José Revueltas
1914 - 1976 Fermín Revueltas: geometría y abundancia Shakespeare humanista De Mociño a Darwin II
Su pl e “Á me ng nt e o Re la A ele vu ce ctr el ve ón ta do ic o s” , J , vi Ti os ud em éÁ a p ng de o e Si n l el Le lve a c yv st as re a: a
casadeltiempo • número 10 • noviembre 2014
Año XXXIII, Vol. I, época V, número 10 • noviembre 2014 • $60.00 • ISSN 0185-42-75
Presentaciones de Libros FIL Guadalajara 2014 Domingo 30 de noviembre
Martes 2 de diciembre
11:00 hrs., Stand uam Palabra y silencio Bela Gold
18:00 hrs., Stand uam No nos alcanzan las palabras Gabriela Contreras Pérez, Joaquín Flores Félix, Araceli Mondragón González e Isis Saavedra Luna (coords.)
12:00 hrs., Salón Alfredo R. Placencia Lecciones de filosofía moral Miriam M.S. de Madureira y Maximiliano Martínez (eds.) 12:00 hrs., Stand uam Irradiador. Revista de vanguardia Varios autores 13:00 hrs., Stand uam Versión. Número especial 2013: “Roland Barthes: Tiempo y fotografía en la cámara lúcida / George Bataille: Los límites de la mirada en la historia del ojo” Varios autores 13:00 hrs., Salón Alfredo R. Placencia Tras las huellas de Rousseau (Filosofía, política, estética, religión) Enrique G. Gallegos, Gabriel Pérez Pérez y Rodolfo Suárez (coords.)
18:30 hrs., Salón B El ejército de oriente en la defensa de la República y la soberanía nacional / La obra de Guillermo Prieto y la literatura de viajes en México / La organización para la administración de la justicia ordinaria en el Segundo Imperio Norma Zubirán Escoto / Marina Martínez Andrade / Georgina López González 19:00 hrs., Stand uam La ecología industrial en México Graciela Carrillo González (coord.)
Miércoles 3 de diciembre
17:00 hrs., Salón A Estado y ciudadanías del agua. ¿Cómo significar las nuevas relaciones? Felipe de Alba Murrieta, Lourdes Amaya Ventura y Citlalli Aidee Becerril-Tinoco (coords.)
18:00., Salón A El México bárbaro del siglo xxi Carlos Rodríguez Wallenius y Ramsés Arturo Arenas 18:00., Stand uam Kafka. La atroz condena de la literatura Alejandro Montes de Oca
Lunes 1 de diciembre
19:00 hrs., Salón A Para contender con la pobreza Sergio de la Vega Estrada
18:00 hrs., Stand uam Introducción a la psicología social Salvador Arciga Bernal, Juana Juárez Romero y Jorge Mendoza García (coords.) 18:30 hrs., Salón B Nuestras primeras letras. Aproximaciones a los libros de texto gratuitos de la educación básica en México María Elena Rodríguez Lara (coord.) 19:00 hrs., Stand uam Colección Déjame que te cuente Varios autores
Jueves 4 de diciembre 11:00 hrs., Stand uam Colección Capitalismo: tierra y poder en América Latina (1982-2012) Guillermo Almeyra, Luciano Concheiro Bórquez, João Márcio Mendes Pereira y Carlos Walter Porto-Gonçalves (coords.)
12:00 hrs., Stand uam Las transformaciones de los exvotos pictográficos guadalupanos (1848-1999) Margarita Zires Roldán (coord.) 12:30 hrs., Salón Antonio Alatorre Atlas de briofitas y pteridofitas Aniceto Mendoza Ruiz y Jaqueline Ceja Romero 13:00 hrs., Stand uam Periodismo femenino, siglos xix y xx. Revista Fuentes Humanísticas 48 Teresita Quiroz Ávila (dir.) 13:30 hrs., Salón Antonio Alatorre Para entender las tecnologías de la información y las comunicaciones o el extraño caso de la chica del sombrero Gerardo Laguna Sánchez, Ricardo Marcelín Jiménez, Miguel López Guerrero et al. 17:00 hrs., Salón A Cambios sociolingüísticos y culturales de la educación superior: representaciones y prácticas reflexivas Héctor Muñoz Cruz 18:00 hrs., Stand uam Cuerpo y afectividad en la sociedad contemporánea Adriana García Andrade y Olga Sabido Ramos (coords.) 18:00 hrs., Salón A Dudas filosóficas. Ensayos sobre escepticismo antiguo, moderno y contemporáneo Jorge Ornelas y Armando Cíntora 19:00 hrs., Stand uam Migraciones y movilidades en regiones indígenas del México actual Jorge Mercado Mondragón (coord.) 19:00 hrs., Escuela de escritores sogem Revista Casa del Tiempo Varios autores 20:00 hrs., Escuela de escritores sogem Perros días de amor y otros cuentos Barry Callaghan
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Presentaciones de Libros FIL Guadalajara 2014 Viernes 5 de diciembre 11:00 hrs., Stand uam Geosignificación del diseño / Anuario de espacios urbanos 2013 Francisco Gutiérrez y Jorge Rodríguez Martínez (coords.) / Varios autores 11:30 hrs., Salón Antonio Alatorre Derechos humanos… entre lo real y lo posible Carlos Humberto Durand Alcántara (coord.) 12:00 hrs., Stand uam MM1 un año de diseñarte 2013 / Persona y semejanza. Coloquio del retrato Varios autores 12:00 hrs., Salón A Cultura electrónica: Los e-books de la UAM Varios autores 12:30 hrs., Salón Antonio Alatorre La competitividad de la industria petroquímica mexicana Eugenia Marisol Mejía Lugo y Carlos Gómez Chiñas 13:00 hrs., Stand uam Tiempo de diseño 10 / Estrategias de internacionalización de las Pymes basadas en la información y la innovación Jorge Leroux (dir.) / Jorge Rodríguez Martínez
18:00 hrs., Stand uam Tiempo de ruptura Jörn Rüsen 18:30 hrs., Salón Antonio Alatorre Perros días de amor y otros cuentos Barry Callaghan 19:00 hrs., Stand uam Discursos sobre el diseño. La relación con el entorno natural y la sustentabilidad Isaac Acosta Fuentes
Sábado 6 de diciembre 11:00 hrs., Stand uam Colección Extensión Universitaria de la Unidad Lerma Varios autores 12:00 hrs., Stand uam Tópicos del color en México y el mundo Rodrigo Ramírez Ramírez (coord.) 12:00 hrs., Salón A Comunidades alternas: Espacio, memoria y archivo en el arte relacional Mónica Benítez y Gemma Argüello (coords.) 12:30 hrs., Salón Antonio Alatorre Calendario de las señoritas mexicanas 1838, 1839, 1840, 1841 y 1843 Margarita Alegría de la Colina (present.)
13:00 hrs. Salón A Pedro Ramírez Vázquez, el estratega Varios autores
13:00 hrs., Stand uam Repertorio literario Vladimiro Rivas
17:00 hrs., Stand uam Taller Servicio 24 horas 18 y 19 Varios autores
13:00 hrs., Salón A Ciudadanía digital Alejandro Natal, Mónica Benítez y Gladys Ortíz (coords.)
17:30 hrs., Salón Antonio Alatorre Pinotepa nacional. Mixtecos, negros y triques Gutierre Tibón
El último apaga la luz / La revolución silenciosa. El diseño en la vida cotidiana de la Ciudad de México durante la segunda mitad del siglo xx / Tecnología y Diseño 3 Elizabeth Espinosa Dorantes y Adolf Goebel Christof / Fabricio Vanden Broeck / José Revueltas Valle / Adriana Acero Gutiérrez 16:00 hrs., Salón B Portafolio Docente. Fundamentos, modelos y experiencias María Isabel Arbesú García y Frida Díaz Barriga Arceo (coords.) 17:00 hrs., Stand uam Acción colectiva y organizaciones rurales Bruno Henri Lutz Bachere 17:00 hrs., Salón B ¡Basta! Cien mujeres contra la violencia de género Varios autores 18:00 hrs., Stand uam How to Be a Writer in Canada Charla literaria con Barry Callaghan 18:00 hrs., Salón B Cumplimos cuarenta años Verónica Vázquez Mantecón
Domingo 7 de diciembre 13:30 hrs., Salón Antonio Alatorre Introducción a la potencia fluida Gerardo Aragón González, Aurelio Canales Palma y Alejandro León Galicia
13:30 hrs., Salón Antonio Alatorre Diversas miradas. La plaza pública en la ciudad de hoy en día /
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editorial Figuras emblemáticas, con el vigor que fluye en venas de fuego, los miembros de la familia Revueltas —Silvestre, Fermín, José, Rosaura— constituyen una suma de referencias inagotables. El pueblo de Santiago Papasquiaro, en el estado de Durango, fue la cuna de esa familia modesta, origen de cuatro grandes artistas que irrumpieron y modificaron para siempre nuestra visión del ámbito cultural y político de México. Son ellos, los Revueltas. Ciertamente celebramos en esta ocasión el centenario del nacimiento de José, pero no hemos querido dejar de homenajear a todos ellos. Los recordamos porque las artes del país se han nutrido de los talentos de una familia que no deja de provocar reacciones. Muchos escritores y poetas se formaron en torno a la figura, el estilo y el pensamiento de José Revueltas. Pocos, tal vez, tengan en la memoria que en 1968 se presentó, días después del 2 de octubre, ante las oficinas del Ministerio Público para declarar que el único responsable de todo el movimiento estudiantil era él. Por supuesto, el aparato de justicia —que José conocía demasiando bien— lo aprehendió sin más trámite, sin ningún apego a eso que ahora tanto se menciona: el debido proceso. No era la primera vez, pero sí fue la última ocasión en que la justicia fue injusta con él. Este Revueltas no sólo fue un novelista de estilo fuerte y dramático; fue un provocador de sensaciones e ideas. Su Ensayo sobre un proletariado sin cabeza vislumbraba el devenir de los dos acontecimientos sociales y políticos más importantes del siglo xx: el ascenso de los regímenes comunistas y la caída del Muro de Berlín. Alfa y Omega del pensamiento y las pasiones sociales. Lectores y admiradores de la obra de los Revueltas colaboran en este número de Casa del tiempo, una muestra de que la memoria sigue viva cuando las obras son vitales. (WB)
editorial, 1 Rector General Salvador Vega y León
torre de marfil
Secretario General Norberto Manjarrez Álvarez
Tres poemas, 3 Julio Hubard
Unidad Azcapotzalco Rector Romualdo López Zárate
profanos y grafiteros
Secretario Abelardo González Aragón Unidad Cuajimalpa Rector Eduardo Peñalosa Castro Secretaria Caridad García Hernández Unidad Iztapalapa Rector José Octavio Nateras Domínguez Secretario Miguel Ángel Gómez Fonseca
Un proletariado sin cabeza, un Revueltas sin clase obrera y el vacío ideológico ya histórico, 6 Jaime Augusto Shelley José Revueltas: su presencia en tres tiempos, 11 José Francisco Conde Ortega INT/EXT: dos versiones sobre la misma prisión de José Revueltas, 16 Verónica Bujeiro Paz, Huerta y Revueltas: rebeldías revolucionarias, 18 Moisés Elías Fuentes La herencia de José Revueltas, 22 Alfredo Loera
ménades y meninas
Unidad Lerma Rector Emilio Sordo Zabay
Fermín Revueltas: geometría y abundancia, 26 Héctor Antonio Sánchez Joseph Beuys: el genio al servicio del arte, 30 Miguel Ángel Muñoz
Secretario Darío Guaycochea Guglielmi
antes y después del Hubble
Unidad Xochimilco Rector Patricia Emilia Alfaro Moctezuma
De Mociño a Darwin II, 35 Jaime Labastida Shakespeare humanista, 40 Gerardo Piña Gerardo Cornejo y el olvido, 45 Josué Barrera Una tarde deseosa de ser noche, 47 Jesús Vicente García Escritores y directores del mundo, 52 Paul Jaubert
Secretario Guillermo Joaquín Jiménez Mercado Casa del Tiempo, año xxxiii, vol. i, época v, núm 10 • noviembre 2014. Revista mensual de la UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA Director Walterio Francisco Beller Taboada Subdirector Bernardo Ruiz Comité editorial Laura Elisa León, Vida Valero, Rosaura Grether, Erasmo Sáenz, María Teresa de la Selva, Gabriela Contreras y Mario Mandujano Coordinación y redacción Alejandro Arteaga y Jesús Francisco Conde de Arriaga Asesoría editorial Laura González Durán, Paola Castillo, Brenda Ríos Jefe de Diseño Francisco López López Diseño gráfico y formación Rosalía Contreras Beltrán Fotografía de portada José Revueltas. Fotografía: © María García / Fundación María y Héctor García, ciudad de México, 9 de marzo de 1975, Gelatina DOP diseño original Guadalupe Urbina Martínez Edición Internet Jorge Ordaz Distribución Marco Moctezuma, Subdirección de Distribución y Promoción Editorial, Rectoría General UAM, Prolongación Canal de Miramontes 3855, 2º piso, Ex hacienda de San Juan de Dios, Delegación Tlalpan, 14387, México, D.F. Oficinas: Prolongación Canal de Miramontes 3855, 2º piso, Ex hacienda de San Juan de Dios, Delegación Tlalpan, 14387, México, D.F. Redacción: 5483 4000, ext.1509 y 1510. Correo electrónico: editor@correo.uam.mx /editoruamct@gmail.com. Sitio electrónico: www.uam.mx/difusion/casadeltiempo. Editor responsable: Bernardo Ruiz. ISSN 0185-4275. Precio por ejemplar: $60.00; franqueo pagado, publicación periódica. Permiso número 0360681. Características: 238261212; autorizado por Sepomex. Certificados de licitud de título y contenido de la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas números 553 y 633 del 27 de junio de 1980. Casa del Tiempo es nombre registrado en la Dirección de Reservas del Instituto Nacional del Derecho de Autor. Reserva del título: 622-84. Reserva de características gráficas: 30-93. Impresión: Impresos Trece, S. de R.L. de C.V., Mar Mediterráneo 30, col. Tacuba, Delegación Miguel Hidalgo, 11410, México, D.F., tel: 5399 9932. Distribución: Subdirección de Distribución y Promoción Editorial, Rectoría General UAM, Prolongación Canal de Miramontes 3855, 2º piso, Ex hacienda de San Juan de Dios, Delegación Tlalpan, 14387, México, D.F. Tiraje: 1,000 ejemplares. Casa del Tiempo no responde por originales y colaboraciones no solicitados. Todos los artículos firmados son responsabilidad de sus autores; los títulos y subtítulos de la mesa de redacción. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos de la publicación sin autorización de la UAM.
armario
Discordia, 54 Ricardo Flores Magón
intervenciones, 56 Mateo Pizarro
francotiradores Ricardo Flores Magón: el regreso del revolucionario pródigo, 57 Gabriel Trujillo Muñoz Boulevard Walter Benjamin, 60 Rafael Toriz Filosofía alpinista, 63 Adán Medellín La era de la televisión y de nuevo Fargo, 66 Juan Patricio Riveroll Estar hoy lúcido como si estuviera para morir, 69 Francisco Mercado Noyola
colaboran, 72 Tiempo en la casa. Suplemento electrónico Ángela Acevedo, viuda de Silvestre Revueltas José Ángel Leyva
torredemarfil
Tres poemas Julio Hubard
Elegía por Nando ...una grappa y otra y dar de comer luego al bebiento sin que fuera cosa del hambre o de la sed sino de ser ese lugar del hombre a donde llegan vino y vínculo sin motivo, ni razón de ser, excepto el ser —y cómplice de risa con el forastero parido por avión con media lengua, medio mundo en medio y sin familia excepto que la risa hermana más que el sindicato y entendimos un nuevo mandamiento: dar de reír al bobo. Y mira, Nando, que pecamos de gula y nos salvamos uno al otro: la orfandad es agujero; se repara con truchas y pulpos y se sella como enseñas: una grappa y otra y nueva otra vez como una hermana que se esconde, detrás del comunista y le hace carantoñas y manos caracoles detrás de las orejas porque el comunista sabe comer y hablar, beber y hablar ancora, y siempre hablar con camaradas de cera por la mueca de aguantar la hermana risa del vecino, sin su vecino y tal y hablaba y por la nuca se alejaba en años luz y sin callarse ni acordarse de esos dos de carcajadas enceradas en las muecas y se fue como se van los globos cuando se les sale el aire por la boca, y es que los comunistas llaman al prójimo camarada y lo quieren defender y no lo quieren. Luego de nuevo la hermandad —¿te acuerdas, Nando?— con una grappa y otra, la tarde hasta la noche y nuestro nuevo sindicato: la nieve en el verano justo enfrente, la media lengua de tu amigo nuevo y compartir el pan, los dos bebientos.
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Explicación de Águeda en prosa yo le debo la costumbre insana de asaltarme con fantasmas que son cosas de advertir en uno que va perdiendo el seso y la partida y lo caminan larga, raquídeamente a uno hasta que pulen el parquet dentro del cráneo y lo dejan todo rayado, escriben por ejemplo, Águeda nació en un glaciar, en un crucero cursi y el hielo se llamaba como tú, dos veces bueno para raspados y solo así me explico que camine por en medio de las llamas con el aura amarga que no se ha de quemar: era fantasma del pasmo ante los hielos que se parten y estrellan lo celeste en mil noticias indicios pedazos y solamente puedes verla, repite neciesísimo Aristóteles, pero eso no es el amor, hasta que no la huelas; es lo que mata el enamoramiento: ve y obsérvala y largamente obsérvala: se borra, se perramente borra y si la tocas con foco se vacía en el centro y reaparece por los márgenes, rabillos, corazón. No es que se fuera: te robó una cordura que compraste con el pan de tu familia y ni teléfono para marcarle: llega según su gana y según su gana toca todo por dentro: te digo que te toca y te trabuca y cuando acuerdas tregua con las tripas caes en cuenta: estás hablando solo.
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Queja contra la dulce señora del aire amargo porque se llevó todo y el meollo, y eso que la perseguí porque quise darle más: mi cuerpo, y lo llevaba como quien lleva un kilo de bisutería sagrada colgada de una res; pero dejó mi alma, y desalmado no tuve más remedio que seguirla, ondeándole el trapo que no quiso, pero era más veloz que mis despojos y aprendí entonces a olfatear su rastro, comparando sus noticias con el olor milagroso de mis dedos. Ataviado de alma pordiosera, aprendí a gruñir como un toro carnívoro: me gano la vida gruñéndola —y la gente me regala calderilla. Ahorro cada moneda y construyo la torre de la idiotez más alta: hasta que se rasgue una nube y sangre sol por todo un día. Y al final su rastro arrojará una luz que se prenda en mis dedos y podré navegar la noche y darle caza, si el azar se dulcifica y nos encuentra, y entonces sí la tundo con el pingajo eterno que pudo llevarse a condenar y redimió.
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Un proletariado sin cabeza, un Revueltas sin clase obrera y el vacío ideológico ya histórico
Fotografías: © María García / Fundación María y Héctor García, ciudad de México, 9 de marzo de 1975, Gelatina DOP
Jaime Augusto Shelley
Agradecemos a la Fundación María y Héctor García las facilidades para la publicación de las imágenes de José Revueltas www.fundacionarchivohectorgarcia.net
Nos hemos detenido ya, en otros trabajos, en los escritos literarios de José Revueltas. Hablemos ahora de su contribución al análisis político de nuestro país. En 1962, con la ayuda de amigos mediante una suscripción, Pepe (permítanme la familiaridad) mandó a la imprenta de Editorial Logos su libro Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, texto que entonces y ahora resulta indispensable para comprender el sentir y accionar de lo que fuera el Partido Comunista Mexicano y su actual sucesor, el prd, al parecer en vías de extinción. El tiraje del texto, como es obvio, debió ser no mayor de 500 ejemplares (no se dice nada al respecto en la página legal) y tuvo nula difusión. Sólo el círculo cercano de amigos y simpatizantes tuvo acceso a él y pudieron darle eco y promoción a las ideas expuestas allí, en voz viva y directa, a otros. Cuando se oía hablar del texto a alguien, uno sabía que no lo había leído. Como sucede con muchos libros y autores. Desde el prólogo, para fundamentar sus argumentos, Revueltas recurre a Marx —La Sagrada Familia— y lo cita: Cuando los escritores socialistas asignan al proletariado este papel histórico universal, no es ni mucho menos (…) porque consideren a los proletariados como a los dioses. Antes al contrario, por llegar a su máxima perfección práctica, en el proletariado desarrollado, la abstracción de toda humanidad y hasta de la apariencia de ella; por condensarse en las condiciones de vida del proletariado todas las condiciones de vida de la sociedad actual, agudizadas del modo más inhumano; por haberse perdido a sí mismo el hombre en el proletario, pero adquiriéndose, a cambio de ello, no sólo la conciencia teórica de esta pérdida, sino también, bajo la acción inmediata de una penuria absolutamente imperiosa —la expresión práctica de la necesidad—, que ya en modo alguno es posible esquivar ni paliar, el acicate inevitable de la sublevación contra tanta inhumanidad: por todas estas razones puede y debe el proletariado liberarse a sí mismo. Pero no puede liberarse a sí mismo sin abolir sus propias condiciones de vida, sin abolir todas las inhumanas condiciones de vida de la sociedad actual, que se resumen y compendian en su situación (…) No se trata de lo que este o aquel proletario, o incluso el proletariado en su conjunto, pueda representarse de vez en cuando como meta. Se trata de lo que el proletariado es y de lo que está obligado históricamente a hacer, con arreglo a ese ser suyo. Su meta y su acción histórica se hallan clara e irrevocablemente predeterminadas por su propia situación de vida y por toda la organización de la sociedad burguesa actual.1
Sé que la cita es extensa, pero resulta indispensable para el planteamiento que hará el autor en las conclusiones de su ensayo, después de revisar el origen de la deformación ideológica del Partido. (Los “pececitos”, les decían por aquel entonces). Y ello lo convirtió en el peor enemigo de los estalinistas de oficio que sin chistar seguían las órdenes del Politburó.
1
Revueltas, José, Ensayo sobre un proletariado sin cabeza, Editorial Logos, México, 1962, pp. xii y xiii
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Afirma el autor: (…) el Partido Comunista Mexicano existe en una forma objetiva determinada, pero dicha forma no participa del “ser de la naturaleza” de la clase obrera mexicana. Tal cosa significa que el Partido Comunista Mexicano ha hecho de lo que considera su “objeto proletario” un objeto que no es el proletariado mismo en su naturaleza real, un objeto que no es el objeto de la conciencia proletaria; luego pues, que ese objeto no proletario del Partido Comunista de nuestro país no puede sino representar la conciencia deformada de la clase obrera.2
Más adelante, Revueltas recurre a una cita de Mao Tse Tung (sin citar su procedencia): “[existe] la posibilidad de que se produzca una práctica reiterada de un concepto erróneo durante cierto número de veces, sin que hasta ese momento se haya podido advertir que se trataba de tal concepto erróneo”. ¿En qué habrá podido radicar ese mantenimiento reiterado del error, a pesar de los datos que en su contra pudo arrojar la práctica? Esto solamente puede radicar en una de dos causas: una, que los datos proporcionados por la práctica todavía sean insuficientes para demostrar lo erróneo del concepto, y otra, que tales datos sean interpretados como ajenos al concepto o como resultantes de una aplicación inadecuada del mismo, sin que se quiera ver, así, lo erróneo del concepto. En el primer caso se estará en la situación prevista por Mao Tse Tung y, tarde o temprano, se rectificará el concepto erróneo. En el segundo caso se estará ante una “práctica dogmática” que impedirá de un modo sistemático y en términos absolutos el conocimiento de lo erróneo del concepto, hasta que, finalmente, invirtiendo los elementos de la solución que se encuentran en el primer caso, termine por adecuar el concepto erróneo a una práctica correspondientemente errónea, fortaleciendo a los dos hasta convertirlos en inexpugnables al raciocinio.
2
Ibid., p. 253
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Un partido comunista que ejercite su conciencia colectiva y que esté ligado a las masas siempre se encon trará en condiciones de corregir sus errores, pues su caso no será otro que el previsto por Mao Tse Tung. Más aún, se puede suponer que tal partido comunista no esté ligado a las masas, pero esto no impedirá que pueda corregir sus errores si es capaz de comprenderlos, si es capaz de hacerse consciente de los mismos. Para que el segundo caso sea posible, se necesita que un partido comunista reúna un cierto número de condiciones negativas indispensables, con lo cual este ejemplo parece llevarnos al terreno mismo del absurdo. Estas condiciones negativas, en el caso absurdo que estamos tomando como ejemplo, serían, pues, las siguientes: 1) carecer de una conciencia colectiva. 2) Para no tener esa conciencia colectiva, suprimir su ejercicio, abolir la democracia interna. 3) Para no ejercer la conciencia colectiva, impedir el desarrollo ideológico. 4) Para impedir el desarrollo, erigir la teoría en un dogma. 5) Para poder erigir la teoría de un dogma, impedir el crecimiento del Partido. 6) Para impedir el crecimiento del Partido, no ligarse a las masas. 7) Para no ligarse a las masas, realizar una práctica errónea, y finalmente, 8) para poder realizar una práctica errónea, presentar dicha práctica en uno de sus dos aspectos: o como una aplicación inadecuada de un concepto justo, de una línea política justa, o como la práctica limitada de un concepto justo, pero que no ha podido realizarse en su totalidad en virtud de impedirlo las condiciones objetivas adversas, pero que en última instancia, comprueba la justeza del concepto. En todas estas eventualidades, por supuesto, es necesario colocar el concepto erróneo por encima de toda crítica, como concepto intocable, es decir, como un
dogma sagrado. Pues bien, este ejemplo absurdo e increíble no corresponde a ningún otro sino al que ofrece precisamente el Partido Comunista Mexicano. Todo el texto sirve a Revueltas para establecer la “inexistencia histórica del pcm”. Fulminante, señala que no representan a los obreros, sino a sí mismos. ¿Alguna semejanza con la actualidad? Este texto es imprescindible (al menos para los seres aún vivos) para mejor entender la profunda y prolongada descomposición de nuestra vida pública, social y política. Y ahora desearía referirme a otras cuestiones, más íntimas y terrenales, de nuestro querido José. Revueltas era, cuando se lo proponía, un encantador de serpientes. Y gustaba de la compañía de mujeres, las “compañeritas”, como solía llamarlas él. Tuvo en su vida relaciones largas y cortas, legales y clandestinas, felices y no tanto. La última, que viví de cerca, es notable por su silenciosa existencia. José, por razones que ignoro, fue a California a dictar un curso o serie de conferencias, en 1974 o 1975. Su condición física ya era deplorable. Tenía toda clase de males que los médicos trataban de paliar, no siempre con éxito. A su regreso fui a visitarlo y me presentó a una “compañerita” que había regresado con él. Era una persona de origen mexicano, casi invisible, que lo atendía con esmero, siempre silenciosa. Ahora me vengo a dar cuenta que olvidé por completo su nombre. Un día, Revueltas me habló por teléfono y me pidió que lo acompañara a su casa el día tal (un sábado, me imagino) “porque se iba a casar.” Y sí, llegué al departamento en Insurgentes, casi frente al Manacar. Y la ceremonia la presidió un juez del Registro Civil, firmamos los testigos y abrimos algunas botellas de vino (única bebida, con severas restricciones, que el novio estaba autorizado a beber). La novia era aquella mexicana norteamericana que mantuvo su silenciosa reserva habitual. Cuando Pepe murió, en 1976, esta misteriosa mujer tomó sus pocas pertenencias personales y desapareció sin reclamar nada, ni siquiera el agradecimiento de
todos por haber cuidado de él en sus últimos tiempos. Un misterio luminoso en la vida de Revueltas. Y, para terminar, quisiera reproducir el editorial que escribí en la Revista Otro Cine, en su honor. Lo transcribo, porque escrito en esos días, siento que posee la carga amorosa y dolida que entonces me embargaba. Uno de esos pocos… ¡Qué tierno era! ¡Qué humor tenía! Es extraño estar hablando así de una persona, en tiempo pretérito, cuando sabemos que sigue allí, con sus manos garrulosas y los ojos chispeantes tras las gafas que son más escudo que instrumento. Si hay alguien vivo en este país, ese es José Revueltas, persona amiga que acabó por fallecer. Se quebró, eso es todo. Se le echaron encima los males, se le atoraron las encrucijadas; se quedó tatuaje de unos cuantos, lectura para todos. Como era de esperarse, hay muchos malentendidos respecto a José que ahora sería inútil tratar de explicar. Así los componía él, torciéndolos y mandándolos todavía más al carajo. Creo que todos los que en algún tiempo de su vida le fueron próximos, en mayor o menor grado, podrán decir lo mismo: su naturaleza paradójica lo llevaba a oponer siempre, a todo, el fantasma del cambio; otra alternativa sacada de la manga con gran celeridad, no fuera a ser que las cosas quedaran ahí nomás. Entonces, aquello era un continuo estira y afloja, un permanente regateo de posibilidades en el que a mayor empecinamiento de los contendientes, por contradictorio que esto suene (y así debe de sonar), mayor claridad de las partes. O bien ceder, dejar que el Río Revueltas te arrastrara en aquel brincoteo que burlaba tiempos y espacios; remolinos había en los que José gustaba de sumergirse una y otra vez, solo, en busca de recuerdos gratificantes de los que uno (es decir el otro), salía con apenas un vislumbre jovializado por vaya usted a saber qué diablo de mentiras urdidas en el entretanto de su espectro contemplado. Y aquello se aderezaba bien con la lectura o relectura fresca, recién subrayada, de algún texto que era —siempre decía— de la mayor importancia y urgencia estudiar, consultar, revisar o criticar: Marx, Engels, Hegel, etcétera.
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Incansable era aquella máquina de especular. Aun cuando, en los últimos tiempos, solía caer en pequeñas siestas intempestivas en mitad de la animación, esa pérdida de sí (a lo mejor hallazgo, quién sabe), esos descansos entre ronda y ronda, le servían para no salirse de madre, continuar —cuando todos habíamos ya perdido el derrotero— en la dirección elegida por él con antelación, cuidadosamente. Y así era. No había de otra. Martillaba y martillaba hasta hacer cisco el objeto de su terquedad que acabaría después por tomar forma en algún rincón del escrito que obsesionaba en ese momento al creador. Y a pocos cae tan bien como a Revueltas el título más alto a que pueda aspirar un ser humano. De todo él fluía la creación, la negativa a dejar las cosas como están. Por la acción o por la reflexión, con una tesis política o con un texto literario; con una marca por las calles, con una huelga de hambre. Hacía uso, este José, de todos los recursos a la mano. No despreciaba medios, los transformaba en desbordantes tribunas de la contestación. Era muy joven, en realidad, cuando murió. Pocos entendían, de verdad, su proceso de renovación constante, querían que se quedara allí, donde estaba, que ya no siguiera dando esos saltos entusiastas entre los charcos del pensamiento. Pero él seguía. “Que agarren de tótem a su madre”, parecía decir. Era su única defensa. Y todos cuantos lo conocimos lo amábamos por esa capacidad suya de hacernos partícipes del descubrimiento; por esa su espantosa generosidad, imposible de ser retribuida.
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Casi no comía. Había una resistencia física, una repulsión casi, enderezada contra las sopas, las chuletas y los tés. Descorchada una botella de vino y enjaretado el cigarro en la boquilla, sobrevenía esa plácida convivencia, el regodeo de conversa, guiñar los ojos, el ejercicio de las fórmulas secretas que toda vieja amistad arrastra consigo. Frases que aparentemente no significan y que hacen el regocijo común, endilgado de sobrenombres, creación de prototipos y recurrencia de una u otra anécdota favoritas, con esa temblorosa, tartamuda, pero lapidante parsimonia con la que Revueltas discursaba, haciendo uso de un lenguaje salpicado de términos densos que en él se volvían ágiles agujas de la socarronería que bordaba los extremos —inevitablemente los extremos— de cualquier situación que, por su arte y su magia, dejaba de ser trivial. Compañerito, compañerito. Qué doloroso era verlo dolerse. El cuerpo ya no le respondía. Qué angustia aquella, la suya, la nuestra, ver la lucha de su gran vitalidad trasegando con el organismo quebrantado; su espíritu se movía allí como en casa ajena, estrecha y pobre. Había que alimentarlo en otra forma, se le llenaba de júbilo el día cuando lo compartía con alguien querido. Así encontraba calor y estímulo, ganas de seguir peleando, aquel José Revueltas, ser humano capaz de hacer pensar, hacer reír y hacer sentir. Ser humano, uno de esos pocos a los que fue posible destruir, nunca vencer.
Fotografía: © María García / Fundación María y Héctor García, ciudad de México, 9 de marzo de 1975, Gelatina DOP
José Revueltas:
su presencia en tres tiempos
José Francisco Conde Ortega
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i A mediados de los años setenta, una mañana particularmente soleada parecía sonreír a un nutrido grupo de jóvenes que, largo el cabello, morral al hombro, cigarro entre los dedos y un libro de José Revueltas bajo el brazo llenaba las cercanías de Casa del Lago. Estaba anunciada una plática con el autor de Los muros de agua. Mientras esperaban, aquellos muchachos compartían algo muy parecido al optimismo. Es cierto, muy cercanas estaban dos fechas por demás ominosas para la historia patria: la matanza del 2 de octubre del 68 y el halconazo del Jueves de Corpus del 71. Pero sentían que ese sacrificio no había sido inútil. Creían que una sociedad, ignorante y apática, comenzaba a despertar gracias a las movilizaciones juveniles. Esos jóvenes habían leído, en la primera página de Ensayo sobre un proletariado sin cabeza que “… el hombre es un acontecimiento. Un acontecer revolucionario.” De ahí su fe en que la historia no se detiene. Por eso José Revueltas era una figura icónica. La matanza de Tlaltelolco, el rock, la liberación sexual —sin miedo al sida— y una conciencia crítica capaz de exigir justicia a un gobierno autoritario tenían que ser los puntos de partida para mover los cimientos caducos de una sociedad conformista. El compromiso —y ésta era una palabra clave— era de los jóvenes; otra —compañero—, un seguro resguardo. Solidaridad, compromiso, cambio, revolución constituían los andamiajes para conseguir la aspiración mayor: libertad. Libertad para decir, pensar, combatir, amar. José Revueltas llegó a la cita. Subió trabajosamente las escaleras. Ayudado por dos camaradas, entró al salón de actos. Una mesa con el paño de la unam, vasos de agua y ceniceros era suficiente para el autor de El luto humano. El cuerpo cansado de Revueltas se transformó. Una energía desconocida inundaba el salón. La mirada intensa del escritor subrayaba su perfil de pájaro. La sonrisa amable y una voz clara pronto colmaron las expectativas. Una poderosa inteligencia dejaba ver que la pasión tenía que ser un compromiso mayor. Habló de sus libros y de sus métodos de trabajo. De su obsesiva necesidad para corregir. De sus luchas. De sus larguísimas jornadas de trabajo, en la creación y en la participación política. Del alcohol y de la vida. Fue muy claro: “No debemos esperar de nadie, sino de nosotros mismos: pensar, escribir, luchar, con audacia, despojados de todo fetiche, de todo dogmatismo, no importa el punto a que lleguemos”. Algunas figuras tutelares habían señalado un rumbo para aquellos jóvenes que habían acudido, esa soleada de mediados de los años setenta, a Casa del Lago: Pablo Neruda, el Che Guevara, Efraín Huerta… Por eso necesitaban ser intransigentes. El discurso priísta se había agotado, por más que estuviera aderezado por la retórica de José Muñoz Cota, hábil adiestrador de políticos. Se necesitaba un cambio: un discurso pleno de sentido y de valor revolucionario. Quizás por eso, ya para concluir la década,
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el abucheo a Octavio Paz en el Palacio de Minería, en octubre de 1977, fue como un acto de confirmación. El poeta admirado se había transformado en eco y portavoz de lo inaceptable: la regresión de la historia. ii Para el nuevo milenio, para ese inescrupuloso siglo xxi, muchos de aquellos jóvenes, ávidos de cambio y, por eso, intransigentes, habían cambiado. Se cortaron el cabello, cambiaron el morral por el portafolios, el cigarro por un manual de vida saludable y el libro de Revueltas por un puesto en el gobierno. “Alquilo mi fuerza de trabajo, no mi ideología”, se atrevieron a argüir algunos, sin mucha convicción. Otros prefirieron callar. A menos de treinta años de aquellos sueños, ya eran lo que no querían ser cuando jóvenes, parafraseando a José Emilio Pacheco. Otros tantos encontraron refugio en las universidades públicas y, a su manera, siguen luchando. Y no han olvidado los libros de José Revueltas. Los vuelcos del azar en el tiempo suelen ser aparatosos. O es que “la vida no es muy seria en sus cosas”, como escribió Juan Rulfo. Lo que parece ser curioso es que los hijos de aquellos jóvenes rebeldes, en el año 2000, votaron por un cambio aparente. Entronizaron a un partido que, históricamente, había sido el enemigo de las causas populares. Hartos de la corrupción institucionalizada, estos jóvenes votaron por otros, igualmente corruptos, pero más torpes. Los padres fueron testigos de una “docena trágica” y tres sexenios de una grisura buscada por los dueños del dinero. Los hijos presenciaron una “docena fársica”, sin proyecto y sin discurso. La sociedad mexicana, cada vez más proletarizada, se quedó más huérfana. El Ensayo sobre un proletariado sin cabeza se publicó en 1962. Y sigue siendo válida su tesis: la inexistencia histórica de un partido de vanguardia que guíe la lucha por una sociedad más justa. La izquierda, históricamente, se ha perdido en sectarismos, posiciones dogmáticas, maniqueísmos y oportunismo. En 1988 hubo una oportunidad de cambio, aunque no viniera de la izquierda. Un fraude más en la historia electoral del país lo impidió. Ahora, el brazo ejecutor de ese hecho, de la tristemente famosa “caída del sistema”, es un connotado miembro de una de las sectas de la supuesta izquierda actual. iii Han pasado catorce años del nacimiento del nuevo milenio. El pan le ha devuelto el botín al pri. La historia mexicana parece empeñada en demostrarse que nada cambia ni se transforma; que todo es asunto de darle vueltas a la noria. Total, el pueblo es
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aguantador. Los políticos son cada vez más ignorantes, solamente sujetos a los designios de los dueños del dinero y esclavos de sus diseñadores de imagen. Y con un discurso esquizofrénico. Su percepción de la realidad nada tiene que ver con la de la mayoría de la gente. Los partidos políticos son empresas cada vez más prósperas. Y el que se ostenta de izquierda está constituido, en su mayoría, por priístas resentidos. Con este panorama, 2014 es el año en que se celebran cien años del nacimiento de tres de nuestros escritores más importantes: José Revueltas, Efraín Huerta y Octavio Paz. De este último, la oficialidad y la televisión se han encargado de loarlo. Y han sido injustos. El incienso no les ha permitido ponderar sus altos méritos como poeta y ensayista literario. Es uno de los mayores poetas de nuestra lengua. Han preferido verlo como un santo laico de las libertades democráticas. Sus lectores le harán justicia. De los dos primeros, sin el boato oficialista, se ha podido ver que aumenta su caudal de lectores. Y otros jóvenes se han sumado. La literatura de José Revueltas, hoy, parece más vigente que nunca. El apando, Los errores, Dormir en tierra, por ejemplo, son títulos buscados, leídos y comentados con pasión por otros jóvenes, muchachos que buscan recuperar la memoria histórica en un autor que, aunada a su dominio magistral de los recursos narrativos, enseña que una posición ideológica insobornable es atributo del hombre que se asume digno y libre para tener derecho a la libertad. Como su amigo Efraín Huerta, creyó en la unión indisoluble de ética y estética. Hace falta una lectura cuidadosa de su literatura política. Sin prejuicios ni dogmatismos estériles ofrece su versión de la historia de México, a partir de ciertos hitos esclarecidos por el método dialéctico. Aún hay esperanza para el país. Hay que luchar por ella. Hay que seguir pensando que el hombre es un acto revolucionario. Ciudad Nezahualcóyotl - uam Azcapotzalco, otoño de 2014
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Fotografía: © María García / Fundación María y Héctor García, ciudad de México, 9 de marzo de 1975, Gelatina DOP
int/ext:
dos versiones sobre la misma prisión de José Revueltas Verónica Bujeiro Como es bien sabido, El apando fue uno de los textos que José Revueltas escribió durante su reclusión en el Palacio Negro de Lecumberri, condenado por su participación en el movimiento estudiantil de 1968; y si bien éste pudo ser un motivo para emprender una obra de denuncia sobre el yugo y la opresión reinantes, el autor optó por un trabajo de ficción en el que los personajes presentan nula conciencia sobre el clima político de la época, quizá con la intención de trascender el momento e involucrarnos de lleno en una conciencia atemporal sobre los cercos inexorables que impone el sistema social y político a los individuos. Sobre la tensión simbólica de un interior/exterior propio de la temática original se ciñe una más, pues regularmente se habla de El apando como texto o película cual si fuesen apostilla uno del otro, en donde un interior literario entra en competencia con la exterioridad de la mirada del cine. Y como toda obra original que sopesa una adaptación cinematográfica, parecería que el conflicto entre el paso de un lenguaje a otro pudiera sufragar una pérdida en su sentido original; sin embargo, esta obra presenta un caso particular en el que ambas versiones parecen desdoblarse como una especie de continuum en donde la tesis/sentencia del autor permanece intacta. Como muchas obras de tema penitenciario, en El apando, Revueltas relata la historia de un plan de escape tramado por los reclusos Polonio, Albino y El Carajo, apoyados por sus respectivas parejas sentimentales y filiales, bajo la argucia del ingreso de droga al penal dentro del entresijo materno, un símbolo, un
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subterfugio ilusorio y falaz por el que los personajes terminarán devueltos irremediablemente a su condición de encierro original. Mediante la imitación del efecto de “apando” — una zona de castigo dentro de otra—, el libro arma su estrategia con recursos simbólicos donde recrea la espacialidad del encierro penitenciario como una “geometría enajenada”, y presenta un contrasentido conceptual entre la imposición de un orden/ley que revela su sinsentido/ilegalidad constantemente. Como lectores, el autor nos conduce por círculos concéntricos, cual si fuésemos un roedor que busca dentro de un laberinto el punto final para escapar de su engranaje; al hallarlo, sin embargo, ese roedor se enfrenta a una condena existencial. El aprisionamiento real de los personajes se exhibe en la angustia y la sofocación, en el desasosiego bosquejado mediante una retórica estilística incesante, planos paralelos que inoculan la verticalidad de las rejas, calabozos, celdas y mazmorras infinitas que paralizan al lector bajo un efecto por demás realista y asfixiante. La estrategia artística de Revueltas toma el espacio mismo como un narrador omnisciente que de manera silenciosa opera en la conciencia para crear un auténtico texto/cárcel, donde la anécdota literaria al final resulta una tesis existencial cifrada cuidadosamente por el autor a modo de condena. Para el lector aferrado a la forma narrativa, esa interioridad intrínseca y maniática que Revueltas plantea con tanta maestría en las pocas páginas que conforman El apando parecería ser un reto imposible para su adaptación cinematográfica, puesto que el medio del cine
tiene por condición un modo de exterioridad en el que los recursos poéticos del autor podrían perderse en la conformación del simple vaciado de los acontecimientos de la trama para su realización fílmica. Pero no ajeno al oficio cinematográfico, que incluso se menciona como el mayor sustento económico que el autor tuvo en vida al realizar alrededor de veinticinco trabajos entre guiones originales y adaptaciones, Revueltas mismo funge como el encargado de la traducción de su propia obra, y comparte el crédito con José Agustín, no sólo por considerarlo un autor que más allá de tener competencia dentro del medio contaba también con la experiencia de haber pasado una temporada dentro de las paredes del palacio negro de Lecumberri; un detalle que sin duda cobra vital importancia dentro de la adaptación, pues ambos habían sufrido en sus propios cuerpos el horror del sistema penitenciario. Felipe Cazals, director de la cinta, comenta al respecto: “después de haber sido encarcelado muchas veces, Revueltas se dio cuenta de que no siendo nadie, allá adentro comenzaba a existir; y al mismo tiempo, Agustín, creyendo existir, allá adentro se dio cuenta que no era nadie; el resultado es que en la adaptación Agustín marca ese horror, esa sensación difícilmente adjetivable del que está perdido y todavía, a los no sé cuántos años, el tipo te sigue transmitiendo el terror negro de no tener nada, de estar igualmente al garete que los tres mil quinientos presos que están allí adentro; y, además, los dos coinciden en una visión que yo comparto a fondo: que la única realidad posible, en esas circunstancias, es esa; al menos de que cambie todo..”1 Es justamente la sentencia de esa “única realidad posible” a lo que nos enfrenta la versión cinematográfica. Ya desde el esquema de colores que captura al ojo, Cazals plantea una atmósfera opresiva que nos adentra en la penitencia feroz de esa convivencia cuyas reglas se inventan a partir del límite que impone la cárcel, como un cerco donde la moral tiende a desaparecer.
Fragmento de una entrevista a Felipe Cazals, tomado de: http:// bit.ly/1uRzt9q
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El paso del imaginario del texto se encarna con brutalidad por los actores, quienes proveen de una ubicación a Polonio, Albino, El Carajo, la Meche, la Chata y la Madre, llenando el rostro con esa mirada ausente de aquel que huye dentro de sí mismo a causa de un encierro mayor. La fotografía de Alex Phillips Jr. rechaza la costumbre del efecto hollywoodense y la sustituye por un estética preciosista; toma la iluminación espacial en diálogo estrecho con las situaciones, sumiéndonos en la oscuridad de lo amoral y en ese erotismo sórdido y poético que proviene del texto sólo para devolvernos, hacia el desenlace, a la claridad maldita de la reprimenda y el castigo, allí donde constatamos con nuestros propios ojos cómo se desempeña esa “geometría enajenada” en los cuerpos de Polonio y el Albino. Así como el texto original nos cerca dentro de la grafía, Cazals confina igualmente la mirada del espectador en una auténtica puesta en escena de la abyección total pues la mirada real, cercenada y patética de El Carajo nos arroja hacia el vacío del fade a negro en donde la tesis original del autor encuentra un símil perfecto. Y la evidencia a la que está condenado el plano cinematográfico resaltó la contundencia de la propuesta artística de Revueltas con su mensaje claro y directo, su crítica elevada hacia un sistema corrupto y opresor que no cambia pese al transcurrir del tiempo, lo que en su momento le costó a la película ser “apandada”, “enlatada” varios años gracias a la censura imperante en los años setenta. Su circulación durante la siguiente década fue apoyada por la aparición del video casero; y su leyenda negra, más sonada por las escenas eróticas del filme que por su contenido político, halló una vía ilegal para mostrarse. Hoy en día la proyectan por televisión, y el libro siempre ha estado ahí, pues suficientes encarcelamientos vivió su autor como para que su obra pasara por la misma suerte. Pero nada nos indica que los tiempos han cambiado. En su mecánica precisa, El apando —en cualquiera de sus versiones— hace patente la presencia de esa mano que constantemente traza figuras geométricas sobre nosotros, sujetándonos a la inercia feroz de eso que algunos entienden por “orden”.
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Paz, Huerta y Revueltas:
rebeldías revolucionarias Moisés Elías Fuentes
Fotografía: © Héctor García / Fundación María y Héctor García, ciudad de México, 16 de enero de 1968, Gelatina DOP
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En un célebre y breve ensayo, “Revuelta, revolución, rebelión”, Octavio Paz disertó sobre el destino de estos tres sustantivos en la lengua española, señalando que mientras “revuelta” había caído en cierto desprestigio, “rebelión” y “revolución” adquirieron con el tiempo y el uso un prestigio que sigue vigente y actuante. Con agudeza apuntó: “El arte y el amor fueron rebeldes; la política y la filosofía, revolucionarias”. Sin embargo, a pesar de su prestigio, el sustantivo “rebelión” también se había visto afectado por su procedencia, ya que está ligado al romanticismo y al arte. En cambio, “revolución” se beneficia de su cercanía con la razón. Si la rebelión y los rebeldes son pasionales, la revolución y los revolucionarios son racionales. Con todo, Paz era el primero en saberlo, la frontera que separa al rebelde y al revolucionario es sutil y cambiante. La rebelión y la revolución son demasiado inquietas. Paz era el primero en saberlo porque él mismo era rebelde y revolucionario, pasional y racional, como lo son por lo demás los artistas y los escritores cuando son verdaderos, cuando han crecido desde dentro de sí mismos y del entorno que los rodea. Así fueron también Efraín Huerta y José Revueltas, quienes, como Paz, nacieron en 1914, por lo que en este año han arribado a su primer centenario. Desiguales en su vida personal tanto como en su formación intelectual y en el desarrollo de sus respectivas obras literarias, los tres se involucraron de lleno con el tiempo histórico que vivieron, lo que hicieron con la misma seguridad que los llevó a consagrarse a la literatura, iluminados con una convicción que los animó y determinó sus destinos desde jóvenes. Si el devenir histórico los atrajo con su cauda de aventura y acción, la literatura los sedujo con la promesa de exploración del propio ser. Confluencia de los opuestos, Octavio Paz, Efraín Huerta y José Revueltas nacieron y crecieron en entornos socioculturales distintos y, sin embargo, a temprana edad se afiliaron al compromiso humano de la literatura. No una literatura comprometida con tal o cual ideología política, sino entrelazada a plenitud con la evolución del ser humano hacia la libertad. Más allá del perfil socialista que signó a Huerta, del comunismo en que se desenvolvió Revueltas o de las simpatías con la derecha que suscribió Paz, destaca de manera incontrastable la fe que profesaron los tres en los poderes renovadores de la crítica, y no sólo la literaria, sino también la política, la social, la moral, la cultural en su más amplio sentido. Crítica que es también autocrítica, punto final y punto de partida. Crítica y autocrítica: los poemas de Huerta y Paz y la prosa narrativa de Revueltas aparecen ante nosotros como procesos de introspección en los que los escritores hacían una acuciosa revisión de sí mismos y de su entorno, revisión que exigía estar dentro del proceso creativo, quiero decir, exigía vivir la creación literaria como pasión, en las concepciones activas y positivas del sustantivo: la vocacional y la emocional,
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aunque también en el sentido etimológico y aun oscuro de la palabra: paciencia y resignación ante el dolor, que dentro del ejercicio religioso es otra forma de rebelión ante los poderes nefandos de las autoridades de corte opresivo. La vastedad de la obra literaria de los tres escritores mexicanos podría inducir a extravíos si la observamos de manera superficial. Sin embargo, quienes se acercan a ellos procurando no marearse por el prestigio de los autores ni sus leyendas personales, han de comprobar que felizmente los tres son fieles a preocupaciones éticas y estilísticas específicas, escritores que tuvieron la suficiente prudencia como para subrayar una sana distancia entre sus textos y la volatilidad de las modas literarias de desplantes fútiles y poses caprichosas. Tal distancia deja a la vista por qué la evolución de sus trabajos literarios obedece, de modo invariable, a la aspiración que tenían los tres por responder a las interrogantes humanas mediante la experiencia literaria, es decir, Paz, Huerta y Revueltas quieren articular al mundo y al ser humano en el mundo por medio del lenguaje poético y narrativo. Si bien los tres dejaron ensayos notables, fue en la creación literaria donde mejor pronunciaron lo uno y lo otro, la diversidad de lo unívoco, y la univocidad palpitante en lo único. En la década de 1970, cuando arribaron a sus sesenta años de vida, Paz, Huerta y Revueltas escribieron tres obras cuya audacia estilística, aunada a su solidez discursiva, sólo puede comprenderse si tenemos presente que estos autores fueron fieles a su libertad interior, que no es sólo de pensamiento, sino de sentimientos y de emociones. Rebeldes por interioristas, revolucionarios por manifiestos. Después de haber salido de la cárcel, donde estuvo recluido como castigo por su participación en el movimiento estudiantil de 1968, José Revueltas publicó Material de los sueños. Estigmatizado todavía por su renuncia al cargo diplomático de embajador en India como protesta a la masacre de Tlatelolco, brutal respuesta al
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movimiento estudiantil por parte del gobierno, ya por entonces más institucional que revolucionario, Octavio Paz dio a la imprenta El mono gramático. Sacudido en su fuero interno por el sangriento final del movimiento de 1968 y sus vientos de renovación social y moral del país, Efraín Huerta escribió los poemas que integran Los eróticos y otros poemas. Tres libros pensados y sentidos desde antes, pero que los autores decidieron sacar a la luz en 1974 como recibimiento y aun bienvenida a la vejez, la etapa final del ser humano, quizás, pero en no menor medida la etapa en la que hombres y mujeres pueden entender y estimar mejor la libertad personal. En efecto, los tres libros están más cercanos a la revisión y la reinvención que a los repasos claudicantes por la obra literaria en que han caído otros autores. Vejez: final, pero también punto de partida, alejamiento de lo que fuimos y descubrimiento de los otros que aún podemos ser. Material de los sueños supera la recopilación de textos que en principio pareciera ser para derivar por un lado en la reinvención, toda vez que está compuesto por escritos que estaban destinados a ser novelas o ensayos, y por otro la reanudación del diálogo con el cuento, género narrativo caro a Revueltas, quien lo trabajó en pocas ocasiones, pero en cada una hilvanando el argumento al punto de llegar, en sus mejores momentos, a la tensión poética. Sin embargo, a diferencia de otras colecciones de cuentos del autor, la poesía de Material de los sueños no proviene de la religiosidad desgarrada y consciente de la tragedia del hombre y la mujer, despojados de la protección divina, reducidos al desamparo humano, sino de un sentido de solidaridad que en vez de disfrazarse de conmiseración se presenta actuante, irónica a ratos, pero más que todo feroz y feraz: un estallido que busca la liberación. Es el caso de “Sinfonía pastoral”, célebre cuento de esta recopilación narrativa: Pero ella, sin poder dar rienda suelta a su desesperación, se negaba a mirar con el ojo del cíclope, tenía miedo de
que, si miraba a la pantalla, esta insignificancia bastara para sacarla de juicio y hacerla enloquecer de histeria. —¿Te aburre la película? –escuchó junto a ella la voz de su marido. La bestia inmunda, repulsiva, infame, ruin, innoble, estúpida de su marido. No, estúpida no; una simple bestia sádica más bien.
Como Revueltas, Efraín Huerta preparó Los eróticos y otros poemas no como una renovación de su discurso poético, sino como una revisión y ajuste de cuentas con los temas básicos que caracterizaron su obra: la ciudad, el erotismo, la soledad individual y la colectiva. Estos temas aparecen en la colección poética, pero además aparece el poeta convertido en tema y por tanto susceptible de ironías, sátiras, burlas, pero también de compartir la soledad y el desasosiego de los otros citadinos, con una intensidad que no se había permitido a tales niveles en sus poemarios anteriores. Dio paso además a los poemínimos, breves juegos de ingenio que se nutrieron del haikú y de la greguería, para permitirse chispazos de un humor filoso y festivo. Pero es en los poemas extensos en los que Huerta aguzó mejor su palabra crítica. Véase por ejemplo “Juárez-Loreto”, en el que el poeta devela con franca impudicia la conciencia de la vejez. Impudicia que es una carcajada: Hoy debo dormir como un bendito y despertar clamando en el desierto de la ciudad donde el Juárez-Loreto que algún día compraré me espera, como un palacio espera, adormilado a su viejo-príncipe-poeta soberbiamente idiota.
Así como Revueltas reanudó su diálogo con el cuento y así como Huerta ajustó cuentas con sus temas literarios, Octavio Paz retomó su diálogo con el surrealismo como movimiento y estilo literario y reconsideró su relación con el ensayo. De tal ejercicio autocrítico surgió El mono gramático, ensayo que es un poema cíclico y un ensayo abierto. Las limitaciones del discurso
creativo y las ilimitaciones del discurso interpretativo; la conversación que los escritores conciben para comunicarse con los otros, y la conversación que los lectores entablan consigo mismos teniendo al texto literario como intermediario; las restricciones discursivas de los escritores que resultan fronteras cambiantes en las que aquéllos pueden expandirse a sus anchas, la infinitud de significaciones que los lectores pueden hallar en la lectura, mismas que le llevan a concebir nuevas formas de comunicación con yo interior, un yo que es también nosotros, son los temas que conducen al gran tema de El mono gramático: el individuo ante la multiplicidad de los otros que también lo conforman. En uno de los pasajes de este ensayo-poema, Paz observó: Ilusionismo de castillos que en lugar de disiparse en el aire se asentaban en el agua: la arquitectura convertida en una geometría de reflejos flotando en un estanque y que el menor soplo del aire disipa…
Autores de personalidades distinguibles y definitorias, Paz, Huerta y Revueltas evolucionaron con celeridad, pero sin melindres hacia un dominio maduro y equitativo de las técnicas literarias. De la misma manera, trabajaron el estilo de su escritura con un cuidado de orfebre, con tallados finos y en más de una ocasión geniales. Escritores convencidos de su oficio y de los beneficios del mismo; congruentes con sus ideas y sus ideales. En el centenario de sus nacimientos, el mejor y más sincero que se le puede hacer a esta tríada diversa y dispersa es la lectura sincera de sus obras respectivas, dejando aparte apologías y diatribas, actitudes que de plorablemente han sido frecuentes a la hora de realizar una revisión de los textos de estos tres centenarios mexicanos, hombres que nos enseñaron a vivir en comunicación con su presente y que a la vez nos enseñaron a escuchar las voces del pasado y a vislumbrar los acentos del futuro.
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La herencia de José Revueltas Alfredo Loera
Fotografía: © Héctor García / Fundación María y Héctor García, ciudad de México, 16 de enero de 1968, Gelatina DOP
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Es curioso que todavía se cuestione la importancia literaria de José Revueltas. En conversaciones entre académicos y escritores, por lo común se le tiene cierta consideración por los encarcelamientos que sufrió en vida, pero pocas veces por su novelística. A veces incluso se le reduce a un cristiano secularizado, a un hombre que se guareció en una ideología como esas personas que se refugian en alguna secta para ser importantes. Y aunque en este texto me veo tentado a hacer comparaciones de su obra con respecto a la de otros grandes autores mexicanos para legitimarlo, no es pertinente, en especial porque ya otros lo han hecho sin tener grandes resultados. Por ejemplo, tenemos la comparación que hizo José Agustín en el epílogo de las Obras reunidas de José Revueltas, editadas por Martín Luis Guzmán en 1967: señala que Pedro Páramo no es más que la copia barata de El luto humano. Sé que el comentario suena escandaloso y chocante, pero quizá afirmarlo a bocajarro sea la mejor manera de homenajear a un escritor como Revueltas. Con Revueltas no se pueden tener sentimientos neutrales. Se le ama o se le odia. Se le considera un genio o se le considera un escritor fallido. Su presencia ha de haber sido equiparable a la de estar frente a un monstruo; sus sobremesas habrán sido abrumadoras, sin ninguna posibilidad de escapar o de tener puntos medios. Estar frente a él habrá sido terrorífico si consideramos que era un épico bebedor que estaba obsesionado con la condición enajenada del hombre. Evodio Escalante cuenta que Revueltas era dado a iniciar conversaciones con frases como: “La bomba atómica, el absoluto humano”. Escalante se pregunta, ¿qué es lo que se podría responder ante semejante sentencia, especialmente cuando se estaba a la espera de unas cervezas? Seguramente cada vez que Revueltas actuaba de ese modo se le consideraba un loco. Es muy probable que él mismo buscara ese tipo de encrucijadas, así como era muy dado a entrar en dichos callejones sin salida en su obra literaria. Revueltas no es un escritor que escriba para dar placer. Él mismo lo asevera en una entrevista hecha por Vicente Francisco Torres. Revueltas no escribe para entretener, no escribe para hacerle más llevadera la vida a nadie, hecho que algunos tiernamente no le perdonan. Para él toda la literatura considerada best seller era la muerte del pensamiento. Para él, la novela tenía una función mucho más básica y al mismo tiempo una función más salubre, la de comprender la naturaleza humana. En tiempos como el nuestro, hablar de la naturaleza humana suena anacrónico. Se dice que no hay una naturaleza humana. Desde luego que Revueltas habría comprendido esto último de un modo más profundo que muchos de los literatos contemporáneos que caen en un escepticismo radical, que les causa una parálisis creativa e intelectual. Para Revueltas no podía haber parálisis. Todo se supeditaba a la praxis, a la acción, y de ahí que su literatura no buscara el esteticismo, sino que buscara atrapar la realidad, aunque dicha tarea pudiera presentarse imposible. Alí Chumacero comentó en su momento, hace ya más de cincuenta años, que El luto humano habría sido una de las más grandes novelas escritas en México, pero que a final de cuentas era una novela fallida. Este comentario crítico es comprensible
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si tomamos en cuenta que, en muchos sentidos, la literatura mexicana se ha preocupado más por la buena redacción que por propuestas estéticas que vayan más allá del folklorismo. Por otra parte, Revueltas, al ser un expresionista, también tuvo su carga de incomprensión dentro de un ambiente literario que históricamente se había inclinado por la vertiente cerebral del arte. Una de las principales aportaciones de José Revueltas a la literatura en lengua española, sin duda es el debate que suscita respecto a la posibilidad de la literatura de narrar lo que consideramos como real, una discusión que no puede evitarse dentro de la literatura, en especial si ésta pretende mantenerse ligada a una crítica social y al mundo que la rodea fuera de la palabra. Además, ya se ha hablado en varias ocasiones acerca de las cualidades estéticas del escritor duranguense: su tremendismo y plasticidad en las narraciones y en las descripciones; su capacidad de generar imágenes al grado de propiciar una sorpresa, un darse cuenta en relación con algún rasgo de los mundos que aborda. Del mismo modo son numerosos los análisis respecto de su evolución novelística, la cual, según el consenso, llega a su culminación con El apando. Lo que inquieta de la estética revueltiana es su desdoblamiento, la manera en la que disloca un esquema de verosimilitud sin que éste se rompa, el cual construye desde un punto de vista histórico. Es decir, las narraciones revueltianas están llenas de símbolos y mitos de naturaleza atemporal y figurada que, sin embargo, se empalman con una reflexión concreta del contexto histórico, muchas veces totalmente político, lo que ocasiona que sus narraciones sean textos híbridos, y que desde una lectura preocupada por una homogeneización pueden resultar fallidos. Esta lectura estaría más pendiente de que la obra literaria no rompiera sus reglas implícitas, como su historicidad o figuración, lo cual, a su vez, genera una perspectiva de cierta manera ingenua, si es que la obra en cuestión no propicia descubrimientos de un mundo concreto. En el capítulo ix de El luto humano se encuentran párrafos como el siguiente: Un soldado cristero fue herido en forma horrible. Su cabeza voló en pedazos dejando tan sólo el tronco, grotesco
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y bárbaro. Resulta fantástico, increíble, pero el cristero se levantó corriendo sin cabeza, borracho, zigzagueando, para volverse a retaguardia y caer junto a los pies de la cruz, una que había a la entrada del pueblo..
Gran parte de las narraciones revueltianas muestran este tipo de escenas. Decir que la obra de Revueltas es fallida porque despliega estas descripciones que parecen tremendistas es equiparable a decir que las pinturas del Greco son fallidas por el alargamiento de sus figuras. A Revueltas se le critica por su cualidad más interesante. Ese ya sería un logro, debido a que esta posibilidad de desfigurar, de desdoblar, fue lo que lo llevó a escribir las novelas más grotescas y bellas del siglo xx mexicano. Sin esta mirada distorsionada, exuberante, nunca habrían llegado a nuestra literatura novelas como El apando o Los muros de agua. No tendríamos una vertiente para poder contar el horror que ha vivido México en los tiempos modernos. En este sentido, la estética revueltiana es de las más cercanas a nuestro momento histórico. Pensemos en las matanzas ocurridas en fechas recientes y veremos que las narraciones de Revueltas siguen aconteciendo en lo que hemos llamado la realidad. De esta manera, aunque muchos lo nieguen, podemos encontrar numerosos ecos de su obra en autores actuales. Eso no es de sorprenderse, si advertimos que la obra de Revueltas es un testimonio de la debacle de la modernidad en México. El apando es la culminación de esa denuncia. Basta hacer un análisis, ya despojado de los prejuicios comunistas, para constatarlo. El comunismo ha muerto y hoy en día pocos podrían llamarse comunistas. Entonces leamos a Revueltas desde otra perspectiva. Si lo hacemos de esa manera, como lo explica Luis Fernando Hernández, la literatura de Revueltas es de las más lúcidas de nuestro siglo xx, ya que nos muestra cómo la sociedad mexicana vive una época que escasamente tendría que ver con la modernidad: todos sus procesos y todas sus estructuras son fallidas. La cárcel, desde luego, es el ejemplo paradigmático. Hoy en día estos lugares tienen el nombre de Centros de Readaptación Social y resulta evidente que el nombre es irónico. Son, como el mismo Revueltas lo desarrolla en El apando, una
Fotografía: © María García / Fundación María y Héctor García, ciudad de México, 9 de marzo de 1975, Gelatina DOP
metáfora de la sociedad, la cual se ha organizado en una geometría enajenada. Leer a Revueltas es pensar en estas contradicciones. Pocos escritores de su generación, si no es que ninguno, hablaron de estas temáticas. Si tomamos en cuenta esta postura, es más sencillo comprender la gran herencia que dejó el escritor duranguense a la literatura mexicana. Dentro de unos cuantos días se celebrará su primer centenario. El México que nos toca vivir en 2014 sigue sufriendo los mismos problemas de barbarie y supresión que los de su tiempo. México no ha cambiado. ¿Valdrá la pena recordar algunas palabras de nuestro escritor? Por supuesto que sí. En el prólogo a sus Obras reunidas, Revueltas nos dice: (…) el no haberse podido mirar un escritor en sus obras como ser objetivo e independiente, el no haberse encontrado con esa libertad suya y el saber que se mira en la forma opuesta a como lo miran los demás constituye en esencia, con monumento o sin él, la problemática
de todos los escritores y la problemática misma del escribir, cosa muy diferente al mezquino y cobarde “quehacer literario” —como lo llaman— de que se ocupa ese no-escritor, obsecuente, burocrático y vacío, que es el “hombre de letras”. Hombre de letras, cierto, que no de palabras, pues éstas son compromiso y combate: los literatos no pueden sino huir de ellas con la mayor prudencia. (Y hay que decir, en suma, que el literato es el que se inmuniza, sin detenerse en que los medios sean los más ruines, contra la zozobra humana del ser y que lo mismo es el tal literato, entonces, el burgués ignorante que jamás ha leído o escrito en su vida). El escritor, por lo contrario, pacta a vida o muerte con las palabras, con sus palabras, con sus obras. En su relación con ellas —relación que se establece independientemente de su voluntad— encuentra, así, la medida de su propio aislamiento y de la incomunicación sustancial a que está condenado su “lenguaje de nadie”, pues las cosas jamás podrán ser de otra manera para él.
En este centenario se han reeditado las obras de Octavio Paz y Efraín Huerta. ¿Por qué no las de José Revueltas?
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Fermín Revueltas: geometría y abundancia
Héctor Antonio Sánchez
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Danzantes de Yautepec, óleo sobre tela, 1933
El recuerdo favorable que guardamos del linaje Revueltas suele enlistar a Fermín como su representante en las artes plásticas. Si el tiempo no ha desdibujado su reputación, tampoco la ha vuelto más clara: frente a la de sus hermanos José y Silvestre, acaso su herencia es la que más ha sufrido el embate de los años, debido en gran parte a la brevedad de su vida. La pérdida de buena parte de su actividad mural, la dispersión de su obra gráfica, la irremediable interrupción de buena parte de sus proyectos imponen una necesaria labor de arqueología para comprender su legado en un conjunto coherente. Fermín Revueltas vio transcurrir sus mocedades en el poblado duranguense de Santiago Papasquiaro, donde naciera en 1901; más tarde viviría en Colima, Guadalajara y Durango. En 1917, temerosa de la leva, la familia lo envió junto a su hermano Silvestre al Saint Edward’s College, en Austin, Texas, de donde los jóvenes se mudarían al año siguiente con rumbo a Chicago, a realizar estudios profesionales. Allí Revueltas entra en contacto con una ciudad bullente en actividad artística: museos, galerías, una intensa vida bohemia; conoce el precisionismo, vanguardia estadounidense seducida por las formas mecánicas, a cuya corriente cabe adscribir los nombres de Georgia O’Keefe y Niles Spencer. Los artistas de la época nos han provisto de una imagen trepidante y hermosa; óleos a veces sombríos, a veces luminosos, donde vemos los miembros en expansión de sus metrópolis: puentes, elevados, rascacielos, remaches, herrumbre; un canto a la ciudad misma, acaso carente de habitantes, marcado por la fascinación y a veces por el apocalipsis. Este temprano cosmopolitismo explica tal vez la posterior adherencia del pintor a la vanguardia. Pero aún es pronto para ello: en 1920, sin conseguir espacios en galerías o recitales en el extranjero, Fermín y Silvestre se reúnen con su familia en la ciudad de México. El artista se incorpora a la Escuela de Pintura al Aire Libre de Chimalistac, un proyecto promovido por Alfredo Ramos Martínez, a la sazón director de la Escuela Nacional de Bellas Artes, que ansiaba apresar la luz a la manera de los impresionistas franceses. Es un afán por capturar el paisaje local, sí, y por romper el academicismo hasta entonces reinante, tras la meditada influencia de un estilo afrancesado, pero los tipos y los elementos autóctonos se filtran irremediablemente en el proyecto, si el sentimiento de “lo nacional”, desde Saturnino Herrán y sus criollas, había inaugurado el siglo. Conservamos de Revueltas algunos óleos de esa época primera, que con fortuna se apartan del impresionismo y testimonian la rápida conquista de una estética propia: paisajes suburbanos resueltos por
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Desarrollo del boceto mural para el Banco Nacional Hipotecario y de Obras Públicas. Alegoría de la producción (2), lápiz sobre papel, 1934
la feliz convivencia de formas geometrizantes y un uso audaz del color, en que el avance de la tecnología — postes de luz, cableados, estructuras— interrumpe el ya inadmisible paisaje edénico, como un anuncio de próximas simpatías. 1922 será el escenario de una doble inmersión: la colaboración de Fermín con el grupo de los estridentistas y también su aportación a ese singular laboratorio del naciente muralismo que será la Escuela Nacional Preparatoria. No podría, en apariencia, existir mayor contraste entre las obras producidas para estos dos movimientos: si en unas triunfa la composición intrépida mediante representaciones geométricas y aun abstractas, en el mural reinan las formas volumétricas y la profusión del color. Revueltas, sin perder jamás una cierta autonomía, comulgó con el estridentismo y su amor a la modernidad, la máquina y el movimiento. Su obra, en medios diversos —óleo, acuarela, grabado— quedó marcada por ese entusiasmo y sus claras deudas con el constructivismo ruso o el futurismo italiano. En 1923 editará junto a Maples Arce la revista Irradiador, que sólo ha de conocer tres números y será el órgano de difusión del movimiento en su tránsito de la erupción y el escándalo primigenios hacia la aproximación a otras vanguardias latinoamericanas. Esa experiencia ya no ha de abandonar al artista: durante los años treinta funge como uno de los principales ilustradores de Crisol, revista de orden político y socio-económico del Bloque de Obreros e Intelectuales. Traza veintisiete portadas y más de cien ilustraciones para el interior: en ellos, los recursos de una plástica plenamente moderna, en que convive el imaginario del socialismo con formas dinámicas de la industria —trabajadores, marchas y herramientas con acorazados, chimeneas y cableado eléctrico— dan fe del extraordinario diseñador que fue Revueltas, una tarea acaso tenida por menor frente a su sostenida asociación al muralismo. Preservamos en realidad sólo dos testimonios de este último quehacer: Alegoría de la Virgen de Guadalupe,
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en el Antiguo Colegio de san Ildefonso, y Alegoría de la producción, de 1934, hoy en el Centro de las Artes de Monterrey. Entre estas dos alegorías, primero y último de sus murales, se extiende un pozo de objetos perdi dos, del que sólo tenemos fotografías, dibujos preparatorios y descripciones en artículos. Conservamos a cambio tres conjuntos de sus espléndidos vitrales, en los que brilla el genio de un notable colorista: en la Universidad Autónoma de Sinaloa, en el Hospital Colonia de Ferrocarrileros y en el Centro Escolar Revolución de la ciudad de México, todos de 1934. Después de todo, resulta natural la transición del fresco al medio vítreo: proporciones magnánimas, integración de la plástica al lenguaje arquitectónico, trabajo conjunto, riqueza cromática. Transición: también en los vitrales están presentes los espíritus que animan al muralismo mexicano, donde confluyen las aguas de dos cauces. Uno corre por su superficie: sus temas, sus ídolos, sus personajes y aun su fascinación por el progreso derivan de la Revolución Mexicana que hoy, derribadas todas sus falacias, resulta un influjo casi pintoresco. El otro es subterráneo: es el discurso hermético e iniciático que procede del simbolismo y el decadentismo finisecular del xix. Las obras murales y vítreas de Revueltas oscilan entre estos dos ejes, con predilección por el primero: en unas dominan la historia y el presente de México —tipos y luchas sociales, flora y fauna, oficios de la industria—; en otras —las menos— la referencia a los elementos naturales y las mitologías cosmogónicas. Cedo aquí a la tentación, caprichosa, anacrónica, de ver en su último fresco el testimonio del aprendizaje de Revueltas. Fechado en 1934, un año antes de su muerte, Alegoría de la producción, de casi cuarenta metros cuadrados, es una celebración de la riqueza y la transformación del país por la armoniosa fecun didad entre el hombre y la máquina. En el corazón de la composición, un gran dínamo —suerte de rueda del tiempo—, de cuya cima surgen las lenguas aira das del fuego creador, aparece rodeado por las figuras
Alegoría de la Virgen de Guadalupe, encáustica, 1923, Antiguo Palacio de San Idelfonso, ciudad de México
titánicas de un hombre y una mujer, principio masculino y femenino del origen. De este centro de procreación se extiende, en líneas diagonales a los lados, el paisaje natural —montañas, valles, ríos— modificado por las huellas del progreso: presas, edificios, ciudades, industrias, máquinas dirigidas por morenos operarios, como si en el conjunto se asentaran los mejores recursos de la obra de Revueltas: los volúmenes sensuales —anuncio de la fertilidad— del cuerpo y la materia; la febrilidad del tópico del trabajo; la cierta nobleza de la máquina y la fascinación por la industria; y —arcilla que resuelve el todo en armonía— la audacia de la composición y el cromatismo: una estructura piramidal en que triunfa el color, palpitante, luminoso. Aquí, la imagen de la industria se integra a un paisaje más vasto: el de la utopía. De allí su fecundidad y su inocencia: el paisaje del reino primordial se reúne por fin con el mundo redimido del mañana. Es acaso inevitable desear esta obra de plena madurez como un testamento artístico: Fermín Revueltas murió al año siguiente, el 9 de septiembre de 1935, víctima de un ataque cardíaco. Tenía 34 años.
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30 | casa del tiempo Joseph Beuys als Titelbild de Wirtschaftswoche Joseph Beuys als Titelbild de Wirtschaftswoche, impresiรณn sobre papel, 1976
Joseph Beuys:
el genio al servicio del arte Miguel Ángel Muñoz
Donde puede darse concepto a lo percibido, hay realidad Joseph Beuys, 1965
Joseph Beuys es, junto a Marcel Duchamp, el artista quien más discrepó en determinados juicios estéticos, no sólo creativos, sino también teóricos. Ambos son los artistas —junto a Picasso, el más grande del siglo xx— que más han influido en el devenir de la creación artística del siglo xx. Beuys es un gran ilusionista, en la estela de Schwitters dadá, del arte conceptual convertido ya en transvanguardia en los inicios de la década de los sesenta. Es junto con Andy Warhol y Lee Byars uno de los magos que dieron vida a un nuevo vocabulario visual basado en la heterogeneidad formal y, en cierto sentido, rompieron con todos los cánones estéticos establecidos, aunque Beuys es un caso aparte. Han pasado ya tres décadas de la muerte de Beuys, y a pesar de la frivolidad reinante en el arte contemporáneo, se dibuja más claramente la huella que ha impreso en el arte. La atención a su obra ha tenido como interminable la inolvidable exposición retrospectiva en el Museo de Arte Reina Sofía en 1994, curada por el genial Harald Szeemann, y las muestras que le han dedicado la Tate Modern de Londres, en 2005, y la Hamburger Bahnhof de Berlín, en 2006. Nació en Krefeld en 1921 y murió en Düsseldorf en 1986; se formó con Ewald Mataré en la Escuela Superior de Arte de Düsseldorf, de la que fue profesor más tarde. Soldado de la Wehrmacht con apenas veinte años y piloto de un Stuka, fue derribado en el frente de Crimea en 1944, y la leyenda sostiene que fue tratado por las tribus tártaras con sebo y fieltro, que cauterizaron sus quemaduras. Cuatro años más tarde, en 1947, ingresaría en la Kunstakademie de Dusseldorf, y comenzaría a producir en una línea de marcada espiritualidad y rigor religioso. Fue a finales de los cincuenta cuando comienza a gestarse la trama definitiva de Joseph Beuys. Su rotunda presencia y su gran originalidad pronto le otorgaron fama internacional en los años sesenta, pero su influencia no deja de ser constante en pleno siglo xxi. La obra de Beuys trasluce la tragedia de su juventud: la quiebra moral del nazismo, la desorientación de posguerra, el ocaso de una identidad escindida en el corazón de una Alemania rota. Su arte emprendió la ruta milenarista de la redención. Un proyecto artístico siempre entre la catequesis y la jefatura de centuria que el artista entendió como el de “un curandero espiritual en una sociedad enferma del alma”.
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Felt Suit, 1970
Su obra se inscribe dentro del ámbito conceptual de las acciones y la antiforma o lo procesual. El contexto en el que decide trabajar Beuys supone el cambio radical de actitud hacia las formas y la propia función del arte. Entendió el arte como una simbiosis de lo autobiográfico, social, histórico y mítico. “La creatividad —dice Beuys— no está limitada a aquellos que practican una de las artes tradicionales, e incluso para éstos no está limitada a su arte. En todos hay una creatividad sofocada por la agresividad de la competencia y de la búsqueda del éxito”. Es cierto, Beuys intentó reformular la realidad del arte en función de una actitud política, social y creativamente crítica a partir de la cual el objeto artístico, desligado de toda subordinación estética, se debía concebir como un gesto vital y simbólico, residuo de una operación mental, activador de acciones sociales y hecho antropológico. Desde esas consideraciones, Beuys utilizó el arte (convertido en anti-arte) para educar, redimir y curar al ser humano. Formuló una idea de arte que se afianzaba en afirmaciones como “todo hombre es artista” o “arte es todo aquello que modifica la conciencia”, al tiempo que planteaba una poética de nuevas relaciones entre el hombre y la naturaleza en la más pura tradición romántica alemana. Beuys actúa como un diestro alquimista que separa concepto a concepto los tejidos constructivos del arte contemporáneo. Sus obras son disecciones precisas para dejar al descubierto la verdad descarnada de sus teorías artísticas. Obras cargadas de simbolismo. Tradición y modernidad, las dos constantes sobre las que gravita su obra. El diálogo que articula toda obra moderna. Un intercambio de vocablos tan necesario como el que mantienen ya de antiguo la abstracción y la figuración o el color y la forma para que el arte acabe siendo una realidad. En el caso de Beuys, una realidad apasionada, animada por las tensiones de la presencia real de los objetos, equilibrada por el juego que le dieron sus instalaciones, sus dibujos y sus esculturas: Para dos guardianes (1968-83); Quiero ver mis montañas (1950-71); Fuerzas de orientación (1974-77); Parada de tranvía (1976) y Plight (1985), entre muchas otras. Beuys se explica y entiende mejor a partir de todo ello. Unas convicciones sobriamente equidistantes de Duchamp. En los años sesenta y setenta, Beuys se vuelca en un trabajo autorreferencial. Insiste en un lenguaje formal —por ejemplo, work in progress, Fond VII/2 que comienza en el sesenta y siete y que muestra la preponderancia del material, con pilas de fieltro coronadas por placas de bronce— trazado de una reproducción, de una secuencia de rituales inventados que asume todo género de objetos dados — piedras, trozos de cristal, despojos animales— con cierto minimalismo interventivo,
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activo, que utiliza esos elementos para narrar desconcertantes historias de un momento histórico cruel: la Alemania nazi y las heridas infringidas a una generación sobreviviente que en muchos casos se perdió en la locura. La impresión visual que logra esta obra es abrumadora: un golpe seco en la memoria, una descarga poética total. Cuánto más se mira la obra de Beuys más se descubre. Beuys busca dar respuesta a las problemáticas sociales de un mundo sujeto a radicales transformaciones que exigía dinamitar los preceptos de la obra de arte única e irrepetible, sujeta a los capri chos del mercado. Fotografías, impresiones, objetos, esculturas, videos, películas y grabaciones sonoras son sólo parte de ese ingente trabajo. Todas las técnicas, desde las más tradicionales hasta las más novedosas, fueron utilizadas para poner en circulación sus ideas, exposiciones, actuaciones, performances, conferencias y discusiones. Son objetos que difieren de los ready mades de Duchamp no por su naturaleza pobre y efímera, sino por ser parte de la vida del propio Beuys que los “ha puesto ahí”, tras convivir con ellos y marcarlos con su huella: Mis objetos deben ser considerados estimuladores —dice Beuys— para la transformación de la idea de escultura o de arte en general. Deben suscitar reflexiones sobre lo que puede ser la escultura y sobre la manera en la que la noción de esculpir puede ser entendida a partir de materiales invisibles utilizados por todo el mundo.
Pero sobre todo Beuys fue un experimentador fascinado por el arte, un mago capaz de romper todos los límites de la creatividad. Los dibujos de Beuys son los herederos desdeñosos de la filosofía romántica de la naturaleza, que además ha perdido el respeto sacral, que al parecer debe impregnar la menor ocasión pictórica. Ha sido aleccionado por dadá: el significado de la obra es responsabilidad de la obra misma, sus interpretaciones alargan en el tiempo la capacidad inventiva. Sin embargo, sus trabajos gráficos configuran una de las obras más expresivas de nuestro tiempo, y muestran sin palabras que la fuerza comunicativa, su única potencia estética resulta de la mágica contaminación de los materiales. Beuys tiene una línea que acompaña, sin duda, su desmedida imaginación para lo inesperado. La variedad de sus obras gráficas recogen la mayor parte de los símbolos discursivos de Beuys, al tiempo que reúnen las distintas instancias expresivas del artista: lo chamánico, la mitología animal, lo orgánico, la muerte, la denuncia social, lo público y lo íntimo. Piezas como Free democratic sozialism (1971); Airmai, (1971); Halved Felt Cross over Cologne (1977) y Dead Stag (1982) son el claro ejemplo de esa relación misteriosa de Beuys con el arte.
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Monument to the Stag, 1954-1985
Es difícil reconstruir las acciones de Beuys sin la tensión de su presencia, sin la fría seriedad del entomólogo o el ser racionalista ante la mesa de autopsia, como solía representarse, absorto en la disección de la psique humana. En la vitrina de Manhattan, con un coyote en I like America and American likes me (Galería René Block,1974), el cuerpo de Beuys —un coyote— y los materiales frecuentes en sus acciones —el fieltro, el papel, la paja sobre la que dormía el coyote— construyeron el vehículo de su creación o su acción en el festival de Fluxus con la acción Symphonie Siberienne en Düsseldoorf. El arte de Beuys, como el de Fluxus, es inimitable, se agotó en el momento de sus acciones. Un hechicero del arte, un alquimista, un chamán, un exorcista. Sus acciones no pueden entenderse sin su universo de objetos y esculturas. The Pach (1969), con los trineos dotados de linterna, sebo y mantas de fieltro que escapan de una vieja furgoneta; The End of the xx Century (1983-1985), instalación de treinta fragmentos de basalto a los que se ha incrustado un cono con grasa, o Fond VII (1984), con ocho cubos de fieltro cubiertos de planchas de cobre, son extraordinarias instalaciones que pretenden demostrar el viejo axioma de Beuys: todo hombre es artista si es capaz de atender y poner en juego su creatividad y sabe descubrir que todo es a la vez energético,
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simbolico y orgánico. “Es sólo el arte lo que hace —dice Beuys— posible la vida, este es el modo radical en que quiero formularlo. Yo diría que sin arte el hombre es inconcebible en términos fisiológicos. El hombre está sólo realmente vivo cuando se da cuenta de que es un ser creativo y artístico”.1 Este es su testamento, un arte que no se olvida, como la propia vida de Joseph Beuys. Se trata de transformar el arte en un sinfín de acertijos cuyo origen es el único síntoma visible de una identidad fragmentada: una vida a la búsqueda de un sentido. Un arte combativo que aspiraba y aspira a transformarse en una vanguardia nueva, única e irrepetible. Pero el arte era para Beuys un signo efímero que concluye en el momento de la acción. Bien decía Harald Szeemann: “Las obras y los conceptos de Beuys son de un artista iluminado que se consumió demasiado de prisa, porque no sólo comprendió la verdad sino que la generó”.2 Un mago, un chamán y artista genial de su tiempo, que es el nuestro también.
1 Schap, Willoughby, Entrevista con Joseph Beuys, en Artforum, diciembre de 1969, Nueva York, p. 41. 2 Szeemann, Harald, “Joseph Beuys: la máquina del tiempo térmica”, en Joseph Beuys, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid, España, 1994.
De Mociño a Darwin II
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(Imagen: Ann Ronan Pictures/Print Collector/Getty Images)
Jaime Labastida
Desde su origen, cabe decirlo, la teoría de la evolución se vinculó de modo estrecho con la noción de la continuidad; da la impresión, afirma un investigador moderno, que este principio fuera “una de sus bases y hasta su razón misma”.21Buffon habla de cambios en los animales; de su degeneración, pero nunca de su transformación, menos aún de su evolución. Sin embargo, a pesar de todo, su teoría pone el acento en un hecho: que la Naturaleza genera una infinidad de individuos diversos que, poco a poco y de modo insensible, cambian, por la acción que sobre ellos ejerce el En el marco de la Exposición “Darwin”. Antiguo Colegio de San Ildefonso, ciudad de México, 10 de agosto de 2014. Segunda de dos partes.
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Émile Guyénot, Les sciences de la vie aux XVII et XVIII siècles. L’idée d’évolution, Ediciones Albin Michel, París, 1957, p. 382.
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ambiente. Buffon, del que detestamos, en México y América, rasgos de su obra, inscritos en la polémica del Nuevo Mundo,32es un gran naturalista y, sin duda, un precursor de la teoría de la evolución. Cuando sostiene que animales y seres humanos se degradan en América, acentúa la influencia del ambiente sobre las especies.43Así, afirma que “la temperatura del clima, la calidad de los alimentos y los males de la esclavitud” (de la domesticación), son “las tres causas del cambio, la alteración y la degeneración de los animales”.54. En las tesis de Leibniz se apoyan, por paradoja, lo mismo quienes sostienen que hay y los que afirman que no hay especies. La formación de conceptos que hoy consideramos científicos tiene orígenes oscuros. En muchos de estos conceptos se halla un rasgo mítico, la fuerza de una metáfora, aspectos que parecen propios de la poesía. No pocos conceptos de la geometría euclidiana, por ejemplo, cobran su origen en semejanzas con el cuerpo humano: isósceles designa dos piernas iguales; γονία, ángulo agudo, obtuso o recto, mienta rincón, pila de un puente y, a la vez, la rodilla de un hombre (γόνυ).65 Empero, creo que, por encima de otros pensadores, quien influye de manera poderosa en el pensamiento de Darwin es Alexander von Humboldt. Humboldt es el científico más importante de la primera mitad del siglo xix. Estableció una serie de comparaciones universales en los campos más diversos, desde el magnetismo terrestre, el movimiento del fluido líquido y el fluido aéreo, hasta la distribución de las plantas según altitud,
Gerbi, Antonello, La disputa del Nuevo Mundo. Historia de una polémica (1750-1900), traducción de Antonio Alatorre, fce, México, 1960, passim. 4 En este punto, dice Buffon, si hay alteraciones particulares de alguna especie, “se presenta una consideración importante”, a saber, que “el cambio de las especies mismas” se debe a “una degeneración antigua” del molde original (“De la dégénération des animaux”, op. cit., p. 401). 5 Buffon, “De la dégénération des animaux”, op. cit., p. 394. 6 Serres, Michel, Les origines de la géométrie, Flammarion, París, 1993, passim pero, sobre todo, pp. 254 y ss. (hay traducción española de Ana María Palos, revisada por Federico Álvarez y Jaime Labastida, Siglo XXI Editores, México, 1996). 3
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latitud y longitud o la sedimentación progresiva de las capas de la superficie terrestre. En suma, sus comparaciones y su método fueron capaces de abarcar el planeta como un todo.76Humboldt ponía el acento en los rasgos internos de plantas y animales: en la totalidad de su estructura interna. En este aspecto, me parece decisiva la aportación de José Mariano Mociño, a mi juicio, el más grande de los científicos de la Nueva España, por desgracia, hasta hoy escasamente conocido, hasta por los especialistas.87 Mociño describe de modo fiel al propio tiempo que riguroso, las plantas y los animales de Nueva España. No le interesa, como a Martín de la Cruz o a Francisco Hernández, el uso medicinal de las plantas (aunque era médico), sino hacer descripciones según el método binario de Linneo. Sigue, por consecuencia, las indicaciones de Casimiro Ortega, el director del Real Jardín Botánico de Madrid: reproducir, sin agregados extraños, las plantas in situ. No es poca cosa. He sostenido en otro lugar que Carlos III, frente al avance poderoso del imperio inglés, que ocupa poco a poco extensos territorios que no pertenecen ni a Portugal ni a España, decide incorporar al desarrollo moderno el imperio hispano. La corona española no
Humboldt, Alexander von, Kosmos. Entwurf einer physischen Weltbeschreibung, Eichborn Verlag, Frankfurt am Main, 2004. Contiene un apéndice: Physikalischer Atlas, hecho por Heinrich Berghaus apoyado en el Kosmos. Humboldt escribió sus obras más importantes en francés. En lengua alemana apenas se valió para escribir dos o tres libros, por ejemplo, Ansichten der Natur y Kosmos. Este último fue escrito hacia el final de su vida. Su trabajo fue postergado en Alemania, mientras que conoció un inmenso auge en Francia, Estados Unidos y América Latina. Cosmos, con el subtítulo de Essai d’une description physique du Monde, fue traducido al francés por H. Faye y Ch. Galuski, con una Introducción especial de Humboldt, y conoció varias ediciones en Francia (dispongo de la cuarta edición, L. Guérin, París, 1866-1867, en cuatro tomos, de la que se afirma que está dispuesta en mejor orden que todas las precedentes). 8 José Mariano Mociño y Martín de Sessé, La Real Expedición Botánica a Nueva España, doce volúmenes en gran formato y a todo color, Coordinación general de Jaime Labastida, Siglo XXI Editores-unam, México, 2010. No omito decir que las plantas y los animales fueron ordenadas por familias y especies por un equipo de investigadores del Instituto de Biología de la unam. 7
busca apropiarse de otros espacios que no sean los propios: necesita conocer aquellos que son suyos desde hace dos siglos y medio, indagar de modo científico por sus recursos. Carlos III auspicia una serie de expediciones de carácter científico, entre otras, la de Alejandro Malaspina por el Pacífico Norte, las Filipinas y Australia,98la de José Celestino Mutis al Nuevo Reino de Granada109y la de Martín de Sessé y José Mariano Mociño a la Nueva España.1110En este contexto, el de determinar de modo científico lo que contienen las posesiones ultramarinas de España, se inscribe la Real Expedición Botánica a Nueva España. La expedición es, desde luego, de orden descriptivo, pero se apoya en criterios científicos moder nos. La conoce parcialmente Humboldt y se expresa elogiosamente de ella. Empero, las teorías que serán el antecedente directo de Darwin se hallan en Jean Lamarck, por un lado, y en Georges Cuvier, por otro. A partir de 1800 y hasta 1809, cuando publica su Philosophie zoologique, Lamarck sienta las bases de una teoría de la transformación de los animales. Acaso sea rudimentaria, en tanto que supone que las aves palmípedas desarrollan una membrana interdactilar para no hundirse en el fango o que las jirafas tienen el cuello largo porque están obligadas a ramonear de arbustos muy altos.1211 Pese a que Lamarck no aceptó la existencia de clases, órdenes, géneros ni especies, lo decisivo se encuentra en su árbol taxonómico que avanza, en una escala de seis grados, de los invertebrados a los vertebrados. La escala va de infusorios a mamíferos; pasa por pólipos, gusanos, insectos,
crustáceos, moluscos, peces, reptiles, aves, mamíferos. Por primera vez en la historia se muestra un conjunto armónico de las especies. Clasificar implica establecer un orden y el sistema apoyandose en principios de carácter lógico: los animales se agrupan de lo simple a lo complejo; lo particular se subsume en lo general; la diferencia específica se inscribe en el género próximo. He aquí que postular simple y complejo es elevar conceptos modernos que sustituyen a los antiguos (elemento, mezcla). Los nuevos conceptos son acuñados por Descartes y Leibniz; la categoría de subsunción es elevado por Kant. Así quedan ordenados los reinos, las familias, los géneros, las especies, las clases, las variedades… Pero otro paso decisivo lo hallamos en Georges Cuvier. Pese a que su teoría de las revoluciones del planeta sea una sucesión de meros hechos estáticos, Cuvier abre un amplio camino a la teoría de la evolución. En él hallamos una explicación sólida de los fósiles que se acumulan, en capas sedimentarias, en la superficie de la Tierra.1312Cuvier intenta, por tanto, una explicación científica de la presencia de animales y especies extintas en la superficie del globo. Su teoría sienta las bases para explicar que las especies actuales pueden venir de otras, ya desaparecidas. Sin embargo, en Darwin advertimos una actitud novedosa. En primer lugar, ni siquiera se preocupa por discutir la existencia de las especies: da por hecho que están allí, ante nuestros ojos. Humboldt le ha permitido esa comprensión; de él afirma, en su diario, que lo admira cada día más.1413
González Claverán, Virginia, Malaspina en Acapulco, Instituto Guerrerense de Cultura-Turner Editores, España, 1989. 10 Mutis, José Celestino, La Real Expedición Botánica del Nuevo Reyno de Granada, Edición de Ma. Pilar de San Pío Aladrén, Real Jardín Botánico, Villegas y Lunwerg, Editores, Madrid, 1992. 11 A propósito de Sessé y Mociño, véase también El águila y el nopal. La expedición de Sessé y Mociño a Nueva España (1787-1803), Coordinación general de Ma. Pilar de San Pío Aladrén y Miguel Ángel Puig-Samper, Real Jardín Botánico-Lunwerg Editores, Madrid, 2000. 12 Lamarck, Jean, Philosophie zoologique, París, 1809 (sigo la primera edición española, hecha por José González Llana, Sempere Editores, Valencia, sin fecha, pero es posible que sea de 1911).
Cuvier, Georges, Discours sur les révolutions de la surface du globe, 8ª edición, H. Cousin, París, 1840. No omito decir que fue precisamente Humboldt quien proporcionó a Cuvier el plano de las capas sedimentarias de la superficie de la tierra; el cuadro aparece entre las páginas 290-291. Darwin hace el recuento de quienes le han precedido en la teoría de la evolución; menciona a Lamarck, a Saint-Hilaire, a Huxley, pero no a Cuvier ni a Humboldt. Me produce asombro. 14 Darwin llevaba consigo, en el viaje del Beagle, la Relation historique du Voyage aux régions equinocciales du Nouveau Continent, de Humboldt, en su traducción inglesa (Personal Narrative of a Journey to the Equinoctial Regions of the New Continent, en traducción de Helen Williams, se publicó en Londres, 1814-1829).
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Tal vez no sea ocioso señalar que la teoría de Darwin se apoya en una teoría de orden económico, lo dije ya, la teoría de Malthus sobre la proyección geométrica del crecimiento de la población humana contra el crecimiento en proyección sólo aritmética de los alimentos. Dice Darwin: “la lucha por la existencia entre todos los seres orgánicos en todo el mundo, consecuencia inevitable de la elevada razón geométrica de su aumento [… es] la doctrina de Malthus aplicada al conjunto de los reinos animal y vegetal”.1514¿Cómo? Darwin ¿tiene derecho de aplicar la teoría de Malthus al conjunto de los reinos animal y vegetal? La teoría de Malthus, ¿acaso no tiene como razón de ser el que no se pueda aplicar a los reinos animal y vegetal? ¿Qué afirma Malthus, en rigor? “Si consideramos la totalidad de la Tierra… [cuya] población actual llega a mil millones de habitantes, la especie humana aumentaría como la progresión de los números 1, 2, 4, 8, 16, 32, 64, 128, 256, y [en cambio] las subsistencias como los números 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8 y 9. Al cabo de dos siglos, la proporción entre la población y los medios de subsistencia sería como la de los números 256 y 9; al cabo de tres siglos, como los números 4,096 y 13, y al cabo de dos mil años la diferencia sería casi incalculable”.1615 Se advierte con claridad que Malthus considera que la especie humana crece en proporción geométrica, mientras que los alimentos, precisamente las plantas y los animales de los que subsiste el hombre, aumentan en proporción aritmética. Poco más de dos siglos nos separan de la publicación del Ensayo de Malthus. Según sus cálculos, la especie humana estaría formada por 256 mil millones de personas, hoy, cuando, en realidad, no alcanza los 7 mil millones. Según él, por el contrario, los alimentos se habrían multiplicado sólo nueve veces.
Darwin, Charles, The Origin of The Species…, “Introduction”, op. cit., p. 7, primera columna (en la edición española de la unam, op. cit., tomo i, p. 15). 16 Malthus, Thomas Robert, Ensayo sobre el principio de la población (1ª edición en inglés, 1798), traducción de Teodoro Ortiz, fce, México, 1951, p. 12. 15
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Malthus no previó que el desarrollo tecnológico, par ticularmente en la biología, ha decuplicado el desarrollo de ciertas especies domesticadas. No se ha extendido en proporción geométrica la superficie dedicada a la agricultura y la ganadería, sino que se ha intensificado la productividad de los cultivos y de los establos. Así se han podido cubrir algunas de las necesidades alimenticias de parte de la población humana. Darwin desarrolla su teoría, pues, a partir de la tesis económica de Malthus, pero le da un giro distinto. La aplica precisamente donde no se aplica, en los reinos vegetal y animal. A partir de la teoría maltusiana, Darwin produce un conjunto de conceptos decisivos. Selección natural y lucha por la vida son los paradigmas que forman la causa eficiente, si puedo expresarme así, en lenguaje aristotélico, de la evolución. Significa que las especies se transforman o, mejor dicho, evolucionan por medio de la selección natural, gracias a la lucha por la vida. Es cierto, la Naturaleza se prodiga y genera muchos más seres de los que son necesarios, según criterios de una economía racional. Hay un enorme desperdicio, un exceso de energía que se pierde. Millones de huevos mueren sin ser fecundados; uno solo de los millones de espermatozoides entra en el óvulo; el resto fenece. Sobreviven los más aptos, esos que son capaces de adaptarse mejor al medio. Esta serie de conceptos forma, en la teoría de Darwin, un todo coherente: cada concepto se apoya en el otro y le es solidario. Todos culminan en la evolución. Evolución se opone a diversos conceptos, pero, en especial, a los que indican inmovilidad, el supuesto de que lo semejante produce lo semejante. Pero evolución se opone también a otro concepto, el de revolución. ¿Por qué Darwin no se vale de este concepto, ya utilizado por Cuvier? ¿De dónde viene el concepto de revolución? Viene de la mecánica (la celeste y la racional) e indica el movimiento completo que hace un planeta o una estrella, en la bóveda celeste, de un punto imaginario a otro. Se trata de un giro de trescientos sesenta grados. Así, Copérnico titula su libro De Revolutionibus Orbium coelestium (Sobre las revoluciones de los orbes celestes). En
Charles Darwin. (Imagen: Getty Images Latin America)
la mecánica se habla del número de revoluciones por minuto que produce un motor (el de un automóvil, por ejemplo). Empero, en las ciencias sociales el concepto adquiere, por extraño que parezca, una connotación distinta: la vuelta al revés de la situación social existente, un giro de 180º, una semirrevolución. El concepto de revolución no es propio de la Antigüedad clásica (no lo hallamos en Platón ni en Aristóteles; tampoco en César, Cicerón, Séneca o algún otro pensador latino). Lo cierto es que, con la connotación que hoy posee, se empieza a usar sólo en la Edad Moderna, acaso en la época de la Guerra Civil inglesa y, desde 1789, en Francia. Empero, su uso sistemático crece a partir de la obra de Carlos Marx17.16 Convengamos en que evolución y revolución son conceptos opuestos. ¿Qué nos indica la oposición? El campo semántico que cubre evolución indica un desarrollo lento, sin saltos bruscos, paulatino, escalonado; de allí que se apoye en la idea, cara, como vimos, a Leibniz y a Buffon, de que hay una cadena insensible de seres y que los cambios se producen por pequeños, pausados movimientos, por matices. El campo semántico de revolución cubre la idea de un cambio total y brusco, que altera de raíz el ancien régime, el viejo sistema político, económico, jurídico y social. La palabra revolución indica, en el terreno político, la subversión del viejo estado de cosas y la creación, por instrumentos radicales, de un nuevo orden. Se provoca un giro completo (en rea-
Bobbio, Norberto, Nicola Matteucci y Gianfranco Pasquino, Diccionario de política, dos tomos, Siglo XXI Editores, México, 1991, bajo la entrada revolución.
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lidad, semicompleto) de toda la situación anterior. La revolución, en el sentido que le otorgan a este concepto las ciencias sociales, nunca se puede producir, en sentido estricto, en la realidad. Todo cambio social implica una herencia, insoslayable. Todo desarrollo, natural o social, se provoca por la lenta acumulación de hechos anteriores o, en sentido hegeliano, por el cambio de cantidad en cualidad. He aquí el dilema que se ofrece a Darwin, ¿evolución o revolución? ¿Por qué elige, sin vacilar, el concepto de evolución? ¿Por qué soslaya el de revolución? Porque advierte que los cambios que se producen en las especies antiguas y en las actuales, en las salvajes y en las domésticas, se dan lentamente y se acumulan hasta generar una variedad distinta. Lo cierto es que la teoría de Darwin significó, no una evolución en el sentido lato del término, sino una revolución, también en el sentido amplio del término. La teoría de Darwin no sólo provocó un enorme impacto en las ciencias biológicas; lo hizo también en otras ciencias, incluidas las sociales. Subvirtió la idea, dominante hasta ese momento, de que el hombre ocupaba un sitio privilegiado en el orden de la Naturaleza. Nos hizo hincar la rodilla en la tierra y reconocer, con humildad, que venimos de otros animales, inferiores; que existe una cadena infinita, que va desde los protozoarios hasta los humanos; que es preciso aceptar que no somos otra cosa que seres inermes, dotados, al propio tiempo que por azar también por la más dura necesidad, de un cerebro que crea palabras; que somos, en suma, los más recientes habitantes de este planeta, a la vez diminuto y grandioso.
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Enrique IV, parte 2, acto ii, escena iv, Johann Heinrich FĂźssli, 1805
Shakespeare humanista Gerardo PiĂąa
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Los humanistas del Renacimiento pensaban que para construir una sociedad justa primero debían conocerse muy bien las características de la naturaleza humana. La sola expresión naturaleza humana provoca un cierto estremecimiento en nuestra época, algo de sorna y de ya-superado. “No hay tal cosa como la naturaleza humana”, dice la posmodernidad. “Lo que para unos es natural, para otros no lo es”, afirma. Porque a la posmodernidad le gusta relativizar todo para no comprometerse con nada y decir, si se le pone contra las cuerdas: “No tener compromisos es mi compromiso”. Le gusta cuestionar todo, menos a sí misma. Pero en su afán por relativizarlo todo, los posmodernos terminaron por convencer a la mayoría de que no sólo en nuestra época todo es relativo; también forzaron su lectura de otros autores y otras épocas, como es el caso de Shakespeare, y nos dijeron que ya desde entonces todo era relativo. Llegaron al punto de agenciárselo: “Shakespeare era uno de nosotros, pero él no lo sabía”, dicen los teóricos del materialismo cultural o los apóstoles del New Historicism norteamericano. Lo que comenzó como una sugerencia atrevida (por ejemplo que en el Renacimiento isabelino ya había evidencias de vacíos en categorías como las de género, identidad, etcétera) devino moneda corriente. Alguien dijo que en la época de Shakespeare no existía el concepto de naturaleza humana —del mismo modo que alguien dijo que Pedro Infante era un gran actor— y todos le creyeron. Dice Noam Chomsky, en su libro Lenguaje y libertad, que si el ser humano fuese una criatura completamente maleable, sin estructuras mentales innatas ni necesidades de tipo cultural o social, entonces estaría sujeto a que las políticas del Estado formaran su conducta sin que él pudiera evitarlo. Algunos, desde luego, no estamos de acuerdo con esta idea; pensamos, al igual que Chomsky, que hay características humanas intrínsecas que constituyen el marco para el desarrollo del intelecto, el crecimiento de una conciencia moral, una vida cultural y la participación en la búsqueda de una comunidad libre y justa en cualquier época y en cualquier
parte del mundo. Sin embargo, los posmodernos creen que hablar de estructuras mentales innatas es hablar de un misterio; para ellos la naturaleza humana no existe o tiene tantas formas como sociedades. La idea de una estructura mental innata no es de Chomsky; pensadores como John Locke ya hablaban de la importancia que tiene una sociedad en la formación de las ideas de un ser humano dada una estructura previa. “La mente”, decía Locke, “es una página en blanco, despojada de caracteres, sin ideas”. Y también afirmaba que las personas nacemos con las facultades que nos permiten aprender. En realidad, la negación de la naturaleza humana es más reciente. En 1924, la escritora inglesa Virginia Woolf escribió que “no hay nada tan fácil de cambiar como la naturaleza del ser humano cuando se actúa desde una edad temprana”. Esta es una idea central de lo que se denominó el Modelo Estándar de Ciencias Sociales en la mayoría de las universidades del mundo en el siglo xx. Sin embargo, en otras áreas las cosas son distintas. Desde la década de 1970, en la biología y la psicología el concepto de “humanidad” como un concepto meramente cultural ha sido rebatido. Para la mayoría de los psicólogos y los neurólogos actuales está claro que la mente es el resultado de interacciones complejas entre una serie de predisposiciones genéticamente determinadas y un entorno social que ha sido formado por la cultura de varias generaciones. En palabras de Edward O. Wilson, somos el resultado de “una co-evolución genética y cultural”. ¿Pero cómo convencer a los posmodernos de lo que dice la ciencia cuando éstos creen que la mente, e inclusive el género de las personas, se determinan por las interacciones sociales y no tiene mayor relación con nuestra naturaleza biológica? ¿Cómo decirles a críticos como Judith Butler, Stephen Greenblatt o Jean Howard, quienes sostienen que es absurda la noción de una esencia humana trans histórica, que la biología y la psicología afirman lo contrario? Según John Dollimore, fue hasta la época de la Ilustración que el “humanismo esencialista” apareció en escena. En su libro Radical Tragedy (1984) sostiene
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que es absurdo pensar que las obras de Shakespeare tengan algo que ver con la naturaleza humana. Dollimore afirma que para los isabelinos, el ser humano era inestable y fragmentado; a ninguno de ellos se le habría ocurrido pensar en el yo. También afirma en este libro que la idea de la originalidad era un concepto completamente ajeno para los artistas de la época y que el concepto de genio no existía en el Renacimiento. Tal vez me equivoque, pero la mayoría de los estudiosos actuales (no sólo de Shakespeare sino de las humanidades en general) estarán de acuerdo con lo expuesto por Dollimore. Después de todo, su libro fue uno de los más influyentes en los estudios del Renacimiento. Pocos marcos de referencia han sido tan convenientes como el de la posmodernidad para adaptarse a cualquier época y circunstancia; se trata de un marco casi vacío en el que lo poco que hay es como un disco pirata: el contenido es siempre relativo con respecto a lo que promete, y también es siempre muy barato. La crítica posmoderna a partir de Dollimore nos dice que los isabelinos creían que el solo acto de vestirse de mujer hacía que un actor se transformara en una de ellas en el escenario. Decir que el público del Renacimiento creía que cuando un señor se ponía un vestido se convertía en señora es atentar contra las leyes más elementales de la inteligencia de los estudiosos del siglo xx (y de lo que va del xxi). Porque mientras más leemos a los autores, filósofos y demás escritores del Renacimiento, más evidencias encontramos de que para ellos el tema de una naturaleza humana era esencial. Había diferencias en cuál era la esencia de dicha naturaleza humana, pero no había duda de que existía. Así que afirmar que el Renacimiento inglés era prácticamente una calca de la posmodernidad norteamericana no sólo es irresponsable: es de mal gusto. La palabra humanista llegó a Inglaterra mediante el latín humanitas, cuyo sentido primigenio era el de “naturaleza humana”. En el latín clásico esta palabra tenía tres acepciones principales: naturaleza humana,
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civilización o cultura y benevolencia, y así era como se entendía en la época de Shakespeare. Somos nosotros, desde las ópticas de los siglos xx y xxi, quienes hemos enfatizado el carácter secular del humanismo, así como sus ambiciones de proyecto educativo. Pero en aquella época este concepto se extendía a las acepciones mencionadas. De ahí que los humanistas se ocuparan del estudio del ser humano y su naturaleza. En el Renacimiento se estudiaba la literatura, se leía poesía o se acudía a presenciar una obra de teatro porque se pensaba que la literatura funcionaba como un espejo que retrataba nuestros vicios y virtudes más característicos. El arte nos enseñaba nuestras contradicciones y cómo equilibrarlas en pro de una mejor calidad de vida, de una sociedad más justa. “Si nuestras virtudes no sacaran lo mejor de nosotros, seríamos todos iguales, como si no tuviéramos ninguna”, dice Shakespeare en Medida por medida (i, i, 33). En el Renacimiento, uno aprendía a vivir mejor a partir de lo reflejado en el arte. De hecho, para los humanistas ingleses como Francis Bacon, Thomas More o Thomas Elyot, la educación humanista significaba conocer el deber de un individuo frente al Estado. Afirma Ben Jonson: “El estudio de la poesía ofrece a la humanidad unas ciertas reglas, un cierto patrón para vivir bien y felizmente; nos predispone a realizar los trabajos civiles que requiere una sociedad”. Y esta idea tampoco es nueva: muchos filósofos han sugerido que conocer la naturaleza humana es esencial para bosquejar (ya no digamos realizar) un proyecto de sociedad justa y equitativa. Dice Cicerón en su libro De los oficios: “Aquellos a quienes la naturaleza ha dotado con la capacidad para administrar los asuntos públicos deben hacer a un lado todas sus dudas y entrar a la carrera por un cargo público, para dirigir el gobierno”. Y tiene sentido, ¿cómo podrías comenzar a planear una sociedad justa si no conoces los problemas a los que te estás enfrentando? Esto no significa ir al extremo contrario y afirmar que la sociedad renacentista
era un lugar ideal. En el Renacimiento el elitismo era algo perfectamente aceptado, así como la ignorancia o el desprecio al análisis inductivo, básico para el desarrollo científico como lo entendemos en la actualidad. Lo que intento hacer al cuestionar algunos rasgos que nos parecen dados acerca del Renacimiento es llamar la atención sobre la crítica literaria posmoderna con respecto de la obra de Shakespeare y, por extensión, a la crítica de nuestro propio tiempo. Si leemos mal épocas pasadas, ¿cómo estaremos leyendo la nuestra?, ¿cuál es el futuro que estamos trazando? El Dr. Johnson, eminente crítico literario del siglo xviii, dijo que el objeto de la crítica literaria era hacer de la mera opinión una forma de conocimiento. Sin embargo, esa opinión no puede estar sujeta sólo a la voluntad de quien la esgrime. La mayoría de los críticos literarios en México se limita a externar una opinión (un juicio descalificativo o laudatorio las más de las veces) ignorando el marco histórico, las referencias y los vínculos de las obras estudiadas con otras áreas de la sociedad o del conocimiento. Mi crítica a los críticos de Shakespeare que ignoran el contexto de su tiempo para imponer una lectura posmoderna no obedece a que yo crea que la lectura de Shakespeare y su estudio sean actividades fundamentales en la sociedad mexicana. Mi crítica proviene de la sensación de que eso (la lectura impositiva o ingenua de la obra de uno de los mayores autores de la historia) es el reflejo de una actitud extendida a varias de las acciones que realizamos cotidianamente. Las repercusiones de esta actitud están a la vista: un Estado represor, una sociedad violenta, cínica, indolente y acrítica, en la que las excepciones son cada vez más notables. Una de las expresiones más comunes de esta manera equivocada de leer las obras de Shakespeare está en ignorar la importancia que para él y para muchos de sus contemporáneos tenía el concepto de naturaleza humana, la cual está presente en sus obras como un elemento principal; las estructuras de los dramas, los temas, los personajes, sus participa-
ciones… todo está vinculado a la idea de que es posible mostrar la naturaleza humana en varias de sus facetas para aprender de ella y mejorarla. Pero si para nosotros, los anti-esencialistas por naturaleza, no hay tal cosa como una teoría de la humanidad, cómo podríamos encontrar rasgos de esta mirada humanística en la obra de un autor que nos exige cada vez más para leerlo. Somos anti-esencialistas por naturaleza porque somos el resultado directo de las teorías que cobraron furor en la década de 1980: las teorías que al negar conceptos como identidad, género y naturaleza humana influyeron en nuestra manera de entender el mundo. Estos postulados crearon nuestra actual forma de entender la literatura, de ignorar la historia, de olvidar (y en muchos casos despreciar) al autor. Aprendimos a arremeter contra todo concepto de autoridad, como dictadores. “¿Por qué es más importante la opinión de un especialista que la mía si vivimos en una democracia?” “Yo no necesito ser mujer ni tener hijos para entender la dimensión de la maternidad”. Ideas como éstas las escuchamos o las decimos a diario. Si yo afirmara en este momento que en todo el mundo las personas tienen deseos, conocen la tristeza y necesitan tener amigos, lo más probable es que sólo unos cuantos estén de acuerdo. Si les digo que hay algo en todos los seres humanos que nos permite entendernos por el sólo hecho de ser de la misma especie sin importar nuestra nacionalidad, género, edad, etcétera, menos personas estarían de acuerdo todavía. Pero ¿qué dice Shakespeare al respecto?: “En todo el mundo las personas tienen deseos, prueban la tristeza y necesitan amigos” (Ricardo II, iii, ii, 171-2.) “Un solo toque de la naturaleza hace a todo el mundo iguales” (Troilo y Crésida iii, iii, 169) Los humanistas del Renacimiento coincidían en que la inteligencia era una parte de la esencia humana, pero también en que esa inteligencia no era suficiente para crear una sociedad cohesionada, justa. Atribuían a ciertas deficiencias en nuestra naturaleza
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Sueño de una noche de verano, acto iv, escena i, Johann Heinrich Füssli, 1796
esta incapacidad para crear y mantener una sociedad adecuada para todos los seres humanos. Si alguien en este momento preguntara: “¿por qué, si los seres humanos somos inteligentes y tenemos tantos conocimientos y hemos desarrollado tanta tecnología, no podemos vivir en paz?” Más de uno soltaría una carcajada; tacharía esa pregunta de ingenua o estulta. Sin embargo, las probables respuestas no serían necesariamente iluminadoras: “porque el conflicto es inherente a la humanidad”, “porque vivimos en una lucha de clases”, etcétera. Y aquí yo aventuro una respuesta indigna de un docto lector: “Porque no leemos obras como las de Shakespeare atendiendo a lo que nos hace afines”. Leer, es bien sabido, no hace mejores a las personas; pero también es sabido que la lectura es una de las maneras más eficaces de transmitir el conocimiento. Estudiar no nos hace mejores, pero estudiar con la intención de hacernos mejores en algo, sí. Nuestra sabiduría no radica en acumular conocimientos aislados sino en entendernos como especie. “El entendimiento de la humanidad en general es la clave de la sabiduría” (Erasmo de Rotterdam). El humanismo renacentista se preocupaba por promover los valores positivos de una civilización, y al mismo tiempo, prevenirnos en contra de los defectos más comunes y atroces que estaban latentes en todos nosotros. Las obras de Shakespeare son representaciones literarias de la tensión que ambas cuestiones producen; mediante sus múltiples recursos retóricos y estéticos nos comunican esta tensión. Gracias a que estamos hechos de la misma materia que él y que los isabelinos es que podemos apreciar esta intención. Y hacer algo con ella para detener tantas atrocidades. Hacer algo con nosotros, con nuestro tiempo.
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Gerardo Cornejo y el olvido La muerte tiende a sacudir y generar recuerdos en las personas. En el caso de un escritor, su fallecimiento da pie a relecturas y a descubrimientos. Recuerdo que cuando empecé a escribir y a involucrarme en los círcu los literarios del estado, por allá del año 2000, había un rechazo en mi generación hacia los escritores de mi localidad. Los jóvenes queríamos ser cosmopolitas, viajar, describir otras ciudades, reflejar a dónde habíamos ido o a dónde queríamos ir. Nos daba pereza leer y escribir sobre la sierra, costa o frontera de Sonora. Cuando adquirí la antología de cuento sonorense Cuéntame uno, compilado por Gerardo Cornejo (Tarachi, Sonora, 1937), al poco tiempo la vendí por presión de mis compañeros. Solo había leído un par de cuentos. Cuando me di cuenta del error, algunos años después, busqué por todos lados dicho libro hasta encontrarlo en un tianguis de segunda. La edición no estaba cuidada. De todas maneras la compré. Aunque es una edición con muchas erratas, es un libro al que vuelvo con frecuencia. Con el tiempo, mi generación fue publicando sus primeros textos en revistas o en forma de libro. Descubrimos a escritores como Luis Enrique García, Abigael Bohórquez, Jesús Antonio Villa, y nació nuestra fe hacia los escritores del estado. Una tradición literaria, aunque con pocos representantes y títulos, apareció ante nuestros ojos. Fue imposible no leer a Gerardo Cornejo después de dicho descubrimiento. Desde entonces tengo curiosidad por la historia de la literatura en Sonora. A medida que hurgo en archivos y libros descubro pequeñas joyas. Gerardo Cornejo
Fotografía: Centro de Estudios Históricos de Región y Frontera
Josué Barrera
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ha sido de las pocas personas interesadas en historiar la literatura de la región. Cuando estuvo al frente de El Colegio de Sonora a partir de la década de los ochenta, institución que fundó y en donde fue rector en dos administraciones, Cornejo impulsó el área de humanidades originando los primeros ensayos sobre el tema. Por si fuera poco, compiló la primera antología de cuento sonorense Cuéntame uno (colson, 1985) y años después coordinó una antología aún mayor de la literatura del estado, llamada Inventario de voces. Visión retrospectiva de la literatura sonorense (unison, 1992). Se puede resaltar su labor como fundador de instituciones (El Colegio de Sonora, la Asociación Mexicana de Población y la Sociedad de Escritores Sonorenses) o como académico, roles donde dejó una indudable huella. Muchos otros hablarán sobre la calidad en su obra narrativa, lo cual es evidente al publicar novelas como La sierra y el viento (con ocho ediciones) y el libro de cuentos El solar de los silencios, por sólo nombrar dos, colocándose en el grupo de los escritores del norte que hicieron ruido a nivel nacional, al lado de Jesús Gardea y Daniel Sada. Pero no hay que olvidar su labor de rescate de la literatura del estado, ya que es imprescindible. Lo vi en dos ocasiones. La primera vez fue mediante una cita en su oficina. Le quería hablar de un blog que administraba dedicado a rescatar la literatura de Sonora para después pedirle autorización para escanear sus ensayos y subirlos a la página. Después de una hora de hablar sobre sus libros, aceptó mi propuesta, se disculpó por no tener sus textos a la mano pero me presentó a su asistente quien tenía todos los archivos. A pesar de su cordialidad nunca concreté dicho proyecto. La segunda vez lo vi en un aula. Días antes me inscribí en un taller que él daría sobre escritura. Ese día solo estábamos un compañero y yo en el salón. Al ver la cantidad de personas, el maestro Cornejo abandonó el recinto y se fue a su oficina. Cuando lo fuimos a buscar para saber el destino del taller, nos dijo que esperaría a que se inscribieran más personas. El taller nunca se volvió a programar. A pesar de esta experiencia con los jóvenes, Cornejo fue un escritor homenajeado en vida. Desde 2008 la biblioteca de El Colegio de Sonora lleva su nombre y en 2009 se realizó un homenaje en la Feria del Libro de Hermosillo, en cuya edición se publicó una recopilación de sus libros en dos portentosos tomos titulada Como temiendo al olvido (isc, 2009). Su reciente fallecimiento ocurrido el pasado 28 de julio da pie a buscar información suya en internet. Es lamentable que después de publicar una obra literaria reconocida por la crítica y ser uno de los escritores más leídos fuera del estado, solo tenga dos cuentos en línea, aparezcan un par de entrevistas, un pequeño artículo sobre la lectura y una biografía que se repite hasta el cansancio. Por mucho tiempo se interesó en recopilar, difundir y publicar la literatura de Sonora. Es tiempo de que instituciones como el Instituto Sonorense de Cultura, El Colegio de Sonora y sobre todo los jóvenes digitalicen su obra para una mayor difusión.
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Una tarde deseosa de ser noche
Jesús Vicente García
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De la avenida Juárez, victorioso, uno logra llegar al otro lado, después de haber atravesado el Eje Central hacia la calle de Madero —entre personas que nos avientan de frente y nos empujan y rozan de lado— que es sólo para transeúntes y ahora sirve para la vendimia chafa artística, para esos oportunistas de la intentona creativa, gente que se disfraza de héroe estadounidense salido de cómics cuyo patriotismo raya en lo ridículo: supermán, batman, el capitán américa, la mujer maravilla; o de scooby doo, las capsulitas amarillas de Mi villano favorito, los picapiedra y algunos otros que retoman figuras como apaches e indígenas combinados con algo jolivudense que levitan con el cuerpo brilloso, o un tipo con un sombrero de copa alta, estropeado, que cuenta chistes guarros, con lugares comunes, leperadas que a la gente le gustan; entonces, uno debe de seguir caminando sea hacia uno u otro lado —Zócalo o Eje Central— y a cada paso se atravesarán estos especímenes que cobran por sacarse una foto con ellos, y no queda de otra más que esquivar a los mirones y escuchar música de casi todo, hasta medieval. Basilio y yo vamos a los portales del Zócalo, a la tienda Tardán. El joven maestro de secundaria (no de prepa por el momento a causa de que no se llenaron los grupos adecuados, ¿pues no que todos los jóvenes quieren estudiar y hasta hacen marchas?) se compra un sombrero de lana, color castor, ala mediana, como los que se usaban en los años cuarenta y cincuenta, durante la época de oro del cine mexicano. Se midió seis o siete sombreros. El negro le queda perfectamente. De hecho, todos le
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asientan bien. Él se siente raro e implora mi opinión. En definitiva el negro, el azul marino y el castor le quedan para combinar con los trajes. La señorita, mujer bajita de estatura y alta en conocimientos en el ramo, le da uno y otro sombrero, con la paciencia de un viejo cazador, no presiona, no aturde al enseñarlo todo, simplemente lo que el cliente diga. Le gusta uno negro. La susodicha lo lleva al mostrador de enfrente, con un tipo cuarentón que se encarga de planchar y darle la última manita al producto antes de salir de la tienda. Le explica a Basilio que lo debe de limpiar con un cepillo para ropa, de cerdas suaves, que al quitárselo no lo ponga en superficie alguna sobre el ala, sino sobre la copa, a la manera de quien pide una moneda con el sombrero hacia arriba, para que no se estropee. Le pone unas calzas dentro del sombrero para ajustarlo. También se decide por el color castor, de lana, porque lo puede meter a su portafolio, lo saca y vuelve a la normalidad, no se arruga ni se raya ni se rompe ni se rasga. Hermoso sombrero. Se mira una y otra vez en el espejo de cuerpo entero, sonríe, levanta una ceja, se pasea de lado, se mira de frente, ora con el ala inclinada hacia el rostro, ora hacia atrás. Se sabe guapo y la vendedora también lo sabe y también una extranjera pelirroja que no se decide si se lleva uno de bombín o uno de copa más pequeña y ala ancha. Basilio Valdés Balderas ha decidido cambiar su propia imagen. Ya no es por Mayú (a quien eventualmente ve, pero sólo como amigos con derechos físicos e intelectuales, sin responsabilidades de ningún otro tipo). Ha conocido a una joven que le encantan los hombres con sombrero. Debo aclarar que no lo hace por ella, sino que afirma que a él siempre le han gustado los sombreros, sólo que no sabía dónde comprarlos. Yo uso boinas y sombreros desde antes de conocerlo y apenas me ha preguntado acerca de estos aditamentos en el vestir, ¿cómo es que nunca se fijó en mis sombreros negro, gris, azul marino, castor, y en la diversidad de boinas que tengo? Me sentí el rey desnudo del cuento en el que sólo los inteligentes pueden ver su ropa, pero aquí al revés: solamente un idiota no podría darse cuenta cuando los uso. Después de una intensa lluvia nos dirigimos hacia el Eje Central para abordar el trolebús, aunque antes quiere ir por unos churros con chocolate a los Bisquets Obregón; al decirle que nunca tienen churros y que ese lugar pertenece a la familia de Mancera, Basilio lo rechaza como Drácula ante la cruz y vamos por un capuchino
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a Santa Clara, el del logotipo con perfil de vaca. Basilio me habla de esa gran mujer que conoció en un Cielito querido café, en Dolores e Independencia, una de esas tardes lluviosas de verano: él solo, ella sola, él con perfume rico, ella oliendo y sonriendo sabroso, él maestro de español, ella deseosa de leer sin saber qué, él conocedor de libros, ella con estudios de contabilidad y administración por el ipn y que ejerce con título en una dependencia de gobierno, él soltero, ella igual pero con novio, ambos lectores y buscando mesa para disfrutar, él su capuchino clásico, ella su frappé con cajeta, leche batida y galletas de animalitos (cocodrilos, cerdos, vacas y jirafas); sólo hay una mesa circular y dos asientos que deben compartir con una pareja de tórtolos universitarios que dicen al unísono: claro, siéntense, creyendo que iban juntos. Mujer traje sastre, gris con azul, pantalón pegadito y algo húmedo por la lluvia, zapato alto, aroma a Carolina Herrera, manos blancas, mirada despierta, libro en mano, bolso negro. Como lo imaginaba, él no sabe qué hacer, asiente con la cabeza, deja ver sus ojos de borrego somnoliento, vestido de traje azul marino, seco, gracias a su gabardina beige que se acaba de quitar y lleva en el brazo junto con la novela en turno, Como la vida misma, de Agustín Ramos. Sentados. “No sabía qué decir, pinche Pame, ¿qué haces ante una mujer de menos de treinta con ese olor a siemprerrica?”“¿No que a Carolina Herrera?” “Es una metáfora, no mames”. De Independencia fueron a la Gandhi de Madero, le urgía leer algo, esa noche terminaría el último capítulo de La ladrona de libros, de Markus Zusak. Basilio le recomendó algo más exquisito, que tuviera relación con ciudades como esta: La trilogía de Nueva York (Ciudad de cristal, Fantasmas y La habitación cerrada) de Paul Auster. Ella lo compra en un solo tomo. Basilio decide llevarse Plata quemada, de Ricardo Piglia, y Los excluidos, de Elfriede Jelinek. —¿Después a dónde fueron?
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—Me fue a dejar a mi casa. Tiene un auto como el mío. Ya hay cita posterior. Hay número de celular. Ya nos tenemos en el féis, ya nos twiteamos. Y así comenzó el gusto por el sombrero. Seguimos en camino hacia el Eje Central. Arriba de Plaza Madero la música se eleva por encima de los edificios y abajo nos alcanza a todos cual humo de fiesta de quince años. Travestis y gays fuman mientras platican; uno de ellos le guiña el ojo a Basilio, quien sólo le sonríe. Lo veo seguro de sí, sabedor de que aquí nomás su hormona truena, en su mirada hay un hombre decidido a conquistar el mundo antes que éste se lo coma; todo un macho de amores de edificio, de escuela, de universidad, de esquina, de antro, que sabe que todo amor nuevo es un reto y en cada uno se vuelve a ser virgen, puro. Y con todo y que llovió, la gente no se va por eso. Caminar sobre Madero, ahora que es sólo peatonal, es como nadar contra corriente, cual salmón. La gente nos avienta, andan en todas direcciones, como ratas, en diagonal y hacia atrás, no hay carriles, no hay derecha ni izquierda, bonita parodia política, cuyos efectos son desastrosos. La noche emerge a partir de la mirada de una dama que apunta a Basilio hacia arriba, dado su uno ochenta, y él, soberbio y al mismo tiempo humilde, también la ve, lanza la siguiente zancada sonriéndome y diciéndome que desea ir a la Gandhi de Bellas Artes, que lo acompañe. Pienso que las nuevas vibras de la vida se transmiten tan sólo con verse, y a todo esto pienso y pregunto cómo se llama la nueva dama. “Bety”, “¿Bety tan rápido?” “Cuando el amor llega así de esa manera, uno no se da ni cuenta”, Basilio cita Caballo viejo, “pero tú eres caballo joven, Basilio, tú te comerás el mundo a punta de miradas, lleno de vasos de café y de palabras”. A un lado del Sanborns, la música es muy elevada, ya los enamorados empiezan a ganarle a los simples transeúntes, y de pronto veo que todos se aman, como en esos videos de YouTube en que las manos se juntan
cual acto de magia, los labios intercambian susurros y las miradas abren sus puertas para llegar más allá de los sentidos. Un trueno indica que la lluvia está a un paso y, por fin, llegamos a la esquina del Eje Central y Madero para atravesarla, para romper esa frontera e ir hacia el otro lado en la misma ciudad y con la misma gente, que ya es mucha, muchísima. ¿Cuántas personas hay en cada esquina que esperan el verde para romper filas? Hay quienes, mal educados y de forma estúpida, esquivan los autos rezagados que pasan por el Eje y así ganarle el paso, como una carrera contra la muerte, azuzándola, como diciéndole a la parca que se las pellizca; y en esa sucesión de vida en la orilla de la muerte, el verde se enciende, indica que hay que ir hacia el otro lado como única meta de la tarde-noche; se unen los contrarios, se enfrentan los ejércitos que habría visto Don Quijote de estar en lo alto de Bellas Artes, y diría: “¿No oyes el relinchar de los caballos, el tocar de los clarines, el ruido de los atambores?”, y las lanzas relucen, los escudos se aprisionan contra los pechos, las bolsas se golpean, las manos rozan otros brazos que van mientras otros vienen, se confunden chilangos con chilangos, a pesar de los pesares se permiten llegar cada uno a su destino inmediato, en tanto Basilio dice que Beatriz es la dama adecuada que buscó Virgilio pero que él la vio primero, y el mundo se detiene, así, de pronto, como estatuas de sal en pleno cruce de avenida, porque una mujer de cabello largo y claro, chamarra azul abierta, blusa blanca, mezclilla apretada, senos discretos, toda sonrisa, mira a Basilio, y ahí entiendo que es ella, Beatriz, como si fuese un canto del “Paraíso” en la Divina comedia, y no lo digo yo porque la vi, sino por la mirada de Basilio que hizo que el mundo chilango dejara de girar para reafirmarse que lo que vale la pena es lo único que brilla ante nuestros ojos. Y ese cruce es el epicentro del amor de Beatriz y Basilio. Nos quedamos del lado de Madero. Espera a la dama. Me presenta. Pretexto, previa actuación con mi celular en la oreja, que tengo prisa. Atravieso otra vez la frontera y camino sobre Juárez mientras pienso que esa mujer sí que detiene el tránsito y la respiración de Basilio, pero agiliza su hormona, su feromona y hasta se lo lleva igual que la Parca se lleva a los vivos, sin avisar, basta con invocarla, basta con pensarla, basta incluso no hacerle caso y se aparece como Beatriz a Basilio, como Julieta a Romeo; es cosa de abrirle tantito la puerta para que entre en silencio, con un café, unas galletas, una lluvia, una tarde deseosa de ser noche y ganosa de vivir hasta el infinito.
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Escritores y directores del mundo Paul Jaubert
Fotografía: David Wadelton, Melbourne 1976
La ciudad de México acogió el encuentro de la Writers & Directors Worldwide, en donde se debatieron principalmente los problemas que enfrenta la gestión colectiva en Latinoamérica en recaudación de derechos por la explotación de obras audiovisuales.
Del 6 al 8 de octubre pasados se llevó a cabo, en la ciudad de México, el encuentro mundial de escritores y directores de la Confederación Internacional de Sociedades de Autores y Compositores (cisac), mismo que estuvo enfocado principalmente al respeto de los derechos autorales de los escritores y directores de obras audiovisuales en América Latina, o mejor dicho, a la falta de respeto a éstos, así como a la problemática que enfrentan las sociedades de gestión colectiva en esta parte del continente para la recaudación de las regalías que les corresponden a los creadores. El congreso resultó por demás ilustrativo, pues además de contar con la presencia de representantes de las sociedades de gestión colectiva de Europa y Argentina —en donde actualmente se tiene una recaudación bastante adecuada de los derechos de los autores de obras audiovisuales— se expuso con mucha claridad cómo en la
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mayoría de los países de América Latina el cobro de dichos derechos es difícil y mal remunerado, así como la sistemática oposición a que se formen sociedades de gestión que tengan por objetivo el cobro de los mismos. La diferencia principalmente radica en que en Europa y Argentina existen tarifas para quienes transmiten por televisión abierta o de paga obras audiovisuales de cualquier tipo, tarifas que son determinadas por los gobiernos, mientras en México y el resto de Latinoamérica el cobro de tales derechos está sujeto a que los usuarios convengan con los autores o las sociedades de gestión el monto y la forma de determinación y pago de las regalías. Así, la batalla de siempre con los productores de materiales audiovisuales en México es que pretenden saber cuánto pagarán por concepto de regalías a los autores antes de que las obras se hayan transmitido, lo que evidentemente no es posible, y si se llegan a fijar cuotas, se establecen con base en el pago a los autores y no a los ingresos o beneficios que producen las obras audiovisuales. En particular, lo interesante —y la diferencia de esta reunión con las que se han realizado en otros países— fue la participación del director administrativo de Televisa San Ángel, Eduardo Sepúlveda —quien tiene a su cargo toda la producción de telenovelas y programas unitarios de dicha empresa—, así como de Marcel Vinay, vicepresidente de ventas internacionales de Televisión Azteca, quienes precisamente tienen a su cargo la negociación y el pago de regalías a los autores de las obras audiovisuales que produce cada televisora. Asimismo, participó Salvador Mejía, director del área de producción de telenovelas de Televisa. Esta inclusión, poco ortodoxa en reuniones de la cisac, permitió conocer el punto de vista de los dirigentes de las principales productoras de contenidos audiovisuales en nuestro país, dejándonos ver también con absoluta claridad el poco respeto que tienen por los autores de las obras que representan la mayoría de los contenidos que comercializan en México y que venden al extranjero. La óptica con la que los funcionarios de Televisa ven a los autores de las obras audiovisuales, y el
reconocimiento que dan a sus derechos como tales, definitivamente es mucho mayor al que otorgan en Televisión Azteca, que en su comportamiento en general, y por las expresiones que vertió su representante, resultó obvio su desprecio por las sociedades de gestión colectiva, y consecuentemente también por los creadores que generan la materia prima que ellos explotan. Así las cosas, cuando se presentaron las exposiciones de los respectivos funcionarios, Eduardo Sepúlveda presentó un planteamiento muy justo y respetuoso, aunque bastante “rudo”, en cuanto al tema de los pagos que deben realizar, si se considera que ellos proyectan sus presupuestos a partir de costos, sin ponderar los ingresos que puede generar una buena telenovela, serie o programa de unitarios, mientras que tanto el material audiovisual que llevaban preparado ambos funcionarios de Televisa, reconoce a sus autores, compositores, músicos, actores, e incluso a sus productores, pero ignoran totalmente a los directores, quienes de conformidad con nuestra Ley Federal del Derecho de Autor no sólo son también autores, sino que a ellos les corresponde la titularidad y la defensa de los derechos morales de autor de la obra audiovisual, una obra colectiva, pues cuenta con el trabajo y participación de escritores, compositores, fotógrafos, actores, músicos, ejecutantes y directores. Los directores tienen la ardua labor de conjuntar el trabajo de los distintos creadores y conexos para dar vida a la obra audiovisual, materia prima de ambas televisoras. En efecto, el señor Salvador Mejía, con una arrogancia insoportable, se lanzó en contra de los directores de obras audiovisuales con la consigan de que los ver daderos directores de esa área son los productores como él, quien se halla involucrado —según afirma— directamente, y escena por escena, en todas las producciones de telenovelas que realiza Televisa, lo que físicamente resulta imposible. Esta clase de afirmaciones pusieron en riesgo la reunión, ya que muchos de los asistentes son directores de obras audiovisuales y también productores en sus respectivos países y jamás se han atrevido a despreciar de tal forma a los directores. Sin embargo, eso deberemos tratarlo en una próxima entrega.
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Discordia Ricardo Flores Magón Ricardo Flores Magón, 1906
Imaginaos la Tierra sin montañas, el mar sin olas, el cielo sin estrellas, la flor sin colores. Imaginaos a todas las aves vistiendo el mismo plumaje, a todos los insectos ostentando la misma forma y color. Imaginaos las llanadas sin un repliegue, sin un accidente; arenas y guijarros aquí, guijarros y arenas allá, arenas y guijarros por todas partes; ni un árbol, ni un yerbajo; nada que trunque la monotonía del paisaje,
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nada que interrumpa la uniformidad del cuadro; ni un arroyo que murmure, ni un pájaro que cante, ni una brisa que recuerde que hay movimiento, que hay acción. Imaginaos, por último, a la humanidad, sin pasiones, teniendo todos los mismos gustos, pensando todos del mismo modo, y decid si no sería preferible morir de una vez a sufrir la prolongada agonía, que no otra cosa sería el vivir en tales condiciones. El orden, la uniformidad, la simetría parecen más bien cosas de la muerte. La vida es desorden, es lucha, es crítica, es desacuerdo, es hervidero de pasiones. De ese caos sale la belleza; de esa confusión sale la ciencia; de la crítica, del choque, del desorden, del hervidero de pasiones surgen radiantes como ascuas, pero grandes como soles, la verdad y la libertad. La discordia, he ahí el grande agente creador que obra en la naturaleza. Las acciones y las reacciones en la materia inorgánica y en la orgánica, generadoras de movimiento, de calor, de luz, de belleza, ¿qué son sino obra de la Discordia? Rompiendo la monotonía de las substancias simples, la Discordia acerca unas a las otras, las mezcla, las combina, las desmenuza y las lleva de un lugar a otro: el hierro que duerme en las entrañas de la tierra es el mismo que arde al atravesar la atmósfera terrestre en la forma de aerolito, el que enrojece los labios de una mujer y el que brilla en la hoja de un puñal; el carbono que se presenta negro en los tizones apagados es el mismo que se ostenta verde y bello en las hojas de las plantas, límpido como una gota de rocío en el diamante, tibio y acariciador en el aliento de la mujer amada. Todo lo transforma la Discordia: disuelve y crea, destruye y esculpe. En las sociedades humanas la Discordia desempeña el principal papel. Innovadora, rompe viejos moldes y crea nuevos; destruye tradiciones queridas, pero perniciosas al progreso, y prende en el alma popular nuevas lumbres, nuevas ansias después de destruir los rescoldos en que desentumecen su frío senil los ideales viejos. Esteta, detiene en su trillado camino al Arte y lo hace tomar nuevos derroteros, donde hay fuentes no aprovechadas aún por el rebaño literatoide, nuevos colores, nuevas armonías, giros de dicción inesperados que no existen en ninguna paleta, que no han vibrado en ninguna cuerda, que no han brotado como chorros de luz de ninguna pluma. Revolucionaria siempre, la Discordia hace que el disgusto fermente en los pechos proletarios hasta que, amargadas las almas hasta el límite, irritados los nervios hasta alcanzar el máximo de tensión, la desesperación hace que las manos busquen la piedra, la bomba, el puñal, el revólver, el rifle, y se lancen los hombres contra la injusticia, dispuesto cada uno a ser un héroe. Mientras el pobre se conforma con ser pobre; mientras el oprimido se conforma con ser esclavo, no hay libertad, no hay progreso. Pero cuando la Discordia tienta el corazón de los humildes; cuando viene y les dice que mientras ellos sufren sus señores gozan, y que todos tenemos derecho a gozar y vivir, arden entonces las pasiones y destruyen y crean al mismo tiempo; talan y cultivan, derriban y edifican. ¡Bendita sea la Discordia! Regeneración, 29 de octubre de 1910
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intervenciones Mateo Pizarro Produced as part of the Cisneros Fontanals Art Foundation 2014 Grants and Comissions Program.
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Ricardo Flores Magón:
el regreso del revolucionario pródigo Gabriel Trujillo Muñoz
A Ricardo Flores Magón no le ha ido bien en el relato oficial de la Revolución Mexicana. Los historiadores nacionales, por casi un siglo, lo enterraron en los recovecos del pasado, se burlaron de sus ideas anarquistas, se mofaron de los movimientos revolucionarios que puso en marcha, lo ningunearon como un loco cuyas ideas no tuvieran sustento en la realidad. Decenas de cronistas oficiales y periodistas oficiosos lo llamaron, con la mano en la cintura, un traidor a la patria sin más pruebas que sus prejuicios políticos, sin más argumentos que los buenos dividendos en prestigio que iban a conseguir con sus mentiras. Y sin embargo, Ricardo Flores Magón (y con él su Partido Liberal Mexicano que fundara con otros destacados revolucionarios mexicanos a principios del siglo xx) sigue vivito y dando lata a casi cien años de su muerte. Su figura se acrecienta día a día y más si se le compara con sus contemporáneos, esos que terminaron participando en el festín caníbal en que se convirtió la Revolución Mexicana en su etapa de poder a cualquier precio. Un hombre como Flores Magón que, ante la rapiña de nuestros políticos de antaño, pintó su raya desde su integridad, desde su radicalismo. Un revolucionario que no aceptó vender sus principios ante nadie, que supo ser leal al pueblo mexicano aunque éste no siguiera sus enseñanzas, aunque éste lo abandonara en una cárcel extranjera hasta morir tras sus barrotes.
Imagen de portada de la revista Renovación, número 39, 15 de agosto de 1912, San José, Costa Rica
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En el caso de la historiografía mexicana en torno a su persona, se tienen valiosos recuentos del movimiento floresmagonista (el mejor de todos fue publicado hace ya treinta años: El magonismo: historia de una pasión libertaria de Salvador Hernández Padilla, que merece una nueva edición), pero se carece de un retrato completo de don Ricardo. Esta situación comienza a cambiar. Y un signo de este cambio es el libro The Return of Comrade Ricardo Flores Magón (El regreso del camarada Ricardo Flores Magón, 2014) de Claudio Lomnitz, un académico de la Universidad de Columbia en los Estados Unidos. El título lo dice todo: después de décadas de ausencia, la presencia de don Ricardo y de los movimientos políticos que impulsó vuelven a la escena historiográfica, regresan para refrescarnos la memoria de sus aportaciones a la lucha libertaria de un México que, a un siglo de distancia, parece requerir de cambios extremos para recuperar su identidad comunitaria, para defenderse de los mismos males que proliferaron en el porfiriato. Lástima que no sea en la obra de los historiadores nacionales sino en el libro de un catedrático estadounidense. Eso pone en evidencia la incapacidad de nuestro estamento académico para remontar ideas atrasadas, para abandonar líneas de investigación caducas. Lomnitz —hay que agradecérselo— se impone la tarea de develar las aportaciones del ala floresmagonista para la consolidación de la Revolución Mexicana y, sin prejuicios, se lanza a explorar cómo fue posible que un movimiento, como el del Partido Liberal Mexicano, lograra traspasar fronteras y obtuviera el apoyo de sectores revolucionarios internacionalistas, adelantándose por mucho a esta clase de movimientos alternativos en todo el mundo, para de esta forma convertirse en un precursor de tácticas y estrategias que hoy usan movimientos como Greenpeace, Anonymus o Wikileaks. Lomnitz llama al movimiento revolucionario del Partido Liberal, así como a sus aliados sindicalistas de la Industrial Workers of the World, como un ejemplo de solidaridad transnacional que no conoce fronteras para cumplir su utopía redentora. Y si a eso sumamos el mostrar lo vivo que sigue el pensamiento floresmagonista como crítica de los usos y costumbres políticos
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de nuestra sociedad, entonces podemos aceptar que el retorno de don Ricardo Flores Magón llega a tiempo, en el momento justo para que sus ideales vuelvan a discutirse ahora que nuestro país se vende, a remate y por la vía de los cambios constitucionales, al mejor postor. Debemos aquí considerar que hay un punto esencial que margina, en la realidad, a Ricardo Flores Magón y a su movimiento y que Lomnitz saca a la luz: en nuestra historia oficial a don Ricardo se le ve como un simple percusor de la Revolución Mexicana, y en cuanto se llega el año de 1910, sólo se menciona al maderismo como la Revolución con mayúscula, olvidándose que el floresmagonismo siempre fue un movimiento armado alternativo, uno que estuvo a la par del maderismo y que siguió en la lucha todos esos años, desde 1910 a 1920 y no sólo en la frontera (incluso Octavio Paz Solórzano, el padre del futuro premio Nóbel de literatura fue parte de esa tendencia ideológica). Lo trascendente del libro de Lomnitz es que lleva la participación de Ricardo Flores Magón y sus colaboradores más allá de 1910, insertándolos en el marco de la Revolución Mexicana en general, pero con un sentido de cooperativa internacionalista, de comunidad revolucionaria sin fronteras de por medio. Este libro monumental, sin duda, destruye el mito de que la Revolución Mexicana fue un proceso ideológico creado únicamente por nosotros, los mexicanos y bajo liderazgos que buscaban el poder a toda costa. Por el contrario, la revolución tuvo innumerables contactos con el resto del mundo y, en el caso de los floresma gonistas, se presentaba como un movimiento abierto, inclusivo, de regeneración política a escala mundial, como una causa internacional a seguir por todos los combatientes por la libertad sin importar su nacionalidad, credo o color de piel. Podemos también ver que la causa anarcosindicalista estuvo conformada como una coope rativa antes que por un caudillaje mesiánico, por una voluntad colectiva antes que por un solo jefe. Lo que Ricardo Flores Magón puso en marcha en nuestro país fue un ideal emancipador, un movimiento popular que no luchaba sólo por ver liberado a México de la opresión porfirista o de las simulaciones revolucionarias que le siguieron, sino que pretendía liberar a
Claudio Lomnitz The Return of Comrade Ricardo Flores Magón Nueva York, Zone Books-MIT Press 2014, 608 pp.
todos los seres humanos —empezando con los mexicanos— de sus esclavizantes condiciones de trabajo, de la explotación perenne de sus vidas a manos de las clases privilegiadas, de las corporaciones extranjeras que eran dueñas de medio país, de la casta militar que no quería dejar el poder. Los floresmagonistas, fueran mexicanos o estadounidenses, alemanes o británicos, canadienses o italianos, anglosajones o afroamericanos, indios o mestizos, franceses o judíos, estaban unidos por tales motivos, por semejantes anhelos. Y eso es lo que Lomnitz nos cuenta en su extraordinario libro de seiscientas páginas. Sí, el regreso de Ricardo Flores Magón suena necesarísimo en estos tiempos tan parecidos al porfiriato, en este México donde sólo el saqueo y el pillaje quedan como ideologías de moda, donde sólo la ley del más fuerte es la moral prevaleciente. Lectura invaluable para entender el mundo de ayer como el de ahora. Espejo donde el pasado brilla como si no se hubiera ido. La vida de Ricardo Flores Magón es una vida sacrificada por México, una trayectoria personal que terminó sin más interlocutores que los escasos amigos que lo visitaban en la cárcel gringa, que los prisioneros que lo acompañaron hasta el mismo día de su muerte.
Y es que el destino de don Ricardo, siempre pen sando en los demás antes que en sí mismo, siempre creyendo que el pueblo lo seguiría para hacer un país digno, es lo que nos falta por saber de la auténtica Revolución Mexicana, la floresmagonista, la anarcosindicalista, la que nunca se vendió, la que nunca se rindió. La incorruptible. De ahí que el libro de Claudio Lomnitz sirva como el anuncio esperado por muchos: el del regreso a casa del revolucionario pródigo, la vuelta de Ricardo Flores Magón, “desfacedor de agravios, enderezador de entuertos”, a este México que tanto quiso, a este país que tan fácilmente se olvidó de él. Si hay una tragedia nacional por contar no está en las batallas perdidas a lo largo de nuestra historia sino en el limbo al que mandamos a nuestros mejores compatriotas, en el desprecio en que enterramos a los mexicanos más generosos. Si esta obra vale la pena leerse es porque nos restituye, desde una perspectiva fresca y equilibrada, desde una narrativa fiel al tiempo y circunstancia que estudia, la figura ejemplar de un revolucionario que nunca aceptó el cargo de verdugo. Un personaje que siempre vio al estado como un instrumento de tortura, que siempre percibió al poder como un arma letal. Es el momento para valorar cuánta razón tuvo Ricardo Flores Magón y su movimiento anarcosindicalista para comprender cuáles fueron sus contradicciones, como líder de una causa trasnacional, en una revolución que siempre fue campo de experimentaciones políticas, de destinos en colisión permanente, de vidas esforzadas en cambiar a nuestro país desde ideologías en fiera competición, desde utopías que apelaban a un sueño de hermandad que terminó en celdas extranjeras, en paredones de fusilamiento, en fosas anónimas. Hay que sacar a esos fantasmas a la luz de nuestro tiempo y darles su lugar en nuestra historia, su sitio en nuestras vidas. Eso es lo que plantea Claudio Lomnitz en su libro. Eso es lo que merece discutirse, aquí y ahora, en este México que tanto necesita cuestionar su propio periplo como nación, como gobierno, como sociedad.
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Boulevard Walter Benjamin Rafael Toriz
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Aventureras y más bien extrañas razones suponen que el escritor de ensayos actúa movido más por ideas que por sensaciones, lo que torna los frutos de su trabajo una sustancia intelectual en donde prima la discusión argumentada por sobre las pasiones naturales. Esta falacia, de escandalosa inconsecuencia, queda al desnudo cuando uno se asoma a la cocina del ensayista, que en el caso de Walter Benjamin es siempre el testimonio de un hombre enamorado hasta la médula, y por ello, profundamente desdichado. Pocos como él comprendieron que la prosa analítica es algo que se escribe con los sesos pero sobre todo con los huesos; de ahí que tantos de sus exégetas se encuentren descalzos en la arena, pero nunca se adentren al mar. La reciente publicación de Calle de mano única —que ha conocido diversas ediciones en distintas traducciones al español— abre la posibilidad de seguir el trayecto del paseante más lúcido y sensible del siglo xx, que empeñó la mayoría de sus esfuerzos en conquistar el corazón de una mujer que no lo amó. El libro, a semejanza de la ciudad, es el trayecto razonado de un peatón imaginativo y generoso; una obra fragmentaria que guarda una vigencia absoluta, pese a haber sido publicado por primera vez en 1928, con la circunstancias literarias actuales. Ante un presente que privilegia los hechos por sobre las convicciones, “la auténtica actividad literaria no puede pretender desarrollarse dentro de un marco literario: antes bien, esa es la expresión acostumbrada de su esterilidad”. Para Benjamin, anacrónico crónico adelantado a su época, la eficacia del proceso creativo de la literatura sólo puede consumarse entre el hacer y el escribir, mediante el artículo y el cartel publicitario, el almanaque y el volante, la reseña y el brillante comentario de cantina: aquellos lugares profanos que escapan al limitado ecosistema del libro. Por ello es un verdadero acierto que la presente edición haya respetado las líneas negras que funcionan como una calle al interior del texto, permitiendo al lector sentir que va desbrozando un mapa donde la idea de ciudad emerge como texto y escenario, a la manera de un cuerpo que se resiste a ser poseído pero que a veces prodiga sus encantos: “libros y prostitutas; las notas al pie son en los unos lo que en las otras los billetes en las medias”. La obra es un montaje de ideas —ensayo sobre el ensayo— que se resuelve en una exploración urbana que trastoca lo que mira, sólo para otorgarle un auténtico esplendor: el peatón sabe que convencer es infecundo y por ello se contenta con señalar y sugerir, como el paseante que invita a contemplar un pasaje, un edificio o la errante transparencia de las nubes.
Walter Benjamin Calle de mano única Trad. Ariel Magnus Buenos Aires, El cuenco de plata 2014, 128 pp.
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Algunos de los fragmentos son ideas de aguda complejidad; otros, estados de ánimo; confesiones (“ser feliz significa poder percibirse a uno mismo sin espanto”) y hasta lecciones de preceptiva literaria: “el trabajo sobre una buena prosa tiene tres escalones: uno musical, en el que se la compone, uno arquitectónico, en el que se la construye, y por último uno textil, en el que se la teje”. En Benjamin, meticuloso dedicado y amante de las miniaturas, todo texto es un gabinete de curiosidades que promete ensanchar los encantos de la fascinación, explorando sus múltiples misterios. Proteico, su obra sigue viva por su dosis exacta de tanteo y sugerencia, por su carácter abierto, que apresa la contigencia de un lugar y de un momento sin embalsamarla: “en estos días nadie tiene permitido anquilosarse en aquello que sabe. La fuerza radica en la improvisación. Todos los golpes decisivos se darán sin esfuerzo”. El libro, canto de amor a una mujer y a una ciudad, señala la manera en que un hombre sensible aprende por las duras a estar solo; porque en eso radica la (im)posibilidad del amor y la escritura: un acto de comunión que sólo alcanza a conjugarse a plenitud en solitario: “había llegado a Riga para visitar a una amiga. No conocía su casa, ni la ciudad, ni el idioma. Nadie me esperaba, nadie me conocía. Nunca volví a verlas de esa manera. De cada puerta salía una llamarada, cada curva de la vereda largaba chispas y cada tranvía se me venía encima como un carro de bomberos. Pues ella podía salir de alguna puerta, doblar por la esquina o estar sentada en un tranvía”. ¿Es posible perder un amor y ganar una ciudad? Desde luego, siempre y cuando se comprenda que para alcanzar la comunión con la multipicidad de la urbe es necesario utilizar el combustible melancólico que otorga el paso del tiempo, degradando formas y embelleciendo recuerdos; editando el presente y reescribiendo el futuro. Pasear con Benjamin por calles de un solo sentido, aquellas rutas que no permiten la marcha atrás, permite comprender que a una ciudad, como a una persona, “la conoce únicamente aquel que la ama sin esperanza”.
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Filosofía alpinista Adán Medellín
Cara sur del Everest, vista desde Kala Patthar, en Nepal. Fotografía: Creative Commons
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Tras las huellas de Nives. En el Himalaya con una alpinista es un breve volumen que recopila las conversaciones del escritor italiano Erri de Luca (Nápoles, 1950) y la alpinista Nives Meroi, famosa por ser una de las tres mujeres en el mundo que ha escalado la mitad de los picos que sobrepasan los ocho mil metros de altura. Fiel al equipaje de quien emprende una travesía, es un libro delgado, ligero, para llevar en el camino y hacer compañía sin hacer pesada la alforja. Estructurado en fragmentos con subtítulos temáticos que usan desde conjunciones (“sin”, “pero”) hasta metáforas (“la luz sembrada”), de Luca ahonda en la filosofía de vida que lleva a una mujer madura a arriesgar la vida en distintos momentos del año con una misión que coquetea con la trascendencia: el ascenso a una cumbre en un contexto de privaciones, pruebas y peligros. Tarea mística por simbolismo literario y espiritual, durante la escalada se deja atrás la vida cotidiana y terrena liberándose de pesos, en busca de una meta elevada donde sólo la soledad y la nieve confirman los logros mentales y físicos del aventurero. Desde tiempos antiguos, “los pueblos que residen a los pies de las montañas colocaron a menudo a las divinidades en los montes… y los accidentes mortales confirmaban el descontento de los dioses ante las visitas”. El viento, como un espíritu, es el compañero pertinaz del solitario ahí donde falla la vista o el cuerpo queda envuelto en la bruma o la ceguera blanca: El viento es una persona. Le hablo, le cuento cosas, pienso que en cierto modo él también quiere escuchar. Empiezo a susurrar algo, una oración, un trozo de canción, y parece como si se pusiera a escuchar, como si se calmara un poco. O al revés, grita más fuerte como respuesta, para contar algo él. Su furia son las ganas de ser escuchado. En alta montaña, el viento es el dueño del tiempo.
Estas premisas marcan inevitablemente la profundidad de las reflexiones y las lecciones filosóficas que el libro ofrece, pero no limitan al texto a una lectura trascendente. Ascender a la cumbre es una tarea de despojamiento no sólo espiritual, sino práctico. Lleva a plantearse qué llevar, por qué y para qué hacerlo. Revalora el amor, el arraigo, el miedo, el límite de las
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fuerzas humanas. Ascender es una carta de identidad, un eje vital silencioso, la obsesión que determina a un individuo. Justamente las palabras ausentes de retórica de Nives logran el efecto de reducir lo literario y lo sublime para entregarnos una rasposa comprensión de la vida, convertida en una disciplina del paso a paso, del instante presente, de la atención y la conciencia corporales. Los pasos que te llevan a la cima son exánimes y sin embargo ligeros, estás en el momento de máximo desgaste del cuerpo, de máxima pérdida de peso, músculos y células cerebrales, ya estás con el zumbido de colmena en tu cuerpo, un ruido de fibras que se aferran entre sí, que compactan los tejidos: la cima, por fin. Es el más cierto de los límites sobre los que pones el pie. No sé qué es para el prisionero el día final de su condena, qué es para el enfermo la llegada del alba, qué es para un escritor la última palabra de su libro, pero debe parecerse a la cima, a la promesa mantenida al niño que se alborota en cada uno de nosotros.
Porque en la cumbre, además del silencio, hay otro valor sagrado: la respiración. El aire se agota conforme uno asciende y las palabras que intercambian de Luca y Nives se vuelven cada vez más medidas, precisas y cortantes, están arrancadas a la agitación, a la fatiga y a la necesidad vital de la materia más básica del lenguaje: aire entrando en el cuerpo y devolviéndose en emanaciones, suspiros y vocablos rápidos, intercambios mínimos antes de llegar al sueño o al desplome tras una jornada extenuante. Se trata de una poesía pura fuera de toda figuración poética. El amor, la muerte, el miedo, el enojo o el triunfo se condensan en el paso siguiente, el otro: Llegamos a la cima con los nervios erizados, los pelos de punta que presionaban bajo la capucha, el miedo a chocar con los crampones contra una piedra y desencadenar la chispa que pilotara la descarga. Fue una ascensión eléctrica, con la cima coronada bajo un cielo sucio, como cuando dejas los platos a remojo la noche anterior y te encuentras en el fregadero el agua turbia.
Tras el vacío en que el alpinista se sume en la coronación de una cumbre, Nives advierte algo que suele olvidarse: aún es necesario descender, cancelar, descoser los puntos
le entregan. Las palabras que engendran son las del ser que sobrevive y ha regresado con la voz de numerosos fantasmas, extraviados y ausentes en sus brechas.
Erri de Luca Tras las huellas de Nives. En el Himalaya con una alpinista Madrid, Siruela, 2006, 131 pp. (El Ojo del Tiempo)
y señales, recoger los enseres y no ceder a la tentación del “violento deseo físico de saltar un paso, alargarlo un poco, apresurarlo ante el famélico afán de oxígeno, la súplica del cuerpo por volver”. Es posible que de Luca haya intervenido el estilo de las palabras alpinas. Ha convertido la dureza y la contingencia de la voz de Nives en un lenguaje seco y muscular, empobrecido por necesidad física y preciso por convicción, y sin embargo enriquecido por la sensación de cercanía e intimidad con la mujer, por su llaneza matizada de sabiduría vital, a las que el narrador añade las lecturas de salmos y profetas veterotestamentarios que de Luca salpica sin molestar al lector y trazan una añeja referencia para asir la revelación de la travesía alpinista. No obstante, las ideas de Nives se mantienen en su esencia y no se recubren de posturas románticas alrededor del paisaje. Aquí la montaña no es mero ingrediente ni material estético. Es una fuerza viva, condicionante, protagonista. Los viajes al Himalaya siguen haciéndose a pie: “hay que caminar para acercarse a las montañas y las distancias vuelven a ser reales. La lentitud permite entrar en el paisaje, fijar los sentidos en él”, dice Nives. Estas cumbres son una presencia de respeto que posee su propia vida y su lógica, sus cobranzas y deudas. Un catalizador narrativo de los hombres y mujeres que se
A mí me pesa también la idea de ser un resto de las palabras de los demás, que otros ya no pueden decir. Es una responsabilidad que me abochorna, porque cuento las historias por ellos también, por los ausentes. En la montaña hay quien muere, voluntariamente desde luego, sin haber sido mandado por nadie, cada uno se manda a sí mismo y hay quien muere, incluso los mejores, los veloces, los más fuertes. Así que pienso que las mías son también historias suyas, que yo las transporto y las acojo, y que cuando muevo los labios se están moviendo los suyos también, y me entra la sensación de ser coro mientras relato, me entra vértigo contando, padezco el vacío bajo las palabras, no soy capaz de decirlas.
De Erri de Luca hay que admirar la capacidad con que alcanza un libro potente, armado de una profundidad simple y genuina, en un terreno fangoso donde la literatura puede ceder al impulso de convertirse en doctrina de mística falsa o resabios de sabiduría pedante. De Luca se guarda de eso quizá porque él mismo posee la mirada del practicante y del iniciado que escala montañas por necesidad, ánimo propio y convicción personal. Entiende que las palabras en la montaña no valen por ser poesía, sino por transmitir lo esencial de la vida o la muerte. “Heme aquí”, dice Nives, “aquí estoy, expuesta al cielo, al viento, untada sobre la superficie inmensa, le pertenezco, soy una migaja suya dotada de intención”. Palabras del condenado a sus propias limitaciones, voces del extranjero en un territorio hostil a la mayoría de su especie, pero que se reconoce dentro de su arrebato extenuante. Eso permite que el autor no barnice, sino que desnude desde sus propios interrogantes la experiencia física, aún misteriosa, que lleva a unos pocos seres a entregarse a la montaña, y después de eso —sólo después de la adrenalina, el cansancio, los edemas, la espera del cambio en el clima, los pies en peligro de congelación o la aceptación de la inmensidad natural y la pequeñez humana— se siente a escribir ese oscuro entramado de signos que los hombres que viven debajo de la cima llaman literatura.
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La era de la televisión y de nuevo Fargo Juan Patricio Riveroll
Estamos en un momento en la historia de la imagen-movimiento en que, en ocasiones, la televisión es mejor que el cine: el alumno supera al maestro. En este texto, el término “televisión” quedará supeditado a la producción estadounidense. Salvo un segmento de la programación de la bbc, el abismo que separa parte de lo que se produce para ser consumido en televisión en el país vecino del norte es insondable en relación a lo que se produce con el mismo fin en el resto del mundo. Comparar la televisión mexicana con los ejemplos que mencionaré aquí sería un ejercicio risible. Se descubre el mundo mediante el Discovery, el History, el Biography Channel. Se habla de arqueología, astronomía, biología, química. El viejo sueño de Alexandre Astruc paulatinamente se convierte en realidad por medio del hijo bastardo del cine (bastardo por no deseado, que desde un inicio llegó a rivalizar). “El cine se apartará poco a poco de la tiranía de lo visual, de la imagen por la imagen, de la anécdota inmediata, de lo concreto, para convertirse en un medio de escritura tan flexible y tan sutil como el del lenguaje escrito. (...). Ningún terreno debe quedarle vedado. La meditación más estricta, una perspectiva sobre la producción humana, la psicología, la metafísica, las ideas, las pasiones son las cosas que le incumben exactamente”.1 Aún no se hace verdadera filosofía en televisión, pero cada vez más campos del
Astruc, Alexandre, “Nacimiento de una nueva vanguardia: la ‘Caméra-stylo’”, Textos y manifiestos del cine, Juaquim Romaguera I Ramió, Homero Alsina Thevenet (eds.), Cátedra, Madrid, 2007, p. 221.
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conocimiento abren trechos en ese universo. Robert Bresson dijo que la escritura cinematográfica era la escritura del futuro: o ya estamos ahí o hacia allá vamos, de la mano de la televisión. En cuanto a la ficción este es un hecho irrefutable. El nivel de experimentación no puede ser muy elevado en la televisión pues los ratings jamás lo permitirían, pero el cine popular se arriesga todavía menos. De los refritos, las adaptaciones de cómics y los churros estilo B movie con presupuestos inflados a Game of Thrones o Breaking Bad no hay punto de comparación. Las películas más recientes de Scorsese no son tan buenas como las seis temporadas de los Sopranos. La vanguardia que aún le pertenece al cinematógrafo es el cine de autor. No quiero decir con esto que los guionistas, es decir los creadores, de los nuevos shows de televisión no sean autores. El sello de David Simon está impreso en The Wire y el de Nic Pizzolatto en True Detective sin ser ellos quienes dirigen los episodios. Arman la estructura general del programa, escriben algunos capítulos y supervisan como productores ejecutivos todo el proceso. Los directores y escritores invitados participan como parte de una franquicia, como cuando Alfonso Cuarón dirigió la tercera entrega de Harry Potter. La televisión se nutre de los mejores guionistas de Hollywood porque ahí tienen todo el control, mientras el cine es el reino del director. Pero el sello autoral de guionistas como Simon o Pizzolatto no tiene nada que ver con lo que hace Michael Haneke, Lars von Trier, Werner Herzog, Jim Jarmusch o Carlos Reygadas. La expresión personal más exquisita dentro de la imagen-movimiento está en el cine, que todavía se puede dar el lujo, cuando lo amerita, de olvidarse completamente del público para seguir una visión individual, esperando que algunos la sigan. Jean-Luc Godard, el más grande de todos, habla de su público como si fueran amigos regados por el mundo. El cine puede hablarle a un nicho, la televisión no. Dentro de este contexto, entre Mad Men y House of Cards, ejemplos de una televisión de alto nivel, la adaptación que Noah Hawley hizo de Fargo, la cinta
de los hermanos Coen, brilla más que las demás. Y eso es mucho decir. Si hay algo que la televisión puede hacer mejor que el cine, por una simple cuestión de tiempo, es desarrollar personajes de una manera más amplia, más profunda y más satisfactoria para el televidente. ¿Cómo competir, en términos de desarrollo de personajes, con, por ejemplo, ocho temporadas de Dexter? A lo largo de siete películas de X-Men no podemos conocer mejor a esos personajes que a los de Lost después de ciento veintiún capítulos.2 No es sólo aritmética, sino la naturaleza misma del medio, y para muestra otro botón: Fargo. La película de menos de dos horas, una obra maestra, no indaga en sus personajes como la mini-serie (o primera temporada: eso aún está en el aire), incrustada en el mismo universo de ficción. El Lester Nygaard interpretado por Martin Freeman es un homenaje al Jerry Lundegaard de William H. Macy, pero no es el mismo personaje, al igual que la mujer policía que en la serie hace Allison Tolman y en la cinta Frances McDormand, la esposa de Joel Coen. Este par son una suerte de réplicas que conservan los atributos y defectos más esenciales de los personajes originales. En cambio el matón a sueldo de Billy Bob Thornton no tiene nada qué ver con los secuestradores interpretados por Steve Buscemi y Peter Stormare en la película, salvo que en ambos casos fungen como antagonistas. Los Coen no tienen mucha relación con la serie. Su crédito es de productores ejecutivos entre varios, sin una sola palabra escrita para ninguno de los diez capítulos, escritos todos por Howley. Pese a ello, si no
3 El caso de Game of Thrones abre otra comparación, y pone en relieve un arte superior para desarrollar personajes: la literatura. Por más temporadas de la serie que hbo esté dispuesto a producir será imposible replicar la extensión de las novelas en las que está basada. A Song of Ice and Fire de George R. R. Martin, de la cual A Game of Thrones es la primera entrega, está compuesta, hasta ahora, de siete libros, con un posible octavo en el horizonte. James Manos Jr., en cambio, usa la primera novela de la serie de Jeff Lindsay para la primera temporada de Dexter, que de ahí en adelante evoluciona de forma independiente a los otros libros.
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hubiera créditos, cualquiera podría afirmar sin temor a equivocarse que la serie fue escrita, producida y dirigida por los hermanos Coen. Ese universo les pertenece, y su Fargo original está presente en cada plano filmado por los cinco directores participantes, con la música como otro elemento perfecto para igualarlas. Si tuviera que escoger entre una y otra me quedo con la serie. En mi opinión es superior, no sólo por la duración sino también por la participación de Billy Bob Thornton y otros personajes, muchos de ellos secundarios. El matón juguetón es una de las grandes aportaciones de Howley. Es un placer permanecer en ese espacio por más tiempo que el que permite la estructura convencional del largometraje. Los guiños a la obra de los hermanos Coen en general y a Fargo en particular, esparcidos a lo largo de la serie, los hallará cada coenmaniaco. Entre más conocedor de la obra más referencias encontrará. Hay tal vez decenas. El nuevo Fargo es uno de los homenajes más serios, dignos y espectaculares encuadrados en una pantalla, que además funciona de forma independiente
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al modelo original. Verla se acerca a la sensación que pueda tener un detective tras la pista de un asesino serial que está siendo copiado, impresionado por el nivel de maestría en la copia de los asesinatos. El equipo que armó Howley mimetizó el universo fílmico de los Coen al mismo nivel, logrando que el mundo de ficción llamado Fargo crezca, evolucione y madure al mismo tiempo.3 Howley llama a este experimento una antología de los hermanos Coen. La segunda temporada revolverá alrededor de un suceso en 1979 en el pueblo de Sioux Falls, con la madre de la protagonista de la primera temporada. El universo Fargo crece en espacio y tiempo. El reto es enorme.
Hannibal y Bates Motel son dos ejemplos interesantes pero distintos a Fargo, ambas con dos temporadas hasta ahora. Amplían el uni verso fílmico mediante la analepsis: cuentan respectivamente el pasado de Hannibal Lecter y de Norman Bates (y su madre). Son los mismos personajes. En cambio Fargo, la serie, toma como personaje el triángulo entre Minnesota, Dakota Norte y Dakota Sur, cerca de la frontera canadiense. El “personaje” que lo cubre todo y le da continuidad es ese preciso universo ficticio.
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Estar hoy lúcido, como si estuviera para morir
Tartuffe. Grabado: Carl Hoff, 1892
Francisco Mercado Noyola
Mentir es una prueba de fuego, y no hay quien salga bien librado. Tarde o temprano, aún la más ingeniosa mentira sale al aire. Pero en idéntica medida, mentir es un deleite. Nadie o muy pocos —digamos los pusilánimes— no disfrutan cuando mienten. Eusebio Ruvalcaba, El arte de mentir
La tradición del aforismo en la literatura mexicana, cuya historiografía es aún tarea pendiente, posee notables representantes entre las figuras fundamentales de ésta. Nómina que se inicia con Francisco Sosa, Alfonso Reyes y Carlos Díaz Dufoo hijo; que continúa con Julio Torri, Octavio Paz y Gabriel Zaid, quien definió el
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género lapidariamente: “No hay ensayo más breve que un aforismo”; pasa por las plumas de Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco y Marco Antonio Campos; y cobra nuevos alientos con Juan Villoro y Guillermo Fadanelli. Su inicio se identifica con la publicación, en 1910, de Breves notas tomadas en la escuela de la vida, de Francisco Sosa. Almadía publica recientemente El arte de mentir, del poeta, ensayista, narrador y dramaturgo tapatío Eusebio Ruvalcaba. Libro que tomó —para el autor— sesenta y dos años de factura y tan sólo cuatro de escritura, y que propone al lector advertir las minucias de aquello que se da por sentado cada día; libro dedicado al flâneur moderno que intenta caminar despacio y contra corriente, viviendo su “soledad en la turba agitada”. El arte de mentir es una colección de ensayos aforísticos, resultado de la observación y reflexión de toda una vida, del gozo empático de existir que comparte el lector, ejercicio lúdico de la inteligencia para todo tipo de interpretación. Han pasado apenas doce años de Heridas sin sutura, libro de aforismos en donde Ruvalcaba se descubre como visceral poeta sufí, una especie de Omar Khayam gozoso que con el añejamiento se torna intelectual maduro, cuyo acervo de conocimientos vitales y estéticos se condensa en las artes mayores de la melomanía y la simulación, alas para el Ícaro invencible del espíritu y magnífica máscara de Tartufo para el concupiscente. Remembranzas del padre y su violín, como instrumentos de la belleza divina, así como postulados —acaso refutables— pero apuntalados por el saber empírico de un gran esteta, encuentran cabida en este libro. Uno de los pilares de este iter criminis vitae lo constituyen diversas figuras femeninas; presidiendo, la madre, voz primigenia, canción de cuna, soledad y entereza. La amante celosa es fascinación ante Leviatán de ojos verdes que trasciende y transgrede la cordura femenina; en El arte de mentir la desconfianza de ésta es metáfora de las fases de la luna; el aroma enervante de la hierba nocturna es trastocado por los miasmas del desagüe citadino, transitando de la placentera fatuidad viril al fardo que acentúa la corva en la espina del cónyuge añoso. “El Diablo tiene voz de mujer”, nos dice Ruvalcaba, con aguijones espontáneos de belleza, y le atribuye “algo de caricia y algo de maldición”. La voz de la mujer amada al hacer el amor se erige en el máximo goce, en paraíso masculino que conduce a la paz del corazón, y que en el lecho marítimo obraría el milagro de Moisés. Es lenguaje de la naturaleza, por tanto, de la divinidad. El arte de mentir es el legado intelectual y estético de un escritor maduro, en el que es figura señera Gustave Flaubert, quien aconsejaba a sus epígonos pintar cuanto quisieren el vino, el amor, las mujeres, la gloria bélica, con la sola condición de no ser bebedores, ni amantes, ni maridos, ni soldados; que el que estaba metido en la vida no podía verla bien; sufría o gozaba más de la cuenta, que el artista era un monstruo, algo que se salía de la naturaleza. Ruvalcaba, por su parte, subraya la importancia para el escritor de carecer de propósitos, de cometidos, de ambiciones. No debe moverlo el deseo de conmover, entusiasmar o producir belleza. “No debe ser
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presa de ningún deseo…” Considera, con el poeta griego Constantino Kavafis, que lo importante es la necesidad, el valor y la alegría de emprender la búsqueda de Ítaca. Reafirma, con el Dostoievski de Humillados y ofendidos y de Crimen y castigo, la afrenta insoluble de la pobreza y la inicua crueldad humana, manifestada primigeniamente sobre los brutos. Celebra la prodigiosa frivolidad de Wilde y el filosofar como preparación para la muerte, de Montaigne. Entreteje naderías festivas, al contrario del Borges de “Remordimiento”. “No es nunca nada y no puede querer ser nada” con el Pessoa de “Tabaquería”. Antoine de Saint Exupéry le insufla, acaso, su certeza de la invisibilidad de los ojos; y las catarsis deambulatorias del Lezama Lima de Paradiso son trocadas en su texto por las del lavado de trastes. Bob Dylan susurra en su oído: “You’ve gotta serve somebody…” como parte ineludible de la condición humana, y quizá en la melancolía, como otra forma de honrar la vida, estribe su reivindicación del ascetismo. Para Eusebio, la escritura es un acto egocéntrico y autocomplaciente, no obstante autocrítico y riguroso. Percibe la gentileza como uno de los estados supremos del arte, quizá evocando el carácter de la persona egregia a quien dedica su libro. La música se erige en El arte de mentir como arte mayor a las letras, inherente a los espíritus sibaritas, alejados de todo pragmatismo mezquino, así como la presencia de la mujer como soberbia detentora de lo bello. La lectura de El arte de mentir construye ciudades y puentes que habitan los seres humanos en el tiempo y el espacio. Combate la intolerancia heredada de padres a hijos como impasse de la vida y su libre devenir, así como la obsesión académica que se equipara a institucionalizar la naturaleza y su ciencia mística. Artista cultor minucioso del yo, Eusebio percibe la palabra como instrumento físico de la voluntad, fuego purificador y renovador, entidad viva y transformadora más eficaz que la mano, que asigna la belleza suprema a la imperfección, al valor altamente humano de la falibilidad.
Eusebio Ruvalcaba El arte de mentir México, Almadía, 2014, 360 pp.
Para el ensayista, la culpa y el perdón elevan el espíritu aún más que una continua e irreflexiva rec titud en el obrar, haciéndonos la humildad partícipes de la inteligencia, el trabajo y la verdad, en contra de la estulticia, holgazanería y soberbia belicosa del “triunfador” posmoderno. Ruvalcaba pone de relieve el aburrimiento solemne de los grandes escritores y la ligereza trivial de los grandes narradores. Exalta el vínculo inquebrantable de la amistad masculina, cimentado en la complicidad y el autoescarnio, provoca el antihéroe a la indulgencia y a la libre reflexión sobre la naturaleza humana; se regodea en los defectos del ser y se evade del deber ser como de una prisión. La caricia de su lectura es necesidad perentoria de sentir el roce del amor humano, el silencio, tanto como el vacío, formando parte fundamental del espacio sonoro y de la materia. El arte de mentir es sin duda un compendio de sabiduría vital y estética cuyo receptor quisiera ir más allá de su lectura. El lector quisiera ser un deudo al pie del postrer lecho, quien recibe de su paterfamilias las consejas trascendentales, que irán en él como legado hasta el fin de sus días.
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colaboran Josué Barrera. Autor de Pasajeros (Jus, 2010), La brevedad constante (Universidad Autónoma de Coahuila, 2011) y de la antología de cuento sonorense Naves que se conducen solas (forca, 2011). Verónica Bujeiro (ciudad de México, 1976) es egresada de la Licenciatura en Lingüística de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, guionista y dramaturga. Es autora de los libros La inocencia de las bestias y Nada es para siempre. Ha sido becaria del imcine, Fonca y la Fundación para las letras Mexicanas. José Francisco Conde Ortega (Atlixco, Puebla, 1951). Es poeta, crítico y ensayista. Estudió letras en la unam y es profesor e investigador de la uam-Azcapotzalco. Es autor, entre otros libros, de Vocación de silencio (1985), La sed del marinero que regresa (1988), Los lobos viven del viento (1992), Que nada cambiará bajo tu piel (2003) y Cuaderno de febrero (2006). Su libro más reciente es Espina del tiempo. Ricardo Flores Magón (Oaxaca, 1873 – Kansas, 1922). Periodista, escritor y político mexicano. Fundador del periódico Regeneración en 1900 (archivomagon.net) y del Partido Liberal Mexicano en 1906. Moisés Elías Fuentes (Managua, Nicaragua, 1972). Poeta y ensayista, ha publicado el libro de poesía De tantas vidas posibles (2007). En colaboración con Guillermo Fernández Ampié tradujo del inglés al español Ciudad tropical y otros poemas (2009), primer libro de Salomón de la Selva. Jesús Vicente García (ciudad de México, 1969). Estudió letras hispánicas (uam). En 2009 obtuvo el segundo lugar en el ix Premio de Narrativa Breve Tirant lo Blanc. Su libro más reciente es La ciudad de los deseos cumplidos, bajo el sello Fridaura. Julio Hubard. Estudió filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam. Editor y profesor universitario. Miembro del Sistema Nacional de Creadores desde 1999. Ha publicado, entre otros libros, los volúmenes de poesía Hacéldama, 2009, y Presentes sucesiones, 1988; y el ensayo Sangre. Notas para la historia de una idea, 2006. Paul Jaubert. Estudió derecho (Escuela Libre de Derecho). Es especialista en derecho de autor. De 2000 a 2008 fue abogado general de la Sociedad General de Escritores de México. Jaime Labastida (Los Mochis, Sinaloa 1939). Poeta y ensayista. Doctor en filosofía en la por la unam. Miembro de número del Colegio de Sinaloa, de la Academia Mexicana de la Lengua y de la Asociación Filosófica de México. Recibió la Medalla de Oro de Bellas Artes 2009, el Premio Juan Pablos 2009 y el Premio Mazatlán de Literatura 2013. Alfredo Loera (Torreón, 1983). Es maestro en literatura mexicana por la Universidad Veracruzana. Fue becario de la Fundación para
las Letras Mexicanas. Es autor del libro de cuentos Fuegos fatuos, editado en 2010 por la Universidad Autónoma de Coahuila. Adán Medellín (ciudad de México, 1982). Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas (unam). Ha publicado Vértigos (Instituto Mexiquense de Cultura, 2010) y Tiempos de Furia (Ediciones B, 2013). Trabaja en la redacción de Playboy México. Francisco Mercado Noyola (ciudad de México, 1980). Es egresado de la licenciatura en lengua y literaturas hispánicas y de la maestría en letras mexicanas por la Facultad de Filosofía y Letras de la unam. Ha colaborado en diversos medios impresos y electrónicos. Actualmente estudia el doctorado en literatura en la uam-i. Miguel Ángel Muñoz (Cuernavaca, 1972). Poeta, historiador y crítico de arte. Es autor, entre otros, de los libros de poesía El origen de la niebla, El lugar de la ausencia y Fragmentos sobre el muro. Gerardo Piña (ciudad de México, 1975). Estudió lengua y literaturas hispánicas en la unam. Es autor de La erosión de la tinta y otros relatos, La última partida y La novela comienza. Su novela más reciente es Los perros del hombre. Mateo Pizarro (Bogotá, 1984). Es artista plástico. Estudió Artes Electrónicas en la Universidad de los Andes. Juan Patricio Riveroll (1979, ciudad de México). Director, escritor y productor de cine. Estudió Comunicación en la Universidad Iberoamericana. Realizó su primer largometraje, Ópera, en 2007. Héctor Antonio Sánchez (Minatitlán, 1982). Estudió letras hispánicas en la Universidad Veracruzana y el Bridgewater College de Virginia. Fue lector de español en el Lycée Montesquieu de París y el Collège Montmorency de Montreal. En 2003 recibió el Premio Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés. Ha sido becario del ivec, el Centro Mexicano de Escritores, la Fundación para las Letras Mexicanas y el fonca. Jaime Augusto Shelley (ciudad de México, 1937). En 1960 aparece su primer libro La rueda y el eco. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores y es creador artístico del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Rafael Toriz (Veracruz, 1983). Es egresado de la Facultad de Lengua y Literatura Hispánica (uv). Entre sus publicaciones destacan Animalia, editado por la Universidad de Guanajuato, y Metaficciones, editado por la unam, ambos en 2008. Gabriel Trujillo (Mexicali, Baja California, 1958). Poeta, narrador y ensayista. Profesor y editor universitario. Cuenta con más de 30 libros publicados. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua desde 2011. Su libro más reciente es Círculo de fuego.
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Ángela Acevedo, viuda de Silvestre Revueltas José Ángel Leyva
Presentaciones de Libros FIL Guadalajara 2014 Domingo 30 de noviembre
Martes 2 de diciembre
11:00 hrs., Stand uam Palabra y silencio Bela Gold
18:00 hrs., Stand uam No nos alcanzan las palabras Gabriela Contreras Pérez, Joaquín Flores Félix, Araceli Mondragón González e Isis Saavedra Luna (coords.)
12:00 hrs., Salón Alfredo R. Placencia Lecciones de filosofía moral Miriam M.S. de Madureira y Maximiliano Martínez (eds.) 12:00 hrs., Stand uam Irradiador. Revista de vanguardia Varios autores 13:00 hrs., Stand uam Versión. Número especial 2013: “Roland Barthes: Tiempo y fotografía en la cámara lúcida / George Bataille: Los límites de la mirada en la historia del ojo” Varios autores 13:00 hrs., Salón Alfredo R. Placencia Tras las huellas de Rousseau (Filosofía, política, estética, religión) Enrique G. Gallegos, Gabriel Pérez Pérez y Rodolfo Suárez (coords.)
18:30 hrs., Salón B El ejército de oriente en la defensa de la República y la soberanía nacional / La obra de Guillermo Prieto y la literatura de viajes en México / La organización para la administración de la justicia ordinaria en el Segundo Imperio Norma Zubirán Escoto / Marina Martínez Andrade / Georgina López González 19:00 hrs., Stand uam La ecología industrial en México Graciela Carrillo González (coord.)
Miércoles 3 de diciembre
17:00 hrs., Salón A Estado y ciudadanías del agua. ¿Cómo significar las nuevas relaciones? Felipe de Alba Murrieta, Lourdes Amaya Ventura y Citlalli Aidee Becerril-Tinoco (coords.)
18:00., Salón A El México bárbaro del siglo xxi Carlos Rodríguez Wallenius y Ramsés Arturo Arenas 18:00., Stand uam Kafka. La atroz condena de la literatura Alejandro Montes de Oca
Lunes 1 de diciembre
19:00 hrs., Salón A Para contender con la pobreza Sergio de la Vega Estrada
18:00 hrs., Stand uam Introducción a la psicología social Salvador Arciga Bernal, Juana Juárez Romero y Jorge Mendoza García (coords.) 18:30 hrs., Salón B Nuestras primeras letras. Aproximaciones a los libros de texto gratuitos de la educación básica en México María Elena Rodríguez Lara (coord.) 19:00 hrs., Stand uam Colección Déjame que te cuente Varios autores
Jueves 4 de diciembre 11:00 hrs., Stand uam Colección Capitalismo: tierra y poder en América Latina (1982-2012) Guillermo Almeyra, Luciano Concheiro Bórquez, João Márcio Mendes Pereira y Carlos Walter Porto-Gonçalves (coords.)
12:00 hrs., Stand uam Las transformaciones de los exvotos pictográficos guadalupanos (1848-1999) Margarita Zires Roldán (coord.) 12:30 hrs., Salón Antonio Alatorre Atlas de briofitas y pteridofitas Aniceto Mendoza Ruiz y Jaqueline Ceja Romero 13:00 hrs., Stand uam Periodismo femenino, siglos xix y xx. Revista Fuentes Humanísticas 48 Teresita Quiroz Ávila (dir.) 13:30 hrs., Salón Antonio Alatorre Para entender las tecnologías de la información y las comunicaciones o el extraño caso de la chica del sombrero Gerardo Laguna Sánchez, Ricardo Marcelín Jiménez, Miguel López Guerrero et al. 17:00 hrs., Salón A Cambios sociolingüísticos y culturales de la educación superior: representaciones y prácticas reflexivas Héctor Muñoz Cruz 18:00 hrs., Stand uam Cuerpo y afectividad en la sociedad contemporánea Adriana García Andrade y Olga Sabido Ramos (coords.) 18:00 hrs., Salón A Dudas filosóficas. Ensayos sobre escepticismo antiguo, moderno y contemporáneo Jorge Ornelas y Armando Cíntora 19:00 hrs., Stand uam Migraciones y movilidades en regiones indígenas del México actual Jorge Mercado Mondragón (coord.) 19:00 hrs., Escuela de escritores sogem Revista Casa del Tiempo Varios autores 20:00 hrs., Escuela de escritores sogem Perros días de amor y otros cuentos Barry Callaghan
Más presentaciones >>>
Presentaciones de Libros FIL Guadalajara 2014 Viernes 5 de diciembre 11:00 hrs., Stand uam Geosignificación del diseño / Anuario de espacios urbanos 2013 Francisco Gutiérrez y Jorge Rodríguez Martínez (coords.) / Varios autores 11:30 hrs., Salón Antonio Alatorre Derechos humanos… entre lo real y lo posible Carlos Humberto Durand Alcántara (coord.) 12:00 hrs., Stand uam MM1 un año de diseñarte 2013 / Persona y semejanza. Coloquio del retrato Varios autores 12:00 hrs., Salón A Cultura electrónica: Los e-books de la UAM Varios autores 12:30 hrs., Salón Antonio Alatorre La competitividad de la industria petroquímica mexicana Eugenia Marisol Mejía Lugo y Carlos Gómez Chiñas 13:00 hrs., Stand uam Tiempo de diseño 10 / Estrategias de internacionalización de las Pymes basadas en la información y la innovación Jorge Leroux (dir.) / Jorge Rodríguez Martínez
18:00 hrs., Stand uam Tiempo de ruptura Jörn Rüsen 18:30 hrs., Salón Antonio Alatorre Perros días de amor y otros cuentos Barry Callaghan 19:00 hrs., Stand uam Discursos sobre el diseño. La relación con el entorno natural y la sustentabilidad Isaac Acosta Fuentes
Sábado 6 de diciembre 11:00 hrs., Stand uam Colección Extensión Universitaria de la Unidad Lerma Varios autores 12:00 hrs., Stand uam Tópicos del color en México y el mundo Rodrigo Ramírez Ramírez (coord.) 12:00 hrs., Salón A Comunidades alternas: Espacio, memoria y archivo en el arte relacional Mónica Benítez y Gemma Argüello (coords.) 12:30 hrs., Salón Antonio Alatorre Calendario de las señoritas mexicanas 1838, 1839, 1840, 1841 y 1843 Margarita Alegría de la Colina (present.)
13:00 hrs. Salón A Pedro Ramírez Vázquez, el estratega Varios autores
13:00 hrs., Stand uam Repertorio literario Vladimiro Rivas
17:00 hrs., Stand uam Taller Servicio 24 horas 18 y 19 Varios autores
13:00 hrs., Salón A Ciudadanía digital Alejandro Natal, Mónica Benítez y Gladys Ortíz (coords.)
17:30 hrs., Salón Antonio Alatorre Pinotepa nacional. Mixtecos, negros y triques Gutierre Tibón
El último apaga la luz / La revolución silenciosa. El diseño en la vida cotidiana de la Ciudad de México durante la segunda mitad del siglo xx / Tecnología y Diseño 3 Elizabeth Espinosa Dorantes y Adolf Goebel Christof / Fabricio Vanden Broeck / José Revueltas Valle / Adriana Acero Gutiérrez 16:00 hrs., Salón B Portafolio Docente. Fundamentos, modelos y experiencias María Isabel Arbesú García y Frida Díaz Barriga Arceo (coords.) 17:00 hrs., Stand uam Acción colectiva y organizaciones rurales Bruno Henri Lutz Bachere 17:00 hrs., Salón B ¡Basta! Cien mujeres contra la violencia de género Varios autores 18:00 hrs., Stand uam How to Be a Writer in Canada Charla literaria con Barry Callaghan 18:00 hrs., Salón B Cumplimos cuarenta años Verónica Vázquez Mantecón
Domingo 7 de diciembre 13:30 hrs., Salón Antonio Alatorre Introducción a la potencia fluida Gerardo Aragón González, Aurelio Canales Palma y Alejandro León Galicia
13:30 hrs., Salón Antonio Alatorre Diversas miradas. La plaza pública en la ciudad de hoy en día /
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José Revueltas
1914 - 1976 Fermín Revueltas: geometría y abundancia Shakespeare humanista De Mociño a Darwin II
Su pl e “Á me ng nt e o Re la A ele vu ce ctr el ve ón ta do ic o s” , J , vi Ti os ud em éÁ a p ng de o e Si n l el Le lve a c yv st as re a: a
casadeltiempo • número 10 • noviembre 2014
Año XXXIII, Vol. I, época V, número 10 • noviembre 2014 • $60.00 • ISSN 0185-42-75