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EDITORIAL: Diferentes caras del movimiento

Editorial

Diferentes caras del movimiento

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En la vida

La vida es movimiento. La naturaleza es movimiento visible o invisible, en un continuo fluir. Todo se mueve y transforma constantemente. En las pausas y silencios la vida no se detiene, sino que siempre sigue fluyendo como un manantial.

Los seres humanos tienen la capacidad de sentir en su propio cuerpo ese fluir de la energía motora, esas corrientes de movimiento que recorren sus articulaciones en una sucesión encadenada que produce emoción, armonía y belleza. Esa capacidad de organicidad y disfrute del movimiento es resultado de una educación corporal que atienda todos los aspectos del ser humano: corporal, mental, emocional. Todas las personas pueden participar de ello. El cuerpo no es sólo lo que se ve, es asiento del yo íntimo.

En la vida cotidiana el cuerpo habla y se comunica, no sólo verbalmente sino mediante una conexión mímica y gestual. Se percibe y comprende al otro por sus actitudes físicas que expresan un mundo subconsciente escondido, pero que muchas veces se hace patente. Cuando dos personas sincronizan sus movimientos y actitudes, se establece una empatía kinestésica, que es reflejo de la empatía emocional o afectiva.

En el arte

En la vida artística, en la danza o el teatro corporal esas interrelaciones entre las personas cobran valor visible en el espacio y el tiempo, trascendiendo lo cotidiano para ser algo significativo, simbólico, emocional. El bailarín o actor de movimiento cuyo cuerpo fluye en recorridos armoniosos, transgrede esa armonía para segmentarse, articularse, deshacerse, erguirse, torcerse, impulsarse, caer y recuperarse, formular nuevas leyes y dinámicas para con ello, poder expresar realidades emocionales y subjetivas diferentes.

Cuando se mueve en el espacio, lo toca. Siente y hace sentir las huellas e impresiones que deja a través del tacto con el espacio, que es su apoyatura y su contrafigura.

Dialoga con el espacio en ritmos e intensidades; y hace extensivo el diálogo con otros participantes, creando contactos, contrapuntos, líneas de tensión, calidades de esfuerzo. El espacio se comparte, se rechaza, responde a los cuerpos que lo definen. Crea una poética escénica.

Y los espectadores sensibles o perceptivos, “ven” ese espacio cargado de huellas, son capaces de visualizar el acuerdo, la armonía, o el desasosiego, el caos y las diferentes emociones que los cuerpos trasmiten. Sentados en su silla se mimetizan con lo que perciben. Sienten el movimiento interior, cambian la tonicidad muscular, siguen los ritmos y son “tocados” por los sentimientos y emociones que subyacen.

En la enseñanza

Todo lo que cada espectador inteligente es capaz de percibir en el escenario puede ser experimentado por sí mismo en el aula de trabajo corporal, conducido por maestros en el arte del movimiento.

El cuerpo toca el espacio y lo esculpe, dibuja con diferentes trazos creando distintas dinámicas y ritmos. Nuestro ser toma conciencia de sí y de los otros. Toca y es tocado. Siente y se comunica. Transmite su ritmo y responde al otro en armonía o en contraste. Modula su movimiento con distintos grados de tensión, se abandona o lucha con la gravedad, crea un lenguaje trasmisible y desarrolla un sexto sentido plástico, emotivo, misterioso con el cual es capaz de conectarse con su propio ser interior y con los demás en un plano diferente que trasciende lo cotidiano. Aprende a mirar y ver, a captar todo un mundo de arte que se despliega ante él: percibe los matices de una pintura abstracta o figurativa, le inspiran las formas escultóricas, saborea las modulaciones melódicas y rítmicas de la música y de la naturaleza, disfrutando profundamente de la empatía con los demás.

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