DECONCURSOCUENTOS “Contámelo Vos” Tema: Una LLamada Montevideo Biblioteca Central de Educación Secundaria “Dr. Prof. Carlos Real de Azúa” DGES Agosto, 2022
©2022 Editado por Biblioteca Central de Educación Secundaria “Dr. Prof. Carlos Real de Azúa” Eduardo Acevedo 1427 11200 Montevideo Tel. ©Autores:bibliotecacentralsecundaria@gmail.comwww.bibliotecacentralse24083051cundaria.edu.uyIvánAlexisPriggioneColina©Gabriel García Berriel © Camila Pereira Bastarrica Diseño de Portada e Ilustración: Lic. Sabina Fernández El copyright estimula la creatividad, defiende la diversidad en el ámbito de las ideas y el conocimiento, promueve la libre expresión y favorece una cultura viva. Respetar las leyes del copyright es no reproducir, escanear ni distribuir ninguna parte de esta obra por ningún medio sin permiso. Todo los derechos reservados. Entrega de premios viernes 19 de agosto del 2022
CONTENIDO Páginas PRESENTACIÓN………………………………………….……………..6 PRIMER PREMIO “La llamada” de Iván Alexis Priggione Colina 8 PRIMERA MENCIÓN “El contagio” de Gabriel García Berriel………………………………….13 SEGUNDA MENCIÓN “Un beso” de Camila Pereira Bastarrica 18 ÍNDICE ONOMÁSTICO………………………………………………...20
PRESENTACIÓN
Presentación En el marco de la conmemoración del “Día Nacional del Libro” 2022, Biblioteca Central de Educación Secundaria “Dr. Prof. Carlos Real de Azúa” realizó una nueva edición del concurso de cuentos “Contámelo vos”.
En esta oportunidad, el tema propuesto disparador fue “Una llamada” y la propuesta estuvo destinada a todos los estudiantes de Bachillerato del país. Como producto de este concurso tenemos el agrado de presentar esta publicación digital, con los tres cuentos premiados. Agradecemos a los jóvenes participantes y los invitamos a continuar escribiendo y experimentando las diferentes formas de creatividad, en las que les deseamos los mayores logros. Asimismo, hacemos llegar nuestro más sentido agradecimiento a los tres docentes que integraron el Jurado que, desinteresadamente, hicieron posible llevar a buen término esta propuesta: profesoras Rosana Muñiz, Rosario Ferrari y Cecilia Gastambide. A los compañeros de Biblioteca Central que hicieron su mayor esfuerzo para concretar esta iniciativa, expreso mi más afectuoso reconocimiento y enhorabuena: ¡valió la pena! Solo resta invitar a los lectores a disfrutar de los cuentos de estos nóveles escritores.
Lic. Marianela Falero Encargada de Dirección de Biblioteca Central de Educación Secundaria 6
PRIMER
PREMIO
PRIMER PREMIO “La llamada” de Iván Alexis Priggione Colina La Llamada. Todo comienza con una llamada telefónica, ¿No crees?
Dieciocho de diciembre a las cuatro de la madrugada. Padezco de insomnio, y cuando me ataca, bebo una taza de té caliente, eso me relaja, ayuda más de lo que parece. Indagaba en los mares del internet, buscando entretenimiento, con bastante hastío, aunque en ese momento, fue cuando mi móvil vibró, me estaba entrando una llamada. Mientras me preguntaba quién podría ser, miré el número, oculto. Con indecisión, y no muy convencido; contesté el teléfono. Nada se oía, sólo un profundo, y pingüe silencio. ¿Diga? Pronunciaron mis labios, de una forma tenue, temblorosa, casi que nerviosa. Sin embargo, no hubo respuesta del otro lado. Me estaba empezando a preocupar. Enfadado, y harto de estas bromas, hablé una vez más. Ja, ja reí con pausas, dando un tono ligeramente sarcástico, y algo burlón. Súper gracioso. Deberías trabajar más en tu línea de comedia, pues no es graciosa en absoluto. Dí un suspiro, agotado, y colgué el teléfono. Bajé las escaleras, una vez en la cocina, coloqué una tetera al Observéfuego.
de gracia o alegría resonó en las cuatro paredes de aquella cuadrada habitación, no te preocupes, fue mía. Me senté sobre el sofá de la sala de estar, mi té en mano, y el celular en la otra, observaba la página principal de Instagram, debo admitir que ciertas sonrisas se me formaron cuando me topaba con algunas fotografías. Pestañeé, y eran la una de la tarde, mi té estaba helado y mi móvil tenía cinco por ciento de batería, debí quedarme dormido sin darme cuenta.
Como todos los sábados solía ir a la biblioteca pública, ese día no sería excepción. Media hora estaba saliendo de casa, cabe aclarar que tomé una ducha y me cambié de ropas, ya hacía falta. Paseándome por los pasillos de aquel paraíso, vibró nuevamente mi aparato de comunicación de banda ancha, de nuevo; número oculto. Me negaba a repetir lo de anoche, así que opté por guardarlo en mi bolsillo. Tomé un libro que llamaba mi atención, un manuscrito de la antigua Grecia, y mientras comenzaba a leer, continué caminando. 8
O al menos, así comenzó mi historia. Déjame advertirte, antes que nada; las personas mienten, regla número uno, nunca, jamás, bajo ninguna circunstancia, confíes. ¿De acuerdo? Muy bien, volvamos a donde todo comenzó.
el reloj en la pared, marcaba las cuatro veintisiete de la madrugada. Exhalación con desánimo fue lo que huyó de mis labios. Si hoy fuese lunes; en quince minutos debería estar levantándome y alistándome para el instituto, pero no, en su lugar hiervo agua para desayunar té con Unagalletas.risillacarente
Rato luego de pesquisar bastante, encontré un lugar donde tomar asiento para gozar de mi lectura de fin de semana. Sentía que el cuello me ardía, y un calor inmenso invadió mi cuerpo de forma completa. Esa sensación solo sucedía cuando hablaba en público, y alguien me miraba. Aparté levemente mis ojos de aquellas hojas color moca, y observé a mi alrededor. Luego de indagar con detalle, noté que estaba en lo cierto, tras una góndola con libros, había un par de ojos mirando en mi dirección, mi sexto sentido aún funcionaba. Unos ojos cafés a simple vista, pero con toques verdes si los mirabas con detenimiento. Quise acercarme, preguntar por qué la mirada constante, pero mi introversión me lo impedía. Aunque esta no me impedía coquetear, o al menos algo así. Uno de mis ojos se cerró suavemente por un tiempo breve, al tiempo que una de mis comisuras se alzaba, había generado un guiño y una sonrisa ladina. Lentamente devolví mi atención a las páginas que yacían en mi regazo, las cuáles se elevaron muy levemente al sostenerlo. La sonrisa había disminuido notoriamente, mi semblante ahora marcaba seriedad, firmeza, e incluso, algo de disgusto, a pesar de tener una sonrisa baja, prácticamente invisible.
Mi celular nuevamente entró en escena, vibrante, ya molesto de esta situación; susurré Apuesto tres monedas de plata a que es El Número Oculto Aposté contra mí mismo, al ver la pantalla, gané mi propia apuesta, Número Oculto. Por más que quisiese, no podía contestar, debía mantener silencio o me harían el típico «Shh» bibliotecario de las películas, y posteriormente me vetarían de por vida. Alejé mi teléfono de mis pensamientos, ignorándolo a partir de ahora, y pedí un café en la cafetería del lugar. Si, es una biblioteca con cafetería, no es tan extraño como parece. Con mi café ya listo; volví a donde estaba, pero había algo distinto, algo había cambiado; El asiento frontal estaba ocupado. Un chico de cabellos rizados y de color rojizo natural, rapado a los lados, con gafas y ojos marrones verdosos estaba sentado allí, mantenía una sonrisa leve, pero neutra, como si esa fuese su expresión habitual, en su mano izquierda, un libro de título «Cuando los susurros callan» descansaba allí. Tenía una actitud serena, con calma, en sus ojos verías pureza, el aire se sentía de modo que la maldad y corrupción de este mundo simplemente se esfumara. Él era un ángel caído del mismísimo cielo, moldeado por Dios en Queríapersona.hablarle, decir algo, pero mi introversión no me dejaba. Él quitó la atención que sus bellos ojos prestaban al libro, y la posó sobre mí. Sonrió ladino, y guiñó con suavidad, acto seguido continuó leyendo. Sin dudas era él, quien estaba acosándome con la mirada desde detrás de un estante, imitó la coquetería con que le guiñe, inclusive. Entonces..eres tú. Me animé a decir, aunque con algo de timidez, suplicaba internamente por haber tenido voz suficientemente audible.
Pues sí, me sorprende que te sonrojases siendo que tú has sido el primero en coquetear. Espetó sin quitar los ojos de en lo que su mano descansaba, una risita escapó de sus bellos labios, los cuales obtenían tonos sandía pálido.
¿Te gustaría salir algún día? Ya sabes, hablar, conocernos, de paso me cuentas del libro en tu mano Comenté. -9-
Ambos continuamos callados, y cuando menos lo esperé, nuevamente el móvil entró en acción. Con fastidio, dejé el libro sobre la mesa y salí hacia el balcón para atender a este desconocido, que no revelaba su información telefónica.
¡¿Quién Rayos- Susurré a la par que observaba la nota, era una nota de un completo desconocido, ¿iba a ir? No tenía opción, al dorso decía; Si las llamadas deseas detener, más te vale aparecer. ¿Acaso el rizado era el causante de las llamadas? No tendría respuestas si no iba a la fuente de las Depreguntas.acuerdo, ya es el día, estoy en la fecha y lugar, son cuatro treinta y dos, quedaban unos segundos. Tengo una mochila con varios cuchillos, tenedores y un machete, sólo por si acaso. Cuando mi reloj dio y treinta y tres, esperé unos segundos, inhalé hondo y golpeé la puerta suavemente. Al abrir la puerta, nadie estaba detrás, se oyó la voz distorsionada por computadora de alguien, diciendo «Pase.», obediente a lo desconocido, me adentré en el oscuro y penumbroso hall de la casa. un camino de luces led se iluminó de una en una, formando un camino y la dirección que debía seguir. Al llegar al final había una puerta, pero cuando quise girar el pestillo, una escotilla se abrió bajo mi cuerpo, causando mi caída a un sótano, el cual estaba vacío. El ducto por el que llegué se cerró, había una ventana que daba a la calle, mi metro ochenta y cuatro de altura parecía insuficiente para alcanzarla. Pero para mi sorpresa, logré ver a través de esta, pude ver el patio trasero, bastante sombrío me atrevería a decir. Horas pasaron, mi machete era inservible ante la ventana, no podía romperla, y aunque pudiese; no podría pasar por ella, estaba alto, a la altura de mi cabeza, y nunca fui bueno escalando paredes lisas, mucho menos de hierro. Observando los detalles de las paredes, pude notar que una de estas estaba de una forma extraña, como si no estuviera unida del todo, como si hubiese algo detrás, o esa pared se moviese. Y como si fuese arte de magia, la pared se movió, se acercaba muy lentamente hacia mí, la habitación se cerraba. Debí haber oído a mi subconsciente cuando me auto recomendé ir al psicólogo por la claustrofobia. 10
Era una bella casa a cuatro manzanas de la biblioteca, se veía como la casa del Sr. Fredricksen de la película «Up». Además de las coordenadas, había una fecha, y un comentario; «Diciembre veintidós, cuatro treinta y tres pm. No llegues tarde ;) <3»
Sorprendentemente, nadie respondió. Una exhalación furiosa huyó de mi interior, colgué y volví a entrar, pero lo que para mí fue sorpresa, para otros una obviedad; no había rastros del rizado.
Pude sentir mis pómulos arder ante mi pregunta, estaba sonrojado, aunque ahora me arrepentía de haber hablado. Por supuesto Me respondió. Yo no soy de los que se sonrojan fácil, no me gusta que tenga ese control sobre mí. Además, por si no fuese poco, me quedé sin palabras, detesto eso.
— Hable ahora, o calle para siempre. — Declaré con exaspero.
Tomé asiento y abrí mi libro, un post it estaba pegado en la página donde me había quedado antes de obtener la llamada. En aquel papelillo había un número, parecía una coordenada, solo por confirmación; abrí Google Maps e introduje los números.
mis pómulos quedaron cubiertos de lágrimas y sudor, hacía demasiado calor, una habitación cerrada, hecha de lo que parecía ser un metal, era algo obvio que calor se generaría, y más con el motor activo tras la pared, la cual no tardaría en volverse fabricante de tortillas. Un segundo, pausa, ¿Recuerdas al inicio? ¿Cuándo le dije que nunca, jamás, bajo ninguna circunstancia confíe en alguien? Me decepcionas. ¿Toda esta historia? Fue una prueba, para lograr conocer su atención a los detalles, ignoraste la regla número uno, Cometiste tu primer error; confiaste en el autor, quien te ha dicho que no confiases en nadie, sin embargo, lo has hecho. Por le diría; no lo vuelva a hacer, o de lo contrario; le traerá la perdición. Zachary
Me quejé en un susurro, maldiciendo en griego. Al ritmo de movimiento de la pared, en cuestión de una media hora; sería una tortilla lista para rellenar y luego hacer un wrap. No tenía salida, y la persona que me trajo aquí parecía uno de los súbditos de Saw o algo similar, sádico sin duda. Habían pasado quince minutos, y ya faltaba poco para mi ejecución, estaba a punto de tener un ataque de pánico. Comencé a golpear el vidrio con el machete, sin duda un arma no diseñada para romper cristales, pero, ¡Hey! Me estaba esforzando. Golpe tras golpe, el cristal no tenía ni un rasguño, o bueno, estaba rayado. La pared continuaba acercándose, más y más, me quedarían no más de cinco
recomendación
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Deminutos.ladesesperación;
PRIMERA MENCIÓN
los dos escuchamos; en cuanto Mariana puso la llave en el pestillo y yo tire la bolsa de los mandados al piso. Como un verdadero tarado. Y así fue, con ese primer y alarmante llamado que venía de la casa que estaba justo al lado, como ambos cruzamos la puerta y nos encerramos inmediatamente en la nuestra. Con la bolsa de fruta (las cuales Mariana me había exigido lavar aunque simplemente hubieran caído al pasto) mientras ella acomodaba en la heladera lo demás que habíamos comprado, y yo lavaba las naranjas, manzanas y bananas mientras no podía parar de pensar en lo que me hizo tirar la bolsa en primer lugar; y lo que nos hizo entrar (mejor dicho refugiar “nos”) temerosos en nuestro hogar. Un grito de auxilio venido de la voz de una chica que no hacía ni siquiera una semana se nos había presentado como Laura: una estudiante de no más de veinte años que se había venido del interior del país, sola, para ingresar en una facultad (la cual no recuerdo propiamente el nombre pero que sí sé, era de veterinaria) y de la que nosotros, parece ser, fuimos primeros interlocutores en el barrio. En una especie de comité de bienvenida que yo quise iniciar y que por supuesto Mariana no me dejo terminar (y probablemente tampoco empezar, aunque estas cosas jamás se pueden aseverar) ya que, si había algo que no le gustaba en particular, eran los estudiantes que se muestran generosos ante el prójimo, pues según ella aseguraba le generaba “desconfianza”. Luego de ordenar la cocina y de cerrar las cortinas según el criterio Marianiano de orden (o el criterio Marianiano en sí: que ella podía aplicar y yo podría sintetizar en retrospectiva cómo un “Todo por todo y para todo”) Fue que empezamos a intentar ignorar lo que había ocurrido. Ella, tejiendo un buzo en el living frente a la cada vez más exigua estufa a leña, y yo leyendo “El idiota” de Dostoievski mientras escuchaba música en mis auriculares (creo recordar, escuchaba “Unicornio” de Silvio Rodríguez, aunque tampoco podría asegurar si eran solamente la canción o el disco) pero sin poder concentrarme, ni en el libro, ni en la canción. Extrañamente esto último, pues la música se supone que simplemente entra por los oídos (otra máxima Marianiana), pero lo que no podía parar de pensar y repensar, eran sinónimos para ese grito: Grito de auxilio, grito de socorro, grito en busca de amparo quizás, no recordaba más sinónimos. Solo sé que hubo un momento preciso, donde no pude soportar más ni la música (empiezo por esto ya que recuerdo haberme sacado los auriculares, casi tirándolos al sillón) ni el libro, el cual en una inexplicable diferencia dejé, de forma cuidadosa junto a los agredidos auriculares ni bien me levanté.
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PRIMERA MENCIÓN
“El contagio” de Gabriel García Berriel “El contagio” “El bien solo podrá prevalecer, cuando el mal se deje de practicar como un oportunismo”. Conde de Lautreamont “…El Horror… ¡El Horror!...” Señor Kurtz Fue¡Ayuda!loque
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¿Qué te pasa? Me preguntó Mariana, ¿Qué carajo habrá sido ese grito? Le dije yo, a lo que ella me miró de arriba abajo sin perder los puntos. Te preocupas demasiado, y tampoco es asunto nuestro. Sí, sí, jamás es asunto nuestro. Continúo tejiendo sin mirar. Bueno, ¿Tenes algo para decir? En ese momento, como en multitud de otras ocasiones, recuerdo que se me vino un catálogo de cosas para decir en mi cabeza. Pero, como siempre, di un paso hacia atrás. Luego volvimos a escuchar: E-¡Ayuda!xactamente, el mismo grito feroz, pero que esta vez hizo que Mariana soltara el tejido. Sin embargo, luego de un mutuo empalidecimiento facial que descubrimos en el otro, con un fugaz intercambio de miradas, volvió a tomarlo cuando yo estaba a punto de decir algo al respecto; como dándome a entender que continuáramos actuando como si nada estuviera ocurriendo. Y ella quizás lo logró, al menos por momentos, mientras que yo por supuesto no pude dejar de observar a través del humo, la casa de dónde venían los gritos: Recuerdo haberle dado una pitada tan larga al pucho mientras miraba, que empecé a toser como un condenado. Una tos terrible que también intenté silenciar, pues si hay algo que tampoco le gusta a Mariana (y a nadie creo yo) hasta el día de hoy, es mi tos de tuberculoso. Ya en un punto enfermizo, o que por lo menos comenzaba a serlo incluso para ambos, Mariana y yo, de forma simultánea, continuamos ignorando lo que estaba sucediendo, y continuamos bajo nuestras respectivas máscaras; las cuáles, en el caso de Mariana continuaba siendo terminar aquel condenado buzo, y la mía, la cuál era seguir leyendo. Aunque mi idea inicial era leer mientras fumaba, pero en aquella época, por episodios de tos como el recién narrado le había empezado a ver (o mejor dicho, había decidido empezar a verle) el sentido nulo al tabaco. El nulo sentido que tuvo desde el primer cigarrillo para mí, ya que jamás, y en aquel tiempo probablemente llevaba ya unos doce años de fumador (activo y pasivo, sobre todo pasivo en una primera instancia) pero fumador de rutina, fumador de gesto, fumador incluso de pinta, un imbécil redomado, un imbécil que ya no tenía tan siquiera la compañía de otros imbéciles humeantes.
Volvimos¡Ayuda! a escuchar. Cuando ya estábamos acostados y yo estaba pensando en proponerle a Mariana hacer el amor. No aguanto más, le solté, sin poder evitar pensar que el enunciado se hubiera podido confundir fácilmente con la propuesta que inmediatamente silencié y escondí en los lóbulos de mi cerebro. Eran alrededor de las cinco de la madrugada y recuerdo que hasta ella se había olvidado de cenar. Yo tampoco, me contestó Mariana tomando las frazadas con una mano, y encendiendo la lámpara de la mesita de luz con la otra. Recuerdo acariciar las manos de Mariana, y luego levantarme casi de un salto de la cama para finalmente llamar a la policía. Mientras ella me ponía la bata sobre el abrigado pijama que ella me había tejido; contesto un tipo con una voz muy molesta, el cual me señalo que esperara y cuando le dije que estaba con mi mujer, que esperára “mos” sin más. Estuvimos unas dos o tres horas esperando. Dos o tres horas en las que yo volví a fumar de la rabia que tenía. Mirando por las ventanas la casa de al lado, mientras que Mariana aprovechó para hacer el desayuno mientras el sol se iba asomando poco a poco en las ventanas de la cocina.
Mariana preparó Avena con pedacitos de banana, que fue cortando con un pulso más que eléctrico, y yo, que estaba rabioso como ya he dicho, pero rabioso no solo por la tardanza de la policía, si no que por una serie de conflictos que ni hoy en día podría describir con precisión; pero que seguramente deben haber tenido que ver con la indignación, y la del peor tipo, la que uno puede sentir hacía uno Escuchmismo.¡Ayuda!amos justo cuando sentimos al patrullero estacionar al ras de la vereda. Mariana se levantó; recién habíamos lavado los platos y las tazas, ya que la avena no nos bastó y nos pusimos a tomar café hasta hacía algunos minutos, que fueron suficientes para notar que tampoco íbamos a encontrar remedio para la dilación en el café (más bien todo lo contrario) y le abrió a los policías; a quienes, luego de saludarlos con bronca no ausente de cierto alivio por su llegada, intentó explicarles: con señales manuales acompañadas por una torpe e inútil explicación mía, que debían ir a la casa de al lado a investigar. ¿Por qué? Nos preguntó uno de los Venturosamente¡Ayuda!policías: se escuchó, para los pobres oídos del policía, quienes se salvaron de otra explicación más que raquítica de parte mía. Inmediatamente nuestras cabezas se movieron hacia una misma dirección, y los policías desenfundaron las pistolas; en cuanto Mariana y yo quisimos seguirlos, ellos nos ordenaron que nos quedáramos en casa. Abrimos las cortinas de una de las ventanas que nos permitían ver el hermoso porche de la casa de al lado. Donde los policías parecían estar preguntando si había alguien, o quizás ya pidiendo expresamente que abrieran la puerta. Desde nuestra perspectiva, parecía cine mudo. Pudimos ver finalmente, como uno de los policías, el más fornido, pateo la puerta para luego adentrarse en la casa de los auxilios. Mariana y yo estábamos sentados en el mismo sillón, pero ella estaba dándome la espalda; con las rodillas sobre el sillón y las manos apoyadas en el respaldo. Jamás la había encontrado tan hermosa como en esos momentos. Mientras, yo ya me imaginaba a los policías sosteniendo a una mujer con frío, tapada con una frazada sobre sus hombros y con una terrible historia por contar. O quizás también, el más temeroso de los escenarios: los policías jamás salen, y yo (y por ende, Mariana) entrando en la casa, enfrentándonos al peor de los miedos y de los peligros, lo desconocido. Finalmente, luego de unos quince minutos, salimos y vimos a dos patrulleros más estacionándose en la vereda y a otros policías que nos dijeron que volviéramos adentro; y que luego vimos desde la misma posición, entrando a la casa de al lado, o de los auxilios. Mariana y yo por mientras, comunicándonos solo por miradas, quizás con el natural deseo de querer decir algo, pero demasiado ocupados asimilando la nueva experiencia de aprender (y aunque suene extrañísimo o incluso amoral en este contexto) disfrutar del silencio. ¡Ayuda!
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Daniel De Grazia 16
Fue lo que escuchamos, pero esta vez con imágenes, en primer plano de Laura llorosa y con un ojo negro, y varios cortes en el cuello y en la cara, mirándonos fijo desde nuestro televisor. Uno de los policías (ninguno de los dos primeros que habían venido, por lo que intuyo, habrá sido un Detective) había traído en una cinta de Video Tape que reproducimos en el living, y que a Mariana no le deje observar: El asesino había grabado a Laura, justo antes de apuñalarla cinco veces en el abdomen, como nos especificó el policía, y lo que abría la grabación era el grito de ayuda, y el resto del audio, que eran balbuceos de dolor inentendibles, no se llegaba ni a discernir. Lo único que se podía escuchar (y sobre todo desde nuestra casa) era el grito inicial. (El asesino hasta el día de hoy no fue encontrado, aunque la policía todavía continua en la búsqueda y de más está decir que el caso, del cual nosotros nos alejamos y nos mantenemos anónimos sobre todo por decisión mía, se volvió una noticia que los medios se encargaron de difundir terriblemente) Recuerdo que el policía, en cuanto nos dimos cuenta que continuar viendo el vídeo era inútil y podía ya estar en la frontera de la morbosidad, pauso el vídeo, me miró a los ojos y me preguntó: ¿Desde cuándo escucharon los gritos? Y recuerdo que a lo único que pude dirigirle la mirada en esos momentos y sostenerla, fue al espejo.
SEGUNDA MENCIÓN
“Un beso” de Camila Pereira Bastarrica
“Un beso”
El viernes a la mañana me llamó la rabia. Me gritó que parara, que era una cobarde. La tomé de la cara con las manos serenas, y la besé en las mejillas. Un beso para calmar su respiración errática, otro para pedirle perdón Agarré al gato, y salí de mi casa para ir a la de mi hermana. Pasamos el día juntas y le pedí que me cuidara el gatito. Nos despedimos y me dijo que me quería. Le sonreí con sinceridad, y la besé en las mejillas. Un beso para devolverle el “te quiero”, otro para pedirle perdón. El sábado a la tarde me llamó la culpa. Me gritó que parara, que la estaba lastimando. La tomé de la mano con cuidado, y la besé en las mejillas. Un beso para ayudarla a levantarse, otro para pedirle perdón. Fui a ver a mis papás, salimos a comer y volvimos para ver el programa que le gusta a mamá. Llegó la noche, nos despedimos y me dijeron que me amaban. Los abracé con admiración, y los besé en las mejillas. Un beso para decirles que yo también, otro para darles las gracias, uno más para que sepan que estoy bien, uno último para pedirles perdón. El domingo a la madrugada me llamó la desesperación. Me gritó que parara, que todavía teníamos tiempo. La acaricié con cariño, y la besé en las mejillas. Un beso para que dejara de llorar, otro para pedirle perdón. Subí las escaleras a la terraza. Diez pisos arriba miré al cielo, a las estrellas salpicando y a la luna bailando. Me senté en la orilla, contemplando, esperando, pensando en vacío. El sonido del celular me despertó de la ensoñación. Me sequé las mejillas, y me besé las manos. Un beso para pedirme perdón, otro para hacerme saber que me perdono. Me paré en el borde y atendí la llamada. Te estoy esperando acá abajo, bonita mía. Miré a la muerte desde arriba, y me tiré a abrazarla. Mita 18
SEGUNDA MENCIÓN
ÍNDICE ONOMÁSTICO
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