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La pareja José Joaquín Duque Mejía
La pareja
José Joaquín Duque Mejía
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Medellín
Un ingeniero de sistemas.
Está bien, es normal ver a una pareja que se habla al oído mientras el concertista de turno –esta vez Lang Lang– después de interpretar a Satie, agradece al público agachando la cabeza y el tronco hacia adelante con la mano derecha en el corazón. El piano de cola es Steinway & Sons y brilla, como brilla la corbata de Lang Lang, sus dientes y solo un poco la parte alta de la frente. La pareja está sentada en tercera fila. La mujer, aplaudiendo, cierra un poco el ojo derecho, lado por el cual, el hombre, con los labios en la oreja de ella, le dice algo al oído. Lang Lang deja el escenario. Prenden las luces. No cesan los aplausos que se incrementan unos segundos después con el regreso del pianista con la frente seca. Una niña de vestido rosa, ojos rasgados y zapatillas blancas, sube al escenario y le entrega a Lang Lang un ramo de flores, él la besa en la mejilla y pone el ramo sobre el piano. Ahora es la mujer la que le dice algo al hombre en la oreja, y ahora es él quien entrecierra un ojo; tal vez el anuncio en perfecto inglés del joven pianista de una polonesa de Chopin: la número seis, o tal vez fue solo la respuesta a lo que le susurró él hace un momento. Lang Lang, vestido negro, corbata de lentejuelas, toma asiento. Se apagan las luces –y los murmullos– (alguien tose por última vez). Ella recuesta la cabeza en el hombro de él justo cuando la cámara toma a Lang Lang de perfil: tiene
SEXTO CONCURSO DE CUENTO CORTO
los ojos cerrados y la cara hacia arriba. Las notas salen de sus dedos blancos, ella también tiene los ojos cerrados. Él le acaricia el pelo. Chopin en París, sentado en su estudio con un buzo hasta el cuello porque está resfriado, nunca pudo pensar, es más, no tenía por qué pensar, que ciento sesenta años después de su muerte, eso, que estaba componiendo un día de cualquier estación europea, lo iba a interpretar un jovencito con rasgos orientales a una multitud de personas en un teatro vienés, y lo iba a ver interpretar un tipo sentado en piyama descalzo, por un aparato llamado computador, en un programa llamado YouTube, a través de una red de información a la que le dirían Internet, en una época denominada La Pandemia, una noche cualquiera en un lejano país de nombre Colombia, que, en tiempos del pianista polaco se llamaba República de la Nueva Granada.
Lang Lang ahora ataca el lado grave del piano agachándose mucho, así como Chopin va escribiendo su polonesa y como el hombre de la pareja se agacha sobre la cara de ella y la besa muy suave, un beso romántico, un beso que termina con una floritura de la mano derecha de Lang Lang y que para Chopin implicó un espasmo de tos. Ambos se levantan del piano; Chopin abre la ventana y se pasa la mano derecha por la boca, Lang Lang toma un trago de agua de un vaso que hay en un extremo del piano oculto a la cámara. La pareja se levanta, mira a Lang Lang, sonríe, en sus ojos se ve un brillo de admiración y en los de Chopin salen lágrimas; no por su romanticismo extremo
LA PAREJA
sino por su enfermedad incurable. El público aplaude muy rápido. El joven pianista deja el escenario. Prenden la luz. Regresan los rumores. Alguien tose y la pareja se me va perdiendo de la pantalla entre la multitud que sale de la Wiener Musikverein y en los créditos de este video que suben lentos y dicen nombres en alemán.