerdotes por otro, obraban por resentimiento. Pedro y Judas estaban resentidos con el Señor por no haberse instaurado como un Mesías temporal, político. 64
Jesús no vino a Jerusalén y no convirtió en oro sus puertas, ni en manteca las armas de los soldados romanos. Permaneció en Galilea, curando a los leprosos y los siro-fenicios y predicando en lugares como Nahim, que hasta el día de hoy, ni siquiera tiene una calle principal. Pedro y Judas dijeron: “¿Por qué no bajas a Jerusalén? ¿Qué estás haciendo aquí?” Y cuando finalmente decidió bajar a Jerusalén era en el momento equivocado, según lo que ellos pensaban. Ellos estaban resentidos con Jesús porque fue a Jerusalén aun cuando sabía que iba a ser asesinado. El no creyente podría hacer una interesante pregunta. ¿Fue Jesús auto-destructivo? Hay formas de piedad y devoción que parecen sugerir que lo fue. Yo creo que mucha gente proyecta su propia poderosa auto-destrucción sobre nuestro Señor. Lo hacen aparecer auto-destructivo, pero esto es bíblica y teológicamente absurdo. ¿Acaso nuestro Señor no argumentó con la gente para que lo aceptasen? Trató de convertirlos, y si Él hubiera tenido éxito en convertir el mundo, entonces hubiésemos sido salvados por su vida y no por su muerte. Pero sabía cómo iba a terminar su vida humana (siempre lo supo con su inteligencia divina, pero misteriosamente también con su ciencia humana12). Sabía que no lo iban a aceptar, y enfrentó firmemente lo inevitable, lo que los apóstoles no pudieron enfrentar. Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, para burlarse de él, azotarle y crucificarle, y al tercer día resucitará (Mt 20, 18-19). Nunca olviden estás últimas frases, porque fue a través de las más terribles torturas y muerte que Él dio todo. N. del tr. Sobre la auto-consciencia que Jesús tenía de sí y de su misión de Salvador, conviene recordar un reciente documento del Magisterio: “Jesús, el Hijo de Dios hecho carne, goza de un conocimiento íntimo e inmediato de su Padre, de una “visión”, que ciertamente va más allá de la fe. La unión hipostática y su misión de revelación y redención requieren la visión del Padre y el conocimiento de su plan de salvación. Es lo que indican los textos evangélicos ya citados (cfr. Mt 11,25-27; Lc 10,21-22). - Esta doctrina ha sido expresada en diversos textos magisteriales de los últimos tiempos: “Aquel amorosísimo conocimiento que desde el primer momento de su encarnación tuvo de nosotros el Redentor divino, está por encima de todo el alcance escrutador de la mente humana; toda vez que, en virtud de aquella visión beatífica de que gozó apenas acogido en el seno de la madre de Dios” [Pío XII, Carta Enc. Mystici Corporis, 75: AAS 35 (1943) 230; DH 3812]. - Con una terminología algo diversa insiste también en la visión del Padre el Papa Juan Pablo II: “Fija [Jesús] sus ojos en el Padre. Precisamente por el conocimiento y la experiencia que sólo él tiene de Dios, incluso en este momento de oscuridad ve límpidamente la gravedad del pecado y sufre por esto. Sólo él, que ve al Padre y lo goza plenamente, valora profundamente qué significa resistir con el pecado a su amor” [ Carta Apost. Novo Millennio Ineunte, 26: AAS 93 (2001), 266-309]. - También el Catecismo de la Iglesia Católica habla del conocimiento inmediato que Jesús tiene del Padre: “Es ante todo el caso del conocimiento íntimo e inmediato que el Hijo de Dios hecho hombre tiene de su Padre” [473]. “El conocimiento humano de Cristo, por su unión con la Sabiduría divina en la persona del Verbo encarnado gozaba de la plenitud de la ciencia de los designios eternos que había venido a revelar”[474]. - La relación de Jesús con Dios no se expresa correctamente diciendo que era un creyente como nosotros. Al contrario, es precisamente la intimidad y el conocimiento directo e inmediato que él tiene del Padre lo que le permite revelar a los hombres el misterio del amor divino. Sólo así nos puede introducir en él” (SCDF, Notificación sobre las obras del P. Jon SOBRINO S. J., 26.11.2006, n. 8). 12
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Hay autores que pretenden interpretar a Jesús como si fuese meramente un ser humano, olvidando su divinidad, y entonces les parece auto-destructivo. Nuestro Señor no experimentó las patologías que los seres humanos caídos experimentamos. Él quería ser aceptado en orden a convertir el mundo. Desde que eso no fue posible, aceptó la herencia de todos los seres humanos buenos que fallan. No buscó librarse de lo que era inevitable, que debía padecer y ser asesinado. La raza humana, en su estado de naturaleza caída, siempre odia y mata a dos tipos de personas: a los muy malos y a los muy buenos. Esos son los más vulnerables. La figura más trágica Probablemente la figura más triste de todas es la de Judas. Olvidamos que Judas era uno de los apóstoles. Con sinceridad y entusiasmo una vez decidió seguir al Mesías. Podríamos pensar que malinterpretó a Cristo, pero lo mismo les pasó a todos. Judas tuvo una maravillosa oportunidad, de volverse atrás justo en el umbral del desastre. Cuando Cristo le dijo: “¿Entregas al Hijo del Hombre con un beso?”, él podría haber dicho: “¡No!”. Él se podría haber dado vuelta y haber gritado a los soldados: “Váyanse a sus casas, todos ustedes están locos”. Entonces, en vez de tirar el dinero en el templo lo hubiese tirado a los sacerdotes. Pudo haber ido con Jesús al Sanedrín y ante Poncio Pilatos y decir: “Entregué a un hombre inocente. No ha hecho las cosas de las cuales lo acusan”. Nuestro Señor podría haber sido liberado por Pilatos. Sus enemigos hubieran tenido que prenderlo en otra oportunidad. Hubiéramos tenido algunas parábolas más, algunos milagros más, algunas hermosas páginas más en los Evangelios. Pero Judas permaneció siendo su peor enemigo hasta el fin, yendo más allá del lugar de la crucifixión y colgándose. Tuvo que caminar cerca del Calvario, ya que esa zona no es muy extensa. Habiendo destruido su reputación, el compromiso de toda su vida, él hubiese podido volverse e ir al calvario, arrodillarse a los pies del Señor y haber pedido perdón. Todos los artistas del mundo hubieran pintado la escena. Habría pinturas de esta escena en casi todas la Iglesias del mundo, San Judas Iscariote arrodillándose cerca de Juan a los pies de la Cruz. En cada gran ciudad habría una Iglesia llamada “San Judas el Penitente”. Su fama sería el tema de muchas obras de literatura. Su conversión es la página que no se escribió, porque Judas se destruyó a sí mismo, lleno de odio contra sí mismo, lleno de resentimiento, lleno de desesperación.
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A lo largo de la historia de la Iglesia puedes encontrar mucha gente bien intencionada, que muchas veces obró con los mejores motivos, pero que terminan traicionando la causa a la cual consagraron sus mejores energías. En general son personas muy bien intencionadas y están muy cerca de Dios, pero los santos también pueden cometer errores. Por ejemplo, San Francisco cometió un gran error en su vida. Lo hizo con total buena intención e inocencia. Aceptó cualquier Fulano, Mengano y Sutano que se le acercaba y quería unirse a su orden. Hacia el fin de su vida había cinco mil hombres en su orden, de los cuales quizás la mitad de ellos debería haber regresado a sus casas. Ellos traicionaron a San Francisco. Eligieron a Elías, su peor enemigo, para ocupar su lugar como superior de la orden. Admitió que entrasen muy fácilmente en su orden demasiados hombres. No piensen que sólo los pecadores comenten errores. El santo Papa Pío V excomulgó a la reina Elizabet I de Inglaterra. Ella nunca había sido educada como católica, aunque fue bautizada católica. Excomulgándola, Pío V absolvió a los católicos ingleses de sus deberes de fidelidad a la Reina, poniéndolos en el riesgo de caer en la traición. Al principio Elizabet no tuvo sentimientos anticatólicos muy fuertes. Pero fue puesta en una situación política por un papa muy santo, pero que muchos piensan, se equivocó. Los católicos ingleses podrían decir que provocó muchos martirios innecesariamente. La historia de la Iglesia Católica en Estados Unidos está llena de acciones torpes. Un siglo atrás, miles de inmigrantes de Ucrania y de Carpathia vinieron a los Estados Unidos. Pertenecían al rito ucraniano y ruteno de la Iglesia Católica. Por antiguas costumbres, a sus sacerdotes diocesanos, se les permitía casarse y tener una familia. En aquellos tiempos no había diócesis de rito oriental, por lo cual estos devotos inmigrantes estaban bajo el cuidado del Obispo de Rito Latino. Algunos de los obispos más conservadores, la mayoría de ellos inmigrantes irlandeses y alemanes, siguieron adelante y aceptaron aquella tradición por más que la encontraron extraña a sus costumbres. Sin embargo, el líder del movimiento americanizador de la Iglesia, el arzobispo John Ireland de San Pablo (considerado entonces como un gran progresista), trató tan mal a los católicos del rito oriental que cientos de miles de ellos dejaron la Iglesia y se volvieron ortodoxos. He oído muchas veces que el arzobispo Ireland es llamado el fundador de la Iglesia Ortodoxa en Estados Unidos, porque le faltó una visión más amplia de la Iglesia.
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Conocí una vez a un gran cardenal que sería el primero en el mundo en reconocer que cometió errores. Sus dos frases favoritas eran: “Gracias”, y, “Lo siento”. El Cardenal Cooke no tenía ningún problema en admitir sus errores. Sabía reírse de sí mismo. Prácticamente las últimas palabras que me dirigió en este mundo fueron: “Fue mi culpa, no fui lo suficientemente claro en explicar mi posición”. Reconocer que uno comete errores, incluso aceptando que los podría haber evitado, es en definitiva aceptar que uno es un ser humano. Este es inicio del camino para salir de la auto-destrucción. Hacer frente a nuestras tendencias auto-destructivas ¿Qué hacer con nuestros propias tendencias auto-destructivas? Lo primero y obvio es admitir que ciertamente somos auto-destructivos. Si piensas que no puedes convertirte en tu peor enemigo, te engañas muy fácilmente. Pensar que no puedes estar engañado, es ya estar engañado, como sabiamente lo señaló San Juan de la Cruz. La primer cosa que tienes que hacer es intentar reconocer esas tendencias en ti mismo y hacerles frente. Tratar de desenredar la maraña de todas esas tendencias auto-destructivas puede resultar una pérdida de tiempo. Pero intentar de reordenarlas y controlarlas, es una forma eficaz de combatir contra ellas. Desafortunadamente, cuando tratamos de reordenar nuestras tendencias de auto-engaño, corremos el riesgo de caer en la oposición bien intencionada de nuestros amigos. Soy un anticuado, siempre adicto al trabajo. Pero hago ciertas cosas para moderar este vicio. Me tomo una o dos horas para hacer algo interesante o educativo. Salgo y doy un retiro de modo que pueda recobrar algo la calma y dormir normalmente. Inevitablemente siempre aparece quien dice: “no deberías hacer eso”, o incluso sugiere o exige algunas actividades que serían contraproducentes. Muchas veces veo esa actitud con los padres y los hijos. Los padres intentando hacer lo mejor que pueden, muchas veces tienen alguna tendencia auto-destructiva, y los hijos, sin darse cuenta, refuerzan esas tendencias. La madre está agotada, y necesita algunos minutos de descanso. Seguramente alguno de los niños dirá: “no estabas cuando te necesité”. Elijo el rol de la madre para ilustrar este punto, porque realmente es el rol más exigente de todos. Pero podemos elegir cualquier otro, el del padre, del doctor, del maestro, del párroco. Cierto que siempre tiene que haber alguien disponible en determinadas situaciones, pero no siempre tiene por qué ser la misma persona. Incluso las madres desean y necesitan algún momento libre. Una vez, en una clase de psicología, nos dijeron que las madres siempre
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deberían estar prontas para asistir a sus hijos. Pensé para mis adentros: “Si la madre siempre tiene que estar pronta, pronto desfallecerá”. Dios trabaja con nosotros Dios es infinitamente bueno y trabaja contra nuestras tendencias auto-destructivas. Él de ninguna manera las favorece, a pesar de que sus representantes puedan hacerlo accidentalmente. Cristo dice: “ama a tu prójimo como a ti mismo”, lo que implica que tú no debes odiarte a ti mismo y no debes auto-destruirte. A pesar de eso, por otra parte, si después de algunos intentos bien planeados ves que igual te estás cayendo, Dios estará allí para ayudarte. Él nunca, nunca abandona a quienes se dejan ayudar por Él. Él permanece allí para ayudarnos incluso si (equivocadamente) lo culpamos a Él de nuestros problemas. Solemos hacer nuestra propia voluntad y nos convencemos a nosotros mismo que es la voluntad de Dios. No era la voluntad de Dios. Somos como los ladrones cuando oyen que la policía está afuera y se arrodillan para rezar para que no los atrapen. No podemos esperar que Dios nos salve cuando nosotros hacemos cosas estúpidas, pero podemos esperar en Él cuando reconocemos lo que hemos hecho. Él estará allí. Nuestro Padre Celestial sabe mucho mejor que nosotros que tenemos impulsos neuróticos y auto-destructivos. Tendrá piedad de nuestra inmadurez. Estará ahí, a nuestro lado. Nunca esperes hacer algo a la perfección, excepto el ser perfectamente estúpido, pero sí, espera que quienquiera invoque el nombre del Señor, lo encontrará. El Señor dijo a Moisés cuando condujo a los israelitas fuera de Egipto: No tengas miedo ni te acobardes, porque Yahveh tu Dios estará contigo dondequiera que vayas... He aquí que yo voy a enviar un ángel delante de ti, para que te guarde en el camino... Si escuchas atentamente su voz y haces todo lo que yo diga, tus enemigos serán mis enemigos y tus adversarios mis adversarios (Jos 1,9; Ex 23, 20. 22). Pero Moisés cometió sus errores. ¿Lo abandonó Dios? No. San Pedro cometió sus errores. ¿Lo abandonó Dios? No. No importa lo que hagamos, Dios estará con nosotros. Él es inmensamente misericordioso y bondadoso.
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Nuestro Padre se apiadará de nuestra inmadurez Llamamos a Dios “Padre nuestro” porque Él reveló este título. Nuestro Señor lo usa con mucha frecuencia. Es algo absolutamente cierto que nuestro Padre celestial no es un ser humano masculino. Y es igualmente cierto que abarca igualmente las cualidades de un padre y de una madre. Lo llamamos Padre, pero tenemos miedo de dejar que sea nuestro Padre. No logramos comprender que como cualquier verdadero padre, Él se hará cargo con misericordia de nuestros errores, de nuestra inmadurez, incluso de nuestras locuras. Existe un poema que muy hermosamente ilustra el amor bondadoso de Dios Padre. Fue escrito por un poeta católico devoto hacia el final del siglo XIX, Coventry Patmore, cuya esposa había muerto recientemente, dejándolo solo para educar su familia, incluyendo su pequeño hijo, que constituye el tema de su poema. Creo que de este poema aprenderás mucho acerca de Dios. Los juguetes Mi pequeño hijo, que miró con sus ojos pensativos y que se movió y habló con crecida sabiduría, habiendo desobedecido mis órdenes siete veces, lo reprendí, e lo hice subir a su habitación, con duras palabras y sin besarlo. Su madre, que era paciente, estaba muerta. Pero, temiendo que su pena no lo dejara dormir, lo fui a ver a su cama. Pero lo encontré profundamente dormido, con sus cejas oscurecidas y sus pestañas
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aun humedecidas por sus últimos sollozos. Y yo, con pena, besando sus lágrimas, deje caer otras de mis ojos; A su lado, sobre una mesita a la altura de su cabecita, había colocado, entre sus cosas, un caja con piedritas y pequeñas rocas rojas, un trozo de vidrio recogido en la playa, y seis o siete ostras, un botella con campanitas azules, dos monedas francesas, colocadas allí con cuidadoso arte, para confortar su triste corazón. Entonces en la noche cuando recé a Dios, lloré y dije: Ah, cuando finalmente estemos tendidos en nuestro último aliento, no Te disgustes en la muerte, y Tú nos recuerdes los juguetes con que hicimos nuestros juegos, 71
cuan débilmente comprendimos, tu mandamiento grande y bueno, entonces, no menos paternalmente que yo, Tú que nos has modelado del barro, Tú dejarás de lado tu justa ira, y dirás: “Tendré piedad de sus chiquilinadas”.13 Si lo buscamos sinceramente y deseamos agradarle en todas las cosas, Dios nos aceptará y trabajará con los errores que cada uno de nosotros, santos o pecadores, cometemos. Frecuentemente esto requiere perdonar; y su misericordia está siempre ahí para abrazarnos, aun en los peores momentos. Conozco gente que arruinaron completamente sus vidas, pero después, encontraron a Dios en la cárcel. Dios estaba allí para abrazarlos. Y por eso este extraño tema de la auto-destrucción, tantas veces experimentado, discutido tan frecuentemente, termina con esta aclaración: No tengas miedo ni te acobardes, porque Yahveh tu Dios estará contigo dondequiera que vayas... (Jos 1, 9). Si todavía no es lo suficientemente clara, Jesús lo dijo a sus confundidos y auto-destructivos apóstoles: No se turbe vuestro corazón ni se acobarde (Jn 14, 27). Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 20). No importa lo que pase, cree que esto es verdad. Oración Padre Celestial, no suelo rezarte con mis propias palabras, uso en cambio la oración que nos enseñó tu Hijo. Ahora, reconociendo mi propia auto-destructividad, mi propia tendencia a cometer verdaderos errores que intento evitar, me vuelvo hacia Ti en busca de ayuda. Tu sabiduría sabe, más allá de lo que podamos pensar, que somos los hijos de una raza caída, que llevamos heridas misteriosas que nos causan daño o incluso destruyen las cosas que realmente nos traerían paz y gozo. Tú nos enviaste a tu Hijo Único para salvarnos a todos, aun a aquellos que conspiraron para destruirlo. A pesar de que lo amo y confío 13
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COVENTRY PATMORE, “The Toys”, Anthology of Catholic Poets, ed. Joyce Kilmer (Garden City, N.Y.: Doubleday, Image Books, 1955), 195.
en Él, me pregunto qué hubiera hecho yo si hubiese estado entre aquellos que el desafió y llamó a ir más allá de sus estrechos, egoístas asuntos. Nada en mi vida me convence de que yo hubiese estado entre los pocos que permanecieron de pie a su lado. Y por lo tanto, reconozco, que muchas veces le fallo aun ahora, y dejo sin usar y desaprovecho las oportunidades que me da para servir mejor a Él y a quienes lo necesitan, y que lo representan tan bien. Padre, quédate conmigo cuando fallo y les fallo a quienes me han sido dados para servirles. Corrige mis errores. Ilumina mi oscuridad. Endereza mis caminos. Y sé paciente con mis necedades. No te pido que impidas mis errores, pero sí que me ayudes a ser paciente con los demás, como Tú eres paciente conmigo. Amén.
Capítulo 6: Cuando la muerte nos roba un ser querido Llegamos inevitablemente al tema más doloroso de este libro, que en cierto modo hace tambalear un poco a los creyentes en la firmeza en su fe, y provoca que muchos débiles en la fe, tropiecen. La muerte de aquellos seres muy queridos, en quienes nos hemos apoyado, es la peor pena de la vida. Debemos considerar, al mismo tiempo, lo inevitable de la muerte – la muerte de quienes amamos y nuestra propia muerte. Lo primero que hay que decir es que es algo totalmente inútil pretender huir de la muerte. No existe lugar donde se pueda huir de ella. Cada uno de nosotros, del más joven al más anciano, está muriendo exactamente a la misma velocidad: veinticuatro horas por día, siete días a la semana. Nos movemos en la vida acompañados por el tic-tac de los relojes. Huir de la muerte, pretender por un momento que no existe, es un engaño totalmente inútil, la decepción más grande. La muerte debe ser enfrentada cara a cara muy directamente y con firmeza, donde sea que estés y seas quien seas. No es una tarea fácil. Prácticamente todo en nuestra cultura pretende fingidamente que las cosas deben funcionar bien y que no hay misterios o problemas insolubles. Todo en nuestra cultura nos dice engañosamente que la muerte no nos alcanzará, a pesar de que, paradójicamente, los medios están siempre preocupados, en relatarnos un sin número de asesinatos, guerras, y muertes violentas. Ernest Becker en su libro La negación de la muerte14, analizó las actitudes modernas de los habitantes de 14
ERNEST BECKER, The denail of Death [La negación de la muerte (Nueva York, Prensa Libre, 1973)]. 73
Estados Unidos respecto a la muerte y concluyó que, gran parte de nuestra cultura, es simplemente una falsa pretensión de que todos, excepto uno mismo, van a morir. De una manera u otra, tú y yo, no estaríamos incluidos, ese es el engaño. Un amigo mío que es encargado de una empresa fúnebre me contó que la gente, ya sea sencilla o sofisticada, han solicitado que sus muertos sean vestidos con los pijamas con que han muerto y que inmediatamente se los lleven pronto al crematorio, y que las cenizas sean llevadas al cementerio sin ningún rito funeral. Simplemente que desaparezcan. Como si nunca hubiesen existido. Este es el tipo de funeral “que está de moda”. ¿No es algo tremendo? Algo casi tan malo, consiste en ir a un funeral religioso que se parece más a una fiesta de bodas. Todos están felices, Aleluyas por todas partes, vestimentas blancas, incienso y flores. Esto también es una negación de la muerte, y mucho peor, priva a quienes se encuentran apenados, de la oportunidad de manifestar su dolor por los seres queridos. (He advertido a mis frailes: “cuando muera, recuéstenme con mi hábito de fraile con una estola morada; y si alguien canta ‘Aleluya’, volveré. Volveré en medio de la noche, arrastrando cadenas”). No sólo las celebraciones de funerales “felices” constituyen un insulto hacia el difunto, sino que dejan a los deudos reales con una gran carga de dolor en sus corazones, que permanece sin poder expresarse. En el momento de la muerte, todos debemos enfrentarnos con el dolor. Esto significa que todos tenemos que considerar la muerte como una realidad de nuestra vida, antes de que repentinamente nos debamos enfrentar con ella. Lo que se pierde con la muerte La muerte tiene muchos aspectos oscuros. El primero es nuestro dolor por el ser querido que se está muriendo o ya ha muerto. Esto es especialmente cierto, si la muerte llega a causa de alguna complicada y dolorosa enfermedad o por algún horrible suceso repentino, como un accidente o un incendio. Sufrimos con aquellos que amamos y nos sentimos profundamente frustrados porque no fuimos capaces de hacer algo por ellos. En nuestras lágrimas, pesar, dolor, y frustración, decimos a Dios: “¿Qué sentido tiene todo este sufrimiento? ¿Por qué a esta persona inocente? ¿Por qué a este niño?” Esto ciertamente es parte de lo que San Pablo llama el aguijón de la muerte (1Cor 15, 56). El poderoso ejemplo de este sufrimiento es la Madre dolorosa de Cristo, que nos conmueve tanto en la escultura de Miguel Ángel llamada “La Piedad”, una imagen del dolor por alguien amado.
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El siguiente poema fue escrito por Coventry Patmore después de la muerte de su hija pequeña. Expresa en modo conmovedor el dolor que hace a uno prorrumpir en un grito de angustia a Dios, a quien uno ama pero que pareciera no tener misericordia. “Si hubiese muerto yo” Si yo hubiese muerto, tú alguna vez dirías, ¡Pobre Niña! Los queridos labios, temblando mientras hablabas, Y las lágrimas brotan de los ojos, que, para no apesadumbrarme, sonríen brillantemente. ¡Pobre Niña, Pobre Niña! Me parece oír tu risa, tu conversación, tu canto. No es cierto que el amor no haga daño. ¡Pobre Niña! ¿Y pensaste, que cuando así llorabas y reías, como yo, en las noches solitarias, permaneceré despierto, y con esas palabras consumar tu plena venganza? ¡Pobre niña, pobre niña! Y ahora, inútil será que esos dulces reproches por tres veces repetidos lleguen a ti, ¡O Dios, no has tenido misericordia conmigo! 75
¡Pobre niña!15 El oscuro valle Otra fuente de dolor es la misteriosa y oscura puerta de la muerte, la sombra de la muerte, el entierro del cuerpo, el silencio de la tumba, la ausencia de respuesta por parte del ser querido que ha muerto, el hecho que incluso entre creyentes devotos haya muy pocos casos conocidos de comunicación de los muertos con este mundo. Aunque estos casos no sean tan extraños como uno puede pensar, sí son raros; y a menudo, cuando suceden, hay un natural escepticismo por el hecho que, la gente experimenta a menudo aquello que necesita experimentar, especialmente cuando están sufriendo. Algunas personas sanas, educadas, con los pies sobre la tierra, me han contado de alguna experiencia o clara impresión acompañada de algún signo de confirmación, que provenía aparentemente del ser amado muerto. Sería un prejuicio sin fundamento el desechar simplemente estas advertencias como si fuesen producto de la lucha desesperada de la mente para consolarse. Por otra parte, ninguna de estas experiencias ha sido algo que podamos utilizar como una prueba de la inmortalidad del alma. Carecen de la claridad de los relatos de la Resurrección de Cristo, y además casi nunca fueron percibidos por otras personas al momento en que ocurrieron. Para la mayoría de los vivos, la muerte es un oscuro camino por el cual el ser querido ha pasado al silencio. La fe es la única luz que ilumina ese camino, como una pequeña lámpara que señala un largo túnel, que revela muy tenuemente la realidad que está del otro lado. Llorar por los vivos Probablemente constituye un dolor mayor, la pérdida de quien ha sido un gran apoyo, incluso parte integrante de la vida de una persona. Obviamente, participamos en funerales de muchas personas que hemos conocido y admirado, pero rara vez nos encontrábamos con ellas, y nunca fueron una parte integral de nuestras luchas diarias. En cualquier funeral, puedes distinguir fácilmente el gran grupo de quienes se lamentan y han llegado para dar sus respetuosas condolencias, o incluso a pagar una deuda de gratitud; estos son quienes experimentan profundamente la pérdida de esta persona que ejerció una particular influencia en sus vidas. Para el grupo más reducido de los profundamente dolidos, el dolor es dolor de la pérdida. 15
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CONVENTRY PATMORE, “If I Were Dead”, Anthology of Catholic Poets, ed. Joyce Kilmer (Garden City, N.Y., Doubleday, Image Books, 1955), 197.
Puede ser un padre que llora la perdida de un hijo pequeño, o un hijo por su padre, un esposo por su esposa o un amigo íntimo que ha sido parte de otro, durante toda la vida. Hay unos pocos que no experimentan la muerte como algo que les ha robado, como alguien que llega sin ningún derecho y nos priva de lo que, quizás, desesperadamente necesitamos. Ese fue el profundo pesar que llevó a San Agustín a realizar el siguiente comentario: “Lloren por los vivos; no lloren por los muertos”. Es la pérdida dolorosa de los que amamos, la que nos hace considerar la muerte como un ladrón, porque, sin una razón aparente, nos quita a alguien que necesitamos. Podemos enojarnos con Dios que ha llamado a alguien que nosotros necesitábamos tanto. Teniendo en cuenta todas estas cosas, intentemos buscar algún sentido a la muerte para que sepamos qué hacer cuando se nos acerque “como un ladrón en la noche”. El aguijón de la muerte Repetidas veces, San Pablo, especialmente en la Epístola a los Romanos, afirma que la muerte es una consecuencia del pecado. Por tanto, como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron (Rom 5, 12). Pues el salario del pecado es la muerte; pero el don gratuito de Dios, es la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro (Rom 6, 23). Una enseñanza extraña, ¿no es cierto? ¿Significa esto que si el mundo no hubiera caído, si nuestros primeros padres no hubiesen pecado, no habría tales cosas como la muerte, y viviríamos sin fin en este mundo? Esa es una idea desagradable. ¿O significa que alguna grandiosa carroza descendería alguna vez ocasionalmente, y aquellos que estuviesen listos para partir a la vida más allá de esta, podrían subirse, y los familiares y amigos podrían estar allí para despedirse, algo así como los barcos para turistas de los primeros tiempos? Consecuentemente, el proceso biológico de la vida en este mundo, hubiese tomado su costo. Pero en un mundo que no hubiese caído, todos se darían cuenta que los que irían al más allá, entrarían inmediatamente en el Reino de Dios. Sería motivo para festejar. En tal mundo, la gente no estaría tan dependiente emocionalmente y en consecuencia no quedarían heridos por sus seres queridos. El pasaje de un ciudadano del mundo no caído sería muy semejante a una graduación. Todos sabrían hacia donde va, y que simplemente hizo falta una pequeña prueba para llegar allí. También habría lágrimas como las de aquellos que se despiden en el puerto de sus familiares que parten en un crucero de diez días para festejar sus bodas de oro. 77
Una muerte festejada Aun en este mundo caído, muy de vez en cuando, asistirás a la muerte de alguien que estaba completamente preparado para partir. Este es el único tipo de funerales al cual podrías asistir al menos un poco contento. Recuerdo el funeral de mi querida amiga, la Madre María de Jesús, de las hermanas del Santísimo Sacramento en Yonkers. Ella tenía noventa y cuatro años y estuvo en el claustro desde 1916. Obtuve autorización para ingresar al claustro y visitarla poco tiempo antes de su muerte. Estaba recostada en cama, ciega, débil, y maravillosamente cuidada por sus hermanas en religión. Anuncié mi llegada preguntando: “Madre, ¿cómo está usted?” Ella respondió: “Bueno padre, tú sabes lo que Benjamín Franklin solía decir”. (Esta mujer estaba llena de sorpresas. ¿Cuántas religiosas de claustro podrían citar a Benjamín Franklin?). Prudentemente respondí: “En verdad no”. Con un guiño de sus ciegos ojos, respondió con esta acotación: “Él solía decir cuando estaba viejo, «Todavía vivo en la casa, aunque el techo ya se haya caído»”. Esta era una mujer que estaba lista para partir. ¿Irías llorando al funeral de una persona como esta? Tal vez si la extrañases como parte de tu vida. Pero esta monja estaba lista para irse. Frecuentemente, gente anciana devota están ya listos para dejar este mundo. El funeral de semejantes personas no debería ser ocasión de gran dolor. Sin embargo, si hay quienes dependen profundamente de esa alma, sentirán el dolor de la pérdida, a pesar de la edad de sus seres queridos que mueren. Fuera de esta rara excepción de las almas santas, me desagradan los funerales que son una especie de canonización, especialmente de quien, con mi mayor estima, va a pasar un largo tiempo en el Purgatorio comiendo migajas y bebiendo calor, goma de mascar con sabor a gaseosa. ¡Por favor! Cuando me vaya, por favor lloren un poco. Si vienes a mi funeral, llora, aun cuando tengas que fingir un poco. Al menos muéstrate un poco triste. Cualquier cosa que hagas, por favor no cantes “Aleluya”. No quiero ir y venir del purgatorio para perseguir gente. Preparándose para el Cielo Es el momento de decir algo acerca de la doctrina sobre el Purgatorio, que ha sido muy mal entendida e incluso negada, y que los Ortodoxos orientales llaman: el lugar de expiación. Desafortunadamente, al Purgatorio se le ha dado muy mala prensa. Mucha gente ha crecido con una imagen del Purgatorio como si fuese hediondas piscinas de fuego en las cuales las almas santas desnudas suben y bajan como papas fritas en una casa de comidas rápidas al paso. El Concilio de Trento condenó el 78
transformar el castigo temporal del Purgatorio en algo horroroso. (“La Iglesia da el nombre de Purgatorio a aquella purificación final de los elegidos, que es completamente diferente al castigo de los condenados”16). Santa Catalina de Génova, quien escribió un maravilloso libro sobre el Purgatorio, mantuvo sobre la base de sus experiencias místicas que consiste en un gran avance sobre la condición de ésta vida, y que las almas santas no tienen más lamentos que el de aún no haber llegado finalmente a su lugar en el cielo. “Así como con el paraíso, Dios no le ha puesto puertas. Quien quiere puede entrar allí. Dios sumamente misericordioso nos espera allí con sus brazos abiertos para recibirnos en su Gloria. También veo, sin embargo, que la divina esencia es tan pura y llena de luz, mucho más de lo que podemos imaginar, que el alma que tenga la mínima imperfección se arrojaría a mil infiernos antes que presentarse de esa manera ante la presencia divina. La lengua no puede expresar ni el corazón comprender, el significado pleno del Purgatorio que el alma acepta voluntariamente como un acto de misericordia, sabiendo que el sufrimiento que allí padece no tiene importancia comparado con la remoción del impedimento que le dejó el pecado. El mayor sufrimiento de las almas en el Purgatorio, así me parece a mí, es el conocimiento de que algo en ellas desagrada a Dios, que han ido deliberadamente en contra de su grandiosa bondad. En estado de gracia, estas almas captan perfectamente el sentido de lo que les impide llegar hasta Dios. Esta convicción es tan fuerte, de lo que he comprendido hasta este momento en mi vida, que por comparación toda palabra, sentimiento, imagen, idea sobre la justicia o la verdad, me parece completamente falsa. Estoy más confundida que satisfecha con las palabras que he usado para expresarme, pero no encontré nada mejor para expresar lo que he experimentado. Todo lo que he dicho es nada en comparación con lo que siento en mi interior, el testimonio de la correspondencia del amor entre Dios y el alma; cuando Dios ve al alma tan pura como cuando estaba en sus orígenes, se acerca a ella con una mirada, la toma y la une a Él con tan fuerte amor que podría aniquilar al alma inmortal.
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Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1030-1031. 79
Actuando así, Dios transforma al alma en sí mismo, que ya no conoce otra cosa sino a Dios, y Dios continúa atrayendo al alma hacia su fuerte amor, hasta que Él la restituye en un estado tan puro como en el que fue creada originalmente. Mientras Dios va atrayendo al alma hacia sí, ella se siente como derretirse en el fuego de ese amor de este Dios tan dulce, que Él no cesará hasta que lleve al alma a su perfección. Esta es la razón por la cual el alma busca erradicar cualquier tipo y todo género de impedimento, para poder ser elevada hasta Dios; y estos impedimentos son la causa de los sufrimientos de las almas del Purgatorio. Estas almas no se detienen en sus sufrimientos, sino que más bien en la resistencia que sienten en sí mismas contra la voluntad de Dios, contra su intenso y puro amor determinado totalmente a atraer hacia sí al alma. Y veo rayos de luz partiendo del amor divino hacia la creatura, tan intensos y fuertes como para aniquilar no sólo el cuerpo, sino también, si esto fuese posible, al alma. Estos rayos purifican y por eso en cierto modo aniquilan. El alma se transforma como el oro que se vuelve cada vez más puro cuando más se lo somete al fuego, y se le quita toda impureza”17. Cambiaría a Nueva York en cualquier día de la semana por el Purgatorio. Es claramente superior a Nueva Jersey, donde comencé mi vida. Y en verdad lo busco con esperanza, porque me gusta viajar y conocer nuevos lugares, y tengo ya muchos amigos en el Purgatorio. Una vez allí, estás seguro de la vida eterna, lo cual lo convierte en algo mucho más gozoso que nuestro terrorífico viaje aquí, al cual, de acuerdo a San Pablo, deberíamos realizarlo con temor y temblor. Los Protestantes siempre han malinterpretado el sentido del Purgatorio, a pesar de que hoy en día pareciera oírseles rezando por los muertos en los funerales. (No tiene sentido rezar por las almas si no hay Purgatorio, porque entonces el alma o estaría en el cielo o en el infierno). La Iglesia siempre ha enseñado que sólo Cristo nos salva y merece nuestra salvación. Nosotros ciertamente no hacemos eso en el Purgatorio. Nunca nadie enseñó que así fuera. El argumento más sucinto que he oído una vez sobre el Purgatorio provenía de un caballero Protestante, el Dr. Samuel Johnson. En una de sus numerosas discusiones con Boswell, le dijo en respuesta a una pregunta:
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Catherine of Genoa: Purgation and Purgatory, The Spiritual Dialogue (Catalina de Génova, Purgación y Purgatorio, Diálogo Espiritual), ed. Serge Hughes and Benedict j. Groeschel (Nueva York, Pualist Press, 1979), 78-79. 80
“¿Qué piensa usted sobre el Purgatorio, tal como lo consideran los Católicos Romanos?” Johnson: “¿Por qué pregunta eso? es una doctrina inofensiva. Existe la opinión que, gran parte de la humanidad, no es tan obstinadamente malvada como para merecer el castigo eterno, ni que es tan buena como para merecer ser admitidos en la sociedad de los espíritus bienaventurados; y por eso es que Dios es tan bondadoso de permitir un estado intermedio, donde puedan ser purificados por ciertos grados de sufrimiento. Como usted verá, no hay nada de irrazonable en esto”. Boswell: “Pero, entonces, ¿las misas por los muertos?” Johnson: “¿Porqué lo pregunta? Si una vez se ha establecido que hay almas en el Purgatorio, es propio rezar por ellas, como lo hacemos por nuestros hermanos que aun están en esta vida”. Santa Catalina de Génova, siendo una mística y no una literata como el Dr. Johnson, nos dio una visión más profunda. Para ella, el Purgatorio, es un don de la misericordia de Dios que nos permite cooperar con su gracia para remover todos los obstáculos que ponemos entre nosotros y su amor. En las siguientes frases de su libro, Catalina nos da la explicación a aquellas imágenes distorsionadas que parecen contradictorias con las palabras de la Sagrada Escritura que afirma que: las almas de los justos están en las manos de Dios (Sab 3, 1). “Veo que los sufrimientos de las almas en el Purgatorio, pueden ser soportadas por dos motivos. El primero es la voluntad de sufrir, la certeza que Dios ha sido más misericordioso con ellas a la luz de lo que merecían y lo que Dios les ofrece. Si la misericordia de Dios no atempera su justicia, la justicia que fue satisfecha por la Sangre de Jesucristo, un solo pecado hubiese merecido mil infiernos eternos. Entonces, sabiendo que sufren justamente, estas almas aceptan el orden establecido por Dios y no se les ocurriría hacerlo de otra manera. El otro motivo que sostiene a estas almas es un cierto gozo que siempre es deficiente, pero que de todas maneras, aumenta cada vez más en la medida que se acercan a Dios. Se regocijan por lo que Dios ha ordenado, por su amor y su misericordia, en la cual cada alma ve según su capacidad. Estas visiones no son esfuerzos propios de las mismas almas. Son vistas en Dios, en quien están más absorbidas que en sus propios sufrimientos, pues la breve visión de Dios sobrepasa por mucho todo gozo o padecimiento humano”18.
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Catherine of Genoa, 84. 81
Difícilmente podemos pintar una imagen horrible del Purgatorio y, al mismo tiempo, sostener que las almas de los muertos que están en su viaje hacia la realidad eterna, están seguras en las manos de Dios. Un hecho interesante tuvo lugar en la vida de la Fundadora de las Hermanas del Cenáculo, Santa Marie Thérèse Couderc. Pocos días antes de su muerte, sus oídos se llenaron con cantos de hermosos coros celestiales. Lo describió así: “No se lo que está pasando... Uno podría pensar que la enfermedad me ha sacado de mis cabales. Desde ayer, me encuentro rodeada de una multitud que incesantemente reza y reza, con tonos penetrantes, y una reverencia tal como jamás he conocido. Cantan también himnos con tonos solemnes, salmos, y oraciones litúrgicas. Suplican, se lamentan con dolor, adoran a la Divina Majestad. Adoran a la Majestad con una unidad, armonía, fe, esperanza y amor inefables. Creo que son las almas del Purgatorio. Alguna vez por horas fui elevada junto a ellas, pues a pesar de mi misma, estoy como obligada a unirme a ellas. Por momentos tengo miedo, pero ellas me envuelven, se avecinan muy cerca de mí. Están sufriendo y ellas se ven con un corazón rendido. Preferiría ser librada de esto, se lo he pedido a nuestro Señor, pero Él no me oye”19. Cuando la santa, que estaba muriendo, le dijo esto a su Superiora General, esta le aconsejó que hablara de esos cantos con su director espiritual. La Superiora General escribe: “Cuando la visité de nuevo, me miró con una sonrisa y me dijo: «El padre me dijo que no temiera. Él cree que son las almas del Purgatorio. Ellas son amigas de Dios, porque lo aman y Él las ama, están ante Sus Ojos como una sociedad bendita. No he dormido esta noche. No me lo permitieron. He visto entre ellas a varias de las nuestras. He visto también muchos sacerdotes y religiosos. Cuando esta mañana recibí la Santa Hostia, ellas entonaron el Te Deum. En el cuarto verso, a pesar de mi esfuerzo de estar atenta como siempre a mi Señor, me vi forzada a seguirlas y a cantar con ellas: Santo, Santo, Santo, el Señor Dios de Sabaoth.
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HENRY PERROY, A great and Humble Soul: Mother Thérèse Couderc, Foundress of the Society of Our Lady of the Retreat in the Cenacle (1803-01885), trad. John J. Burke (Nueva York, Prensa Paulina, 1933), 220-21. 82
Fue algo muy hermoso. Tendría que vivir muchos, pero muchos años, antes de poder olvidar aquella armonía, esos acentos, esa reverencia con la cual nada en la tierra puede dar ni siquiera una pequeña insinuación. Cada verso era cantado con un sentimiento adecuado a la adoración o para significar lo que se expresaba. Cuando llegaron al último verso -En Ti, Señor, he esperado, no permitas que sea confundido eternamente- la cantaron por lo menos diez veces, con tal humildad y ardor, y una confianza desbordante de amor. Están allí todo el tiempo. No puedo entender porque ustedes no las oyen. ¿Acaso no las escuchan ahora?» De nuevo me dijo: «Son una multitud. Entre ellas hay voces de hombres, voces de mujeres, voces de niños... ¡O, como rezan: como cantan! ¡Si pudiéramos rezar como ellas lo hacen! Que bajo, que inferior en comparación es nuestro modo de rezar. ¿Dónde está nuestra reverencia?»”20 Si uno piensa en la muerte, es útil pensar en lo que viene después de ella. En el argumento del Dr. Johnson, señala, que la mayoría de nosotros seremos llevados al Purgatorio, así que no es una mala idea gastar un poco de tiempo en pensar en la maravillosa preparación para nuestra entrada final en el Reino de Dios. Si tú fueses un santo canonizable, no te hará falta, pero si no lo eres, pienso que es un tiempo bien empleado. La muerte es asombrosa A pesar de la seguridad que nos da la fe y que nuestro Divino Salvador dio a los Apóstoles, la muerte permanece un evento asombroso. Asusta. Tengo amigas, aquí en Nueva York, las hermanas Dominicas de Hawthorne, quienes literalmente viven con la muerte. Su comunidad se hace cargo sólo de quienes se están muriendo de cáncer, especialmente la gente pobre que no puede afrontar los gastos. Piensa en eso. Si enseñas en una escuela, tus alumnos vivirán más de lo que tú lo harás, y, tú esperas que alguno de ellos recordará algo de lo que le has enseñaste. Para estas hermanas, el éxito final en su apostolado es ver a una persona morir en paz, y santamente. Es una vocación maravillosa, pero sumamente desafiante, porque incluso para estas hermanas, la muerte es un ladrón de las personas que han conocido y con las cuales han trabajado. Sin embargo, si uno visita una de sus varias casas para moribundos, uno no saldrá con un terrible miedo a la muerte. Las hermanas deben enfrentar 20
Ibid., 221. 83
constantemente las mismas preguntas que tú y yo debemos afrontar: ¿Por qué? ¿Por qué una joven madre muere de cáncer? ¿Por qué gente que ha vivido una vida tan útil debe morir de manera tan dolorosa? Esto nos lleva a las sorprendentes preguntas sobre la muerte. Frecuentemente la muerte llega de una manera terrible, completamente imprevisible y para quienes son totalmente inocentes. Cuando por primera vez escribía estos artículos, un conductor de camión llevando un gran tanque de gasolina ingresó en el cruce del ferrocarril y se encontró con un gran tapón de tránsito delante de él. De repente la campana comenzó a sonar, avisándole que el tren se aproximaba. No pudo quitar el camión de las vías lo suficientemente rápido. Intento ir hacia atrás, pero las barreras habían bajado sobre el camión. El maquinista lo vio, y puso el motor en reversa, pero el tren no se pudo detener tan rápidamente y golpeó al camión de gasolina a una velocidad de más de 55 Km. por hora. El conductor murió quemado junto con otras cinco personas que esperaban en el cruce. Un hombre anciano fue arrojado del auto, y se lo vio corriendo en llamas por la calle, mientras que su amada esposa nunca pudo salir del auto. ¿Por qué? No lo sé. La muerte nos enfrenta a un elemento misterioso en la vida. En la sociedad contemporánea, negamos la existencia de lo misterioso. Hay muchas cosas misteriosas – la vida, el amor, las tinieblas- pero ¿qué más misterioso que la eternidad? Si no puedes afrontar el misterio, esta vida te volverá loco, o te hará cínico, o te llevará a una terrible depresión. La vida está llena de preguntas sin respuesta. Para ser honestos, si no buscamos respuestas a estas preguntas, seríamos todos corderos. El misterio da al sufrimiento humano su gran dignidad. La muerte nos lleva directa e inevitablemente a confrontarnos con lo misterioso de la vida. Esto es verdad, ya sea la muerte previsible o inesperada, sea que se la reciba bien como la muerte de una persona muy enferma que desea ir a su casa, o sea que se la mire como la peor cosa posible – como la enfermedad de un pequeño niño o una persona que tiene toda la vida por delante. Por eso la muerte, casi siempre, es algo misterioso. Pero ¿qué debemos hacer en el caso de este misterio? Personas de cualquier religión y en todo el mundo, cada grupo racial, toda cultura, ¿qué hacen cuando llega la muerte? Rezan. Aún los no creyentes rezan. Puede que no recen en ningún otro momento, pero rezan ante la presencia de la muerte, porque la muerte le da a la vida ciertas dimensiones, su misterio y su significado. La muerte es el marco de la vida. Mientras transitamos por la vida necesitamos aprender las lecciones que la muerte nos pueda enseñar. Para los cristianos, el acercarse de la muerte contiene un 84
gran mensaje: Jesucristo quiso identificarse con nosotros hasta tal punto que estuvo dispuesto no sólo a morir, sino también a soportar una muerte terrible y dolorosa. La muerte de una estrella Descubrí un hermoso testimonio que nos revela el sentido de la muerte, y estaba, entre todos los lugares posibles, en la sección deportiva del New York Times. Arthur Ashe, la estrella del tenis que contrajo Sida por una transfusión de sangre, en un artículo escrito después de su muerte, se testifica lo que dijo a un grupo de estudiantes de una escuela en su período terminal: “Poseo la fe religiosa. He crecido en el sur, entre familias de color y teniendo a la Iglesia como punto central de mi vida... Y recordé algo que Jesús dijo en la Cruz: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Recuerda, Jesús fue pobre, humilde, de una minoría marginada... Y Jesús de hecho hizo esta pregunta, por qué el inocente debe sufrir. Yo no soy inocente, quiero decir que estoy lejos de ser un ser humano perfecto. Pero ustedes se preguntarán: «¿Por qué yo?», y entonces yo pienso: «¿Por qué no yo?». ¿Por qué no tendría que sufrir lo que otros también han sufrido? Y debo pensar todas las cosas buenas que han sucedido en mi vida: el tener un esposa maravillosa, una hija, una familia y amigos, de haber ganado Wimblendon y el Abierto de los Estados Unidos, y haber jugado y dirigido el equipo de la Copa Davis, haber recibido una beca para la UCLA, todo tipo de cosas buenas. Se preguntarán: «¿por qué yo?» A veces no hay explicación para las cosas, sobre todo las que son malas”.21 Arthur Ashe no era un líder religioso, pero era un hombre de fe. Estoy tan agradecido que un laico y una estrella tan respetable, haya hablado sobre el tema para los cristianos. Hay que concentrar la atención en la muerte, el hecho de que el Hijo de Dios vino y no murió de una muerte cómoda, rodeado de sus santos discípulos como San Francisco o Gautama Buddha, o incluso p. Damián rodeado de sus queridos leprosos, los santos frecuentemente han tenido una hermosa muerte rodeados de discípulos que cantaban y rezaban al Señor. Sin embargo Jesús murió rodeado de sus enemigos y soportó por nosotros la muerte más difícil. Eso fue una verdad consoladora para Arthur Ashe, y también puede serlo para ti.
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“The changing Faces of Arthur Ashe: From Private Pain to Public Servicio”, en New York Times, Sección Deportiva, Domingo 25 de Octubre de 1992. 85
La muerte no es para siempre Cuando pienses en la muerte de tus seres queridos, ten presente que la muerte no te los roba para siempre. Nos roba ahora alguien que amamos y necesitamos mucho. Podemos estar muy enojados contra la muerte y contra Dios quien permite que ella nos los robe. Recuerda que Dios mismo vino y tomó sobre sí la pesada carga de una dolorosa, miserable y horrible muerte por tortura. Mientras nos quejamos, sabemos que Él lo sufrió antes que nosotros. Esto no responde todas las preguntas, pero la Cruz pone estas preguntas en su justa perspectiva. Aprendiendo de la muerte La muerte es una influyente maestra y tiene muchas lecciones para darnos. Aprende de la muerte que nada en este mundo dura para siempre, que en esta vida todo pasa. Aprende de la muerte a no apegarte a nada de tal manera que no puedas irte sin eso. En cambio, aprende a dirigir todas tus cosas a la eternidad. No te sientas tan cómodo con nada en este mundo, porque no estarás preparado para dejarlo. La fe nos da el inmenso consuelo de saber que todas las cosas buenas, cosas que tuvimos en esta vida, nos serán restituidas al otro lado de la tumba pero de un modo inmensamente más hermoso. Es natural que le tengamos miedo. No sabemos cómo es la muerte. Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman (1Cor 2, 9). Pero sabemos, pues Cristo nos dice: En la casa de mi Padre hay muchas mansiones (Jn 14, 2). Deseo tanto, en atención a los creyentes y a los que buscan saber sobre esto, al punto que he suplicado por una prolongada enfermedad terminal. Espero que el Señor me dé tiempo para grabar algunas reflexiones sobre la actitud cristiana ante la muerte mientras me esté muriendo. Ese tipo de testimonios deberían ser convincentes. Ya hablé con las hermanas de San Pablo, que publican videos, y con las Dominicas de Hawthorne, que cuidan a los moribundos, y tal vez podamos llegar a un acuerdo. Ellas traerían las cámaras, mientras me reciben en la casa del Rosario. Veremos si para entonces estoy lúcido como ahora. Debería contraer cáncer lo más pronto posible, si es que voy a contraer algo, para poder ir a la casa del Rosario. Quisiera dar este mensaje: «No huyas de la muerte. No luches contra la muerte. Y cuando la muerte te esté robando algún ser cercano,
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por Dios, reza. Reza prolongadamente, reza bien, reza incluso desesperadamente, reza desde lo más profundo de tu corazón. Es patético asistir a funerales en los cuales nadie reza». Dolor bien asumido Cuando Santa Mónica estaba muriendo, sus dos hijos, Agustín y Navigius, dijeron algo al respecto: “Madre, soporta. Tomaremos un barco y te llevaremos de regreso a África así podrás ser sepultada en tu tierra natal”. Mónica no estaba interesada en los funerales, estaba interesada más bien en las oraciones y especialmente en que ofrecieran el sacrificio del Cuerpo y Sangre de Cristo por su alma. Agustín recuerda: “Porque ella cuando sintió la muerte no pensó en que su cuerpo fuera suntuosamente sepultado ni embalsamado con aromas; no deseó que se le alzara ni se preocupó de ser inhumada en su tierra natal. Nada de eso nos mandó, y su único deseo fue que la recordáramos ante tu altar, en el que ella sirvió sin faltar una vez cuando sabía que en alguna parte se iba a ofrecer la víctima santa por cuya inmolación fue anulado el decreto que nos era contrario (Col 2, 14) y fue dominado el enemigo que lleva cuenta de nuestros pecados para enrostrarnos con ellos, pero nada puede en aquel por quien lo vencemos... A este sacramento de redención ligó su alma tu sierva con el vínculo de la fe. Que nadie le quite tu protección; que no se interpongan el león ni el dragón, ni por la fuerza ni por la insidia; porque ella no va a responder que nada te debe, ya que si tal dijere refutaría y la tendría consigo mañoso acusador. Dirá, en cambio, que sus pecados le han sido perdonados por aquel Señor, al que nadie puede devolver lo que pagó por nosotros sin obligación. Que descanse pues en paz, con su marido único, pues ni antes ni después de él se casó con otro; con el marido a quien sirvió y a quien como fruto de su paciencia ganó para ti. Y tú, Señor y Dios mío, inspira mis hermanos, hijos tuyos y señores míos a quien sirvo con la voz, con la pluma y con todo el corazón; inspira a quienes esto leyeren que se acuerden ante tu altar de su sierva Mónica y de Patricio, el que fue su esposo; pues por la obra de carne de los dos me trajiste a esta vida de un modo que no conozco. Que se acuerden los que fueron mis padres en esta vida transitoria de los que son mis hermanos en la Santa Madre, la Iglesia Católica, siendo tú nuestro Padre común; y también mis compatriotas en la Jerusalén eterna por la cual suspira
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tu pueblo peregrino desde la partida hasta el retorno; para que lo que mi madre me pidió en su último deseo le sea dado con creces por la oración de muchos, lo mismo que por estas mis confesiones y mis asiduas plegarias”22. Que cosa más amable y benéfica puede uno hacer por un difunto que ofrecer el Sacrificio de Cristo por él. Que hermoso y consolador es rezar por el difunto en su viaje. No tenemos idea como será ese viaje. No sabemos si ya serán santos en la maravillosa realidad mística del cielo, por eso recemos con ellos. Los Santos viven en la celebración del Misterio Pascual del cual la Liturgia de la Misa en este mundo es sólo su reflejo sustancial. En la liturgia, en que ellos participan, Cristo es el Sumo Sacerdote. Aquí, en este mundo, nosotros pobres hombres llamados sacerdotes estamos en su lugar, siguiendo su mandato. Acomoda tu mente para considerar la muerte como se supone que lo hagamos. Ella puede elevar tus ojos hacia la eternidad. Y cuando se trata de una muerte dolorosa, una muerte que puede hacerte enojar, que parezca injusta e inmerecida –por ejemplo, una persona inocente asesinada por malicia- lo más importante es rezar. Debemos recordar entonces que este inocente ha recorrido un muy corto pasaje hacia la luz de Dios. A pesar de cuan dolorosa pueda ser su muerte, no importa cuan atormentados sean sus cuerpos con el sufrimiento, los muertos pasan a través de un muy corto pasillo. Si están preparados, entran inmediatamente en la vida eterna. Rezamos por nuestros queridos difuntos en su viaje, para que ya puedan estar en paz con Dios. E incluso nos dice la hermana Faustina, la mística de la Divina Misericordia, que ella cree que Cristo dialoga con el alma en su camino hacia la perdición. Ella escribe que le fue revelado que cuando ninguna voz humana puede hablar con el moribundo, Cristo mismo viene y llama esa alma23. Yo lo creo. Cristo no murió en la Cruz, no soportó lo que soportó en su vida, para que las personas se pierdan. Si yo estuviera en camino de perderme [y San Pablo dice que deberíamos “trabajar” por nuestra salvación con temor y temblor (Fil 2, 12)], podría mirar a los ojos misericordiosos de Cristo y decir: “¿No?” La respuesta es que no me puedo salvarme a mí mismo, pero debo dar mi consentimiento a mi propia salvación. De qué modo Dios llama a dar este consentimiento es algo muy misterioso. Deberíamos estar esperanzados incluso por los que han llevado una vida de pecado. No estés celoso de ellos. Nosotros hemos recibido mucho más que ellos. Muchos aparentemente no han recibido mucho. Tal vez fueron ricos, tal vez sus vidas estuvieron
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SAN AGUSTÍN, Confesiones, L. IX, c. 13.
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Rev. George Kosicki, C.S.B.; Now is time for Mercy (Ahora es tiempo para la Misericordia) (Steubenville, Ohio; Universidad de Prensa Franciscana, 1991), 8-11.
llenas de placer, pero era tan sólo una hueca burbuja. Tú y yo somos las personas verdaderamente ricas. Si tenemos la fe y los sacramentos, somos verdaderamente ricos, con un tesoro que no perece. San Juan de la Cruz enseña que el sol, la luna, las estrellas, la tierra, el mar, el tiempo, la eternidad y la Madre de Dios, todo nos pertenece. No podemos ser pobres. No podemos ser completamente desafortunados. Tenemos a los ángeles y santos por amigos. ¿Quién posee la tierra? Nuestro Padre Celestial. Nosotros no somos pobres. Los mundanos, los no creyentes, los manipuladores, los que usurpan, ellos sí son pobres. Han invertido sus vidas en basura. Invierte tu vida en la eternidad si eres un creyente. Fíjate que los que tienen salud y son verdaderamente creyentes actúan de la misma manera que los otros creyentes. Son generosos con lo que tienen. Tienen ante sus ojos muy claro que sólo se llevarán con ellos lo que hayan dado. La muerte nos llega a todos Este capítulo ha sido dedicado al dolor que experimentamos cuando la muerte nos arrebata a aquellos que amamos y necesitamos, pero finalmente la muerte nos llega a todos. Si quieres puedes mirarlo no como un robo sino como un envío. La muerte nos llega a todos. Es nuestro pastor, tanto tuyo como mío. En esto debemos tener esperanza. Jesucristo nos muestra que los más pobres de los pobres pueden ser salvados. El salvó un ladrón en el momento que moría en la Cruz. Este sólo hecho debería darnos una gran esperanza. Quizás algún lector haya sido estafado. El tío de alguna persona puede haber sido un embaucador. Alguien en nuestra familia fue un borracho... No pierdas la esperanza. Recuerda al buen ladrón; él estaba colgando en la Cruz cuando fue salvado. Santa Ángela de Folingno, la mística franciscana, escribe que ella cree que hay personas que a algunos podría parecerles que se han perdido en el infierno pero fueron elevadas al cielo. ¿Y qué decir sobre tu muerte, mi muerte? Asusta. Nunca hemos estado allí antes. Los efectos físicos de la muerte son desastrosos. Una vez llevé a un niño pequeño de la Villa de los Niños al funeral de su hermano, que había sido asesinado. Él me preguntó: “Cuándo él esté aquí en el cajón ¿me podrá hablar?”. Me resultó tan triste que le tuve que explicar que su hermano ya no podía hablar.
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Hace no mucho tiempo atrás, celebré un funeral en el barrio de Harlem, para una anciana mujer llamada Vivian. Era una mujer muy devota, amable, gentil y vivía en un pequeño negocio frente a la Iglesia. En su avanzada edad estuvo verdaderamente muy enferma como para poder salir. Su familia estaba anotada en nuestra lista de familias para distribuir canastas de alimento, y por eso me llamaron para hacerle el funeral. Fui caminando hacia el lugar del funeral con su esposo, un digno y amigable caballero. Yo no sabía el primer nombre de amabas personas porque estaba acostumbrado a llamarles “abuelo” o “abuela”. Tenían suficientes años como para que pudiera decirles así. Entonces el “abuelo” y yo entramos juntos en la casa funeraria, y nos detuvimos al lado del féretro. “Ella era la mujer más fina del mundo... la mujer más fina del mundo”. Él repetía y repetía eso. Al final de la breve ceremonia, los invité a rezar por la “abuela” en su viaje. Ellos pensaron que era algo razonable que debíamos hacer. El “abuelo” se acercó al ataúd antes de que nos fuéramos. Permaneció allí parado con gran simplicidad con sus manos sobre el ataúd repitiendo una y otra vez: “te amo”. Fue hermoso y solemne. No olviden esto: algún día será tu funeral. Asegúrate entonces de vivir de tal modo que sea a la vez dolorosa y hermosa para quienes dejes atrás. Hace poco un hombre se me acercó después de una conferencia y me susurró: “mi esposa no sabe esto, pero me estoy muriendo de cáncer”. Le respondí: “Yo me estoy muriendo de vivir, así que recemos el uno por el otro”. Todo tenemos una enfermedad terminal. Se llama vida. La muerte aparece delante de nosotros como una gran puerta. Es asombrosa porque es mucho mayor que cualquier otra realidad que alguna vez hayamos tenido que enfrentar. Resume todo lo que ha sucedido y lleva a su fin todo lo que podría haber sucedido. Es una puerta grande y silenciosa. Pero para la persona de fe, se convierte en un misterio atrayente. Cuando pasan los años, uno se cansa de los conflictos y dolores. Uno desea fuertemente la realización de los más profundos anhelos del corazón humano, la paz para los conflictos de fuera y de dentro, un lugar libre de peligros y decepciones, relaciones no disturbadas por cambios y libres del egoísmo. Uno espera ver, al fin, la belleza de Dios, que nos ha convocado a lo largo de la vida, brillando aquí y allí. Las palabras del Salmo adquieren, mientras uno se va poniendo viejo, un gran significado: amo, Yahveh, la belleza de tu Casa, el lugar donde reside tu gloria (Sal 26, 8). Uno quisiera abrazar de nuevo seres queridos que se han ido hace ya tiempo, desde la niñez y la adolescencia. 90
La muerte se vuelve una posibilidad de regresar a la casa de nuestro Padre. Para los creyentes, empieza a perder el sabor amargo y punzante del cual San Pablo habló, y comienza a asemejarse a lo que la muerte debió haber sido antes de la Caída, el paso a un lugar mejor, un llegar a casa después de un muy largo viaje. El Cardenal Newman, quien vivió hasta sus noventa años, escribía con frecuencia acerca de la muerte. En esta oración, llamada “Dios, el único que permanece para siempre”, nos muestra un gran trato con Dio y con la eternidad. “Oh mi Dios, eres siempre tan nuevo, a pesar de que eres también el más antiguo. Sólo Tú eres el alimento para la eternidad. Yo he de vivir para siempre, no por un breve tiempo, y no tengo poder sobre mi propio ser; no puedo destruirme, incluso si estuviera tan fuera de mi que quisiese hacerlo. Debo seguir viviendo, con inteligencia y conscientemente por siempre, a pesar de mi. Sin Ti, la eternidad sería otro nombre de la eterna miseria. Solo en Ti puedo tener aquello capaz de sostenerme para siempre; sólo Tú eres el alimento de mi alma. Sólo Tú eres inextinguible y siempre me ofreces algo nuevo por conocer, algo nuevo para amar. Al final de millones de años podré conocerte un poco, que me parecerá estar recién comenzando. Al final de millones de años encontraré en Ti la misma, o mejor, mayor ternura que al inicio, y me parecerá entonces sólo el principio del gozar de Ti; y así por toda la eternidad me parecerá ser un niño pequeño a quien siempre se le enseña los rudimentos de tu Infinita Naturaleza Divina. Porque Tú mismo eres la sede y centro de todo lo que es bueno, la única sustancia en este universo de tinieblas, y el cielo en el cual los espíritus bienaventurados viven y se gozan. Mi Dios, te elegí como mi heredad, mi porción. Por simple prudencia doy las espaldas al mundo para dirigirme a Ti; lo dejo por Ti. Renuncio a lo que él promete por Aquel que lo formó. ¿A quién más debería ir? Quiero encontrarte aquí y alimentarme de Ti; deseo alimentarme en Ti, Jesús, mi Señor, que has resucitado, ascendido a lo alto, y que aun permaneces con los tuyos en la tierra. Miro hacia Ti, miro al Pan Vivo que está en el cielo; que viene del cielo. Dame siempre de este Pan. Destruye esta vida, que pronto perecerá; a pesar de que Tú no la destruyas, y cólmame de la vida sobrenatural que nunca muere”24.
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John Henry Newman, Meditations on Christian Doctrine, XXIII, Prayers, Verses and Devotions, XXIII, (San Francisco 1989), 443-44. 91
Esto es algo como para pensar cuando vayas a un funeral. Mira al cadáver y di: “¿Dónde está tu alma?”. Tal vez el difunto ha entrado, como los santos, inmediatamente en su lugar para siempre; recuerda, uno debe ser completamente puro e inocente para ir al lugar de la absoluta inocencia y pureza. Por eso, si piensas evitar el Purgatorio, puedes llevarte una gran desilusión. Nos esforzamos por aceptar completamente la salvación cuando estamos en la tierra, pero la mayoría de nosotros nunca hemos abierto el corazón completamente a la salvación. Esto es lo que sucede en el Purgatorio. Dios no cambia mientras nosotros estamos en el Purgatorio. Somos nosotros quienes cambiamos. ¿A qué se parece? Puede que sean algunos, o muy pocos, o incluso que, ninguno de los que nosotros queremos, entre en la vida eterna. Es realmente demasiado terrible escribir algo sobre eso. Es una realidad tan estremecedora como el que Jesucristo haya muerto para que seamos salvados del infierno. Prefiero más bien dirigir la atención hacia nuestra meta eterna. Frank Sheed solía decirme: “He oído una docena de buenos sermones sobre el infierno, pero nunca escuché un buen sermón sobre el cielo”. Y el Señor sabe, que yo no podría predicar uno. Ese antiguo gran apologista católico decía: “Todos los predicadores me parecen capaces de celebrar una liturgia eclesial eterna, que no resulta muy atractiva. (He estado en liturgias eclesiales que me parecían interminables). Puedes imaginarte un sin número de monaguillos llevando incienso en una procesión o el Coro Mormón en una grabación interminable. Ninguna de estas cosas es algo terriblemente atractivo”. ¿A qué se parece el cielo? No te lo puedo decir, pero tenemos un indicio y está precisamente en la Biblia. Estas palabras son, lamentablemente, poco familiares a la gente. Recientemente estuve presente en las exequias de un hombre que murió de Sida pero que había sido un carismático muy activo. Fue un hombre muy devoto desde que volvió a la Iglesia y aun no sabía que ya tenía Sida por su vida anterior. Estaba bien preparado. Cuando leí estas palabras, había otros carismáticos presentes, y nadie parecía saber en que parte de la Biblia se encontraban estas palabras. Inclusive los Protestantes Evangélicos que estuvieron presentes no parecían estar familiarizados con estas palabras. Yo estaba sorprendido. Yo las leo seguido. Están en las últimas palabras de la Biblia. Nos dicen algo sobre a que se parece el Reino de Dios.
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Luego vi un gran trono blanco, y al que estaba sentado sobre él. El cielo y la tierra huyeron de su presencia sin dejar rastro. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono; fueron abiertos unos libros, y luego se abrió otro libro, que es el de la vida; y los muertos fueron juzgados según lo escrito en los libros, conforme a sus obras. Y el mar devolvió los muertos que guardaba, la Muerte y el Hades devolvieron los muertos que guardaban, y cada uno fue juzgado según sus obras. La Muerte y el Hades fueron arrojados al lago de fuego - este lago de fuego es la muerte segunda - y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego. Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva - porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya. Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo. Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: «Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él Dios - con - ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado». Entonces dijo el que está sentado en el trono: «Mira que hago un mundo nuevo». Y añadió: «Escribe: Estas son palabras ciertas y verdaderas». Me dijo también: «Hecho está: yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin; al que tenga sed, yo le daré del manantial del agua de la vida gratis. Esta será la herencia del vencedor: yo seré Dios para él, y él será hijo para mi (Ap 20, 11-; 21, 1-7). ¡Yo creo esto! Yo lo creo completa y absolutamente, a pesar de las palabras mismas, porque son palabras humanas, incapaces de comunicar o contener la realidad completa. Pero cuando la vida pierde su sentido, cuando las cosas parecen totalmente imposibles, y todo está perdido, y experimento una de esas pequeñas muertes que nos preparan a todos para la gran muerte, cuando esto sucede, pienso en esas palabras. Y digo: Yo sé que mi Redentor vive, y que en el último día, resucitaré del polvo (cfr. Job 19, 25). Amen.
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Oración Oh Santo Espíritu, ilumina mi mente para que la muerte no sea mi enemiga, que no la tema de una manera no conveniente para un cristiano, que no huya de la muerte, para que cuando la muerte llegue y se lleve a mis seres queridos, pueda recibirla bien, como una liberación de esos seres de este valle de lágrimas, a pesar que yo mismo quede profundamente conmovido, e incluso privado, por su partida de este mundo. Permíteme saber que la muerte nos recuerda a cada uno de nosotros la infinita realidad de la vida junto a ti. Permíteme ver todas las cosas en la perspectiva de la muerte y de la vida eterna. Y no dejes que me llene de temor ante la previsión de mi muerte o la experiencia de la muerte de mis seres queridos. Más bien, fortalece mi fe, para que en medio de este mundo que cambia yo pueda estar siempre más cerca de Ti, que nunca cambias y que me esperas a mí, y a mis seres queridos junto con el Padre y el Hijo en la vida sin fin. Amén.
Capítulo 7: ¿Cómo actuar cuando todo se derrumba? ¿Qué hacer cuando todo se viene abajo? Esto pasa al menos una vez en la vida de casi todas las personas. Experimentamos un mes, o un año, o un período de tiempo cuando nada cobra sentido. Las cosas por las cuales hemos trabajado duramente para proveer de lo necesario a otros, se destruyen en una noche. Puede que existan algunas personas a las cuales parece que se les ha ahorrado esta experiencia. Parecería que en sus vidas todo está en su lugar, todo tiene sentido, todo es placentero, o casi maravilloso. Pero, como hemos visto, esto es una falsa ilusión, porque en verdad no ocurre en la vida de nadie. Forma parte de antiguas costumbres inglesas, que definen nuestras costumbres, el no compartir los dolores y sufrimientos con otros. Así vivimos con la ilusión de que los demás están viviendo un tiempo magnífico. Pregunta a los demás cómo se sienten, y te dirán: “Bien”. Y ellos te preguntarán a ti: “¿y tú?”, y tú les dirás: “Bien”. Ninguno de nosotros está completamente bien. Trabajar con los pobres es una bendición, ellos no dicen: “Bien”. Pregúntale cómo andan sus cosas, y te dirán: “¡Horrible!”.
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Ocurre con frecuencia que quienes han hecho lo mejor, pueden encontrarse arruinados en sus vidas por un colapso económico, por un fracaso familiar –tal vez un matrimonio en el cual, al inicio, dieron todo para toda la vida, pero ahora se derrumba; o alguien en quien confiaban les falla completamente. Algunos entraron en la vida religiosa y tan sólo alcanzaron a ver cómo se arruina la comunidad a la cual sirvieron. Uno vive rodeado por gente que ha sido castigada por la vida, de un modo que no tiene ningún sentido. Tal vez exista por allí aquella extraña persona (estadísticamente esto puede suceder) cuya vida se desarrolle estupendamente y que finalmente tenga una buena jubilación. Pero también él morirá. A todos algo les falla, ¿o no? Los que hemos experimentado momentos duros en nuestras vidas decimos: “Oh, sólo falta una muerte más: la mía”. Estamos preparados para eso. Pero alguien para el cual la vida ha sido gentil y plácida (de los cuales hay muy, pero muy pocos) la muerte será tan conmovedora, tan aterradora que apenas sabrá qué hacer. En las notas del Cardenal Cooke encontré una breve línea que decía: “El hombre que ha sufrido no temerá la muerte”. Un tiempo para creer Cuando se pierde todo y todo parece haber quedado en ruinas, cuando la terrible pregunta: “¿Qué hacer cuando nada tiene sentido?” entra en tu casa, la respuesta es: ha llegado el momento de madurar. Es tiempo para la fe. En el sentido más fuerte que esa palabra tiene en el Nuevo Testamento, uno debe creer. Uno debe aferrarse a Dios. No es algo abstracto como decir: “Creo que tiene que haber un Dios porque hay árboles hermosos y estrellas. ¿De dónde proviene todo esto?” No, no es de este modo. Es algo muy fuerte. Es algo que quema: “Dios, tu estás ahí y yo no tengo nada más de donde colgarme”. Uno tendría que ser capaz de poder decir: “Creo que la bondad de Dios sacará algún bien mas grande de este terrible momento. No puede haber un bien mayor para mi en este mundo, pero habrá un bien mayor en alguna parte, en algún lugar, tal vez para aquellos que amo y ya están en el mundo futuro”. Mi principal trabajo en la vida me pone en contacto con cierto número de personas cuyas vidas se ha arruinado. Tenía la expectativa de trabajar como sacerdote-psicólogo con jóvenes delincuentes. ¡Oh si volviesen aquellos días fáciles! Tuve que enfrentarme con problemas sencillos como jóvenes ladrones de autos y bancos. También fui director espiritual teniendo que enfrentar bellos y agradables problemas, tales como escrúpulos y aridez en la oración, o sacerdotes que no se llevaban del todo bien con sus párrocos. Esos son problemas sencillos. En los años más recientes, con los ataques de los medios contra la Iglesia y 95
el fenómeno de los abusos sexuales y otras formas de desastres morales, mi vida como psicólogo se ha convertido en un extraordinario desafío. Hace poco, estuve con un grupo de psicólogos, muchos de ellos con más experiencia que yo. Todos coincidimos que una década atrás, uno hubiera podido trabajar como psicólogo por cinco años sin escuchar nunca un caso de abuso sexual. Ahora lo oímos por todas partes. Se estima que una décima parte de las mujeres adultas de los Estados Unidos pueden recordar algún episodio de abuso en su niñez, por parte de algún familiar, o vecino o amigo. Los terapeutas se preguntan: “¿Cómo es que nadie habló sobre esto antes?” Diez años atrás no conocí a nadie que me haya mencionado algún abuso sexual. Un área en la cual no estaba advertido, era el de las fallas sexuales de algunos clérigos, fallas en la observancia del celibato. Supe que muchos sacerdotes querían la dispensa para casarse, pero de repente oí hablar de malos comportamientos sexuales con adolescentes. La mayoría de las veces, cuando esto ocurre esto, incluso las mismas personas responsables se horrorizan. Generalmente se sienten destruidos, aun cuando nadie lo sepa. Pero la experiencia más angustiante de todas fue trabajar con las víctimas. ¿Qué puede uno decir para mitigar sus sufrimientos? Me encontraba en medio de tales sufrimientos y desastres, cuando comencé a pensar en las experiencias que tantos han tenido, de que se les ha destruido la vida. Sea por enfermedades terminales o por la muerte de un ser querido, o una tragedia personal, incluso si no podemos responder a la pregunta, “¿Por qué?”, debemos preguntarnos, “¿Qué hacer?” Tiene que haber algo que uno pueda hacer para ayudar. La Divina Providencia En cualquier ocasión en que llegan hasta mí, personas que se les ha arruinado la vida, siempre recurro a uno de mis libros favoritos: Abandono a la Divina Providencia, de Jean-Pierre de Caussade, S.J.25
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JEAN-PIERRE DE CAUSADE, S.J., Tratado del Santo abandono a la Divina Providencia, .
Te recomiendo vivamente que consigas este libro y medites en él, si estas en cualquier situación desesperada. El padre de Caussade (+1751) dejó escritas una serie de conferencias a religiosas de clausura sobre la total confianza en Dios durante los tiempos de conmoción y escándalos morales en la Francia del siglo XVIII. Estas conferencias y algunas cartas han sido publicadas. Soy uno de los cientos de miles que, a lo largo de los años, se han beneficiado inmensamente de sus conferencias y cartas. Su enseñanza se encuentra resumida en la siguiente carta a una religiosa. “Experimento aquí el constante cuidado de la Divina Providencia, tan pronto como sacrifico todo a Dios, que Él encuentra un remedio para todo y me hace encontrar lo que necesito. Cuando me encuentro sin recursos, me pongo completamente en manos de la Divina Providencia. Espero todo de Ella, he recurrido a Ella en todo y para todo; agradezco a Dios incesantemente por todo, recibiendo todo de su divina mano. Y nunca nos falla, siempre que pongamos toda nuestra confianza en su protección. Pero ¿qué hace la gente comúnmente? Intentan sustituir con su propia ceguera e impotente previsión la infinitamente sabia y bondadosa providencia de Dios; se apoyan en sus propios esfuerzos, y haciendo esto se ponen ellos mismos fuera del orden del amor divino y pierden toda la ayuda que hubieran tenido de haber seguido ese orden. ¡Qué necedad! ¿Cómo podemos dudar de que Dios entienda nuestros intereses mucho mejor que nosotros mismos, y que sus disposiciones de los hechos con respecto a nosotros sea mucho más ventajosas, aun cuando no las entendamos? ¿No bastaría un poco de sabiduría para decidirnos a permitir ser guiados con docilidad por su Providencia, más allá de que no alcancemos a entender todos las secretas fuentes que Dios pone en acción, o los fines particulares que Él tiene en mente?”26. En tu vida, cuando las cosas comienzan a derrumbarse, aparentemente hechos que suceden fortuitamente, tal vez por mala voluntad de algunos, o por una enfermedad terminal, o la muerte, o la inseguridad económica, o la pérdida de una posición, cuando las cosas comienzan a desmoronarse, ¡por Dios, reza! Pero no la oración que te sirva para decirle a Dios lo que Él debe hacer. Esa no es una oración que ayude mucho. Dios ya sabe lo que tiene que hacer. Sino reza la oración que te de la confianza de que estás en las manos de Dios.
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JEAN-PIERRE DE CAUSSADE, SJ, Self Abandonment to Divine Providence and Letters, (Autoabandono a la Divina Providencia y Cartas) trad. Algar Thorold (Rockford, III.: Tan Books, 1959), 115. 97
En una Semana Santa, oí confesiones en la isla Riker, la penitenciaria de Nueva York. Estaba en la sección que llamada “el Bing”, que es la sección para gente que ha sido rechazada incluso de la zona de máxima seguridad. Los internos pasan 23 horas diarias en sus celdas. Sin radio, nada, tan sólo una celda. La mayoría de estos pobres hombres estaban en camino hacia “el Bing” antes de haber puesto un pie sobre la tierra. Casi todos provienen de las más difíciles circunstancias, y aun así algunos saben como rezar. Debo admitir que sus oraciones parecen como si quisieran involucrar a Dios en algo. Rezan como estafadores, porque es el modo en el cual hacen todo. Muchos están cumpliendo sentencia de por vida, en plazos ahora de cinco años, luego de diez. Mi sermón fue muy simple: “Mantengan sus ojos abiertos, sus bocas cerradas, sus manos en sus bolsillos, y caminen, no se escapen de los coches de la policía; y recen”. De algún modo, misteriosamente, aun estos hombres desesperados saben cómo rezar. Tú sabes cómo rezar. Ciertamente el rezar, es algo que todos llevamos dentro. No me refiero a las bonitas oraciones o meditaciones, sino a la oración nacida de una fe desesperada. Tú, yo, todos sabemos cómo rezar en los momentos de tinieblas. Uno de mis autores espirituales favoritos, el beato Julián de Norwich, resume hermosamente este pensamiento: “Cuando el alma esta agitada por la tempestad, atribulada y desgarrada por las preocupaciones, entonces es tiempo de rezar. De tal manera que vuelve al alma deseosa y capaz de responder al llamado de Dios. Pero no existe ningún tipo de oración que pueda hacer a Dios más atento para ayudar al alma, porque Dios esta siempre atento a socorrernos. Y por eso he visto que siempre que sentimos la necesidad de rezar, el Buen Dios nos continúa sosteniendo en nuestro deseo. Y cuando por una especial gracia suya, lo vemos claramente, sabiendo que no necesitamos nada más, entonces lo seguimos y Él nos atrae hacia sí por el amor. Ya lo tengo visto, este es el incesante y maravilloso trabajo de Dios en todo, que así sucede, que lo hace bien, que su trabajo lo realiza tan sabiamente y con tal poder que está más allá de lo que podemos imaginar, o sospechar, o pensar”.27 Recuerdo un hombre con quien he estado trabajando, en una situación devastadora, me mencionó la situación en la que se encontraba cuando renunció a su trabajo. Un hombre de profunda oración y penitencia, dijo: “Es mejor perder una posición que perder el alma”. Es importante hacer lo que ese hombre hizo cuando la vida se derrumba. Es sumamente importante creer 27
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Daily Readings with Julian of Norwich, ed. Robert Llewelyn, trad. Sheila Upjohn (Springfield, III.: Templegate, 1985), cap. 43, n. 14.
que aun en las situaciones más espantosas, Dios está trabajando por nuestra salvación. Por medio de la oración, las buenas obras, de una vida de entrega, cargando la Cruz, uno puede dar a Dios la posibilidad de sacar bienes del mal. Es tan sólo por un mal uso del misterioso poder de la voluntad humana, que podemos detener a Dios para que no saque bienes de los males. ¿No es eso lo que la Pasión y Muerte de Jesucristo nos dicen? Estamos todos preocupados por la Iglesia de nuestros tiempos. Créanme, hubo un tiempo en que estuvo peor. El peor día para la Iglesia Católica fue el primer Jueves Santo. En ese día Judas Iscariote traicionó a Jesús por treinta piezas de plata. Los otros apóstoles huyeron. Sólo las santas mujeres, empezando por Nuestra Señora, permanecieron fieles a Cristo. ¿Qué hicieron? Permanecieron en vigilia orante cerca de Cristo. Parecían impotentes, pero fueron fieles. Tuvieron fe. Que insondables sus caminos Déjame compartir contigo un hecho que demuestra cómo Dios está allí en los peores momentos. Voy a usar la historia de este hombre como un ejemplo porque fue deshonrado públicamente por la televisión. Este sacerdote era conocido por ser muy amable, siempre dispuesto a ayudar, y servicial, haciendo cosas de extraordinaria cortesía, más allá de sus posibilidades, exigiéndose a sí mismo. Sucedió en una solitaria parroquia de campo que una mujer, anteriormente casada, quedó deslumbrada con él y le insistió repetidamente, con intentos de suicidio, que se casara con él. Este sacerdote no sabía como decir “No”. Esto lo llevó al borde de un quiebre mental. Llegó a mi puerta en un estado de extremo agotamiento y fatiga emocional. Se había casado con esa mujer, días atrás, ante un juez de paz, incluso sin haber avisado a nadie que iba a abandonar el sacerdocio, porque el día anterior a que esto pase, él no tenía intención de hacerlo. Pareció que había sido automáticamente expulsado del sacerdocio, suspendido de todas sus funciones eclesiásticas, y expulsado de su orden religiosa. Estuvo con esta mujer sólo un día. La dejó y fue inmediatamente a ver un amigo, quien me llamó y me pidió que lo ayudara. Hablé con algunos canonistas, poniendo atención en que todo había ocurrido bajo coacción. El matrimonio era moral, canónicamente, e incluso probablemente, también civilmente inválido. Este matrimonio aparente se había realizado bajo una extrema presión psicológica. Él no tenía intención alguna de regresar con esta mujer. No creo que haya tenido intención de estar con ella desde el principio, pero temió que ella llevara a cabo sus amenazas de suicidio.
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Hizo un retiro con nosotros. Porque el matrimonio era tan dudoso, con el consejo de un par de canonistas, acepté que concelebrara en las Misas durante ese retiro. Tuve ciertos escrúpulos en permitir esto, pero como verán, fue la cosa justa que había que hacer. En el último día del retiro, hablé a los sacerdotes sobre las postrimerías –juicio, infierno y cielo. (No tengo fama de ser el “Doctor que hace sentir bien”). Hablé sobre la vida y la muerte. El día anterior, este hombre estuvo todo el día sentado en la capilla llorando. Sus años como sacerdote, al menos como un sacerdote activo, probablemente habían terminado. Cuando por la tarde volví de dar clases, una ambulancia se estaba alejando de la casa de retiro. La presión de todo esto lo llevó a la muerte. Sufrió un fatal ataque al corazón, sobrevivió tan sólo lo suficiente para que otro sacerdote le diera los últimos sacramentos. Literalmente, su vida no sólo había sido arruinada; sino que había sido destruida. Había rezado desconsoladamente con muchas lágrimas de arrepentimiento. En sus misteriosos caminos, Dios lo libró de lo que tal vez la Iglesia no lo hubiera podido librar. Hay cosas peores que la muerte. En este preciso momento, alguno de mis lectores estará luchando con cargas extraordinariamente pesadas, como consecuencia de sus errores, errores que pueden haber sido muy pequeños a los ojos de Dios. Hay una antigua expresión irlandesa: “a los ojos de Dios”. “No están casados a los ojos de Dios... No es correcto a los ojos de Dios”. ¿Quién sabe lo que hay en los ojos de Dios? Yo nunca pretendí ver algo con los ojos divinos. Los ojos de la Iglesia son algo más, como bifocales. Nosotros pobres y simples hombres a quienes se nos dejó el encargo de continuar la misión de los apóstoles –obispos, sacerdotes y diáconos-, no podemos ver las cosas con los ojos de Dios. En una oportunidad cuando estaba dirigiendo un encuentro, dije: “Saben, no estoy del todo seguro lo que debemos hacer en este caso”. Alguien me miró e me hizo notar que nuestro Señor siempre estaba seguro de lo que Él debía hacer. Yo le contesté que nuestro Señor caminó sobre el mar, convirtió el agua en vino, y resucitó muertos. Yo soy más bien como la Iglesia: camino titubeante. Voy adelante con muchas dificultades. En tu vida llegarán tiempos de tinieblas. Si son muy oscuros y amargos, debes saber que tienes muchos compañeros. Imagínate que un ángel se me apareciera y me dijera: “Benedict, ya has tenido suficientes problemas hasta ahora, por lo tanto de ahora en más tendrás un vida encantadora, como en la película «Sound of Music». De ahora en más todo será fácil y feliz. No se convertirá todo en oro, pero será llevadero. Ya no tendrás más grandes problemas, desde ahora hasta tu fatal ataque al 100
corazón. ¡Todo será maravilloso! ¿Aceptarás esto?” Yo diría: “¡No! ¡Oh Dios, líbrame de eso!” No lo aceptaría ni siquiera por un minuto. Tomaría agua bendita y la arrojaría sobre el ángel, gritando: “Tu vienes de parte del demonio. ¡Fuera! ¡Largo de aquí!”. No quisiera separarme de los dolores y sufrimientos de los demás. Rechazaría absolutamente esa horrible tentación “recubierta de chocolate”. El Señor ya ha oído mi oración, porque de hecho, cuando eres sacerdote, difícilmente tienes tiempo para tus propios problemas. No puedo arreglarlos. Estoy buscando el día en que pueda poner el siguiente mensaje en mi contestadora automática: “Este es el padre Benedict. No vuelva a llamar, porque acabo de morir. Espero estar rezando por usted en el Purgatorio”. Los mártires, testigos del bien sacado del mal ¿Qué puede sernos más penoso sino la muerte de los inocentes? Ya sea un cristiano en la antigua Roma, o los judíos en Auschwitz, o la víctimas de las bombas de Londres o Hiroshima, sin mirar a quien lo haya provocado y por qué lo ha hecho, la muerte de un inocente es la extrema abominación. Y para la gente esto es tan común, tan normal. La inanición, el aborto, maquinaciones políticas, todo eso está gritando que hay algo que anda terriblemente mal. Esto es especialmente cierto cuando la víctima es un niño, una Santa María Goretti o una Ana Frank. Un grupo de víctimas, los mártires, proclaman el mensaje que los creyentes deben permanecer de pie aun en las peores situaciones. A menudo pensamos en ellos como testigos de la fe, y ciertamente que dan un poderoso testimonio de la vida después de la muerte. Pero también nos recuerdan que Dios saca bienes de los males. Incontables personas inocentes han muerto porque estaban en el camino y parecían inútiles, o por la codicia, o por la perversidad del hombre. Los mártires enseñan que la pérdida de la vida no es el peor desastre. Necesitamos escucharlos para poner nuestras experiencias de la vida en su correcta perspectiva. Los mártires nos siguen recordando que Dios continúa sacando inmensos bienes de los males. En años recientes, hemos sido horrorizados por tremendos crímenes contra apóstoles generosos, por ejemplo, en América Central, el asesinato del Arzobispo Romero, el asesinato de sacerdotes jesuitas, el asesinato de religiosas, una hermana de Maryknoll, de la cual fui su profesor. Han existido tantos en este siglo. Fueron hechos horribles, tremendos, sangrientos, horrendos. Pero a partir de estas cosas, que tan sólo
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fueron permitidas por Dios y llevadas a cabo por la libre voluntad del hombre, Él puede sacar inmensos bienes. Como dice la Escritura: “Su sangre clama”. Como alguien apenado y horrorizado por el holocausto del aborto en nuestro país, estoy obligado a creer que de esta tremenda realidad Dios sacará algún bien. No puedo decir cómo. Tengo un rabino amigo que perdió su familia a manos de los nazis en Auschwitz, y él me solía decir: “No lo entiendo, pero el Todopoderoso traerá algún bien de eso”. Un hecho sin sentido He decidido culminar este libro con una descripción de un asesinato absurdo, llevado a cabo por un gobierno. Es algo que no tiene sentido. Una de las cosas más peculiares en los tiempos modernos ha sido la persecución a la Iglesia Católica y a la religión en general en México. La República de México fue fundada por un sacerdote católico, el padre Hidalgo. Él es su George Washington. México de muchas maneras se fue asentando y creciendo en el mundo moderno gracias a la Iglesia Católica. El mayor número de personas convertidas en un solo evento fue la conversión de los aztecas por la aparición de nuestra Señora de Guadalupe. En un período de veinte años, ocho millones de personas entraron en la Iglesia. Pero de algún modo, el gobierno de México, una tierra en la que el 95 por ciento es católica, por cien años llevó acabo la más depravada y cruel persecución contra la Iglesia Católica, incitada, siento tener que decirlo, por el gobierno de los Estados Unidos. Los Estados Unidos fueron de muchos modos cómplice de esta persecución, que fue guiada por una forma de masonería particularmente violenta anticatólica y anti-religiosa, que fue introducida en México por un embajador estadounidense en el siglo pasado. En el siglo XX la persecución a la Iglesia en México se volvió más violenta y depravada. En 1925 todas las propiedades de la Iglesia fueron confiscadas; todas las ceremonias religiosas, incluso las realizadas en privado, fueron prohibidas como si fuesen actos criminales. Sacerdotes y obispos fueron exiliados del país, y algunos de los que se negaron a irse fueron fusilados. En medio de todo esto, un joven Jesuita, el padre Miguel Pro, regresó después de sus estudios en Europa, y disfrazado, ingresó inadvertido a la Ciudad de México. Pasó sus siguientes dos años, en un apostolado fantástico, combinando celo y coraje con un humor admirable en despistar la policía. Como era joven y vital y aparentemente ya sentenciado a muerte, pienso que decidió ir al cielo en primera clase. Hizo bautismos y matrimonios en la plaza delante del palacio de gobierno, casa de uno de los
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enemigos más encarnizados de la Iglesia, Plutarco Calles. El presidente mirando por la ventana, estaba asombrado por el picnic que estaban haciendo en la plaza. En realidad era el padre Pro haciendo un bautismo en un recipiente de ponche. Usaba muchos disfraces, incluyendo aquellos de los inspectores de policía o de un borracho. En una oportunidad, habiendo apenas escapado de la casa en que había ofrecido Misa, regresó a la casa disfrazado de inspector de policía y reprendió a los oficiales por no haber capturado al padre Pro, ¡un total atrevimiento! En 1927, finalmente fue capturado, y junto con su hermano, fusilado por un escuadrón en el cuartel de la policía. Rechazando la venda que le taparía los ojos, enfrentó al escuadrón de fusilamiento con un crucifijo en la mano y un rosario en la otra, con sus brazos extendidos en forma de cruz. Cuando le preguntaron cuál era su ultimo deseo, dijo: “Dios tenga misericordia de todos ustedes. Dios los bendiga. Señor, Tú sabes que soy inocente. De todo corazón perdono a mis enemigos”. En el momento que los soldados levantaron sus fusiles dijo con su último aliento: “¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Cristo Rey por siempre!”. ¿Fue este el final trágico de un joven generoso o la victoria de un mártir? Se dice que la obra de un mártir comienza, no termina, el día en que muere. Hace poco me sentí profundamente conmovido al ofrecer la misa en la tumba del Padre Miguel Pro en la Ciudad de México. Tal vez pocas personas en México puedan explicarte quien fue Plutarco Calles. La gran mayoría, especialmente los granjeros y campesinos, puede que ni siquiera haya escuchado su nombre. Pero sin dudas ellos saben quien fue el padre Pro. Ahora es el beato Miguel Pro, y espero pronto será declarado santo. Y si el mundo sigue por mil años más (si nos arreglamos como para no hacer volar todo antes), son muchas las posibilidades de que no sólo en México, sino en todo el mundo, el padre Pro se lo siga conociendo, y su nombre sea puesto entre aquellos de los mártires antiguos y los que habrán de venir. Inés, Cecilia, Edith Stein, Maximiliano Kolbe, Miguel Pro, cada uno de ellos representa un sin número de otras personas. La beata Edith Stein y San Maximiliano Kolbe representan los millones de inocentes que murieron en la Segunda Guerra Mundial. En las afueras del aeropuerto de Seúl, Corea, hay una gran iglesia construida en honor de los mártires coreanos. Está ubicada en un risco del mar donde diez mil hombres, mujeres y niños fueron arrojados a la muerte en un mismo instante por su fe católica. Este gran santuario nos recuerda “que la sangre de los mártires es la simiente de la Iglesia”. Nos recuerda también que Dios saca bienes de los males. 103
Tú y yo, probablemente, no seamos martirizados. No hemos ganado tan glorioso destino. Pero probablemente moriremos de lo que ordinariamente toda la gente muere, golpes, ataques al corazón, cáncer, ser atropellados por un automóvil o incluso, en este mundo loco, por una bala perdida. Pero moriremos, y la mayoría de nosotros sabremos que estamos muriendo cuando estemos muriendo. Eso nos dará la misma oportunidad que han tenido los mártires, de ofrecernos libremente a Dios. El último mal natural de esta vida es la muerte, termina nuestra existencia biológica. Es también la oportunidad de la victoria final, que es la vida eterna. San Pablo lo dice muy bien, ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? (1Cor 15, 55). El último mal lleva al mayor bien. Sí, la puerta a la eternidad es una baja y oscura puerta llamada muerte. El túnel hacia el otro lado es aparentemente muy corto, en verdad tan breve que los más santos a menudo describen la llegada de su muerte con las siguientes palabras: “El Señor viene por mi”. Mi Redentor Vive Hablé con una querida alma santa, una hermana de clausura que es muy viejita y está muriendo de cáncer. Ella dijo: “Estoy lista para irme. Estoy ansiosa por encontrarme con nuestro Señor”. Esta es la respuesta que necesitamos recordar cuando todo se derrumba. Y todo se derrumbará. ¡La respuesta se llama Fe! Se que mi redentor vive y lo veré en el último día (Job 19, 25). La mayoría de la veces no hay como explicar o comprender los problemas o padecimientos de esta vida. La vida es un misterio. Pero Jesucristo, por su venida al mundo, ha traído la respuesta al misterio de la vida. Es una respuesta práctica, no teórica. ¿Por qué la vida es así? No lo sé. Cuando finalmente pase más allá de mi Purgatorio y tenga ante mis ojos aquella realidad que Cristo llamó la casa de su Padre, entonces lo sabré. Por ahora la respuesta práctica es que creo y sé que mi Redentor vive. O en las poderosas palabras del Cardenal Newman: “El creador del hombre, la Sabiduría de Dios, ha venido, no recubierto de fortaleza sino de debilidad... En vez de rico, se hizo pobre; en vez de honrado, soportó la ignominia; en vez de la felicidad, vino a sufrir... Él... ha derramado toda su sangre en satisfacción [por nuestros pecados] cuando una sola gota hubiera bastado”. Y luego el Cardenal suplica:
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“O Jesús,... Tú eres aun un misterio... a pesar de Tu [asombrosa] naturaleza, y las nubes y oscuridad que la rodean, Tú puedes pensar en mí con un afecto particular. Tú has muerto para que yo pueda vivir... [Ahora] como os adoro, oh Amador de las almas, en tu humillación, podré entonces admirarte y abrazarte en tu infinito y eterno poder”28 Mi Redentor –tu Redentor- tiene el derecho de ser llamado así porque sufrió con nosotros como también por nosotros. Dios nos podría haber salvado de una manera más simple, menos terrible que sujetándose a lo peor que los seres humanos podrían hacer, pero Él quiso que conocieras cuanto nos ama cuando estamos en medio del dolor y del sufrimiento. Seguramente la salvación no necesitaba llegar por medio de la muerte del Mesías. Pero es así como llegó, para que supiéramos, en todos los sufrimientos y penas de esta vida, que nuestro Creador es también nuestro Redentor, que sacará alegría de las penas, esperanza de la desesperación, amor del odio, vida de la muerte, eternidad del tiempo. Esa es nuestra esperanza. Sólo esto tiene sentido.
Epílogo El Remedio que siempre funciona En la experiencia humana hay muy pocos remedios que siempre dan buenos resultados. En caso de una grave desilusión e intenso sufrimiento, hay un remedio que funciona infaliblemente, cuando este remedio es aplicado cuidadosa y constantemente. Consiste en salir de si mismo y ayudar a alguien más. Hace poco mencioné una frase que encontré en algún lugar: “Salva el alma de otra persona, y eso salvará la tuya”. Pienso que este cuidarse a si mismo, implícito en esa frase armoniza muy bien con la advertencia del Señor: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Las obras de misericordia son como una especie de dosis medicinal para el corazón herido.
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JOHN HENRY NEWMAN, Discourses to Mixed Congregations, nn. 302-4, 315; en The Heart of Newman, ed. Przywara (Londres: Burns and Oates, 1968), 156-58. 105
Cuando hemos perdido a nuestros seres queridos o los fracasos desvanecen nuestros esfuerzos, encontramos que todo nos incita a replegarnos en la caverna de la auto-compasión y a relamer nuestras heridas. “¿Por qué tenemos que pensar en los demás? Nadie piensa en nosotros. Nadie me ama, por eso me amaré a mi mismo, y el mundo puede continuar por su camino”. Tal comportamiento parece muy apropiado cuando uno ha sido profundamente herido, pero es totalmente inútil y se opone al ejemplo y a las palabras de Cristo. El mensaje del Evangelio es que Dios nos amó aun cuando nosotros no lo amábamos. Cristo dio su vida por sus amigos aun cuando sabía que ellos lo iban a abandonar. Su profecía de la Pasión y su sentido para la salvación del mundo -“Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mi” -, significó su misericordia incondicional ardiendo en medio de las oscuras tinieblas. Su oración desde la Cruz pidiendo el perdón: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, es la expresión más perfecta de lo que te estoy diciendo, el remedio para el sufrimiento y los fracasos es el amor misericordioso. Tú puedes muy bien creer (y puedes estar acertado) que las heridas causadas por la falta de alguno de tus seres queridos nunca sanarán. Tendrás que luchar para poder perdonar un mal que te hicieron y sabes que nunca serás capaz de olvidarlo, pero el ejemplo de Cristo te puede arrancar de ti mismo. El magnífico consejo de San Juan de la Cruz lo dice de modo muy eficaz: “Donde no hay amor, pon amor, y sacarás amor”. El primer paso en tiempos de desolación es volver a tus tareas, cuidar de quienes dependen de ti. A veces se hace casi con repugnancia. La depresión hunde nuestros pasos y sumerge todo lo que está a nuestro alrededor. Una voz desde adentro, la voz del amor propio herido, grita, “Déjenme solo, déjenme llorar y enojarme”. ¡No prestes atención a esa voz! El paso siguiente es responder a las especiales necesidades de quienes están desesperanzados o apesadumbrados. Si es el caso de alguien que haya muerto en tu familia, uno es verdaderamente sabio si se preocupa de los demás, si tiene cuidado de que todas las cosas salgan bien. Descubrí esto cuando estaba con un gran desánimo, encontré uno que estaba peor que yo, solo, rechazado, enfermo, y muriéndose. Resistí al impulso de preocuparme de mi mismo e intenté ayudar a la otra persona. Probablemente no le fui de mucha utilidad, y me hice un bien más grande a mí que a él, si bien la otra persona lo agradeció, o al menos lo aceptó.
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Generosidad, misericordia, gentileza, preocupación por los demás, incluso la paciencia son modos de poner en práctica el consejo de Jesús de amar al prójimo como a nosotros mismos y de ser misericordiosos como Dios es misericordioso. En un momento así nuestros nervios estarán destrozados, y podemos irritarnos contra alguien. Entonces debemos estar dispuestos a pedir disculpas, lo cual es gran acto de caridad y atención con los demás, y en lo cual pensamos muy poco. ¡Que noble es ver a alguien agobiado por un gran peso que lleva también el peso de los demás! ¿Qué puede ser más admirable que la compasión y misericordia de los que perdonan a los demás mientras que ellos no reciben consolación ni nadie se apiada de ellos? Un ejemplo iluminador Al estar por concluir este pequeño libro, pienso en el gran ejemplo de un amigo, el Cardenal Terence Cooke, quien luchó silenciosamente con un cáncer por casi una década. Se agolpan en mi memoria un calidoscopio de escenas: él parado debajo de la lluvia para saludar a la gente que salía de la Misa pocas semanas después que recibió la noticia de su enfermedad terminal (desconocida para todos nosotros), su paciencia ante las críticas, su misericordioso perdón para sus enemigos, su libertad frente a todo deseo de venganza, su preocupación por el bien de quienes estaban atribulados. El último período de su enfermedad debió ser más corto de lo que fue, sus últimos meses deberían haber sido un tiempo de deterioro gradual, sin embargo continuó trabajando duramente por el bien de la Iglesia y de todos quienes vivían en su esfera de influencia. Durante las últimas semanas de vida dividió su tiempo entre largos ratos de oración y el escribir cartas importantes sobre cuestiones relevantes, tales como la vida y la paz en el mundo. Incluso escribió una carta de consuelo para la archidiócesis de Boston en ocasión de la muerte del Cardenal Madeiros.29 Había un gran olvido de sí en este hombre de verdadera sensibilidad. Uno no podía notar su sensibilidad por alguna queja suya, sino por su habilidad para percibir los sentimientos de los demás, para anticiparse a sus necesidades, y para intentar evitar todo lo que hubiese sido ofensivo para ellos. Muy pocas veces habló de sus dolores y heridas, pero inmediatamente y por costumbre ponía su atención en las necesidades de los demás. Recuerdo esto, en mi última visita cuando él yacía moribundo en su residencia. Fue el más tierno y cariñoso encuentro, y él olvidó tanto sus sufrimientos presentes como las heridas del pasado. 29
Ver B. GROESCHEL Y T. WEBER, Thy Will Be Done: A spiritual Portrait of Terence Cardinal Cooke, (Nueva York,: Alba House, 1991). 107
Al día siguiente me internaron en el hospital para una operación del corazón, y él pidió a su hermana y a un sacerdote amigo suyo que me visitaran y me trajesen un regalo. Mientras tanto el Cardenal mismo estaba cercano a la muerte. Toda su vida trató de vivir las bienaventuranzas, especialmente el amor misericordioso: “Bienaventurados los misericordiosos, porque obtendrán misericordia”. El ejemplo de la vida de Terence Cooke, como tantos otros siervos de Dios, nos enseña el hecho de que la caridad es la mejor de las medicinas. Es la medicina del alma. El amor misericordioso no sólo vence todo, sino que cura todo. Para quienes quieran intentarlo, aun cuando sea con resistencia y rechazo interior, sus efectos serán duraderos y muy beneficiosos. Otro gran obispo tuvo que enfrentar por dos veces la muerte: una siendo arrollado por un camión enemigo y dejado al costado de la ruta; y en otra ocasión habiendo sido herido por una bala asesina. Él escribió acerca del sentido del amor misericordioso. Juan Pablo, Papa, en su encíclica “Dives in Misericordia”, escribe: “Jesucristo nos enseñó que el hombre no sólo recibe y experimenta la misericordia de Dios, sino también que está llamado a practicar la misericordia hacia los demás... Todas las bienaventuranzas... indican el camino de la conversión y la reforma de la vida, pero la que se refiere particularmente a la misericordia es sumamente elocuente en este tema. El hombre alcanza la misericordia del amor de Dios, su Misericordia, en cierto punto para que también se muestre transformado interiormente en el amor hacia los demás”.30
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Papa JUAN PABLO II, Dives in Misericordia, 41-42.
Oraciones y pensamientos para tiempos de oscuridad Cuando uno está atravesando tiempos de oscuridad y tribulación, suele ser muy útil aferrarse a la oración o a un buen pensamiento. Estamos demasiado absorbidos como para pensar en algo complicado. Necesitamos más bien algo simple que vaya a lo esencial. Las siguientes oraciones y pensamientos, ordenadas de acuerdo de acuerdo a los temas de los cuales hemos hablado, pueden ser de ayuda.
Dios está conmigo
Sólo en Dios, Sal 62, 6-9 En Dios sólo descansa, oh alma mía, de él viene mi esperanza; sólo él mi roca, mi salvación, mi ciudadela, no he de vacilar; en Dios mi salvación y mi gloria, la roca de mi fuerza. En Dios mi refugio; confiad en él, oh pueblo, en todo tiempo; derramad ante él vuestro corazón, 109
¡Dios es nuestro refugio!
Desde lo más profundo, Sal 130 Desde lo más profundos grito a ti, Yahveh: ¡Señor, escucha mi clamor! ¡Estén atentos tus oídos a la voz de mis súplicas! Si en cuenta tomas las culpas, oh Yahveh, ¿quién, Señor, resistirá? Mas el perdón se halla junto a ti, para que seas temido. Yo espero en Yahveh, mi alma espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor más que los centinelas la aurora; mas que los centinelas la aurora, aguarde Israel a Yahveh. Porque con Yahveh está el amor, 110
junto a él abundancia de rescate; él rescatará a Israel de todas sus culpas. No tengas miedo, Is 41, 10-13 No temas, que contigo estoy yo; no receles, que yo soy tu Dios. Yo te he robustecido y te he ayudado, y te tengo asido con mi diestra justiciera. ¡Oh! Se avergonzarán y confundirán todos los abrasados en ira contra ti. Serán como nada y perecerán los que buscan querella. Los buscarás y no los hallarás a los que disputaban contigo. Serán como nada y nulidad los que te hacen la guerra. Porque yo, Yahveh tu Dios, te tengo asido por la diestra. Soy yo quien te digo: «No temas, yo te ayudo».
No te preocupes, Mt 6, 25-34 «Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida? Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura. Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal.
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Cuando todo parece tinieblas
Altísimo y buen Dios Altísimo y glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón y dame una fe recta, una esperanza cierta una y caridad perfecta, y sabiduría, para que pueda cumplir tu mandamiento santo y verdadero. -San Francisco de Asís-
Y Job dijo... Job 3, 2-6; 20-26. Perezca el día en que nací, y la noche que dijo: «Un varón ha sido concebido!» El día aquel hágase tinieblas, no lo requiera Dios desde lo alto, ni brille sobre él la luz. Lo reclamen tinieblas y sombras, un nublado se cierna sobre él, lo estremezca un eclipse. Sí, la oscuridad de él se apodere, no se añada a los días del año, ni entre en la cuenta de los meses. ¿Para qué dar la luz a un desdichado, la vida a los que tienen amargada el alma, a los que ansían la muerte que no llega y excavan en su búsqueda más que por un tesoro, a los que se alegran ante el túmulo exultan cuando alcanzan la tumba, a un 112
hombre que ve cerrado su camino, a quien Dios tiene cercado? Como alimento viene mi suspiro, como el agua se derraman mis lamentos. Porque si de algo tengo miedo, me acaece, y me sucede lo que temo. No hay para mí tranquilidad ni calma, no hay reposo: turbación es lo que llega.
Oración de una persona muy enferma Señor, el día declina, y como todos los demás días, me deja con el sabor de una completa derrota. No hice nada por Ti: ni siquiera he podido decir una oración consciente, no hice ninguna obra de caridad, ninguna trabajo, el trabajo que es sagrado para todo cristiano que comprende su significado. Ni siquiera he sido capaz de controlar mi infantil impaciencia y todos mis estúpidos rencores que frecuentemente ocupan el lugar que debería ser el tuyo en “esa tierra de nadie” que son mis sentimientos. Es inútil que te prometa obrar mejor. Mañana no será diferente, ni tampoco pasado mañana. Cuando repaso el curso de mi vida, me sobreviene la misma impresión de estar desubicada. Te he buscado en la oración, y en el servicio de mis hermanos porque no podemos separarte de nuestros hermanos como no podemos separar nuestro cuerpo de nuestra alma. Pero buscándote a Ti, ¿no me busqué a mi misma? ¿No he deseado dar satisfacción a mi misma? Estas tareas que secretamente terminé bien y santamente, desparecen a la luz de la eternidad que se acerca, y ya no me atrevo a confiarme en esos apoyos que ya han perdido su estabilidad. Incluso los sufrimientos actuales no me dan alegría porque los soporto mal. Tal vez todos somos así: incapaces de discernir nada excepto nuestra propia miseria y nuestra desesperada cobardía ante la luz del más allá que va creciendo en nuestro horizonte.
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Pero, puede ser, oh Señor, que esta impresión de vacío sea parte de un plan divino. Tal vez ante tus ojos, la autocomplacencia es la más odiosa de todas las vanidades, y debemos llegar a Ti desnudos de manera que Tú, solamente Tú, nos cubras.31 –Marguerite Teilhard de Chardin.
Confiando en Dios
La Roca de Refugio
La anchura, la solidez y la firmeza de la piedra, sólo se encuentran en la vasta extensión de la voluntad divina, que se presenta sin cesar bajo el velo de las cruces y acciones más ordinarias. Es en la sombra de éstas donde Dios esconde su mano para sostenernos y conducirnos. Esta convicción debe bastar a un alma para llevarla al más sublime abandono. Y en el momento en que así lo hace, queda ya a cubierto de la contradicción de las lenguas, pues el alma no tiene nada que decir ni hacer en su defensa, puesto que su obra es la obra de Dios, y no en otra parte puede hallarse su justificación. Además, sus efectos y consecuencias le justificarán suficientemente, y bastará con dejar que todo vaya adelante. «El día al día le pasa el mensaje» [Sal 18,3].
[Impulso continuo de gracia]. Cuando uno no se gobierna por sus propias ideas, no necesita defenderse con palabras. Nuestras palabras no pueden expresar más que las ideas que concebimos; y si no existen estas ideas, tampoco hay palabras, 31
The Soul Afire, ed. H. A. Reinhold (Nueva York, Doubleday, Image Books, 1973), 109. Margarita de Chardin fue la fundadora de la Unión de los Enfermos en Francia durante los años 1930s. 114
porque ¿para qué servirían? ¿Para dar razón de lo que se hace? Pero si es que el ama no conoce esa razón, que permanece oculta en el principio que le hace actuar, y del que sólo siente el impulso de una manera inefable. Es preciso, pues, dejar que cada momento sostenga la causa del momento siguiente; y todo se sostiene en este encadenamiento divino, todo resulta firme y sólido, y la razón de lo que precede se ve por el efecto de lo que le sigue.
Quedó atrás una vida de pensamientos, imaginaciones, una vida de palabras múltiples. Ya no es todo eso lo que ocupa al alma, lo que la alimenta y entretiene. Ya ella no se mueve ni se sostiene con esas cosas. El alma no ve ni prevé ya por dónde habrá de avanzar. No se ayuda ya con reflexiones para animarse al trabajo y aguantar las incomodidades del camino, y va pasando por todo en el sentimiento más íntimo de su debilidad. El camino se va abriendo a su paso, entra en él, y por él marcha sin ninguna vacilación. Esta alma es pura y santa, simple y verdadera: camina por la línea recta de los mandamientos de Dios, en una continua adhesión al mismo Dios, que incesantemente encuentra en todos los puntos de esta línea.32 -Jean Pierre de Caussade, S. J.
El Guía Silencioso
El alma es empujada hacia adelante sin ver el camino abierto ante sus ojos. No va ni por donde ella ha visto, ni según lo que ha leído. Así es como va la acción propia, y no puede ir de otro modo, ni asumir otros riesgos. Pero la acción divina es siempre nueva, no vuelve nunca sobre sus antiguos pasos, y va abriendo siempre caminos nuevos. Las almas que ella conduce
32
El abandono en la divina Providencia, c. 4. (ed. M. Olphe-Galliard, trad. J. M. Iraburu - B. Aguerrea, en Fundación GRATIS DATE, Pamplona 1999). Existen varias traducciones: Tratado del santo abandono a la providencia divina, Apostolado de la Oración, Buenos Aires 1983; Apostolado Mariano, Sevilla 1998; todas estas ediciones traducen la obra de Caussade en la versión de Ramière. 115
no saben dónde van, y sus senderos no están ni en los libros ni en sus reflexiones. La acción divina les va abriendo camino continuamente y entran en él empujadas por su impulso.
[Un guía amigo nos guía en la noche]. Cuando uno es conducido por un guía a través de un país desconocido, de noche, por los campos, sin camino, según su instinto, sin tomar consejo de nadie, y sin querer descubrir sus planes, ¿puede tomarse otra actitud que la del abandono? ¿Sirve de algo mirar dónde está uno, interrogar a los que pasan, consultar el mapa o a otros viajeros? El plan y, por decirlo así, el capricho del guía, que quiere que se confíe en él, se verían contrariados por todo eso. Le agrada poner a prueba la inquietud y la desconfianza del que es conducido, pues lo que pretende es que se confíe totalmente a él; y si se asegura de que es bien guiado, ya no habría ahí ni fe ni abandono.
La acción divina es esencialmente buena, y no quiere en absoluto ser cambiada o controlada. Comenzó a obrar desde la creación del mundo y, desde entonces, fecunda e inagotable, obra sin limitación alguna, dando cada día y momento nuevas pruebas de su poder. Hacía esto ayer, y hoy hace esto otro. Es la misma acción que se va aplicando a todos los momentos por medio de efectos siempre nuevos, y así se irá desplegando eternamente.
[Dios conduce en la noche a sus santos]. Esa acción divina es la que ha hecho a Abel, Noé, Abraham, bajo modelos diferentes. Isaac es un original suyo, y Jacob no es una copia ni de José ni de él. Moisés no ha tenido a nadie semejante entre sus antepasados. David y los profetas son todos distintos de los patriarcas. San Juan Bautista es más grande que todos ellos.
Jesucristo es el primogénito: los apóstoles obran más por la moción de su espíritu que por la imitación de sus obras. Y Jesucristo no se ha imitado a sí mismo, ni ha seguido a la letra sus propias doctrinas. El Espíritu divino inspira siempre su santa alma, y él, abandonado siempre a su inspiración, no tiene necesidad de consultar al momento precedente para dar forma al 116
siguiente. La moción de la gracia da forma a todos sus instantes siguiendo el modelo de las verdades eternas, que la Santísima Trinidad guarda en su invisible e impenetrable sabiduría. El alma de Jesucristo recibe en cada momento las órdenes y las realiza, haciéndolas visibles. El Evangelio nos va mostrando la continuidad de estas verdades en la vida de Jesucristo, y Él mismo, siempre vivo y operante, vive y obra continuamente, también hoy, nuevas cosas en las almas santas.
[Abandono perfecto de Jesucristo]. Así pues, si queréis vivir evangélicamente, vivid en pleno y puro abandono a la acción de Dios. Jesucristo es la fuente de este abandono, y «Él era ayer, es hoy mismo y lo será eternamente» [Heb 13,8], para continuar siempre su vida y no para recomenzarla. Lo que Él hizo, hecho está, y lo que resta, lo va haciendo en todo momento. Cada santo recibe una parte de esta vida divina. Jesucristo es siempre el mismo, aunque sea diferente en cada uno de sus santos. La vida de cada santo es la misma vida de Jesucristo, es un Evangelio nuevo.33 - Jean Pierre de Caussade, S.J.-
No puedo ser abandonado 1. Dios era totalmente completo y santo en sí mismo, pero fue su voluntad crear el mundo para su gloria. Él es Todopoderoso, y podría haber hecho todas las cosas por si mismo, pero fue su voluntad llevar adelante sus propósitos por medio de los seres que él creó. Todos fuimos creados para su gloria, fuimos creados para hacer su voluntad. Yo soy creado para hacer algo o ser algo para quien ningún otro ser es creado; yo tengo un lugar en el plan de Dios, en el mundo de Dios, que nadie más tiene; sea pobre o rico, despreciado o estimado por los hombres, Dios me conoce y me llama por mi nombre.
33
El abandono en la divina Providencia, c. 11. 117
2. Dios me ha creado para hacerle algún servicio bien preciso; me ha encomendado algún trabajo que no le ha encomendado a ningún otro. Tengo mi misión, puede que no la conozca en esta vida, pero que me será revelada en la futura. En cierto modo soy necesario para su plan, tan necesario en mi lugar como un Arcángel en el suyo; si en efecto fallo, él puede hacer aparecer otro así como puede hacer de las piedras hijos de Abrahán. Si tengo parte en esta gran obra; soy un eslabón en una cadena, un nudo de conexiones entre personas. No me ha creado en vano. Haré el bien, haré su obra; seré un ángel de paz, un predicador de la verdad en mi propio lugar, aun cuando no me lo proponga, pero si lo hago observaré sus mandamientos y lo serviré en mi llamada. 3. Por eso confiaré en Él. Sea lo que sea, esté donde esté, jamás seré abandonado. Si estoy en la enfermedad, mi enfermedad puedo servirlo; si en la perplejidad, mi perplejidad puede servirlo; si estoy en el dolor, mi dolor puede servirlo. Mi enfermedad o perplejidad, mi dolor puede ser la causa de un gran fin, que está muy por encima de nosotros. Él no hace nada en vano; Él puede prolongar mi vida, o la puede acortar; Él sabe lo que quiere. Puede quitarme mis amigos, puede dejarme entre extraños, me puede hacer sentir desolado, hacer que mi espíritu se hunda, ocultarme el futuro, aun así sabe lo que quiere.
Oh Adonaí, oh Señor de Israel, Tú que guiaste a José como un rebaño, oh Emmanuel, oh Sabiduría, me entrego a Ti. Confío en ti plenamente. Pues Tú eres más sabio que yo, me amas más de lo que yo a mi mismo. Dígnate llevar a su plenitud en mi tus elevados planes, cualquiera que sean, obra en y a través de mi. He nacido para servirte, para ser Tuyo, para ser tu instrumento. Permíteme ser un instrumento ciego. No te pido ver, no te pido saber, sólo te pido ser usado. 34
- Cardenal John Henry Newman
34
Meditations on Christian Doctrine, I, en Prayers, Verses, and Devotions, (San Francisco: Ignatius Press, 1989), 338-39. Esta oración fue escrita en 1848, cuando Newman experimentaba algunos fracasos y malos entendidos. 118
Oraciones para tiempos de enfermedad
Pronto debo ir hacia Dios
Carta escrita tiempo atrás
No rezo para que seas librado de tus dolores, sino que rezo a Dios seriamente para que Él te de fortaleza y paciencia para soportarlos tanto cuanto a Él le plazca. Consuélate a ti mismo con Él que te mantiene sujeto a la cruz. Él te dejará ir cuando lo crea conveniente. Felices los que sufren con Él. Acostúmbrate a sufrir de esta manera, y busca en Él la fuerza para soportar tanto, y por el tiempo que Él juzgue necesario para ti. Los hombres del mundo no comprenden estas verdades, ni siquiera hay que asombrarse de esto, ya que sufren como lo que son y no como cristianos. Consideran la enfermedad como una pena para la naturaleza, y no como un favor de Dios; y viéndolo sólo bajo esta luz, no encuentran nada sino dolor y aflicción. Pero aquellos que consideran la enfermedad como proveniente de la mano de Dios, como efecto de su misericordia, y como medios que Él emplea para su salvación, estos encuentra en ella gran dulzura y apreciable consolación.
Desearía que tu pudieras convencerte que Dios es frecuentemente (en cierto sentido) más cercano a nosotros, y más eficazmente presente junto a nosotros, en la enfermedad que en la salud. No confíes en otro médico; ya que, según mi modo de entender, Él se reserva tu curación para sí mismo. Pon, entonces, toda tu confianza en Él, y pronto encontrarás los efectos en tu recuperación, que comúnmente retrasamos poniendo más nuestra confianza en los médicos que en Dios.
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Cualquiera sean los remedios que uses, tendrán éxito tan sólo en la medida que Él lo permita. Cuando nos vienen penas de parte de Dios, tan sólo Él puede curarlas. A veces manda enfermedades corporales para curar las espirituales. Confórtate con el Médico Soberano del cuerpo y del alma.
Confórmate con la condición en la que Dios te coloque: aunque puedas considerarme feliz, te envidio. Los dolores y sufrimientos serían un paraíso para mi, mientras deba sufrirlos con mi Dios, y los mayores placeres serían un infierno para mi si pudiera gozarlos sin Él. Todo mi consuelo sería sufrir algo por Él.
En poco tiempo debo ir a Dios. Lo que me consuela en esta vida es que ahora Lo veo en la fe; y Lo veo de tal manera que a veces me puede hacer decir: “ya no creo más, sino que veo”. Siento lo que la fe nos enseña, y en tal seguridad y tal acto de fe viviré y moriré con Él.
Continúa entonces, siempre con Dios; es el único sostén y alivio para tus aflicciones. Le rogaré para que esté contigo. Ofrezco mi servicio. 35 -Hermano Lawrence-
35
The Practice of the Presence of God, carta 11, (Old Tappan, N.J.; Fleming H. Revell, Spire Book, n.d.), 55-57. Hay muchas ediciones disponibles. El hermano Lawrence, un carmelita laico francés del Siglo XVII, nos ofrece muchas hermosas palabras sobre la confianza en Dios, muy apreciadas en la literatura espiritual. 120
Oraciones de un pastor de almas36
Por una persona Enferma
Omnipotente Dios, dador de la salud y sanador, concede a tu siervo una experiencia palpable de tu presencia y una perfecta confianza en Ti. En el sufrimiento pueda él poner en Ti su cuidado, de tal modo que, envuelto en tu amor y poder, pueda recibir la salud y la salvación de acuerdo a tu generosa voluntad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
Por uno mismo cuando está enfermo
Amado Señor, Tú eres el mejor médico. Me vuelvo a Ti en mi enfermedad y te pido me ayudes. Pon Tu mano sobre mi como lo hiciste por tu pueblo hace ya muchos años y permite que de Ti me vengan la salud y la integridad. Me pongo bajo tu cuidado y reafirmo mi fe que incluso ahora tu maravillosa gracia sanadora me está de nuevo volviendo bueno y fuerte.
Sé que te pido más de lo que merezco, pero Tú nunca mides nuestros beneficios de esta manera. Tan solo por tu amor nos devuelves la salud. Haz eso conmigo. Lo pido insistentemente y trataré de servirte más fielmente. Lo prometo por Cristo nuestro Señor. Amen.
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Atribuidas al Cardenal Terence Cooke, Prayers for today, 2da ed. (Nueva York, Alba House, 1991), 55ss. Estás oraciones fueron halladas en una antología que el Cardenal publicó, y como no se le atribuyen a nadie más, se asume que le pertenecen a él. 121
Oración para cuando se está preocupado
Amado Señor, estoy preocupado y lleno de temor. Ansiedad y recelo llenan mi mente. ¿Puede ser que mi amor por Ti sea débil e imperfecto y como resultado esté lleno de preocupaciones?
He intentado convencerme que no hay nada por lo cual preocuparse. Pero tal convencimiento no parece serme útil. Se que debería abandonarme confiadamente en Tu guía y cuidado amorosos. Pero estaba demasiado turbado incluso para rezar. Hazme sentir, amado Señor, tu paz, y ayuda mi alma atribulada a saber que Tú eres Dios y no debo temer ningún mal.
Antes de una intervención quirúrgica Padre amoroso, me confío a Tu cuidado en este día; guía con sabiduría y habilidad las mentes y manos de aquellos que curan en Tu nombre. Concédeme que con cada mal que causa mi enfermedad que me sea removido, pueda yo volver a la salud y aprenda a vivir en mejor armonía contigo y con mi prójimo. Por Jesucristo. Amén.
Después de una intervención quirúrgica
Amado Salvador, Te agradezco haber pasado esta operación. Y ahora descanso en tu presencia que inhabita dentro de mí, relajando cualquier tensión, abandonando toda preocupación y ansiedad, recibiendo más y más tu vida sanadora en cada parte de mi ser. En momentos de dolor, me vuelva a Ti para obtener fuerzas; en momentos de soledad, sienta Tu amable cercanía. Concede que Tu vida, Tu amor y Tu alegría, puedan brotar de í para sanar a otros en Tu nombre. Amen.
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Por un paciente aprensivo Cristo dijo a sus amados: “Yo estoy con vosotros, no teman, no estén ansiosos”. Pueda yo confiar, que en las pruebas y cruces de mi vida, Tu, Oh Señor, serás mi constante compañero. Cuando no pueda levantarme, Tú me llevarás amablemente en tus brazos. Que no tema lo que pueda pasar mañana. Que el mismo Padre eterno que cuida de mi hoy, me cuidará mañana y así por el resto de mis días. Tú, Oh Señor, me protegerás del sufrimiento o me darás la fuerza para soportarlo pacientemente. Pueda yo estar en paz, y dejar de lado todos los pensamientos inútiles, todas las ansiedades y preocupaciones. Amen.
Por los pacientes depresivos ¡Alabanzas a Ti, Oh Cristo, honor y gloria! En el momento que Tu Pasión se acercaba, comenzaste a experimentar ansiedad y depresión. Así tomaste sobre Ti mismo las debilidades de la naturaleza humana de manera que Tú pudieras fortalecer y consolar a quienes temen a las graves enfermedades. Te pido que me liberes de todo desaliento y ansiedad. Concede que todo lo que soporte sea para tu Gloria y para el perdón de mis pecados. Líbrame del desfallecimiento y los temores infundados, y une mi corazón firme y resueltamente a Ti. Amen.
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El amigo que no cambia
La amistad de Jesús Estándome sola, sin tener una persona con quien descansar, ni podía rezar ni leer, sino come persona espantada de tanta tribulación y temor de si me había de engañar el demonio, toda alborotada y fatigada, sin saber qué hacer de mí. En esta aflicción me vi algunas y muchas veces, aunque no me parece ninguna en tanto extremo. Estuve así cuatro o cinco horas que consuelo del cielo ni de la tierra no había para mí, sino que me dejó el Señor padecer temiendo mil peligros. ¡Oh, Señor mío, cómo sois Vos el amigo verdadero, y como poderoso, cuando queréis podéis, y nunca dejáis de querer si os quieren! ¡Alaben os todas las cosas, Señor del mundo! ¡Oh, quién diese voces por él para decir cuán fiel sois a vuestros amigos! Todas las cosas faltan; Vos, Señor de todas ellas, nunca faltáis. Poco es lo que dejáis padecer a quien os ama. ¡Oh, Señor mío, qué delicada y pulida y sabrosamente los sabéis tratar! ¡Oh, quién nunca se hubiera detenido en amar a nadie sino a Vos! Parece, Señor, que probáis con rigor a quien os ama, para que en el extremo del trabajo se entienda el extremo de vuestro amor37.
-Santa Teresa de Ávila-
El pequeño sendero del amor En el tiempo de la ley del temor, antes de la venida de nuestro Señor, el profeta Isaías, decía ya, hablando en nombre del Rey de los Cielos: “¿Puede una madre olvidar a su hijo? Pues bien, aun cuando una madre olvidara a su hijo, Yo no os olvidaré jamás” [Is 49, 15]. ¡Que encantadora promesa! ¡Ah! ¿Cómo no aprovecharnos de los amorosos anticipos que nos da nuestro 37
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Libro de la Vida, c. 25, 17, en Obras Completas, Burgos 2006, 252-253.
Esposo, nosotras, que vivimos en la ley del amor? ¿Cómo temer a Quien “se deja prender en uno de los cabello que vuelan sobre nuestro cuello”? [Cant. 4,9]. Sepamos, pues, retener prisionero a este Dios que se hace mendigo de nuestro amor. Al decirnos que es un cabello lo que puede obrar este prodigio, nos manifiesta que las más pequeñas acciones, hechas pro amor, son las que cautivan su corazón. ¡Ah, si hubiese que hacer grandes cosas, cuánto se nos debiera compadecer!... ¡Pero qué felices somos, puesto que Jesús se deja encadenar pro las más pequeñas!38.
Con las manos vacías Una oración a Cristo Crucificado Llego ante Ti con las manos vacías, todos los secretos tesoros de gracia que derramo en los corazones necesitados, llorando en las amargas noches de miedo y soledad. Pródigos de Tu amor, pongo ante mi Tus Manos vacías, desgarradas por gruesos clavos de cuyos huecos surgieron ríos de misericordia, hasta que toda Tu sustancia fue derramada. Así, yo, mi Jesús, con manos vacías por tu amor, estoy de pie, confiada ante Tu Cruz, emblema vivo de tu amor. Es el vacío lo que es llenado: aquellos que se han convertido en pródigos sólo por Ti, llena a la última de tus hermanas mientras somos saciadas por Tu amor, que cuanto más y más vacías más se llenarán de Ti39.
–Santa Teresa de Lisieux-
Obras completas de Teresa de Lisieux, Burgos 1980, 579, carta del 12 de julio de 1896. Santa Teresa, una santa del Siglo XIX, religiosa carmelita, informalmente enseñó “El pequeño sendero del amor” como un camino a Dios. Ella escribió esta carta a su hermana Leonia. 38
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Tarjeta de oración: Santa Teresa de la Trinidad, “Meditations based on Writings of St. Thérèse of Lisieux” (Carmel of Terre Hauste, Ind.). 125
Una parábola sobre la Cruz Todas las personas que han vivido fueron reunidas ante el trono de Dios. Entristecidos por su herencia. Todos tenías quejas, y comenzaron a murmurar entre sí: “¿Quién se cree acaso que es Dios?” Uno de los grupos estaba compuesto por judíos que habían sufrido persecuciones. Algunos habían muerto en cámaras de gas y campos de concentración, y se quejaban, ¿cómo puede conocer Dios el sufrimiento por el que han pasado? Otro grupo era de esclavos, hombres y mujeres negros con marcas en sus frentes, una gran multitud de ellos, que sufrieron degradaciones de manos de aquellos que se llamaban a sí mismos “Los dioses de las personas”, ¿Qué puede saber Dios de su condición? Había largas filas de refugiados exiliados de sus tierras, gente sin hogar, que no tenían donde reclinar sus cabezas. Y había gente pobre que nunca sobre esta tierra fueron capaces de encontrar una satisfacción plena. Había enfermos y quienes habían sufrido todo tipo de dolores, cientos de grupos, cada uno con una queja contra Dios. ¿Qué puede Él saber lo que los seres humanos han tenido que soportar? De cada grupo se eligió un líder y se formó una comisión para llevar el caso contra el Todopoderoso mismo. En vez de Dios juzgarlos a ellos, ellos comenzaron a juzgarlo. Y el veredicto fue que Dios debía ser sentenciado a vivir en la tierra como un ser humano, sin protección a su Divinidad. Y escribieron un testamento con puntos particulares a cumplirse: Que nazca judío. Que soporte la pobreza en su nacimiento. Que la legitimidad de su nacimiento sea también puesta en duda. Que realice trabajos forzosos y sufra la pobreza para que conozca su aguijón. Permítase que su propia gente lo rechace. Que tenga por amigos sólo aquellos que se mantienen en el desprecio. Que sea traicionado por uno de sus amigos. Que sea acusado de falsos cargos, juzgado por un jurado prejuicioso, condenado por un juez cobarde. Que sea abandonado por sus amigos y experimente lo que es encontrarse terriblemente solo. Que sea torturado, y que muera en manos de sus enemigos.
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Mientras cada grupo anunciaba la sentencia contra Dios, rugidos de aprobación vinieron desde las multitudes. Cuando el último terminó, el ruido ronco se volvió casi ensordecedor... y cada uno se volvió hacia el trono. Y de repente el cielo se llenó de un conmovedor silencio penitencial. Pues allí donde había un trono, ahora se podía ver una Cruz.40
–Andrew Armstrong-
Encontrar reposo en Cristo Hemos de reposar en Cristo sobre todo bien y don. Discípulo: Alma mía, descansa sobre todas y en todas las cosas siempre en Dios, que es el eterno descanso de los Santos. Concédeme Tú, dulcísimo y amantísimo Jesús, que descanse en Ti sobre todas las cosas criadas; sobre toda salud y hermosura; sobre toda gloria y honra; sobre todo poder y dignidad; sobre toda la ciencia y sutileza; sobre todas las riquezas y artes; sobre toda alegría y gozo; sobre toda la fama y alabanza; sobre toda suavidad y consolación; sobre toda esperanza y promesa; sobre todo merecimiento y deseo; sobre todos los dones y regalos que puedes dar y enviar; sobre todo gozo y dulzura que el alma puede recibir y sentir; y en fin, sobre todos los ángeles y arcángeles, sobre todo ejercito celestial; sobre todo lo visible e invisible; y sobre todo lo que no es lo que eres Tú, Dios mío. Porque Tú, Señor, Dios mío, eres bueno sobre todo; Tú solo potentísimo; Tú solo suficientísimo y llenísimo; Tú solo suavísimo y agradabilísimo. Tú solo hermosísimo y amantísimo; Tú solo nobilísimo y gloriosísimo sobre todas las cosas, en quien están, estuvieron y estarán todos los bienes junta y perfectamente. Por eso es poco e insuficiente cualquier cosa que me das o prometes, o me descubres de Ti mismo, no viéndote ni poseyéndote cumplidamente. Porque no puede mi corazón descansar del todo y contentarse verdaderamente, si no descansa en Ti trascendiendo todos los dones y todo lo criado.
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No he podido encontrar ninguna información sobre el autor, pero seguramente que un cristiano capaz de escribir algo así se regocijará de compartirlo. BJG. 127
¡Oh esposo mío amantísimo Jesucristo, amador purísimo, Señor de todas las criaturas! ¿Quién me dará alas de verdadera libertad para volar y descansar en Ti? ¡Oh! ¿Cuándo me será concedido ocuparme en Ti cumplidamente, y ver cuán suave eres, Señor Dios mío? ¿Cuándo me recogeré del todo en Ti, que ni me sienta a mí por tu amor, sino a Ti solo sobre todo sentido y modo, y de un modo manifiesto a todos? Pero ahora muchas veces gimo y llevo mi infelicidad con dolor. Porque en este valle de miserias acaecen muchos males que me turban a menudo, me entristecen y anublan; muchas veces me impiden y distraen, halagan y embarazan para que no tenga libre entrada a Ti y no goce de tus suaves abrazos, los cuales sin impedimento gozan los espíritus bienaventurados. Muévante mis suspiros, y la grande desolación que hay en la tierra. ¡Oh Jesús, resplandor de la eterna gloria, consolación del alma que anda peregrinando! Delante de Ti está mi boca muda, y mi silencio te habla. ¿Hasta cuándo tarda en venir mi Señor? Venga a mí, pobrecito tuyo, lléneme de alegría. Extienda su mano, y libre a este miserable de toda angustia. Ven, ven; pues sin Ti ningún día ni hora será alegre; porque Tú eres mi gozo, y sin Ti está vacía mi mesa. Miserable soy, y como encarcelado y preso con grillos, hasta que Tú me recrees con la luz de tu presencia, y me pongas en libertad, y muestres tu amigable rostro. Busquen otros lo que quisieren en lugar de Ti, que a mí ninguna otra cosa me agrada, ni agradará, sino Tú, Dios mío, esperanza mía, salud eterna. No callaré, ni cesaré de clamar hasta que tu gracia vuelva y me hables interiormente. Jesucristo: Aquí estoy, a ti he venido, pues me llamaste. Tus lágrimas, y el deseo de tu alma, y tu humildad, y la contrición de tu corazón me han inclinado y traído a ti. Discípulo: Y dije: Señor, yo te llamé, y deseé gozar de Ti, dispuesto a menospreciarlo todo por Ti. Pero Tú primero me despertaste para que te buscase. Seas, pues, bendito, Señor, que hiciste con tu siervo este beneficio, según la muchedumbre de tu misericordia. ¿Qué tiene más que decir tu siervo delante de Ti, sino humillarse mucho en tu acatamiento, acordándose siempre de su propia maldad y vileza? Porque no hay semejante a Ti en todas las maravillas del cielo y de la tierra. Tus obras
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son perfectísimas, tus juicios verdaderos, y por tu providencia se rige el universo. Por eso alabanza y gloria a Ti, ¡oh sabiduría del Padre! Alábete y bendígate mi boca, mi alma, y juntamente todo lo creado. 41
- Tomás de Kempis-
La Misericordia de Dios
Salmo 57, 2-4 Tenme piedad, oh Dios, tenme piedad, que en ti se cobija mi alma; a la sombra de tus alas me cobijo hasta que pase el infortunio. Invoco al Dios Altísimo, al Dios que tanto hace por mí. Mande desde los cielos y me salve, confunda a quien me pisa,
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Imitación de Cristo, L III, c 21. Tomás de Kempis. Hay muchas versiones disponibles. Este gran clásico espiritual ha caído en desgracia por su estilo y su espiritualidad intransigente. Tanto bien puede aun encontrarse en él. 129
envíe Dios su amor y su verdad.
Salmo 143, 1-8 Yahveh, escucha mi oración, presta oído a mis súplicas, por tu lealtad respóndeme, por tu justicia; no entres en juicio con tu siervo, pues no es justo ante ti ningún viviente. Persigue mi alma el enemigo, mi vida estrella contra el suelo; me hace morar en las tinieblas, como los que han muerto para siempre; se apaga en mí el aliento, mi corazón dentro de mí enmudece. Me acuerdo de los días de antaño, medito en todas tus acciones, pondero las obras de tus manos; hacia ti mis manos tiendo, 130
mi alma es como una tierra que tiene sed de ti. ¡Oh, pronto, respóndeme, Yahveh, el aliento me falta; no escondas lejos de mí tu rostro, pues sería yo como los que bajan a la fosa! Haz que sienta tu amor a la mañana, porque confío en ti; hazme saber el camino a seguir, porque hacia ti levanto mi alma.
Sabiduría 15, 1-3
Mas tú, Dios nuestro, eres bueno y verdadero, paciente y que con misericordia gobiernas el universo. Aunque pequemos, tuyos somos, porque conocemos tu poder; pero no pecaremos, porque sabemos que somos contados por tuyos. Pues el conocerte a ti es la perfecta justicia y conocer tu poder, la raíz de la inmortalidad.
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Una oración de confianza Vuelo hacia Tu misericordia, Dios compasivo, ya que sólo Tú eres bueno. A pesar de que mi miseria es grande, y mis ofensas muchas, confío en Tu misericordia, porque Tú eres el Dios de la Misericordia; y desde tiempos inmemoriales, nunca se ha oído que, ni lo recuerden el cielo ni la tierra, un alma que en Ti confía se haya visto desilusionada. Oh Dios de compasión, solo Tú puedes justificarme, y nunca me rechazarás, cuando contrita, me acerco a Tu corazón misericordioso, donde nunca nadie ha sido rechazado a pesar de que haya sido el peor de los pecadores.42
-Beata Faustina Kowalska-
No sabemos lo que es bueno para nosotros Oh, Señor, no sabemos lo que es bueno para nosotros, ni lo que es malo. No podemos predecir el futuro, no sabemos cuando nos vienes a visitar, en que forma vendrás. Por eso, ponemos todo en Ti. Haz lo que te agrada con nosotros y en nosotros. Haz que siempre te miremos a ti, y Tú míranos a nosotros, y danos las gracias de tu amarga Pasión y Cruz, y consuélanos en el modo que Tú quieras y en el tiempo que Tú quieras.43
–Cardenal John Henry Newman-
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Jesus, I Trust in You, (Cracovia, Polonia; Basílica de la Divina Misericordia, 1994), 62. La Beata Faustina Kowalska (S. XX) fue una religiosa y mística polaca.
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Citado en Erich Przywara, S.J., The heart of Newman k, (Londres, Burns and Oates, 1963), 197.
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En el momento de la muerte de los seres queridos
Ellos no nos olvidan Poco después, empero, de nuestra conversión y regeneración por vuestro santo Bautismo, se hizo también él católico cristiano y, vuelto al África, vivió entre sus parientes, observando continencia y castidad perfecta, habiendo hecho cristianos a todos los de su casa, cuando fuisteis servido de sacarle de esta vida, y ahora vive en el seno de Abraham. Sea lo que fuere lo que se entiende y significa por aquel seno, en él vive mi Nebridio, allí vive mi dulce amigo, a quien Vos, Señor, primeramente sacasteis de la sujeción de esclavo y después le hicisteis hijo adoptivo vuestro. Porque ¿qué otro lugar correspondía a un alma como la suya? Ahora, pues, vive él en aquel seno, acerca del cual solía él preguntarme muchas cosas siendo yo un hombrecillo ignorante y sin experiencia de ellas. Ya no aplica sus oídos a mi boca para escuchar mis respuestas, sino que, como eternamente bienaventurado, pone la boca de su alma a la fuente inagotable de la vida, que sois Vos, y bebe cuanto quiere y cuanto puede de vuestra infinita sabiduría. Pero juzgo que por mucho que se embriague bebiendo sin cesar de ella, no se ha de olvidar de mí, cuando Vos, Señor, que sois esa misma fuente de que él bebe, os acordáis de mí.44
–San Agustín-
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Confesiones, L. IX, c. 3. 133
Mirando adelante Muchos siglos antes de Cristo, miles tal vez, tal era el modo de mirar las cosas, sobrevivir a la miseria de solo existir. Así lo sintieron los judíos del Antiguo Testamento; así lo sintieron los grandes griegos. Pero yo no. Cristo nos dijo que se ha ido a prepararnos un lugar para que donde Él está podamos estar nosotros. Su palabra de bienvenida cuando lleguemos allí será: “Entra en el gozo de mi Padre”. ¿Este gozo está más allá de lo que puedo ahora comprender? Así lo espero, no quiero quedarme en mi nivel actual. Pero Dios estará allí, finalmente visto con una visión directa; Cristo estará allí y su Madre y todos quienes no lo han rechazado. Para quienes he amado aquí tendré un amor sin manchas, el gozo que he sentido en ellos lo tendré allí, radiante. Hay un pequeño asunto que me resulta peculiar. He escrito tanto sobre la Santísima Trinidad: la visión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo ¿hará que desee regresar a la tierra y llorar por lo que escribí? Siento también cierta incertidumbre acerca de encontrarme con San Agustín cuyas “Confesiones” traduje. Solo puedo esperar que él piense mejor que yo acerca de mis traducciones. Pero tal vez, ahora él piense que su propio libro es bastante malo, y mi traducción no mucho peor. Sé, porque lo he visto, que cuando se acerca la muerte, hay una disminución del flujo de energía del alma al cuerpo, una pérdida del lazo entre ellos, una ansiedad que puede producir una verdadera angustia. Espero que cuando ese tiempo llegue un sacerdote esté allí para escuchar mis pecados y absolverme en el nombre de Cristo y darme la santa Eucaristía (la cual la Iglesia amablemente llama viaticum – viático, provisiones para el viaje) y me unja especialmente los sentidos a través de los cuales, desde el inicio de mi vida, el mundo me ha inundado. Pero con todo esto, no puedo concebir una vida futura sin la posibilidad de una purificación (lo cual se significa con la palabra purgatorio), no porque yo lo he merecido, sino porque lo necesito. Me repugna el pensamiento de entrar a la presencia del Dios totalmente puro siendo yo un objeto manchado. Hay elementos de mí mismo aun no dominados, como el hecho de que yo quiera lo que quiero tan sólo porque yo lo quiero. Sanar es una palabra más acorde que purificarse. Mi voluntad necesita ser rectificada; y esto no puede hacerse sin dolor, no el dolor del castigo, pena de separar la voluntad del hábito que
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creció como una segunda naturaleza. Aquí o allí, con la ayuda de Dios debo querer rectificar mi propia voluntad. Él me ayudará a hacerlo. Pero Él no lo quiere hacer por mí. Difícilmente haya conocido a alguien que quiera ir al Cielo. Yo sí. Pero no ya. No hoy. Tal vez la próxima semana. Hay por lo tanto una evasión. Claramente soy un rompecabezas que no he sido aún plenamente resuelto.45
–Frank Sheed-
La despedida de la Comunidad Cristiana Querido hermano (hermana), te encomiendo a Dios todopoderoso, y te dejo al cuidado de quien te ha creado, para que, cuando por tu muerte hayas pagado el débito al cual todo hombre está sujeto, puedas retornar a tu hacedor, a Aquel que te formó del barro de la tierra. Entonces cuando tu alma se aleje de tu cuerpo, se acerque a ti la radiante compañía de los ángeles. Que la asamblea de los apóstoles, nuestros jueces, te reciba. Que el ejército victorioso vestido con vestiduras blancas de los mártires te encuentren en tu camino. Que la brillante multitud de confesores, resplandecientes como lirios, se unan a ti. Que te reciba el coro glorioso de las vírgenes. Que los patriarcas te envuelvan en la paz abrazadora de aquel lugar. Que san José, amado patrono de los moribundos, te aumente la esperanza, y que la Santísima Madre de Dios, la Virgen María, vuelva sus ojos amorosos hacia ti. Entonces, manso y glorioso, aparezca nuestro Señor Jesucristo ante ti, y te asigne un lugar entre aquellos que permanecen en su presencia para siempre. Que Cristo, que fue crucificado por tu salvación, te salve del dolor insoportable, te libere de la muerte que nunca acaba. Que Cristo, Hijo de Dios Padre Amoroso, te ubique en el siempre fresco amor de su paraíso, y que Él, el verdadero Pastor, te reconozca como uno de los tuyos. Te libre de todos tus pecados y te indique un lugar a su derecha en la compañía de sus elegidos. Que puedas ver a tu Redentor cara a cara, permaneciendo en su presencia para
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Death into life (Nueva York, Arena Letters, 1977), 132-134. Frank Sheed (+ 1981) fue un gran apologista. 135
siempre, y puedas ver con ojos llenos de gozo la Verdad revelada en su plenitud. Y así, habiendo tomado un lugar en las filas de los santos, puedas disfrutar del gozo de la contemplación divina por la eternidad. Amén.46
-Ritual Romano-
Oración por un alma que se despide Oh Señor Jesucristo, tu dijiste a través de la boca del Profeta, “Te he amado con amor eterno, por lo tanto con compasión te he atraído hacia Mi”. Dígnate, te lo imploro, de ofrecerte y presentarte a Dios, Padre Todopoderoso, en nombre de tu siervo, N.N., que Tu amor te condujo a bajar del cielo a la tierra para soportar todos Tus amargos padecimientos. Líbralo (la) de todos los dolores que él(ella) teme y merece por sus pecados, y concédele la salvación de su alma en el momento que tenga que partir. Ábrele las puertas de la vida, y dale el gozo junto a tus santos en la gloria sin fin. Y Tú, amantísimo Señor Jesucristo, que nos has redimido por tu preciosa sangre, apiádate de Tu siervo(a), N.N., y guíalo(la) a los amables lugares del paraíso siempre nuevos para que pueda vivir contigo con amor indiviso, y nunca se separe de Ti y de quienes Tú eliges. Tú, que con el Padre y el Espíritu Santo vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
-Ritual Romano-
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Ritual Romano, (Nueva York, Benziger Brothers, 1946) 204.
Oración por quien se ha quitado su propia vida Salvador Crucificado, no hay otro lugar para mi para ir que a los pies de Tu Cruz. Siento la desolación, el fracaso, los engaños, los rechazos. Lo intenté. Intenté detener la marea, calmar el terremoto, de encender la alarma de incendios. No sabía ni siquiera cuan desesperado estaba. No hay consuelo, no hay respuestas, ni alivio a mis dolores. Estoy en completas tinieblas. Suplico por mi querido amigo (o familiar), por lo que fue y por lo que pudo haber sido. ¿Es la vida tan tremenda que toda batalla debe terminar, que el fracaso era inevitable? No hay más que silencio en derredor y lágrimas en el interior. Sé que la herida sanará, pero ahora ni siquiera lo quiero. Sé que habrá una gran cicatriz en su lugar. Esa cicatriz será todo lo que me quede. Estoy lleno de terror por uno a quien amé y cuidé. Salvación. Si tan sólo yo estuviera seguro de la salvación de la persona que se ha ido, vencido por esta vida. No hay nadie a quien pueda ir sino a Ti, el Crucificado. Tu oración de abandono, que siempre me ha intrigado, es ahora la única cosa que tiene sentido para mi. Ponto en tus manos, a mi ser querido, cuyo cuerpo ha sido destruido. Desciende de la Cruz y abraza a esta alma herida y despedazada. Tú descendiste al infierno. Busca a nuestro amigo que está al borde y rescátalo. No tenemos lugar donde ir en el mundo, en todo el universo sino a Ti, a Tu cruz, es nuestra única esperanza. En tus manos, Oh Señor, encomendamos su espíritu. Amen.47
Oraciones para los que están junto a la tumba Oremos Concede, Oh Señor, te pedimos, que mientras lamentamos la partida de nuestro hermano(a), Tu siervo, de esta vida, podamos tener presente en nuestras mentes que seguiremos su mismo camino. Dadnos la gracia de estar listos para aquel último momento por medio de una vida devota, y protégenos de una repentina e imprevista muerte. Enséñanos como velar y
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El suicidio de un ser querido es uno de los dolores más grandes a los cuales uno pueda enfrentarse. Se experimente una angustia que sólo pueden comprenderla quienes lo han vivido. He experimentado un suicidio tiempo atrás, escribo esta oración por aquellos que conozco. A pesar de que este perturbado joven se quito la vida varios años atrás, cuando su novia lo abandonó, el disparo aun resuena en mi mente. BJG. 137
orar, para que cuando llegue tu llamada, podamos dirigirnos al encuentro del Novio y permítenos entrar con Él en la vida eterna. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.
II Padre todopoderoso y misericordioso, Tú conoces la debilidad de nuestra naturaleza. Inclina tu oído con compasión por tus siervos, sobre quienes has dejado la pesada carga del dolor. Quita de sus almas el espíritu de rebelión, y enséñales a ver tus buenos propósitos actuando en todas las pruebas que les envías. Concede que no desfallezcan en infructíferos e inútiles lamentos, ni dolor como aquellos que no tienen esperanza, sino que con sus lágrimas miren dócilmente a Ti, el Señor de la Consolación. Por Cristo Nuestro Señor. Amén. –Ritual Romano-
En el Paraíso Que los ángeles te conduzcan al paraíso; que los mártires se adelanten a darte la bienvenida en tu camino, y te guíen hacia la ciudad santa, Jerusalén. Que el coro de los ángeles te reciba y que descanses con Lázaro para siempre, que una vez fue pobre.
–Ritual Romano-
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Lecturas sugeridas Se han escrito muchos libros para las personas que atraviesan arduos momentos de prueba. Junto con los libros ya mencionados en este libro, los siguientes me parecen que pueden serles muy útiles. Una hermosa y estimulante enseñanza sobre el sentido del dolor es la Carta Apostólica del Papa Juan Pablo II, Salvifici Doloris, publicada en febrero de 1984. Mi amigo Peter Kreeft ha escrito sobre este penetrante asunto en sus libro: Making sense Out Suffering (sobre el sentido del sufrimiento). El libro The Humility and Suffering in God (L'humilité de Dieu; La souffrance de Dieu) de François Varillon nos explica mucho como para aprender sobre la visión de Dios sobre la historia. Siempre me ha parecido muy iluminador y conmovedor el libro de Romano Guardini, El Señor. La Tristeza de Cristo de Santo Tomás Moro es una grandiosa meditación, como un gran número de libros y cassettes del Obispo Fulton J. Sheen. Uno de los libros más comunes sobre este punto es Cuando a La Gente Buena Le Pasan Cosas Malas (Vintage 2006)) escrito por el rabino Harold S. Kushner. Este sensible libro de un hombre compasivo nos trae la experiencia de las Escrituras Judías, a pesar de que también el Rabino Kushner menciona la perspectiva única que los sufrimientos de Cristo deben dar a los padecimientos de los cristianos. Algo sobre el mismo tema es el libro de Bartholomew Gottemoller, monje trapense, titulado Why Good People Suffer (Por qué sufre la gente buena) (Nueva York, Vantage Press, 1987). Otro libro, Where is God when you need Him? (¿Dónde está Dios cuando lo necesitas?) (Nueva York: Alba House, 1992), por Karl Schultz, une la historia de Job con las enseñanzas de Cristo en una manera muy útil y meditada.48 Cuando todo está dicho y hecho, las más poderosas enseñanzas alguna vez escritas sobre el dolor y la muerte están en las Sagradas Escrituras. Es por esto que cada año durante Semana Santa la Iglesia nos conduce a través de la solemne conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
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N. tr. a modo de sugerencia nos permitimos agregar: P. Miguel Fuentes, El dolor salvífico - Acompañando a nuestros enfermos y ancianos con la reflexión y la plegaria (2ª Ed.); el film de Mel Gibson, La Pasión; y el sitio web sobre la Sábana Santa: www.sindone.org. 139