Casa del tiempo 13, febrero de 2015

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La UAM en la XXXVI Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería

Año XXXIV, Vol. I, época VI, número 13 • febrero 2015 • $60.00 • ISSN en trámite

Del 18 de febrero al 2 de marzo de 2015 Tacuba núm. 5, Centro Histórico, Ciudad de México

1947-2010

Carretera Federal Los Reyes-Texcoco km.14.3, San Miguel Coatlinchán

Presentación de libro

12 de febrero, 12:30 hrs. Vestíbulo de la biblioteca Presentan: Cristina Rascón y Bernardo Ruiz

ARTE

Zonas de disturbio. Espectros del México indígena en la modernidad Mariana Botey EDUCACIÓN

Juan Ramón de la Fuente: Estado, educación y democracia

Símbolos digitales. Representaciones de las TIC en la comunidad escolar Diego Lizarazo Arias y Mauricio Andión Gamboa (directores) ARTE

Náyari Cora Rafael Doníz

Celebración de Dolores Castro

Noventa años de Ernesto Cardenal Su “A ple rq me ui te nto ct e An ura lect : to or rón ni ig o e ic To n y o Ti ca m em Fe et po rn am en án or de fo la c sis as z ” d a: e

Dos mil millones de años luz de soledad Shuntaro Tanikawa

casadeltiempo • número 13 • febrero 2015

De venta en: Librerías UAM · EDUCAL · FCE · Gandhi · Sótano · Péndulo

Carlos Montemayor


Presentaciones de Libros FIL Minería 2015

Jueves 19 de febrero 12:00 hrs., Auditorio 5 Revista Cuestión de Diseño Varios autores 13:00 hrs., Auditorio 5 Estrategias de internacionalización de las pymes, basadas en la información e innovación: el panorama internacional y el caso de México / Tecnología y diseño III / Geosignificación del diseño Jorge Rodríguez Martínez / Adriana Acero Gutiérrez / Francisco Javier Gutiérrez Ruiz y Jorge Rodríguez Martínez 17:00 hrs., Auditorio 6 Diseño MX / Discursos sobre el diseño, la relación con el entorno natural y la sustentabilidad Marco Vinicio Ferruzca Navarro / Isaac Acosta Fuentes

18:00 hrs., Galería de Rectores Movimiento indígena en América Latina: resistencia y transformación social Fabiola Escárzaga, Juan José Carrillo (coords.) 19:00 hrs., Auditorio 5 Laberintos de racionalidad. Crisis civilizatoria Javier Contreras Calvajal y María Griselda Günther (coords.) Sábado 21 de febrero 12:00 hrs., Auditorio 5 Pensamiento político contemporáneo Gerardo Ávalos Tenorio 13:00 hrs., Auditorio 6 Actores y cambio social en la Revolución Mexicana Enrique Guerra y Nicólas Cárdenas

18:00 hrs., Foro UAM Desde el norte. Narrativa canadiense contemporánea Martha Bátiz

17:00 hrs., Auditorio 6 Nihilismo y políticas de jovialidad. Lecturas de Nietzsche César Velázquez Becerril

18:00 hrs., Salón de la Academia de Ingeniería MM1 Un año de diseñarte 2013 Varios autores

18:00 hrs., Galería de Rectores Las transformaciones de los exvotos pictográficos guadalupanos (1848-1999) Margarita Zires (coord.)

19:00 hrs., Auditorio 6 Análisis de sitio / Espacio urbano y argumentaciones interdisciplinarias Elías Antonio Huaman Herrera Viernes 20 de febrero 12:00 hrs., Auditorio 5 Introducción a la potencia fluida. Neumática e hidráulica para ingenieros Gerardo Aragón González, Aurelio Canales Palma y Alejandro León Galicia 13:00 hrs., Auditorio 6 Formado de metales Lucio Vázquez Briseño 17:00 hrs., Auditorio 6 Actores sociales, violencia y luchas de emancipación Margarita Zárate Vidal (coord.)

19:00 hrs., Auditorio 6 Génesis social de la institución psicoanalítica en México José Velasco Lunes 23 de febrero 12:00 hrs., Auditorio 5 Serie Mundos rurales vol. 5 y 6 Yolanda Massieu, Lucio Noriero, Mayra Nieves Guevara y Carlos Cortés Ruiz (coords.) 13:00 hrs., Auditorio 5 La ecología industrial en México Graciela Carrillo González (coord.) 17:00 hrs., Auditorio 5 Instituciones y desarrollo Federico Novelo Urdanivia (coord.)

18:00 hrs., Salón de la Academia de Ingeniería El libro rojo de las hadas Andrew Lang (comp.) 19:00 hrs., Auditorio 5 Calendarios de las señoritas mexicanas 1838, 1839, 1840, 1841 y 1843 Margarita Alegría de la Colina (ed.) Martes 24 de febrero 12:00 hrs., Auditorio 5 Colecciones editoriales de la UAM Cuajimalpa, División de Ciencias Sociales y Humanidades Varios autores 13:00 hrs., Auditorio 6 Los sacramentos olvidados Ociel Flores Flores 17:00 hrs., Auditorio 5 Revistas Trashumante y Espacialidades Varios autores 18:00 hrs., Foro UAM Breviario sobre modelado matemático Francisco J. Valdés Parada 18:00 hrs., Salón de la Academia de Ingeniería Tierra Caliente, Guerrero: Sones y gustos Laura Trigueros Gaisman, Elisur Arteaga Nava y Sergio Charbel Olvera Rangel 19:00 hrs., Auditorio 5 La dimensión espacial en las Ciencias Sociales Salomón González Arellano (comp.) Miércoles 25 de febrero 12:00 hrs., Auditorio 5 La flora vascular del Parque Estatal “El Faro”, Tlalmanalco de Velázquez, Estado de México Aurora Chimal Hernández, Minerva González Ibarra y Claudia Hernández Díaz

Presentaciones de Libros FIL Minería 2015

13:00 hrs., Salón de firmas La química aplicada a la genética humana Marisol López López, Rosenda I. Peñaloza Espinoza, Olivia Soria Arteche (coords.) 17:00 hrs., Auditorio 6 ¡Basta! Cien mujeres contra la violencia de género Varios autores 18:00 hrs., Foro UAM Introducción a las ecuaciones diferenciales parciales Gabriel López Garza y Francisco Hugo Martínez Ortiz 18:00 hrs., Galería de Rectores Ensayos sobre ética de la salud. Aspectos clínicos y biomédicos vol. I y II Jorge A. Álvarez Díaz y Sergio López Moreno (coords.) 19:00 hrs., Auditorio 5 Para entender las tecnologías de la información y las comunicaciones o extraño caso de la chica del sombrero Gerardo Laguna Sánchez, Ricardo Marcelín Jiménez, Miguel López Guerrero et al. Jueves 26 de febrero 12:00 hrs., Auditorio 5 Manual de técnicas quirúrgicas en el conejo (Oryctolagus cuniculus) utilizadas en docencia e investigación Juan José Pérez Rivero Cruz y Celis, Emilio Rendón Franco y Omar A. López Reyna 13:00 hrs., Auditorio 5 Hace 40 años. La fundación de la Universidad Autónoma Metropolitana Carlos Ornelas (coord.) 17:00 hrs., Foro UAM Una mujer se ha perdido. Cuentos para encontrarla Jorge Abascal

18:00 hrs., Foro UAM Precariedad urbana Angela Giglia y Adelina Miranda 18:00 hrs., Salón de la Academia de Ingeniería El arte del cajista en las portadas barrocas, neoclásicas y contemporáneas Silvia Fernández Hernández 19:00 hrs., Salón de firmas Colección Antologías: Reutilización del patrimonio edificado con adobe / Diseño para la discapacidad Luis F. Guerrero Baca (comp.) / Dulce María Lizárraga (comp.) Viernes 27 de febrero 12:00 hrs., Auditorio 5 La reconstrucción de los vínculos en el ámbito universitario Silvia Radosch Corkidi y Leticia Flores Flores (coords.) 12:00 hrs., Auditorio Sotero Prieto Ciudad de México: problemáticas y perspectivas Armando Cisneros (coord.) 13:00 hrs., Auditorio 6 Colección Déjame que te cuente Varios autores 14:00 hrs., Salón de la Academia de Ingeniería Claroscuros de la economía rentista en México Fernando Jeannot (coord.) 16:00 hrs., Auditorio 4 Tiempo en ruptura Jörn Rüsen 17:00 hrs., Auditorio 6 Revista Signos Literarios Varios autores

18:00 hrs., Auditorio 4 Construyendo una disciplina: una mirada plural al estudio de las lenguas y las culturas extranjeras Javier Vivaldo Lima y Margaret Lee (coords.) 19:00 hrs., Auditorio 5 Poder, fe y pedagogía: historias de maestras mexicanas y belgas Federico Lazarín Miranda, Luz Elena Galván Lafarga y Frank Simon (coord.) Sábado 28 de febrero 11:00 hrs., Auditorio 4 Tejedores de caminos. Redes sociales y migración internacional en el centro de Veracruz Mario Pérez Monterosas 17:00 hrs., Salón Manuel Tolsá La realidad social humana. Diálogos imaginarios con base en John Rogers Searle y Thomas Reid José Hernández Prado Domingo 1 marzo 11:00 hrs., Galería de Rectores Julio Torri. De fusilamientos Elena Madrigal 14:00 hrs., Salón Filomeno Mata Los grandes desequilibrios de la economía mundial Ricardo Marcos Buzo de la Peña, Víctor Manuel Cuevas Ahumada, Ernesto Henry Turner Barragán (coords.) 17:00 hrs., Salón Manuel Tolsá Revista Alegatos # 88 Javier Huerta Jurado (dir.)

17:00 hrs., Salón de firmas Dos mil millones de años luz de soledad Shuntarō Tanikawa

www.casadelibrosabiertos.uam.mx

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editorial Al iniciar este año de 2015, el 7 de enero, la noticia que dio literalmente la vuelta al mundo fue el artero ataque al semanario Charlie Hebdo, en París, en el que murieron doce personas. Conmovió a Francia y conmovió al mundo el hecho de que el fanatismo cobre vidas humanas. El acontecimiento ha desen­cadenado un alud de reflexiones tanto sobre la libertad de expresión como sobre los alcances de la tolerancia frente a los intolerantes. Una universidad pública, como es la Universidad Autónoma Metropolitana, tiene la obligación de reiterar su compromiso con las libertades ciudadanas y los derechos humanos, donde la libertad de expresión y libre manifestación de las ideas es un pilar fundamental de su hacer y quehacer cotidiano. Es impensable una universidad pública sin estos componentes. Las instituciones educativas, en particular las de nivel superior, deben gravitar igualmente en torno al valor de la honestidad intelectual, que tiene dos lados o aspectos: por una parte, las investigaciones que realizan y las clases que imparten tienen como base la racionalidad, la objetividad, el convencimiento dialogado y argumentado, así como la comprobación de observaciones y datos; por otra parte, su labor no debe dar tregua a las mentiras, los infundios, las calumnias y las descalificaciones fincadas en prejuicios, sean religiosos, políticos o de otro tipo. Por eso nuestras instituciones deben tener siempre la laicidad como estandarte y proclama que no debe ceder ante las presiones de grupos u organizaciones que mantienen visiones parciales de la realidad social. En este número, Casa del tiempo rinde homenaje a Carlos Montemayor. Un recuerdo que hacemos sobre la vida, el pensamiento y la obra cultural de uno de los artífices de las instituciones de la uam dedicadas a la preservación y difusión de la cultura (como lo manda nuestra Ley Orgánica). A pesar de los años transcurridos, aún se siente entre nosotros el ímpetu que Montemayor dio para los rudimentos estructurales de esa función dentro de la Casa Abierta al Tiempo. Creemos que el recuerdo de Montemayor cobra una nueva significación, sobre todo ahora cuando debemos revalorar las fuerzas que sostienen la vida universitaria. Nuestra revista comparte con él, en el presente número, una significativa evocación de la poeta Dolores Castro, recién galardonada con el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de lingüística y literatura, premio que compartió con Eraclio Zepeda. La libertad, sobre todo la libertad de cátedra, y la honestidad intelectual, que implica la búsqueda incansable por la verdad, son dos elementos que dan brío y validación al trabajo universitario. Son el dique firme contra la intolerancia, como lo habría manifestado Montemayor. (WB)


Rector General Salvador Vega y León Secretario General Norberto Manjarrez Álvarez Unidad Azcapotzalco Rector Romualdo López Zárate Secretario Abelardo González Aragón Unidad Cuajimalpa Rector Eduardo Peñalosa Castro Secretaria Caridad García Hernández Unidad Iztapalapa Rector José Octavio Nateras Domínguez Secretario Miguel Ángel Gómez Fonseca Unidad Lerma Rector Emilio Sordo Zabay Secretario Darío Guaycochea Guglielmi Unidad Xochimilco Rector Patricia Emilia Alfaro Moctezuma Secretario Guillermo Joaquín Jiménez Mercado Casa del Tiempo, año xxxiv, vol. i, época v, núm 13 • febrero 2015. Revista mensual de la UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA Director Walterio Francisco Beller Taboada Subdirector Bernardo Ruiz Comité editorial Laura Elisa León, Vida Valero, Rosaura Grether, Erasmo Sáenz, María Teresa de la Selva, Gabriela Contreras y Mario Mandujano Coordinación y redacción Alejandro Arteaga y Jesús Francisco Conde de Arriaga Asesoría editorial Laura González Durán, Paola Castillo, Brenda Ríos Jefe de Diseño Francisco López López Diseño gráfico y formación Rosalía Contreras Beltrán Fotografías de portada: Carlos Montemayor: Susana de la Garza Dolores Castro: Pascual Borzelli Iglesias diseño original Guadalupe Urbina Martínez Edición Internet Jorge Ordaz Distribución Marco Moctezuma, Subdirección de Distribución y Promoción Editorial, Rectoría General UAM, Prolongación Canal de Miramontes 3855, 2º piso, Ex hacienda de San Juan de Dios, Delegación Tlalpan, 14387, México, D.F. Oficinas: Prolongación Canal de Miramontes 3855, 2º piso, Ex hacienda de San Juan de Dios, Delegación Tlalpan, 14387, México, D.F. Redacción: 5483 4000, ext.1509 y 1510. Correo electrónico: editor@correo.uam.mx /editoruamct@gmail.com. Sitio electrónico: www.uam.mx/difusion/casadeltiempo. Editor Responsable Mtro. Bernardo Javier Ruiz López, Director de Publicaciones y Promoción Editorial, Coordinación General de Difusión, Rectoría General, Prolongación Canal de Miramontes 3855, 2o piso, Col. Ex-Hacienda San Juan de Dios, Del. Tlalpan, C.P. 14387, México, D.F. Certificado de Reserva de Derechos al Uso Exclusivo de Título No. 04-2013-092511191100-203, ISSN en trámite, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número Dirección de Tecnologías de la Información, Ing. Jorge Ordaz Ortiz, calle Prolongación Canal de Miramontes 3855, 1er piso, Col. Ex hacienda San Juan de Dios, Delegación Tlalpan, C.P. 14387. Fecha de última modificación: 30 de enero de 2015. Tamaño de archivo: 2.1 MB Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización de la Universidad Autónoma Metropolitana.

editorial, 1 torre de marfil La ciudad que conocí, 3 Jorge Ruiz Dueñas

profanos y grafiteros Dolores Castro Varela, mi maestra, 5 Teodoro Villegas A tantas voces de viento. Entrevista con Dolores Castro, 8 Mariana Bernárdez Dolores Castro: la certeza en la flor, 13 José Francisco Conde Ortega Dolores Castro: lo que vuela, la ceniza, el muro, el viento, el pájaro, el olvido, 16 Brenda Ríos El ángel roto, 19 Elisa Buch Las generosidades de Carlos Montemayor, 20 Sandro Cohen Carlos Montemayor: voz que es carmen, que es canto, 24 Antonio Bravo Breve paseo con Montemayor, 27 Bernardo Ruiz, Enseñanzas: Carlos Montemayor en el Centro Mexicano de Escritores, 31 Héctor Antonio Sánchez

ménades y meninas Un guerrero llamado Chimalli, 35 Jorge Vázquez Ángeles El pop poético y brillante de Richard Hamilton, 40 Miguel Ángel Muñoz

antes y después del Hubble Estado, educación y democracia, 44 Juan Ramón de la Fuente Ernesto Cardenal y la poética de la prosa exteriorista, 49 Moisés Elías Fuentes Estoy en el rincón de una cantina, 53 Jesús Vicente García Cuba y Crimea: episodios, 57 Jaime Augusto Shelley

armario

XXX aniversario del Centro Mexicano de Escritores, 59

intervenciones, 60 Mateo Pizarro

francotiradores Escribir es cuestión de estilo. El idioma materno de Fabio Morábito, 61 Rafael Toriz Un arrullo, un bromista y un mirón: tres libros infantiles, 63 Elizabeth Cruz Madrid El fuego del amor uranio. Wilde, Prometeo de la Belle Époque, 66 Francisco Mercado Noyola Rayas de cebra. CeroCeroCero de Roberto Saviano, 69 Juan Patricio Riveroll

colaboran, 72 Tiempo en la casa. Suplemento electrónico “Arquitectura: origen y metamorfosis” Antonio Toca Fernández


torredemarfil

La ciudad que conocí* Jorge Ruiz Dueñas

Bajo por el barrio de los almacenes y las embajadas Camino hacia la plaza de Taksim y no sé si esta es la ciudad que conocí Escarnecida la jornada se echa entre los domos Mugidos de navío se unen al bullicio urbano y no sé si esta es la ciudad que conocí Temo a las sombras A la oscuridad de profundos corredores y no es suficiente el empeño de buscar la luz Cruzo una avenida y a lo lejos como escala frente a mí descubro Asia un continente que emigra o se detiene Descubro una desvanecida imagen mía justo cuando creía iniciar la vida y no sé si esta es la ciudad que conocí

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Transeúntes de novela van y vienen con justa premura antes de llegar las oraciones o quizá sólo buscan su transporte y parten de nuevo lejos de mí pero no sé si los he leído suficiente ni conozco el parlamento del protagonista Y al final cuando el fino vaho del chaidanlik o una niebla rosada me vuelven a este lado de la vida me pregunto si es esta la ciudad que conocí

* De Diván de Estambul, libro que se presentará en la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería el 28 de febrero a las 19:00 horas en el Salón Filomeno Mata.

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profanos y grafiteros

Dolores Castro Varela,

mi maestra

FotografĂ­a: Pascual Borzelli Iglesias

Teodoro Villegas

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Esta sólida mujer, poeta, esposa, madre, amiga…, es una roca amorosa, llena de sabiduría, roca negra rodando los caminos para construir verdades, palabras, en su obra literaria y de vida. Una poeta intensa, luminosa, con un lenguaje depurado, sencillo y breve. Huye de todos los excesos retóricos; la sobriedad y el rigor en el uso de la palabra poética sustentan su obra. Su voz siente, reflexiona y vive la realidad y después la plasma, con sensibilidad extrema, en la palabra escrita, intimista y radical. Su poesía es vital, resultado del trabajo constante, riguroso, paciente; cultiva la palabra cuidadosamente para llenarla de espíritu, imaginación e intensidad. Mujer paridora de amor, hijos, vida y poesía, nos lleva de la mano a descubrir el poder de las palabras mediante su obra. Ha publicado diecisiete libros de poesía, una novela y un ensayo. Esa mujer que lleva por nombre Dolores Castro Varela, contempladora de la vida y cazadora de palabras que nombran, tiene otra gran vertiente creativa, es la voz de la poeta convertida en maestra, mano conductora de sentires, entregada por más de cincuenta años a compartir sus saberes, formando jóvenes en el arte descubrir el lenguaje y nombrar para construir inmensidades. Conocí primero su obra, a principios de los años sesenta, gracias a dos mujeres fundamentales en mi vida: Margarita Paz Paredes (Margarita Camacho Baquedano) y su hija Yamilé, ambas poetas y luchadoras sociales, que me llevaron al mundo de la literatura y su creación. Años después, en 1982 o 1983, pude estar frente a ella y empezar a tratarnos. Fue en el ilce (Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa) —donde empecé a dar un taller de guionismo en radio, después de mi abrupta salida de Radio Educación— que entre los alumnos descubrí a Dolores Castro, a quien admiraba por su obra poética. Al término de la sesión me acerqué a ella para preguntarle la razón de su asistencia a ese taller, sabiendo el muy buen trabajo que había realizado en Radio unam como guionista y conductora. Su respuesta fue sencilla e impactante, quería seguir aprendiendo a escribir para la radio, y enumeró y elogió mi trabajo en Radio Educación como guionista, productor y director de programas, sobre todo dramatizados. La maestra me dio una lección de humildad y sencillez. A partir de ese momento surgió un afecto creciente, ahora convertido en amistad. Supe de su excelente trabajo como maestra, tanto en instituciones de enseñanza superior como en talleres de poesía y escritura creativa, en voz de muchos de sus alumnos. Años después pude constatarlo personalmente cuando fuimos compañeros profesores en la Escuela de Escritores de Sogem, que inició sus cursos en enero de

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1987 con una plantilla de creadores dispuestos a entrarle al experimento de dar a los alumnos herramientas personales de creación escritural, acercarlos y motivarlos en la escritura. El experimento funcionó, egresaron muchos jóvenes que fueron escritores reconocidos y premiados; la escuela creció y con ella la planta docente. A mediados de 1996 Dolores Castro se integra como maestra durante dos años y medio. En junio de 1999 soy nombrado director de la escuela y le pido que regrese, lo que hace en enero de 2002, a los 79 años, con la misma pasión, amor y entrega de siempre. Sus exalumnos son testigos indiscutibles de la calidad de su trabajo y de­dicación. En 2003 un grupo de organizaciones civiles y exalumnos de la maestra, encabezados por Raquel Olvera, invita a la Escuela de Escritores a unirse al homenaje por sus 80 años de vida, para lo cual solicitamos, por medio de Sogem, la Sala Manuel M. Ponce, que nos fue concedida de palabra, se hicieron todos los arreglos necesarios y se armó la mesa de participantes. Entonces apareció la burocracia cultural, y el menosprecio de las autoridades culturales del país por los creadores quedó manifiesto. Una semana antes del acto los directivos del inba y el Palacio de Bellas Artes nos informan que se cambia la sede a la Sala Adamo Boari. ¿La razón?: “no van a llenar la Sala Ponce, nadie conoce a Dolores Castro”. El homenaje se llevó a cabo ante la mirada escrutadora del entonces subdirector del inba, quien se sorprendió de la cantidad de personas, quienes habrían saturado la negada Sala Ponce, prueba irrefutable de que la obra de la maestra Castro era ampliamente conocida y apreciada. Doce años después, en diciembre de 2014, es reconocida con el Premio Nacional de Ciencias y Artes en Lingüística y Literatura. En 2007, ante las acusaciones que me hacen los directivos de Sogem y mi inminente renuncia, ella es la primera que solidariamente lo hace; además, participa activamente en las reuniones que se realizaron tratando de evitar la inminente desaparición de ese gran proyecto. Hoy, con 91 años y una vasta obra literaria, además de la interminable labor de vida compartiendo sus conocimientos, la escucho decir, en entrevista con el periódico La Jornada: “Estar al día me permite escribir todavía. Quien escribe como ayer o antier está perdido; quien no tiene una imagen, aunque sea oscura, de lo que ocurre, de qué va a hablar y, sobre todo, de qué va a escribir. Un escritor tiene que dar testimonio no solamente de su persona, sino de él en su época”. Esa mujer, pura conciencia, experiencia, sensibilidad, inteligencia y amor solidario, sigue dejando huella en nuestras vidas. Gracias por treinta y dos años de amistad y enseñanza, maestra dolores castro.

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A tantas voces de viento Entrevista con Dolores Castro

FotografĂ­a: Pascual Borzelli Iglesias

Mariana BernĂĄrdez

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Julio 2003. Era martes. Llovía, como decimos en México, “a cántaros”. Manolo1 había llegado de Louisville un par de días antes y uno de los motivos de su viaje era conocerla. Ella nos esperaba en su casa, acompañada de Benjamín,2 quien daba los toques finales a su tesis doctoral sobre su poesía. Algo así la historia inicial que enmarca lo que doy a leer, con la salvedad de que encontré la grabación hace unos días, en una vieja computadora. ¿Por qué no se publicó?, ¿por qué quedó dormida en este sueño injusto? Diría a manera de una mala justificación que aquello fue más bien una charla de café, y que la intimidad de una conversación entre amigos debe quedar en ese ámbito, pero entre su ir y venir hubo un fulgor y fue cuando habló de La ciudad y el viento, novela corta que refiere lo que ocurría en los años posteriores a la Revolución y que muestra los rastros de la tan callada Guerra Cristera en una sociedad salvajemente destruida por el hambre y la desesperanza. A la distancia sorprende que, entre tanto escombro y tierra seca, entre tanta ruina, pudieran resguardarse las generaciones postreras que terminarían por edificar, eso llamado por los historiadores, el “México moderno”. Dolores Castro, como pocos escritores de su generación, retrata con una resuelta sutileza a esos jóvenes que portaban en su estremecimiento la lucha entre conservadores y liberales, las contradicciones entre el poder y la pobreza y realiza una denuncia, por demás dolorosa, del papel dejado a las mujeres. Escrita en una prosa poética enfática, la novela desarrolla una profunda reflexión en torno a la muerte y coloca al lector en el umbral que delimita con la vida. La cala hecha sobre cada una de sus aristas, donde la morosidad de su desolación se afinca, asombra porque en ella subyace el cuestionamiento franco de cualquier mediación en el lazo íntimo del hombre con Dios, y confirma que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones. Castro retrata la violencia del vínculo soterrado entre vencedores y vencidos. La imposibilidad de unificar su visión hace que el anhelo por un perdón que no duela gravite entre la torpeza del rencor y la ignorancia. La justicia, ciega y andando los vericuetos de la desmemoria, deviene persecución y matanza. La agudeza con la que describe los personajes y sus intrincadas relaciones muestran sobradamente un dominio del género y un conocimiento profundo de la naturaleza humana que se prolonga en el eterno retorno de un absurdo invencible. No hay un futuro prometedor que inaugure en canto triunfal una nueva condición humana, sólo el fracaso, el insistente fracaso del vencido cuya aspiración es resistir la fatalidad de ser vencido reiteradamente. ¿Quién podría olvidar las frases con las que se inicia esta novela?, ¿o la orfandad que mutila el tejido social, y que hace del corazón más débil una fiera que, en su desarraigo, alza la mano en busca de una venganza que sólo trae consigo más sangre y más dolor? De una expresión sencilla y de un tajo profundo, la escritura de Castro muestra una sociedad envilecida hasta la médula, desolada en su abandono, y donde sólo pervive quien encuentra en el polvo el secreto nombre de las cosas, que no es el de Dios sino el de la miseria de saberse hombre entre los hombres.

Dr. Manuel F. Medina. Associate Professor of Spanish Director, Brazilian Studies Program, de la Universidad de Louisville, Kentucky. 2 Dr. Benjamín Barajas, director del cch Plantel Naucalpan. 1

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Y entre los murmullos de la grabación, la estática, el repiqueteo de la lluvia y el infalible relámpago, sobresale la voz de Lolita, quien comienza afirmando que el género de la novela es bellísimo. Sea este el recuento de una fidelidad más allá de la voz, lo dicho o la ficcionalidad que habita toda memoria. Sea esto testimonio del amor inabarcable a la palabra y a la vida. Esta es una ciudad devastada por un incendio, en la que no han acabado de arder la gente ni las cosas. En uno y otro caso siempre se quieren hallar las causas. Causa muy importante ha sido la sequía. También el aire, que encañonado pasa y se lleva las nubes, y se lo lleva todo, o lo trastorna sin el menor respeto.3

Pasé de la poesía a la novela corta porque tenía como una especie de mundo, como una semilla, donde estaba contenida mi experiencia de vivir en Zacatecas, una ciudad que en aquel tiempo era fantasmal. De veras, cuando era niña me preguntaba: ¿qué pasó aquí? Ya después oí lo que ocurrió durante las terribles batallas de la Revolución. Después, la ruina, destruyendo con pesada mano techos, paredes, tanto como destruyó la metralla de la propia revolución.4

Pero fue un tiempo muy interesante porque no era sólo el “¿qué pasó aquí con esta ciudad?”, sino “¿qué pasó aquí con este país, con esta gente?” Recuerdo todavía por 1952, en Zacatecas, que durante una carrera de coches salían de todas partes a ver a los automovilistas aquellos, pero las personas traían consigo un botecito que casi siempre era una lata adaptada con algo para calentarse, y con sus abriguitos que estaban hechos de algún saco. Tristes. Pobres. Eran unas condiciones terribles que llevaban a repetirme la pregunta: ¿qué pasó aquí?

3 La ciudad y el viento, en Obras Completas, México, Instituto de Cultura de Aguascalientes, Col. Contemporáneos, p. 131. 4 Ibíd. p. 137.

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De pronto, me brota esa experiencia. Estaba esperando a mi tercer hijo y empecé a escribir. Sin duda, también es la experiencia que tuvo mi padre ante el choque entre la forma de pensar de los liberales y los conservadores. En Zacatecas, como decía López Velarde, había de dos: “Católicos de Pedro El Ermitaño”, o “Jacobinos de la época terciaria” que se odiaban unos a otros de buena fe. Esa experiencia, además, se reflejaba en la arquitectura, la mayoría de las casas estaba en ruinas, y las pocas que se mantenían en pie eran hermosísimas. La ciudad y el viento se origina en una vivencia de juventud. Asistí a la casa de un general con motivo de una boda. La entrada espectacular, recubierta de cantera, tenía una escalera enorme de peldaños anchos. La casa ocupaba el sector posterior de la alameda, como el final. Era una boda en la que no iba a haber velación, es decir, misa, porque el abuelo de esta muchacha, que ya no era tan muchacha, había sido un liberal, entonces no los podían casar por la Iglesia. Recuerdo que me impresionó de mala manera la división de clases. Después de la boda hubo un brindis; entramos y quise ir al baño; abrí la puerta y, después de una hilera de cuartos, no había nada. El resto estaba derruido. La sala donde era la fiesta era preciosa, con cortinas de encaje y unos muebles finísimos de una época anterior, pero no tenía más que una hilera de cuartos. El impacto me provocó que cualquier cosa llamara mi atención al punto de fijarme en los detalles que pasaban inadvertidos. Y a través de la visión de aquella casa situé lo que habría de ser la materia de la novela que me brotó de pronto. Era una casa preciosa. La echaron abajo para poner el Seguro Social. En el viento le llegaban otros recuerdos. Veía su casa; construcción rara, en verdad, al fondo de la alameda, hacia lo alto, sobre una escalinata de piedras en veinte grandes escalones, tan amplios hacia los lados como una cuadra entera. Así la había construido su padre en época de bonanza. Casa de principales y principal por sus adornos en cantera labrada, rodeando las grandes ventanas guarnecidas por rejas de hierro.5

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Ibíd., p. 137.


El Zacatecas que conocí tenía las calles empedradas con piedra bola, costaba trabajo caminar, todo como que costaba trabajo, la gente que sobrevivía el haber nacido ahí, pues ya podía sobrevivir cualquier cosa. Mi madre vivió hasta los 100 años y medio, y mi padre, hasta los 92, porque habían pasado por todo. Decían que en Zacatecas sólo había dos estaciones: la del invierno y la de los ferrocarriles. Era un Zacatecas bellísimo, con esa catedral y esa arquitectura magnífica. Incluso su propia edificación sigue asombrando porque se construyó dentro de una cañada. Cuando era chica había la costumbre de subir al cerro de la Bufa para mirarla. Desde ahí parecía un águila con las alas abiertas. Precioso.

la cuna del liberalismo, y de la educación laica, gratuita y obligatoria, porque Francisco García Salinas fue al Congreso y lo propuso. En Zacatecas se fundó la primera Escuela Normal, dicen que del continente, pero digamos que del país. Fue una ciudad de mucha cultura y de pronto el viento y la Revolución se llevaron a la gente y socavaron el ánimo. Después vino la Guerra Cristera que fue por demás cruenta e injusta. A los pobres les increpaban: “¿quieres defender a Cristo?, ¿estás con Dios o contra Él?” La gente que era muy católica respondía afirmativamente, les daban las armas y la lista de sus compañeros. Luego recogían por ahí la lista y los fusilaban a todos.

A lo lejos la ciudad es un águila que cayera de bruces con las alas abiertas; de cerca, el águila se empequeñece, pierde su negror. La luz nos muestra las cenicientas tapias, el pobre y raído plumaje.6

Juan conocía la lista que ahora estaba en manos de Neftalí, el jefe de policía, su perseguidor. Aquella inocente lista pertenecía a los católicos que Juan reunía para asis­ tir a misa, para recibir instrucción religiosa, para llevar a cabo las indispensables obras de misericordia. Neftalí los perseguiría como a “cristeros”.7

La ciudad y el viento tiene como personaje principal a Zacatecas. La crítica principal en torno a su propuesta versó en que gran parte de su expresión era poética y en ese momento el cruce de géneros no era algo bien recibido. Pero era la manera de evidenciar, mediante la asociación entre el viento y las ruinas, una situación social. La ciudad derruida por el viento que se la llevó arreciaba en el recuerdo cuando volvía la temporada. Al despertar sentía una emoción enorme porque pasaba entre las rendijas de las ventanas y cantaba, ¡cantaba! Mientras mi prima decía: “¡qué horror, hay viento, me voy a despeinar!” Yo exclamaba de puro gozo: “¡Qué bien!, ¡hay viento!, ¡hay viento!” El viento es un personaje dentro de la novela, no un elemento. En aquel entonces yo era delgada y joven, y el viento me ayudaba a caminar, más bien, me hacía caminar. En tiempo de invierno cortaba materialmente, porque, como es cañada, se encañonaba el aire. El viento también se llevó la historia y su memoria. Zacatecas fue

En principio la lucha estuvo apoyada por la Iglesia, pero al estar en su parte más crítica, el Papa señaló que no era posible que los cristianos se pelearan entre sí, por lo que retiraron su apoyo, aunque ellos ya estaban en las montañas tratando de subsistir. García Lorca, en algún momento, señala que solo los españoles y mexicanos poseen una crueldad inigualable. José Emilio Pacheco trata el tema en varios cuentos y muestra cuán terribles fueron unos y otros. Tengo por ahí una grabación de un cristero, que era un señor Cantera, que luego se dedicó a chofer. El pobre hasta el apellido perdió. Le sucedió esto que les he estado contando, y al final dijo: “¡Ay Dios! Pues si aquí nos estamos muriendo de hambre, somos cuatro pobres hombres que estamos peleando”. Uno de ellos se fue a registrar en el ejército, a disgusto de los otros que vieron en el cambio de bando una traición terrible. Luego este señor Cantera, bajo la misma circunstancia de estar muriéndose de hambre, de frío, y ya no tener zapatos, se fue a enlistar, pero no lo aceptaron porque

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Ibíd., p. 131.

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Ibíd., p. 168.

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no tenía botas; las consiguió junto con un uniforme por ahí y se quedó. Las luchas finales fueron espantosas. Había gente que sí poseía una verdadera convicción. Si lees las historias sobre los cristeros, hay algunas que conmueven porque estaban plenamente convencidos de defender a Cristo y a la Iglesia; había otros que solo eran roba-vacas… La cristiada fue un episodio oscuro en nuestra historia. A mí me tocó todo…, el fin de la Revolución y la Cristiada. Viví hasta los siete años en Zacatecas, pero luego regresé y fue cuando percibí esa distinción tan espantosa entre las clases sociales. En los pueblos. Que se esté discriminando a las personas por ser menos, es inútil. Si ya uno es menos, ¿por qué ver todavía a la gente menos? ¿Sería más un fenómeno de los lugares chicos que de las grandes ciudades donde permea el anonimato colectivo? Zacatecas ha cambiado mucho, se ha convertido en un lugar turístico. También ha cambiado el país, el rostro en general, las condiciones de vida. Esas personas que discriminaban a otras, ¿en qué eran superiores?, no lo eran en educación, a veces ni en dinero ni en posición, pero estaban muy dispuestas a ver menos a los demás. No me dio trabajo publicarla porque en ese momento “Ficción” no era tan importante como lo fue después, y además —y con esto se disminuye la importancia de mi novela— mi cuñado era el rector de la Universidad, y yo era muy amiga de Sergio Galindo, quien dirigía la colección. Él no quería publicar poesía porque nadie la compraba, me dijo que mejor hiciera una novela. La empecé a escribir y jugaba a las carreritas: ¿entregaría y publicaría primero la novela?, o ¿nacería primero, Eduardo, mi tercer hijo? Finalmente entregué la novela y nació Eduardo. Tengo un solo ejemplar de esa edición que alguien me consiguió hace poco, cuando el viento no estaba soplando. Cuando Emanuel Carballo la leyó sentenció que era una novela provinciana, y decidí no dedicarme

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más a este género. Pero no sólo fue eso, es mucho más fácil escribir poesía después de cambiar unos pañales o dar una botella al hijo o tener exceso de trabajo. Si se lee lo suficiente se puede escribir poesía en cualquier momento. La novela es más demandante en su tiempo de escritura y para seguir a los protagonistas hay que estar muy concentrado para no confundir sus hilos. Si en la poesía hay que andar como minero siguiendo una veta, en la novela son muchas las que se tienen que urdir. Eso es lo que pienso, pero en realidad solo tengo esa experiencia y no podría ahondar más en el tema. Quizá la diferencia más interesante entre los géneros de la épica y la lírica sea el manejo del tiempo. La concepción circular en la poesía refleja el juego de la memoria. Su tiempo versa sobre lo vivido y crea un presente que hace presencia de muchas cosas. Si en una novela a veces no se sabe a dónde van los personajes, en la poesía hay un mayor sentido de aventura. Mi marido, Javier Peñalosa, me decía: “Puedes dar clases de redacción, de tantas cosas…”, y yo le respondía: “No, no te equivoques, quien entra en la poesía se mete en una especie de ola de locura. Para dar clases de redacción se necesita otra cosa”. Creo que en la manera como se vive el tiempo determina en mucho qué es lo que se va a escribir y cómo se va a escribir. El mundo de la poesía es delirante, porque se desarrolla sobre esa fractura temporal. ¿Enloquecedor, salvador? Recorrer la memoria es repasar una película y encontrar una foto fija donde uno rescata algo para siempre y del momento. Se escucha el estruendo de la lluvia que se arremolina contra las ventanas. Se hace el silencio, ninguno se atreve a romperlo. Ninguno sabe qué mira Lolita en la lejanía del recuerdo, qué calle polvorienta, ráfaga de viento, árbol cimbrado o qué hijo de ojos negros, o qué caricia la esté afirmando en el ins­tante del aliento. Sobreviene su risa queda, y luego el parloteo de unos y de otros continúa deambulando como lo hace la vida cuando goza de una altísima luz.


Dolores Castro:

FotografĂ­a: Pascual Borzelli Iglesias

la certeza en la flor

JosĂŠ Francisco Conde Ortega

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Si el viento es aire en movimiento y, feraz y multiforme, convoca recuerdos y apresura las señales del instante, la flor puede convertirse en su eco promisorio. Así, como un afán desmesurado por establecer algunos límites al tiempo, el agua tornadiza se vuelve un espejo impuro, donde aire en movimiento y flor verifican su acontecer en la palabra. Y agua y viento y flor se buscan como cercos del tiempo insobornable: espejos táctiles, sonoros y visuales en ardoroso concierto: las armas escriturales de Dolores Castro para dejar testimonio de ese “dulce dolor de estar viviendo”, como dice ella misma en “Llamado del hijo”, de Cantares de vela. “Fiel a su espejo diario” —para citar al entrañable Ramón—, la poeta fija su poética en Dimensión de la lengua en su función creativa, emotiva y esencial (1989), ensayo certeramente breve. Y pone a Fernando Pessoa como testigo de honor: El poeta superior dice lo que efectivamente siente. El poeta inferior dice lo que cree que debe sentir. El poeta medio dice lo que decide sentir.

Como Antonio Machado, hace caso a su entorno y se deja persuadir por lo que dicen las cosas, “si es que algo dicen”, para conferirles esa particular carga afectiva, que si bien es única e intransferible, sí es posible compartirla: comunicar. Por eso, como Huidobro, no reniega de la tradición, pero sabe que se debe ir más allá; como Rubén Bonifaz Nuño en Los reinos de Cintia, le ofrece pistas al lector para acotarle el camino; como Ezra Pound, está segura de que sentimiento, tradición y complicidades se unen indisolublemente con el rigor en el oficio. Por eso las obsesiones escriturales de Dolores Castro se centran en ciertos giros, figuras y palabras. Se dice un estar en el mundo y se traza una bitácora de sueños, amores, pesares y desencuentros. Hay un enconado cuestionar al mundo a partir de ir escudriñando en su interior, para encontrarse con la única certeza: el tiempo es un ente ineluctable y sólo se posee, para entenderlo, el frágil subterfugio del verbo: la palabra que es escudo y espada en un solo lance de dados. Esto es la estructura afectiva de la obra poética de Dolores Castro. El corazón transfigurado (1949), Siete poemas (1052), La tierra está sonando (1959), Cantares de vela (1960), Soles (1977), Qué es lo vivido (1980), Las palabras (1990) y Poemas inéditos (1990) forman un corpus poético rigurosamente armado y pleno de congruencia vital. En la edición, de 1996, que reúne este material se encuentran una coda y un leve paréntesis, ambos necesarios. La coda es el ensayo líneas arriba señalado; el paréntesis, la novela La ciudad y el viento, de 1962. Y no es ocioso que la novela lleve en el título la palabra “viento”, una de las constantes léxicas más significativas en esta singular obra poética. Desde sus primeros versos Dolores Castro supo afinar sus sentidos para percibir los detalles más entrañables de su entorno. Si para José Gorostiza el olfato es el más fino de los sentidos, para la autora de Soles, sin el afán de contradecir al poeta de Canciones para cantar en las barcas, los cinco sentidos son ineludiblemente necesarios. Seguramente porque, como Huidobro, ya sabía que, al buscar decir al mundo, había que hacerlo no con una descripción más o menos fiel de las cosas, sino a partir del

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efecto que éstas provocan en la experiencia personal. Por eso el viento, la flor y el agua constituyen la andadura vital en la poesía de Dolores Castro. Ella aguza la mirada para decir la flor, para nombrarla como si fuera la primera vez. Por eso, cuando se convierte en rosa o azucena o… la peculiar coloración de esa flor en particular, le confiere al poema nuevas luces y significados inéditos. En el poema iii de Siete poemas, dice: “Reviente, el fruto, el vientre la azucena”, para decirnos en el siguiente verso que esos colores suyos son “engañosos”. Tanto como pueden serlo las circunstancias de un amor sin fruto, como dice en “Sequía”, de Cantares de vela: En espera, tendida como yerba que apresura su flor en la sequía oigo el viento quebrado, el espiral, la seña.

El brillo de las gotas de la lluvia no más intenso que las miradas ni menos húmedo ni mejor.

Ésta es la certeza del desastre. Sí, el viento es aire en movimiento. Y se percibe con todos los sentidos. Puede erizar la piel o acariciarla; contentar el oído o lastimarlo; traer olores gratos o nauseabundos; limpiar de impurezas el paisaje o ensuciarlo; provocar el gusto contentadizo o el repudio. Es el cómplice o el enemigo. Y puede ser pájaro —cenzontle, paloma— o ráfaga para señalar el mundo. Por eso, esta palabra rige, conspira, señala, se adueña y campea en la obra de Dolores Castro. Y es constancia de fe en la congruencia del hacer poético y la experiencia vital. Estas líneas, que cierran el “Llamado del hijo” podrían resumirlo:

Quiero decir ahora,

Te daré lo que tengo:

que yo amo la vida:

este poco de viento

que si me voy sin flor,

que escapa entre mis dedos,

que si no he dado fruto en la sequía,

que es el dulce dolor

no es por falta de amor.

de estar viviendo.

Y afina el oído para conocer la premura del agua, que puede ser lluvia o llovizna, o tormenta o río, aun diluvio. De todas formas lo primero que se advierte es un sonido que puede anunciarlo todo. Es un espejo sonoro que ofrece la quietud, el remanso o los signos ominosos de la catástrofe; o el delicado puñal del recuerdo y el olvido. Dolores Castro cierra el poema citado arriba: Quiero decir que he amado los días de sol, las noches, los árboles, el viento, la llovizna.

Pero en “Nocturno”, del mismo libro, escribe: “Aquí voy en el río/ desconocida, larga.” Porque hay una “sed de oscuras aguas”. Y dos poemas antes, en “Corona rota”, la “yerba está húmeda” y el símbolo de los pequeños triunfos yace en el río y éste cabe en el hueco de una mano. Quizás porque siempre sabrá, como escribe en el poema xix de Qué es lo vivido:

Efraín Huerta escribió que “sólo a fuerza de poesía se deja de ser un poeta a fuerzas”. Es cierto, desde luego. Dolores Castro lo sabe. Lecturas innumerables dejan testimonio a lo largo de su obra. Desde los poetas españoles de los Siglos de Oro y la Biblia hasta la nómina de autores mexicanos e hispanoamericanos, pasando por escritores de otras lenguas, el acervo es cuantioso. Y le sirvió para adquirir su propia voz. La conciencia siempre vigilante le ofreció la posibilidad de elegir un modo personal y reconocible: brevedad, contención, sencillez arduamente conseguida. Todo en el empleo de un tono menor, reposado y sin prisas, sólo para inda­ gar en las preguntas eternas de la especie: el tiempo, la muerte, el amor, la injusticia y el coraje para vivir. Y la entereza para cuestionarse a sí misma. En el poema y en la vida. Si es que no fueran para ella lo mismo. La misma verdad en el rojo silencio de la flor. Ciudad Nezahualcóyotl - uam-a, invierno 2015

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Dolores Castro:

lo que vuela, la ceniza, el muro, el viento, el pájaro, el olvido Brenda Ríos Fotografía: Pascual Borzelli Iglesias

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La poesía mexicana es una estalactita, pegada al techo e inclinada hacia algún destino allá abajo que sólo ella ve; una piedra con tantas formas de ese mundo subterráneo de fantasmas, presencias alucinantes, o convertida en una nube rocosa que es sólo eso: nube. La masa compacta para galletas, esa podría ser la imagen más cercana cuando pienso en la poesía reciente. Una gran broma, un catálogo de notas al pie sobre sucesos varios, una serie de puntadas simpáticas, eso es lo que leo en las revistas y periódicos, una generación hueca pero relajada, suave y mantequillosa. Aún más: entre lo meloso, lo cursi, lo filosófico, lo metafísico, la poesía escrita por mujeres nos deja a veces la sensación de lo inacabado, del azúcar extra que nadie pidió, del erotismo tímido de señoritas de convento. Dolores Castro, a sus 92 años, no escribe así, atormentada del claustro o saltando del cuerpo —recién hecho, recién descubierto: abierto— porque alguien tiene que nombrarlo, ni viene con el catolicismo a cuestas; no explota la vena adolorida de las drogas acometidas a mitad de la noche, con la música a todo lo que da. Su poesía intima silencio e intuición: una empatía que a uno lo regresa transformado de ese lugar, cualquiera que sea: uno vuelve mejor, más ligero, menos apesadumbrado, más corajoso. Sus versos quedan en la boca del otro con ganas de nombrar eso que dicen pero también lo que el otro lleva consigo. Algo le faltaba aún por surgir a la poesía del pasado siglo y de éste: algo de un tiempo nuevo: lenguaje de todos, esa poesía es y revela; en un país arrobado por el cinismo de sus poetas, hallar la voz honesta y clara asusta porque sospechamos del truco, la farsa. Nuestros ojos han sido maleducados, traviesos, lectores de ironías y sarcasmos que nos reflejan, que hablan de nuestro mundo. Aun así, hay quien se atreve y presenta —nos da en el presente, este presente— una escritura del cuerpo, de la luz, de la naturaleza y del sentimiento que no sufre, no agoniza, sólo está ahí para recordarnos que el cuerpo vive, y se quema, y, una vez hecho polvo, también tiene nombre. Ceniza. Ceniza, ceniza verdadera, polvo de resurrección, aliento del Dios invisible mas católico que lo ve, nos ve, y acecha.

Para lectores ateos es un dios tan simple y básico que podemos comprenderlo, seguirlo, imaginarlo en alguna parte: forma parte de la luz y del día. Amo, vida, la fuerza cotidiana en tu raigambre, fruto de ceniza, y la sed desprendida de la lucha que has vencido, al vibrar como fuego en un instante. Te amaré como agujas de mis huesos cuando rompan esta dulce prisión de fuego y carne y te amaré en la mano que retuvo la ceniza caliente de otra sangre, y en lo que fue constante afirmación de nuestra estancia.

La ceniza es el polvo en el poema pero es ceniza, muestra del fuego que había en el sitio, como es el cuerpo mismo: fuego y carne. ¿Acaso no es el sitio de epi­dermis de Muerte sin fin? El cuerpo-prisión, cuerpo-jaula, cuerpo de frontera y goce pero a la vez otra cosa: es el amor que consume desde adentro y quema sin destruir, fuego inocente, fuego de vida. La otra persona estuvo ahí, en ese cuerpo que ahora resucita y es otro. Dolores Castro es poeta de la luz, de la luz del día para ser específicos, poeta de la expectativa, del día presente y del día siguiente. Sin el optimismo hueco, sin lo fácil, dice lo que se presiente, y el presentir es un júbilo no carente de batallas: presencia de lo luminoso es que todas las cosas se ven claramente: Todo está bien: no mintieron los rostros de las cosas, sólo sabían brillar en su secreta forma de caer, sólo sabían decir: es así, así es, mientras acrecentaban su caída, se hacían ovillo, y en su acomodo hablaban en voz baja de lo que hubieran querido ser.

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Las cosas son visibles, entonces las formas del día lo son, y las nubes y el agua, y el fuego que no quema: alumbra de otro modo. Las cosas en su afán de vida extrema hablan y caen, tienen miedo, aspiran otra existencia: quieren ser lo que no son. Ese silencio las protege. La poeta es el ojo que mira, el oído que escucha lo que está frente a sus ojos y lo que no es visible: el cuerpo recibe y ofrece, el cuerpo es espacio de construcción y de transformaciones nahuales: ella es el ave, la tórtola, el pájaro, el río; ella, la voz, es todo. soy el barro que guarda este pájaro herido en la caída; soy el caído pájaro que canta en su dolor y en sus limitaciones; soy todo lo que vuela, la ceniza, el muro, el viento, el pájaro, el olvido.

La escena poética es final, no sabemos qué sucede antes, no importa. Ha llegado y en ese instante todo toma lugar: las cosas, alumbradas, suceden. El pájaro es vuelo pero es canto pero es animal herido. Así, el animal que cae puede ser más que un fracaso y muerte; en él está lo otro: el renacer del que muere y regresa a su origen, el material antes de ser materia. Porque el silencio es sembrador de espuma sobre el haz de las cosas; en su pausada siesta, mis oídos florecerán hundidos, y ya pronto, tórtola abandonada al corazón, dando pequeños saltos de ceniza en su gris perecer, doblando el cuello, ha de saltar eternamente siervo sobre la yerba humilde.

La joven poeta de 92 años habita este tiempo que es nuestro, de ella y mío. Su obsesión de la ceniza me recuerda la de otro poeta del siglo xiii, Omar Khayyám, sobre el vino, el cántaro de barro que sostiene tanto al

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vino como a las cenizas que él será después. Debemos cuidar el polvo que pisamos en el camino —escribe— pues está hecho de personas muertas que volvieron a él: polvo ceniza; camino humano. Tal vez en el siguiente paso, debajo de uno, habría estado el hermoso ojo de alguna doncella. Khayyám pedía ser colocado, una vez muerto e incinerado, en esas vasijas en su taberna favorita, para vivir siempre ahí, y, una vez hecho ceniza, contener para siempre al vino. Poema-plegaria que no sé si fue atendida o quizá volvió al polvo eterno y móvil del desierto. Afirma Dolores Castro: Y cuando de nosotros no quede ya en la tierra más huella que la ardiente de tu estancia, volveremos al polvo que al cubrir este canto lo perderá en la noche de su huella.

Todo antes del polvo, ardía. La noche cierra lo que una vez fuimos, cubiertos de oscuridad nos apagamos para siempre. Nos puede salvar lo que nos ha transformado por dentro, nos puede salvar de nosotros. Finalmente, ser polvo no es más que movernos en otra dirección, no es morir; crepitar de otra forma: la llama duerme y en ese sueño aprendemos lo que se aprende de las cosas, de la luz, de la intimidad. La poesía es un trabajo de pensamiento, pero ese pensamiento es doble: no pue­de ser claro todo el tiempo aunque se pretenda; para que la luz funcione de mejor manera se necesita el contraste. Adentro de cada uno, dice la poesía, hay luces, sombras y defectos de intensidad: ¿qué queremos hacer con esa luz? ¿Qué significa que podamos encendernos de pronto en la habitación? ¿ El deseo, la sed, la gana de dormir muy cansadamente, la fatiga de ese amor tal cual es, no son maneras de la luz? ¿La luz en demasía no enceguece? Conviene esperar, parece decir la poeta, conviene porque nos espera algo y ese algo viene de muy atrás y de muy lejos para mostrarse sólo a nosotros, bajo la luz de esta hora precisa, con estas mismas palabras y no otras.


El ángel roto Elisa Buch

a Dolores Castro

Han callado tu nombre: el único sonido es el reloj de pared nadie te detiene. Tu habitación en penumbras con abanicos con grietas plumas de avestruz donde el ángel roto se pasea cada martes todos los días son martes. Han callado tu risa, el frío te entra y recorre cada hueso, en el encierro escribes con la letra achatada sin disfrazar el acento inicias la tertulia, a modo de un canto Hondo, agrietas tus lazos y las palabras renovadas en los siglos.

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Las generosidades

de Carlos Montemayor Sandro Cohen

FotografĂ­as: Archivo Carlos Montemayor

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Carlos Montemayor tenía muchas facetas. Era poeta, novelista, ensayista, estudioso de los idiomas y las culturas mexicanas, y le fascinaba el canto. En una ocasión recuerdo que se plantó fuera de Avery Fisher Hall —junto a la fuente— y entonó una de sus arias favoritas de Giacomo Puccini, para decir después que había cantado en Lincoln Center. No sé por qué, pero desde que daba clases en la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco, todos le decíamos, con reverencia, el Chuck: Carlos Chuck Montemayor. Tal vez fue para compensar su habitual seriedad. Pero para mí, más que nada, Carlos era el fundador de Casa del tiempo, una revista universitaria espléndida que era lectura obligada de los años 80. Era una verda­dera casa abierta y allí entraban pensadores, narradores, poetas, dramaturgos, dibujantes, pintores, fotógrafos…, intelectuales de todos los colores, a completar la experiencia universitaria en un órgano vivo de pensamiento, crítica y creación. Fue allí donde, por primera vez, me sentí “en casa” dentro de una publicación. Carlos fue en extremo generoso conmigo, pues publicaba sin censura alguna mis ensayos y reseñas sobre libros de poesía. ¡Todo lo que yo pudiera entregarle! Hasta tuvo la gentileza de dar a la luz, en dos números sucesivos y en páginas centrales —como una especie de separata—, una antología de la poesía contemporánea norteamericana que pude armar y traducir por aquellas fechas. Y cuando le hablé de una joven fotógrafa norteamericana que se había dedicado a convivir con las bag ladies de Nueva York y a documentar sus vidas tan precarias, Jean-Marie Simon, Carlos —sin titubear— también abrió las páginas centrales de la revista para sus fotografías y un breve texto mío acerca de aquel fenómeno. Eran años en que la tecnología de la edición evolucionaba con rapidez. Núñez Nava, editor experto, manejaba con soltura cada uno de sus avatares, desde los tipos móviles hasta el novedoso composer, que ahora es una antigualla, por supuesto. Él, con la diseñadora gráfica Natalia Rojas, desde Extensión Universitaria en Azcapotzalco, ayudaba a resolver los problemas técnicos mientras Carlos pudo concentrarse en conseguir los mejores contenidos: desde obras de autores jóvenes y prácticamente inéditos hasta dar a conocer las de creadores mayores de Europa y América del Sur, aún desconocidos en México. Cada ejemplar de Casa del tiempo era una obra de arte que ponía en alto el nombre de la Universidad Autónoma Metropolitana. Carlos Montemayor era, asimismo, un gran divulgador de la literatura mexicana. Fue ocurrencia de él juntar a un grupo muy diverso de intelectuales y creadores para dar charlas y conferencias en universidades de Estados Unidos en noviembre de 1981. En el corazón de este esfuerzo monumental figuró el poeta y humanista Rubén Bonifaz Nuño, quien acababa de ver publicada la compilación de su obra poética en De otro modo lo mismo, del Fondo de Cultura Económica. Un año antes —cuando el tomo acababa de salir de la imprenta—, en un seminario de doctorado de la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, Guillermo Sheridan me preguntó si me interesaba reseñarlo para la Revista de la Universidad de México. Me dio a entender que obviamente se trataba de un libro cuya

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calidad poética estaba fuera de todo cuestionamiento. Yo no lo había leído aún, así que aproveché la oportunidad para dar mi primera zambullida en una de las obras más ricas de la cultura occidental. Todavía no me recupero. Así, gracias a Guillermo Sheridan, cuando conocí en persona a Rubén Bonifaz Nuño en el Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la Ciudad de México, rumbo a la Universidad de Nueva York (nyu), la Universidad del Estado de Nueva York (snyu) en Stony Brook y Yale, ya había leído y tenía frescos El manto y la corona, Fuego de pobres y Los demonios y los días… Y pude conocerlo gracias a Carlos, porque estaba yo entre los invitados que él había escogido para hacer aquel viaje: Marco Antonio Campos, René Avilés Fabila, Bernardo Ruiz y Martha Robles. Carlos Montemayor era gourmet y le gustaba acudir a los mejores restaurantes. Pero nos encontrábamos en Yale, y sabía yo que en un campus universitario de Estados Unidos, el mejor lugar para comer tenía que ser la pizzería más cercana, así que sugerí que fuéramos todos, en bola, a la Naples. Allí estábamos todos cuando, entre broma y chanza, vi a Carlos ponerse más blanco que una porcelana inglesa: acababa de descubrir que no traía su pasaporte. Lo había perdido, creía él que en el aeropuerto John F. Kennedy. Se despidió de inmediato y fue a resolver, no sé cómo, el problema. Ahora, cada vez que veo la palabra Naples o Nápoles, pienso en la pizzería y la cara de susto con que Carlos nos regaló para la posteridad. En esa época, Rubén Bonifaz Nuño era una especie de secreto a voces, un poeta leído por minorías selectas, un gran universo de conocimiento al cual la mayoría de la gente temía acercarse. Fue mérito indiscutible de Carlos Montemayor sacar a Rubén de su torre de marfil —o, más bien, la Torre ii de Humanidades— y ponerlo en medio de una caterva de jóvenes desmadrosos que venía a conquistar la América (septentrional). No es que a Rubén le faltasen amigos, pero sé ahora que le hizo mucho bien rodearse de jóvenes que, lejos de adular o venerarlo de lejos, lo trataban como uno de ellos, como amigo. Algunos lo tuteábamos y otros le hablaban de usted, pero el tono que adoptamos entre todos jamás fue solemne, más bien regocijante y celebratorio de la vida y lo mejor de la humanidad. Un día durante ese viaje legendario, el gran catedrático Elías Rivers y su esposa Georgina Sabat, también catedrática de la snyu, invitaron a todo el grupo a comer en su casa. Después de los saludos de rigor, muy bien portados, nos acomodamos alrededor de una mesa larga en la sala de los Rivers. Cuando se impuso el silencio, el doctor Rivers preguntó, solícito y formal, qué deseábamos de tomar. “Por mí no te preocupes, Elías —dijo Rubén con una sonrisa pícara—. Aquí traigo mi cerveza”, y el traductor de Homero y Catulo sacó una lata de Budweiser que traía desde la pizzería Naples de Yale. Al unísono soltamos la carcajada y empezamos a conocer, realmente, a esa cumbre de civilización, humanidad y buen humor que fue Rubén Bonifaz Nuño. Carlos Montemayor tuvo esta otra generosidad. Un poco mayor que todos nosotros —salvo por René Avilés Fabila, quien había nacido en 1940—, era visto como discípulo directo del poeta nacido en Córdoba, Veracruz. Y ya tenían una

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larga relación de amistad intelectual y literaria. Pero Montemayor no se vio egoísta. Al contrario, cuando tuvo la oportunidad, compartió a Rubén con nosotros y lo adoptamos de inmediato. De ese viaje y esa generosidad de Carlos salió la Cofradía de los Calaca, como Bonifaz Nuño mismo y Bernardo Ruiz bautizaron al grupo a partir de ese viaje de 1981. A Carlos yo le envidiaba su pipa. Con ella se veía muy formal, intelectual y estudioso. Bonifaz Nuño tenía sus trajes de tres piezas y su leontina, es cierto, pero Montemayor fumaba en pipa y todo el mundo comentaba el aire de intelectualidad que de él emanaba con ese artefacto en el cual atizaba tabacos sumamente aromáticos. Pero yo se lo envidiaba por otras razones, pues para mí la pipa no tenía nada que ver con la intelectualidad: mi papá, que había sido obrero y trabajaba en una fábrica como soldador, siempre había fumado en pipa. Y el único libro que leyó completo era El padrino de Mario Puzo. Mi padre había muerto en 1980, en Viernes Santo. Rescaté sus pipas. Cuando la gente empezó a verme fumar en cualquiera de ellas, pensaba que imitaba yo a Carlos Montemayor. Pero no era cierto. Quería, así, traer de vuelta a mi papá, a quien nunca terminé de conocer bien ni a entender. Así sucede, a veces, con los padres. Yo tenía 26 años cuando murió. Pero nunca pude adaptarme a la pipa ni adoptarla como hábito o costumbre. Pero, hasta la fecha, cuando pienso en pipas, no puedo evitar una sonrisa doble: una por mi papá —tan bonachón, de sangre tan ligera y nada intelectual— y otra por Carlos Montemayor. La poesía de Carlos me entusiasmó desde Las armas del viento y Abril y otros poemas. Su novela Mal de piedra me inquietó sobremanera y solo fue preámbulo de las que serían Guerra en el paraíso y Las armas del alba. Hacia el final de su vida se lo conocía más como divulgador de los nuevos valores literarios indígenas, y defensor de la cultura autóctona en nuestro país. Esta fue otra de sus grandes generosidades. Y yo nunca podré agradecérsela lo suficiente.

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Carlos Montemayor:

voz que es carmen, que es canto Antonio Bravo

FotografĂ­a: Susana de la Garza

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Canto para no enloquecer Carlos Montemayor

Herederos de Safo, Terpandro de Lesbos y Orfeo, los versos y los grandes páramos narrativos —entre paraísos y desiertos— de Carlos Montemayor emanan de un concepto integral, multidisciplinario, como sucedía en el teatro griego antiguo, en el que música, poesía y danza eran una y la misma cosa: pies métricos de tensión y distensión; yambos, troqueos o anapestos, un ir y venir de música a través del imaginario universo del escritor parralense. Quizá por ello, en su infancia, Montemayor depositó —luego de aquellas contundentes palabras de su padre: “el piano es un instrumento para mujeres”— su querencia musical —“mi primera pasión artística”, decía— en la guitarra. Y su memoria se activaba vívidamente, iluminándole los ojos que parecían traspasar sus espejuelos, al hablar de su maestro Rito Jurado: Estudié guitarra con el mejor profesor del estado que se llamaba Rito Jurado. Un hombrón altísimo, fuerte, robusto, con unas manazas impresionantes. Y me dio clases, primero, en el local de la croc, y dos sesiones después me dijo “aquí hace mucho ruido, Carlitos, mañana lo espero mejor en la Cuatro Rosas”. Era una cantina que estaba cerca de la secundaria. Desde entonces tomé clases diarias de una hora o más, exceptuando los domingos, y estudié por nota. Me enseñó todo lo que pudo ese hombre, y gracias a él conocí todas las cantinas de Parral, porque me citaba en la que él consideraba más próxima o por la que sentía en ese momento más apego. Entonces recorrí el Manhattan, el Iberia, el Cuatro vientos, eran lugares muy bonitos, las cantinas olían a jabón, a aserrín, me daban coca colas y botanas. Todos me conocían, me querían mucho, y una que otra vez, un borrachito, cuando se retrasaba mi maestro, me pedía que yo le interpretara alguna pieza, y una vez finalizada, me pagaba dos o tres pesos.

Francisco Tárrega, Gaspar Sanz y Fernado Sor fueron nombres recurrentes que encabezaban las partituras descifradas de manera cotidiana por el infante Carlos Montemayor, quien fue creciendo en técnica y edad, pero también en lecturas. Y así, sin manera de eludirlo, sin querer evitarlo, llegó el rock a su vida. Todavía muchos de sus contemporáneos recuerdan aquel grupo, Los Golden Boys, “el mejor de todo el sur de Chihuahua”, comentaba orgulloso. Experiencia tan efímera como la duración de las canciones que interpretaban, cuando su padre le prohibió tajantemente seguir en la agrupación que, además, se había hecho aún más popular por sus actuaciones en la “zona roja” de su tierra. La guitarra eléctrica guardó silencio, no así la clásica. Tampoco la literatura, que se tornó tan íntima que sus autores más caros habitaron su vida en sus lenguas originales: Homero, Virgilio, Dante; también estudios de griego y latín, acentos, rítmicas y métricas que no abandonaría nunca, voz que es carmen, que es canto. Fascinado por la ópera, el lied, la zarzuela, la canción mexicana, el autor de Abril y otros poemas, con el mismo compromiso y fruición que mostró al estudiar lenguas mayenses, náhuatl, italiano y más, se consagró al estudio de la técnica vocal

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con su paisano, el barítono Roberto Bañuelas, con quien establecería una estrecha relación de amistad cobijada por la música. Inés Rivadeneira, en España, así como el compositor Francisco Núñez, su compadre, en México, fueron otras guías líricas de Montemayor en su afán por cantar “como lo había soñado”. Fue en abril de 1999 cuando conocí a Carlos Montemayor, aquel escritor que me había cautivado con Guerra en el paraíso y Minas del retorno. Seguramente el periodista y narrador Héctor Anaya nunca imaginó la profunda amistad que provocaría al ponernos en contacto para interpretar algunas canciones en su programa “Abrapalabra”, que conducía desde la xew de Tlalpan 3000. Sabedor de las dotes canoras del poeta, Anaya lo invitó para dedicarle las dos horas de la emisión a su vida y obra, a las que se agregaría la voz cantante del políglota. “Si consigues a un pianista dispuesto para este sábado (era miércoles) yo con todo gusto canto en tu programa”. A este encuentro le siguieron las llamadas entre Montemayor y yo con el fin de diseñar un posible repertorio. Ya el sábado, dos horas antes del programa nos reunimos en su casa para un ensayo general. Lo esperé en la sala —que sería nuestro estudio por casi 11 años— hasta que el sonido de unos pasos firmes des­cendiendo por las escaleras me hicieron levantarme del sillón para saludarlo. Su primera frase —en norteña tonalidad— fue “maestro Bravo, yo lo hacía más grande, es usted muy joven” (ya lo dije, eso fue en el 99 del siglo pasado), “espero que mis manos no lo sean tanto para acompañarlo como usted se merece” —le contesté sarcásticamente—. Impaciente por despachar el asunto sabatino aquel, me enfilé hacia el instrumento, dispuesto a desplegar las partituras sobre el atril. Una vez más la voz firme del cantante-anfitrión resonó para proponer, antes de entrar en materia musical, un brindis con la bebida que se convertiría en la tercera voz, la coral compañera escocesa, agua de vida, debida en estos menesterosos caminos del arte. Con tantos aliados de nuestro lado: poesía, música, piano histórico, rodeados de libros y obras de arte, el ensayo y postrera presentación en la emisora fluyó sin contratiempos,

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tanto así que el tenor propuso continuar con los ensayos de manera sistemática. No sólo de vocalización vive un cantante. Para el escritor atenorado, el estudio de una partitura era, como bien consignaba Gustav Mahler, aquello que los pentagramas ocultan tras los signos de puntos, plicas y corchetes. Montemayor sometía cada obra al escrupuloso análisis de celoso relojero, la maquinaria artística como la suma de todos los engranes. Así, bajo estos cánones, cada miércoles y no pocos domingos emprendíamos un exhaustivo estudio-taller de las piezas que constituirían nuestro repertorio. El tiempo para la música era un tiempo sagrado. Si la fiel Lucy, secretaria durante 20 años del maestro polígrafo, le anunciaba durante nuestros ensayos alguna llama­da, anteponiendo el “urgente” o “importante”, se molestaba y, perdón por la infidencia, muchas veces resolvía hacerse el desaparecido para los del otro lado de la línea telefónica. Y la sesión continuaba hasta que el timbre de la casa nos anunciaba la llegada de su gran amigo, poeta y obrero de las letras, Alí Chumacero, quien acudía a la cita semanal con el parralense para beber y comer entre anécdotas interminables. Poliédrico ser, Montemayor concebía para sí que la amistad genera obras que trascienden las propias expectativas de sus cultivadores. La diferencia de edades empató dos mundos que se combinaron para generar, además de recitales “aquí, allá y en todas partes”, cinco álbumes, tres de ellos bajo el atento oído y producción de Jesús Francisco Conde. Pocos días antes de su partida, acaecida en la madrugada del 28 de febrero de 2010, Montemayor pudo ver y oír, ya editados por nuestra casa Pentagrama del entrañable amigo Modesto López, nuestros dos últimos álbumes que ostentan los títulos Zarzuela y cantos de España, así como Concierto Mexicano. Pero además dejó grabados lieders, canciones mexicanas, españolas, arias de ópera y napolitanas. En fin, su voz cantante no calla, como no lo harán las otras: las poéticas, las narrativas, las griegas, latinas e indígenas, esas que hicieron a Carlos Montemayor el Cantor de Parral.


Breve paseo con Montemayor Bernardo Ruiz

FotografĂ­as: Archivo Carlos Montemayor

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i Han pasado cinco años desde la muerte de Carlos Montemayor y me resisto aún a darlo de baja en mis directorios y lista de correos. Sus libros siguen ocupando su lugar de siempre y aún aparecen fotografías nuestras o de él entre mis libros y papeles. Finalmente, hay mañanas en las que sigo pensando que debo ir a entregar mi artículo a El Heraldo de México, donde tomaré un café con una serie de personajes que parecen salidos de las “Fábulas pánicas” de Jodorowsky. Entre estos lotófagos hay personalidades interesantes: Agustín Monsreal, Alfonso de Neuvillate, Humberto Guzmán, Héctor Anaya, Marco Antonio Campos, Antonio Alcaraz, Humberto Martínez, Luis Chumacero, Óscar Mata, Luis Guillermo Piazza. Los fines de año asoma el negro tupé del inmenso Salvador Novo. A veces Luis Spota se aparece unos minutos, aunque por lo general es el hombre invisible. Un día me llama la atención un ensayo de Carlos Montemayor y le pregunto a la asistente de Spota, Lucy Macías, acerca de él. Sonríe con amplitud y suelta un “Ay, manito, es el súper serio de la pipa y los lentes”; me acerca a él y nos presenta. Es el otoño de 1972 y le digo a Montemayor —quien me lleva de ventaja unos seis o siete años y un bigote hipertupido— que su ensayo acerca de Hiriart y su Galaor me pareció muy bueno. Carlos me mira de soslayo, se detiene de su pipa y me dice con una casi sonrisa cómplice que lea la siguiente parte el fin de semana. Contrasta la pipa con las botas, parece un ganadero del norte. ii En septiembre u octubre de 1974, Héctor Moreno Sánchez le comentó a Óscar Mata que solicitaban candidatos para dar redacción e investigación documental en una nueva universidad pública. En el Rosario, junto a Azcapotzalco, en una recién descubierta región del país, estaban sus oficinas. Nos internamos Óscar y yo por aquellas latitudes y nos encontramos con que uno de los reclutantes era Humberto Martínez, quien a su vez nos pidió papeles y que nos entrevistáramos con Miguel Limón Rojas, quien nos dio el sí y nos leyó la cartilla. “Martínez te llamará”. El primero de febrero descubrí entre vacas, olores de la Bimbo y aromas del rastro de Ferrería el terreno de la uam. En el único módulo de edificios estaba la plaza, el edificio de rectoría, escoltado por los de los salones; enfrente, el de cubículos. En el segundo piso pusieron a Ciencias Sociales y Humanidades. Ahí, la que sería nuestra área: Redacción e Investigación. Martínez me dio la bienvenida; en tanto, vi subir un escritorio, una máquina de escribir, un archivero y una silla; acomodaron los muebles en el cubículo de junto y pasamos a saludar a quien sería mi compañero de celda: Carlos Montemayor. ¡Oh, días felices! Nuestras obligaciones se dividían en dar clases, leer y escribir; la vida, por otra parte, se nos iba en éxitos o fracasos amorosos; ver cómo se iba poblando la Unidad; decidir si escogeríamos cada día hábil “sopa o consomé” con

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la chica rubicunda de la cafetería y revisábamos lo que respectivamente uno iba trabajando: ensayo, creación o traducción, aquello era un buen taller cotidiano. Montemayor y Martínez tenían espléndida escuela: Carlos era el discípulo favorito de Rubén Bonifaz Nuño y había estado en el Centro Mexicano de Escritores. Martínez fue alumno de Gaos y el primer estudioso de las religiones que conocí. Carlos a su vez trabajaba con Hugo Gutiérrez Vega en la Revista de la Universidad y pedía con frecuencia colaboraciones. Vista a la distancia, aquella época estaba efervescente de grandes nombres y maestros; y poco a poco tuvimos oportunidad de involucrarnos en ese orbe. Las clases eran por las mañanas junto con las tutorías. Después de comer, andar un poco por el pasillo y de una breve siesta (“¿Ronqué, maestro?”. “No, Carlos, ni un gorgorito; sólo te congelaste”. “Entonces no descansé. Dame otros cinco minutos.”), Montemayor gustaba de leer filósofos, mismos que luego me dejaba de tarea. Los seis años que Carlos me llevaba de ventaja implicaban un número amplio de lecturas de las que me fue descubriendo sus varias aficiones: se sabía la Biblia mejor que un testigo de Jehová, admiraba a Pessoa y a la poesía brasileña, me hizo leer a Bunge, a Merleau Ponty, a Popper y a Jaspers obsesivamente. Junto con el profesor Martínez, su íntimo y antagonista, discutían sobre temas curiosos: el Corán, Calvino, Lutero y acerca de diversas herejías medievales; y se encendían; si bien jamás llegó la sangre al río. En nuestras crónicas, Miguel Ángel Flores y yo apodamos a tales conversaciones las de los dos teólogos. Dado que los viajes a la Unidad eran eternos, nos turnábamos los aventones varias veces a la semana. De tal manera, acabábamos varias veladas en casa de Carlos. Mucho gozábamos que su clóset fuera su cava. Y que, como en el viejo Oeste, tuviera el revólver sobre la mesa de noche. Montemayor gustaba de inquirir al respecto de la vida amorosa de cada cual, y

entre sus manías estaba la de apuntar el teléfono de las relaciones más estables. “Luego hace falta buscarte en la noche”. Tenía razón; aunque su apostilla era toda una provocación: “¿Lo apunto con pluma o con lápiz?”. Carlos sabía descansar, pero no desperdiciar el tiempo. Durante el mismo periodo que yo tardé en hacer mi tesis, y leer los libros que me sugería para ello —porque él era de los pocos enterados del tema—, él estudió un poco de danés (“Para leer a Hjemslev”). Escribió y reescribió Mal de piedra, Las armas del viento, comenzó los cuentos de Mortenay, Abril y otros poemas, y se apasionó por la lectura y la traducción de Séneca; pero más por la que sería la madre de sus hijas. Uno de aquellos meses hubo cambios: Jorge Ruiz Dueñas fue nombrado Secretario de la Unidad y Montemayor, Coordinador de Extensión Universitaria. Como funcionario cultural, Carlos apenas cambió; le quedaba el puesto. Pero en muchos sentidos resentí la pérdida de un cómplice y testigo con su talento; aunque

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después, todos estos años, nos seguimos frecuentando en comidas y en reuniones. En particular, Montemayor cuidó de que hubiera un amplio contacto de escritores y creadores con la uam; compartía con Ruiz Dueñas —como después sucede­ría con Fernando Salmerón— esta preocupación. Así tuvimos visitantes como Eduardo Lourenço y Lêdo Ivo, Fernando Ferreira de Loanda, Isabel Freire, Bernardo Giner de los Ríos y Jean Meyer, en Azcapotzalco. Y después todos aquellos con quienes junto con él y con Fernando Tola descubrimos. Otros escritores se acercaron a la Unidad Azcapotzalco: Sandro Cohen, Daniel Sada, Humberto Guzmán, Mariano Flores Castro, Vicente Quirarte, José Francisco Conde, Rosina Conde, Margarita Villaseñor, Víctor Díaz Arciniega, Vicente Francisco Torres, Enrique López Aguilar y Severino Salazar al paso del tiempo, entre muchos. iii Conforme uno iba vislumbrando las diversas facetas de Montemayor podía sorprenderse de su versatilidad. Amaba el bel canto y la danza. Tocaba guitarra, y la cargaba con el gusto con que hoy acunamos celulares. Tenía amistades y contactos en artes plásticas, en teatro e intérpretes y compositores. Así cuando se dio la noticia de que el rector Salmerón lo designaba Director de Difusión Cultural a muchos nos dio gusto que pudiera dedicarse a una locura de esas proporciones. Los tiempos eran apretados y había que aprovechar los recursos para ello. Por lo que se notó, desplegó una actividad vertiginosa. La fiebre de inauguraciones de 1980 fue intensa: se acondicionó la actual Galería Metropolitana de la calle de Medellín. Se ubicaron ahí mismo las oficinas administrativas y los Departamentos de Edición, Artes Plásticas, Actividades Culturales y Relaciones Públicas. El collar de la reina fue el Departamento de Teatro en la Casa de la Paz, gracias a una negociación con Relaciones Exteriores. José Caballero en teatro y Manuel

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Núñez Nava a cargo de la revista y las colecciones editoriales apoyaron a Carlos junto con otra serie de colaboradores. Me sentí en los cuernos de la luna cuando me invitaron a colaborar en Casa del tiempo, número 1, donde con la revisión de Angelina Martín del Campo y de Leonor Tejeda se publicó mi traducción de la Estética generalizada de Roger Caillois. Ilustraba Elvira Gascón y el diseño correspondía a Natalia Rojas. Al siguiente año, por intermediación de Carlos, Juan Bruce Novoa nos invitó a un encuentro internacional de universidades donde por la unam iban Rubén Bonifaz Nuño, Marco Antonio Campos y Marta Robles. Por la uam fuimos René Avilés Fabila, Sandro Cohen, el propio Carlos y yo. El viaje fue demencial: más allá de la estancia en New Heaven y en Nueva York, las pláticas, lecturas y conferencias fueron muy aclamadas. Bonifaz cosechó éxitos por toda la costa este. Campos cantó desentonado sus baladas de rock sesentero por todo el campus de Yale a media noche. Marta nos regañó siempre a René a Sandro y a mí por “raspas”. Montemayor perdió la cartera con sus viáticos y a todos nos sableó en grande y, cabe decir, sin vergüenza. iv En las crónicas de René y en los manuscritos de Bonifaz las referencias al encuentro hablan del grupo Nueva York. Sandro insiste siempre que escribamos la memoria detallada de los hechos, pero ninguno se ha atrevido. Quienes sobrevivimos, aún nos referimos gozosos a los sucesos de aquel noviembre. Nada más. Si bien no éramos unos adolescentes, siempre conservamos algo de ese espíritu festivo, y como decía Rubén, lo que importa es reírnos como locos. La última vez que comimos juntos, Carlos y yo, me surgió una vieja duda: “¿Volviste a ver a la chica de la disco en Nueva York?”. Alguien nos interrumpió, quería saludar a Montemayor. No volvimos al tema. Se lo preguntaré la próxima vez que lo vea.


Enseñanzas:

Carlos Montemayor en el Centro Mexicano de Escritores Héctor Antonio Sánchez

Martha Domínguez, Carla Zurián, María Rivera, Juan Claudio Retes, Andrés Ramírez, Daniel Espartaco Sánchez, Héctor Antonio Sánchez. Javier Wimer, Guillermo Soberón, Griselda Álvarez, Alí Chumacero, Mario Ramón Beteta y Carlos Montemayor. Cortesía Héctor Antonio Sánchez

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En enero de 2001, cuando cursaba la licenciatura en letras en Xalapa, recibí un telegrama procedente de la ciudad de México, en que se me informaba el otorgamiento de una beca en el Centro Mexicano de Escritores. Martha Domínguez, secretaria ejecutiva de la institución, me rogaba comunicarme a la brevedad; debía confirmar si podría aceptar las condiciones del estímulo, que se resumían en una sola, de carácter sagrado: asistir cada miércoles a la casa de Luis G. Inclán 2709, en Villa de Cortés, para participar de la tutoría dirigida por Alí Chumacero y Carlos Montemayor. “Un telegrama”, “el CME”: apunto lo anterior y me doy cuenta de que mis palabras resguardan una cierta adorable arqueología, el paño favorable de las cosas que ya no existen. En la casa de Luis G. Inclán, en efecto, se respiraba un aire vetusto: Martha parecía resistirse al uso de medios electrónicos y otras aberraciones de la modernidad, y así la tutoría, un taller literario en todo derecho, preservaba el encanto de una escuela longeva, celosa de los cincuenta años que justamente estaba por cumplir. Allí se habían discutido las versiones primigenias de obras que necesaria, calladamente, nos intimidaban a los seis becarios, repartidos entre diversos géneros: desde el primer día escuché el rumor de que en la casa se conservaban manuscritos, borradores y primeras ediciones autografiadas de obras de la talla de Pedro Páramo, Farabeuf y La región más transparente. No tuve la ocasión de corroborar la existencia de tales fantasmas, pero su aura atravesaba la estancia, su erosionada alfombra, la amplia mesa señorial en que comentaríamos nuestros propios textos a lo largo del año. Era evidente que la gestión del centro, o sea Martha, realizaba enormes esfuerzos por mantener aquel maltrecho barco a flote, y no era difícil intuir, para alguno más avispado que yo, que sus años de gloria habían pasado y que la casa se acercaba al final de su existencia. Pero aún la perseverancia de Martha, y la excelencia de nuestros tutores, sostenían con dignidad sus muros. Desde el principio intuimos la naturaleza de aquellas reuniones: discutiríamos dos textos de géneros distintos, primero los becarios, luego Alí Chumacero, al final Carlos Montemayor, quien concedía los turnos. Este singular orden, la última palabra en boca del más joven de nuestros tutores, obedecía, más que a la relevancia, a la naturaleza de sus juicios y aun de sus obsesiones: si Chumacero era un guardián del detalle, Montemayor era un observador del todo. El maestro Alí —como cariñosamente lo llamábamos— sabía pulir las aristas del estilo con precisión de orfebre; evaluaba los pormenores con la ecuanimidad de las hormigas: una coma aquí, que estropeaba la natural respiración de un verso o un enunciado; una repetición allá, un verbo impreciso o —afrenta más grave que ninguna— el descuidado uso de un adjetivo o un adverbio. “Lee a Borges” fue para mí la consigna durante casi la totalidad del año. “Atiende los adjetivos en Borges”: la presencia de Alí, adorable a mis congéneres —como la de un abuelo generoso—,

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Fotografía: Archivo Carlos Montemayor

creaba en cambio en mí una incesante angustia, incomprendidos y hasta insultados como sentía mis esfuerzos. (Y ahora, años después, no puedo sino agradecer sus embates: sin importar el vigor de nuestras ideas, sólo la prosa como concreción existe y, como la música, acaso debiera anhelar continuamente los signos de la transparencia.) El maestro Montemayor —a quien nunca hubiéramos llamado de otro modo— observaba la estructura con una perspicacia de arquitecto: personajes o diálogos superfluos o fallidos; versos que nada agregaban al decurso del poema; tautologías en el ensayo. Su erudición era constante, y podía por igual citar en su forma arcaica a los bucólicos griegos, por ilustrar el ritmo de un verso, o exponer con agudeza la evolución del Estado mexicano, por señalar la insuficiencia de un argumento ensayístico. Recia, atinada siempre, su figura, señalada por ese discurso lúcido y nutrido, del que no estaban exentos el humor y a ratos el epigrama, causaba por igual entre mis congéneres —sospecho— una atracción y un rechazo que a veces podía rozar el encono y hasta la habladuría. En contraste, al ser el más joven entre ellos, yo hallé en Montemayor la protección y la generosidad de un verdadero maestro, que en la escasez de mis luces confundía entonces con una cierta conmiseración.

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Pues era un hombre sabio, ciertamente, pero a la vez de gran reciedumbre: confieso que yo, que me sentaba a su izquierda —él presidía la mesa de ocho sitios—, no lograba evitar un secreto temblor cada vez que se dirigía a mí, con su mirada y su voz firmes, para exponer las carencias y hallazgos de mis cuentos. Hombre, al fin, de marcados hábitos: no puedo callar aquí cierta travesura que conflagramos los becarios un día, por el mero afán de perturbarlo. Antes de su llegada, intercambiamos los sitios donde nos habíamos sentado sin variación a lo largo de medio año. Miradas cómplices, maliciosas, ante su reacción: “no se hallan, Alí, no se hallan”. A la semana siguiente volvimos a nuestro sitio habitual. El taller siguió su curso, y hacia el final, como impulsadas por la armonía que solemos avistar en la naturaleza, se asentaron en un cuento las enseñanzas arquitectónicas de Montemayor y las exigencias artesanales de Alí, y merecí el aplauso de este último, lo que significó para mí una suerte de bautismo. Hace unos días leí una obra testimonial de mi maestro, Encuentros en Oaxaca, en que refiere su experiencia en cuanto impulsor de literatura en lenguas indígenas. Allí veo por primera vez —sí, a través del paño de la escritura—, a ese otro ser que nunca se habría revelado ante nosotros; presiento una vulnerabilidad, una indefensión en la que puedo al fin reconocerme: la que él habrá visto en el muy torpe escritor que yo era entonces. En esas líneas atestigua la insuficiencia de cuanto ha aprendido —en la literatura, en la academia, en su cosmopolita periplo por el mundo— frente a la crudeza de un país otro, que no convive con el que se expresa en español sino que es ignorado, explotado y humillado por él: “¿un hombre como yo sirve en ese mundo tanto como otros que saben herrar, pulir madera, sembrar, producir carbón, hacer ropa, tejer cestos? ¿Sirve para este momento, para esta gente? Aquí se necesita otra alma, otro ser.” Ahora bien, poseo la rara proeza de que mi primera y más atroz borrachera ocurrió en presencia de mis maestros, en el brindis por la última sesión de trabajo. Yo no llegaba aún a la veintena, y tan escasas en verdad eran mis luces, que muy pronto la Black Label con que nos halagaron causó desfiguros aquí inconfesables. “Hombre, no se toma de esa forma”, me dijo sonriente Carlos Montemayor a la semana siguiente, tras la cena de despedida de nuestra generación. “Ya aprendió a escribir: ahora aprenda a beber. Y deje esa timidez, y aprenda también a vivir.” Me dio la mano y luego me abrazó con un afecto genuino, aquel enero de 2002 de un país que ya no existe, el último que él conoció. Le dije adiós con la mano cuando se alejaba en su automóvil. Fue la última vez que lo vi.

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Un guerrero llamado

Chimalli Jorge Vázquez Ángeles

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En materia de caricaturas, el inicio de Mazinger Z es uno de los más espectaculares: un robot de dieciocho metros de altura que emerge de una piscina cada vez que las fuerzas del mal amenazan con imponer su estado de terror. La robótica, esa ciencia que tantas veces nos ha defraudado, se asocia más con los recuerdos de infancia de quienes nacimos en la década de los setenta que con humanoides que llevan el de­sayuno a la cama. Por eso me sorprendió que el 13 de diciembre del año pasado, las redes sociales hicieran escarnio de una escultura roja semejante a un robot, que lo mismo aparecía retratada junto a los Power Rangers, Ultraman o Godzilla, que a una Cabeza de Juárez voladora, escultura que a mi parecer representaba el máximo nivel de monstruosidad de la escultura anatómica-monumental mexicana, al menos en el Valle de México (desde luego que existen cientos de ejemplos lamentables en camellones o plazas, pero nada que un nutrido grupo de vecinos no pudiera derribar en un arranque de cólera). En primera instancia pensé que era una broma, un fotomontaje, pero la cosa iba en serio. Dardos e invectivas se dirigían hacía el escultor chihuahuense Sebastián, autor de la pieza, quien por medio de su geometrismo ha encantado a políticos de todas las filiaciones e ideologías posibles en México y en otros países. Según los periódicos, el “Guerrero Chimalli” costó 30 millones de pesos, mide 75 metros de alto (65 de la escultura, más 10 del basamento), y pesa cerca de 600 toneladas. A pesar de los memes, valía la pena ir hasta Chimalhuacán a contemplar la obra número 200 de Sebastián, imaginando que iba a encontrarme con una reproducción de Mazinger Z, aunque fuera cuarenta y siete metros más alta que el ídolo de mi infancia.

 Es domingo y el viaje hasta el metro Pantitlán de la Línea 1 del metro resulta tranquilo: no hay colas ni aglomeraciones. Antes de salir de la estación, pienso que esos mismos pasillos que ahora lucen amplios y vacíos, entre semana deben de resultar insuficientes para las miles de personas que se trasladan desde el Estado de México al centro del Distrito Federal. Tras subir, bajar y recorrer un largo pasillo en permanente obra negra, una amplia plaza precede la entrada al Mexibús, la versión mexiquense del Metrobús. La mayoría de las máquinas expendedoras no sirve; un técnico me recomienda que le pague a alguien el costo del boleto para poder entrar. Antes de que termine de explicarle lo que necesito, una señora acepta mi dinero. La ruta 3 del Mexibús corre de Pantitlán al centro de Chimalhuacán; hay tres servicios, el ordinario y dos expresos. Hasta Guerrero Chimalli —así se llama la

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Fotografías: Jorge Vázquez Ángeles


estación en honor al nuevo símbolo de Chimalhuacán— son dieciocho paradas. A lo largo de la avenida Bordo de Xochiaca se realizan obras en el camellón, con la encomienda de convertirlo en un parque horizontal con árboles, palmeras y un canal atravesado por puentes. El viaje transcurre sin incidentes. No es que la visita al Oriente profundo me decepcione porque no veo criminales en acción, operativos policiacos, huestes de La Loba o niños famélicos pidiendo limosna. La constante son calles de tres carriles que parecen no tener fin, casas construidas con tabicón desnudo (si la obra no se va a terminar nunca tiene que estar construida con tabicón), y los tinacos Rotoplas que como puntos lanzados al aire separan la irregular sintaxis de un municipio similar a delegaciones como Iztapalapa y Gustavo A. Madero.

 Hubieran planeado mejor la ubicación de la parada del Mexibús: al salir sólo se ve el largo camellón con flores y árboles recién sembrados, y el canal de piedras que simula el cauce de un pequeño riachuelo. Hay que girar para descubrir el trasero gigante del Guerrero Chimalli y su faldón desigual. Algo raro le ocurre al basamento, pintado en color perla con cornisas y grecas en tono obispo: para sostener una mole de 600 toneladas, parece hecho de merengue. En su particular cosmogonía, en el planeta Sebastián no hay cabida para la pirámide, estructura más afín, sino para un torreón con tufo medieval. Una inspección más cercana revela un defecto en una de las esquinas de esta pieza que no es un cubo pero que tampoco termina de ser un prisma. Un golpe con los nudillos desbarata la ilusión del robusto basamento que ha sido forrado con Tablaroca, material que da forma a nichos, cornisas y grecas. Visto de frente, a la distancia, el Guerrero Chimalli fluctúa entre el rigor de su posición de firmes y el desequilibrio del brazo-mirador, el escudo y el penacho, “su erguida testa empenachada”, dice la placa que explica los motivos de esta “alegoría, como una materialización plástica de la férrea voluntad de los ‘pueblos del lago’ de defender, con las armas en la mano, su tierra, sus razas y sus culturas”. Sujeto a la tierra por medio de 65 pilotes hincados a 28 metros de profundidad, un luchador de plástico tiene más dinamismo que la estatua. Por desgracia el mirador aún no está listo. Ni el Guerrero Chimalli se ha salvado de la pésima costumbre nacional de inaugurar obras inconclusas. Dos elevadores habrán de conducir al público a las alturas para que disfrute de la panorámica de la primera obra de Sebastián que “interactúa con la gente”. Afuera, una extensa manta colgada a lo largo de un puente peatonal expresa el sentir de los habitantes de Chimalhuacán respecto a la estatua: “Bienvenido Guerrero Chimalli”. Una mujer que atiende una de las unidades de baños públicos me pregunta: “¿Y viene muy seguido por acá?”. “No”, le contesto, y antes de que mi

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negativa la ofenda de algún modo, reviro: “¿Qué le parece el Guerrero?”. La mujer levanta la vista para mirar la mole roja que se ha convertido, para bien o para mal, en un elemento de identidad, en una referencia para un pueblo sin Norte. “Quedó bien, ¿no?”.



Dice Sebastián que la construcción de la Torre Eiffel desató airadas polémicas entre los parisinos, y que su guerrero no es la excepción. Sólo es cuestión de que nos acostumbremos. Hasta los zapatos más incómodos un buen día dan de sí. Personas entran y salen de la pequeña galería dentro del basamento, donde toman fotos y admiran las imágenes que dan cuenta del proceso constructivo del gigante y de la temeridad de pintores y soldadores que a cincuenta metros del suelo trabajaron sin arneses ni cuerdas de seguridad. Otras fotografías manifiestan el avance de Chimalhuacán, traducido en albercas, clínicas y bibliotecas. Las placas oficiales inmortalizan a un presidente municipal, a un diputado y al dirigen­te de la organización política Antorcha Campesina. Este último detalle me llama la atención. Vuelvo a caminar para ver al Guerrero Chimalli a la distancia. Los malpensados dirán que la maza o macuauitl no es tal, sino la representación de la antorcha que ilumina Chimalhuacán.

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Just what is it that makes today’s homes so different, so appealing?, collage, 1956

El pop poético y brillante de Richard Hamilton Miguel Ángel Muñoz


El pintor inglés Richard Hamilton (Londres, 1922-2011) trabajó durante casi seis décadas en ámbitos, estilos y técnicas muy variados, en los que reflexionó sobre los límites entre el arte y la publicidad, el diseño, la producción en serie y lo mismo collage, pintura, escultura, fotografía o instalación. Sin duda, un referente histórico del Pop Art en su versión inglesa. Parte de una generación única de artistas: desde los Ben Nicholson en los años treinta a Anthony Caro, Moore, Roger Hilton, Brid­ get Riley, Bacon, Freud, Kossoff, Hockney y Auerbach en la década de los sesenta, la Gran Bretaña ha tenido un lugar clave en el arte internacional. Hamilton se educó en la Royal Academy Schools entre 1938 y 1940, trabajó durante la guerra como diseñador industrial. Copió a los grandes pintores de la National Gallery —Fra Angelico, Velázquez, Courbet, Goya—, pero descubrió pronto el potencial de la gráfica. Hamilton descubre en Joyce un modelo para la composición: imagen y sentido, vida y experiencia, que de cierto modo define la cultura visual inglesa. Hamilton alcanzó la madurez creativa a mediados de los años 50, coincidiendo en la escena artística con la consolidación de movimientos como el expresionismo abstracto y el informalismo europeo. Pero al mismo tiempo, con la confrontación del pop americano —Warhol, Lichtenstein, Oldenburg, Rosenquist, Johns, Rauschenberg, que le permitieron apostar por la iconografía irónica y figurativa de la imagen—. Más que el estilo, importa el proceso creativo. En esta época comenzó a mostrar su fascinación por la cultura de masas, lo que lo llevó a acercarse al mundo del diseño en los años 60. Por ello, tal vez gran parte del Pop Art le debe algo a Duchamp, al dadaísmo, al grafismo de Léger y al surrealismo. El año de 1950 lo define Hamilton como parteaguas de su vida. Trata de recuperar la eficacia de las imágenes que dan sentido a nuestro entorno y desmenuzan sus diversos significados contradictorios. Growth and Form (1951) es el resultado de sus últimos trabajos en la Slade School of Art, inaugurada por Le Corbusier en el ica de Londres. Es aquí donde descubre un ámbito de investigación de las funciones biológicas, generatrices en la naturaleza y en el origen de las formas perceptivas. En Man, marchine and motion (1955), el artista ordena casi doscientas fotografías de máquinas e instrumentos que amplían la capacidad de movimiento humano en cuatro ámbitos: acuático, terrestre, aéreo e interplanetario. Una obra comprometida, impecablemente sostenida, a menudo controvertida, y siempre de una inteligencia feroz, lúdica, dirigida a reducir el arte a una secuencia de símbolos. Sus piezas, siempre extraordinariamente evocadoras, producen una impresión de mutismo, pero también de asombro. Cualquier cosa puede ser arte, cualquiera puede hacer arte pop. Con una ironía más cercana a Picabia que a Duchamp, Hamilton adelanta esa fascinación por la mecánica y la construcción habilidosa que lo acompañará siempre, y que le llevó a reconstruir Le grand verre de Marcel Duchamp para la exposición de la Tate Gallery en 1966. Hamilton era un erudito, y verle rehacer la obra de Duchamp fue maravilloso. Pero es en la muestra This Tomorrow, en Whitechapel de Londres en 1956, don­de se desarrolló la tentativa de interpretación artística que guía el trabajo colectivo de The Independent Group con artistas como John McHale, John Voelcker, Alloway Smithson y Eduardo Paolozzi —uno de los artistas más interesantes del grupo y

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maestro del collage—. El collage de Hamilton Just What Is It that Makes Today’s Homes so Different, so Appealing, sirvió de portada de la exhibición y sintetiza alegóricamente la sobreposición de imágenes del cómic, el cine de Hollywood, la ciencia ficción y la fotografía con la convencional acepción de figuras de arte —retrato y cartel—. Un repertorio de cultura popular en un escenario simbólico: jazz, cinta magnética. Los objetos organizan así su propio espacio: es un “espacio nuevo”, todavía inédito, pero que lleva en su interior la vida cotidiana. Un conjunto de imágenes y estímulos vi­suales, en efecto, que definen la cultura del consumo en Fun House, en la que todo significado pedante evoca su contrario, donde la banalización y sofisticación son meros puntos de vista para un espectador que devora con ansiedad nuevas imágenes. El tema es, pues, el mundo extraño de los objetos en ausencia del hombre. La cultura pop y el Pop Art: directo, efímero, barato, industrial, divertido… “Aunque nada tenía que ver con Warhol —dice la crítica Estrella de Diego— entre otras cosas porque pese a sus afinidades electivas, las de un momento de transformación, ingleses y americanos se rebelaban en los últimos cincuenta y primeros sesenta contra planteamientos diametralmente opuestos desde el punto de vista formal. Si en los Estados Unidos se reaccionaba contra la abstracción de la Escuela de Nueva York impuesta por la crítica, en Inglaterra —se dice a menudo— la revuelta era contra los paisajes bucólicos de la colonia de St. Yves en Cornualles. Los primeros construían una imagen frígida del mundo, los segundos rescataban un arte urbano y agresivo”.1 Una confrontación, sí, pero también una alimentación artística necesaria. Los montajes de Hamilton ofrecen la visión crítica de la cultura y la sociedad contemporánea. Mezclan motivos publicitarios, reclamos comerciales que condicionan, definen la vida daría y descubren su simbolismo a menudo de escaparate. Hommage à Chrysler Corp (1957) incide en el diseño automovilístico: pero el vehículo se desintegra en una antología de técnicas efectistas,

piezas de anuncios que se convierten en un monstruo de ojos saltones. En las obras de los sesenta Hamilton recupera los fotogramas cinematográficos y la sobreposición de imágenes alteradas por pigmentos para establecer una dinámica espacial casi ambiental: A Little bit of Roy Lichtenstein (1964), Interior (1964), Magic Carpets (1964). En ese mismo terreno plástico en Epiphany (1964) vuelve a Duchamp y a Joyce para insistir en el carácter revelador de las imágenes y las disfunciones que enriquecen perceptivamente la trivialidad cotidiana. En My Marilyn (1965) fuerza al extremo las posibilidades del ícono popular, combinando los planos de color y el collage de revistas con texto, palabra e imagen como una síntesis de significados alternativos que se depura en Still life (1965) con una magnificación de la fotografía comercial. Sus revisiones del paisaje y la naturaleza muerta con paisajes desenfocados e idílicos como Soft blu landscape (1976-80), temas florales y puestas de sol que sorprenden por la presencia de rollos de papel higiénico, en las que introduce excrementos, tuvieron un gran impacto crítico. “Todos estos medios y géneros —afirma Paul Schimmel— desempeñaron un papel importante, a veces revolucionario, en la obra de Hamilton, coherente a pesar de su pluralidad. La coherencia de su producción radica en que todas sus obras surgieron directamente de la incansable e inquisitiva mente del artista”.2 La serie de retratos de Interfaces, hecha en Cadaqués, España, y concluida en Londres con el artista Dieter Roth, y los autorretratos de la década de los ochenta, nos muestran el sutil juego de miradas que intensifica la visión de Hamilton. Para el artista, vivimos en un inseparable mestizaje con las cosas. Nuestra cultura está hecha de pedazos, de fragmentos de un frágil yo que se construye sobre las cosas, que a su vez delimitan el lugar sin retorno que dibuja la sociedad de masas donde nos afirmamos. ¿Todos los objetos son triviales? ¿Qué hace una obra de arte? Simplemente, un complejo de imágenes y significados abiertos que la genialidad del artista —Marcel Duchamp, Joseph Beuys,

Estrella de Diego, El gran maestro. Periódico El País sección cultural, 15 de octubre de 2012. Madrid, España.

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Paul Schimmel, Introducción a Richard Hamilton. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid, España, 2014. Pág. 15.


Swingeing London 67, técnica mixta, 1968–1969

Warhol, Robert Rauschenberg, Antoni Tàpies, Hamilton…— acierta a conjurar mediante esa intervención límite que llamamos obra de arte. En las décadas de los ochenta y noventa el artista hizo una serie de trabajos basados en un momento crispado de la crisis de Irlanda del Norte. Difícil y complicado asunto político y cultural. El artista creó una serie de actualidad a modo de pintura histórica. Resultaron tres dípticos magistrales: El Ciudadano, El súbdito y El Estado. En el primero se subvierten unas imágenes de protesta originadas en la prisión. Los reclusos reivindicando su condición política se niegan a vestir el mono carcelario y resisten cinco años en una situación denigrante, envueltos en mantas y rodeados de sus propios excrementos. Hamilton rescata la sórdida intensidad del emboscado como una figura religiosa, que también puede banalizarse en una perversa ensoñación publicitaria de toilette. En el espacio pictórico se escinde la abstracta consistencia de la pared sucia y la difícil dignidad del hombre depauperado pero nimbado por un halo surreal que transforma en arte. A El Ciudadano se contrapone El súbdito, un arrogante portaestandarte de Orange, hecho de retazos fotoplásticos, frente a un vehículo blindado que enfila una calle devastada. En El Estado, el soldado otea un difuminado paisaje urbano que se disuelve en la distancia, mientras un coche se dispone a romper contra el control que bloquea una barrera hacia el camino que no conduce a ningu­na parte. Quizá su equivalente en Europa podrían ser los artistas españoles Juan Genovés y Rafael Canogar, que utilizaron imágenes del pop para hacer un registro

histórico de lo que pasaba en los años de la dictadura española. Su profunda observación del motivo, y su capacidad para reflejar su verdad desnuda dentro de la dura situación parecía inédita en los años sesenta. ¡Qué fuerza de protesta, de denuncia!, ¡qué manejo de las imágenes para crear un concepto. ¡Por su parte, Hamilton fue un artista, que entendió por originalidad la aten­ción despierta a los motivos del arte. Con ayuda de Joyce “no necesité de un estilo de trabajo —decía Hamilton—. No es necesario hacer lo que hace la mayoría de los artistas, crear un estilo propio. Joyce me convirtió en el pintor que soy y gracias a Duchamp conseguí darme cuenta de ello”. Por otra parte, aunque el Pop Art es un fenómeno anglosajón y ligado al “hecho americano”, pueden ligarse con él diversos artistas de Europa continental, cuya técnica y temas son análogos. El grupo más importante, y el primero que apareció, fue el que Pierre Restany bautizó con el nombre de “Nuevos Realistas” en su primer manifiesto de abril de 1960. En los últimos diez años continúo trabajando en sus autorretratos con fotos tomadas por artistas y amigos, para más tarde manipularla o ampliarla. El arte de Richard Hamilton se sitúa, así, más allá de la complacencia estética del Pop Art. Incómodo con el efectismo óptico, el artista Hamilton interviene, discute, crea, deja que el significado de sus obras se construya en el fluir de unas imágenes que pretende hacer nuestras. Redescubrir la obra de Hamilton es una experiencia diversa y de una extraordinaria vitalidad, llena de imágenes y de poesía visual, única en la historia del arte de la segunda mitad del siglo xx y principios del xxi.

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Fotografía: Alejandro Arteaga

Estado, educación y democracia Juan Ramón de la Fuente

¿Cómo podemos, desde las universidades, realmente incidir en las políticas públicas que marcan el desarrollo de nuestro país? Esa es la pregunta que seguiremos planteándonos, ya que si no somos capaces de ello, probablemente no cumpli­remos con una de las grandes tareas que la sociedad nos ha encomendado. Las sociedades tienen confianza en las universidades porque esperan de ellas propuestas que beneficien a todos o a la mayoría como parte de ese pacto implícito que existe entre ambas. Es la sociedad quien cree que los recursos destinados a la universidad serán utilizados para educar a sus hijos, para profundizar en la investigación, para ayudar a que la sociedad mejore. Cuando una democracia como la de México atraviesa por una situación compleja como la de hoy, las expectativas en el papel de las universidades crecen. Frente a la falta de confianza en sus instituciones, la sociedad aún confía en el espacio universitario. Es lógico que así sea. Cuando se pierde la credibilidad o ciertas instituciones se ven rebasadas por las circunstancias, otras adquieren particular relevancia. Estamos inmersos en esta dinámica, pero también es claro que desde la universidad pode­ mos decirle a la sociedad que sí hay alternativas, ideas, propuestas a los problemas actuales si los revisamos a luz del análisis colegiado, la autonomía y la suma de inte­ligencias que congregan las universidades; propuestas distintas a las que se generan en los círculos burocráticos del poder, donde habitualmente lo que impera es una

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reflexión endogámica y siempre subordinada a la jerarquía propia de las estructuras gubernamentales. Estado, educación y democracia es el tema de esta reflexión. Comenzaría con la idea de que las actuales democracias siguen estando marcadas por la relación entre el Estado, el mercado y la sociedad en su conjunto. Y que en esta triada fundamental la educación puede servir —y hay ejemplos de que así ha ocurrido en algunos momentos de la historia— para matizar y equilibrar dicha relación. Lo que diferencia a unos gobiernos de otros es el énfasis que ponen en alguna de estas variables en relación con las otras dos o viceversa. Si tomamos como referente los últimos treinta años, podremos notar que en las sociedades más desarrolladas ha tenido mayor peso, para bien o para mal, el mercado; mientras que en las sociedades menos desarrolladas tiende a pesar más el Estado. La clave sigue estando, me parece, en el equilibrio que guardan estas grandes vertientes sobre todo con la sociedad. Porque el reclamo tanto en aquellas sociedades que han opta­do por darle más peso al mercado y las que han optado por darle más peso al Estado es el mismo. Lo que la sociedad demanda de sus gobiernos es que éstos sean legítimos, eficientes, transparentes, y que sean cercanos a la gente. Sin pretender ser exhaustivo, esto es lo que las sociedades en uno y otro modelo reclaman. Pero ocurre que en este balance de factores y de vertientes, no siempre se acepta que el modelo liberal, por ejemplo, genera desigualdades y que esto constituye uno de los problemas conceptuales y éticos del liberalismo. Si estamos a favor de un modelo liberal, tenemos que aceptar que este modelo genera des­ igualdades. Históricamente así ha sido y lo seguirá siendo, al menos hasta donde se vislumbra. Por otro lado, quienes se aferran a un modelo de tipo social deben aceptar que la igualdad, aun como anhelo compartido, restringe libertades. Y éste sigue siendo el punto de tensión en el equilibrio de tales variables. Existe un modelo liberal que al menos de buena fe y en teoría busca el desarrollo individual o corporativo sin límites, que defiende el mecanismo de la meritocracia en tanto que el Estado se repliega y juega con las fuerzas del mercado. Quienes nos sentimos más inclinados a un modelo de tipo social

pensamos que es más justo restringir algunas libertades en aras de la igualdad, siempre y cuando exista un mecanismo eficiente, transparente y legítimo que haga efectivo dicho planteamiento. Es relevante establecer desde un principio la diferencia de conceptos, y más aún entender que en medio de las tensiones entre liberalismo y socialismo (por mencionar algunos de los polos del espectro en el que se mueve el equilibrio entre Estado, mercado y sociedad), hay una necesidad tanto de crecer para poder incluir a los excluidos, como de incluir a los excluidos para poder crecer, en una dinámica que exige permanente retroalimentación. Hay quienes consideran primero el factor crecimiento para poder incorporar a los diversos sectores sociales, y hay quienes sostienen que lo prioritario es incorporar a un sector social cada vez más amplio para que el crecimiento se sostenga. En lo que sí podemos estar de acuerdo es que este proceso debe ser continuo, mantenerse en equilibrio, realizar­ se de manera simultánea. Entonces sí podremos decir con mayor certidumbre que las políticas de inclusión, aquellas que necesita México para poder alcanzar una democracia plena, son a su vez políticas de inversión. De lo contrario, la idea de que la mejor política social es una buena política económica sólo es discursiva y retórica, porque ¿cuál es el mecanismo que da sustento y funcionalidad a este tipo de aseveraciones? El crecimiento económico sigue siendo, al parecer, lo que más importa. Pero el ciclo es el mismo: a principio de año se nos da una cifra de crecimiento que en primavera empieza a desajustarse, en verano nada nos dicen, en otoño hace su último ajuste frente a la apremiante realidad, para después indicarnos que al final del año estamos a la mitad de lo que se nos había informado en un principio. En tal ciclo engañoso se advierte, además, la poca inversión a los rubros que más pueden impactar a la productividad del país. Sigue subvalorada la inversión en los procesos de investigación y de tecnología que México requiere, por ejemplo. Es cierto que durante este periodo de gobierno el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología posee más recursos que antaño, eso no se discute. Lo que está ausente hoy es la política. Me refiero a la política pública, no a la política de la grilla (esa que tenemos en exceso,

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por cierto). ¿Cuáles son las políticas públicas que nos faltan? ¿Dónde está la política pública de innovación que necesitamos? Por supuesto que ya hay algunas propuestas que despiertan interés. La idea del Instituto Nacional del Emprendedor es una de ellas, pues se trata de un proyecto que, de potenciarse, de tener la orientación adecuada, sería un polo atractivo para muchos jóvenes. Si recibe el financiamiento adecuado, esta iniciativa podría mejorar la situación del escaso capital de riesgo que tenemos; si además cuenta con el apoyo tecnológico suficiente (y aquí es fundamental el papel que jugarán las universidades), las posibilidades de este proyecto sin duda crecen. Aun contando estas buenas noticias, se necesitan más políticas públicas. Y esto nos lleva desde luego a temas relacionados con la educación. Ocurre que nuestro modelo de desarrollo no nos ha permitido incorporarnos a la sociedad de conocimiento. No encuentro un solo ejemplo que pueda argumentar de manera contundente que México está en la sociedad del conocimiento. Y no lo hacemos porque nuestro modelo no está generando ni el tipo de profesionales con el perfil necesario para impulsar proyectos propios de la sociedad del conocimiento, ni los bienes y servicios derivados del conocimiento capaces de incorporarse a nuestro aparato productivo para incidir en él. Mientras no tengamos esto, costará mucho dar el paso de los suburbios, don­de estamos, a los barrios donde la sociedad del conocimiento comienza a ser una realidad. Lo cierto es que sin educación no hay conocimiento, sin conocimiento no hay información, y sin información no hay desarrollo. Dicho de otro modo: para que haya desarrollo hace falta información, la información requiere conocimiento, y el conocimiento depende de la educación. El reto de México, tanto para alcanzar una democracia efectiva como para desarrollarse, mantiene una relación intrínseca con los temas de su pasado (por lo menos del pasado reciente) como con aquellos de su presente y su futuro. Esta yuxtaposición de factores podemos verla en campos como el de la salud pública, por citar un caso, pues hay problemas de pobreza extrema y subdesarrollo que no acaba­mos de resolver (ahí están las enfermedades infecciosas

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y la mortalidad infantil, entre otras) que coexisten con la obesidad, la diabetes y el cáncer. Nuestro sistema de salud tiene que lidiar con una trama compleja de transición epidemiológica. Cuando hablamos del desarrollo del país encontramos un panorama semejante. Por un lado está lo que a mi juicio sigue siendo el talón de Aquiles de México: el tema distributivo, que es uno de sus aspectos más vulnerables. Pero también es preocupante el desfase entre la política y la sociedad. Y éste es un punto fundamental, pues así como la política tradicional ha caminado alejándose de los reclamos sociales, también es verdad que hay una participación social que ha encontrado otros ámbitos para expresarse. El gran impacto de las redes sociales en la vida política del país ha sido ese: el del reclamo creciente de una mayor participación social de manera directa, sin intermediarios. Los partidos políticos están siendo rebasados. Lo que los jóve­ nes demandan es una mayor participación directa, sin pasar por la vía de los “representantes populares”, que al parecer van dejando de serlo. Otra pregunta que subsiste es: ¿por qué no podemos ser más competitivos? No soy proclive a creer todo lo que se dice en el Foro de Davos año tras año, pero hay un reporte global de competitividad que, por cierto, casi nadie menciona porque los políticos van a Davos a tomarse fotos, sería bueno que también leyeran el reporte. Lo que ha ocurrido en los últimos años según el mencionado Foro es que la competitividad del país, de acuerdo a los indicadores que utilizan, no ha mejorado. Al contrario, muestra un declive. Tampoco podemos eludir el gran tema de la democracia y su renovación ética. La democracia mexicana requiere de una renovación ética para recuperar credibilidad y autoridad. En el día a día y frente a lo que estamos viviendo, es de vital importancia preguntarnos cómo podríamos ampliar la participación democrática a la luz del fenómeno de la mayor demanda de parti­ cipación directa. Las universidades son el espacio idóneo para discutir tales cuestiones. ¿Cuáles son el tipo de instituciones que pueden responder a ello? Da la impresión de que nuestras instituciones tradicionales no responden ya a las legítimas demandas de participación directa de los ciudadanos.


¿Cuál es esa nueva institucionalidad que re­que­ rimos? La pregunta no es exclusiva de México. Gracias a la oportunidad que he tenido al trabajar en algunos organismos internacionales en los recientes años, he sido testigo del papel que desempeñan las universi-­ dades y las instituciones de investigación en el desarrollo de diversos países, desde los más avanzados del norte de Europa hasta los más rezagados (que siguen siendo algunos países africanos y otros latinoamericanos, ya que en muchos indicadores América Latina —y México forma parte de América Latina— se ha quedado más cerca de África que de las regiones asiáticas, ya no digamos de las anglosajonas). Frente a tal panorama, ¿cuál es esa nueva institucionalidad que requerimos? Porque a pesar de todo, yo sigo creyendo que los partidos políticos son necesarios. Son necesarios pero no suficientes. ¿O acaso son ya las redes sociales ese quinto poder? ¿Habrán de constituirlo? Las redes sociales son parte de una nueva realidad y ello explica en parte por qué las instituciones tradicionales no están dando respuestas satisfactorias. El cuestionamiento es relevante, y éstos son temas que debemos discutir en las universidades. Tales son los debates que deben de analizarse, sobre todo en las universidades, para poder dar esas respuestas que la sociedad está demandando. El gran impacto que ha tenido la tecnología en torno a temas que conciernen al Estado y la democracia ha sido precisamente el de la participación social ex­ presada en tiempo real. Este es el gran factor de cambio que ha generado la revolución de la información y la tecnología, misma que explica el fenómeno de las redes sociales y su relación directa con la situación política, social y económica de una comunidad. ¿Cuál tendrá que ser entonces el nuevo sistema de representación que necesitamos en nuestras democracias si es que podremos diseñar un mejor sistema de representación, si es verdad que la gran demanda de nuestros tiempo es la participación directa, si es cierto que los partidos políticos son necesarios pero no suficientes? ¿Cuál será la nueva forma de institucionalizar la participación política? Me asumo como un hombre institucional, lo cual no quiere decir que esté de acuerdo con todas las instituciones o que sostenga que dichas instituciones

están respondiendo a las necesidades sociales. En cambio, me gusta pensar que toda esa energía de participación social podría canalizarse institucionalmente, porque aunque creo en la plaza pública (que permite la participación directa) también creo que ésta no puede sustituir al congreso ni al parlamento. Vuelvo a la pregunta de fondo: ¿dónde están esas nuevas instituciones? ¿Cómo damos cauce a esta nueva participación ciudadana que no se siente políticamente representada? Parte del problema que estamos viviendo en el país, más allá de su origen y sus causas, es que las multitudes que se han expresado en las últimas semanas no se sienten políticamente representadas por las fuerzas tradicionales; ni los diputados ni los senadores; y los políticos, con independencia del partido al que representen, deben entender que no se trata de un asunto personal. Sucede que ellos ya no representan aquello que demandan los manifestantes. La conciencia cívica ya no se siente políticamente representada. Esto nos lleva al planteamiento urgente de cómo podría fortalecerse la democracia, cómo podría reconceptualizarse y, en consecuencia, rediseñarse el esta­do de derecho y la seguridad, temas forzosos en la agenda de la democracia y el desarrollo. Deslindarse de dichos temas en la época difícil que vivimos es esquivar las reflexiones sobre los asuntos importantes y sensibles de las últimas semanas. ¿Por qué? Porque este clima de violencia e inseguridad nos hace retroceder en los avances sociales. Ha habido avances sociales estimables en México a lo largo de los últimos años. Y hoy están en peligro. Están en peligro si no somos capaces de rediseñar un mejor sistema de seguridad y de reconstituir el estado de derecho. La tentación autoritaria está a flor de piel. Habría que empezar por reconocer que la inseguridad que vivimos es causa y efecto a la vez. La inseguridad surge, en buena medida, por la falta de oportunidades y por la desigualdad, y mientras el problema no sea visto desde esta óptica mucho me temo que avanzar no será fácil. Habría que empezar, insisto, por entender en su justa dimensión el origen de los fenómenos que hoy nos agobian. Por supuesto que la inseguridad tiene enormes consecuencias, como la de hacernos retroceder en algunos de nuestros avances

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sociales. Por supuesto que la inseguridad ahuyenta la inversión extranjera, desalienta la economía, irrita a las capas medias y, ciertamente, a los sectores más favorecidos. Pero no debe olvidarse que la inseguridad es consecuencia también de la desigualdad, de la falta de oportunidades, de la sensación de injusticia que se vive en muchas regiones del país, no de ahora sino desde hace tiempo. Si no entendemos a la inseguridad como causa y efecto, va a costar más trabajo enfrentarla. La violencia tiene profundas raíces sociales y la impunidad las refuerza. Por eso hay que revisar con más cuidado estos procesos, analizar con rigor la información objetiva. (A propósito, una lectura indispensable es el informe sobre la inseguridad del Programa de Naciones Unidas para el desarrollo en América Latina. Tuve la oportunidad de formar parte del Consejo Asesor de dicho informe. En buena medida lo condujeron investigadores mexicanos, y su contenido es de la mayor relevancia porque permite entender algunos factores que inciden en el fenómeno de la inseguridad, algunos de los cuales habían sido insuficientemente valorados.) La democracia necesita leyes para que funcione. Leyes que se cumplan. ¿Cuáles son los instrumentos de la democracia? ¿Por qué muchos perciben que no funciona nuestra democracia? Entre otras cosas, porque no hay un estado de derecho; porque no hemos sido capaces de utilizar las leyes como instrumentos para hacer funcional nuestra democracia. Le dijo Don Quijote a Sancho cuando este se iba a gobernar la isla: “Acuérdate, San­cho, que de leyes pocas, pragmáticas y que se cumplan”. Esos fueron los consejos del Quijote a Sancho, gobernador. En México hemos hecho lo opuesto. Muchísimas leyes, algunas muy poco prácticas, y de todas ellas se cumplen solamente unas cuantas. Habría pues que revisar nuestro esquema jurídico y hacer el esfuerzo por tener pocas leyes, pragmáticas y que se cumplan, para acercarnos a un estado de derecho más satisfactorio. Y así como la democracia necesita leyes, el Estado en su conjunto necesita una sensibilidad más amplia para comprender mejor los fenómenos sociales en los que estamos inmersos. En una democracia pueden fallar muchas cosas, pues es de todas formas un sistema

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imperfecto. Lo que no puede fallar —y está fallando— es la justicia. El clamor generalizado es ese: justicia, en México y en muchos lugares del mundo en relación con nuestro país. Hay que decirlo con claridad. Progreso, democracia y desarrollo sí, pero con justicia. Es necesario construir derechos sociales y transformar esos derechos sociales en ciudadanía, puesto que no basta con tener derechos: hay que poder ejercerlos. En México hemos avanzado en reconocer nuestros derechos, pero no tanto en las posibilidades reales que tenemos de ejercerlos. Ese desfase tampoco lo podemos eludir. Como no podemos eludir el hecho de que cuando hablamos de democracia, de sus debilidades, de sus patologías y sus alcances, necesitamos hablar sobre todo de educación, de innovación y de cultura, porque México tiene ciertamente muchas carencias, pero la cultura no es una de ellas. La cultura no es una de nuestras carencias y sería injusto no mencionarla. Cuando hablo de cultura pienso de nuevo en el conocimiento, en la educación. Pero digo educación y pienso no sólo en escuelas, sino también en talleres, en fábricas, en centros de salud. Y pienso en las familias, en los hogares y en los jóvenes. Digo educación y pien­so en el capital humano no sólo dotado de instrumentos para rendir óptimamente sino sensible frente a su comunidad. Digo educación y pienso en iniciativas ciudadanas, en la vida municipal, en una política fiscal redistributiva. Digo educación y pienso en los derechos de las mujeres, en la protección del medio ambiente, en el fortalecimiento de la empresa privada productiva, en las organizaciones de la sociedad civil. Pienso en la educación como una de las mejores formas para combatir el abuso, la discriminación, la falta de respeto a nuestros conciudadanos y sobre to­ do para hacer frente a la corrupción. Digo educación y pienso en una cultura de la legalidad que erradique para siempre la incultura de la arbitrariedad. Digo educación y pienso en un mejor rumbo para México. Digo educación y pienso en la fuerza de las ideas para hacerlo posible. Digo educación y ratifico mi convicción de que es en la comunidad plural, autónoma y disímbola de las universidades, desde donde puede forjarse ese anhelado destino individual y colectivo.


Ernesto Cardenal

y la poética de la prosa exteriorista Moisés Elías Fuentes

Más allá de exaltaciones y vilipendios, la obra poética de Ernesto Cardenal (Nicaragua, 20 de enero de 1925) aparece ante los lectores como lo que debe ser toda obra literaria cuando es genuina: un desafío vital a la escritura y al habla. En efecto, si los poemas de Cardenal son experiencias vitales se debe a que el autor se arriesgó a buscar la poética de aquéllos en los acentos cotidianos, en las figuras retóricas devenidas recursos de la conversación diaria, en los juegos creativos coloquiales, surgidos a primera vista de la inmediatez, pero en verdad nutridos por una tradición de habla popular de raíces profundas. Pero independientemente del uso de lo coloquial en que se inscriben, los poemas además contienen la belleza de la autenticidad del habla cotidiana de Ernesto Cardenal, habla que se formó y se forjó en el habla diaria nicaragüense. Nos hallamos ante una poesía que resulta familiar para los lectores de cualquier habla porque para comprenderla, para apropiársela, basta con que trasladen esos giros y tonalidades a su conversación diaria, traslación en que se reconocerán a sí mismos. Uno de los grandes aciertos de la poesía exteriorista (o coloquial o conversacional, si así se prefiere), consistió y consiste en que nos ha llevado a convivir desde la página escrita con otras voces, con otras formas de pronunciar una realidad que se diversifica y enriquece mediante la permanente deconstrucción del idioma que se realiza en el día a día. Discurso poético que critica y por lo mismo renueva a las Vanguardias y sus ismos, el exteriorismo devela los derroteros de la lengua que deriva en lenguaje, quiero decir, lengua que al ser gestual, pictórica, cinética, es también palabra que se libera de sus límites. Aventurada, la poesía de Cardenal no siempre consigue llegar a puerto, como solazada en la navegación y no en el destino. Sin embargo, esto no ha obstado para que

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Ernesto Cardenal lee sus poemas en La Chascona, Santiago de Chile. Fotografía: Roman Bonnefoy

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pierda su intensidad emotiva, lo que la ha ubicado en los primeros sitios de la creación poética hispanoamericana. Esto a la vez ha impedido que conozcamos como se debe la otra parte de la obra literaria de Cardenal, la que corresponde a la prosa ensayística, porque el autor nicaragüense es uno de los ensayistas más placenteros que han dado las letras en lengua española durante el siglo xx y lo que va del xxi, y aunque no es un ensayista prolífico, sí es un ensayista franco, cadencioso y despejado, atributos poco comunes en nuestras letras. Así como temprano descolló en la poesía, Cardenal también lo hizo en el ensayo. Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la Universidad Nacional Autónoma de México, Cardenal obtuvo dicho título al presentar la tesis Ansias y lengua de la nueva literatura nicaragüense, trabajo en el que recorrió la evolución literaria en Nicaragua a partir del surgimiento de Rubén Darío. Ese texto sirvió de base para el prólogo que acompañó a Nueva poesía nicaragüense, antología que formó parte de una colección de antologías de poesía hispanoamericana, auspiciada por el Instituto de Cultura Hispánica, publicada en 1949, con el susodicho texto de Cardenal y la selección de los poemas realizada por Orlando Cuadra Downing. Desde joven entusiasta del lenguaje llano, Cardenal transformó el ensayo preliminar en un paseo por la vida poética “cotidiana” de cada uno de los poetas que fue reseñando, de modo tal que al concluir la lectura de aquél, se arraiga en los lectores la sensación de haber acompañado a los escritores en sus procesos creativos, con la misma soltura con que otros acompañan a los pintores o a los escultores en sus respectivos talleres. Así, al referirse a Rubén Darío, Cardenal señala: “Había nacido en un país fogoso y turbulento que desde hacía siglos pugnaba por salir de sus fronteras.” Al hablar de Alfonso Cortés —quien en 1927, a los 34 años, perdió la razón y sufría accesos de furia, por lo que los familiares lo mantenían encadenado en un cuarto de su casona—, el entonces veinteañero Cardenal apunta: “Él sólo tenía una ventana y un patio, y por ellos el viento le traía un mundo lejano, de afuera,


que despertaba anhelos indecibles en su alma”. Y más adelante indica: “Gracias a esa ventana y a ese patio, Alfonso Cortés, con sus grillos y su razón perdida, gozaba del viento a toda hora, el amigo inseparable de su alma”. En Ansias y lenguas de la nueva poesía nicaragüense, Cardenal también se ocupó de José Coronel Urtecho, uno de los fundadores del movimiento de Vanguardia, figura indispensable para apreciar en su justa dimensión el ascenso creativo de la poesía en Nicaragua, al grado de convertirse en el género central de la literatura del país, por encima de la narrativa y de la dramaturgia. Para develar al maestro vanguardista, Cardenal lo presenta de esta forma: Porque Coronel es de esos autores que necesitan mayormente ser recreados por otros autores, porque su personalidad —al menos hasta hoy— supera con mucho en importancia a su propia obra, con todo y que su obra es de una gran importancia.

En estas citas puede observarse la desenvoltura con que nuestro autor anda por los pasillos y cuartos íntimos de los escritores que reseña, desenvoltura que no relega el respeto debido a la privacidad de éstos. Estamos pues ante un ensayista asaz sensible, que no sensiblero, por tanto, competente para vislumbrar las vicisitudes emocionales de otros autores sin llegar nunca a importunarlas o tergiversarlas. Otro de los ensayos esenciales de Ernesto Cardenal es el que acompaña a la edición de Poemas de un joven, publicada por el Fondo de Cultura Económica en 1962. En este libro, que reúne los poemas de Joaquín Pasos, el niño prodigio de la Vanguardia nicaragüense, malogrado por su prematura muerte, Cardenal desplegó una vez más su sentido de la familiaridad, en este caso aliado a una prosa más garbosa, toda vez que enlaza la cotidianidad con pasajes de una erudición apabullante, aunque nunca pretenciosa. Desentendido de la rigurosidad a veces anquilosante de los trabajos académicos, en el prólogo a Poemas de un joven Cardenal desplegó a su gusto la prosa

exteriorista, brindándonos un retrato a lápiz vívido y cordial del joven poeta, a quien él conoció de manera personal y con quien aprendió a compenetrarse hasta la entraña en la poesía. El primer párrafo del susodicho prólogo es, para mí en lo particular, una pequeña joya de la técnica discursiva: Joaquín Pasos nació en Granada, Nicaragua, el 14 de mayo de 1914, y muy pronto comenzó a hablar. Le llevaban su botella de leche a la escuela y la bebía ahí acostado en el suelo porque sólo así la podía beber. Amaba mucho los perros y tenía uno llamado “Gobi” que murió cuando Joaquín tenía doce años. Cuando Joaquín iba a morir dijo a su mamá que quería tener un petate y un perro, para recordar su infancia.

Pocas veces en Nicaragua se ha alcanzado tal armonía rítmica en la prosa ensayística como en las páginas que Cardenal dedicó a Joaquín Pasos. Fuera de Rubén Darío, sólo los vanguardistas José Coronel Urtecho y Pablo Antonio Cuadra lograron en su momento registros equiparables, al punto de que cuando terminamos la lectura de algunos de sus trabajos, los lectores tenemos la sensación de haber convivido tanto con el ensayista como con el personaje ensayado. Poeta y ensayista, pero también sacerdote católico y activista político, Ernesto Cardenal también ha revisado mediante la prosa cuestiones religiosas, políticas y culturales en textos a veces recopilados en libros, pero las más de las veces desperdigados en periódicos y revis­tas, ya de Nicaragua, ya de otros países de habla hispana. Entre tales prosas se hallan verdaderas joyas discursivas, que hace mucho merecen la reunión en libro. De ahí la relevancia de los tres volúmenes de Memorias que el escritor nicaragüense dio a la imprenta en los primeros años de este siglo xxi. Publicadas en México por el Fondo de Cultura Económica entre 2003 y 2004, Vida perdida, Las ínsulas extrañas y La revolución perdida reúnen las experiencias vitales de Ernesto Cardenal en sus diversas facetas, del niño de familia burguesa al sacerdote contestatario, del poeta

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al militante político inconformista y crítico, del humanista al hombre de la vida diaria. En las páginas de las Memorias se entrecruzan los amoríos del poeta adolescente con las dudas morales del religioso y las apreciaciones del crítico literario con los señalamientos críticos del revolucionario de izquierda. Y a este collage de experiencias lo enlaza la agilidad y la frescura de un hombre en su vejez física, que no envejecido en lo anímico, un hombre que conserva un sentido del humor espontáneo, libre de artificios. Refiriéndose a su infancia en su ciudad natal, Granada, recordando a alguno de los personajes con quienes convivió sus primeros años, el escritor nicaragüense señala en el primer tomo, Vida perdida:

parónimos, comparaciones y paralelismos, como lo hace al relatar, en el mismo tomo, su entrada a la ciudad de México, cuando llegó para estudiar Lengua y Literaturas Hispánicas en la Universidad Nacional:

A propósito de ese libro me acuerdo ahora de don David Arellano. Los Arellano son locos. En Granada se dice que todo Arellano es loco. Don David Arellano era un loco de los que en otras partes están en los manicomios. Granada no tenía manicomio, y los locos andaban sueltos. Por lo general en cada casa de Granada había un loco o una loca.

Prosa exteriorista, con su poética de lo cotidiano, sin descripciones mayores de las emociones, pero emotiva y sensible, individual y coral a un mismo tiempo, transparente a veces, oscura otras, pero no dañada por ligerezas ni dejadeces. Prosa actuante y en movimiento, que merece ser descubierta o redescubierta por los lectores, quienes mediante ella han de encontrar a otro Ernesto Cardenal, no menos poético que el que nos han dado los poemas, pero sí con una frescura distinta, la que da andar por las calles citadinas y las veredas rurales, sintiendo al ser humano y a su entorno en plena acción de vivir.

Sin ambages, Cardenal nos conduce por las intimidades de las familias burguesas de la aún conservadora Granada. Y lo hace con una naturalidad no exenta de jo­cosidad y pericia narrativa, diciendo cosas comunes pero sin repetirse, echando mano de sinónimos,

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Nos quedamos embobados cuando el autobús iba entrando al anochecer al centro de la ciudad de México con aquellos edificios tan altos que no se les veía el fin desde la ventanilla y calles anchísimas y la avalancha de gente y gran cantidad de autos y de buses y tranvías y deslumbrantes luces y los neones de todos colores apagándose y encendiéndose o dando vueltas y en cada bocacalle las nuevas calles aún mayores y mayor el alboroto y los anuncios de neón altos y bajos y pequeños y grandes parecían perderse hasta el infinito.


Estoy en el rincón de una cantina Jesús Vicente García

i

Ilustraciones: Beatrix G. de Velasco

Sala amplia. Adornos navideños. Jóvenes de veintisiete beben cerveza, comen tacos de carnitas y barbacoa y hablan de sus tiempos de secundaria. Cuatro mujeres, aifon en mano, cuidan a sus niños de entre cuatro y seis años. Una pantalla grandota proyecta videos de los Cranberries, Nirvana, R.E.M., Guns n’ Roses, Oasis y toda una caterva de noventeros aceptables, a un volumen relativamente bajo, dicen que ya no aguantan la música tan alta, que esos tiempos ya pasaron. Una joven delgada pide que mejor pongan Aserejé, que en el 2002 estuvo de moda, con unas cantantes flacas españolas; su petición tuvo quórum y se ponen de pie solteras(os) y casadas(os) (sin soltar sus celulares, por supuesto), para recordar cuando la bailaban en el salón de clases de la escuela secundaria número no sé qué, de nombre no sé cuál, de la colonia Narvarte. Veo las curvas de las casi treintonas que no están nada mal. Algunos caballeros prefieren seguir fumando con un buen trago, publicando fotos y comentarios en su red social. Yo voy a la mesa por otro par de tacos de pura maciza, original y copia, una salsa roja que pica sabroso, su pastura bien al alba y mi vaso de coquita, al fin que la colitis ya pasó. Se siguen con las coreografías de Caballo dorado, Payaso de rodeo y La Macarena. Me siento junto a dos tipos que hablan de los avionazos en las Torres Gemelas en Nueva York, en el 2001, cuando iban en la secu. —Tú sí te has de acordar bien de eso —me dice un güero de anteojos, como si nos conociéramos desde la secundaria y como si yo fuera un archivo vivo de esa década. Me atiborra de preguntas junto con el otro apiñonado que lleva cinco cervezas al hilo. Una mujer petacona se los lleva para bailar Caballo dorado. Al verlos, confirmo que mi generación de secundaria nunca ha hecho una reunión, aun cuando hay

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redes sociales. Me da cierta nostalgia. Los dos amigos me vuelven a abordar, ya con Basilio anexado, quien se la ha pasado bailando y sabroseándose con la petacona; me atiborran de tequila, mi lado flaco, y nos dieron las diez y las doce, y hablamos de política, de rock, de cocina, de mechudos y jergas, de la corrupción y películas; entonces, el de anteojos que se cree intelectual dice que mi generación escuchaba puras porquerías de José José, Roberto Carlos, Camilo Sesto, Luis Miguel, Miguel Gallardo, Estela Núñez, Timbiriche. Se me sube el tequila y le digo que al menos había intención de originalidad y que a su generación le tocó pura mierda de música grupera, reguetonera, generación noventera y dosmilera copiona, de covers, carecen de imagina­ción, y con internet se doctoraron en copy-paste sin leer. Una morena dice que ellos nacieron ya con el chip de la tecnología y que yo soy hijo de lo caduco. “Caduco, pero pensante. ¿Cuál chip? Usar un cel y estar todo el tiempo conectados, ¿qué?, no mamen, dependen uno del otro, no saben estar solos, pinches hijos escla­vos de Jobs y Gates”. Basilio tiene que poner orden junto con la dueña de la casa. La mujer delgada me saca a bailar una salsa de Niche y las aguas se calman. Me dice que quiere beber una cerveza fuera de la reunión. Nos pregunta si nos vamos con ella, aunque estamos cerca de casa aceptamos un aventón en su camioneta.

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Al despedirme me dan beso en la mejilla y los tipos me dan un abrazo, yo que pensé que me odiaban. Me gusta su generación. Me siento al lado de la conductora. Basilio y la petacona atrás, con otros tipos y tipas. Va a dejar a sus casas a éstos. Sigo tequileando con la del volante sin temor al alcoholímetro. Ella los esquiva vía información tuiter. Siento su mano en la pierna con fondo de Red Hot Chili Peppers. Dice que le recuerdo a un maestro de la universidad. Sólo quedamos cuatro. En lugar de llevarnos a casa se estaciona frente a la cantina Las Américas, en Obrero Mundial, cerca del Eje Central. ii Meseras vestidas al estilo Santa Clos, minifaldas plegadas rojas, zapatos con peluche, blusa blanca con verde y un gorro rojo. Pedimos cervezas. La mujer delgada, de nombre Roberta, me pregunta si en verdad creo que somos una generación copiona. Sí. Sonríe. Basilio me recuerda que nos tenemos que ir en un ratito porque él mañana debe estar bien, su papá vendrá al Distrito Federal. “Además, no puedes beber tanto”. Lo que he aprendido es aparentar que bebo mucho, así que borracho no estoy, pero sí con unas copas encima. Roberta acaba la primera cerveza. Va a la rocola y pone “Un gato en la oscuridad”, de Roberto


Carlos. “Mis padres me pusieron Roberta por ese cantante”. Estoy a punto de reirme. Me abraza: “Ríete, te entiendo”. No me burlo, sólo que es curioso. Pide más cervezas y seguimos con esa música noventera en inglés y ochentera en español. Tres de la mañana. Decimos que nuestras generaciones pueden ser distintas por los gustos musicales, los covers, la ropa, los momentos históricos, pero coincidimos en que a ninguna le tocó un país en paz. Desde que me acuerdo, dice Roberta, veo matanzas, marchas de todo tipo, partidos políticos asquerosos, líderes hipócritas, empresarios que se matan entre sí, estudiantes que desaparecen y luego aparecen torturados, calcinados y nadie sabe quién fue; mi México está más que madreado. La abrazo. Le digo que a mi generación aún le tocó sorprenderse de noticias como un cuerpo sin cabeza, cuyo eco duraba semanas. Ahora eso es del diario, ya no hay capacidad de asombro. Las generaciones nuevas y las nuestras estamos acostumbrados a la muerte, a la corrupción llena de cinismo. Nos ha tocado ver un país que se enfer­mó de narcotráfico, corrupción, venganzas, ansias de poder y demasiada realidad. iii La cruda me está matando. La pantalla me obliga a hacer bizcos. Miguel me sugiere a Víctor MTS. Veo su foto. Es mi ex compañero de secundaria. Acepto. En unos segundos ya estamos chateando. A los tres nos gustaba escribir canciones de la radio y cantarlas. Jugábamos a fumar. Después la vida jugó con nosotros. Hablamos de las novias de ellos, porque yo no tuve más que una y eso fue de dientes para afuera. Víctor sí que era noviero. Miguel le seguía. Un miércoles quedamos de irnos de pinta al día siguiente para ver Gavilán o paloma, con José José, pero ya no fuimos, un terremoto se nos puso en el camino. Víctor ya no fue a la secundaria. Se le cayó la casa. La ciudad era un caos. La mamá de Miguel se salvó de quedar atrapada en el edificio de las costureras de San Antonio Abad, tuvo cita en la clínica, no fue a trabajar. Fuimos a ver a Víctor a uno de los campamentos de la Obrera, hecho de láminas. Él vivía en la 1ª Cerrada de

Eje Central, conocida como el “Callejón del Diablo”, lugar muy temido, famoso por bravo, por sus tocadas y sus chavas, y en Sábado de Gloria bañaban a quien se metiera ahí. Víctor siempre fue trabajador. Atendía un puesto de verduras en el Mercado de San Juan, en Salto del Agua, después fue vendedor ambulante en Zona Rosa, luego puso un puesto de quesadillas, trabajó en la construcción del metro línea 8 y le perdí la pista. Ahora sé que tiene dos hijos y seis nietos, y que los excesos le han pasado la factura con achaques marca mayor. Miguel trabajó en el Sears de Miguel Ángel de Quevedo, también en Plaza Universidad, la hizo de payaso, de mantenimiento en esas tiendas grandes, después se fue de comerciante a Uriangato, Guanajuato. Lo fui a visitar un par de veces en los noventa. Fui a su boda. Aún bebíamos cerveza. El calor lo ameritaba. Con él he tenido cierta comunicación esporádica vía celular, y no fue sino hasta que abrió su página de féis en que comenzamos a platicar mucho. Sé de su vida, de sus dos hijas de secundaria, de su gusto por el box y su inscripción a un gimnasio, y que se retiró de beber y fumar a tiempo, porque no desea que ninguna de sus hijas lo vea borracho. Ahora nos conectamos y videoplaticamos. El tiempo y la distancia se acortan con la tecnología. Les platico de la reunión con los noventeros y entonces más recordamos y más sostenemos que nuestra generación fue picuda, que ya hubieran querido ir a la biblioteca en lugar de buscar las cosas en internet, que nuestros juegos necesitaban imaginación y que si cantábamos rolas que interpretaban José José y anexas era porque nos enamorábamos de la vida; que no somos hijos de lo caduco, sino del terremoto de 1985 que en tiempos de la secundaria nos tocó vivir para valorar cada centímetro de vida, aunque aceptamos que en parte la echamos a perder con los excesos, y aún deseamos continuar; Miguel por su familia, sus hijas, su negocio; Víctor en lo mismo, después de un coma diabético sabe que con la vida no se juega, y yo que después de casado y treintón entré a la universidad porque no me podía detener so pretexto del trabajo y la carencia del dinero. Vemos nuestros defectos y

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también las virtudes, qué caray, por eso pensamos que hace falta una reunión con aquella generación de la secundaria de la que, por cierto, ya no hemos visto a nadie, todos se dispersaron, y uno recuerda con quienes fuimos a fiestas, nos peleamos, nos quisimos, jugamos basquetbol, intentamos el noviazgo, el primer trago de cerveza, los pasos de baile, las caminatas nocturnas después de una tocada, una fiesta de quince años, cigarro en mano queriendo ser adultos, nos sentíamos grandes en esas calles de la colonia Obrera con nombres de escritores, o de la Doctores, en callejones a media luz, hablando el lenguaje del barrio nocturno, hechos a imagen y semejanza de la adolescencia que va abriendo los ojos, y que un día sin darnos cuenta dejamos de ser adolescentes para convertirnos en adultos y afrontar eso que llaman vida con responsabilidad para aprender a sobrevivir en un mundo raro que nos tocó a esa generación a los veinte años, en que la ciudad después del terremoto se llenó de locales de grandes cadenas y centros comerciales, todas igualitas, que todavía venden pizzas, hamburguesas, ropa, glamur, olores ricos, y luego supimos que eso era la globalización, que nos uniformaban hasta en el gusto por el comer. Sonreímos con la tecla en la

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mano, mientras nos vemos a los ojos, pantalla de por medio, para decirnos también que nos vemos guapos, que hazte a tu derecha, ¿quién es la que te saludo?, ¿tu esposa?, ah mira, pues aquí está mi hija, le da pena y se va. Tiene sus virtudes la tecnología y por eso la utilizamos porque somos verdaderos hijos de nuestro tiempo. iv Estamos en el rincón de la cantina Las Américas. Pedimos más cerveza en este final de año y principio de otro, y cuyo futuro no lo sabemos; el futuro no existe, sólo el presente, es lo que debemos cuidar, es lo único que tenemos. A sus veintisiete años, Roberta está dolida, repleta de frustración social. Lloramos la ciudad que nos tocó vivir, el país que debemos cuidar. Basilio, la petacona, Roberta y yo nos abrazamos como jugadores de americano cuando se ponen de acuerdo para la próxima jugada, y decimos que pase lo que pasare vamos a ser positivos, a cabalgar contra todo, como don Quijote, sin importar las consecuencias, como los verdaderos héroes; somos rostros ebrios cuyas lágrimas sociales no pueden quedar inocuas. Scorpions, en la rocola, ejecuta “Vientos de cambio”. Y la cantamos hasta el amanecer.


Cuba y Crimea: episodios Jaime Augusto Shelley Un ciudadano cubano en La Habana poco después de una emisión en directo del discurso del presidente cubano Raúl Castro sobre el restablecimiento de las relaciones diplo­máticas oficiales con los Estados Unidos el 17 de diciembre 2014. (Fotografía: Sven Creutzmann/Getty Images)

Se debate ahora entre los beneficios y los riesgos del restablecimiento de relaciones entre los Estados Unidos y Cuba. Los comentarios a favor se centran en la maravillosa resistencia que pueblo y gobierno de la isla opusieron, por décadas, a los ataques en todos los frentes que el imperialismo llevó a cabo, inmisericorde, contra los pobladores. Y los con­trarios, que sospechan que se trata tan sólo de un cambio de estrategia para liquidar al gobierno socialista castrista. Una lectura así, que es muy común cuando se tratan asuntos que atañen a nuestro país, desvinculando el entorno mundial, en verdad mueve a la risa. El juego de ajedrez es más que claro. Las derrotas políticas de “occidente” durante el año pasado obligaron a los “halcones” gringos a recomponer su estrategia mundial, en particular su actividad de inteligencia y desestabilización en países que empezaban a mostrar grados de distanciamiento o aun de franca confrontación con el imperio. Las nuevas alianzas de naciones emergentes entre sí y con China y Rusia habrían dado la señal de alarma acerca del desplazamiento del centro de dominio, todavía indisputado, de los usureros internacionales (en realidad muy localizado en Nueva York y Londres) encabeza­dos por la banca de “inversiones”, determinante en las decisiones de política hacendaria de los miembros de la Unión Europea y el resto de los que siguen las pautas del neoliberalismo, que son prácticamente todos los demás. Esas 1328 corporaciones que captan el 60% de los ingresos globales y que además están interconectadas entre sí en las industrias más importantes del mundo —minería, agroproducción, farmacéuticas, de construcción, energéticos, de cine, tv, radio y publicaciones impresas, telecomunicaciones, transporte, etcétera— y que compran voluntades mediante

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sobornos o chantajes a los gobernantes y asocian a las burguesías nativas con mendrugos de sus altos ingresos dominan el mundo. No hay gobierno, ni el de Obama, que no se pliegue a sus deseos. ¿Cómo podrá el gobierno de Cuba enfrentar la ineludible corrupción que se avecina? Los estadounidenses reclaman el fortalecimiento de su traspatio y el cese de influencia de la pequeña pero poderosa Cuba en el entorno latinoamericano y sus beneficios a la vista; por ejemplo, el tan manoseado gran tesoro energético en el triángulo eua-México-Cuba que ellos van a explotar en el Mar Caribe, dejando a sus socios con poca utilidad. El triunfo de Putin en Crimea es apenas un episodio. Y la manipulación de los precios petroleros, también. Fuerza a nuevas estrategias en el juego, nuevos reacomodos de fuerzas y la apertura o intensificación de otros campos de batalla. Crimea y Cuba son apenas dos piezas del ajedrez mundial que se han movido. Y habrá muchas más. Ver y oír a los pobres diablos que desgarran sus vestiduras y claman sobre el destino de este pobre país desfondado, agónico e inerte ante las maniobras del gran capital monopólico, que se juega su supremacía aun si fuera necesario mediante la guerra, asumiéndose cono si fuera autónomo, independiente del resto, con aires de yo puedo con la crisis, es patético. Muestra la total incapacidad intelectual de nuestras clases dirigentes por enfrentar con lucidez y honestidad los complejos problemas estructurales y de política internacional que se asoman en el horizonte. La maniobra de abatir los precios del petróleo en abierta colaboración con Arabia Saudita puso en jaque a los países productores más importantes y que dependen de esos ingresos de manera sustancial, como Rusia, Venezuela. El desplome viene en momentos de serias tensiones políticas y obligan a esas naciones a replantear todos sus proyectos de sustentabilidad y desarrollo sostenido. Doblegar a Cuba (aunque sea con una zanahoria y no un fusil), destruir todo el aparato de integración regional, creado por años, gracias a la paciente labor de Fidel y Chávez; hacer caer o someter al régimen de Maduro en Venezuela, arrastrando en ese proceso a Brasil,

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Argentina, Bolivia y el resto de los países que crearon alianzas con proyección futura muy ambiciosas son las claras metas de la administración Obama para este 2015. El traspatio del imperio no parece preocuparse del México neoliberal, al que manipula a su antojo desde hace ya mucho tiempo. Su otra pieza en perspectiva es la Ucrania fascista que construyó a las puertas de Rusia, amenazando con adherir a la otan y así disponer de bases militares —y misiles— a un tiro de pedrada de su nuevamente archienemigo. Sabemos poco de la situación reinante en el vecindario de China además de la supuesta rebelión de jóvenes a una de las ex colonias inglesas que fue muy vista y comentada por lo medios dominantes, pero que parece no llegó a más. Las noticias, poco informativas, siempre sesgadas y con cargas de intencionalidad, no nos permiten tener una visión clara de lo que acontece en el Extremo Oriente, pero es obvio que China está en la mira de los hasta hoy dueños del mundo. La aparente paz y colaboración entre los dos gigantes es totalmente artificial y tiene mucho más que ver con la debilidad económica estadounidense después del gran fraude financiero de 2008 y la cuantiosa cantidad de reservas en dólares que China tiene depositadas en las arcas del tesoro yanqui. Pero las acciones desestabilizadoras continuarán y el quebrantamiento de los países sudamericanos implicará una revisión de las relaciones actuales en las inversiones programadas para este y probablemente los años venideros. La crisis mexicana lleva ya varias décadas y lo más seguro es que se agudice. El futuro inmediato no promete mejorías sino mayor confrontación entre los dos Méxicos. La violencia de Estado parece haber sido tomada como remedio. No hay solución política porque no hay políticos, sino un montón de malhechores, oportunistas y ladrones. Hay que prepararse para lo peor. Como dicen los chinos: “Te deseo que vivas tiempos (no felices, porque eso no existe) sino interesantes”.


armario

XXX aniversario del Centro Mexicano de Escritores En septiembre de 2015, Casa del tiempo cumplirá 35 años. Con el rescate de este texto de presentación del número 11 de su primera época —julio de 1981—, dedicado al XXX aniversario del hoy desaparecido Centro Mexicano de Escritores, comenzamos con el recuento de nuestra historia.

Desde hace algunos años, el desarrollo de la literatura en

también, el surgimiento de nuevos periódicos y numerosas

México se ha enriquecido de modo tal que, para entenderlo,

revistas, y, en síntesis, el crecimiento de la industria editorial.

no bastan ya algunos grupos o revistas, ni gravitar en torno a

De carácter quizás limitado, pero definitivo, han sido los

una figura o escribir y opinar conforme a un solo criterio. Esto

talleres literarios. Aparte del de Juan José Arreola, el Centro

suele olvidarse. No hemos sabido reconocer que las diversas

Mexicano de Escritores durante muchos años fue el único.

obras, ideas y actitudes son parte de nuestra realidad cultural.

Después, la aparición de los de la unam y el inba, así como

La literatura mexicana, ahora, es amplia y diversa e, incluso,

los de otras instituciones (la Asociación de Escritores de Mé-

no se centraliza en la capital del país. Su difusión requiere

xico, las universidades de provincia), determinarían en gran

un punto de vista diferente: el de su lectura objetiva, el de su

medida la aparición de nuevos escritores. A esa eclosión de

análisis general, no parcial. La expresión literaria del país no

talleres deben agregarse los premios literarios que se otorgan

depende de un solo criterio o grupo: depende de muchos,

profusamente a lo largo y lo ancho del país, convocados por

como empieza a ocurrir también en otras manifestaciones

Municipios, Estados, Universidades e Instituciones públicas

artísticas: Música, Dramaturgia, Pintura, Escultura o Danza.

y privadas.

Muchas condiciones económicas y políticas, tanto del

En este proceso, el Centro Mexicano de Escritores ha

país como latinoamericanas, han hecho posible esta situación.

desempeñado un papel importante en el reconocimiento a la

Entre las más importantes debe mencionarse el movimiento

diversidad de corrientes estéticas y políticas en nuestros escri-

universitario de 1968; las fisuras que ese movimiento provocó

tores. Es una de las pocas instituciones que sin enclaustrarse

en la familia cultural por la polarización de las ideas políticas

en un solo criterio, en un solo grupo, ha abierto sus puertas

y estéticas, y por el rompimiento de imágenes personales;

a lo largo de 30 años a diversas tendencias, escuelas y afectos.

las fisuras que también provocó en las universidades cuando

Por ello Casa del tiempo dedica este número al Centro

se polarizaron actitudes políticas, académicas y sindicales.

Mexicano de Escritores, por ser uno de los primeros e induda-

Factor importante es también la inmigración sudamerica-

bles esfuerzos para apoyar todos los caminos literarios que en

na: escritores e intelectuales de Argentina, Chile y Uruguay

nuestro país se han dado. Al repasar la historia de sus becarios,

—entre otros países—, han aportado sus valores culturales

las páginas que a través suyo se han escrito, podemos entender

y literarios sin uniformarlos con los valores y las figuras na-

que la realidad cultural del país (la realidad, no una visión

cionales. También influyó la creación de nuevos centros de

parcial de esa realidad) se ha abierto camino. A pesar de los

educación media y superior, que han proporcionado empleo

esfuerzos de nuestros escritores pequeños, medianos y gran-

a un mayor número de intelectuales, favoreciendo así entre

des por desconocerse e impugnarse, la literatura mexicana

algunos escritores una supervivencia independiente y por lo

es ahora diversa, con una amplia gama de actitudes, algunas

tanto una producción independiente de los grupos en que

opuestas, otras complementarias, otras nuevas, pero todas la

poetas y literatos mexicanos se dividieron. Fue relevante,

actual y real literatura mexicana.

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intervenciones Mateo Pizarro Produced as part of the Cisneros Fontanals Art Foundation 2014 Grants and Comissions Program.


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Escribir es cuestión de estilo El idioma materno de Fabio Morábito Rafael Toriz

Tanto en el mundo como en la literatura, una de las virtudes más difíciles de encontrar suele ser el sentido común, especie de brújula que sirve para orientar búsquedas, confirmar horizontes o inaugurar determinados senderos. Por ello mismo, cuando aparece el sentido común —que para el caso que nos atañe no sería sino ver las palabras con la claridad con la que lo hacen los niños, como un atajo— resulta llamativo y desconcertante. Tal es el caso de Fabio Morábito, un infante fugado en el mundo de los adultos. Se ha reparado con frecuencia, acaso demasiado, en un hecho que me parece neurálgico pero no definitivo: el cambio de lengua del idioma materno a un segundo idioma, lo que en efecto es clave para entender su circunstancia pero en ningún caso se trata de una potestad exclusiva: cualquier escritor de valía sabe que escribir es siempre aprender una lengua extraña, materia plástica a la que se accede desde el balbuceo y que nunca alcanza a dominarse a plenitud. Por ello Thomas Mann señalaba que la diferencia elemental entre un escritor de quien no lo es radica en que al primero escribir le representa un esfuerzo titánico. La colección de ensayos breves en donde se dan cita la autobiografía, el apunte, el relato y la bitácora de lecturas bajo el título El idioma materno es interesante por varios aspectos; entre otros, por la profunda contención que demuestra el autor, sometiendo sus ejercicios prosísticos —de una transparencia profunda y amigable—

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a un número específico de caracteres, lo que permite calibrar sus mecanismos internos como una pieza de orfebrería. Morábito, poeta de primera, se enfrenta a los textos como alguien que sabe que puede ser vencido; se trata de cimas que hay que conquistar, a la manera en que trabajan los ingenieros y los artesanos: “la idea de la poesía entendida como faena, como apuesta, como jugada que puede o no resultar ganadora, está del todo ausente de gran parte de la poesía que se escribe hoy… Sería bueno que en los talleres de poesía se les diera a los alumnos unos fierros retorcidos para entrenarlos a abrir cerraduras”. Cerraduras. Oficio: herramientas. Uno de los libros más hermosos del mexicano nacido en Egipto en 1955 se titula precisamente Caja de herramientas, donde cada uno de los elementos se encuentra definido por sus límites, dentro de un espacio específico. Cualidad de buena parte de sus libros (“mi mayor influencia literaria no es tal o cual poeta insigne, sino la línea de maletas Samsonite”). Otro rasgo elocuente es la recuperación de los espacios de la infancia, esos lugares cerrados a los que son proclives los niños, porque alcanzan a dimensionar sus confines. En una entrevista al respecto de si la infancia decide la vida de las personas, responde con aplomo: “Seguramente sí. El problema es que la infancia es tan rica en episodios, y luego los episodios recordados siempre son tergiversados por quien los recuerda, que buscar el episodio decisivo es una quimera, una utopía”. En sus libros todo parece decisivo y a la vez circunstancial. Testimonio de sus lecturas, algunos instantes de El idioma materno alcanzan profundas alturas metafísicas: “Coetzee ha leído a Dostoievsky y sabe que la humillación es un secreto reconocimiento del otro. Se humilla para incorporar, para ingerir, porque el humillado es parte de uno y no se puede humillarlo sin ponerse en su lugar, por eso sólo humilla aquel que ha sido humillado a su vez, o que teme serlo y quizá lo desea secretamente”. Morábito, como Clarice Lispector, suele componer en sus viñetas atmósferas tangibles de la niñez, como esos espíritus especiales que son capaces de recordar todo lo que les sucedió antes de los doce años, cuando el hecho de que se rompiera un termómetro en casa constituía una inesperada fiesta vespertina. Por ello es recurrente la voluntad de volver a lugares improbables

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donde se ha vivido, casas y momentos frágiles donde Fabio Morabitó: (“A fuerza de mudarme/ he aprendido a no pegar/ los muebles a los muros,/ a no clavar muy hondo,/ a atornillar sólo lo justo”, se lee en su poema “Mudanza”). Autor preocupado por el gesto, el rostro y el semblante, es posible decir que este libro es un libro sobre el estilo, esa marca del escritor que le da a su tono y su respiración una impronta única: los textos de Morábito caminan y sugieren, pero sobre todo respiran. Al hablar de la tarea del escritor, que compromete su ser incluso al escribir un justificante médico, un apunte ocasional o incluso su carta suicida, es que despliega con nitidez el nudo de su poética, que en su caso implica también un ademán: “Cuando termina está agotado, tiene hambre y lo que menos desea es suicidarse. El estilo le ha salvado la vida, pero quizá fue por el estilo que quiso acabar con ella; tal vez uno de los resortes de su gesto fue la convicción de ser un escritor fallido y tal vez lo sea, como lo son todos aquellos que pretenden escribir el justificante perfecto, que son los únicos a quienes vale la pena leer. Escriben para justificar que escriben, la pluma en una mano y una soga en la otra”.

Fabio Morábito El idioma materno México, Sexto Piso, 2014, 178 pp.


Un arrullo, un bromista y un mirón: tres libros infantiles Elizabeth Cruz Madrid

Cuna la media luna

Ramón Iván Suárez Caamal (texto) y Yhazael Villegas (ilustraciones), Cuna la media luna, Instituto Literario de Veracruz / Conaculta / inba, México, 2013, 55 pp.

Los arrullos, las nanas, las canciones de cuna son parte de esa poesía popular que es de todos porque estuvo en casi cualquier infancia. Son un primer recuerdo, y quien convive con un bebé los repite por instinto. Pero, ¿qué quieren decir esas rimas? No por su significado sino por su significante. El lingüista colombiano, Evelio Cabrejo, dice: “el niño sale del vientre de la madre y entra al vientre de la lengua. Y en ese sentido los arrullos que recibe son un alimento primigenio. A los bebés les gusta la poesía porque su rima se parece al balbuceo; les ayuda a repetir, entender y practicar fonemas”. Generación tras generación hemos reproducido esos arrullos, esos, los de siempre. ¿Hacen falta más? Para el poeta Ramón Iván Suárez Caamal (Campeche, 1950), la respuesta es sí. Por ello hizo Cuna la media luna, y ha dedicado gran parte de su poesía al sector infantil. Cuando todavía no se hablaba tanto de literatura para niños, este autor ya estaba publicando el libro Poemas para los pequeños, en 1983. Discreto, pero acertado, Suárez Caamal no ha despreciado el hecho de escribir para niños, con quienes también ha trabajado como promotor de lectura y maestro de talleres literarios. Su literatura infantil le ha merecido premios como el iv Premio Internacional “Ciudad de Orihuela” de Poesía para Niños, celebrado en España, con Palabras para armar tu canto, y el Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños 2010, con Huellas de pájaros. El campechano también ganó el Primer Premio de Poesía Ilustrada para Niños 2013, que convocó el Instituto Literario de Veracruz, con el libro Cuna la media luna. En este poemario, Suárez Camaal no desprecia las fórmulas tradicionales ni la costumbre popular de cantar a los bebés para transmitirles ideas y sensaciones. En su poesía importa el significado y el significante, el sonido y el mensaje. Cuna la media luna reúne una serie de arrullos que, por medio de la rima y las aliteraciones, recuperan ese espacio sonoro tan atractivo para los niños en su primera infancia.

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El poeta campechano hace nanas que se parecen a las antiguas por su capacidad rítmica, pero tienen la proeza de sonar modernas por sus contenidos. Suárez Caamal explora diferentes estados anímicos y no alude solamente al deseo de dormir: aparecen el miedo, la risa, la molestia por el zumbido de un mosco. También hay sensaciones: el sabor fresco de una sandía, el croar de la rana, el color verde de una luna; sonajas, frío, e imágenes como la de la araña tejiendo un arpa. Pero tal vez el rasgo más distintivo de las canciones de cuna de Suárez Caamal sea el humor. Las aliteraciones de sus poemas, aun las de los más tiernos, tienen un repiqueteo parecido a cosquillas en el torso de un niño. “Lana, lino, luna”, dice el poeta, y completa los versos con la aparición de elefantes y corderos. En Cuna la media luna, el poeta traza escenarios que los niños pueden construir con palabras a su alcance. Poco a poco, casi sin esperarlo, forma en la mente de los infantes una metáfora, como la del conejo que salta al río y es un copo de nieve. Se ha dicho de este poeta que es de otro tiempo porque en su poesía no olvida las estructuras formales de la poesía: la métrica y la rima; pero eso, que es más una cualidad que un defecto, arrulla a los niños. Un arrullo que consiste en acompañarlos suavemente por la poesía, la lengua y sus múltiples significados.

No solo el teléfono de esta narración es de otro tiempo, también el permiso que se dan los personajes de caer en sus trampas: en la actualidad, llamadas sospechosas nos harían entrar en paranoia y pensar que se trata de ladrones o secuestradores tratando de estafarnos. Ramos se da permiso de olvidar el contexto realista actual y proponer una historia juguetona y divertida, que no puedo menos que suponer que fue detonada por las usuales travesuras infantiles de llamar a teléfonos desconocidos para decir bromas. (Al menos eso se hacía cuando no había identificadores de llamadas). La historia de Ramos adentra a los lectores en un contexto fantástico, en el que el teléfono es el personaje principal. La apuesta que hace para conectarse con los niños es el humor, rasgo que además ha distinguido su obra en términos generales. En Telésforo, el teléfono desocupado describe situaciones que tienen el mismo efecto sorpresa que el chiste. Otra forma que tuvo

Telésforo, el teléfono desocupado ¿Alguna vez se han preguntado por qué “el mudo” llama por teléfono? Sí, esas llamadas que al responder el auricular provocan un silencio y sólo nos escuchamos a nosotros mismos, diciendo cada vez más fuerte, “bueno…, bueno…” ¿Y si el mudo fuera el propio aparato telefónico jugándonos una broma? En Telésforo, el teléfono desocupado, Luis Arturo Ramos (Veracruz, 1947) plantea esta posibilidad. Las llamadas extrañas pueden provenir de un antiguo teléfono negro que marca por ocio. Olvidado por la familia, decide aprender el arte de la ventriloquia para imitar las voces de personas inexistentes y mantenerse ocupado.

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Luis Arturo Ramos (texto) e Iván Flores (ilustraciones), Telésforo, el teléfono desocupado, Instituto Literario de Veracruz / Conaculta / inba, México, 2013, 35 pp.


Iván Flores, El lirón mirón, Instituto Literario de Veracruz / Conaculta / inba, México, 2013.

el autor de hacer el relato divertido es cuando el teléfono propone adivinanzas con sus llamadas. De ese modo, la narración del veracruzano también es un pretexto para divertirse con juegos de palabras. Con este cuento Ramos hace vivir lo que para muchos ya es solo nostalgia por las bromas telefónicas, por el pasado en general y por los teléfonos de antes, ya que el protagonista no es un Iphone ni otro teléfono celular, ni siquiera un inalámbrico. Es un teléfono inteligente, pero no por razones comerciales sino por motivos que se descubren a lo largo de la narración.

El lirón mirón El lirón mirón es una publicación que tiene la cualidad, como los buenos álbumes ilustrados, de ofrecer dos lecturas que se articulan para lograr un significado más amplio: las imágenes no solo apoyan lo escrito, sino que tienen una propuesta propia e incluso pueden expresar más ideas que las letras. Este libro, escrito e ilustrado por Iván Flores, narra cómo el honorable Lord von Bicho se propone descubrir una especie legendaria que, como Pie Grande o el Kraken, tal vez sea inexistente. El investigador lo hace para conseguir éxito y fama, pero sólo logra ser ridiculizado. Esta parte cómica está en la imagen: los dibujos muestran a von Bicho en varios aprietos, provoca­dos por una existencia (la del lirón mirón), que no se revela por completo.

El texto se compone principalmente de la bitácora de Von Bicho y, al estar en primera persona, permite entender su visión particular y su defecto de carácter: la soberbia. Como en una comedia, los espectadores nos burlamos de él, sobre todo cuando vemos al narrador omnisciente que está en las imágenes y que nos da cuenta de que el mundo no es cómo lo plantea el personaje. Las ilustraciones de Flores combinan personajes en blanco y negro con colores metálicos en los fondos. Esto sugiere, por un lado, un ambiente antiguo y misterioso, y por el otro favorece el uso de una técnica similar a la de las caricaturas, lo cual acentúa el propósito del autor de burlarse de Von Bicho. Por otra parte, las imágenes (más objetivas) también sirven para mostrar aspectos del personaje que él mismo quisiera ocultar por considerarlos “impropios”, como verlo comer un helado mientras escribe a máquina. El cuento remata haciéndonos notar que el defecto de carácter de una persona lo lleva a la ridiculización. Pero como pasaría en una buena comedia, esto no le provoca un aprendizaje a Von Bicho, pues se empeña en seguir con su conducta. Sin embargo, a los lectores nos facilita entender que el personaje no es el universo. Para demostrarlo, quedan algunas páginas más del libro, solo con ilustraciones, para revelarnos la existencia del lirón mirón —más discreta y tal vez por eso más sabia—que pervive a pesar de cruzarse con gente obstinada como este Bicho.

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El fuego del amor uranio

Wilde, Prometeo de la Belle Époque Francisco Mercado Noyola

He puesto todo mi genio en mi vida; en mis obras sólo he puesto mi talento Oscar Wilde a André Gide Argel, 1895

El psicoanálisis es capaz de desenmascarar muchas de las verdades más ignotas y aún negadas de la naturaleza humana. En el ámbito de la literatura algunos emprenden el loable esfuerzo de ofrecer claves psicológicas a la obra de aquellos a quienes aman mediante sus ideas y experiencias. Editorial Me cayó el veinte publica Oscar Wilde, el amor de lo imposible, del psicoanalista lacaniano Rodolfo Marcos-Turnbull, libro en el que se constata la pasión más vehemente por la vida y obra de un autor. Julian Barnes ejerció el mismo gozo por la obra de Flaubert, y lo llamó “el amor más puro y el más constante”, en el tenor de la corriente impresionista de la crítica literaria —ejercida por el mismo Wilde— que proponía hacer una obra de arte sobre los textos amados. Oscar Wills O’Flaherty Wilde fue una víctima del amor; para él éste fue un fin intelectual, estético y sensitivo. Juzgado como un “hombre frívolo”, ¿escandaloso o mártir?, por una sociedad cuya rigurosa moral daba cimiento al imperio secular de Albión, fue condenado a dos años de trabajos forzados en 1895: sentencia que se purgó en los infiernos de Newgate, Pentonville, Wandsworth y Reading, y cuyo honor de caballero irlandés rehusó evadir. Para Oscar el amor “uranista” era el más noble, por encima de otras formas. El retrato de Dorian Gray, genial apología del amor homosexual, obró en autos como prueba en contra en el juicio que enfrentó por el delito victoriano de Gross indecency. Lo que para la sociedad británica era preciso condenar no era el acto en sí de las relaciones homosexuales, sino su prodigioso, público y afrentoso discurso apologético. Siendo Wilde un respetado caballero del “gran mundo” londinense, social y artísticamente aclamado, devoto padre de familia, era inconcebible que su naturaleza revelara una Salomé sanguinaria de deseo carnal por el Profeta. En El retrato… opera un desdoblamiento del alter ego wildeano; el influjo es una pérdida del maestro en

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aras del crecimiento del pupilo. Así Lord Henry Wotton es el aristócrata mundano que enarbola el egoísmo a ultranza, la sensualidad y el empirismo ilimitados. Representa la influencia estética amoral, hedonística y dionisíaca sobre la perfecta belleza de la juventud; lo bello que es bueno en sí mismo. El artista platónico, el esteta epicúreo, el Wilde estudiante de cultura grecolatina en Oxford exalta el amor divino, la elevación moral-estética, el binomio bondad-belleza. Dorian encarna la pugna entre el amor divino y el loco amor. La tragedia del gran irlandés radica en haber deseado la resolución feliz al perpetuo conflicto. En la exitosa comedia The Importante of Being Earnest se exhibe una corrosiva sátira sobre la severidad ridícula de la sociedad victoriana, ejecutando brillantes intercambios lúdicos entre la solemnidad y la trivialidad. La aparente banalidad de las materias esenciales de la vida que trató en su obra hace más inverosímil su autoinmolación en aras de sus ideales eróticos, vitales y estéticos. En su ensayo El crítico como artista su fascinación por la escultura griega evidencia la supremacía del arte sobre la vida, de la estética sobre la ética, de la belleza sobre la verdad. Su nueva filosofía se erige en una “búsqueda de los signos de lo bello y del secreto de la vida”. Bosie fue su Cármides, joven hermoso cuyas virtudes morales e intelectuales Sócrates deseó someter a examen; mas al descubrir el viento sus partes pudendas, la férrea voluntad inquisitiva del filósofo se vio reducida a ardientes e irracionales brasas. En el crucial escenario cultural de la Belle Époque Parisienne Wilde afirma a André Gide que Platón y Cristo no podrían jamás ser realizados en la vida o en la filosofía, sino en el Arte. En la Correspondence de Gide a Paul Valéry en 1891 éste cuestiona el valor de “perseguir [en Wilde] una mariposa frívola y de color indiferente”. Gide da testimonio del aliento que Wilde insufla en él para gozar su segunda experiencia homosexual con un joven músico árabe en Argel, de la incapacidad del dublinés para alejar a Bosie de su vida, de su placer por dejarse dominar por él, de su decisión

Oscar Wilde en 1882. (Fotografía: Apic/Getty Images)

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irrevocable de sostener contra Lord Queensberry la gran querella de su vida, del ser débil y destruido que había arrojado la prisión, de la tragedia de su vida al no poder transmutar su drama vivido en carne propia, en una obra literaria más extensa e inmortal. En su obra poética el gran dublinés afirma que “prefiere la diadema de mirtos de los amantes a la co­rona de laureles del poeta”, así como De Profundis constituye para él una posible interpretación y apología al pathos y peripecia de su vida. Calibán, personaje teratológico de La tempestad de Shakespeare: bruto, filisteo, rústico y perverso como el lado oscuro de la naturaleza, es encarnado en su drama por el Marqués de Queensberry. Lord Alfred Douglas, la pasión —inconfesadamente malsana— de su vida, porta la máscara de Esporo, efebo corrupto y afeminado que escenifica falaces nupcias con el decadente emperador Nerón. La paradoja irresuelta se expresa de la siguiente forma: Oscar anhela consumar el ideal griego —acaso incorpóreo— del amor homosexual platónico, en la carne humana y palpitante de un efebo romano de la Decadencia. En carta de 1894 Oscar asegura a Bosie que lo ama por su genio poético y su belleza adolescente; cuando en años posteriores asegura a su amigo Robbie Ross que volver a sentir su “egoísmo sin

imaginación” representaría volver al infierno del que había salido al dejar la prisión. Días más tarde, el gran dramaturgo, humillado hasta la ignominia, desafiando el desahucio familiar, social y material, escribe a Douglas que es él su única oportunidad de volver a ser bendecido por las musas: “Te amo porque me has perdido.” Oscar Wilde, el amor de lo imposible es un libro escrito con la sapiencia del que conoce y analiza, con pasión irrenunciable, la vida y obra de su autor admirado, a pesar de que la corrección de estilo y el cuidado de la edición no sean impecables. No obstante, estos asuntos sin importancia dejan intacto este egregio esfuerzo por rescatar y enaltecer la vida y obra de una de las figuras señeras —Cristo del amor entre dos hombres— de la literatura y el amor gay. Oscar Wilde muere con su siglo, casi menesteroso, en el Hotel D’Alsace, 13 Rue de Beaux-Arts el 30 de noviembre de 1900. El ideal de su existencia intensa podría acaso ser resumido en su cuento “El ruiseñor y la rosa”, relato en el que una hermosa ave canora entrega su sangre toda en aras de teñir una rosa blanca, con un motivo tan anodino como la salvación de la honra de un insignificante pe­ timetre de la aristocracia británica. Lady Bracknell en The Importance of Being Earnest lo hubiese celebrado con flemático beneplácito.

Rodolfo Marcos-Turnbull Oscar Wilde, el amor de lo imposible México, Me cayó el veinte, 2013, 380 pp.

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Rayas de cebra

CeroCeroCero de Roberto Saviano Juan Patricio Riveroll

El escritor ilaliano Roberto Saviano quien ha vivido bajo protección policial desde 2006, cuando recibió amenazas de muerte de la mafia napolitana conocida como la Camorra tras la publicación de su libro Gomorra. (Fotografía: Laura Lezza/Getty Images)

Existen dos clases de riqueza. Las que cuentan el dinero y las que lo pesan. Roberto Saviano

Cuando Antonio Salas publicó El palestino después de infiltrarse entre los neonazis españoles (Diario de un skin) y la trata de blancas (El año que trafiqué con mujeres), para sus lectores el siguiente paso era, claro, el narcotráfico, y aunque en cierta medida lo hace en Operación princesa, el hecho de que sea ficción lo saca del juego. El libro esperado sobre las entrañas del narcotráfico mundial no lo escribió Salas, lo escribió

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Roberto Saviano. CeroCeroCero se suma a las decenas de libros editados aquí, desde Los señores del narco de Anabel Hernández a Osiel: Vida y tragedia de un capo de Ricardo Ravelo y tantos más. El libro de Saviano sobresale entre miles de páginas de investigaciones literarias por tres razones: la profundidad de su investigación tanto histórica como contemporánea al disecar los usos y costumbres del narco actual, desde los de arriba hasta los miserables dealers callejeros; la claridad de su exposición y su facilidad para la prosa al mismo tiempo estética y práctica; y las agallas para contar esa historia, La Historia del fenómeno más inquietante del tiempo que vivimos. Al final de la lectura queda claro Cómo la cocaína gobierna el mundo, el potente subtítulo. Hay varios factores por los cuales esto es así. Según Saviano, protegido día y noche por agentes de la policía por haber denunciado a la camorra (el crimen organizado napolitano) en su primer libro, hay dos sustancias que rigen el mundo: el petróleo y la cocaína. Del primero las pistas son clarísimas, del segundo están ocultas. El sistema financiero tiene tanta importancia en todo el mundo que en gran medida rige a los gobiernos, pero los señores del narco poseen tanto dinero que han sido capaces de salvar a algunos bancos de la quiebra durante las crisis más recientes. De forma indirecta, por razones meramente económicas, en ciertos momentos el narcotráfico pone las reglas, escondido arriba, y su producto más rentable es la cocaína. Saviano dedica muchas páginas al mundo empresarial, a banqueros con nombre y apellido que han sido descubiertos lavando dinero, como Lucy Edwards, ex vice-presidenta del Bank of New York en Londres, y su esposo Peter Berlin, o Bernard Madoff y Jérome Kerviel, con Martin Woods como el investigador incorruptible que los persiguió primero desde dentro del sistema judicial y ahora, cuando el establishment se rehúsa a escucharlo, desde afuera. Sentencia Saviano: “Hoy Nueva York y Londres son las dos mayores blanqueadoras de dinero negro del mundo. Ya no los paraísos fiscales, las Islas Caimán o la Isla de Man, sino la City londinense y Wall Street. (...) Los centros del poder financiero mundial se han mantenido a flote con el dinero de la coca”.

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Aunque el engranaje más importante que gobierna el mundo es el dinero en las altas esferas, Saviano explora también la calle, el monte y la lucha entre los cárteles. Uno de los personajes que desfilan por sus páginas es un Kaibil, experto en tortura. Resume de manera breve y clara la trágica historia del narco mexicano, de Miguel Ángel Félix Gallardo “El padrino”, Ernesto Fonseca Carrillo “Don Neto” y Rafael Caro Quintero hasta el “Chapo” Guzmán. No es el prime­ro que lo hace. Es una historia bien documentada. Pero quizá por ser extranjero la ve con más nitidez. Mediante su pluma pueden verse los detalles dentro del amplio árbol genealógico de la coca. Ese capítulo comienza así: “México es el origen de todo. El mundo en el que ahora respiramos es China, es la India, pero es también México. Quien no conoce México no puede entender cómo funciona hoy la riqueza en este planeta. Quien ignora a México no entenderá nunca el destino de las democracias transfiguradas por los flujos del narcotráfico. Quien ignora a México no encuentra el camino que distingue el olor del dinero, no sabe cómo el olor del dinero criminal puede convertirse en un olor ganador que poco tiene que ver con el tufo de muerte miseria barbarie corrupción” (sic). Después de la lectura, de adentrarme en las cuentas aproximadas de lo que la cocaína puede reportarle a quienes la manejan —cifras vedadas, pues nadie las conoce bien— tengo la impresión que el narcotráfico es el responsable que México tenga una economía tan estable. Miles mueren de hambre, la educación es nefasta y la desigualdad social es más profunda que nunca, pero, por otra parte, el poder adquisitivo de miles de mexicanos es también altísi­mo. Ese dinero se gasta aquí y en todos lados del mundo, en las tiendas más finas, en los bienes raíces más caros. El dinero que recaudan los cárteles se tiene que usar. Primero se lava y luego se gasta. La posición económica del Estado mexicano se debe a las dos sustancias que gobiernan el mundo: el petróleo y la cocaína. Hay una gran ausencia en CeroCeroCero: está el retrato de Raúl Salinas y Paulina Castañón como ejemplo de políticos mexicanos coludidos con el narco, pero no hay un solo político estadounidense.


Roberto Saviano CeroCeroCero Barcelona, Anagrama, 2014, 496 pp.

Banqueros sí, pero no hay políticos del otro lado del Río Bravo. ¿Será porque no están aliados a los cárteles o porque su red de protección es más gruesa que las capacidades de un investigador de la talla de Saviano? Es difícil de creer que no haya capos que mandan desde el Capitolio. Recuerdo las palabras finales del libro de Anabel Hernández, a quien Saviano agradece al terminar el suyo. “Esto tiene que parar, y los únicos que pueden cambiar el escenario son los ciudadanos. Mientras los señores del narco siguen sumando sus pingües ganancias en la sierra, en sus curules o en los bancos, en medio de este paisaje de desolación y muerte que sustituye poco a poco las estampas más bellas de nuestro país, alguien tiene que informarles que ellos por sí mismos no son invencibles, los hace invencibles su red de protección política y empresarial. La terrible situación puede llegar a su fin si la sociedad mexicana se une contra esa gran mafia venciendo el temor, la indiferencia, pero sobre todo la tácita aceptación de que las cosas no pueden ser distintas”. Tiene razón, pero la pregunta es: ¿cómo? Porque no se puede culpar a todos: a quienes la usan, a quienes la mueven, a quienes lavan las ganancias y a las autoridades y los políticos que permiten que todo eso suceda. El dinero es la fuerza que mueve al mundo. La historia del ser

humano es economía en movimiento. Las maneras del dinero cubren todas las relaciones humanas. La plusvalía que le da a la coca el hecho de estar prohibida la convierte en el mejor negocio del orbe. Por eso es imposible bloquear su consumo, su distribución y su venta por decreto o por razones éticas o morales. El dinero que la empuja es más fuerte que todo. CeroCeroCero está lejos de una apología de la coca. Antonio Escohotado ha escrito varios de esos libros, en los que defiende el uso de drogas en contraposición con el abuso, y en los que aboga por el libre albedrío. El de Saviano es un libro de análisis preocupado por el estado del tejido social, político y económico. “Por más terrible que pueda parecer, la legalización total de las drogas podría ser la única respuesta. Quizá una respuesta terrible, espantosa, angustiante. Pero la única posible para atajarlo todo. Para parar el creciente volumen de ventas. Para parar la guerra”. Vivimos en blanco y negro: las rayas blancas de la cocaína sobre un mundo negro. La única solución a este embrollo es la legalización. Drogas disponibles para los ciudadanos mayores de edad bajo un estricto control vigilado por el Estado. Como el alcohol. Como el cigarro. Como la marihuana en los lugares en los que se ha ganado esa batalla. Hay mucho que recorrer para llegar a eso. Y muchos muertos más.

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colaboran Mariana Bernárdez (ciudad de México, 1964). Estudió comunicación (Universidad Anáhuac) y tiene maestría y doctorado en letras modernas (Universidad Iberoamericana). Sus más recientes publicaciones son Simetría del silencio (2008) y Ramón Xirau hacia el sentido de la presencia (2010). Antonio Bravo. Compositor y pianista. Ha ejercido el periodismo cultural en diversos foros impresos y electrónicos, destacándose su labor como especialista en música en Radio Educación, emisora en la cual escribe y conduce el programa Grabe quien grabe, además de comentar los conciertos de las orquestas de cámara de Bellas Artes y Sinfónica Nacional. Elisa Buch (ciudad de México). Licenciada en sociología y maestra en letras latinoamericanas. Ha publicado Voces alzadas (1994), Quien se atreve (2003) y A cuentagotas (2007). Sandro Cohen (Newark, Nueva Jersey, 1953) Es poeta, narrador, traductor, editor y ensayista. Profesor-investigador titular en el Departamento de Humanidades de la uam-Azcapotzalco. Su libro más reciente de poesía se titula Tan fácil de amar. Sus novelas llevan por título Lejos del paraíso y Los hermanos Pastor en la corte de Moctezuma. Ha publicado, además, un volumen de cuentos titulado Por la carne también. José Francisco Conde Ortega (Atlixco, Puebla, 1951). Es poeta, crítico y ensayista. Estudió letras en la unam y es profesor e investigador de la uam-Azcapotzalco. Es autor, entre otros libros, de Vocación de silencio (1985), La sed del marinero que regresa (1988), Los lobos viven del viento (1992), Que nada cambiará bajo tu piel (2003) y Cuaderno de febrero (2006). Su libro más reciente es Espina del tiempo. Elizabeth Cruz Madrid (ciudad de México, 1981). Es periodista de formación. En 2011 obtuvo el primer lugar por su cuento “El fantasma japonés” en el concurso Cuenta Conmigo, del conafe; ganó el segundo lugar por el cuento “El secreto” en el concurso literario del Museo de Arte Popular. En 2013 recibió mención honorífica en el Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz, del Estado de México, por su cuento “Entre monstruos”. Juan Ramón de la Fuente (ciudad de México, 1951). Es médico cirujano egresado de la Facultad de Medicina de la unam. Realizó su especialización en Psiquiatría en la Clínica Mayo en Rochester, Minnesota. Fue ganador del Premio de Investigación de la Academia Mexicana de Ciencias en 1989 y presidente de la mis­ma de 1996 a 1997. Secretario de Salud de 1994 a 1999. Rector de la unam de 1999 a 2007. Moisés Elías Fuentes (Managua, Nicaragua, 1972). Poeta y ensayista, ha publicado el libro de poesía De tantas vidas posibles (2007). En colaboración con Guillermo Fernández Ampié tradujo del inglés al español Ciudad tropical y otros poemas (2009), primer libro de Salomón de la Selva. Jesús Vicente García (ciudad de México, 1969). Estudió letras hispánicas (uam). En 2009 obtuvo el segundo lugar en el ix Premio de

Narrativa Breve Tirant lo Blanc. Su libro más reciente es La ciudad de los deseos cumplidos, bajo el sello Fridaura. Francisco Mercado Noyola (ciudad de México, 1980). Es egresado de la licenciatura en lengua y literaturas hispánicas y de la maestría en letras mexicanas por la Facultad de Filosofía y Letras de la unam. Ha colaborado en diversos medios impresos y electrónicos. Actualmente estudia el doctorado en literatura en la uam-i. Miguel Ángel Muñoz (Cuernavaca, 1972). Poeta, historiador y crítico de arte. Es autor, entre otros, de los libros de poesía El origen de la niebla, El lugar de la ausencia y Fragmentos sobre el muro. Mateo Pizarro (Bogotá, 1984). Es artista plástico. Estudió Artes Electrónicas en la Universidad de los Andes. Brenda Ríos (Acapulco, 1975). Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano 2013. Autora de los libros Las canciones pop hacen pop en mí. Ensayos sobre lo ridículo, lo cotidiano, lo grotesco, (2013); Empacados al vacío. Ensayos sobre nada (2013). Juan Patricio Riveroll (1979, ciudad de México). Director, escritor y productor de cine. Estudió Comunicación en la Universidad Iberoamericana. Realizó su primer largometraje, Ópera, en 2007. Bernardo Ruiz (ciudad de México, 1953). Escritor, editor y traductor, es miembro del Sistema Nacional de Creadores. Tiene más de veinte libros publicados; el más reciente es la colección de ensayos Asunto de familia (2014). Jorge Ruiz Dueñas (Guadalajara, 1946). Profesor fundador de la uam. Es miembro del Patronato de la Fundación René Avilés Fabila. En 1997 obtuvo el premio Xavier Villaurrutia y en 1992 el Nacional de Periodismo. Entre sus libros publicados están Las noches de Salé y Contratas de sangre y algunas noticias imaginarias. Héctor Antonio Sánchez (Minatitlán, 1982). Estudió letras hispánicas en la Universidad Veracruzana y el Bridgewater College de Virginia. En 2003 recibió el Premio Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés. Ha sido becario del ivec, el Centro Mexicano de Escritores, la Fundación para las Letras Mexicanas y el fonca. Jaime Augusto Shelley (ciudad de México, 1937). En 1960 aparece su primer libro La rueda y el eco. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores y es creador artístico del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Rafael Toriz (Veracruz, 1983). Es egresado de la Facultad de Lengua y Literatura Hispánica (uv). Entre sus publicaciones destacan Animalia, editado por la Universidad de Guanajuato, y Metaficciones, editado por la unam, ambos en 2008. Jorge Vázquez Ángeles (ciudad de México, 1977). Estudió arquitectura (ui). Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas y del Programa Jóvenes Creadores del Fonca. En 2009 publicó la novela El jardín de las delicias. Teodoro Villegas (Coatzacoalcos, Veracruz, 1946). Docente de la uam-Xochimilco, se ha desempeñado como guionista, articulista y director de escena. En 1996 publicó el poemario Inventar el amor.

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Presentaciones de Libros FIL Minería 2015

Jueves 19 de febrero 12:00 hrs., Auditorio 5 Revista Cuestión de Diseño Varios autores 13:00 hrs., Auditorio 5 Estrategias de internacionalización de las pymes, basadas en la información e innovación: el panorama internacional y el caso de México / Tecnología y diseño III / Geosignificación del diseño Jorge Rodríguez Martínez / Adriana Acero Gutiérrez / Francisco Javier Gutiérrez Ruiz y Jorge Rodríguez Martínez 17:00 hrs., Auditorio 6 Diseño MX / Discursos sobre el diseño, la relación con el entorno natural y la sustentabilidad Marco Vinicio Ferruzca Navarro / Isaac Acosta Fuentes

18:00 hrs., Galería de Rectores Movimiento indígena en América Latina: resistencia y transformación social Fabiola Escárzaga, Juan José Carrillo (coords.) 19:00 hrs., Auditorio 5 Laberintos de racionalidad. Crisis civilizatoria Javier Contreras Calvajal y María Griselda Günther (coords.) Sábado 21 de febrero 12:00 hrs., Auditorio 5 Pensamiento político contemporáneo Gerardo Ávalos Tenorio 13:00 hrs., Auditorio 6 Actores y cambio social en la Revolución Mexicana Enrique Guerra y Nicólas Cárdenas

18:00 hrs., Foro UAM Desde el norte. Narrativa canadiense contemporánea Martha Bátiz

17:00 hrs., Auditorio 6 Nihilismo y políticas de jovialidad. Lecturas de Nietzsche César Velázquez Becerril

18:00 hrs., Salón de la Academia de Ingeniería MM1 Un año de diseñarte 2013 Varios autores

18:00 hrs., Galería de Rectores Las transformaciones de los exvotos pictográficos guadalupanos (1848-1999) Margarita Zires (coord.)

19:00 hrs., Auditorio 6 Análisis de sitio / Espacio urbano y argumentaciones interdisciplinarias Elías Antonio Huaman Herrera Viernes 20 de febrero 12:00 hrs., Auditorio 5 Introducción a la potencia fluida. Neumática e hidráulica para ingenieros Gerardo Aragón González, Aurelio Canales Palma y Alejandro León Galicia 13:00 hrs., Auditorio 6 Formado de metales Lucio Vázquez Briseño 17:00 hrs., Auditorio 6 Actores sociales, violencia y luchas de emancipación Margarita Zárate Vidal (coord.)

19:00 hrs., Auditorio 6 Génesis social de la institución psicoanalítica en México José Velasco Lunes 23 de febrero 12:00 hrs., Auditorio 5 Serie Mundos rurales vol. 5 y 6 Yolanda Massieu, Lucio Noriero, Mayra Nieves Guevara y Carlos Cortés Ruiz (coords.) 13:00 hrs., Auditorio 5 La ecología industrial en México Graciela Carrillo González (coord.) 17:00 hrs., Auditorio 5 Instituciones y desarrollo Federico Novelo Urdanivia (coord.)

18:00 hrs., Salón de la Academia de Ingeniería El libro rojo de las hadas Andrew Lang (comp.) 19:00 hrs., Auditorio 5 Calendarios de las señoritas mexicanas 1838, 1839, 1840, 1841 y 1843 Margarita Alegría de la Colina (ed.) Martes 24 de febrero 12:00 hrs., Auditorio 5 Colecciones editoriales de la UAM Cuajimalpa, División de Ciencias Sociales y Humanidades Varios autores 13:00 hrs., Auditorio 6 Los sacramentos olvidados Ociel Flores Flores 17:00 hrs., Auditorio 5 Revistas Trashumante y Espacialidades Varios autores 18:00 hrs., Foro UAM Breviario sobre modelado matemático Francisco J. Valdés Parada 18:00 hrs., Salón de la Academia de Ingeniería Tierra Caliente, Guerrero: Sones y gustos Laura Trigueros Gaisman, Elisur Arteaga Nava y Sergio Charbel Olvera Rangel 19:00 hrs., Auditorio 5 La dimensión espacial en las Ciencias Sociales Salomón González Arellano (comp.) Miércoles 25 de febrero 12:00 hrs., Auditorio 5 La flora vascular del Parque Estatal “El Faro”, Tlalmanalco de Velázquez, Estado de México Aurora Chimal Hernández, Minerva González Ibarra y Claudia Hernández Díaz

Presentaciones de Libros FIL Minería 2015

13:00 hrs., Salón de firmas La química aplicada a la genética humana Marisol López López, Rosenda I. Peñaloza Espinoza, Olivia Soria Arteche (coords.) 17:00 hrs., Auditorio 6 ¡Basta! Cien mujeres contra la violencia de género Varios autores 18:00 hrs., Foro UAM Introducción a las ecuaciones diferenciales parciales Gabriel López Garza y Francisco Hugo Martínez Ortiz 18:00 hrs., Galería de Rectores Ensayos sobre ética de la salud. Aspectos clínicos y biomédicos vol. I y II Jorge A. Álvarez Díaz y Sergio López Moreno (coords.) 19:00 hrs., Auditorio 5 Para entender las tecnologías de la información y las comunicaciones o extraño caso de la chica del sombrero Gerardo Laguna Sánchez, Ricardo Marcelín Jiménez, Miguel López Guerrero et al. Jueves 26 de febrero 12:00 hrs., Auditorio 5 Manual de técnicas quirúrgicas en el conejo (Oryctolagus cuniculus) utilizadas en docencia e investigación Juan José Pérez Rivero Cruz y Celis, Emilio Rendón Franco y Omar A. López Reyna 13:00 hrs., Auditorio 5 Hace 40 años. La fundación de la Universidad Autónoma Metropolitana Carlos Ornelas (coord.) 17:00 hrs., Foro UAM Una mujer se ha perdido. Cuentos para encontrarla Jorge Abascal

18:00 hrs., Foro UAM Precariedad urbana Angela Giglia y Adelina Miranda 18:00 hrs., Salón de la Academia de Ingeniería El arte del cajista en las portadas barrocas, neoclásicas y contemporáneas Silvia Fernández Hernández 19:00 hrs., Salón de firmas Colección Antologías: Reutilización del patrimonio edificado con adobe / Diseño para la discapacidad Luis F. Guerrero Baca (comp.) / Dulce María Lizárraga (comp.) Viernes 27 de febrero 12:00 hrs., Auditorio 5 La reconstrucción de los vínculos en el ámbito universitario Silvia Radosch Corkidi y Leticia Flores Flores (coords.) 12:00 hrs., Auditorio Sotero Prieto Ciudad de México: problemáticas y perspectivas Armando Cisneros (coord.) 13:00 hrs., Auditorio 6 Colección Déjame que te cuente Varios autores 14:00 hrs., Salón de la Academia de Ingeniería Claroscuros de la economía rentista en México Fernando Jeannot (coord.) 16:00 hrs., Auditorio 4 Tiempo en ruptura Jörn Rüsen 17:00 hrs., Auditorio 6 Revista Signos Literarios Varios autores

18:00 hrs., Auditorio 4 Construyendo una disciplina: una mirada plural al estudio de las lenguas y las culturas extranjeras Javier Vivaldo Lima y Margaret Lee (coords.) 19:00 hrs., Auditorio 5 Poder, fe y pedagogía: historias de maestras mexicanas y belgas Federico Lazarín Miranda, Luz Elena Galván Lafarga y Frank Simon (coord.) Sábado 28 de febrero 11:00 hrs., Auditorio 4 Tejedores de caminos. Redes sociales y migración internacional en el centro de Veracruz Mario Pérez Monterosas 17:00 hrs., Salón Manuel Tolsá La realidad social humana. Diálogos imaginarios con base en John Rogers Searle y Thomas Reid José Hernández Prado Domingo 1 marzo 11:00 hrs., Galería de Rectores Julio Torri. De fusilamientos Elena Madrigal 14:00 hrs., Salón Filomeno Mata Los grandes desequilibrios de la economía mundial Ricardo Marcos Buzo de la Peña, Víctor Manuel Cuevas Ahumada, Ernesto Henry Turner Barragán (coords.) 17:00 hrs., Salón Manuel Tolsá Revista Alegatos # 88 Javier Huerta Jurado (dir.)

17:00 hrs., Salón de firmas Dos mil millones de años luz de soledad Shuntarō Tanikawa

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La UAM en la XXXVI Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería

Año XXXIV, Vol. I, época VI, número 13 • febrero 2015 • $60.00 • ISSN en trámite

Del 18 de febrero al 2 de marzo de 2015 Tacuba núm. 5, Centro Histórico, Ciudad de México

1947-2010

Carretera Federal Los Reyes-Texcoco km.14.3, San Miguel Coatlinchán

Presentación de libro

12 de febrero, 12:30 hrs. Vestíbulo de la biblioteca Presentan: Cristina Rascón y Bernardo Ruiz

ARTE

Zonas de disturbio. Espectros del México indígena en la modernidad Mariana Botey EDUCACIÓN

Juan Ramón de la Fuente: Estado, educación y democracia

Símbolos digitales. Representaciones de las TIC en la comunidad escolar Diego Lizarazo Arias y Mauricio Andión Gamboa (directores) ARTE

Náyari Cora Rafael Doníz

Celebración de Dolores Castro

Noventa años de Ernesto Cardenal Su “A ple rq me ui te nto ct e An ura lect : to or rón ni ig o e ic To n y o Ti ca m em Fe et po rn am en án or de fo la c sis as z ” d a: e

Dos mil millones de años luz de soledad Shuntaro Tanikawa

casadeltiempo • número 13 • febrero 2015

De venta en: Librerías UAM · EDUCAL · FCE · Gandhi · Sótano · Péndulo

Carlos Montemayor


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