Una perspectiva cristiana sobre el castigo corporal Diez razones por las que no puedo castigar físicamente Introducción, por David N. Bell Déjenme comenzar diciendo algo provocativo: que el tema del castigo corporal se encuentra en el corazón de la formación religiosa de nuestros niños y que la naturaleza y los efectos del castigo corporal representan una grave amenaza para el resultado que los padres católicos buscamos para nuestros hijos, es decir, que sean cristianos adultos sanos, alegres, únicos y fieles (y, por supuesto, para muchos, que a su vez sean padres). De esto damos fe mi esposa Kathleen y yo. En toda nuestra vida como padres, nuestros puntos de vista fueron confirmados por todo lo que hemos podido leer en el campo del desarrollo infantil y lo recogido por experiencia de primera mano. Por otra parte, nos sentimos muy cómodos porque nuestra fe católica confirmó plenamente este enfoque como una imitación de la Sagrada Familia. Sin embargo, constantemente nos chocábamos con el asunto del castigo corporal, particularmente en el libro de los Proverbios. (Para los no familiarizados con estos pasajes, recomendamos leer Proverbios 13:24, 19:18, 22:15, 23:13 -14, 29:15, 29:17). De alguna manera, siempre nos trataban a la defensiva cuando se planteaba el tema, como si nuestra posición pusiera en peligro una antigua tradición católica de crianza de los niños, y, como resultado, también, como si fuera menos que católica. Cuando esta agenda basada en los Proverbios fue agresivamente promulgada por un influyente grupo de conversos, como la manera “católica” de disciplinar, decidí emprender una especie de “contrarreforma” (de hecho, las características de esta agenda de castigo corporal están basadas fundamentalmente sobre preceptos e interpretaciones protestantes).
Como el tema es anterior a mí, parecieron presentarse dos desafíos, vinculados al razonamiento contra el uso del castigo corporal, necesitando diferentes niveles de explicación. En primer lugar, debo acudir al cuerpo completo de la doctrina de la Iglesia y la Tradición, a fin de contrarrestar los efectos superficiales, pero persuasivos, de ciertos pasajes bíblicos. En segundo lugar, debo animar a los padres a aceptar las opiniones de la ciencia moderna, no como anatema (maldición), sino más bien como una verdadera comprensión del designio de Dios. Sin una cuidadosa y exitosa demostración de ambas características, sospecho que mis esfuerzos fracasarían. Al desarrollar estas dos defensas paralelas, me sentí animado por el punto de vista de la Iglesia, según el cual no debemos ignorar la ciencia en nuestra búsqueda de mayor entendimiento espiritual. En este sentido, una autoridad, ciertamente no de las menores, el Dr. Herbert Ratner, MD, el eminente físico católico, escribe: "Las verdades del orden natural obtenidas por la razón, tienen una intrínseca armonía con las verdades del orden natural obtenidas por medio de la fe, lo que se traduce en una unidad en la que cada una ayuda a la otra a lograr una mayor comprensión, por lo que ellas completan las enseñanzas necesarias para lograr la buena vida humana, temporal y eterna." Continúa diciendo que las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia, a menudo son claras aun cuando no son explícitas: “Jesús, por ejemplo, nos pide amar a nuestro prójimo. Pero Él no instruye a una madre sobre cómo amar a su prójimo más cercano y querido: su bebé. Así, no se le dice a la madre cómo cuidar o amamantar a su bebé. El Hijo, respecto del Padre, asume que con los ojos, con el goteo de leche de postparto, con los labios hambrientos buscando los pechos maternos, la mujer puede hacer esto por sí misma.” (“La Institución Natural de la Familia”, pp. 3-4)
Claramente, la ausencia de dirección explícita de la Iglesia sobre el castigo corporal y la crianza de nuestros hijos, no oculta el verdadero espíritu de comportamiento que ella nos llama a averiguar por nosotros mismos. Sin embargo, este matrimonio de fe y ciencia excedió mi propia competencia (y, más allá de toda duda, mi credibilidad). Mientras Kathleen y yo somos serios en nuestros esfuerzos por tener en cuenta la ciencia de la crianza de los hijos, sabíamos que este desafío requería credenciales profesionales. Fue providencial cuando Greg Popcak se presentó a nosotros. Experimentado en los rigores de este debate, también tiene entrenamiento profesional para lidiar con asuntos científicos. Juntos, hicimos un compromiso de ubicar este asunto vital acerca de la crianza y la fe de nuestros hijos, ante la luz de la fe y la razón. Con este fin, estamos planeando una serie de artículos, de los cuales el siguiente, escrito por Greg, es el primero. Sobre todo, hay una variedad de facetas para la discusión acerca del castigo corporal, las cuales necesitan ser identificadas y abordadas. Algunas están relacionadas con las enseñanzas de la Iglesia; algunas con la naturaleza del niño; algunas con la naturaleza de los padres. En la serie de artículos que vienen, intentaremos hacer todo esto.
DIEZ RAZONES POR LAS QUE NO PUEDO CASTIGAR FÍSICAMENTE UN EXAMEN CRÍTICO DE UN CONSEJERO CATÓLICO ACERCA DEL CASTIGO CORPORAL GREGORY K. POPCAK, MSW, LCSW “Cómo te sientes acerca del castigo corporal?” Ninguna pregunta evoca una reacción tan fuerte como esta. Conozco muchos católicos buenos en ambos lados del asunto, aquellos que se sienten firmes acerca de usar el castigo corporal, y aquellos que se sienten igualmente firmes acerca de no usarlo. Si había algún tema que no debería ser decidido sobre la base solamente del sentimiento, es este. Mi experiencia es la siguiente y refleja la búsqueda, pensamientos y consideraciones de oración de un católico conservador, psicoterapeuta, padre de dos hijos, y escritor sobre temas de matrimonio y familia. Últimamente, este artículo es el fundamento sobre el cual mi esposa y yo construimos nuestro compromiso de disciplinar a nuestros hijos sin emplear el castigo físico. No presumo de haber descubierto la respuesta final a uno de los temas que más causan división en la crianza católica, pero pienso que he descubierto algunas verdades, o por lo menos, algunas preguntas incisivas que deben ser tenidas en cuenta si eres un padre que ha decidido emplear el castigo corporal en la crianza de tus hijos.
Sin importar si estás de acuerdo o no con mis conclusiones, las decisiones de un cristiano deben siempre estar guiadas por una consciencia adecuadamente formada. Tal consciencia se desarrolla informándose bien de las posiciones de aquellos que apoyan o rechazan nuestra propia manera de pensar. Cualesquiera sean las conclusiones que obtuviste, te pido considerar las siguientes diez razones por las cuales creo que son irreconciliables las diferencias entre el catolicismo y el castigo corporal.
1.
El ejemplo de Jesús fue de disciplina, NO de castigo.
Hay una distinción importante que debe ser hecha entre disciplina y castigo. El propio ministerio de Jesús prefirió la disciplina sobre el castigo. El fin principal del castigo es detener la ocurrencia presente de un comportamiento inadecuado. Cualquier cosa adicional es intrascendente. Nada hay menos relacionado con el futuro que decir “deja eso ahora!”. Literalmente, el castigo significa “causar dolor para obtener sometimiento”. En su raíz, no tiene nada que ver con la enseñanza (pedagogía). El castigo establece una relación policía/sospecha entre el castigador y el castigado. El castigo se apoya firmemente sobre la noción de control externo. Es decir, el padre es muy pesimista con respecto al deseo del niño, su habilidad o voluntad de comportarse apropiadamente, por lo que el padre viene a convertirse en el límite y la consecuencia para el niño. El castigo tiende a asumir que “ellos” (los niños) están inclinados hacia el mal (o al menos no hacia el bien) y están orientados a manipularnos (a los padres/policías).
El castigo puede fallar en la aplicación constante, porque su administración tiende a estar sujeta al estado de ánimo del padre. Su forma cambia con el tiempo. Los castigos que “funcionan” a una edad, no funcionan en una edad posterior. La filosofía sobre la que se apoya el castigo afirma que el cumplimiento de la ley por la ley (“obediencia ciega”) es una virtud. Azotar es el principal ejemplo de castigo. Es lo más alto en el control externo. La disciplina se refiere a una relación profesor/alumno, o Maestro/discípulo si lo prefieres. La raíz latina de disciplina “discipuli” significa “estudiante”. El principal objetivo de la disciplina es enseñar al transgresor qué hacer en lugar de lo que hizo. Por ejemplo, donde el castigo diría, “no me contestes así! Ve a tu cuarto!”, la disciplina diría: “Sé que estás furioso, pero no puedes hablarme de esa manera. Puedes decir esto y esto si deseas. Ahora, háblame de nuevo, con respeto, por favor”. La disciplina está menos relacionada con enseñar el cumplimiento de la ley, que con enseñar cómo tener relaciones más respetuosas, amorosas. La disciplina reconoce que “el amor no daña al prójimo, por lo que el amor es el cumplimiento de la ley” (Rom. 13:10). La filosofía de la disciplina afirma que la obediencia ciega, en lugar de ser una virtud, a menudo es farisáica e hipócrita. La disciplina no asume una intención maliciosa por parte del transgresor. Asume que es ignorante de una forma significativamente apropiada acerca de satisfacer necesidades personales.
La disciplina tiene un profundo respeto por la coherencia. Asume que las herramientas que me ayudaron a controlar mi comportamiento cuando tenía tres años, también deben ayudarme a controlar el comportamiento al tener treinta años. Como tal, la disciplina busca solamente emplear aquellas intervenciones que serían formas apropiadas por las cuales producir cambios en las relaciones adultas. La disciplina cree que el buen comportamiento es una habilidad enseñable, no muy diferente de las matemáticas o la lectura. A causa de esto, hace uso de las herramientas que usaría un buen profesor. Herramientas tales como: construcción de buenas relaciones, enseñanza de historias (“imágenes con palabras emocionales”), continuando con la aplicación de las consecuencias lógicas, ejemplos de la vida real, un compartir personal, reorientación, práctica, dar información de formas variadas, repetidas y respetuosas. Las personas que usan correctamente la disciplina, no necesariamente difieren en la cantidad de límites que establecen, en comparación con las dramáticas maneras forzadas por las cuales se enseñan esos mismos límites. Ciertamente, tú puedes ver que el ministerio de Jesús estaba basado en la disciplina en lugar del castigo. La disciplina reconoce que la violencia no es una buena herramienta de enseñanza. Imagina que te sucede lo siguiente:
Tu hijo llega de la escuela y dice que fue azotado porque falló al resolver el problema de matemáticas. Tú llamas al profesor para decirle “Qué estaba usted pensando?” El profesor responde diciendo: “Él no resolvió el problema como le enseñé”. Tú le dices: “Debió haberle pedido que resolviera el problema de nuevo!” El profesor dice: “Se lo dije muchas veces. Debió haberme escuchado la primera vez” Tú lo presionas “Y con eso, qué cree que aprendió?” y el profesor te responde “Bueno, puede tener la seguridad de que no cometerá ese error de nuevo!” Qué piensas acerca de este profesor? Es un buen profesor? No creo. Me pregunto si Dios piensa lo mismo de nosotros cuando usamos el castigo físico para “enseñar” una lección a sus niños, quienes han sido confiados a nosotros. El Santo Padre se refiere a la misión de los padres como educadores (Evangelio de la Vida). Si somos educadores, debemos usar las herramientas que usan los mejores educadores. Debemos primero usar las herramientas que enumera el Santo Padre, tales como: “Palabras y ejemplo, … cordial apertura, … diálogo, …” (Evangelio de la Vida). Esas son las herramientas de elección. El castigo físico curiosamente está ausente.
Jesús mismo nunca usó la violencia contra las personas. Cuando se puso furioso debido a los cambistas de monedas en el templo, volteó las mesas, y, haciendo un azote de cuerdas, echó fuera a las ovejas y bueyes, NO A LAS PERSONAS. Aun en este acontecimiento tan dramático de la ira de Jesús, no usa el azote de cuerdas con los transgresores, quienes son adultos completamente responsables y culpables. Existen aquellos padres que dicen “Si no castigo, la salvación de mis hijos puede estar en juego. El castigo físico es un acto de amor que los conducirá más cerca de Dios”. Sin embargo, en una ocasión cuando Pedro intentó usar la violencia como un acto de amor en favor de Dios (en el huerto de Getsemaní) –para “salvar” a Jesús- Él llamó a Pedro “Satanás”. Cristo no pudo haber dado una respuesta más definitiva a la violencia –incluso revestida del lenguaje del “amor”. Puedes decir que un castigo físico en el fondo es prácticamente lo mismo que una espada al aire. En un sentido no, pero en otro sentido, violencia es violencia, sin importar su grado, lo mismo que un pecado,
no importa si es venial o mortal, es una ofensa a Dios. Como siempre, Jesús dijo exactamente lo que quería dar a entender. No hay ocasión o excusa para que los cristianos usen la violencia en nombre de Dios.
2.
La escritura no apoya el castigo físico.
El antiguo testamento tiene dos referencias al castigo físico, que son el fundamento de quienes alegan su defensa bíblica. Estos pasajes son: Proverbios 23:13 y Sirácida (Eclesiástico) 30:1-3. (En algunas traducciones tales como la N.A.B., el pasaje del Eclesiástico se refiere a la disciplina y la educación). Sin embargo, aun el libro de los Proverbios, tomado exclusivamente en sí mismo, es cuestionable, particularmente cuando es visto como el fundamento de una estrategia de disciplina de un padre. Veo estas referencias como cuestionables porque los intérpretes contextuales de la biblia (estudiantes católicos, en oposición a los intérpretes literales), se preocupan acerca de si la expresión “vara” no es más bien usada en sentido metafórico, como la vara del pastor. Un pastor nunca golpearía a sus ovejas, ellas son demasiado preciosas y delicadas. También, la expresión “vara de violencia” pudo ser utilizada para producir alivio, como en la expresión “tu vara y tu cayado me sosiegan”. Las verdades de Dios no se contradicen. Un pastor usa su vara para guiar suavemente su rebaño, no para golpearlo. (Una nota sobre la cría de ovejas: es sabido que el
miedo producido por un ruido repentino solo puede inducir un shock en la oveja, que suprime su fertilidad. Un guardián de ovejas, cuyo trabajo es proteger el valor económico del rebaño, es consciente de la constitución sensible de las ovejas).
“Vara” es una expresión que también puede ser entendida como unidad de medida que figurativamente se refiere a la Torá (como nuestra expresión “escalas de justicia”. En otras palabras, podemos interpretar el proverbio de esta manera: “Instruye a tu hijo en la vara (la Torá) y no la embarrará”. En últimas, el antiguo testamento debe ser entendido a través del prisma del nuevo testamento (el cumplimiento pleno de la ley). Finalmente, los padres de la Iglesia, santos y prelados, desde San Hilario de Poitiers, San Cipriano, San Ambrosio, San Martín de Tours, San León, declararon consistentemente que las acciones severas del antiguo testamento fueron abrogadas (abolidas) por las suaves y apacibles leyes de Cristo. El nuevo testamento tiene una manera muy diferente de tratar a los pecadores, respecto de la manera como hizo el antiguo testamento. Por ejemplo, examinemos la parábola del Hijo pródigo: Un hijo hiere profundamente a su padre abandonando el camino correcto, por irse detrás de una vida de pecado y locura. El padre sabe esto. En respuesta, sale el padre en persecución del hijo para darle una paliza por su “acto abierto de
desobediencia”? No. El padre, siendo un hombre sabio, permite a su hijo experimentar las consecuencias lógicas de sus acciones, hasta que este termina tan atormentado por la tristeza y la culpa, que regresa corriendo hacia él.
El padre celebra luego una fiesta por el hijo pródigo, para celebrar la conducta inmoral del hijo? No. Para celebrar la victoria del Amor sobre el pecado. Nada de castigo. Entonces, es Dios un débil? No. Simplemente no añade ningún “daño” que Él pudiera hacernos, al daño que nos hemos causado con nuestras decisiones. El padre se concentra en una motivación más importante: construir una relación que sea tan fuerte, tan amorosa, que el hijo nunca deseará salir de su casa otra vez. A través de la sabiduría del nuevo mandamiento de Cristo (Juan 13:34), debemos aprender los métodos que nos permitirán manejar las transgresiones de nuestros hijos, de la misma manera como Dios se relaciona con nosotros. Hacer menos, es disminuir a los ojos de nuestros hijos el gran amor de Dios. Hacer menos, es vivir por fuera del papel del sirviente, en la parábola en la cual, siendo perdonado en sus deudas por el rey justo, aplica castigo a aquellos que le deben a él (Mateo 18:21-35).
Cuando Dios llega a nosotros con brazos de amor y perdón, pero amenazamos a nuestros hijos con castigo físico, estamos haciendo el papel del siervo ingrato. No será Dios fiel a su palabra “perdona nuestras ofensas como perdonamos a los que nos ofenden”? (Mateo 6:12).
3.
La Iglesia universal no apoya el castigo físico
La familia es la unidad más pequeña de la Iglesia. Es citada frecuentemente como la “iglesia doméstica”. Debe tomar su modelo de la Iglesia universal. Por Iglesia universal, no entiendo una o dos personas, aun si son muy conocidas o son muy influyentes y aseguran hablar a nombre de la Iglesia. En lugar de esto, me refiero, para ponerlo en una frase, a “La Verdadera Iglesia, toda la Iglesia, y nada más que la Iglesia”. Qué tiene que decir la Iglesia universal acerca del castigo físico? Para examinar apropiadamente esta cuestión, debemos recordar la venerable frase teológica “Lex orandi, lex credendi” (“Como la iglesia ora, la iglesia cree”). En otras palabras, si realmente deseas saber lo que la Iglesia, el Cuerpo Místico, extensión de Cristo en este mundo, tiene que decir acerca de algo, observa la forma en que ella ora, u observa la naturaleza de los sacramentos.
Cómo la Iglesia ora por, o trata con la conducta pecaminosa? Emplea el sacramento de la reconciliación. Cuando hacemos algo equivocado, acudimos a nuestra Madre, la Iglesia, en busca de perdón. Ella nos escucha, nos sostiene, nos perdona, y, finalmente, como penitencia por nuestro pecado, nos manda pasar tiempo en oración, aprender y disciplinarnos a los pies del Maestro.
Cuando era joven, solía pensar que la oración era un castigo espantoso y estúpido. Sería estúpido para mí, pero en lugar de eso, está destinada a ser sabia disciplina. Al pecar, he herido la relación que tengo con Dios. Por eso ahora, habiendo confesado mi pecado y habiendo sido perdonado, dedico algún tiempo en silencio con mi Padre celestial, quien me aconseja, me conforta y me sostiene en sus brazos. El Padre celestial me ha tratado con firmeza. Ha visto que estoy siendo disciplinado.
Él ha hecho esto permitiéndome experimentar la culpa (la amorosa convicción del Espíritu Santo), la ira de aquellos a quienes he herido y las otras consecuencias naturales de mis acciones. Eso es lo que quiere significar el Santo Padre cuando se refiere al temor filial, o al “temor de todo lo que es una ofensa contra Dios” y rechaza el miedo servil, o el temor de represalias físicas como medio de ganar almas para Dios (Cruzando el umbral de la esperanza, p.226).
Es arrogante y equivocado de nuestra parte ordenarnos nosotros mismos a ir más allá de lo que Dios ordena hacer a la Santa Madre Iglesia. En síntesis, su proceso disciplinario es como sigue: 1. 2. 3. 4. 5.
Se presenta una ofensa. Experimentamos una amorosa convicción por el Espíritu Santo (culpa) Podemos experimentar las consecuencias lógicas/naturales de nuestra conducta. Nos arrepentimos y recibimos el perdón de Dios a través de los sacerdotes ordenados. Dedicamos tiempo a reconstruir nuestra relación con Dios a través de la penitencia de oración.
Si la Iglesia no añade a nuestro sufrimiento un castigo físico, cómo podemos los padres, en cumplimiento de nuestra misión sacramental como “sacerdotes” en la iglesia doméstica, hacer eso a nuestros propios hijos? Ha habido épocas en la historia de la Iglesia, cuando la penitencia incluía castigo corporal de la forma más atroz. El triste legado de la Inquisición es testimonio de esto. Sin embargo, como la Iglesia creció en edad, sabiduría y gracia, abandonó tales prácticas por aquellas estrechamente más cercanas y modeladas según el ministerio y los mandamientos de Cristo. Los escolares católicos modernos reflejan esta convicción cuando dicen que su legado del castigo físico “… no refleja ni el espíritu ni los métodos de Cristo, quien dijo “Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón”, y que la Iglesia no debe “emplear fuerza física para coaccionar la mente del hombre …. Nuestros únicos instrumentos en el terreno de la consciencia, deben ser la razón, la gracia de Dios, la bondad humana y el amor”.
4.
El castigo físico revolotea en la cara de la buena ciencia
La Iglesia respeta a la buena ciencia, porque simplemente describe el orden natural creado por Dios. Negar la validez de la investigación científica y la verdad y relevancia de sus descubrimientos, es cerrar los ojos a parte de la revelación de Dios al hombre.
Esta validez de la ciencia se extiende completamente al estudio de la psicología humana. La Enciclopedia Católica la define como “la ciencia de la mente y la conducta … relacionada con la investigación del comportamiento y la experiencia a través de métodos de observación controlada , experimentación y medición”. El papel de los psicólogos católicos es practicar su profesión con los más altos parámetros científicos e interpretar sus hallazgos de una manera consistente con los principios de su fe. Las verdades naturales y sobrenaturales de Dios no pueden entrar en conflicto. Es predecible, entonces, que la psicología moderna y los dogmas de la fe católica estén completamente armonizados acerca del tema de la disciplina. Sin embargo, esta armonía no se ha explicado mucho con palabras. Como resultado de esto, muchos defensores del castigo físico rechazan de plano, incluso por el más elemental sentido común, los hallazgos de la psicología en el desarrollo pediátrico, las dinámicas del matrimonio y la familia, si dichos hallazgos no apoyan su posición. En cambio, quienes reconocen esta sabiduría son considerados aliados de las fuerzas modernas del mal, especialmente del feminismo secular y el humanismo anti-familia.
La Iglesia, a través del Santo Padre, tiene que decir lo siguiente: “Las instituciones de consejería de matrimonio y familia, en razón de su trabajo específico de orientación y prevención … ofrecen ayuda invaluable en el redescubrimiento del significado del amor y la vida, y en el apoyo a cada familia en su misión como “santuario de vida”” (Evangelio de la Vida). Dicho esto, la Iglesia también está validando la ciencia en la que se ha construido esta consejería.
Permíteme aclarar lo que la ciencia ha descubierto acerca del castigo físico: *. Estudio tras estudio, se ha encontrado que el castigo físico incrementa la falsedad, el incumplimiento, las conductas de oposición/desafío y la violencia en los niños. *. La investigación demuestra de manera consistente que el castigo físico crea y mantiene un “desafío deliberado” y otros problemas comportamentales inmanejables. (Así, la noción de que el “desafío deliberado” merece un castigo físico, es exactamente contraproducente).
*. Los niños que son castigados físicamente tienen en promedio más bajos puntajes de inteligencia y presentan un desempeño escolar más pobre. Esto no es porque sean menos inteligentes, sino porque son más resistentes a demostrar su inteligencia por miedo de estar “equivocados” y, en consecuencia, severamente juzgados. *. Los niños castigados físicamente muestran menos creatividad y están menos inclinados a tomar riesgos saludables y apropiados; sin embargo, hay mayor probabilidad de que tomen riesgos inapropiados. *. Los niños que son castigados físicamente muestran una habilidad disminuida para decir “no” en situaciones peligrosas o denigrantes (incluyendo el uso de drogas y situaciones sexuales), especialmente cuando son alentados por compañeros. *. Se ha establecido que el castigo físico incrementa significativamente la conducta violenta/matoneo (especialmente en chicos) y timidez (en chicas). *. Los niños que han sido castigados físicamente tienen altos índices de estreñimiento, depresión, abuso de sustancias, suicidio, ansiedad y fobias (miedos irracionales). *. Los estudios a largo plazo indican que las niñas que han sido castigadas físicamente muestran un mayor riesgo de terminar en matrimonios abusivos. Los niños castigados físicamente tienen más altas probabilidades de convertirse en esposos abusadores que el promedio. *. Los adultos que fueron castigados físicamente de pequeños tienden a ser menos felices en su matrimonio. *. Estos adultos tienden a rechazar la religión de sus padres. Todo lo anterior (y más) ha sido atribuido, no a los niveles abusivos de castigo corporal o a la violencia con los niños (es decir, casos extremos), sino, en lugar de eso, a un nivel comúnmente aceptado de castigo físico. Esos son los hallazgos científicos. Ignorar o no creer en estos hallazgos no los hace menos ciertos.
El hecho es que, cualquier profesional de la salud que recomendó castigo físico, sería tan sospechoso como el físico a quien se le pregunta acerca del peligro de los cigarrillos y conteste: “fúmeselos si los consigue”. Por supuesto, no todos los niños criados en un hogar donde se aplica castigo físico desarrollan los síntomas mencionados. Este hecho a menudo afianza la objeción común de “A mí me castigaron físicamente cuando era niño(a) y crecí normalmente”. Sea como fuere, hay también muchos niños que no desarrollaron cáncer a pesar de ser criados en hogares donde ambos padres fumaban, y muchos niños que no murieron en accidentes de tránsito a pesar de que sus padres bebían y conducían al tiempo, pero esto no significa que debemos recomendar tales prácticas como aceptables para la salud pública. En otras palabras, solo porque te sucedió el hecho de que pudiste esquivar una bala, no significa que la bala es buena para ti.
5.
El castigo físico es violencia
Webster define la violencia como “fuerza física usada para causar daño”. Habiendo establecido científicamente que el castigo físico causa daño (aunque en la mayoría de los casos, no perceptible inmediatamente), se desprende que el castigo físico es una forma de violencia. El Santo Padre, en su reciente encíclica el Evangelio de la Vida, condena la violencia en todas sus formas. Cita a Gaudium et spes, en donde se condena cualquier acción que “viole la integridad de la persona humana, tal como, …..intentos de coaccionar la voluntad”. Esto incumbe al objetivo específico de muchos padres católicos de “quebrar la voluntad” del niño.
De hecho, los intentos de “coaccionar la voluntad” están categorizados entre los “tormentos del cuerpo y de la mente” que forman parte de la cultura de violencia que rechaza la Iglesia. Ciertamente, el ser humano deberá ser encauzado, entrenado y disciplinado (ver “procreación” en el catecismo de la iglesia católica), pero el castigo físico implica mucho más que coaccionar y doblegar la voluntad humana. Lo que los padres deben apreciar, es que la misma voluntad que motiva a un niño de dos años a decir “no”, es la misma voluntad, la cual, adecuadamente formada, pero no quebrantada, dirá efectivamente “no” a las drogas, al sexo premarital, y a las otras tentaciones que se presentan a lo largo de la vida. Acerca de la cultura que debe existir en la familia que demuestra y vive el Evangelio de la Vida, el Santo Padre dice lo siguiente: “Es sobre todo en la crianza de los hijos, que la familia cumple su misión de proclamar el Evangelio de la vida. Por ejemplo, en la rutina diaria de las decisiones y relaciones, y a través de acciones y signos concretos, los padres llevan a sus hijos a la auténtica libertad, en el don sincero de sí, y cultivan en ellos un respeto por los demás, un sentido de justicia, cordial apertura, diálogo, servicio generoso, solidaridad y otros valores que ayudan a las personas a vivir la vida como un regalo” (El Evangelio de la vida).
La evidencia es convincente en cuanto que el castigo físico no inculca en nuestros hijos, ni los conduce, hacia ninguna de esas cualidades. De hecho, tiende a cultivar engaño, violencia, miedo y un rechazo a la autoridad de los padres y a la religión como si ellas fueran arbitrarias e injustas. Por último, la Iglesia nos dice que no debemos recurrir a la violencia. Las consecuencias para los transgresores deben estar “en conformidad con la dignidad de la persona humana” (Catecismo de la Iglesia Católica).
La Iglesia sostiene tan vigorosamente esto, que protege incluso a los apóstatas y herejes contra la pérdida de las libertades humanas básicas. “La religión, siendo un asunto de libre albedrío, no puede forzar a nadie”, escribió Lactanius. Siglos después, la regla de San Bernardo “Fides suadenda, non omponenda” (la fe por persuasión, no por violencia) refleja esta convicción. Para los impenitentes, su castigo eterno sería suficiente. El castigo físico no pasa la prueba de la regla de San Bernardo. La violencia que está en la base del castigo físico, lo hace inherentemente ofensivo a la dignidad de la persona humana.
6.
El castigo físico como pecado u ocasión de pecado.
La mayoría de los padres que emplean el castigo físico desconocen que éste causa daño generalizado y profundo a quien lo recibe. Como resultado de ello, no manifiestan la intención dolosa requerida para cometer un acto pecaminoso. Sin embargo, como católicos, estamos llamados a usar una “consciencia informada” al tomar decisiones sobre nuestros actos. Tenemos disponibles, la doctrina, la tradición, las enseñanzas y los consejos para mejorar y modificar nuestra habilidad de tomar decisiones de acuerdo con nuestra fe. Debemos hacer lo que podamos para entender lo que se espera de nosotros. (Esto corresponde a la sentencia de la autoridad civil “la ignorancia de la ley no es excusa”). Por ejemplo, la posición de la Iglesia sobre el control natal es muy clara y muy fácil de determinar.
Mientras es concebible que los católicos de buena fe no son conscientes de esta enseñanza, una simple solicitud de orientación en la parroquia podría iluminarlos. Es de incumbencia de todos los católicos de buena fe procurar recurrir a estas instancias.
La posición de la Iglesia sobre el castigo corporal no es tan obvia o inmediata. Sin embargo, esto no debe disuadir a los padres católicos de evaluar sus acciones a la luz de las enseñanzas de la Iglesia y hacerlas concordar con ellas. En el caso del castigo corporal, el cuerpo completo de la escritura, la tradición y las enseñanzas papales contemporáneas, es mandatorio. El castigo corporal, independientemente de la intención o aplicación, está equivocado y es contraproducente. Como tal, el debate entre los defensores de los castigos corporales sobre cómo y cuándo usarlo es irrelevante. (Algunos sostienen fervientemente que tiene que aplicarse en el momento en que el padre es provocado por la mala conducta, mientras que otros son igualmente firmes en que el castigo debe ser reservado y aplicado desapasionadamente. Ambas partes consideran recíprocamente que son inadecuadas.). Sin embargo, un punto de acuerdo de ambas es instructivo. La mayoría de los padres que emplean el castigo físico admite haber golpeado a sus hijos “injustamente” (es decir, debido a una culpa propia, no del niño). Este error sin duda es uno de los que han cometido todos los padres, sin importar si lo han admitido o no, y la mayoría acepta que es pecaminoso. Si castigar físicamente de manera injusta es pecaminoso, entonces el riesgo de pecar al castigar físicamente es, desde todo punto de vista, inaceptablemente alto. Como católicos, estamos obligados no solamente a evitar el pecado, sino a evitar la ocasión de pecado, y suplicar al Señor “no nos dejes caer en tentación”. Especialmente, debemos evitar la tentación de herir a los más pequeños de sus hijos.
7.
La justicia de Dios está ligada a su amor Los padres que usan castigo físico a menudo lo defienden diciendo “Dios es Dios de justicia”. Cierto, pero su justicia está ligada a su amor. Si no fuera así, podríamos, cada uno de nosotros, a la luz de nuestras tendencias pecaminosas, justificar nuestra existencia y justificar el precioso regalo de la pasión, muerte y resurrección de Jesús? Como dice la escritura “Si llevas cuentas de nuestros delitos, quién podrá resistir?” Y también la liturgia ”O felix culpa, quae talum ac tantum meruit habere Redemptorem” (“Oh felíz culpa, que ganó para nosotros tan grande Redentor”). La escritura nos dice que el más grande de todos los dones espirituales (de los cuales la justicia es uno) es el amor.
El amor es definido de la siguiente manera:
“El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.” (1 Cor. 13:4-7). El Santo Padre dice: “Ante todo, es el amor el que juzga. Dios, que es amor, juzga a través del amor” (Cruzando el umbral de la esperanza, pp.187). Debemos temer, continúa el Papa, ofender este amor puro mediante el pecado. “La auténtica y completa expresión de este temor es Cristo mismo. Él quiere que nos apartemos de todo lo que es una ofensa a Dios”. De nuevo, Cristo es el modelo de conducta del amor que se nos manda imitar (mandatum): manso, humilde, siempre paciente, pero firme. El Santo Padre dice: “Este amor, según las palabras de San Juan, echa fuera todo temor (1 Juan 4:18). Cada signo de temor servil se desvanece ante el impresionante poder del Todopoderoso, del Omnipresente” (Cruzando el umbral de la esperanza, pp.226). En la administración de la justicia en nuestros hogares, no tenemos dominio absoluto sobre nuestros hijos (aunque lo que hacemos puede temporalmente parecer así), pero, como dice el Santo Padre “El señorío del hombre no es absoluto, es ministerial: es un reflejo real del señorío de Dios, único e infinito. Por lo tanto, el hombre debe ejercerlo con sabiduría y amor, participando de la sabiduría y el amor de Dios” (El Evangelio de la Vida).
Como cristianos, no estamos llamados tanto a ser administradores de Su justicia (“No juzguen, para que no sean juzgados”), sino que estamos llamados a encarnar Su amor, perfeccionado en la humanidad y para la humanidad, por Jesús. “Ámense unos a otros como yo los he amado”. San Francisco de Sales nos instruye en este amor cuando dice “Todas las cosas necesitan ser hechas por amor, no por la fuerza”.
8.
El castigo físico no respeta el don de la voluntad
La Iglesia, la escritura y la buena ciencia, nos enseñan que la voluntad es una parte buena y esencial de nuestra humanidad. Nosotros, los católicos, tenemos lo que puede parecer una actitud esperanzadoramente optimista y respetuosa hacia la voluntad humana. La escritura nos dice que, desde nuestra creación, la voluntad nos ha sido dada como un regalo de Dios. El Santo Padre y la Iglesia han respaldado la bondad de la voluntad humana. La ciencia ha descrito la voluntad como esencial para la supervivencia y continuidad de la especie humana. Como católicos, tenemos una posición única en el apoyo y defensa de la dignidad de la persona humana, y la voluntad forma parte de la definición integral de la condición humana.
Somos responsables de vivir y educar a nuestros hijos para vivir de una manera que respete la voluntad (y su papel prominente en el proceso de vivir correctamente). Hacer menos, dejarnos influir por una perspectiva no católica y por tendencias que nos inducen a “criar” de una manera que es degradante o perjudicial para la voluntad, es negar esta única perspectiva hacia nuestra humanidad. Quizás más que a muchos de nuestros hermanos cristianos separados, se nos ha dado la gracia de respetar el regalo que es la voluntad. Estamos llamados a usar esta gracia para vivir esta dignidad en la vida diaria de la iglesia doméstica.
9.
El castigo físico entra en conflicto con la enseñanza de la Iglesia sobre el “Uso de razón”
El castigo físico se usa más a menudo con niños menores de siete años, que es la edad del uso de razón definida por la Iglesia. La mayoría de defensores del castigo físico admiten que éste tiende a perder efectividad después de dicha edad. El problema en este sentido es doble para para los partidarios del castigo físico. En primer lugar, la Iglesia utiliza el tiempo antes de recibir el sacramento de la Reconciliación, como un tiempo de educación. Del mismo modo, durante este período, un niño gradualmente aprende e incrementa su lenguaje y habilidades motoras, y así también aprende los fundamentos acerca de lo correcto y lo incorrecto y el uso de la voluntad para elegir el bien. En segundo lugar, la Iglesia no afirma la culpabilidad de pecado del niño. Esto significa que un niño no puede pecar hasta que puede comprender plenamente el significado de sus acciones. En la sabiduría de la Iglesia, esto requiere “conocimiento pleno y participación en un acto de pecado”. Cualquier forma de castigo que se use para debilitar la voluntad, o funcione para subordinarla a la voluntad de otro, y que sostiene la culpabilidad del niño antes de la edad de uso de razón, está en conflicto con la naturaleza del niño dada por Dios y con la enseñanza de la Iglesia. El castigo físico es destructivo del proceso educativo necesario y castiga a aquellos que son inocentes.
10. Santos católicos con vocación al cuidado de niños, opuestos al castigo físico Aquellos católicos cuyas vidas estuvieron dirigidas por una vocación relacionada con el cuidado de niños, y quienes recibieron gracias para realizar esas vocaciones, categóricamente se opusieron al castigo físico. San Juan Bosco, Santa Elizabeth Seton, Padre Flanagan y María Montessori, son ejemplos prominentes de católicos cuyo amor y sabiduría ayudó a pastorear a miles de niños en el camino hacia Dios. Ellos vieron el castigo físico como la antítesis de su misión. Es verdad que hay santos católicos que prescribieron una mortificación ritual para sí mismos y sus seguidores. Sin embargo, esos ejemplos se refieren a la autodisciplina y una espiritualidad adulta. San Francisco se lanzó desnudo a un zarzal para “crucificar su carne” debido a fuertes tentaciones de impureza. Me atrevo a decir que él condenaría tal trato a un animal, mucho menos a un niño. Hay otros que hablan de paso acerca del castigo físico. Son generalmente instancias que reflejan la psicología disciplinaria de las diferentes épocas y no conducen a la demostración o confirmación de una metodología sistemática de crianza diseñada para reflejar las más amplias y completas enseñanzas, objetivos y promesas de nuestra fe. Esta era la vocación de aquellos buenos católicos que mencioné anteriormente.
Conclusión Bueno, ahí las tienes: diez razones por las cuales, como católico, leal al Magisterio de la Iglesia, consejero familiar y padre de familia, creo que el castigo físico y el catolicismo no se mezclan. Te pido que consideres esas razones con apertura a la plenitud de la vida, como ve y enseña la Iglesia, y con un deseo real de buscar la verdad. Renunciar al castigo físico es una “conversión”. Es comenzar la difícil jornada que consiste en “poner vino nuevo en odres nuevos”. No estarás solo(a). La sabiduría, la gracia y el amor de la Santísima Trinidad te guiarán. Si empleas el castigo físico y decides continuar empleándolo, debes preparar una defensa ante este pronunciamiento de amor de Cristo: “Lo que hagas al más pequeño de estos pequeños, lo haces conmigo”.
Acerca del autor Gregory K. Popcak es el director clínico de Soluciones Profesionales, empresa dedicada a la práctica de consejería en Weirton, Virginia Occidental. Recibió sus grados de licenciatura en Teología y Psicología de la Universidad Franciscana de Steubenville, y su maestría en Trabajo Social de la Universidad de Pittsburgh, donde se especializó en modelos breves de tratamiento de terapia familiar. El Dr. Popcak es miembro de varias organizaciones profesionales y es el autor principal de un capítulo sobre terapia familiar en el Libro de Casos de Psicoterapias Breves. Se ha desempeñado como consultor en salud mental para medios de comunicación locales y ha publicado varios artículos para el público en general sobre problemas de salud mental, personal y familiar. Es miembro activo, así como director musical asociado, de la Parroquia de Santa Inés, y reside con su esposa Lisa y sus dos hijos, en Steubenville, Ohio.
Recursos católicos sobre crianza de niños, disciplina y castigo físico (en inglés) Vale la pena leer los artículos de Herbert Ratner, MD, médico de salud pública, ex Consultor para el Instituto Pontificio de la Familia y editor de El Niño y la Familia (Edición trimestral. Números atrasados están disponibles en El Niño y la Familia, PO Box 508, Oak Park, IL 60303). También fue asesor de la Liga de la Leche, en el momento de su formación. María Montessori fue pionera en estudios del desarrollo del niño. Sus ideas fundamentales sobre el genio y la individualidad de los niños permanecen frescos hoy, y constituyen un importante enfoque, justo y eficaz para la crianza de los hijos. Busque sus libros, que incluyen La Mente Absorbente; El Niño en la Iglesia; El niño en la familia; El descubrimiento del Niño; La Misa explicada a los niños; La Madre y el Niño; El secreto de la infancia.
Notas del traductor Este excelente artículo del Dr. Popcak se refiere específicamente al castigo físico, a la aplicación de la violencia como método educativo y NO se refiere a ciertas situaciones en las cuales es necesario y conveniente asumir actitudes firmes frente a los hijos. Firmeza NUNCA es sinónimo de violencia ni castigo físico.
Recordemos que en Dios armonizan el amor, la misericordia y la justicia. Esta última es moderada por las dos primeras, pero nunca es suprimida. Por tanto, considerar que Dios es amor y solo amor, desconociendo o subestimando su atributo de justicia, es desconocer la perfección de su amor.
En cuanto a la disciplina en la crianza de los hijos, esto significa que, junto con el amor, la misericordia, la comprensión, el diálogo y todo lo que supone un manejo equilibrado y armónico en el ejercicio de la autoridad, poder, educación y crianza de los hijos, también se requiere obrar con firmeza en ciertas ocasiones. Los hijos necesitan aprender sobre el bien y el mal para poder escoger de manera consistente lo bueno, y ello implica la aplicación, en su momento, de estrategias firmes para afianzar ciertos aprendizajes en ellos.
No desconozcamos, ni subestimemos la posibilidad de ser firmes con nuestros hijos, dentro de nuestro método de enseñar y ejercer disciplina. Esto forma parte natural, normal, de los procesos educativos. Encontramos pautas, reglas, permisos y prohibiciones en muchos lugares, por ejemplo en los cruces semaforizados, los establecimientos bancarios, los recintos públicos, las normas internas en el ámbito laboral/industrial, el código civil, el código penal, las disposiciones tributarias, la legislación en cada nación, etc. Incluso en los mismos juegos electrónicos y en los deportes, se crean reglas que aceptamos y cumplimos. El SÍ y el NO se alternan dinámicamente, para ayudar a los hijos a discernir lo que están llamados a escoger. En la Biblia encontramos numerosos ejemplos de esto: Jesús ordena a sus discípulos sacudir el polvo de sus pies en aquellos lugares, casa o ciudad, que no los recibiera ni escuchara sus palabras (Mt. 10:14). Se menciona en las escrituras, que Pablo y Timoteo atravesaron Frigia y la región de Galacia porque el Espíritu Santo les prohibió predicar la palabra en Asia (Hch. 16:6). Jesús reprendió a Santiago y Juan cuando quisieron enviar fuego del cielo para consumir una aldea samaritana que no los quiso recibir (Lc. 9:55). Por supuesto, les prohibió cumplir este cometido! En Nazaret, Jesús no hizo muchos milagros, debido a la incredulidad que allí había (Mateo 13:58). Se enfadó con los discípulos y les prohibió que impidieran a los niños acercarse a Él para imponerles las manos (Marcos 10, 13:16). Como vemos, las actitudes firmes asumidas dentro de los contextos adecuados y expresadas de manera pedagógica, forman parte del amor con el cual se siguen procesos educativos en niños y adultos.