NOVEDADES EDITORIALES
ARTE 68-132 Revolución Visual Verónica Arroyo y Jorge Ortiz (comps.)
El mito de H. P. Lovecraft
DERECHO Nuevo derecho energético mexicano José Guadalupe Zúñiga Alegría
CIENCIAS MÉDICAS ¡Me quiero, me cuido! Diario de la salud Ma. Isabel de Fátima Luengas, Laura Patricia Sáenz, Lucía Alejandra Vergara y José Armando García
ENSAYO LITERARIO María Luisa Puga y el espacio de la reconstrucción Alejandro Puga, Amanda Lee Petersen y Carmen Patricia Tovar (coords.)
Año XXXVIII, época V, Vol. VI, número 56 • febrero-marzo 2019 • $60.00 • ISSN 24485446
SOCIOLOGÍA Modernización y espacio. Imaginarios, ordenamientos y prácticas Akuavi Adonon, Laura Carballido, Jorge Galindo y Fernanda Vázquez (coords.)
casadeltiempo • número 56 • febrero-marzo 2019
ANTROPOLOGÍA Dilemas de la representación: presencias, performance, poder Adriana Guzmán, Rodrigo Díaz y Anne W. Johnson (coords.)
Revista bimestral de cultura
Frankenstein: la piedad y la culpa Entrevista con Enzo Traverso El espejo roto de Ingmar Bergman Luis Palés Matos y las otredades puertorriqueñas
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en línea: issuu.com/casadeltiempo
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Tiempo en la casa, suplemento electrónico: “El cine en Grecia ”, de Guadalupe Flores Liera
Universidad Autónoma Metropolitana
Universidad Autónoma Metropolitana
FIL Palacio de Minería 2019
FIL Palacio de Minería 2019
Del 21 de febrero al 4 de marzo
Del 21 de febrero al 4 de marzo
Programa de Presentaciones
Programa de Presentaciones
Jueves 21 de febrero
Sábado 23 de febrero
17:00 h, Salón Manuel Tolsá Mirada de jaguar. Venturas y desventuras de la biodiversidad en América Latina Yolanda Massieu Trigo
12:00 h, Auditorio 6 Pasaporte sellado. Cruzando las fronteras entre ciencias sociales y literatura Alberto Trejo
17:00 h, Salón Filomeno Mata In-corporación del vih: nueve cartografías Bernardo Adrián Robles Aguirre y José Arturo Granados Cosme
12:00 h, Salón El Caballito Colección Déjame que te cuente
18:00 h, Galería de Rectores Kafka. Las escenas de lo humano Alberto Sánchez Martínez y Diego Lizarazo Arias
13:00 h, Salón Manuel Tolsá De la protesta a la propuesta. 50 años imaginando y construyendo el futuro David Barkin 17:00 h, Auditorio 6 Deseografías. Una antropología del deseo Rodrigo Parrini
19:00 h, Galería de Rectores Biología de los sistemas sensoriales: el tacto
Marisa Cabeza Salinas et al.
Viernes 22 de febrero 12:00 h, Salón de Firmas Historias metropolitanas Mario Barbosa y Ehécatl Omaña (coords.) 12:00 h, Salón El Caballito México y el contexto internacional Alejandra Toscana Aparicio et al. (coords.) 13:00 h, Salón Manuel Tolsá Rupturas y continuidades. Historia y biografía de mujeres Ana Lau Jaiven y Elsie McPhail 17:00 h, Auditorio 6 Experiencias desnudas. El lugar del acontecimiento en la historia Armando Batra 17:00 h, Salón Manuel Tolsá Anatomía de la escritura Kyra Galván 18:00 h, Auditorio Bernardo Quintana Hegel actual. La paciencia de lo negativo Gerardo Ávalos 19:00 h, Galería de Rectores Revista Ranazul: gráfica política
17:00 h, Salón Manuel Tolsá Iglesia, historiografía e instituciones. Homenaje a Brian Connaughton Juan Pablo Ortiz Dávila et al. (coords.) 18:00 h, Auditorio 6 La cuadratura del círculo filosófico: Hegel, Marx y los marxismos. Dialéctica, Estado, derecho, libertad y emancipación José Félix Hoyo Arana 18:00 h, Salón El Caballito Rosario Castellanos. Intelectual mexicana Claudia Maribel Domínguez 19:00 h, Salón Manuel Tolsá Viajeros del tiempo: seis autores y su quehacer historiográfico Susana Gutiérrez y Servando Ortoll (coords.)
Lunes 25 de febrero 12:00 h, Auditorio 6 Tiempo de diseño #14 y 15 Saúl Vargas González (coord.) 12:00 h, Salón El Caballito Resolución de ejercicios del libro Teoría de la plasticidad aplicada a los procesos de formado de metales / Resolución de cuestionarios y problemas del libro Formado de metales Lucio Vázquez Briseño
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13:00 h, Salón Manuel Tolsá Design Issues Marco Vinicio Ferruzca Navarro et al. (eds.) 17:00 h, Salón de Firmas Anuario de espacios urbanos 2018 Consuelo Córdoba Flores et al. (coords.)
19:00, Galería de Rectores Ventanas a lo inesperado: imagen literaria y fotográfica en Julio Cortázar / Sergio Pitol: autobiografía, vida y escritura Marisol Luna / Noemí Torres
Miércoles 27 de febrero 17:00 h, Salón Manuel Tolsá Elementos de Termodinámica / Solución de problemas de Termodinámica Luz María García Cruz et al. 18:00 h, Auditorio 6 68-132 Revolución visual Verónica Arroyo Pedroza y Jorge Ortiz Leroux 19:00 h, Salón Manuel Tolsá Fundamentos de Química. Desde una perspectiva de átomos, moléculas hasta reacciones químicas Alicia Cid Reborido et al.
Martes 26 de febrero 12:00 h, Auditorio 6 Diseñar para e-leer por placer Itzel Sainz 12:00 h, Salón El Caballito Celestina montó a La Bestia Ociel Flores 13:00 h, Salón Manuel Tolsá Competitividad. Proyectos modelo en el mundo Eduardo Langagne 17:00 h, Auditorio 6 Revista Internacional de Diseño, Medio Ambiente y Sostenibilidad. Diseñomas 17:00 h, Salón Filomeno Mata La espuma en la arena Francis Mestries 18:00 h, Galería de Rectores Estudios de Arquitectura Bioclimática, Vol. xiv
12:00 h, Auditorio 6 Investigación en diseño. Su realidad y objeto de estudio Miguel Ángel Herrera Batista 12:00 h, Salón El Caballito Introducción dialógica al Derecho. Diálogo a la manera platónica entre Kelsen, Marx y Habermas Arturo Berumen Campos 13:00 h, Salón Manuel Tolsá Anuario de Administración y Tecnología para el diseño / Compilación de artículos de investigación 2018 17:00 h, Auditorio 6 Epistemologías y metodologías: un acercamiento crítico a la administración y a los estudios organizacionales Carlos Juan Núñez Rodríguez y María Teresa Magallón Diez (coords.) 17:00 h, Salón Filomeno Mata La discriminación de precios y otras estrategias para capturar valor Manuel Castillo Soto y Gloria de la Luz Juárez 18:00 h, Salón de la Academia de Ingeniería Le français au Mexique: hier et aujourd’hui. Contribution à un premier état des lieux Yvonne Cansigno Gutiérrez (coord.) 19:00 h, Salón de la Academia de Ingeniería Revistas: Alegatos / Tema y variaciones de Literatura #50 / Fuentes Humanísticas
Jueves 28 de febrero 12:00 h, Auditorio 6 Recorrer y participar en la ciudad. Tres aproximaciones a la adaptación de los recorridos comentados como técnica de la investigación urbana Francisco Javier de la Torre Galindo 12:00 h, Salón El Caballito Poemas mexicanos sobre el libro y otros versos de lo impreso 13:00 h, Salón Filomeno Mata Tocar tu argolla en llamas Roxana Elvridge-Thomas 17:00 h, Auditorio 6 Siete palabras. Correspondencias artísticas México-Portugal 17:00 h, Salón Filomeno Mata Josefina Vicens. Un clásico por descubrir Ana Rosa Domenella y Norma Lojero (coords.) 18:00 h, Galería de Rectores La gran familia Claudio Lomnitz, Alberto Lomnitz y Leonardo Soqui 19:00 h, Salón de la Academia de Ingeniería Derivación tecnológica en apoyo a la agencia académica en educación superior Sandra Castañeda Figueiras y Eduardo Peñalosa Castro (coords.)
Viernes 1 de marzo de 2019 12:00 h, Auditorio 6 Universidad y transferencia de conocimiento para la gestión del patrimonio: un compromiso ineludible Lucrecia Rubio y Gabino Ponce 12:00 h, Salón El Caballito Revista Espacialidades 13:00 h, Salón Filomeno Mata Conversatorio sobre diseño Gabriel Simón Sol
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17:00 h, Salón de Firmas Prácticas editoriales y cultura impresa entre los intelectuales latinoamericanos en el siglo xx Aimer Granados y Sebastián Rivera Mir (coords.) 17:00 h, Salón Manuel Tolsá El silencio de los muelles / Umbría nube Miguel Ángel Flores 18:00 h, Auditorio Bernardo Quintana A 100 años de la primera constitución política y social Joel Flores Rentería y Alfonso León Pérez (coords.) 19:00 h, Galería de Rectores Ilustraciones de la acción pública en el México contemporáneo Alejandro Vega y David Arellano Gault (eds.)
Sábado 2 de marzo de 2019 12:00 h, Auditorio 6 Familias, iglesias y estado laico Carlos Garma, Rosario Ramírez y Ariel Corpus (coords.) 12:00 h, Salón Filomeno Mata El beso de la discordia. La V visita de Juan Pablo ii a México. Iglesia católica y prensa de opinión Nora Pérez-Rayón Elizunda 13:00 h, Salón Manuel Tolsá Administración de riesgos. Volumen vii. Marissa del Rosario Martínez Preece et al. (coords.) 17:00 h, Salón Filomeno Mata Cartas de amor / Los otros y nuestros monstruos: acercamiento a la literatura fantástica Cecilia Colón Hernández / Cecilia Cólon Hernández y Ociel Flores Flores (coords.) 18:00 h, Auditorio 6 Reinvenciones del individuo. Críticas sociológicas y filosóficas María Magdalena Trujano Ruíz 19:00 h, Salón Manuel Tolsá La insuficiencia de la ley para la solución de problemáticas jurídicas complejas en nuestro país Antonio Salcedo Flores
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Editorial
2019 es un año particularmente significativo para nuestra Universidad que celebra los 45 años de su fundación, lo cual llena de orgullo a nuestra comunidad. Por su parte, Casa del tiempo celebra 39 años de existencia a lo largo de cinco épocas donde se ha distinguido entre las revistas culturales del país. Mucho nos enorgullece comprobar que hay una constante lectura de nuestra revista desde diferentes regiones del mapa mundi y que su complementaria existencia en la Internet es parte de una permanencia donde la perspectiva de la cultura propuesta por nuestros autores continúa ganando adeptos día con día. Asimismo, la positiva respuesta tanto de autores como de lectores para Tiempo en la casa —que ha rebasado ya los 55 números tras cinco años de vida— es motivo de regocijo. En la búsqueda de posibilidades de difusión de la cultura y del pensamiento crítico se ha explorado mediante este suplemento electrónico las posibilidades, bondades y limitaciones de un modo de transmisión peculiar que a muchos asombra y que otros tantos abominan. En suma, a lo largo de la trayectoria de Casa del tiempo en estos 39 años de vida se han escrito miles de páginas de historia de la literatura y de la cultura universal que han mostrado a través de esta revista su permanencia y el rostro múltiple y magnífico de quienes han colaborado en ella con lucidez y cariño. A todos damos las gracias, autores y lectores, y a quienes participaron en este esfuerzo creado por iniciativa del rector Fernando Salmerón y de los escritores Carlos Montemayor y Manuel Núñez Nava en 1980. Considerado a ambos lados del Atlántico el mayor maestro contemporáneo de la ficción fantástica —según afirma la célebre revista Weird Tales en su necrológica del número de octubre de 1937—, Howard Phillips Lovecraft murió a los 46 años en la cumbre de su carrera. El hermético escritor de Providence, Rhode Island, quien se encargó de concebir en cada una de sus narraciones una inagotable legión de deidades y mitos ancestrales, se había ganado desde entonces una reputación internacional por el arte y la impecable artesanía literaria de sus cuentos y novelas, su capacidad para crear y mantener un sentimiento de temor inquietante y un horror innombrable. En honor a su literatura, el número de febrero-marzo de Casa del tiempo reúne un puñado de textos que celebran los artificios del maestro del cuento extraño. En De las estaciones, Araceli Mancilla analiza desde dos sentimientos —“ineludibles y complementarios”—, la piedad y la culpa, Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley; y Rafael Toriz entrevista al historiador italiano Enzo Traverso a propósito de su más reciente libro Melancolía de la izquierda.
Rector General Eduardo Abel Peñalosa Castro Secretario General José Antonio De los Reyes Heredia Unidad Azcapotzalco Rector Secretaria Verónica Arroyo Pedroza Unidad Cuajimalpa Rector Rodolfo Suárez Molnar Secretario Álvaro Julio Peláez Cedrés Unidad Iztapalapa Rector Rodrigo Díaz Cruz Secretario Arturo Leopoldo Preciado López Unidad Lerma Rector José Mariano García Garibay Secretario Darío Guaycochea Guglielmi Unidad Xochimilco Rector Fernando de León González Secretaria Claudia Mónica Salazar Villava Casa del tiempo, año xxxvii, época v, vol. v, núm 56 • febrero-marzo 2019. Revista bimestral de cultura de la UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA Director Francisco Mata Rosas Subdirector Bernardo Ruiz Comité editorial Laura Elisa León, Vida Valero, Rosaura Grether, Erasmo Sáenz (†), María Teresa de la Selva, Gabriela Contreras y Mario Mandujano Coordinación y redacción Alejandro Arteaga y Jesús Francisco Conde de Arriaga Investigación documental Miguel Ángel Flores Vilchis Redes sociales Amelia Salcido Jefe de Diseño Francisco López López Diseño de maqueta y formación Guadalupe Urbina Martínez Imagen de portada Francisco López López Edición Internet Jorge Ordaz Distribución Marco Moctezuma, Subdirección de Distribución y Promoción Editorial, Rectoría General UAM, Prolongación Canal de Miramontes 3855, 2º piso, Ex hacienda San Juan de Dios, Delegación Tlalpan, 14387, Ciudad de México. Casa del tiempo, año XXXVII, época V, vol. V, número 56, febrero-marzo 2019, es una publicación bimestral editada por la Universidad Autónoma Metropolitana. Prolongación Canal de Miramontes 3855, Col. Ex-Hacienda San Juan de Dios, delegación Tlalpan, C.P. 14387, Ciudad de México; teléfono 5483 4000, ext. 1509 y 1510. Página electrónica de la revista: www.uam.mx/difusion/casadeltiempo, dirección electrónica: editor@correo.uam.mx / editoruamct@gmail.com. Editor Responsable: Bernardo Ruiz. Certificado de Reserva de Derechos al Uso Exclusivo de Título No. 04-1984000000000622-102, ISSN 0185-4275, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Certificado de Licitud de Título número 553 y Certificado de Licitud de Contenido número 633, ambos otorgados por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresa por Grupo Art Graph, S.A. de C.V., Retorno uno L-37, Fracc. Agro Industrial la Cruz, El Marqués, Querétaro, C.P. 76249, teléfono (442) 220 89 69. Este número se terminó de imprimir en la ciudad de Querétaro, el 31 de enero de 2019, con un tiraje de 1000 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización de la Universidad Autónoma Metropolitana.
editorial, 1 torre de marfil Cinco poemas, 3 Gabriela Aguirre
profanos y grafiteros H. P. Lovecraft: la razón contra la locura, 6 Alejandro Badillo H. P. Lovecraft: vagabundo onírico, 10 Iliana Vargas Síndrome Lovecraft: el eterno retorno del terror, 14 Valentín Chantaca
de las estaciones
Piedad y culpa en Frankenstein de Mary Shelley, 20 Araceli Mancilla Zayas La constancia de la derrota: entrevista con Enzo Traverso, 26 Rafael Toriz
ménades y meninas El espejo roto de Igmar Bergman, 33 Verónica Bujeiro El millonario surrealista, 40 Jorge Vázquez Ángeles
antes y después del Hubble Una hermenéutica del exodus migrante, 49 Virginia Negro / Luigi Achilli En el principio Dios creó el metro y la calle, 52 Jesús Vicente García Razón y sazón. Menú de ideas, 56 Andrés García Barrios Polinización cruzada, 59 Germán Castro Luis Palés Matos y las otredades puertorriqueñas, 63 Moisés Elías fuentes
intervenciones, 67 Mateo Pizarro
francotiradores Al morir Jonathan, de Tony Duvert: la escritura como atentado, 68 Héctor Antonio Sánchez El hambre heroica o el fervor de los ardides , 71 Nora de la Cruz Françoise Frenkel o el sin destino de los libros, 73 Francisco Goñi Fátima Vélez: del porno y las babosadas, 75 Brenda Ríos El transbordador siciliano. El mar color de vino, de Leonardo Sciascia, 78 Adán Medellín
colaboran, 80 Tiempo en la casa. El cine en Grecia Guadalupe Flores Liera
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torredemarf ill
Cinco poemas
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Gabriela Aguirre
A la entrada del restaurante
un gato movía la pata llamando la buena fortuna. Antes de ti otro gato, dorado y brillante, llamó para mí la suerte de lo desconocido. Tú no sabías que en aquellas lámparas rojas, entre la gente que esperaba turno, sobre la banqueta carcomida, yo leía nuestro destino: aquí el camino que se rompe, allí el silencio que se extiende hasta la punta de mis zapatos. El temor se agazapó entre los pies de los extraños y dejé que me llamaras, desde lejos.
1
Del libro La isla de tu nombre, Veliz Books, 2017.
torre de marfil |
3
A Inés Arredondo
Tengo fiebre:
la destrenzada melodía del cilindrero que no halla su nomenclatura. Leo a pedazos, presa de una narrativa atroz donde la locura es un río, una escalinata en medio del patio, un montículo, un relieve donde nadie lo espera. Leo y duermo a pedazos, como si algo descompuesto me llevara de regreso al pasado. Desde ahí, otra que también soy yo va a un restaurante, observa el menú y ordena una comida que no reconoce, extendida como un plato, delgada como una oblea. La mujer que me acompaña eres tú pero no tienes nombre porque has venido de otro sitio, prestada para estar conmigo en este sueño. Desde la fiebre prestada, desde otro sitio prestada, desde la que no soy, de regreso. Tú has pedido algo dulce y yo algo salado. Sonríes y comes. Sé que no eres tú pero igual sonrío. Mejor dicho: la que soy en el sueño te sonríe. Yo no estoy aquí, sólo me ha traído la fiebre, su destrenzada melodía de cilindrero.
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Por primera vez vamos juntas al mar.
Celebras los puentes del camino, sus colores y sus formas. Y nombras el lago que agoniza, las garzas que comen del espejo. Veo tus dientes brillando al sol y al viento porque sonríes para señalarme algo que no está en el paisaje. ¿Qué es lo que me dejas ver del mundo que nunca antes vi? ¿Por qué miro tus dientes o tus manos y son el primer diente, la primera mano que veo? Recién nacida de ti abro los ojos y encuentro pómulos y mejillas, lunares y líneas que parten por la mitad los dedos. Descubro apenas el mundo, el gris de la carretera, la dilatación de tus pupilas y la galleta que me pones en la boca. He nacido. Al deseo del mar, a la medida de los kilómetros, a los monosílabos que vienen de tu pecho.
Cuando del sombrero del mago
no sale lo que esperábamos y nuestras manos nos engañan al buscar dentro del bolsillo del pantalón o de la bolsa del súper. Cuando no aparece una paloma sino un cuchillo. No un cepillo de dientes, sino un sacacorchos. ¿Qué se hace con lo que hallamos sin haberlo buscado? Tentados a acariciar el cuchillo, viéndonos empuñar un sacacorchos, algo lastima: la decepción frente a la torpeza de nuestras manos, la equivocación que nos ha quitado lo blanco del conejo.
No conozco la isla ni las razones de tus padres, pero cuando hablas me dices la tierra, el agua, la orilla, mi cuerpo flotando en lo inmenso y remoto.
torre de marfil |
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rofanos y graf iteros
H. P. Lovecraft:
la razón contra la locura Ilustración que acompaña el relato “The Shunned House” [La casa evitada], de H. P. Lovecraft, en la revista Weird Tales, volumen 30, número 4, octubre de 1937, p. 419.
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Alejandro Badillo
Howard Phillips Lovecraft (1890 - 1937) encarna, quizás como ningún otro, la etiqueta de escritor de culto. Desde su hogar en Providence, Rhode Island, comenzó a construir un mundo poblado de seres fantásticos que, poco a poco, capturó la imaginación de los lectores hasta formar parte de la cultura popular. Hay varios elementos que pueden explicar la trascendencia de la obra lovecraftiana. Quizás, uno de los más importantes es la creación de una mitología fantástica que se fue decantando en cada una de las historias. En lugar de la dispersión propia de un espíritu renacentista, el autor norteamericano dedicó sus esfuerzos literarios a un solo tema: el descubrimiento de un pasado tenebroso, enterrado en lo más profundo de la tierra, que puede resurgir en cualquier momento. La visita obsesiva a los mismos paisajes no sólo sirvió para escribir cuentos y novelas cortas, sino que delineó a Lovecraft como un personaje muy cercano a la ficción. Al igual que Kafka o Jorge Luis Borges, la frontera entre el creador y su universo se diluye. Por esta razón, es difícil separar la obra lovecraftiana del hombre solitario, chapado a la antigua, encerrado en una gran biblioteca, escribiendo largas cartas, ajeno a los cambios de su época. Paradójicamente, más allá del estilo ampuloso de sus frases y de su fascinación por lo antiguo, Lovecraft era un habitante pleno del siglo xx y gran parte de su discurso está vinculado con los progresos técnicos y la visión del mundo del tiempo que le tocó vivir. Si dejamos de lado su obcecación dieciochesca, representada principalmente por castillos desvencijados o genealogías víctimas de una degeneración física y moral, podemos descubrir que es un autor más cercano a las historias de ciencia ficción que se popularizaron a partir de la década de 1920 que a las historias tradicionales de fantasmas que habían capturado las mentes de los lectores de épocas anteriores. Lovecraft, como afirma Rafael Llopis, uno de los estudiosos de su obra, entrelaza en sus historias elementos de la ciencia ficción, el espacio onírico y la fantasía. Sin embargo, el marco general en el que conviven estos intereses es
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la narrativa de terror. Este tipo de narrativa era, hasta finales del siglo xix, un pasatiempo popular que había capturado la imaginación de los lectores. El formato favorito de los escritores para provocar miedo era el cuento de fantasmas: Charles Dickens, Rudyard Kipling, Algernon Blackwood, M. R. James, entre otros, fueron exponentes de un género que materializaba un temor compartido por un gran número de personas: la intromisión de los muertos en el mundo de los vivos. Esa fobia ancestral que se intenta combatir o, al menos, apaciguar mediante numerosos ritos funerarios, perturbaba la imaginación de los lectores sin importar su origen o condición social. El espiritismo, por ejemplo, aún encontró practicantes a inicios del siglo xx. Sin embargo, con el paso del tiempo, el fantasma fue perdiendo su poder para asustar ya que los adelantos tecnológicos, el dominio de la razón y la ciencia del nuevo siglo lo guardaron en el desván de la superchería. La humanidad, sobre todo la que creía representar los valores civilizatorios, miraba más hacia el futuro que al pasado. Se volvieron populares las revistas con historias que hacían soñar con viajes al espacio y la conquista de mundos exóticos y coloridos. La Gran Depresión de 1929 contribuyó a que los estadunidenses se refugiaran en escenarios futuros en lugar de revisitar las historias que se contaban en una habitación oscura, apenas iluminada por el resplandor de una chimenea. En este punto de transición Lovecraft encontró una rendija para establecerse y formar una cosmogonía que ha ganado fuerza en la cultura hasta convertirse en un referente en la ficción del siglo xx y de nuestros días. Lovecraft agrupa sus historias más representativas en el ciclo llamado “Mitos de Cthulhu”. Sobresalen En las montañas de la locura (1931), La llamada de Cthulhu (1926), En la noche de los tiempos (1934) y El horror de Dunwich (1928), entre otros. Relato a relato, el autor
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detalla una nueva faceta de sus dioses y monstruos ancestrales que esperan la invocación adecuada para despertar. Además de este hilo conductor, hay una estructura similar en la mayoría de las narraciones. En primer lugar, destaca la construcción de un personaje prototipo —alter ego de Lovecraft—: un académico o investigador que, por diversas circunstancias, se involucra en el descubrimiento de un misterio que, con el paso de los días, muestra características más inquietantes. Este recurso es fundamental para entender el efecto que logra el autor ya que usa a su protagonista como un lector que se introduce en la narración mediante el escepticismo. Por ejemplo: en lugar de creer, de antemano, en la existencia del Necronomicón (obra imaginaria atribuida a “El árabe loco” Abdul Alhazred y mencionada en muchos de sus relatos), Lovecraft mantiene una dosis de ambigüedad que le otorga tensión a su historia. Se ofrece la referencia del Necronomicón como una posible mentira, pero en lugar de desecharla, la curiosidad del personaje por saber la verdad detrás del mito hace que ese libro adquiera matices cada vez más reales. De esta forma, un libro, una ciudad o la apariencia extraña de un pueblo casi abandonado, son sólo la punta del iceberg de un terror compuesto por muchos elementos desconocidos. Siguiendo la estructura planteada por Lovecraft, el investigador o académico pronto comienza a recibir más señales: cartas, llamadas telefónicas, encuentros misteriosos, noticias de periódico, incluso recuerdos que, de pronto, emergen del subconsciente, como una memoria punzante que se libera de sus cadenas. En “La sombra sobre Innsmouth”, por ejemplo, un vagabundo ebrio actúa como un bardo que narra, a un visitante recién llegado, la extraña relación entre una raza misteriosa que viene del mar y la progresiva degeneración física de los habitantes del pueblo. El protagonista menciona, una y otra vez, la poca fiabilidad de su interlocutor, pero no lo abandona mientras
cuenta su historia. “La noche de los tiempos”, otro relato que forma parte de los “Mitos de Cthulhu”, relata la historia de Nathaniel Wingate Peaslee, profesor universitario que —repentina e inexplicablemente— sufre un periodo de amnesia que dura seis años. A lo largo de la narración el protagonista descubrirá las huellas que dejó él mismo y que no recuerda: libros consultados, extrañas investigaciones arqueológicas que revelan seres que no pertenecen a este mundo, notas que escribió y que sacan a la luz a otro Nathaniel. Este forcejeo mental es constante en la poética de Lovecraft: el hombre lucha contra una locura progresiva y silenciosa. En lugar de apostar todos sus recursos a la pirotecnia de lo monstruoso, el autor contrapone la fragilidad de la mente humana. “Los mitos de Cthulhu” abrevan de las atmósferas psicológicas que se pueden encontrar en obras como Los elíxires del diablo del autor romántico alemán E. T. A. Hoffmann (1776-1822), Memorias privadas y confesiones de un pecador justificado, del menos famoso James Hogg (1770-1835) y, por supuesto, El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson (1850-1894). En estas novelas, el inconsciente, el monstruo que permanece escondido en nosotros, se revela como la verdadera raíz del mal. Por otro lado, también tiene vínculos con el tema del doble y su extrañeza, fenómeno que también estudió Sigmund Freud en su ensayo “Lo ominoso” publicado en 1919. Según esta perspectiva lo terrorífico acecha detrás de lo familiar, un recuerdo antiguo y casi olvidado. Por esta razón Lovecraft describe, una y otra vez, la existencia de seres primigenios que, de diversas formas, se relacionan con los habitantes de pueblos misteriosos. El autor plantea su deformidad, su devastación genética, su decadencia, como un espejo en el que se mira el extranjero que entra en contacto con ellos y en el que vislumbra algo enterrado en el tiempo. Esos dobles de nosotros, repulsivos pero familiares, son una de las aportaciones más interesantes del universo lovecraftiano. Otro aspecto a destacar, utilizado en casi todas las obras de Lovecraft, es el recurso del “falso documental”. El autor echa mano de elementos que forman parte de una posible investigación. Por esta razón encontramos reportes periodísticos, museos, intentos por explicar racionalmente las amenazas que se ciernen sobre los personajes. En “El susurrador en la oscuridad”, nos guiamos por la enfebrecida correspondencia entre Albert Wilmarth y Henry Akeley. Este último afirma tener pruebas de la existencia de una raza maligna que habitó la Tierra en una época en
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la que no existía el hombre. Por un lado, Lovecraft despliega una escenografía moderna (autos, telégrafo, comprobaciones científicas, audios grabados) y lo contrasta con el territorio en el que se interna Wilmarth cuando viaja al encuentro de su interlocutor a quien sólo conoce por sus cartas cada vez más convincentes. Mientras Wilmarth se dirige al pueblo en el que vive Akeley se da cuenta que la ciudad queda atrás y sólo resta enfrentarse a un camino solitario, un lugar que no aparece en los mapas. De esta forma percibimos que la maldad también habita una naturaleza silenciosa, es un ente que amenaza desde la penumbra. No es gratuito que Lovecraft recurra a larguísimas descripciones de bosques, caídas de agua, páramos oscuros. Este recurso hace que la narrativa se traslade a un ámbito intemporal, como si el alejamiento de la ciudad al escenario rural no fuera solamente un desplazamiento espacial sino un retorno en el tiempo. Es entendible que, en la época que lo tocó vivir a Lovecraft, los lectores fueran más sensibles a descripciones monstruosas y frases grandilocuentes. Quizás, para el contexto actual, las persecuciones y los descubrimientos lovecraftianos parezcan meros antecedentes o, incluso, parodias involuntarias de los largometrajes de zombis u otros subgéneros del cine de terror. Sin embargo, si ponemos más atención en el desarrollo de las historias, podemos encontrar elementos que plantean reflexiones acerca del tiempo y de la imposibilidad de conocer la verdad de las cosas. Los seres primordiales que habitan “Los mitos de Cthulhu” viajan a través de la historia y la modifican; su poder no reside en la violencia sino en la transformación del ámbito en el que vive el hombre. Por esta razón los personajes de Lovecraft parecen involucrarse en una pesadilla kafkiana: caminan por laberintos de evidencias, descubren cosas a medias, escarban en la tierra buscando lenguajes que son un déjà vu de ellos mismos. Los habitantes de estas narraciones siguen siendo reflejo de las inquietudes más profundas del ser humano y, por eso, conservan, casi intacta, su condición de pesadilla.
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H. P. Lovecraft: vagabundo onírico
Iliana Vargas Ilustración que acompaña el relato “Beyond the Wall of Sleep” [Más allá del muro del sueño], de H. P. Lovecraft, en la revista Weird Tales, volumen 31, número 3, marzo de 1938, p. 331.
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Soy una entidad igual a la que tú mismo asumes en la libertad que da el sueño sin sueños. Soy tu hermano de luz y he flotado contigo por los valles resplandecientes. No me está permitido hablarle a tu ser terrestre despierto acerca de tu ser real, pero somos vagabundos de los amplios espacios, viajeros de múltiples eras. H. P. Lovecraft, “Más allá del muro del sueño”
Sé que por lo general, cuando se menciona el nombre de Howard Phillips Lovecraft es inevitable relacionarlo con la cosmogonía que constituye los “Mitos de Cthulhu” y la pléyade de dioses Primordiales —Antiguos o Primigenios— que rigen su imaginario de multiuniversos, acaso porque la monstruosidad y la especulación en torno a lo desconocido son fascinantes e inherentes a nuestra naturaleza y a nuestra capacidad de vislumbrar los secretos de aquello que no se ve entre la luz de las constelaciones que titilan sobre nuestras cabezas o en las profundas sombras bajo nuestros pies. Pero además de los terribles destinos que auguró para la humanidad entera en caso de que estos dioses despertaran o lograran salir de sus guaridas extraterrestres, Lovecraft creó toda una cartografía de mundos oníricos que son explorados por personajes con los que es muy fácil identificarse gracias a que nosotros mismos nos entregamos cada noche a las rutas inconmensurables del sueño. No podría decir exactamente cuál fue el primer libro que leí de Lovecraft, pero recuerdo muy bien que la portada estaba ilustrada por H. R. Giger y que yo acababa de entrar a la preparatoria. Supongo que en esa época no estaba lista para él, porque lo abandoné a cambio de Bradbury, Ende y Huxley, y volví a retomarlo mucho tiempo después, gracias a la recomendación de un amigo librero con el que empecé a trabajar durante mis últimos años de la carrera de Letras Hispánicas, en la Facultad de
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Filosofía y Letras de la unam. Siento que aunque era la segunda vez que me encontraba con Lovecraft, en realidad era la primera en que hacía una conexión profunda con su imaginario, quizá porque yo ya tenía cierta filia por la literatura fantástica y la ciencia ficción, y entonces pude descubrir lo que mi yo adolescente no había podido comprender en su momento: además de la construcción cosmogónica que le caracteriza, las historias de Lovecraft están llenas de descripciones detalladas, atmósferas poéticas, referencias filosóficas, políticas, matemáticas y sobre todo esa sensación ominosa de estar cruzando límites, ya sea de realidad inmediata, cósmica u onírica; límites que además sus personajes no cruzan por accidente o por casualidad, sino de manera voluntaria e incluso obsesiva. Creo que desde ese segundo acercamiento hasta ahora, Lovecraft se ha convertido en uno de los autores a los que regreso por temporadas, en particular durante las épocas en las que mis sueños son más lúcidos e intensos y no puedo trasladar las sensaciones o los paisajes visitados en ellos a esta realidad porque, como sabemos, al transcribir o contar un sueño suele perderse la riqueza de las imágenes y la secuencia de su fluidez narrativa, la cual, al mirarla con nuestra estructura racional, no es más que una serie de retazos y centelleos incoherentes. Sin embargo, en los textos dedicados a la exploración onírica, Lovecraft logra mantener la forma, la tensión y la atmósfera extrañísima pero a la vez familiar en la que uno deambula cuando duerme, y eso me induce a pensar que compartimos una confidencia que crece mientras más alejado de lo conocido se encuentre el lugar que describe y más terribles sean para sus personajes las consecuencias de las visitas a esos parajes, pues, volviendo a la experiencia personal —y a riesgo de parecer uno de sus protagonistas— me resulta cercana la sensación de haber perdido algo o de haber mutado de alguna manera durante determinados sueños. Y es que el sueño es uno de esos misterios que nació junto con la conciencia del ser humano. Se le ha considerado fuente de conocimiento y conexión con lo divino desde que los pueblos originarios desarrollaron la noción del chamán y el chamanismo, y ha sido motivo de estudio y exploración estética, cultural y psicológica en diversas partes del mundo a lo largo de la Historia. Por supuesto, este misterio también ha sido fuente para el campo de lo mágico, lo siniestro, lo ominoso y, en el caso de Lovecraft, para nutrir su horror cósmico. No sé si Lovecraft habrá leído a Nerval, pero hay un punto de encuentro entre ambos, partiendo del párrafo con que se inicia Aurelia:
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El sueño es una segunda vida. No he podido penetrar, sin estremecerme, esas puertas de marfil o cuerno que nos separan del mundo invisible. Los primeros instantes del sueño son la imagen de la muerte; un adormecimiento nebuloso embarga nuestro pensamiento y no podemos determinar el instante preciso en que el yo, bajo otra forma, continúa la obra de la existencia. Es un subterráneo indefinido que se ilumina poco a poco, y donde se desenvuelven a la sombra de la noche, las pálidas figuras, gravemente inmóviles, que habitan en la mansión del limbo. Después, el cuadro se forma, una claridad nueva lo ilumina y las fantásticas apariciones se mueven: el mundo de los Espíritus se abre ante nosotros.
Por su parte, en “Más allá del muro del sueño”, uno de los narradores de Lovecraft afirma lo siguiente: Mi experiencia no me permite dudar que el hombre, al perder su conciencia terrena, se ve de hecho albergado en otra vida incorpórea, de naturaleza distinta y alejada a la existencia que conocemos. […] Podemos suponer que en la vida onírica, la materia y la vida, tal como se conocen tales cosas en la tierra, no resultan necesariamente constantes, y que el tiempo y el espacio no existen tal como lo entienden nuestros cuerpos de vigilia.
Si bien Nerval y los románticos europeos desarrollaron una literatura en la que el sueño era detonador recurrente, en sus historias y poesía había una intención por replicar, de manera delirante, sucesos que les obsesionaban en la vida cotidiana, relacionados con cuestiones amorosas, existenciales o filosóficas. En el caso de Lovecraft, la diferencia es que él plantea el sueño como un gran puente hacia otros modos de vida en diversos puntos del universo, donde los personajes terrestres que llegan a aventurarse en ellos suelen manifestar cierta atracción por los modos de vida no convencionales y buscan escapar de la monotonía, la hipocresía, la rigidez y la trivialidad de las aspiraciones humanas. Ahí no hay una medida espacio-temporal como la conocemos; ni siquiera una noción de bi o tridimensionalidad. Ahí el cuerpo también desaparece: lo que existen son entidades que se comunican mediante ondas lumínicas, vaporosas y líquidas de esencias desconocidas, cuyo fin es hacerle saber al visitante que ha llegado a un lugar infinito y por tanto inconcebible para el ser humano, pues éste se ha esmerado en estructurar una visión limitada y regulada apenas para suponer una sobrevivencia productiva y armónica. La obra lovecraftiana que se concentra en estos temas se conoce como Ciclo Onírico, y de ella me gustaría destacar “La nave blanca”, “Celephais”, “Hypnos”, “Los otros dioses”, y en particular “Más allá del muro del sueño”, “La búsqueda en sueños de la ignota Kadath”, “La llave de plata” y “A
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través de las puertas de la llave de plata”. Se trata de cuentos y novelas breves en donde Lovecraft se dedica a trazar toda una cartografía junto con sus dioses, habitantes —ajenos a toda fisionomía humana—, lenguajes, códigos sonoros, gama de colores, reglas y estatutos (que pueden ser de lo más básico, como la prohibición de matar gatos, hasta lo más trascendental, como aceptar desapegarse por completo de todo lo humano para integrarse a esta otra inmaterialidad cósmica e infinita). En “A través de las puertas de la llave de plata” se encuentra una descripción que da una muy buena idea de estas visiones: Monstruosas formas de vida se movían con lentitud a través de escenarios fantásticos como jamás han aparecido ni en los más delirantes sueños del hombre, en medio de vegetaciones increíbles, de acantilados, de montañas y de edificios distintos en todo a lo que el hombre construye. Había ciudades bajo el mar que estaban habitadas, y había torres que se alzaban en los desiertos; de ellas despegaban globos y cilindros, también criaturas aladas, y regresaban a ellas después de cruzar los espacios.
El protagonista de la mayoría de estos vagabundeos es Randolph Carter —a quien es fácil reconocer como alter ego de Lovecraft— y en los que se involucran otros amigos y estudiosos de lo oculto y los misterios orientales, como Harley Warren, Ward Phillips, Ernest Aspinwall y Ettienne Laurent de Marigny, a quienes podemos asociar con los integrantes del Círculo de Lovecraft, amigos con quienes intercambiaba correspondencia en torno a los temas por los que compartían intereses volcados en estas historias: el ocultismo, las religiones, filosofías y lenguajes orientales, la astronomía y estudios científicos sobre los entornos de todos los universos posibles y por tanto desconocidos. Quizá sea la sola idea de esta infinitud y multiplicidad la que propicia una sensación de caos y angustia en sus personajes y en quienes lo leemos, pues rompe de inmediato con las reglas establecidas desde hace años en la estructura de nuestra civilización que indica que todo puede clasificarse en orden binario: bien y mal, arriba y abajo, blanco y negro, día y noche, etcétera. Ante ello, Lovecraft dice que no, que hay distintos universos y distintos modos de acercarse a ellos, de mirarlos e interactuar con sus procesos evolutivos e incluso de descubrir que somos capaces de encarnar nuestras otras identidades cósmicas; pero para lograrlo, para llegar a ese punto, hay que cruzar ciertos umbrales y sobre todo aceptar que el mundo de la conciencia onírica es la clave para acceder a todos estos conocimientos, a todas estas posibilidades de existencia más allá de todo cuerpo y toda materia o medida humana.
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Síndrome Lovecraft: el eterno retorno del terror
Valentín Chantaca González Ilustración que acompaña el relato “The Haunter of the Dark” [El cazador de la oscuridad], de H. P. Lovecraft, en la revista Weird Tales, volumen 28, número 5, diciembre de 1936, p. 539.
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Desde que puedo recordarlo, me gusta el terror. Me entusiasma, me paraliza. No lo considero moda pasajera ni mero concepto, sino una realidad funesta que podría ocurrir en cualquier instante. No sólo me gusta, apreciable lector, si es que me permito ser sincero. Para millones de personas (entre ellas me incluyo), el terror es una fascinación perdurable, un hechizo que no se disipa conforme transcurre lo cotidiano. Basta con pensarlo un poco, suficiente con imaginarlo por un momento. Una catástrofe distinta acechando en cada esquina, eso es el terror auténtico. Eso es verdadero entretenimiento. Es una idea que nunca se aleja de ciertas mentes; una noción indefinible que perturba sin descanso. Peculiar placer, lo admito. Disfruto con el potencial de los sustos, con la presencia de los horrores. Tal vez es un gusto extraño, lo sé. Una creencia incómoda, la del adepto estremecido. Pero no puedo sacudirla por más que lo intente, simplemente surge. Me gusta temblar ante la fantasía de lo posible, ante la certeza de lo que desconozco. Tal vez algunos de ustedes han experimentado estas sensaciones. No están solos. Siempre he tenido en cuenta la amenaza de lo siniestro. Apenas era un niño cuando descubrí esta intuición, un sentido más allá de los sentidos. Una sospecha oscura, una imaginación trastornada. Apenas comenzaba a entender las atrocidades que ocurren entre las sombras. La intuición pronto se convirtió en obsesión. Con ansias escuchaba las historias de brujas en los cerros y de muñecas que cobran vida. Historias que me hacían temblar de miedo y de emoción. Después descubrí la lectura y los relatos sobrenaturales. Aunque lo intente hasta el cansancio, no es sencillo escapar de su dominio. Es una fuerza latente. El terror existe desde el principio, tanto del tiempo como de nuestras vidas. Es una influencia ineludible, es atracción y gravedad.
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Existe desde los albores del cosmos, cuando los planetas eran infantes y las galaxias estaban recién nacidas. Es una parte imprescindible del mundo y una fracción esencial de nuestra naturaleza. Basta con pensarlo un poco, ¿no es así? En ocasiones, contamos historias para aterrar a otros y también las escuchamos para sentir miedo. Es decir, en cada uno de nosotros hay una disposición implícita hacia el espanto. Para algunos es un deleite, para otros es un tormento. Me gusta asustarme, no tengo justificación. Es un impulso irrefrenable, una ambición inconclusa. No sé por qué aparece ni de dónde proviene, tan sólo lo disfruto. Me gusta imaginar que hay garras debajo de mi cama. Es un deseo frustrado. Me fascina pensar en monstruos y criaturas, especular sobre sus apariencias y sus intenciones. Tal vez, el terror es algo parecido al instinto. Quizás es una infección anhelada o un síndrome autoimpuesto. Me encanta el terror, no puedo evitarlo. Las personas que se afilian voluntariamente al credo de lo espeluznante, suelen establecer conexiones ideológicas mediante el intercambio de referentes que, a su vez, son interpretados y difundidos por medio de estéticas particulares, las cuales fungen como un vínculo común, incluso entre individuos que no hubieran convivido de otro modo. En otras palabras, el terror también une la voluntad de sus creyentes. Hoy en día, dicha comunión es posible gracias a la diversidad de plataformas tecnológicas, sociales y culturales que nos enlazan (incluyendo películas, arte gráfico y pictórico, videojuegos, música y obras literarias). Pesadilla en Elm Street y el desquiciado Freddy Krueger; Live After Death de la banda Iron Maiden y la novela It de Stephen King, son sólo algunos ejemplos de referentes comunes en el terror (aquí entendido como un fenómeno cultural a gran escala). Cuando conozco a alguien que comparte estos referentes, de inmediato se
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manifiesta un sentido de complicidad, surge un reconocimiento mutuo. “¿De verdad te gustan las tripas y los reptilianos? Qué casualidad, a mí también”. Somos hijos de lo macabro, los iniciados en la desgracia y la tragedia. Al menos como acto imaginativo, no es que nos juntemos por las noches para cazar vampiros y exorcizar demonios. Todos los hijos necesitan a sus padres, parece lo más evidente y natural. En este sentido, considero que el legado de Howard Phillips Lovecraft destaca por su permanencia y reapropiación en la cultura popular actual. Si te interesa el terror, todos los caminos llevan a Lovecraft. Si no lo crees, intenta esquivar los tentáculos. Por supuesto que la voz inmortal de Poe aún resuena con fuerza, pero es la obra de su ilustre discípulo la que ha logrado asegurar un merecido sitio en el mainstream de la cultura pop. ¿Quién lo diría? Hasta el temible Cthulhu tiene su propia marca de cereal azucarado. Resulta inquietante notar que una inmensa mayoría de los que se sienten atraídos por este llamado “subgénero” (ya sea en literatura, cine u otras disciplinas artísticas), muchas veces coinciden en el mismo punto cardinal: en Lovecraft, en el abismo de su horror cósmico. O tal vez, si uno lo piensa con detenimiento, no se trata de una casualidad. Por el contrario, encontrarse con Lovecraft es una consecuencia derivada de una terrible búsqueda. En un tesoro maldito, una recompensa que muchos hubieran preferido dejar pasar. Pero una vez que te has asomado al abismo, jamas volverás a ser la misma persona. Autores tan célebres como Neil Gaiman, Clive Barker y Caitlin R. Kierman han admitido el tremendo influjo que los relatos de Lovecraft tuvieron sobre sus propias obras, tanto en una etapa formativa como en
los años de madurez. Ecos de la narrativa lovecraftiana retumban en todo tipo de contenidos audiovisuales, convirtiendo a sus monstruos y criaturas en personajes populares y reconocidos. La juventud los adora, incluso si se trata de un grupo de deidades destructoras. Basta mencionar los cameos de Cthulhu y otros dioses profanos en series televisivas como Los Simpsons y Rick & Morty. En el magistral ensayo El terror sobrenatural en la literatura, el autor nacido en Providence, Rhode Island, explica algunos de los motivos que limitan la recepción del terror como legítimo vehículo narrativo y como sistema filosófico. Lovecraft declara: El atractivo de lo macabro, desde un punto de vista espectral, generalmente es limitado puesto que exige del lector un cierto grado de imaginación y una capacidad para desligarse de la vida cotidiana. Son relativamente pocos los que cuentan con la libertad suficiente respecto al influjo de la rutina diaria como para responder a las llamadas del exterior [...] Pero los sensitivos siempre están con nosotros, y en ocasiones una curiosa corriente de fantasía invade un rincón de la cabeza más recalcitrante; de modo tal que no existe la cantidad suficiente de racionalización, reforma o análisis freudiano que pueda anular el estremecimiento del susurro del rincón de la chimenea o el bosque solitario.1
De acuerdo con estas palabras, aquellos que persiguen el terror deben ser plenamente libres, al igual que deben tener la determinación de ejercer esa libertad hasta sus últimas consecuencias. Es una aflicción, un delirio. Lo denomino Síndrome Lovecraft. Es el deseo de intentar revelar lo que está oculto, de asomarse a las profundidades insondables. Es la curiosidad desorbitada y fatal, 1 Howard Phillips Lovecraft, El terror sobrenatural en la literatura, Barcelona, Planeta, 2010, pp. 3-4.
es la última de las intrigas. Después viene la locura y la redención. En otro pasaje, Lovecraft realiza una serie de predicciones sobre el porvenir de la literatura de terror. Casi podría decirse que se trata de una profecía, que sigue cumpliéndose hasta nuestros días: Para aquellos que se deleitan en la especulación sobre el futuro, el relato de terror sobrenatural les ofrece un interesante panorama. En lucha con una creciente oleada de pesado realismo, cínica frivolidad y sofisticado desencanto, no obstante cuenta con el impulso de una corriente paralela de misticismo [...] y con la estimulación de la imaginación que otorgan la ampliación de horizontes y las barreras que ha traspasado la ciencia moderna con la química atómica, la astrofísica avanzada y las investigaciones en pensamiento humano. [El relato de terror] es una reducida aunque esencial rama de la expresión humana y, como siempre, atraerá principalmente a un público limitado con una aguda y especial sensibilidad.2
El terror siempre regresa a la mente de las personas dispuestas a creer. Es una criatura despiadada y leal, que nutre nuestro espíritu y lo consume al mismo tiempo. Es el eterno retorno, el principio y el desenlace de lo infinito. Es ahí donde residen los monstruos incomprensibles que acechan nuestra imaginación, en lo desconocido. Es ahí donde Lovecraft ha alcanzado la inmortalidad, donde desata su infección incurable. ¿Y usted ya comprobó sus síntomas, apreciable lector? ¿Observó su lengua en el espejo y midió su temperatura? No vaya a ser que ocurra lo peor, que usted también padezca el Síndrome. No, no, ni pensarlo, que la gracia de Cthulhu nos libre.
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Ibid, pp.150-151.
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Piedad y culpa en Frankenstein de Mary Shelley Araceli Mancilla Zayas 20 | casa del tiempo El actor británico Boris Karloff caracterizado para la película Frankenstein, dirigida por James Whale en 1931. (Fotografía: Silver Screen Collection / Getty Images)
Frankenstein o el moderno Prometeo fue publicada en 1818, a los veinte años de su autora, la británica Mary Shelley (Londres, 1797-1851). Ella había comenzado a escribir la historia en junio de 1816 siguiendo la provocación lanzada por Lord Byron durante una tertulia en la Villa Diodati, en Ginebra. La escritora se encontraba ahí a invitación del poeta, junto con su esposo, el escritor Percy B. Shelley, su hermanastra Claire y el asistente y médico de Byron, John William Polidori. Fueron días aquellos llenos de neblina, lluvia y tormentas. Nada de la temperatura y el paisaje que esperaban. La fecha de aquel encuentro fue el 16 de junio de 1818, imborrable ya en la historia de la literatura. El extraordinario mal tiempo que vivían los amigos en Ginebra lo ocasionaba un trastorno que afectó a Europa entera, y seguramente al resto del mundo. El monte Tambora había hecho erupción en Indonesia durante la primavera del año anterior, 1815, y sus efectos lo resentían ahora aquellos artistas británicos que coincidieron durante ese verano en Suiza. Consecuencias de la globalidad climática. La historia concebida por Mary Shelley a instancias de Byron, quien había lanzado al pequeño grupo la propuesta de escribir una historia afín mientras se distraían de la oscuridad y el frío contándose historias alemanas de fantasmas y espíritus, fue la primera en concluirse, pero dos años después, en 1820, vendría la publicación de El vampiro, de J. W. Polidori. Irónicamente, ninguno de los renombrados poetas, ni Byron ni Shelley, cumpliría con el reto propuesto por el primero. No obstante, Byron incluyó en su poema “Mazeppa” el texto que había iniciado para la ocasión. Por su parte, Shelley ayudó a su esposa a escribir las cuatro cartas introductorias de Frankenstein… en homenaje a su admirado Coleridge y en particular al poema “The rime of the Ancient Mariner.”
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Además del pretexto que le dio origen, es fascinante, en esta primera obra de la joven escritora, el que haya llegado a nosotros con el poder de seducción obtenido desde que vio la luz, hace ya dos siglos. Lo es, entre otras cosas, por la actualidad bajo la cual nos induce a mirar los monstruos que construimos y de los que no nos hacemos responsables. Es en este sentido que Rosa Beltrán interpreta con agudeza la propuesta reflexiva de Mary Shelley en el pequeño y delicioso libro El nacimiento del monstruo. La lectura de Beltrán sugiere que, al escudriñar en la figura de J. W. Polidori, amigo ocasional de quien tanto Byron como Percey B. Shelley hicieron escarnio durante las veladas transcurridas en la Villa Diodati, Mary Shelley habría podido imaginar al joven médico Victor Frankenstein buscando la manera de poner en práctica sus conocimientos para aportar al mundo un descubrimiento grandioso. Como sabemos, la contribución del Dr. Frankenstein consistió, gracias a sus indagaciones científicas, en dar vida a lo que no la tenía y crear un ser formado de despojos humanos. Pudo así el novel investigador llevar a la práctica una teoría con la que se especulaba, y alcanzar lo reservado hasta entonces a las fuerzas naturales de la creación. Contrario a lo que pudiera pensarse, las cualidades de estilo en Frankenstein, apegadas al romanticismo de la época con sus descripciones minuciosas de ambientes, paisajes y sentimientos fundidos en el mundo natural, siguen siendo cercanas a nuestro gusto literario, pues aportan, sin exagerar, detalles de un mundo a veces áspero, a veces guardián de ocultas bellezas que valoramos ante el presente de nuestro entorno cada vez más hostil y depredado. Y no extraña la destreza narrativa de Mary Shelley ni la hondura de su mirada de cara a su personaje principal y su criatura, después de conocer algunos detalles biográficos que la ubican como hija de dos intelectuales revolucionarios en su campo. A saber, la madre, Mary Wollstonecraft, fue una de las primeras escritoras feministas de la historia; el padre, William Godwin, destacó en su época como filósofo anarquista de ideas libertarias. Ambos pensadores influyeron en el desarrollo intelectual de la escritora. La madre lo hizo sólo mediante sus textos, pues murió a los pocos días de dar a luz a Mary, y el padre, dándole una educación excepcional alejada de la enseñanza escolar. Si estos factores familiares dicen algo sobre las razones de la admirable madurez que se percibe en Frankenstein, en cambio por qué Mary Shelley orientó su novela de la forma como lo hizo queda plasmado en
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sus propias palabras, de manera clara y sencilla, en el prólogo que elaboró para la novela, donde ofrece al lector aún más pistas de sus dotes no sólo literarias, sino de su posición ética frente al mundo. En este texto de inicio, la escritora ubica al lector en el fundamento de su narración situando el hecho central de la creación artificial de un ser humano, en el campo de lo posible, y se desliga así, se puede creer, de haber seguido del todo la petición de Byron, pues, finalmente, su historia no resulta ser sobre fantasmas, revinientes o aparecidos, sino sobre un hecho susceptible de realizarse, al menos desde la perspectiva de algunos científicos de la época, como era la del doctor Erasmus Darwin (abuelo de Charles). A la vez, la autora explica que esta elección le permite ahondar en las pasiones humanas con más “comprensión y autoridad” que si hubiese optado por hechos “estrictamente reales”. Lo cierto es que, quiso, sin duda, apegarse a reglas clásicas de composición y tratamiento de la “naturaleza humana”; tanto que expone como sus referentes en este aspecto a la propia Ilíada; a La tempestad y El sueño de verano de Shakesperare, así como El paraíso perdido de Milton. Algo que llama la atención en la declaración de principios que constituye este breve prólogo, es el deseo de Mary Shelley de presentar, en el campo de las “creencias morales” de sus personajes, la “bondad del amor familiar y las excelencias de la virtud universal” frente a los “perniciosos efectos de las novelas actuales”. Al final, debemos hacernos la pregunta de si se realiza este propósito. A la historia de Frankenstein o el moderno Prometeo la preside el fuego como símbolo de creación y destrucción. El irrefrenable amor al conocimiento científico domina el suceso determinante de la trama, y enseguida le sigue otro tipo de amor: el anhelo de perfección moral, el deseo de compartirse con otros, de ser para los otros. Ambos tipos de aspiración corresponden a valores de la modernidad dentro de la cual se construye la novela. Lo radical en ella es la manera en que logra ponerlos en contradicción y encontrarles salida. Y la culminación no es feliz. Quizá sí un tanto nihilista. En Frankenstein reside de principio a fin una rebeldía medular, un salirse del camino trazado que abrirá paso a expresiones literarias descarnadas de los años siguientes. En la obra de Mary Shelley la irremediable inclinación del hombre de entregarse, casi siempre a ciegas, a su pasión y con ella a la fatalidad de su destino, inclinación sin la cual no es posible
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ningún descubrimiento, ninguna felicidad verdadera ni horror suficiente, se expone con una melancolía perpetua donde pervive la angustia existencial que será el sello ontológico del siglo veinte hasta nuestros días. Sin embargo, la sombra que cubre a la novela, relacionada con el ambiente físico como con la incertidumbre espiritual de los personajes, lleva todavía consigo la carga de un lenguaje amoroso, incluso si no anida en ella la posibilidad de una redención que los libere de sus faltas e ignorancia, salvo la de la muerte. Aparte de ser un extraordinario estudio sobre la otredad, que en la criatura del Dr. Frankenstein concentraría la barbarie de nuestra incomprensión ante aquello que es distinto, que no se nos parece, al menos en la superficie, la novela es desde luego mucho más. En el solo campo de los valores familiares, que la autora pone por delante, es claro que el amor filial, la lealtad y el cariño entre hermanos, la entrega entre consortes, el amor de pareja y la amistad son faros que guían la actuación de Victor Frankenstein. Pero ni aun estas cimas de la virtud y la dicha humana, tan apreciables para el personaje, lograrán alejarlo del abismo que lo espera; de la pasión donde perderá la calma. En Frankenstein dos sentimientos ineludibles y complementarios van tejiéndose en el vasto hábito que porta la novela: la piedad y la culpa. El deber moral familiar es asumido como un trasfondo venerable, que al ser trastocado por la tentación, por la ambición de ir más allá, en este caso en el conocimiento y la experimentación, deforma la personalidad del personaje principal, e indirecta y fatalmente, también de la criatura que crea. Mucho antes que el monstruo formado con carne putrefacta y animado por la luz cobre cuerpo y vida, en el alma del Dr. Frankenstein se han dado ya luchas oscuras, inconfesables, indignas de un hombre bueno, que es indispensable ocultar. La tentación del mal tan parecido al bien, o tan indistinguible de este, es sufrimiento irremediable frente a la imposibilidad de delinear las fronteras de uno y otro. Cuánto de lo que hacemos no podría situarse, ambiguamente, en uno u otro lado, parece plantearnos, desafiante, la novela. El fino espíritu del Dr. Frankenstein, la lucidez de su mente y su innegable deseo de hacer lo mejor no impiden que lo arrastre la obsesión de ponerse a prueba hasta el límite de sus facultades. Hasta el fondo de sí mismo. En el camino de la obsesión que lo consume, entre los varios monstruos mentales que le crecen al científico, la culpa es el más grande, el más evidente, pues a cada paso que da, con cada avance, parece encarar
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a la vez un desafío moral, cometer yerros que le destruyen el ánimo. Sus logros intelectuales le pudren los afectos. Y lo más terrible es ver no tanto cómo surge su criatura para empavorecer al mundo, sino cómo él es incapaz de tomarla, conocerla y amarla. Las consecuencias de este desapego, de esta incomprensión ante lo que ha surgido de sus propias manos, de este amor que se tuerce al realizarse, es lo que crea al monstruo interior del Dr. Frankenstein: su culpa feroz. Al mismo tiempo, como consecuencia de la culpa, cual neblina que lo rodea todo, el paisaje, la mente, los sentimientos, surge la piedad. Conforme avanza la catástrofe que acaece por su causa, Frankenstein ve crecer en él, junto a su culpa monstruosa, una compasión ilimitada. El anhelo de compensar a quienes han sido víctimas de su inconsciencia domina al científico. El remordimiento y el arrepentimiento mezclados con el odio y la culpa harían de él un ser perdido de sí mismo si no fuera por su voluntad de expiación, pues no encuentra otra salida que destruir lo que no comprende, a lo que no se puede acercar más que con repugnancia. Frankenstein nos encara con un gran tema de nuestro tiempo: la dificultad de comunicarnos con el otro, de entenderlo, de eludir la aversión que nos causa. Dice Mary Shelley por boca de Rosa Beltrán “Pensé que no importa en qué convirtamos al otro siempre y cuando nos hagamos responsables de ello. La incapacidad de hacernos cargo de aquel otro que construimos es lo que debería darnos miedo”. 1 La incapacidad de resolver este dilema es la raíz de la compasión por la que clama el Dr. Frankenstein. Una piedad que, más que para los otros, en su angustia infinita el científico buscaba para sí. Es conmovedor en la novela ver cómo, ante la absoluta destrucción de lo que ama, este sentimiento va ocupando poco a poco todo su espacio anímico. Mary Shelley por supuesto sabía de lo que hablaba al imaginar a su personaje. Pese a su juventud, sabía. Había conocido, y bien, lo que eran los demonios de la pasión y, probablemente, de la culpa. ¿Su afilada sensibilidad y la osadía con la que vivió le permitieron nombrarlos mediante Frankenstein? ¿Pudo darles con la novela una posibilidad ficticia para apiadarse de ellos? De nuevo, el texto de la vida precede al texto de la narración. Es otra obra y la misma.
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El nacimiento del monstruo. Verano de 1816 en Villa Diodati, México, unam, 2016.
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La constancia de la derrota:
entrevista con Enzo Traverso Enzo Traverso en Barcelona en 2017. FotografĂa: Gemma Planell, https://bit.ly/2CBhKuN
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Rafael Toriz
Doctorado por la Escuela de Altos Estudios de Francia y profesor en la Universidad de Cornell en Estados Unidos, Enzo Traverso (1957) es uno de los protagonistas de la llamada nueva historia intelectual y uno de los humanistas de izquierda más prestigiosos del presente. Autor de libros como Los marxistas y la cuestión judia, Cosmópolis. Figuras del exilio judeo-alemán y La historia como campo de batalla, Traverso estuvo de visita por Buenos Aires a inicios de noviembre pasado para presentar su más reciente libro, Melancolía de izquierda, publicado por el Fondo de Cultura Económica. Mi primera pregunta sería por el armado del libro en un improbable original, puesto que recuerdo haber leído fragmentos de esta obra en la revista Otros diálogos, de El Colegio de México. Me llama la atención porque en aquella versión al español se traducía directamente del francés, a diferencia de la versión que edita el fce en Argentina, que traduce directamente de la edición en inglés. Antes de establecerme en Estados Unidos he vivido y trabajado durante muchos años en Francia, a pesar de que soy italiano. Mi vida ha estado atravesada por varios países, y este libro nace de una reflexión nómada. La idea del libro nació en Estados Unidos, por ello algunos capítulos fueron escritos en inglés, pero la obra incluye otros escritos previamente en francés publicados en libros y revistas. Todos fueron reescritos para esta edición. Me encanta que esté disponible la versión en español porque creo que sus temas son de interés trasnacional. El libro atiende temas que le competen a la izquierda global. Dado el estado presente del mundo, parece ser un instante muy preciso para llevar a cabo el luto definitivo por los ideales de izquierda —al menos los más significativos— en buena parte del mundo. Pienso a bote pronto en los casos de Argentina, Estados Unidos, Italia y Brasil.
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Sin lugar ha dudas algo está muerto. Empezando por una concepción de la revolución y por tanto del cambio social y político, de una práctica y una cultura, la del comunismo por ejemplo, que dominó el siglo xx y hoy ya no es vigente. Eso murió y es necesario elaborar el duelo de esa izquierda que fracasó a nivel global. Fracasó no sólo como modelo sino luego de haber tenido éxitos con movimientos de masas. Algo que cambió la cara desde China hasta Vietnam, pasando por Cuba. Sólo mediante el duelo será posible elaborar un balance crítico para construir una memoria crítica de ese fracaso para conectar el duelo con lo que está emergiendo en el mundo de hoy. Todos los movimientos que aparecieron en la última década —Occupy Wall Street, Black Lives Matter, los Indignados en España, la Nuit Debout en Francia— presentan una falta de capacidad de proyección utópica en el futuro; eso no puede explicarse sin las derrotas de las revoluciones del siglo xx. Todas estas transformaciones no son sincrónicas. Lo que ocurre en América Latina hoy es asincrónico. La oleada de izquierda que hubo sucedió en el momento de la restauración neoliberal en Europa. Mientras que hoy en América latina hay una crisis profunda de la izquierda. El caso de Brasil es emblemático, luego del cambio en la Argentina con Macri. Mi libro plantea los problemas desde una perspectiva histórica global. A lo largo de tu libro aludes a algo que llamas la tradición oculta, en referencia a cierta vocación más o menos velada de la izquierda por el fracaso, incluso casi una folclorización de la derrota a la manera de una profecía autocumplida: es como si para ser verdaderamente de izquierda hubiera que coronarse perdiendo. El enfermo enamorado de sus heridas. Eso lo entiendo, pero trato de reflexionar con mente fría. Si nos ponemos lúcidos, podemos decir que la historia de la izquierda es la historia de dos siglos de movimientos que buscaron un cambio radical y que lograron resultados significativos que cambiaron la cara del planeta. Pero la historia del comunismo, del socialismo y desde la revolución francesa es una historia de fracasos. Al leer a los clásicos del pensamiento crítico nos damos cuenta de esto.
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Tiempo en la casa 56, febrero-marzo de 2019
El cine en Grecia, Guadalupe Flores Liera La autora realiza una breve pero exhaustiva revisión de los 105 años del cine griego, que van desde el primer largometraje mudo del país —Golfo, de Konstantinos Bakhatoris—, pasando por las casas productoras, sus estrellas, los conflictos económicos y sociales que le han afectado, su época de oro, su decandencia, las revistas especializadas, las cintas, hasta los directores más prominentes como Giorgos Tzavellas, Nikos Koúndouros, Kostas Karagiannis, Thódoros Anguelópoulos, y las nuevas promesas como Panos Koutras, Filippos Tsitos y Giorgos Lanthimos.
Hace un par de años Michel Houellebecq dio una conferencia en Buenos Aires titulada “Los intelectuales abandonan la izquierda”, en la que se refería a la legítima posibilidad, por primera vez en la historia, de un pensamiento crítico sin necesidad de obedecer o seguir los postulados de la izquierda, es decir, dejar de cumplir con la deontología moral, política y simbólica emanada de la Segunda Guerra Mundial, con las directrices que Francia heredó a occidente. Ignoraba lo políticamente correcto planteando inquietudes que ni la izquierda ni la derecha podían responder, o lo que es lo mismo, planteando un camino alternativo al infierno, siempre empedrado con buenas intenciones. Creo que el trabajo de elaboración del duelo no desemboca en una melancolía resignada ni en la pasividad pesimista o impotente. Hay una melancolía de izquierda que es el duelo de los compañeros caídos y de los momentos de jubiliación de las revoluciones pasadas, donde hubo momentos extraordinarios, casi mágicos que produjeron sentimientos de solidaridad, fraternidad y alegría que construyen una memoria que vale la pena guardar. Esto no es en lo absoluto incompatible con una reflexión estratégica sobre cómo cambió el mundo y cómo se puede pensar el mundo en un contexto tan diferente respecto al siglo pasado. En mi libro cito al presidente Allende en su discurso desde La Moneda antes de su suicidio al momento del golpe militar en Chile y sus palabras finales son palabras de esperanza. Con la promesa de una emancipación futura. Esa idea siempre fue central en la cultura de la izquierda y justamente es eso lo que se ha perdido a inicios del siglo xxi, el sentido utópico en la posibilidad del cambio. Desde luego no propongo una vuelta a una visión teleológica de la historia ingenua, equívoca o falsa. Hoy somos conscientes de que la historia no es un camino hacia el socialismo y que todo modelo alternativo no entraña ninguna garantía de que sea exitoso o incluso practicable: el futuro es un desafío, no una certidumbre. El futuro no está garantizado, el futuro puede ser distópico, una catástrofe ecológica o el declive de la civilización. Por esta razón la melancolía, que siempre exisitó en la izquierda, hoy toma una dimensión nueva, dado que su potencia particular rompe tanto con el socialismo como con el comunismo.
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Respecto a Houellebecq me interesa como novelista, no todo, pero no es con él con quien mi libro está dialogando. Esta aproximación que haces a la melancolía me recuerda un poco al Slavoj Žižek de La suspensión política de la ética, y me sugiere también un puente entre melancolía y nostalgia. Bueno, todo depende de qué se entienda por nostalgia. Yo no digo que todo fracasó, no hay nada que hacer y hay que abandonarse a un mundo dominado por el capitalismo neoliberal donde no hay alternativa. Eso sería un discurso hiperconservador en sus consecuencias, lo que no es para nada mi discurso. Para mí la nostalgia como la melancolía son sentimientos que pertenecen a la naturaleza humana y a la cultura de la izquierda. Siguiendo a Raymond Williams, podemos hablar de la estructura de los sentimientos de la izquierda. Si queremos cambiar el mundo como la izquierda lo hizo en el pasado, no sólo se hará con proyectos y programas, sino con emociones poderosas, como estas. No se puede hacer política sin movilizar sentimientos. La nostalgia tiene su legitimidad, pese a la tradición viril de la guerrilla. Hoy por fortuna esas ideas han quedado atrás. Se ha superado el machismo que veía la tristeza como debilidad en el famoso hombre nuevo, no sólo discutible sino también peligroso. Y no estoy diciendo que la melancolía sea la terapia prescriptiva, sino apenas un esfuerzo para reintragar la melancolía en la historia de la izquierda. No es mi intención decirles a los jóvenes ¡Dejen de ser entusiastas y alegres! ¡Deprímanse! Otra apreciación interesante y delicada de tu libro es la del lugar de las vícitmas, no viéndolos como sujetos de compasión sino como posibles agentes revolucionarios. Si esta idea tuya, que yo encuentro excesivamente romántica, fuera cierta, entonces lugares como México y otros sitios en guerra estarían llamados a ser la nación del mañana y no una enorme tumba sin nombre. ¿Cómo relacionas tu idea a nivel ontológico con un presente político en un contexto donde lo más cercano que queda la izquierda en América Latina es López Obrador? Eso es otro problema. Yo simplemente pido establecer una distinción conceptual entre los vencidos y las víctimas, no establezco una jerarquía entre ellas, una distinción casi desaparecida en el debate político e intelectual, en la literatura y en las ciencias sociales. Esto ha complicado la
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elaboración de una memoria del pasado. Si hablamos de México hoy, pensando por ejemplo en los 43 de Ayotzinapa, se trata evidentemente de víctimas y es normal que el debate político sea focalizado sobre ese acontecimiento; pero si miramos a la memoria del siglo xx, es también el siglo de los vencidos. Mi pregunta concreta es por el vínculo entre melancolía y revolución. Yo dibujo ese vínculo reflexionando sobre la historia del siglo xx. En la actualidad mexicana ese vínculo no es el rasgo dominante de la situación. Si hay una melancolía no es una melancolía de las revoluciones derrotadas, sino de las víctimas de una violencia endémica que no es la violencia de una dictadura, sino de una sociedad dominada por un capitalismo salvaje y neoliberal en las condiciones de un país como México. La situación ante la que se enfrenta López Obrador es esta. O como en el caso de Brasil, cuya violencia es una de las bases objetivas de la victoria electoral de Bolsonaro. El problema que tiene la izquierda en esos países es cómo pensar la democratización de la sociedad y la solución de los conflictos sociales que son obstáculos para la vida democrática. ¿Por qué fracasó la izquierda en todos los países de Amércia Latina en las últimas décadas? La izquierda intentó distribuir la riqueza y democratizar las instituciones sin cambiar el modelo de desarrollo económico. Eso no sucedió en Venezuela, sucedió poco en Bolivia, no sucedió en Argentina y no sucedió en Brasil. El PT pudo hacer una redistrubución aprovechando una coyuntura económica de expansión de 7% anual. Hubo inclusión de los pobres sin cambiar el modelo económico del país. La transformación social es más que la redistribución de la riqueza, que no sucede sin modificar las relaciones de fuerza y las jerarquías sociales. En el caso de México el narcotráfico tiene una historia muy larga y es el producto de esa estructura socioeconómica del país. Por otra parte ¿cuál es el lugar de la izquierda frente a la robotización del trabajo y los cambios laborales impuestos por la tecnología? Me refiero a un contexto donde buena parte de la humanidad y sobre todo su fuerza de trabajo será muy pronto irrelavante. Ser de izquierda o pretender ser de izquierda implica un sentimiento generoso en un mundo proyectado hacia el futuro donde hay poco lugar para la fraternidad y menos aún para la misericordia.
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La melancolía de izquierda implica una concepción humanista de la historia. Soy consciente de que el concepto mismo de humanismo tiene que ser deconstruido, repensado posestructuralistamente, lo que es interesante, cosa que no ignoro ni desprecio. Pero hablar de melancolía de izquierda es hablar de una visión del mundo en el centro de la cual está la humanidad. Yo soy escéptico respecto a plantear un antropocentrismo frente a la historia, en el que no prime un sujeto humano. Creo que desde este punto de vista desembocaríamos en un pesimismo que tiene raíces heideggerianas: el fin del sujeto y la imposibilidad de pensar un cambio. Esa es mi preocupación y reserva al respecto. Si hay que actuar frente al riesgo de la catástrofe ecológica, eso implica una idea de acción cuyos sujetos deben ser entidades colectivas hechas por humanos. ¿Estás convencido de que es posible transcender la derrota para imaginar un mundo distinto, un mundo mejor? Por supuesto. El gran problema que planteo en mi libro es que durante mucho tiempo la memoria se transmitió mediante marcos sociales, la memoria fue una memoria de clase. En sociedades como la nuestra donde el proceso laboral está fragmentado y se ha terminado el capitalismo fordista, hay nuevas regeneraciones que no tienen memoria del pasado. El problema de los nuevos movimientos es que no se inscriben en una continuidad histórica. El pensamiento crítico sofisticado del presente debe conectarse con nuevos movimientos poderosos.
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El espejo roto de
Ingmar Bergman Verónica Bujeiro
El director sueco Ingmar Bergman. (Fotografía: Li Erben / Sygma por Getty Images)
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Justo en el momento en el que alcanzó su madurez el arte cinematográfico, un hombre sueco llamado Ingmar Bergman comenzó una carrera significativa no sólo para la historia de la industria y la estética de este arte en el siglo xx, sino también para una generación de espectadores que encontrarían en sus obras una resonancia indiscutible. Su interesante capacidad de exploración de las facetas más complejas de la experiencia humana han fomentado en este autor y director una cualidad casi mítica que se manifestó en la realización de una buena cantidad de documentales a raíz de su muerte en 2007, alcanzando un notable auge con motivo de la celebración de su centenario durante 2018, en donde su figura es explorada desde diversos flancos con una exhaustividad que parece no tener fin. Tan sólo el recuento de los títulos parece inaugurar un nuevo género especializado, que bien podría hasta parodiarse dada la constante insistencia de encontrar al mago detrás de la cortina: Bergman’s Island, de Marie Nyrerod (2004), una extensa entrevista concedida en la isla de Fårö por el autor; Encountering Bergman (2007), producido por la bbc para el programa Arena, en donde se entrevistaba a los documentalistas que se habían acercado al ídolo; Liv & Ingmar (2012), de Liv Ullman, el recuento amoroso y profesional de su pareja y actriz favorita; la serie de la televisión sueca Bergman’s video (2012), que derivó en el largometraje Trespassing Bergman (2013), de Hynek Pallas y Jane Magnusson, así como el más reciente homenaje que realiza la directora Margarethe von Trotta con Searching for Ingmar Bergman (2018), junto con los próximos a estrenarse: The memory of Ingmar Bergman (2018), de Jörn Donner, y Bergman, a year, a life (2018), de Jane Magnusson. Como demuestra el catálogo, la fascinación que provoca Bergman da para contar varias historias, ya que propios y extraños han establecido un vínculo íntimo con él emanado de la naturaleza propia del cine como mediador de sueños y pesadillas del ser humano.
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Fotograma de Fanny y Alexander, película dirigida por Ingmar Bergman en 1982
En la búsqueda de ese nexo con el director, destaca Trespassing Bergman (2013), de Hynek Pallas y Jane Magnusson, por ser una acertada mezcla entre la historia artística y personal del director con el fanatismo de varios realizadores capitales, cuyo mayor atractivo reside en la invitación que algunos de ellos recibieron para visitar la casa ubicada en la Isla de Fårö, donde Bergman pasó las últimas décadas de su vida en feliz aislamiento entre miles de cintas de vhs, libros y la austeridad propia de un consultorio psicoanalítico, y así presentar sus respetos al lugar con auténtica veneración, tal como afirma Alejandro González Iñárritu al decir que “si el cine fuera una religión, esta sería como la Meca o el Vaticano”, mientras que otros pasean con sarcasmo por los inesperados títulos de la colección fílmica del realizador o encuentran para su regocijo una calificación meritoria, como es el caso de Michael Haneke, quien sostiene con orgullo las cuatro estrellas colocadas sobre el vhs de La pianista (2001). Pero más allá del mero turismo, Pallas y Magnusson, críticos y periodistas de formación, logran confabular un puntual recorrido por la obra y los sucesos más importantes del creador al tiempo que se pone de
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manifiesto de primera voz la marcada influencia en una generación de realizadores importantes como Woody Allen, Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Wes Anderson, Ang Lee, Wes Craven, Zhang Yimou, John Landis, Takeshi Kitano, Lars von Trier y Claire Denis, entre otros, quienes narran cándidamente cuál fue su encuentro con el cine del director sueco y la relación directa con su llamado a la vocación por este oficio. La carrera de Bergman para estos autores es notable en cuanto a su riesgo artístico y personal, como lo demuestra la curiosa confluencia de algunos de ellos ante el morbo suscitado por el desnudo de Harriet Andersson
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Liv Ullmann en una escena del filme Persona, dirigido por Ingmar Bergman en 1966. (Fotografía: United Artists / Getty Images)
Liv Ullmann e Ingid Bergman en una escena de la cinta Sonata de otoño, dirigida por Ingmar Bergman en 1978
en Mi verano con Mónica (1953), al poner en primer plano una pulsión interna y vital reprimida por la sociedad de entonces, como confiesa la directora Claire Denis o la conocidísima apuesta que hace con la muerte en El séptimo sello (1957), que ayudó a paliar las fobias de Woody Allen ante su propio final, o la insospechada resonancia que tuvo en el cine de Wes Craven El manantial de la doncella (1960). Mención aparte es la burlesca aparición de Lars von Trier, tan detestable y brillante como sus filmes, al jugar dentro de esta narrativa el rol del fanático amargado que jamás recibió una respuesta a las cartas de admiración que envió a su ídolo. En conjunto, “la invasión a Bergman” logra un nivel de análisis y discusión que pone en el centro al realizador sueco por su capacidad de exorcizar los demonios propios y personales, pero también consigue colocar al cine en general en su justa dimensión para la vida de los seres humanos, ya que como enuncia Michel Haneke “si no tuviésemos miedo, no necesitaríamos hacer películas”.
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Bibi Andersson y Liv Ullmann en un fotograma del filme Persona, dirigido por Ingmar Bergman en 1966. Imagen: Sven Nykvist
En la misma línea, Searching for Ingmar Bergman (2018), de Margarethe von Trotta, utiliza el mismo modelo anecdótico colocándose al centro del relato para contar su propia experiencia como espectadora y más tarde como cineasta, aunque amplía el dialogo a personajes cercanos al oficio y la vida personal del realizador, como su actriz fetiche y pareja Liv Ullman, su paciente script girl Katinka Faragó y a otra generación de realizadores cinematográficos como Olivier Assayas, Mia Hansen Love y Ruben Östlund, entre otros. Von Trotta tiene el cuidado de no replicar la información de sus precedentes, aportando una perspectiva mucho más íntima que pueda contrastar con la mítica e invencible figura del artista al ser humano fuera de los reflectores, con su inseguridad, nervios y mal humor, que se intuyen por el tono denso y existencial de sus creaciones, para regresar nuevamente al vigoroso creador que se desenvolvía con
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la misma pasión y talento en el teatro y la escritura de guiones. El más polémico testimonio de la cinta proviene de Daniel Bergman, hijo del realizador con el que guarda un increíble semejanza física, quien declara que su padre era un narcisista incapaz de expresar sus sentimientos y para el que la distancia emocional funcionaba perfectamente para la realización de su oficio. Von Trotta misma se aventura dentro de este terreno al considerar a Bergman como un niño que nunca creció y para el que el cine era su juego favorito, ejemplificando esta tesis con los personajes infantiles de Fanny y Alexander (1982). El ejercicio de la directora alemana se presenta como un curioso panegírico que no pierde de vista al ser humano detrás del ídolo y funciona justamente por su cercanía con el tema y la calidad de las anécdotas personales, aunque no aporte información nueva o abra el debate sobre si la obra de Bergman pueda encontrar una conexión con las futuras generaciones de espectadores. The memory of Ingmar Bergman (2018), de Jörn Donner, y Bergman, a year, a life (2018), de Jane Magnusson, siguen líneas similares a los dos ejemplos anteriores, pero ya con muestras de agotamiento del género “tengo algo que decir sobre Ingmar”, ya que el primero es de nuevo un recuento personal y el otro una especie de denuncia sobre la conducta machista del cineasta en sus relaciones personales, que parece responder a la coyuntura sobre los cuestionables usos y costumbres de la industria cinematográfica mundial. Para el hombre que hizo de sus miedos y fallas una potente obra artística, no debe de sorprender la reverencia ni que se quiera destapar algún escándalo digno de desacralizar su mitología, pero en realidad casi todo lo polémico está dicho en el exhaustivo autoanálisis que el mismo Bergman realizó mediante sus libros autobiográficos Linterna Mágica (1987) e Imágenes (1990), en donde deja muy en claro que todo arte lleva el código genético y los traumas de su creador. Estos entretenidos documentales alrededor de su persona funcionan como una interesante lección histórica de cinematografía y para la satisfacción de los obsesivos fanáticos que gustan de sus películas, aunque también pudiesen formar en su caleidoscópica refracción aquella imagen tan temida por el cineasta: el espejo roto.
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El millonario surrealista Jorge Vázquez Ángeles
Departamento de Charles de Beistegui en París, proyectado por Le Corbusier en 1929. (Fotografía: Fundación Le Corbusier)
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Venecia, 3 de septiembre de 1951. A bordo de incontables góndolas, mil personas se aproximan al Palazzo Labia, un edificio barroco diseñado por el arquitecto Andrea Cominelli, y construido entre 1730 y 1740. El tránsito en el Gran Canal es intenso, no sólo por la navegación continua hasta el palacio sino porque cientos de curiosos se agolpan en las orillas, en otras embarcaciones, para contemplar el desfile de celebridades disfrazadas, convocadas desde hace seis meses para asistir a “Le Bal Oriental”, fiesta exquisita y extravagante como su anfitrión, un millonario dedicado al coleccionismo y al diseño de interiores: Carlos de Beistegui e Yturbe. Su biografía dice que nació en París, el 31 de enero de 1895, aunque diversas publicaciones, de forma errónea, se refieren a él como de nacionalidad mexicana debido a una confusión: su tío Carlos de Beistegui sí nació en México en 1863, en el seno de una familia vasca que llegó a Nueva España en el siglo xvii y que amasó una gran fortuna gracias a la explotación de minas de plata. Años después, cuando las balas del pelotón de fusilamiento terminan con la vida de Maximiliano, los Beistegui recogen sus cosas y su dinero, y se marchan a Francia. Las raíces mexicanas de Charlie, como le llamaban sus amigos más cercanos, se usan para armar la historia del único connacional que contrató los servicios de Le Corbusier y su primo Pierre Jeanneret, en 1929, para el diseño y construcción de un ático en su departamento parisino ubicado en el número 136 de los Campos Elíseos. Como Le Corbusier nunca vino a México, donde fue la guía indiscutible de toda una generación de arquitectos, se le toma por un padre ausente que no pudo contemplar, y juzgar, las obras de sus hijos. Es a lo que se refiere Massimo Recalcati cuando habla de la evaporación de la figura paterna, uno de los síntomas del siglo xx, y que, según Freud, los hijos remedian mediante la creación de una ficción verdadera. Teodoro González de León, el único mexicano que trabajó con el Cuervo de 1947 a 1948, regresó al país en 1950. Además de ponerse a trabajar, quería traer a su maestro a impartir una conferencia magistral. Por ello se presentó ante Alonso Mariscal, entonces director de la Escuela Nacional de Arquitectura (ena) y le planteó la idea, junto con una carta del propio Le Corbusier, quien no desaprovechaba
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Departamento de Charles de Beistegui en París. Fotografía: Lucien Hervé / Fundación Le Corbusier
ninguna oportunidad para difundir sus ideas y sondear el mercado en busca de nuevos encargos. La respuesta fue tajante y demostró que para ciertos sectores el arquitecto suizo-francés no era muy bien visto: Mariscal respondió que no tenía caso invitarlo, pues todos sus libros estaban en la biblioteca.1 Para cubrir la indiferencia burocrática y su nula visión histórica, así como la huella de esta orfandad metafórica, se utiliza a Charles de Beistegui de muleta, como quien habla de la teoría de los seis grados de separación o recita el dicho “de lo perdido lo que aparezca”. El Ático de Beistegui no forma parte de las obras que suelen asociarse con Le Corbusier: es más el capricho de un rico que deseaba tener un lugar “moderno” donde recibir a sus amigos, hacer fiestas y sorprenderlos. Además, es muy probable que Le Corbusier no se sintiera tan a gusto con el proyecto por varias razones: su cliente no deseaba una “máquina de habitar” sino una “máquina para divertir”.2 1 2
https://www.arquine.com/le-corbusier-jamas-visito-mexico/ En Charles de Beistegui Autobiography and Patronage, Wim van den Bergh, rwth Aachen University.
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Casa Luis Barragán, en la Ciudad de México. Fotografía: Alejandro Arteaga
La vida de Charles de Beistegui demuestra que cuando se es millonario ir a la escuela es un despropósito. La Primera Guerra Mundial le impidió ser historiador, por lo que abandonó para siempre las clases en Cambridge y regresó a París, donde no duró mucho: se embarcó en un lago viaja a la India, China y Japón. Con el fin del conflicto y la llegada de los locos años veinte, De Beistegui regresó a Francia y comenzó a frecuentar círculos exclusivos en los que empezó a sentir ciertas inclinaciones artísticas, gracias a la influencia de sus contertulios que organizaban exposiciones, ballets, decoraban interiores o proyectaban películas. Además, gracias a sus contactos, no tardó en ponerse a conocer artistas de vanguardia como Salvador Dalí, con quien sembró una amistad que duró toda la vida. Fueron sus amigos más cercanos, Charles de Noailles y Marie-Laure de Noailles —matrimonio que patrocinó películas de Luis Buñuel, Man Ray, Jean Cocteau y Francis Poulenc, y encargaron obras a artistas como Balthus, Giacometti, Constantin Brâncuși, Miró, y Dora Maar—, quienes le hablaron por primera vez de la arquitectura moderna, un movimiento creciente, con figuras que empezaban a destacar en cada país de Europa, y que pugnaba por una renovación total de la arquitectura mediante el uso de materiales industrializados y la proscripción de todo ornamento inútil.
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Interior de la Casa Luis Barragán, en la Ciudad de México. Fotografía: Alejandro Arteaga
Departamento de Charles de Beistegui en París. Fotografía: Fundación Le Corbusier
Decididos a ser pioneros, el matrimonio pensaba construir la primera casa moderna de la historia en un terreno de 1.5 hectáreas que habían recibido como regalo de bodas, ubicado en la Costa Azul. Para elegir arquitecto, el matrimonio se entrevistó con Le Corbusier y Mies van der Rohe, aunque al final se decidieron por Robert Mallet-Stevens, hoy una figura poco conocida. Inspirado en sus amigos, De Beistegui convocó a varios arquitectos a una especie de concurso, del que ninguno fue enterado, para diseñar su ático. Mallet-Stevens quedó descartado pues, ante todo, buscaba ser original. Los convocados fueron todos franceses, exponentes de la arquitectura moderna: Le Corbusier (junto con su socio, Pierre Jeanneret), Gabriel Guevrekian y André Lurçat. El programa solicitado por el cliente “debe haber comprendido una entrada principal con aseo y baño, cocina con despensa, comedor, sala de estar, dormitorio principal con baño y dos sirvientes. Habitaciones con entrada de servicio
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Interior de la Casa Luis Barragán. Fotografía: Alejandro Arteaga
independiente. Para las terrazas del techo, además de una parte cubierta y vegetación artificial, también debe haber una solicitud de algo como un reloj de sol en el punto más alto”.3 Le Corbusier resultó el ganador; Beistegui le hizo saber que deseaba retomar elementos de los otros dos proyectos. Esta circunstancia, no sólo para un arquitecto sino para cualquier creador, no debió de ser muy cómoda. Sin embargo, el que paga manda. Entre junio de 1929 y finales de 1930, Le Corbusier y su primo realizaron siete propuestas. La evolución de cada una es patente: el ático es un departamento de dos niveles con una terraza y una “cámara al aire libre”, dos elementos que el cliente había visto en la casa de sus amigos y que deseaba explotar al máximo. A diferencia de las primeras propuestas donde espacios al aire libre y cubiertos se funden entre sí, el resultado final los separa para darles independencia y crear un recorrido que debía maravillar y sorprender a las visitas de Charles de Beistegui. El componente surrealista está presente en todo el proyecto: el cableado eléctrico no enciende ninguna lámpara, pues la iluminación dependía de velas en candelabros; en realidad, activa un sistema de rieles y poleas que movían algunos muros, como el que dividía la estancia del comedor, y crear así una sala de cine; al
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Ibídem.
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Departamento de Charles de Beistegui en París. Fotografía: Fundación Le Corbusier
presionar otro botón, del techo desaparecía una araña de vidrio que de otra forma habría estorbado la proyección; o una cortina de setos que al desplazarse permitía ver los Campos Elíseos. Ya en el último nivel del ático, antes de llegar al punto culminante del recorrido, los visitantes podían entrar a un volumen de planta elíptica, parcialmente oscuro, provisto de un periscopio que proyectaba una imagen de la ciudad sobre una mesa redonda. A un lado, una escalera conducía a la cámara al aire libre, provista de una espesa alfombra como pasto, un espacio de planta cuadrada con muros forrados de mármol, lo suficientemente altos como para dejar ver, apenas, el remate del Arco del Triunfo, la punta de la Torre Eiffel, la cúpula del Sacré-Coeur o las torres de Notre-Dame. Una chimenea era el único elemento que rompía la sobriedad de los muros. La decoración se completaba con muebles diseñados por Emilio Tierry: sillas, una cómoda de piedra y un espejo redondo con marco (éste, por cierto, sobresalía justo a la mitad, de tal forma que se reflejaba el muro de enfrente). En las fotografías que muestran a detalle el ático, aparecen otros objetos como relojes, cajas de música y hasta un loro disecado. Sí, la intención de Charles de Beistegui era divertir y divertirse junto con sus amigos con estos juegos surrealistas: una habitación sin techo con una chimenea y pasto que en realidad es una alfombra, o pagar por una construcción en la que sólo vivió un año.
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A partir de ese momento, De Beistegui se dedicó de lleno al coleccionismo y a la decoración de interiores, como lo hizo en el castillo de Groussay y luego en el Palazzo Labia. A los 29 años de edad, Luis Barragán viaja por segunda vez a Europa. Lo hace para conocer a Le Corbusier, “aquel del que todos hablan”.4 Se reúne con él en su despacho de la Rue de Sèvres 35, charlan un poco y le explica cómo llegar a las villas Savoye y Stein.5 No está claro cómo conoció a Charles de Beistegui, de 36 años en ese momento, ni cómo hizo que le mostrara su ático. Al regresar a México, Luis Barragán se reinventará para crear una arquitectura que, cimentada en el racionalismo corbuseano, encuentra en el ático de un millonario con mucho tiempo libre el espíritu de las obras que lo convertirán en inmortal. Las similitudes de la cámara al aire libre y la azotea de la casa de Barragán en Tacubaya son evidentes, lo mismo que el recorrido que lleva a los visitantes, paso a paso, a asombrarse con el manejo de las luces y las sombras, el jardín, las terrazas y la azotea. ¿Charles de Beistegui fue consciente de la importancia de su ático? ¿Recordaría a aquel joven que fue a buscarlo para que le mostrara su casa de juegos? Nunca lo sabremos. Su intensa vida social y sus proyectos personales debieron de ocuparle mucho tiempo, y su muerte ocurrida a los 74 años de edad, el 17 de enero de 1970, le impidió atestiguar cómo el nombre de Barragán se volvió importante hasta finales de esa década, y que en 1980 alcanzó su clímax con la entrega del Premio Pritzker. Debido a la gran cantidad de invitados a Le Bal Oriental, la puerta del Palazzo Labia permaneció abierta hasta la madrugada, para dar paso a figuras como Orson Welles, Gene Tierney, Aga Khan III, Bárbara Hutton, Jacques Fath, Cecil Beaton, Gala y Salvador Dalí. Pierre Cardin elaboró treinta disfraces; Nina Ricci, diez; Christian Dior diseñó el de Dalí, y el pintor el del diseñador. En el descanso de la escalera del palacio, Charles de Bestegui, vestido con una peluca exuberante, un traje color cereza y zapatos de plataforma de cuarenta centímetros, atestiguaba la llegada de sus invitados quienes, al verlo, lo saludaban con reverencia. Considerada como una de las fiestas más importantes del siglo xx, Le Bal Oriental fue el último acto en la vida pública del millonario que gracias al surrealismo —ese movimiento tan arraigado en México— influyó como pocos la arquitectura de México.
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Miquel Adriá, La sombra del cuervo. Arquitectos mexicanos tras la senda de Le Corbusier, Arquine, 2008. Ibídem.
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Una hermenéutica del exodus migrante Virginia Negro / Luigi Achilli Fotografía: Alfredo Durante
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El fenómeno de las migraciones centroamericanas ha sido bautizado como exodus. La noticia de ese fenómeno se ha multiplicado en los periódicos internacionales, ha dejado en nuestra memoria las imágenes de una marea humana en el puente que une a México y Guatemala, y ha vuelto a abrir viejos temas que no habían sido escuchados mientras se difundían nuevas dudas. Resulta ineludible tomar una posición con respecto a los complejos procesos de transformación de nuestro mundo. La amnesia temporal que separó el advenimiento de una caravana de migrantes con la otra ha dado paso a una tendencia de la migración que se parece más a una lucha y que, tal vez por esta razón, necesita otras respuestas. Para interpretar el fenómeno de la migración actual son necesarios algunos pasos propedéuticos que consisten en cuestionar sus peculiaridades, demandas y dinámicas. Comencemos por el principio: el flujo migratorio hacia los Estados Unidos proviene del llamado triángulo norte centroamericano —Honduras, Salvador y Guatemala—, donde en la década de los ochenta las guerras civiles y los movimientos guerrilleros armados hicieron huir a miles de personas. Con los años, la topografía de la migración ha cambiado y la concreción de la pobreza —además de la ausencia de un estado social— permitió a los grupos criminales como las maras gobernar mediante la violencia. Finalmente, se ha empujado a miles de personas a buscar una alternativa en otro país. La complejidad de este éxodo migratorio cuestiona la definición de asilo de la Convención de Ginebra de 1951, y, consecuentemente, la dicotomía entre migración forzada y movilidad voluntaria. Esta manifestación del flujo migratorio parece decir que buscar refugio debe entenderse como el resultado de un complejo proceso de deliberación motivado por una multiplicidad de factores, todos ellos, sin embargo, atribuibles al deseo de vivir una vida digna. Hace aproximadamente una década, algunas organizaciones de la sociedad civil han organizado las llamadas caravanas de migrantes para
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acompañar a las personas en su tránsito por el difícil territorio mexicano: un intento por mejorar las condiciones de viaje y llamar la atención de los medios sobre el tema. La trayectoria de las caravanas se apoya en los albergues donde los migrantes pueden dormir y recibir una primera asistencia; se buscan acuerdos con las empresas de transporte y con los diversos gobiernos estatales, y a nivel federal. El objetivo siempre ha sido la creación de una visa para legalizar su estancia en el país disminuyendo así las condiciones de vulnerabilidad. La peculiaridad de las caravanas actuales, denominadas exodus por el número excepcional respecto a las precedentes caravanas, ha sido su misteriosa génesis, muy probablemente espontánea desde la estación central de San Pedro Sula, en Honduras. Al parecer, todo se debe a las redes sociales y a la facilidad de comunicación para reunir un gran número de personas, en comparación con las caravanas anteriores. ¿Puede este éxodo convertirse en una nueva forma de migrar? El surgimiento de esta tendencia en el campo de la migración no puede distinguirse del endurecimiento progresivo de las políticas antinmigrante que, mediante una gama de tecnologías de control, desde los muros y hasta los proyectos de deslocalización de la frontera, han tratado de detener el fenómeno. Se trata de un enfoque político que, en cambio, ha llevado a un aumento en el costo de la migración y la dependencia de los migrantes de guías —“coyotes” o “polleros”— para llegar a sus destinos. Ante esta difícil realidad del viaje en solitario, la caravana reduce considerablemente los costos, pero también los riesgos: la cobertura de los medios y los mensajes virales en las redes sociales en América Central y México no sólo atrajeron a más migrantes, sino que también estimularon la presencia y articulación de la sociedad civil en las etapas cruciales del viaje. Una capacidad de actuar que Reece Jones llama “espacios de negación”: “una serie de actividades que no pueden definirse como resistencia política, pero que se niegan a respetar el marco binario de las categorías territoriales y la identidad del Estado”.
La caravana ha empezado a ser no sólo una estrategia diseñada para reducir las incógnitas de los viajes sino también una oportunidad para experimentar. La diversión y el compartir se convierten en una forma de resiliencia para apropiarse de un sentido de normalidad al fortalecer las redes de solidaridad entre los migrantes. El viaje colectivo se transforma en una experiencia alegre, en la que se canta, se bromea y juega, en el que uno puede enamorarse e incluso casarse. Así, migrar puede ser también un medio de crecimiento personal. Debemos recordar que en este éxodo no hay una utopía ante-litteram, ninguna doctrina o teoría política definida, sino que este éxodo resulta de la estratificación de diferentes contingencias históricas y geopolíticas. El éxodo no nace para revertir el principio fundador del Estado-nación, para desafiarlo voluntariamente, es más bien una experiencia de transgresión cuya dialéctica sólo puede traducirse parcialmente como respuesta a las medidas restrictivas crecientes de las políticas migratorias. El patrón que condiciona la relación entre el llamado exodus y las instituciones es mucho más complejo. De hecho, una de sus consecuencias fue la exacerbación del discurso xenófobo de los Estados Unidos, así como la militarización de la frontera entre los Estados Unidos y México. Repercusiones similares se han presentado en el territorio mexicano, donde el gobierno reaccionó con redadas militares en el río Suchiate entre México y Guatemala, y deportaciones al azar. Si de hecho la respuesta de las instituciones fue bastante violenta, existen también declaraciones de otra naturaleza y que se han acercado a las políticas conciliatorias, pero hacen sospechar que dependan de las necesidades de los vecinos de América del Norte. A la luz de estas preguntas, ¿se puede interpretar el éxodo de migrantes como una posibilidad para mejorar la movilidad de las personas o más bien como un incentivo para el actual programa de control y seguridad fronteriza de los Estados Unidos? Una aporía que sólo el camino de la historia podrá resolver.
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En el principio,
Dios creó el metro y la calle Jesús Vicente García
Ilustraciones de Beatrix G. de Velasco
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Estoy dando testimonio a todo el que oye las palabras de la profecía de este rollo: Si alguien hace una añadidura a esas cosas, Dios le añadirá a él las plagas que están escritas en este rollo. Revelación 22:18
Andar en la ciudad es tener los oídos y las orejas avispadas, es andar con los poros abiertos, la antena en todo lo alto, la vista de águila, con ojos en la espalda y en los costados, el estrés dictando las reacciones; es decir qué, güey, ¿me da diez boletos, por favor?, ¿baja a la que sigue?, ¿me das permiso?, cómo estorbas, ése me robó el celular, tú fuiste y no te hagas pendejo, aquel torteó a la chava, cómo molestan los bocineros, quítate de mi vista, adiós, reinita, llévese la oferta, la promoción, no les vengo a robar sus carteras ni celulares, traigo lo mejor de libros por tan sólo diez pesos, como verán no soy el mejor cantante, se han dado cuenta que no somos los mejores cómicos, pero andamos haciendo nuestra luchita, no somos payasos profesionales, ¿verdad, joven, que todos los hombres decimos siempre la última palabra: sí, mi amor?, pásale por debajo del torniquete ahorita que no hay policías, llévese lo mejor de lo grupero por diez pesos, bajo a la otra, permiso, ya es tarde, tenemos quince minutos para llegar a checar, estamos en la época de más rateros, ¡mi cartera, no mames, no la tengo, aquí la tenía, aquí…!, a mí no me empujes, baboso, pásale o te aplasto, pásale o te la dejo caer doblada; en este metro yo mando, dicen los ambulantes con su actitud, en esta calle, también afuera, en medio de la plaza, en la orilla, en el corazón de la porquería y en la penumbra de la globalización que avanza con la fuerza de una muchedumbre que goza y sufre la ciudad de la misma manera que Basilio, quien aún se pregunta por qué el respeto sigue siendo una utopía y una bofetada a la vida cotidiana. Si un viaje en el metro fuese la muestra de educación que hay en esta ciudad, quedamos en uno de los últimos lugares, de acuerdo a los registros que Basilio tiene de sus viajes en el gusano subterráneo en los
últimos años desde que ya casi no usa auto. En uno de esas, le platica a Pamelo cómo es que hay gente que sube las patas a los asientos individuales, como si estuviera muy cansada, como si eso fuera gracioso, como si no hubiese sentido de la limpieza, porque quien se sentare después se llevará todo el mugrero que dejó el otro que recogió de la calle y que a través de sus patas lo impregnó en el asiento para ancianos, mujeres embarazadas y personas con muletas, pues se ha visto gente ahí sentada sin ninguna de estas características, o quizá al sentarse ahí se le acaban todos sus males. Caminar hacia el metro es dirigirse un poquito al infierno, es bajar escaleras y encontrarse con el primer módulo: la taquilla. Basilio se forma, hay cinco antes que él, no avanza la fila; atrás de él se acumula más gente: algo sucede. Un tipo le dice al policía que los deje pasar. Basilio busca entre sus cosas a ver si tiene algún boleto que le sobre, pero en esta ciudad los boletos nunca sobran. El policía: “Fue al baño. A ver qué hace si usted tuviese que ir al baño”. Basilio responde a la altura: “Esas preguntas hágalas a su jefe, aquí es servicio al público; pongan baño en las taquillas y quítenles el teléfono. ¿Cómo juegan con el tiempo de la gente?”. “Ellas también van al baño, ¿o usted no?”. Una señora: “Un aviador también va al baño y no deja el control del avión por ir al baño”. El policía cincuentón aguanta la recia. Se da cuenta que sólo debe limitarse a no dejar pasar a la gente. “Danos chance, poli”, le dice un estudiante con voz tranquila. Y nada. Basilio saluda al flaco Pamelo vía guats y le envía foto y contexto de lo que vive. Después de un rato, llega la taquillera, con pantalón y abrigo azul marino, blusa roja, una pashmina agarrada al cuello y hablando por celular, llaves en mano, con una parsimonia cerca del cinismo. “Así ha de ir a mear”.
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Unos llenan sus tarjetas con saldo, otros compran boletos, o llevan cambio, otros no, los hay quienes cuentan treinta pesos moneda tras moneda, de a cincuenta centavos, de a peso, de a dos, y el tintineo se le revuelve en los oídos, porque si bien Basilio ahora no lleva tanta prisa, ya desea acabar con eso. Por fin, compra boletos, le toca uno con la leyenda del Día Internacional de las Personas con Discapacidad, con una silueta de alguien en silla de ruedas. Ícono de los vagones. Justo al darle vuelta a los torniquetes, recibe una llamada al cel. Entra. Es Beatriz. En ese momento el policía camina hacia el otro lado de la vía. Deja solos los torniquetes. La gente se mete al metro sin pagar boleto. Piensa que se hubiera esperado para entrar sin pagar, pero sabe que no es su estilo, y esa vara la aplica para todos los demás. Sabe que es injusto que no paguen, porque el metro lo pagamos todos y todos debemos cuidarlo. Una especie de pasarela deambula sin pagar frente a sus ojos, mientras sus oídos están ocupados: hombre de traje y mariconera de tienda cara, estudiantes con morrales mugrosos y celular ostentoso, señor de mezclilla y chamarra verde con el pelo relamido y un morral negro al hombro, mujer de zapatillas y guapa, adolescente celular en mano y que mira de izquierda a
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derecha para cerciorarse que es el momento para agacharse y meterse al andén, uno más se salta como si fuese carrera de vallas, alguien entra de lado con todo y su panzota de pulquera cubierta con ropa de plaza comercial, y así van sucediendo una y otra, en pareja, en trío, solos, con y sin sombras, bañados y no, guapos, feos, altos, chaparros, homosexuales, lesbianas, intelectuales, comerciantes, vividores, oficinistas, obreros, mensajeros y cobradores, todos entran sin pagar boleto, por la simple razón de que no hay policía, como si necesitaran de uno para que aprendan a respetar las leyes, y al estar entre la gente uno se pregunta cuántos habrán pagado su boleto. Mientras, el humo de un anafre entra también sin pagar boleto para estar en sus fosas nasales y más allá. En el metro Lázaro Cárdenas, el vendedor de tamales lo atiza arribita de la entrada, llena el ambiente a carbón y cartón quemado. Basilio se cubre la nariz y camina hacia dentro para que su ropa no se le impregne. No quiere llegar oliendo a anafre combinado con aquellos que no pagaron su boleto, pues si las actitudes tuviesen un olor, el de los que quieren viajar gratis debe ser horrendo. En el andén, la vida cobra un sentido más de pasividad que de acción, porque es la espera, el momento de la reflexión para permitir la acción que anuncia el vientecillo con un zumbido que aumenta poco a poco los decibles, hasta darle paso al tren naranja o de colores; hay que formarse aunque no haya flechas que así lo indiquen, y muy a pesar del pesar, hay gente que se mete sin un orden, que avienta a Basilio, que se entromete como agua en hendidura. Y ya dentro del vagón, los roces, los empujones, quienes suben las patas a los asientos y los que roban carteras sin sentirlo; de eso Basilio ya sabe un rato: ha perdido cartera y celular; es decir, el chilango debe vivir la experiencia metro cual paso indispensable hacia otro estadio de la vida; eso implica un antes y un después del robo, de lo que pasó en el metro (la eufonía permite disfrazar el hurto), porque la palabra robo ya se ha normalizado y ningún sistema político ha luchado realmente contra ello, y así lo vive Basilio en ese viaje a Chabacano con una calma extraña, no sin antes refinarse unas rolas gruperas a todo volumen, una venta de cables usb, pasta de dientes con todo y una crema para la piel reseca.
Al bajar, el trasbordo, escaleras eléctricas con gente que se detiene en seco para responder un guats o ver su féis, como si en ello le fuera la vida, sin saber que frena el ritmo, los empujan y les mientan la madre. Los pasillos huelen a tianguis, a puestos de peluches en el piso, y los locales de siempre se confunden con los gritos de sus productos: trusas a precio de ganga, tiempo aire de oferta, suscripciones a una marca de televisión de paga, pantaletas y fajas de esas que hacen que las mujeres escondan las lonjas y luzcan unas nalgas esplendorosas, según dictan sus leyendas verbales. Rumbo a la línea azul. A esperar el otro tren que al abrir sus puertas bajan muchos y suben otros tantos, y te espera con los brazos abiertos un par de payasos con chistes malísimos y además se meten con el buen Basilio que, como siempre, va trajeado, y la payasa: “Salúdeme, a ver, dice mi compañero que de a besito, ¿síii?”. Y se le acerca, y Basilio pone cara de no me molestes; no se permite sonreír. En Pino Suárez lo avientan y alguien grita que le han robado la cartera, que es el de gorra, agarren al hijo de la chingada, el gordo, sí, ese güey, y el susodicho camina como si nada, y un poli lo apaña, le llama y hasta le dice su nombre, “¿qué pasó, Maic, qué pues?”, “pos nada, mi poli, ya sabes, uno acá vendiendo y echándome pedos ajenos”, y lo basculean y nada de cartera. Claro, dice una mujer dirigiéndose a Basilio: ya se la dio a otro que ni está aquí o a alguna chava que está de cómplice. Una chava. Cierto. Basilio
mira a la payasa que viéndola bien, debajo de ese maquillaje hay una mujer de unos treinta años, llena de mañas y de ciudad subterránea. Ahí está, mírala, piensa Basilio, sin quitarle la vista, ella lo siente, ella se hace hacia atrás, pide permiso, finge que recibe una llamada y empieza a hablar como si una amiga de hace años la saludara: “Hola, qué milagro, claro, sí, deja salir porque no te escucho, ya te voy escuchando, cómo estás…”, y sigue caminando, se sale del metro Pino Suárez hacia la plaza del mismo nombre, ahí ni quién la encuentre; a Basilio nadie le quita de la cabeza que ella es la cómplice. Empujones. Sale del vagón, camina en el andén atascado de gente. Y vi un nuevo cielo y una nueva tierra Basilio sale a la calle, en esa misma salida que da a una plaza comercial y a una explanada, cruce de San Pablo con 20 de Noviembre. Afuera, más ruidos, de esos que nunca se acaban entre los que venden tortas, tamales, refrescos, chiflidos y los policías que ríen gritando. Se dirige a Bellas Artes. Por caprichos de la mente, recuerda lo que decía el jazzista Héctor Infanzón, amigo de Pamelo, que esos sonidos de la calle los recoge para hacerlos música, por su ritmo especial que a él le permite crear arte al ver mujeres guapas, los rostros del ambulantaje que dice que valen la pena estas banquetas, que el ruido del claxon tiene armonía, que los empujones son caricias citadinas, y a Basilio le cambia el semblante, le da por sacar su celular para escuchar un jazz de Infanzón mientras toma Izazaga hacia Eje Central, y al momento de sacarlo sólo extrae aire, no hay celular, ¡válgame!, anduvo con pasajeros de cuarta en un país de tercera, en un metro de segunda, con rateros de primera y metrousuarios mal educados; ya ni llorar es bueno, mete la mano a su mariconera para ver si al menos tiene sus llaves, cuál fue su sorpresa que encuentra su celular, el color se le regresa al rostro, sonríe, quiere besar a los ambulantes, al del claxon, a la tamalera, al del puesto de periódicos; Héctor Infanzón y su cuarteto de jazz se le entrometen para andar en todo su cuerpo y caminar como personajes de El Mago de Oz, en un camino color asfalto, y no deja de tener sus orejas y oídos avispados, con un jazz que le dice que la ciudad vale la pena vivirla.
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“Fractura de cráneo con laceración de la arteria meníngea media”, ilustración del libro Atlas and Epitome of Traumatic Fractures and Dislocations, de H. Helferich, 1902. (Imagen: VintageMedStock / Getty Images)
Razón y sazón
Menú de ideas Andrés García Barrios
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En nuestro cuerpo hay un órgano obligado a pensar, no puede dejar de hacerlo.1 Nuestra corteza cerebral —al menos es divertido imaginarlo así— exige pensamientos de la misma forma en que nuestro aparato digestivo exige comer; nuestra razón sólo encuentra saciedad cuando saborea, mastica y digiere pensamientos razonables. Así como ganamos el pan con el sudor de nuestra frente, día a día debemos esforzarnos por conseguir pensamientos que nos mantengan vivos. Y al parecer no hay ni habrá nunca un alimento definitivo que nos evite seguir pensando. De acuerdo con investigaciones arqueológicas, en materia de comida los seres humanos tuvimos que pasar las de Caín para descubrir cuáles alimentos nos eran convenientes y cuáles no, arriesgando el pellejo en esas pruebas y dando la vida en muchísimos casos con tal de conseguir algo de comer. ¿Habrá pasado lo mismo con los pensamientos? Durante siglos de vagabundeos nómadas, ¿estuvimos explorando en las formas de pensamiento para averiguar cuáles eran confiables y cuáles no? ¿Desechamos —o conservamos ocultas— ideas que mataban, y aprendimos a dosificar otras que provocaban delirios? ¿Es el pensamiento actual el resultado de aquellas experiencias, es decir, la selección que hicimos de entre todos los pensamientos a nuestro alcance? La forma de pensar de algunas mentes actuales permite suponer que un día existió una especie de “pensamiento salvaje”, obtenido en plena libertad y lleno de fascinaciones, pero también muy próximo al peligro. En nuestros tiempos ese tipo de pensamiento se presenta en mentes errantes que no encuentran en la civilización su alimento y que vagan en busca de él igual que hacían nuestros primeros ancestros nómadas. Son mentes que —cuando no se les permite vivir en libertad, pepenando aquí y 1 Testimonios confiables indican que dejar de pensar es posible en circunstancias muy especiales que, por angas o por mangas, resultan ajenas a la gran mayoría de gente. Casi todos nos la pasamos pensando todo el tiempo.
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allá algo en qué pensar— difícilmente se adaptan a las ideas que se les suele ofrecer, por lo que las expulsan antes de digerir de ellas cualquier nutriente. Decimos que están enfermos. El “pensamiento domesticado” es el que más se acerca al “salvaje” y a la vez hace posible la supervivencia de la especie. Cultiva a voluntad aquellos pensamientos que se ha demostrado que no representan ningún peligro. Así, gracias a la domesticación, podemos tener ideas frescas siempre a la mano, y semillas para germinar nuevas. Ello permite abrir una ventana al ocio e incursionar en una especie de arte culinario, combinando pensamientos de distintos sabores, colores, aromas y texturas, cuya mezcla compensa —y de alguna forma simboliza— el paraíso perdido. Dentro de este arte, el pensamiento filosófico y el pensamiento científico se presentan a sí mismos como los chefs más sofisticados; es probable que lo sean, aunque sólo en teoría, pues lo que ofrecen a nuestra corteza cerebral son en realidad imágenes de platillos, manjares modelo, algo así como las fotografías de un menú o de un recetario, tan bellas y apetitosas que se les puede confundir con el pensamiento real. El propósito de estas imágenes es incitar a que el comensal piense lo mejor que pueda, pero obviamente para servirlas a la mesa hay que prepararlas primero, y es ahí donde uno cuenta sólo con su creatividad para traducirlas a la realidad. También es cuando, de los cinco tomates finamente picados que pide el recetario, uno de ellos se va entero. En cuanto al pensamiento matemático, sus ingredientes —desde los más comunes hasta los más difíciles de conseguir— son sublimes; es decir, comienzan siendo pensamientos sólidos, concretos, y de pronto, de forma inesperada sufren una casi total evanescencia, convirtiéndose en esencias. Es debido a este carácter volátil que la ciencia presume que, con el auxilio de ellos, un día será capaz de incluir en sus recetarios los más insondables pensamientos humanos, incluidos esos que son el origen de lo que llamamos personalidad, y que, siguiendo con nuestra analogía, podemos bautizar como “sazón”.
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El pensamiento poético —nos dice el filósofo Gaston Bachelard— es como “un sueño guiado por la razón”. Yo sólo puedo describirlo como el aroma de un guiso que un día de mi infancia se extendió desde una ventana hasta la calle, y me envolvió y transportó a espacios ideales, haciéndome anhelar una olla inalcanzable. Se trata, pues, de un manjar que no conocí realmente, y sin embargo siempre está detrás de lo que espero de cualquier festín. Desde entonces busco un platillo que se le compare. El pensamiento poético guía mi gusto. El pensamiento civilizado no siempre deviene, ni mucho menos, en filosofía, ciencia, matemática o poesía. A la larga, todas estas formas de pensamiento derivan en sus versiones industrializadas, a las que podemos llamar “pensamiento chatarra”. Su variedad, sabor y valor nutricional se atienen a necesidades y estrategias de producción, distribución y venta, y encantan a las mentes infantiles porque se les encuentra con facilidad en cada esquina, duran en apariencia frescas mucho tiempo, y su sabor nunca cambia ni defrauda. Un pensamiento chatarra se puede pensar infinidad de veces y siempre sabrá igual. En eso es por completo distinto a los pensamientos frescos, que en general se descomponen rápido y es imposible pensarlos dos veces: si queremos volver a disfrutar de su sabor hay que elaborarlos de nuevo, asumiendo que siempre serán un poquito distintos que la primera vez e incluso es posible que en su reelaboración decepcionen. Como postre, termino esta reflexión dejando sobre la mesa una variedad de bocadillos dulces, en forma de preguntas elegidas sin ton ni son: ¿Hay un ingrediente que sea como la sal de toda idea? ¿Cuál será la tortilla del pensamiento mexicano? El obeso mental, ¿piensa de más? El anoréxico, ¿se mira al espejo y se ve sabio? Pienso, en su acepción de alimento, ¿no combina mejor con luego existo?2
2 La idea recuerda aquel diálogo cervantino entre Babieca, el caballo del Cid, y Rocinante. .— Metafísico estáis. .— Es que no como.
Polinización cruzada Germán Castro “Personajes y caricaturas”, William Hogarth, 1743. Ilustración del libro Social Caricature in the Eighteenth, de George Paston, Londres, 1905. (Imagen: The Print Collector / Print Collector / Getty Images
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La raza humana está en pleno experimento masivo, en una polinización cruzada en masa. Suketu Mehta, La vida secreta de las ciudades.
Reynol Pérez leyó una reseña que escribí sobre Sabacio, la magnífica novela de la sofiota Kristín Dimitrova que él tradujo del búlgaro al español (uam, 2016). Apolíneo, me mandó un amable e-mail desde Berlín. Entre otras cosas, me cuenta que Kristín anda en Munich, dando recitales poéticos. En Alemania radican más de 110 mil búlgaros y unos 20 mil mexicanos, más o menos la misma cantidad de moldavos. Mi hija mayor conoció a CRS, su exnovio, en Madrid. Entonces, ella estudiaba en la Universidad Complutense y él andaba de juerga en la capital española. CRS vive en la quinta ciudad más poblada de Alemania, Fráncfort del Meno, aunque él nació en Moldavia. A sus 25 años, es un par de meses más joven que su país de origen. Cuando tenía once, sin saber una palabra de alemán, emigró con su madre a la capital financiera de Europa. Actualmente, el mozalbete habla con fluidez rumano, ruso, alemán, inglés y francés; chapurrea el español, y, como le espera un semestre de intercambio en Shanghái, está aprendiendo chino mandarín. En la República Popular China la población de origen moldavo no llega a mil almas. Tampoco alcanzan el millar ni los italianos ni los uruguayos. Donato nació en Italia, igual que sus padres. Cuando él tenía dos años de edad, por cuestiones económicas, se fueron a vivir a Uruguay. Allá vivió hasta terminar una carrera universitaria. Luego, por cuestiones políticas, se vio obligado a huir a Europa. En Estocolmo, por cuestiones sentimentales, se casó con
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una carioca. Juntos se fueron a vivir a París. Pasaron los años…, en Uruguay, los gorilas perdieron el poder y Donato perdió a su mujer, enviudó. Hoy, con cuatro nacionalidades —italiana, uruguaya, brasileña y francesa—, por cuestiones emocionales, Donato pasa la mitad de cada año en Montevideo y la otra en París. En Uruguay, se ven pocos forasteros —unas 72 mil personas—; sólo representan el 2% de su población. En Francia la situación es harto diferente: allá viven ocho millones de hombres y mujeres que nacieron fuera del país —12% de los habitantes totales—, monto que la ubica como la octava nación del mundo en la que radican más migrantes internacionales, como ACH y JMS. Mi amiga ACH es oriunda de Rincón de Romos, Aguascalientes. Estudió Comunicación en la capital del estado, en la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Desde hace varios años vive en París, en donde trabaja como profesora universitaria. JMS, su marido, también es académico importado; él, como otros 50 mil paisanos suyos residentes en Francia, nació en Estados Unidos. Tengo dos sobrinos estadounidenses, oriundos de Belgrado. La trama se tejió así: GRG, el papá de LCC y ADR, es de Boston, Massachusetts. En Harvard conoció a una eslovena campeona olímpica en no sé qué disciplina invernal. Se enamoraron, se casaron, procrearon y se fueron a vivir a Liubliana. Un decenio después, GRG, a pesar de llevar algún tiempo divorciado, continuaba radicando en Eslovenia, desde donde controlaba algunos negocios, entre ellos, uno que había montado a unos 480 kilómetros al sureste, en Belgrado, y para el cual trabajaba LP, un chilango que venía saliendo de un muy pesaroso episodio. Años antes, LP, amiguísimo desde la prepa de mi prima DRU, moraba en la fría Helsinki, abrigado por una vida conyugal canicular, hasta que un auto truncó accidentalmente la existencia de su nórdica esposa. Viudo, abatido, pero bien cubierto por el poderoso sistema de seguridad pública finlandés, se dedicó a viajar por el orbe. Luego de un lustro de andar dando tumbos, el amor lo detendría de nuevo, pero en esta ocasión en Serbia. Fue por ello que una insospechada madrugada mi prima DRU abordaría un par de
aviones para asistir a la boda de su amigo LP con una serbia despampanante. La fiesta, un guateque intercultural, se celebró en Belgrado; ahí DRU conoció a GRG. Enamoramiento fulminante. Ella regresaría a México sólo a quemar las naves. Nupcias en Belgrado y pronto aparecieron en el mapa LCC y ADR, mis referidos sobrinos. Hace poco cruzaron de vuelta el Atlántico, y ahora residen en una ciudad costera de la Bahía de Delaware. DRU ya es ciudadana norteamericana, como sus dos hijos, así que seguramente ninguno de ellos aparece en las estadísticas como uno de los más de doce millones de mexicanos radicados en los United. Una quinta parte de toda la población migrante internacional reside en Estados Unidos: más de 47 millones de seres humanos. Con ese monto, Estados Unidos es el país con mayor cantidad de inmigrantes en todo el mundo, seguido —muy lejos— por Alemania (12 millones) y la Federación Rusa (11.6 millones). Allá en Rusia anda ahora otro primo, BIJ. BIJ se especializa en hacer hoyos. Analiza a bote pronto toneladas de datos y, operando insólitos artefactos, horda para extraer petróleo, tanto en el fondo del mar como en tierras continentales. Ha agujerado la superficie del planeta en la Sonda de Campeche y también en la República del Ecuador, en la República Bolivariana de Venezuela, en la República Federativa de Brasil… Hoy, a casi diez mil kilómetros de la pequeña ciudad del altiplano central mexicano en donde habita su familia, está trabajando en el extremo oriental de Rusia, en una isla localizada el mar de Ojotsk, unos mil kilómetros al norte de Japón. BIJ es uno de los cientos de mexicanos radicados en suelo ruso. En donde él trabaja la gran mayoría de inmigrantes son norcoreanos. En cambio, en toda la Federación Rusa, el país más extenso del mundo, prácticamente la mitad de los inmigrantes provienen de Ucrania (3.3 millones) y de la República de Kazajistán (2.6 millones). ¿Y a dónde van a parar la mayoría de los rusos que salen de su patria? Curiosamente, tienen como destino las mismas naciones, Ucrania (3.3 millones) y Kazajistán (2.4 millones). Al tiempo que es el tercer destino al que más migrantes
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internacionales llegan, Rusia es el tercer punto de partida del que más gente sale hacia el resto del planeta. México ocupa el segundo lugar como fuente de la que manan más seres humanos hacia otras naciones. La India es el origen de la diáspora más grande del globo: casi 16 millones de personas —con todo, tamaño contingente apenas representa un punto porcentual de su abundante población nativa—. Tan sólo en Emiratos Árabes Unidos —el país de con mayor participación relativa de inmigrantes en su población total, 88.4%— habitan unos cuatro millones de indios. En 1963 nació Suketu Mehta en la República de la India, en el delta del río Ganges, en Kolkata o Calcuta, la Ciudad de la Alegría, y luego, aún muy pequeño, emigró con parte de su familia al extremo opuesto del subcontinente indio, a Bombay o Mumbai, en la costa del mar Arábigo. Pocos años después, en 1977, hicieron maletas y partieron al otro lado del planeta, a Nueva York, ciudad en la que hoy por hoy casi cuatro de cada diez personas son foráneas. Actualmente habitan en Estados Unidos dos millones de paisanos de Suketu, quien sostiene que el fenómeno que está perfilando el siglo xxi es la migración masiva internacional. En su libro La vida secreta de las ciudades (Literatura Random House, 2017), Suketu Mehta afirma que “… en el último cuarto de siglo, la población emigrante del mundo se ha duplicado”. Enseguida leo: “Hoy, 750 millones de personas viven en un país donde no han nacido: uno de cada 28 seres humanos”… ¿750? Los números no me cuadran… “Si todos los emigrantes conformaran una nación, constituirían el quinto país más grande del planeta”. Imposible: con 750 millones, sería el tercer país más poblado del mundo… Tuiteo un par de preguntas al autor y unas horas más tarde, afable, desde Nueva York él me contesta: Thanks for your question. I haven’t seen the Spanish edition yet, but clearly there’s been a mistranslation. The original text in English reads: “Today a quarter of a billion people live in a country different from the one they were born in – one out of every 28 humans. If all the migrants were a nation by themselves, they would constitute the fifth largest country in the world”.
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Quiero pensar que no fue un error de traducción, prefiero creer que fue un dedazo: alguien tecleó “7” en vez de “2”, y alguien más no detectó el yerro. Un cuarto de un millardo —mil millones, a billion en inglés— es igual a 250 millones, ahora sí, más o menos una de cada 28 personas en el mundo. ¿Y qué tanto es tanta gente? Bueno, a la fecha únicamente China, India, Estados Unidos e Indonesia reportan más población residente, y comparada con la de nuestro país sería el doble. Y el fenómeno, señala Suketu Mehta, apenas comienza y se va a seguir acelerando “a medida que la guerra, las desigualdades y el cambio climático nos empujen más que nunca al extranjero…”. Muchos hombres y mujeres se desplazan por necesidad o por miedo, pero otros lo hacen acicateados por esperanzas. “En la búsqueda de felicidad, a veces avariciosa, a veces altruista, mi familia ha viajado por todo el mundo… —recuerda el autor calcutense— ¿Cómo mantenemos cierto sentido de continuidad? Como todos los emigrantes, nos consolamos de este movimiento incesante contándonos cuentos, el recuerdo, la recopilación, como antídoto contra el desplazamiento”. Es incuestionable que Suketu Mehta así lo ha hecho: en 2004 publicó el libro Maximum City: Bombay Lost and Found (Pinguin), una recuperación textual de aquella ciudad. En La vida secreta de las ciudades la perspectiva es más amplia: pretende ofrecer un entendimiento narrativo de la vida urbana en el mundo globalizado, desde el punto de vista más apto para hacerlo, el del que no tiene mucho tiempo de haber llegado, el del que nunca acaba de llegar definitivamente.1
1 Todos los datos estadísticos tienen como año de referencia 2015, el más reciente disponible; fuente: United Nations Population Division: https://bit.ly/1W6TROn
Luis Palés Matos
y las otredades puertorriqueñas Moisés Elías Fuentes
Luis Palés Matos
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Luis Palés Matos nunca aceptó que su obra poética fuera adjetivada como negrista, ya que consideraba que los esclavos negros y sus descendientes eran uno de los cimientos fundacionales de la actual cultura de las Antillas1. Por ello prefería la denominación poesía afroantillana, que para él expresaba con mayor justeza la influencia africana en la formación de la diversidad cultural antillana, como en efecto. En esta percepción de la cultura antillana, como en otros temas, Palés Matos develó la agudeza que caracteriza su breve pero sustanciosa obra creativa y crítica2. Nacido en una familia criolla más intelectual que terrateniente o comerciante, Palés Matos vio la luz el 20 de marzo de 1898 en la pequeña ciudad costera de Guayama, hecho básico para su comprensión de lo afroantillano, pues convivió libre con el pueblo y conoció de primera mano sus diversas expresiones culturales, lo que sustentó el desarrollo de su obra literaria y su pensamiento, algo patente hasta su muerte en San Juan el 23 de febrero de 1959. Gracias a los años en Guayama, Palés Matos pudo dialogar con el yo íntimo de los afrodescendientes, al tiempo que reinventarse en la otredad de esa cultura, Pienso aquí en todas las islas antillanas, y no sólo en las españolas. 2 Con todo y dicha brevedad, aún falta reunir y difundir textos de este maestro puertorriqueño. 1
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tildada de inferior por la élite local y el grueso de la comunidad intelectual, ávidas las dos de la aprobación de Estados Unidos, la nueva metrópoli. Pero sobre todo, el poeta descubrió la universalidad de la cultura afroantillana, capaz de salir de sí misma y hacerse entender por el otro, porque Palés Matos creía en el aspecto universal del arte, como explicó en diciembre de 1926 a la revista puertorriqueña Poliedro: Cuanto más expansión de universalidad tenga una obra de arte, más tiende a desprenderse de razas, fronteras y regiones. Por eso, hasta ahora, ningún poeta propiamente regional ha trascendido más allá de sus montes y fronteras.3
Esta afirmación del poeta echa por tierra dos ideas desacertadas que han fomentado prejuicios respecto de su obra literaria: la de ubicarlo como poeta negrista, con la limitación subsecuente; la de percibirlo como imitador de la voz negra, con la supresión tajante de su conocimiento de la diversidad social puertorriqueña. Nacido en 1898, Palés Matos se acercó a la literatura en pleno nadir del modernismo hispanoamericano, y
3 Palés Matos, Luis. Poesía completa y prosa selecta. Edición, prólogo y cronología de Margot Arce de Vázquez. Biblioteca Ayacucho. Caracas, 1978. Las citas de poemas y de obra crítica provienen de esta edición.
como tantos otros jóvenes autores, ofreció sus primeros versos al célebre movimiento, tributo que era despedida. En “Nocturno sencillo”, que forma parte de su primer libro, Azaleas (1915) se advierte el alejamiento del modernismo y el advenimiento de las expresiones vanguardistas: Palés Matos descubría asombrado la magia secreta de los barrenderos y la exaltaba: Barrenderos enfermizos; barrenderos incansables de las calles de Guayama; yo os admiro en vuestras luchas por la vida, yo os admiro en vuestra calma, y al miraros vagar solos en las noches silenciarias […]
La certidumbre de descubrir la magia de lo cotidiano, conducirían al poeta al encuentro con su otredad personal, representada por la limpieza de su espíritu desnudo en “Soy otro”, soneto de su segundo poemario, Programa silvestre: “Me he quitado el ropaje que de la ciudad traje,/ y estoy semi desnudo como un semi salvaje/ (me refiero al espíritu que está limpio desnudo)”. En su tercer poemario, El palacio en sombras, Palés Matos se alejó del modernismo para adentrarse en versos con ecos simbolistas y de la poesía estadounidense de fines de entreguerras, por lo que predomina el feísmo y el tono testimonial, como en “El agua negra”: Y llegó el último: mendigo… (Sangrante; pómulos agudos; ojos febriles, y una lepra creciéndole sobre la carne como una brasa irremediable).
Así como descubrió la otredad de barrenderos y mendigos, Palés Matos también descubrió a los obreros. Sin el arrebato mecanicista del futurismo italiano, el puertorriqueño mezcló los ruidos de las máquinas con los del trabajo humano en “Croquis al natural”: “Aquí en la playa, / hombres oscuros hormiguean llevando/ grandes sacos de abono. Cunde un agrio/ hedor de naftas
crudas y petróleos,/ y el agua, soñolienta, en las orillas/ se alza laxa y pesada. A pesar de su filiación vanguardista, en la década de 1920 Palés Matos no pudo evitar deslices modernistas y aun de romanticismo tardío, lo que se verifica en diversos poemas, tanto reunidos como no reunidos en poemarios. Sin embargo, estos traspiés se deben juzgar como parte de la comprensión de las otredades puertorriqueñas, al tiempo que búsqueda de voces definidas para expresar identidad y otredad. Más allá de tales deslices, Palés Matos supo reconocer las contradicciones de la sociedad puertorriqueña, aquéllas que impedían e impiden el diálogo de las otredades, el encuentro de Puerto Rico con su multiplicidad, lo que explica por qué Canciones de la vida media (fechado en 1925), desde el título está signado por los contrastes: el grueso de los poemas no se corresponde con la idea de canción, toda vez que predomina la cacofonía y la métrica libre, mientras escasea la rima y el ritmo musical. Así, en “Topografía”, el poeta integró su vida a un paisaje yermo: “Esta es toda mi historia:/ sal, aridez, cansancio,/ una vaga tristeza indefinible,/ una inmóvil fijeza de pantano,/ y un grito, allá en el fondo…” Diríase que Palés Matos perdió temprano la esperanza en la sociedad puertorriqueña. Sin embargo, en ese 1925 de Canciones… comenzó Tun tun de pasa y grifería, libro cuya redacción se prolongó hasta 1937. En el libro identificó que las tradiciones culturales afroantillanas se forman de la simbiosis de tres expresiones: la de los últimos vestigios de pueblos originarios, la de los esclavos africanos, y la española, conquistadora: Tuntún de pasa y grifería, este libro que va a tus manos con ingredientes antillanos compuse un día… … y en resumen, tiempo perdido, que me acaba en aburrimiento. Algo entrevisto o presentido, poco realmente vivido y mucho de embuste y de cuento.
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Con base en la voz afroantillana, Palés Matos desplegó una crítica demoledora de la sociedad puertorriqueña, que desde siempre ha pretendido blanquear la negritud, aunque esa negritud otorga carisma y plasticidad a la cultura isleña. Tal pretensión, que aún persiste, sostiene la división social en blancos, blanqueados y negros4. Así, la voz afroantillana se denota empoderada y avasallante en Tuntún de pasa y grifería, porque no es la simplista imitación de voces y ritmos, sino un desafío a la hegemonía blanca. He ahí “Candombe”: ¿Quién es el cacique más fuerte? ¿Cuál es la doncella más fina? ¿Dónde duerme el caimán más fiero? ¿Qué hechizo ha matado a Babissa? Bailan los negros sudorosos ante la fogata encendida.
Con todo, a despecho de los acosos de la blanquitud, el mestizaje resiste y es cultural, espiritual y sensual. Por ello Tuntún de pasa y grifería trasciende la poesía negrista y se convierte en expresión de diversidad unificadora, identitaria y también rebelde, como rubrica la última estrofa de “Plena del menéalo”, a su vez último poema del libro: Mientras bailes, no hay quien pueda cambiarte el alma y la sal. Ni agapitos por aquí ni místeres por allá. Dale a la popa, mulata, 4 Con blanqueados me refiero al segmento social que ha tomado los valores culturales y éticos impuestos por el blanco hegemónico (español antes, estadounidense ahora), como suyos, en el intento de lograr la aceptación de la metrópoli. Para una comprensión amplia de tal concepto, remito a Bolívar Echeverría y su libro Modernidad y blanquitud, publicado en México por Editorial Era en 2010.
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proyecta en la eternidad ese tumbo de caderas que es ráfaga de huracán, y menéalo menéalo, de aquí payá, de ayá pacá, menéalo, menéalo, ¡para que rabie el tío Sam!
Poemario culminante, después de Tuntún de pasa y grifería Palés Matos se alejó de la poesía y se dedicó a sus labores de ensayista y de profesor invitado en universidades estadounidenses, a más de la redacción de Litoral. Reseña de una vida inútil, novela autobiográfica inconclusa. Sólo en sus últimos años retomó la poesía, sobre todo sonetos. Sin embargo, los poemas más logrados son los de verso libre, de gran calidad técnica y discursiva, como “Puerta al tiempo en tres voces”, en el que atisbamos la sensibilidad de un poeta que intuyó para sí y compartió con todos, que para conocer la otredad de la patria grande americana, debemos sumergirnos en la otredad de nosotros mismos: En lo fugaz, en lo que ya no existe cuando se piensa, y apenas deja de pensarse cobra existencia; en lo que si se nombra se destruye, catedral de ceniza, árbol de niebla. ¿Cómo subir tu rama? ¿Cómo tocar tu puerta?
intervenciones Mateo Pizarro
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Al morir Jonathan, de Tony Duvert: la escritura como atentado Héctor Antonio Sánchez
Desde Sade, la lengua francesa nos ha regalado momentos de gran densidad, en que el ser se abisma en las tesituras del placer y la violencia: los polos entre los que pendula el erotismo. Sade, Lautréamont, Rimbaud; Bataille, Genet, Artaud, Gide: si la literatura es, en cierto modo, la aventura de la idea al volverse carne con el mundo, en ellos se revela —por la caída en el cuerpo: sus orificios, sus fluidos— como un acto de violencia. La escritura como profanación. Tony Duvert fue depositario de esta usanza. Como señala Hugo Alejandrez en su prefacio a Al morir Jonathan, recientemente editada por Canta Mares, Duvert es uno de esos autores malditos que cargan sobre sí las espinas de varios rótulos: homosexual, misántropo, misógino y —nos interesa para esta novela— pedófilo confeso. Nacido en el año liminar de 1945, habrían de corresponder a su vida, y a su obra, los grandes debates en torno al individuo y la sociedad de consumo en la arena bipolar de la Guerra Fría; particularmente en la convulsa década que siguió a mayo de 68. Su obra narrativa y ensayística, mayormente editada por Les Éditions de Minuit —la casa que acogió a los autores de la nueva novela francesa, con quienes colindaron sus primeras piezas—, mereció considerable renombre en la década de los setenta; por ejemplo, Paysage de fantaisie recibió el prestigioso Prix Médicis en 1973. En cambio, los años posteriores fueron menos proclives a sus ideas contestatarias. “Hace falta reconocer a los menores, niños y adolescentes, el derecho a hacer el amor”, dirá Duvert en Le bon sexe illustré. “Es el único remedio posible a los flagelos del Orden sexual que esta ‘educación’ intenta ocultar al adoctrinar a sus víctimas”. Sus últimos días quedaron marcados por la penuria, la reclusión y el silencio, y en una de esas jugarretas caras a la realidad, en 2008 su cuerpo fue encontrado en estado de putrefacción varias semanas después de su muerte, justamente como ocurre en un episodio de la novela que ahora nos ocupa. Recién recuperada del olvido por Gilles Sebhan, su obra testimonia el
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tránsito de una escritura que se provee, como en el nouveau roman, de sus propios mecanismos de expresión a una que proclama sus preocupaciones políticas respecto de la sociedad en la que se integra. En este segundo momento cabe situar Al morir Jonathan, originalmente aparecida en 1978. Imposible postergar la mención del tabú: la escritura deviene aquí profanación y rasga —penetra— el cuerpo social. La pregunta reclama la vigilancia permanente del lector: ¿es posible la conmoción, al margen de nuestra propia moralidad, ante esta nueva encarnación del amor que no se atreve a decir su nombre? La novela relata la relación entre Jonathan, un pintor de veintisiete años instalado en la campiña francesa, y Serge, un niño de ocho que queda a su cuidado durante el verano. Así lo consienten los padres del menor, Barbara y Simon, burgueses instalados en París: la novela, a ratos harto prolija en los pormenores de su cotidianeidad, no escatima la naturaleza de sus encuentros sexuales. El término del asueto significa para el joven artista la caída en la inmovilidad y en el alcohol: sólo la vuelta del niño amado al año siguiente insufla a su vida un norte renovado. En este segundo encuentro el niño revela sus incipientes dotes artísticas: varias páginas van mostrando un enorme palimpsesto por el que desfilan criaturas e historias creadas por su mano infantil, como quien descubre las posibilidades de su propio lenguaje. Una nueva separación se sucede, en apariencia infranqueable, y en páginas ardorosas, que rompen la aparente parsimonia del relato, vemos la imagen deleitable de un niño en una carretera, arrobado por su propio vértigo. Esta imagen nos sitúa ante el verdadero dilema de la obra: no el erotismo, sino el horror de la adultez, como si todo el drama de la existencia se redujera a la pérdida de la infancia, esa breve edad en que se es plenamente y de la que pronto seremos arrojados, como seres que han perdido el Edén. Llaman la atención los momentos en que se describe el cuerpo infantil, sobre todo el ano y los genitales como fuentes de placer: descripciones que tradicionalmente están proscritas. Pues el cuerpo guarda una relación harto reveladora con la sociedad moderna. En las sociedades holísticas, el cuerpo individual no acaba de ser: no acaba de diferenciarse del cuerpo de la comunidad. Hasta antes del Renacimiento,
no conocimos plenamente su interior: diseccionarlo implicaba diseccionar el cuerpo de la cristiandad. El avance de la ciencia y del individualismo nos mostró nuestra anatomía como una máquina perfectible, cada vez más separada del orden natural: Duvert pensará en una “máquina erótica”, que produce “un deseo inútil, un excedente de sexualidad”. Por ello el espacio y la mención de la vida privada se contraen a lo largo del tiempo; así lo atestigua la novela occidental: del horizonte ilimitado de la aventura quijotesca llegamos al confinamiento de Madame Bovary, como ha visto con lucidez Milan Kundera. Este proceso, que podríamos confundir con una conquista de la individualidad, en realidad señala su enajenación: Gregorio Samsa es despojado sin explicaciones de su cuerpo y confinado a “una agitación sin consistencia”. El cuerpo es hoy un producto que obedece a las regulaciones estatales y del mercado. Es nuestro en la misma medida que lo es del Estado y de los grandes capitales. El impuesto que pagamos por su arrendamiento es el del recipiente: depósito de transacciones morales y legales; de normatividad religiosa, civil, productiva. Moneda de cambio. Por ello, ejercer la violencia contra el cuerpo individual se traduciría en una suerte de violencia contra el cuerpo social. Tatuajes, travestismos, eutanasia: el pleno ejercicio de la voluntad sobre el cuerpo incurre en la afrenta o el desorden público. Justamente el cuerpo infantil es el mayor depositario, por la educación, de estos valores del mundo moderno. El niño no es sujeto de su propio placer: requiere el consentimiento de su padre o tutor, que no puede pasar sobre las regulaciones del Estado. En Al morir Jonathan, la estructura novelesca no es trasgresora: es en la descripción de la corporalidad y la sexualidad infantiles donde el lenguaje revela su contenida violencia. Tabú: en la sociedad capitalista de la posguerra, heredera de los valores de la burguesía decimonónica —pero renovada por el fervor ante el entretenimiento y el consumo—, el ejercicio de una corporalidad anómala resulta un acto de violencia, una conflagración; nada vulnera tanto el sentido de la sociedad productiva como la presencia del placer. El placer es la anomalía. Por ello el desenlace de la obra resulta fascinante. En una narración que a ratos se antoja un tanto flemática y en que el peso de la vida diaria puede resultar abrumador, la presencia de la fuga no sólo renueva su ritmo: desvela que —así fuere
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parcialmente— otro mundo es posible. La fuga, ¿de qué y hacia dónde? Sería una ingenuidad suponer que un autor tan escéptico como Tony Duvert propone un binomio ramplón entre el campo y la ciudad. Hay aquí una soledad en ambas esferas: la desolación de la campiña; la tontería de los modos burgueses de la metrópoli. Pero acaso en el escenario de la campiña reaparezca el fantasma rousseauniano de la soledad feliz: el reconocimiento del mundo interior y el erotismo que se libra sin testigos a su propio cauce; el amor que puede salvarse de la vieja moralidad sin tener ya que revelar su nombre y el retorno a un bon sauvage para quien la cultura rompe los ambages de su malestar.
Novela polémica, Al morir Jonathan trasciende una época de grandes cuestionamientos y sitúa al lector en el umbral de su propia educación. Con su prosa esmerada, sus descripciones turbulentas entre páginas que aparentan —subrayo la palabra: apariencia— una serenidad casi idílica, Tony Duvert nos recuerda, todavía hoy, la violencia de nuestra formación. En su obra el cuerpo, caja de resonancia, es el instrumento por el cual se fractura el entramado del mundo burgués; lo innombrable, lo inconcebible, lo obsceno —herida en las costillas del lenguaje— abre una incisión necesariamente bífida. ¿Salvación? ¿Derrota? Un atentado, al fin: necesidad de la fuga.
Al morir Jonathan Tony Duvert Traducción y prefacio de Pedro Hugo Alejandrez Muñoz México, Canta Mares, 2017, 193 pp.
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El hambre heroica o el fervor de los ardides Nora de la Cruz
Para qué decir lo de siempre: que las antologías son por lo general irregulares, que se incluye a los amigos, que se intenta darle visibilidad a algo (a los jóvenes, a un género, a un tema). Mejor señalar lo particular de cada intento; en el caso que nos ocupa —El hambre heroica, publicada por la editorial tapatía Paraíso Perdido— la intención de invitar a un escritor que funja como editor, y un criterio editorial singular: que los autores seleccionados sean mexicanos y estén vivos (factores que, en los tiempos que corren, no son méritos menores en sí mismos). En la primera entrega de este proyecto, el editor invitado fue Gabriel Rodríguez Liceaga, quien explica en el prólogo su predilección por el cuento como género y por estos textos en específico, los cuales —en sus palabras— “defendería enfrente del diablo”. En esta introducción, Rodríguez Liceaga hace algunos apuntes sobre el cuento, un tanto ambiguos, pero en su selección queda muy claro cómo lo entiende. El relato breve no se limita a contar algo, aunque así lo dibuje el editor a grandes rasgos, sino que eso que se cuenta gira en torno a un elemento técnico o anecdótico que le sirve como eje. Cuando el escritor es más avezado, el elemento queda bien construido y contextualizado, y el relato opera con naturalidad, como el salto improbable de los bailarines de ballet; cuando no, ese elemento técnico salta tanto a la vista que llega a ser insultante de tan obvio, como si el autor hubiera juntado buenamente 580 palabras que le sirvan para enmarcar veinte, las únicas que se moría
por decir. Sea como fuere, la antología deja en claro que, en narrativa, a Rodríguez Liceaga le deslumbra el ardid: el relato que se construye en torno —o a contracorriente— de un gesto técnico, emocional o de sentido. Dicho lo anterior, en la antología destacan los textos de autores que se propusieron un eje ambicioso y consiguieron algo propio y notable. Entre ellos se encuentran “Orquídea”, de Ave Barrera, “Y, sin embargo, es un pañuelo”, de Jaime Muñoz Baeza, y “Cáscaras”, de Leonardo Teja. Es curioso notar que en los tres casos, los autores se animan a probarse en territorios complejos que otros evaden o temen: el género fantástico, el humor, la metaficción y la autorreferencialidad. El primero es un relato dulce y bien llevado que sabe emplear el recurso de lo prodigioso. El segundo es ingenioso y apunta a lo humorístico en el tono, mientras que se mantiene cuidado y elegante en el estilo; ridiculiza las persecuciones religiosas y el temor de la Iglesia a cualquier cosa que contraríe el dogma (la ciencia, sobre todo); un relato ligero, bien construido e inteligente. Finalmente, el de Teja es fresco, original y juguetón; apuesta por el final sorpresivo, pero no necesariamente injustificado; mi favorito personal en la antología. En esta especie de moneda al aire, hay otro conjunto de relatos que apuestan y ganan, hasta cierto punto. Entre ellos contaría “Héroes como nosotros”, de Alfonso López Corral, autor a quien me alegra haber descubierto, pues consigue un relato de largo aliento bastante sólido, con una atmósfera
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El hambre heroica. Antología de cuento mexicano Seleccionada por Gabriel Rodríguez Liceaga Guadalajara, Paraíso Perdido, 2018, 153 pp.
lograda, con detalles que tal vez no terminan de cerrar del todo, pero en general bien logrado y, sobre todo, bien escrito. Ocurre algo similar con “Rapiña”, de Zoé Castell, y “Los que sobreviven”, de Joel Flores. En ambos casos, hay una tensión bien construida, personajes redondos y dibujados con trazos delicados y conmovedores, pero una disonancia al final le resta fuerza al efecto. Dentro de todo, se trata de relatos en los que se nota el oficio, tal vez de los más conmovedores del conjunto. Agregaría a esta clasificación “El hambre y la tristeza”, de Jorge Comensal, una especulación en tono de farsa acerca de cómo se “resuelven” los crímenes en el Estado de México, tomando como base el caso Paulette. La burla del sistema policial, su torpeza y cortedad, está planteada con cierto ingenio, pero es tan fácil de hacer que se agota muy pronto, y entonces el autor comienza a forzar el humor en otros detalles de la trama, quizá un poco más allá de lo deseable. En esta delgada línea queda también “Desagüe”, de Paulette Jonguitud, cuyo tono es logrado, pero que tal vez espera que la anécdota hable por sí misma, de modo que termina perdiendo fuerza. El otro lado de la moneda corresponde a los autores cuya ingenuidad fue esperar demasiado de un solo recurso. En algunos casos, el eje es técnico: el manejo de tiempo y perspectiva en “Té”, de Eduardo Sabugal, y “Una palabra”, de Alejandro Badillo. En ambos casos la debilidad del relato es la misma: se enfoca tanto en un solo aspecto que pronto pierde
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el balance y aburre. Por su parte, Úrsula Fuentesberain escribe un minicuento que calca la estructura de uno de los más célebres del género. Aniela Rodríguez se arriesga demasiado en lo técnico al emplear como voz narrativa la de un sicario (cuyo registro a veces fuerza la verosimilitud), y también en lo ético, al mostrar pocos matices en la admiración desmedida del personaje hacia su “jefe”. En este caso en particular no podría decir si logró lo que esperaba, porque no terminé de entender cuál era el razonamiento detrás del cuento. El caso más lamentable de incomprensión que padecí en la lectura de este libro fue, sin duda, ante “Acrotomofilia”, de Herson Barona; o el autor espera mucho de un chiste que no es gracioso, o cualquier posibilidad de interpretación que tenga el texto está más allá de mis capacidades. A veces pasa. Rumbo al final de la antología aparecen los autores más renombrados y de mayor experiencia. Los tres ofrecen relatos decentes —“Soñar el sol”, de Julián Herbert, el mejor de ellos— pero ninguno particularmente destacable. Incluso diría que emplean recursos muy vistos, que por momentos intentan hacerle trampa al lector y terminan ofreciendo visiones del mundo tan manidas y convencionales que nadie los tomaría por los transgresores que anuncian los cintillos de sus libros. Pese a ello, y a las objeciones que he señalado, El hambre heroica no deja de ser un ejercicio interesante que ofrece, como todas las antologías, la oportunidad de ampliar horizontes, de renovar las discusiones y de encontrar nuevas lecturas.
Françoise Frenkel
o el sin destino de los libros Francisco Goñi
Una librería en Berlín Françoise Frenkel Prólogo de Patrick Modiano Traducción de Adolfo García Ortega Barcelona, Seix Barral, 2017, 237 pp.
El destino que le depara a un libro es incierto. Por más que los canales de su tránsito sean conocidos y estén relativamente definidos, es casi imposible comprender de qué forma encuentra a su lector. Si acaso ocurre el hallazgo, tampoco sabremos explicar por qué los libros lastiman. Porque los verdaderos libros, dice Pascal Quignard, afectan a los lectores, los transforman. Nunca salen ilesos de la lectura. A esta familia de libros pertenece la obra de Frenkel. La historia de Françoise Frenkel es una herida para el mundo de los libros, es una llaga que lastima, porque exhibe las miserias de la humanidad y las adversidades que siempre ensombrecen el devenir de la cultura. Gracias a la inducción de sus padres, desde muy joven, tuvo acercamiento a la lectura y de inmediato, configuró su vida a partir de ella. Decidió dedicarse a un camino, un oficio, que muy pocos toman, tanto por lo periférico como por lo complejo en sí mismo: decidió ser librera. Su historia está incompleta. Se sabe que era de origen judío-polaco, pero estudió en París, la bella capital de luz. Se sabe que deseaba, en el umbral de los años veinte, abrir una librería. Un viaje por Berlín le hizo preguntarse por qué no abrirla allí. Aunque la capital alemana no le parecía tan bella y el clima era más despiadado, sin duda ofrecía un campo fértil.
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De esta manera, hacia 1921, Françoise abrió La Maison du Livre, la primera librería francesa en Berlín, en el número 13 de la Kleiststrasse. Su primera clientela se compuso de embajadores, extranjeros y artistas. Después vinieron los académicos, escritores e intelectuales. Bastó poco tiempo para ampliar el local y cambiar su ubicación a la calle Passauerstrasse, 39, entre el barrio Schöneberg y el de Charlottenburg. Rápidamente se convirtió en un referente de la ciudad Oso, tanto que era parada obligada y fue un motor de la promoción del pensamiento francés. Siguieron años de fortuna: los libros de bellas cubiertas se apilaban por doquier, en las mesas y estanterías. Los más grandes creadores franceses tuvieron su nicho, la poesía convivía junto a la filosofía, las novelas y revistas de moda que ofrecía la librería. Sin embargo, las inclemencias de la época no tardaron en llegar. El ascenso del nacionalsocialismo supuso enormes dificultades, como es sabido, en primer lugar para la comunidad judía, después para los extranjeros y, por supuesto, para toda iniciativa que pudiera vincularse a los países aliados. Entonces comienza la terrible travesía de la librera Frenkel: sufre tal acoso que debe cerrar la librería en 1939, abandonar el país y perder todo su patrimonio. Se refugia en París, después se esconde en Aviñón, Vichy, Niza… hasta que resulta imposible sortear la vigilancia nazi que cubre fronteras, estaciones de trenes, las calles y rincones de las ciudades intervenidas. Hambre, frío y zozobra fueron el pan de esos días, años de clandestinidad y vejaciones. Es impresionante cómo su historia devino en penuria y temor hasta llegar al encarcelamiento. En el fondo, las únicas razones eran su ascendencia judía y su local que vendía libros franceses. Logró sobrevivir gracias a un grupo de la resistencia que la ayudó a cruzar descalza la frontera suiza. Allí, en 1945, con el alma destrozada, decidió escribir su historia con el sensible título Rien où poser sa tête (Nada en qué posar la cabeza); recientemente publicada en español como Una librería en Berlín. En aquellos días, firmó un ejemplar con estas líneas:
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“Busco la paz: mis duelos son numerosos e ignoro dónde descansa mi familia”. Parece que el libro replicó su destino personal, ya que sólo obtuvo una sencilla reseña y pasó inadvertido. Sin embargo, por los caprichos del destino, un viejo ejemplar llegó a los cajones de libros en la comunidad de Emaús, Niza. De mano en mano, décadas después, llegó a Patrick Modiano, Premio Nobel de Literatura (2014), quien se conmovió con el testimonio y decidió apoyar con un prólogo a la edición contemporánea que publicó Gallimard en 2015. “Su libro —dice Modiano— será siempre para mí la carta de una desconocida, olvidada en la lista de correos desde hace una eternidad y que parece que recibes por error, aunque tal vez eras en realidad su destinatario”. Una librería en Berlín también es la representación infausta del mundo librero arrollado por la política y economía internacional, por los demonios que desatan las guerras, a veces mundiales, otras locales, siempre devastadoras. La narración recuerda, en demasía, a dos bellas historias: Mendel el de los libros, de Stefan Zweig; y 84, Charing Cross Road, de Helene Hanff; ambas protagonizadas por libreros que asumen su oficio como un destino llevado hasta las últimas consecuencias en periodos de guerra, no importándoles poner en riesgo la vida propia, sino, priorizando el acercamiento entre dos desconocidos: el libro y su posible lector. Las dos historias funcionan bien como un biombo que pudiéramos colocar detrás del libro de Frenkel. Françoise Frenkel compuso un relato conmovedor con su propia vida, la primera parte es su librería, el intermedio, las penurias de la guerra; la tercera, la sobreviviencia y su libro; así completa un ciclo doloroso en indigencia emocional. Posterior a la guerra, en 1959, solicitó una indemnización a la República Federal Alemana por un baúl de objetos personales que le fue decomisado por la Gestapo. Ganó el juicio y recibió 3 500 francos, hoy en día, un equivalente a 1 750 euros, menos de 40 000 pesos mexicanos. Toda una vida entre libros minimizada al máximo por los desastres de la Historia.
Fátima Vélez:
del porno y las babosas Brenda Ríos
Casa Paterna. Antología poética 2003-2015 Fátima Vélez Bogotá, Universidad Externado de Colombia, 2015, 70 pp.
Hace meses me topé con una poeta colombiana joven. Nació en Manizales en 1985. Me llamó la atención la historia de un premio que recibió pero que no pudo ser: el Premio Nacional de Poesía de Bogotá pero que no le fue dado porque no firmó el documento de inscripción. Una broma a lo Groucho Marx. Ridículo, burocrático, kafkiano, etc., pero real. Una reina sin corona. Un día Fátima siente la necesidad (¿así se dice?) de escribir un texto que hable de una actriz porno que se acuesta con animales. Es un poema narrativo. De principio a fin hay una historia. La poesía se extiende y se va a la novela pequeñísima. La biografía de una mujer. La vida personal, erótica. Qué más personal que eso. Viene incluido en Del porno y las babosas (Sobre Pornô e lesmas, Deep, Brasil, 2016). Le pedí a un periodista que fue a su país lo que encontrara de ella, pero sólo halló un libro, editado por la Universidad Externado: Casa paterna (Bogotá, 2015)1 que se compone de poemas seleccionados de cuatro libros escritos desde 2003 hasta 2015: Orillas, Diario del refugio, Diseño de Interiores y Del porno y las babosas. Este último salió íntegro en Brasil. Casa paterna tiene un par de poemas sobrenaturales (sobre todo de Diseño de Interiores y Del porno…). Poemas que juegan con algo más que el tabú, el sexo, la zoofilia, la familia, la vida convencional.
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https://bit.ly/2QYZHnM
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Bodil Joensen
del documental donde la vemos en los colores porosos de los sesenta daneses y rurales
deseo donde se pueda decir que algo es puro si alguna vez ha existido algo como lo puro
bestialidad llaman al sexo entre especies diferentes
donde se le concede al cuerpo
bestialidad lo que sucede en islas que rodean la Antártida
la libertad de no buscar sólo lo semejante
donde las focas violan a los pingüinos y en tres de los cuatro incidentes registrados
es la historia de Bodil Joensen
la foca deja ir al pingüino
de su madre amargura por la ausencia de un padre de familia
pero en uno de los episodios lo mata, lo come
de una granja donde se rezaba en cristiano
Bodil Joensen
se iba al colegio a pie
entre animales humanos y no humanos
se sacaba con leña costra para el invierno
sabe distinguir la confianza la entrega jabalí
un día especialmente escandinavo
de lo salvaje al instinto y así cumplióle promesa a la madre
pocas horas de luz que extrae lo inicuo de las piedras a Bodil Joensen la violaron
Inseminación central, llamó a su reino
y ya en la casa le contó a la madre
entonces la gloria del turismo sexual con animales
y la madre culpó y latigó
y luego arruinado por no saber manejar el dolor por la muer-
al gusto del contacto del cuero con la carne
te de Spot, su perra con la misma firmeza
Bodil Joensen juró que cuando fuera grande
que requiere dejarse penetrar por un caballo
tendría sexo con jabalíes y la madre a la hija respondióle que sólo se podía hablar así si se estaba saliendo de un demonio Bodil Joensen niña de doce años entregada a su perro en sexo y alma a su perro, cuya imagen conservó hasta la muerte en una cadenita alrededor del cuello de ahí salió la voz que respondió sí, una, y me decepcionó cuando le preguntaron si alguna vez había estado con hombres Bodil Joensen amamanta animales con su pecho prefiere lo mamífero que no sabe de sensibilidad a la lactosa su cuidado, su afecto por lo vivo su amplio dejar estar encuadra con el tono de la sexta sinfonía de Beethoven
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Este es un fragmento del poema. Vélez tomó elementos de la biografía de la actriz Joensen de Wikipedia. Algunos tal cual: el azote de la madre cuando la hija le cuenta que la agredieron a los doce años. Lo que la madre le dijo sobre los demonios. El sueño de la granja. La cría de los animales que la lleva a la pornografía. El desprecio de los vecinos. El alcoholismo. El fracaso de la granja, todo está ahí como un documental de esos de vida real que sirven de inspiración a jóvenes para alejarse de las drogas, el sexo, las tentaciones del cuerpo. En el poema está la infancia, la madre terrible, la búsqueda de lo tierno en el mundo animal, la correspondencia, la soledad, lo incomprensible. Un lapso de tiempo de infancia a la vejez o muerte. Una épica del fracaso. El sueño más bucólico se convierte en lo perverso, lo sucio. Nueve de cada diez hombres que la conocían se querían acostar con ella. Las esposas de esos hombres la odiaban. Como muchas divas de la pornografía, Joensen proviene del maltrato familiar, el abuso, y termina en una pobreza horrenda, en una especie de retrato de la decadencia moral para alivio de las familias bienpensantes. Pero mientras, alimentó el deseo. El poema logra eso: elige ciertos datos de la vida de una persona, real o
no, y los convierte en otra cosa, algo que está suspendido ya sea por el lenguaje o por la visión o por la perspectiva de la voz poética. La vida real de ese personaje deja de ser importante. Incluso si fueran los mismos datos que una semblanza de Wikipedia. Incluso así. El poema es elocuente y tiene un propósito, mostrar el peso de la elección. La vida libre no podría ser simple. Nada es simple. En “Diseño de interiores”, que también está incluido en Casa Paterna, el tono de la poeta cambia por algo más tenue, menos violento. Apuesta por la vida doméstica, íntima, de quien se queda en casa y piensa en ello. No como castigo, sino como una meditación en voz alta sobre objetos y sensaciones. Poética de ama de casa podríamos aducir. Lo más femenino del mundo femenino. Clarice Lispector solía escribir en la cocina con la máquina de escribir en el regazo mientras los hijos pequeños interrumpían constantemente. El cuidado de varias cosas a la vez, el hogar, la comida, la crianza, y el trabajo creativo se puede sentir en los poemas de Diseño de Interiores. Son poemas para imaginar el mundo poético en otra parte, en la parte más elemental de la vida diaria, en las alcobas, las tareas diarias. En los catálogos de lo visible, lo más tangible. La poesía no será algo abstracto que celebre la noche o la belleza inalcanzable, esos poemas son feroces por su propia simplicidad. Los elementos combinan, crean nuevos sentidos. No es la edad de la poeta, la poca o mucha experiencia. El trabajo de Vélez me hace reflexionar sobre la importancia del “hallazgo” en el poema. Un como no querer hacerlo y ese desvío, esa informalidad, esa pretensión de que no importa si no se logra, eso es justo lo que hace al poema un suceso de develamiento y simpleza. del blanco sacudimos los rastros de pintura tras los secretos que nadie le preguntó a las paredes si querían escuchar pronunciamos la palabra y la rutina no se forma no descurte esta nata amarilla
debes haberla pronunciado mal no, así la he dicho siempre ¿cómo? con el mismo tono de Niños a la cama ya
Hay esta cercanía que puede al instante causar el reconocimiento, la empatía. ahora a hacer café en el centro en el frío de una casa sin ollas
Y ese que podría ser el final redondo, absoluto está colocado en medio del poema. El clímax in media res. La familia en la casa en plena mudanza, los niños, la prisa, la ansiedad. El poema es, pues, tiempo. Un desplazamiento de temporalidad. ¿Se debe notar que hay un proceso? ¿El poema avanza? No siempre. Pero es genial cuando sucede. Porque entonces se trata de verlo moverse de un antes a un ahora. Y el lector no puede ser el mismo porque ya conoce el final. Es testigo de lo que sucedió en esa historia. Es esa persona de la que habla el poema, o, al menos, está en su lugar. Comparte el ojo del poeta. El ojo solo fuera del cuerpo. En esa corporalidad se concentra el logro: hacer notar el movimiento. Los hijos, la comida, el esposo, la tensión. Eso se puede sentir y para lograr eso el poeta escenifica la acción, logra una fotografía más explícita. El poema entonces es acción, devenir, conciencia del tiempo. En el sexo explícito, en la experiencia repetida de los labores del hogar, la poeta encuentra al poema. Una cocina en blanco: pintada de ese tono y la luz que entra. Todo blanco, minimalista. En medio de todo eso, algo pequeño, un exprimidor de limones podría ser. Una cuchara. Algo que hará al ojo detenerse. Eso es el hallazgo, el tono, el detalle fantástico. Lo sobrenatural, lo bizarro, lo desesperado que tienen sus personajes poéticos es que salieron al campo, al bosque, a buscar ese detalle que los haga reparar en algo más que ellos mismos.
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El transbordador siciliano Adán Medellín
Antiguo profesor de primaria y periodista jubilado, Leonardo Sciascia (1921-1989) fue definido en su tiempo como “la conciencia crítica de Italia” por su trabajo como integrante de la comisión de investigación del asesinato del escritor Aldo Moro, además de por su rigor e independencia radical en su contexto político, permeado por la mafia, los brotes fascistas, la democracia cristiana y la lucha socialista en su natal Sicilia. Si bien saltó al prestigio literario por novelas como Todo modo o A cada cual lo suyo, donde dibujó las relaciones turbias entre la violencia, las conspiraciones delictivas y los poderes institucionales, el hombre nacido en Racalmuto también cultivó el género cuentístico con pasión e inteligencia. En su momento, Sciascia eligió trece cuentos de su producción narrativa entre 1959 y 1972 para dar a luz El mar color de vino, un compilado de relatos notables que exploran a fondo el alma y la vida de su patria chica. Se trata de una Sicilia donde la familia, la mafia, la iglesia configuran los tres vértices del interior apasionado, tradicional, violento de los habitantes de esa isla triangular cruzada de invasiones, dominaciones extranjeras y un mar de historias donde confluyeron árabes, españoles, germanos, griegos e italianos a lo largo de los siglos. Los sicilianos son ese cruce cálido e insular, influido por la lealtad a instituciones y una lógica católica, pero también un pueblo hambriento de la migración en busca de oportunidades para salir de la pobreza, que idealizaba las condiciones continentales sobreviviendo en un contexto de austeridad. Los personajes de Sciascia proyectan el mismo deseo de amor verdadero que de venganza perfecta. Poseen un corazón donde la superstición y la ignorancia conviven con la pasión y la sangre caliente, donde la sombra de la mafia y su brazo omnipresente lleva a reflexiones tan sesudas y disparatadas como la negación de la existencia de “la cosa” en el relato “Filología”, una discusión entre dos hombres sobre los orígenes y alcances de un término que condensa a Sicilia en el imaginario común desde hace décadas. Pietro Fanfani [es] autor de un diccionario de italiano en el que la palabra mafia figura con dos efes y con el significado de “sociedad secreta en Sicilia”, derivada del árabe maehfil, que quiere decir reunión y lugar de reunión. De la misma opinión son Zambaldi y Rigutini, y
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El mar color de vino Leonardo Sciascia México, Tusquets, 2010, 180 pp.
casi todos los demás, incluido Palazzi… Quiero leerte la definición de Palazzi, porque es de risa: la primera parte copia a Petrocchi, pero luego añade: “La mafia no siempre tiene por fin el hacer el mal, pero los medios que usa son siempre ilícitos. Estaba extendida en Sicilia antiguamente”.
Didáctico como el profesor más sabio, pero nunca moralino ni preceptivo, el estilo de Sciascia se alimenta de la poesía, de los refranes orales, de los equívocos y de las situaciones absurdas para lograr una escritura que coloca la reflexión sobre la justicia en el centro de sus preocupaciones, pero sin cansadas retóricas legalistas, pues aprovecha un sentido del humor que nace de las conversaciones diarias y la lengua afilada de sus personajes, que convocan mujeres devotas, maridos despechados y hasta niños vivaces que no temen insultar al papado; además de reformular paródicamente los discursos históricos oficiales. Al retrato de distintos tipos sociales, particularmente el de una clase media con ciertos dotes de ilustración, Sciascia añade el arraigo moral de la religión y las costumbres de sus coetáneos, para dotar a sus textos de una especie de marco teologal sobre el crimen y la violencia; pero sobre todo para bucear en el alma siciliana desde un fuerte deber ser que se confronta y se disuelve en las licencias cotidianas (y aquí uno puede pensar en la perenne investigación y duda religiosa de cineastas como Martin Scorsese, con quien uno podría emparentar a Sciascia). La noción de conciencia como un contrapeso en nuestras elecciones no ha desaparecido del
universo moral de nuestro autor. Más que regodearse en acusar la hipocresía de los suyos, Sciascia parece amar el retrato de la contradicción inevitable y sus maneras de mantenerse viva en el germen de lo humano. El mar color de vino posee varias joyas, entre ellas, relatos extraordinarios como el homónimo “El mar color de vino” —crónica de un ingeniero que viaja por primera vez a Sicilia compartiendo vagón reservado con una familia nativa que le descubre la naturaleza de los isleños—, “La retirada” —el intento de un joven por detener la partida de su prometida secreta rumbo a una Suiza donde pueda realizarse personal y económicamente— o “Un caso de conciencia” —la historia amena y cruel de una infidelidad femenina que se publica como confesión en una revista sentimental y fomenta las dudas de los hombres de una ciudad. Si algo se agradece en esta selección autoral es que permite ampliar la visión y los tonos del siciliano. Aquí Sciascia ya no es sólo el escritor enfrentado al desafío de narrar y analizar la mafia o el crimen más o menos absurdo, espontáneo e imperfecto que se forja en el carácter de nuestros semejantes; sino también el hombre que ocupa el relato histórico, las publicaciones periódicas, la crónica de los transportes y hasta la parodia de los reportes militares para enriquecer la materia de lo contado. Sabrosos y contundentes, los relatos de El mar color de vino son un excelente transbordador para adentrarse en la tierra firmemente literaria, compleja y entrañable del gran autor siciliano.
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colaboran Gabriela Aguirre (Querétaro, 1977). Becaria del Fonca en dos ocasiones, del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Querétaro, del Instituto Queretano de la Cultura y las Artes y de la Fundación para las Letras Mexicanas de 2005 a 2007. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino en 2003 por La frontera: un cuerpo, así como el Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa 2007 por El lugar equivocado de las cosas. Luigi Achilli. Maestro y doctor en Antropología Política por la Escuela de Estudios Orientales y Africanos. Es Marie Curie Fellow en la Universidad Estatal de San Diego en California y en el Instituto Universitario Europeo, en Italia. Su investigación se centra en la migración irregular y las redes de contrabando, los estudios de refugiados y el nacionalismo en el Medio Oriente y el tema palestino. Alejandro Badillo (Ciudad de México, 1977) Narrador y reseñista. Es autor, entre otros, de los libros de cuento Ella sigue dormida, El clan de los estetas y las novelas La mujer de los macacos y Por una cabeza. Ganó el Premio Nacional de Novela Breve Amado Nervo. Verónica Bujeiro (Ciudad de México, 1976). Egresada de la licenciatura en Lingüística de la enah, guionista y dramaturga. Es autora de los libros La inocencia de las bestias y Nada es para siempre. Ha sido becaria del imcine, del Fonca y de la Fundación para las Letras Mexicanas. Germán Castro (Ciudad de México, 1964). Sociólogo y doctor en Letras por la unam. Es autor de algunos libros de cuentos y novelas entre los que destacan Cabecita en brasas, Ojalá estuvieras aquí, Cuentos de mala fe, Pasar como un fantasma, Nostálgicos y posmodernos. Publica semanalmente en La Jornada de Aguascalientes la columna “A lomo de palabra”. Valentín Chantaca (Ciudad de México, 1986). Perteneció al programa Jóvenes Creadores del Fonca y fue beneficiario del pecda Colima, ambos en la categoría de cuento. Coorganizador del encuentro de escritores “Cuento en Comala” 2016 y autor del libro Narraciones para leerse con la luz apagada. Nora de la Cruz (Estado de México, 1983). Ha realizado estudios en literatura en la unam, uam y el Claustro de Sor Juana. Ha colaborado en publicaciones digitales como La Fábrica de Mitos Urbanos, Distintas Latitudes, Hoja Blanca, Posdata y Testigos Modestos. Moisés Elías Fuentes (Managua, Nicaragua, 1972). Poeta y ensayista, ha publicado el libro de poesía De tantas vidas posibles (2007). En colaboración con Guillermo Fernández Ampié tradujo del inglés al español Ciudad tropical y otros poemas (2009), primer libro de Salomón de la Selva. Jesús Vicente García (Ciudad de México, 1969). Estudió Letras Hispánicas (uam). En 2009 obtuvo el segundo lugar en el ix Premio de Narrativa Breve Tirant lo Blanc, organizado por el Orfeo Catalán. Su libro más reciente es Después de bailar, ¿qué?, bajo el sello Fridaura. Andrés García Barrios (1962). Escritor y comunicador. En 1987 mereció la beca para jóvenes escritores del inba en el área de
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poesía y, en 1999, el apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes para realizar proyectos de teatro infantil. Es autor del poemario Crónica del Alba. Francisco Goñi (Ciudad de México, 1977). Es poeta, ensayista y librero. Estudió Ciencias de la Comunicación e Historia del Arte. Autor de los libros Esfera y Temor y piedad. Becario del programa Jóvenes Creadores del Fonca en el área de Ensayo en 2010. Araceli Mancilla Zayas (Tlalnepantla, 1964). Abogada, poeta y narradora mexicana radicada en Oaxaca. Es autora, entre otros, de los poemarios Al centro de la ínsula, A luz más cierta e Instantes de la llama, así como Brazos del tiempo, publicado por la Universidad Autónoma Metropolitana. Adán Medellín (Ciudad de México, 1982). Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la unam. Es autor de Vértigos, Tiempos de Furia y El canto circular. Obtuvo en 2017 el Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí. Es jefe de redacción de Playboy México. Virginia Negro (Italia, 1985). Periodista, investigadora y académica. Se licenció en Comunicación en las universidades de Bologna y París. Ha realizado trabajos de investigación en España, Polonia, Argentina y México. Actualmente estudia el doctorado en Estudios Latinoamericanos en la unam. Es colaboradora de medios como La Repubblica y Milenio Diario, entre otros. Mateo Pizarro (Bogotá, 1984). Es artista plástico. Estudió Artes Electrónicas en la Universidad de los Andes. Brenda Ríos (Acapulco, 1975). Escritora, editora, traductora, profesora universitaria. Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano 2013. Autora de los libros Las canciones pop hacen pop en mí. Ensayos sobre lo ridículo, lo cotidiano, lo grotesco; Empacados al vacío. Ensayos sobre nada y El vuelo de Francisca. Héctor Antonio Sánchez (Minatitlán, 1982). Estudió Letras Hispánicas en la Universidad Veracruzana y el Bridgewater College de Virginia. En 2003 recibió el Premio Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés. Ha sido becario del ivec, el Centro Mexicano de Escritores, la Fundación para las Letras Mexicanas y el Fonca. Rafael Toriz (Veracruz, 1983). Es egresado de la Facultad de Lengua y Literatura Hispánica (uv). Entre sus publicaciones destacan Animalia, editado por la Universidad de Guanajuato, y Metaficciones, editado por la unam, ambos en 2008. Iliana Vargas (Ciudad de México, 1978). Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Es autora de Joni Munn y otras alteraciones del psicosoma, Magnetofónica, así como Habitaciones del aire caníbal. Cuentos suyos se incluyen en sitios electrónicos, publicaciones y antologías mexicanas y extranjeras. Jorge Vázquez Ángeles (Ciudad de México, 1977). Estudió Arquitectura en la Universidad Iberoamericana. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas y del Programa Jóvenes Creadores del Fonca. En 2009 publicó la novela El jardín de las delicias. Es director y fundador de Metrópoli Ficción.
Universidad Autónoma Metropolitana
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FIL Palacio de Minería 2019
FIL Palacio de Minería 2019
Del 21 de febrero al 4 de marzo
Del 21 de febrero al 4 de marzo
Programa de Presentaciones
Programa de Presentaciones
Jueves 21 de febrero
Sábado 23 de febrero
17:00 h, Salón Manuel Tolsá Mirada de jaguar. Venturas y desventuras de la biodiversidad en América Latina Yolanda Massieu Trigo
12:00 h, Auditorio 6 Pasaporte sellado. Cruzando las fronteras entre ciencias sociales y literatura Alberto Trejo
17:00 h, Salón Filomeno Mata In-corporación del vih: nueve cartografías Bernardo Adrián Robles Aguirre y José Arturo Granados Cosme
12:00 h, Salón El Caballito Colección Déjame que te cuente
18:00 h, Galería de Rectores Kafka. Las escenas de lo humano Alberto Sánchez Martínez y Diego Lizarazo Arias
13:00 h, Salón Manuel Tolsá De la protesta a la propuesta. 50 años imaginando y construyendo el futuro David Barkin 17:00 h, Auditorio 6 Deseografías. Una antropología del deseo Rodrigo Parrini
19:00 h, Galería de Rectores Biología de los sistemas sensoriales: el tacto
Marisa Cabeza Salinas et al.
Viernes 22 de febrero 12:00 h, Salón de Firmas Historias metropolitanas Mario Barbosa y Ehécatl Omaña (coords.) 12:00 h, Salón El Caballito México y el contexto internacional Alejandra Toscana Aparicio et al. (coords.) 13:00 h, Salón Manuel Tolsá Rupturas y continuidades. Historia y biografía de mujeres Ana Lau Jaiven y Elsie McPhail 17:00 h, Auditorio 6 Experiencias desnudas. El lugar del acontecimiento en la historia Armando Batra 17:00 h, Salón Manuel Tolsá Anatomía de la escritura Kyra Galván 18:00 h, Auditorio Bernardo Quintana Hegel actual. La paciencia de lo negativo Gerardo Ávalos 19:00 h, Galería de Rectores Revista Ranazul: gráfica política
17:00 h, Salón Manuel Tolsá Iglesia, historiografía e instituciones. Homenaje a Brian Connaughton Juan Pablo Ortiz Dávila et al. (coords.) 18:00 h, Auditorio 6 La cuadratura del círculo filosófico: Hegel, Marx y los marxismos. Dialéctica, Estado, derecho, libertad y emancipación José Félix Hoyo Arana 18:00 h, Salón El Caballito Rosario Castellanos. Intelectual mexicana Claudia Maribel Domínguez 19:00 h, Salón Manuel Tolsá Viajeros del tiempo: seis autores y su quehacer historiográfico Susana Gutiérrez y Servando Ortoll (coords.)
Lunes 25 de febrero 12:00 h, Auditorio 6 Tiempo de diseño #14 y 15 Saúl Vargas González (coord.) 12:00 h, Salón El Caballito Resolución de ejercicios del libro Teoría de la plasticidad aplicada a los procesos de formado de metales / Resolución de cuestionarios y problemas del libro Formado de metales Lucio Vázquez Briseño
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13:00 h, Salón Manuel Tolsá Design Issues Marco Vinicio Ferruzca Navarro et al. (eds.) 17:00 h, Salón de Firmas Anuario de espacios urbanos 2018 Consuelo Córdoba Flores et al. (coords.)
19:00, Galería de Rectores Ventanas a lo inesperado: imagen literaria y fotográfica en Julio Cortázar / Sergio Pitol: autobiografía, vida y escritura Marisol Luna / Noemí Torres
Miércoles 27 de febrero 17:00 h, Salón Manuel Tolsá Elementos de Termodinámica / Solución de problemas de Termodinámica Luz María García Cruz et al. 18:00 h, Auditorio 6 68-132 Revolución visual Verónica Arroyo Pedroza y Jorge Ortiz Leroux 19:00 h, Salón Manuel Tolsá Fundamentos de Química. Desde una perspectiva de átomos, moléculas hasta reacciones químicas Alicia Cid Reborido et al.
Martes 26 de febrero 12:00 h, Auditorio 6 Diseñar para e-leer por placer Itzel Sainz 12:00 h, Salón El Caballito Celestina montó a La Bestia Ociel Flores 13:00 h, Salón Manuel Tolsá Competitividad. Proyectos modelo en el mundo Eduardo Langagne 17:00 h, Auditorio 6 Revista Internacional de Diseño, Medio Ambiente y Sostenibilidad. Diseñomas 17:00 h, Salón Filomeno Mata La espuma en la arena Francis Mestries 18:00 h, Galería de Rectores Estudios de Arquitectura Bioclimática, Vol. xiv
12:00 h, Auditorio 6 Investigación en diseño. Su realidad y objeto de estudio Miguel Ángel Herrera Batista 12:00 h, Salón El Caballito Introducción dialógica al Derecho. Diálogo a la manera platónica entre Kelsen, Marx y Habermas Arturo Berumen Campos 13:00 h, Salón Manuel Tolsá Anuario de Administración y Tecnología para el diseño / Compilación de artículos de investigación 2018 17:00 h, Auditorio 6 Epistemologías y metodologías: un acercamiento crítico a la administración y a los estudios organizacionales Carlos Juan Núñez Rodríguez y María Teresa Magallón Diez (coords.) 17:00 h, Salón Filomeno Mata La discriminación de precios y otras estrategias para capturar valor Manuel Castillo Soto y Gloria de la Luz Juárez 18:00 h, Salón de la Academia de Ingeniería Le français au Mexique: hier et aujourd’hui. Contribution à un premier état des lieux Yvonne Cansigno Gutiérrez (coord.) 19:00 h, Salón de la Academia de Ingeniería Revistas: Alegatos / Tema y variaciones de Literatura #50 / Fuentes Humanísticas
Jueves 28 de febrero 12:00 h, Auditorio 6 Recorrer y participar en la ciudad. Tres aproximaciones a la adaptación de los recorridos comentados como técnica de la investigación urbana Francisco Javier de la Torre Galindo 12:00 h, Salón El Caballito Poemas mexicanos sobre el libro y otros versos de lo impreso 13:00 h, Salón Filomeno Mata Tocar tu argolla en llamas Roxana Elvridge-Thomas 17:00 h, Auditorio 6 Siete palabras. Correspondencias artísticas México-Portugal 17:00 h, Salón Filomeno Mata Josefina Vicens. Un clásico por descubrir Ana Rosa Domenella y Norma Lojero (coords.) 18:00 h, Galería de Rectores La gran familia Claudio Lomnitz, Alberto Lomnitz y Leonardo Soqui 19:00 h, Salón de la Academia de Ingeniería Derivación tecnológica en apoyo a la agencia académica en educación superior Sandra Castañeda Figueiras y Eduardo Peñalosa Castro (coords.)
Viernes 1 de marzo de 2019 12:00 h, Auditorio 6 Universidad y transferencia de conocimiento para la gestión del patrimonio: un compromiso ineludible Lucrecia Rubio y Gabino Ponce 12:00 h, Salón El Caballito Revista Espacialidades 13:00 h, Salón Filomeno Mata Conversatorio sobre diseño Gabriel Simón Sol
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17:00 h, Salón de Firmas Prácticas editoriales y cultura impresa entre los intelectuales latinoamericanos en el siglo xx Aimer Granados y Sebastián Rivera Mir (coords.) 17:00 h, Salón Manuel Tolsá El silencio de los muelles / Umbría nube Miguel Ángel Flores 18:00 h, Auditorio Bernardo Quintana A 100 años de la primera constitución política y social Joel Flores Rentería y Alfonso León Pérez (coords.) 19:00 h, Galería de Rectores Ilustraciones de la acción pública en el México contemporáneo Alejandro Vega y David Arellano Gault (eds.)
Sábado 2 de marzo de 2019 12:00 h, Auditorio 6 Familias, iglesias y estado laico Carlos Garma, Rosario Ramírez y Ariel Corpus (coords.) 12:00 h, Salón Filomeno Mata El beso de la discordia. La V visita de Juan Pablo ii a México. Iglesia católica y prensa de opinión Nora Pérez-Rayón Elizunda 13:00 h, Salón Manuel Tolsá Administración de riesgos. Volumen vii. Marissa del Rosario Martínez Preece et al. (coords.) 17:00 h, Salón Filomeno Mata Cartas de amor / Los otros y nuestros monstruos: acercamiento a la literatura fantástica Cecilia Colón Hernández / Cecilia Cólon Hernández y Ociel Flores Flores (coords.) 18:00 h, Auditorio 6 Reinvenciones del individuo. Críticas sociológicas y filosóficas María Magdalena Trujano Ruíz 19:00 h, Salón Manuel Tolsá La insuficiencia de la ley para la solución de problemáticas jurídicas complejas en nuestro país Antonio Salcedo Flores
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NOVEDADES EDITORIALES
ARTE 68-132 Revolución Visual Verónica Arroyo y Jorge Ortiz (comps.)
El mito de H. P. Lovecraft
DERECHO Nuevo derecho energético mexicano José Guadalupe Zúñiga Alegría
CIENCIAS MÉDICAS ¡Me quiero, me cuido! Diario de la salud Ma. Isabel de Fátima Luengas, Laura Patricia Sáenz, Lucía Alejandra Vergara y José Armando García
ENSAYO LITERARIO María Luisa Puga y el espacio de la reconstrucción Alejandro Puga, Amanda Lee Petersen y Carmen Patricia Tovar (coords.)
Año XXXVIII, época V, Vol. VI, número 56 • febrero-marzo 2019 • $60.00 • ISSN 24485446
SOCIOLOGÍA Modernización y espacio. Imaginarios, ordenamientos y prácticas Akuavi Adonon, Laura Carballido, Jorge Galindo y Fernanda Vázquez (coords.)
casadeltiempo • número 56 • febrero-marzo 2019
ANTROPOLOGÍA Dilemas de la representación: presencias, performance, poder Adriana Guzmán, Rodrigo Díaz y Anne W. Johnson (coords.)
Revista bimestral de cultura
Frankenstein: la piedad y la culpa Entrevista con Enzo Traverso El espejo roto de Ingmar Bergman Luis Palés Matos y las otredades puertorriqueñas
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Tiempo en la casa, suplemento electrónico: “El cine en Grecia ”, de Guadalupe Flores Liera