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tizne Isabella Romero Castaño
Tizne
Isabella Romero Castaño
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Cali
En el 2018 fue ganadora del XIII Concurso de Poesía Inédita de Cali y en el 2019 obtuvo el tercer lugar en el Concurso Escritores Autónomos de la Universidad Autónoma de Cali. Amante de la poesía y el cuento, actualmente cursa segundo semestre de Literatura en la Universidad del Valle.
Comenzó a los catorce. Un día, al despertar noté en mi almohada una pequeña pelusa redonda y negra. Intenté agarrarla entre mis dedos, pero fue imposible; así que soplé y ella, suspendida, trazó un camino invisible por mi cuarto. Probé atraparla haciendo yo misma una especie de danza alrededor de su ingravidez, alcé las manos y seguí las líneas en el aire que dibujaban su andar, aun así perdí el rastro.
En su momento no le presté atención; fue luego, casi un mes después, que noté que otra pelusa, considerablemente más grande que la anterior, había aparecido; intenté tomarla, pero al acercar mis dedos se movió. Embestí varias veces, la perseguí por la cama, le cerré el paso, mas no la atrapé. Concluí que sin querer la estaba moviendo con mi respiración; aguanté un poco y lancé mis dedos a su encuentro. La pelusa desapareció al contacto: una mancha negra como tizne quedó en mis dedos.
Por esa época comencé a quedarme mucho tiempo en casa. En el colegio las cosas no marchaban bien, casi no tenía amigos y mamá estaba muy ocupada como para pensar en mí; así que pasaba el tiempo leyendo y haciendo una
SEXTO CONCURSO DE CUENTO CORTO
que otra tarea, pero siempre en la cama. A veces inventaba excusas para no ir al colegio y me quedaba la mañana entera fingiendo que dormía; me gustaba cerrar los ojos y estar allí, acostada, quieta, dejando que las cosas me miraran y existieran a mi alrededor.
Creo que fue por ese mismo motivo que tardé tanto tiempo en darme cuenta de que las pelusas comenzaron a seguirme. Prendidas de mi cabello parecía que estuvieran determinando sus propios ritmos de animal jadeante, era como si poco a poco se apoderaran de mis ánimos y se hicieran más grandes, gruesas y peludas. Más oscuras e indóciles mientras yo me sentía cada vez más cansada y adolorida. Varios profesores pensaron que tenía caspa por la manera excesiva en que me rascaba, y en casa compraron champús medicados y me hicieron beber cuanto desparasitante hubo. Yo intenté decirle a mamá que no era caspa ni piojos sino pelusas, pero ni ella ni los docentes me escucharon.
Aprendí a soportar la picazón con un poco de estoicismo. Fue la única manera que hallé de no rascarme hasta acabar con las uñas llenas de sangre, la cabeza palpitante y el cabello lleno de carachas que confirmaban la hipótesis de mamá y los profesores. Comencé a ignorarlas, dejé de leer y las horas acostada fingiendo que dormía, se incrementaron en el intento de concentrarme en cerrar los ojos, dejando esta vez que fueran las pelusas quienes tomaran el control y
TIZNE
existieran debajo, encima, alrededor de mí; pero la picazón era tan desesperante que a pesar de no rascarme –cosa que creo les gustaba–, no podía evitar morder mis labios, brazos, manos para que fuera otro dolor el que me ocupara.
Empecé a sufrir de insomnio y las contadas veces que logré dormir soñaba con grandes formas negras que poco a poco se iban metiendo por mi boca y llenaban todo mi cuerpo hasta convertirlo en otra sombra flotante y peluda. Mi apetito también disminuyó y fue solo entonces cuando mamá, un día al entrar a mi cuarto, se dio cuenta de lo delgada que estaba, de los cardenales verdes y morados que dibujaban un mapa de angustia por mis brazos, de los labios quebradizos y las ojeras negras que se escurrían hasta las mejillas. La solución fue llevarme al médico, que pese a las minuciosas descripciones sobre la forma de las pelusas, los padecimientos y su probable nido, no encontró ninguna explicación para mi caso. Fue después de varias citas con otros especialistas que me ordenaron tomar unas pastillas en ciertos horarios cada día.
Desde entonces las pelusas van y vienen por temporadas. A veces, al despertarme, noto que mi cuerpo está manchado por esa especie de tizne y decido quedarme en la cama, fingiendo que duermo, dejando que todo me mire, pero sin querer verlo nunca.