Casa del tiempo 58, septiembre-octubre de 2019

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NOVEDADES EDITORIALES Revista bimestral de cultura • Año XXXVIII, época V, Vol. V, número 58 • septiembre - octubre 2019 • $60.00 • ISSN 2448-5446

BIOLOGÍA Estrés oxidativo y antioxidantes en animales Alejandro Córdova Izquierdo, Juan Eulogio Guerra Liera, Adrían Emmanuel Iglesias Reyes y Blanca Estela Rodríguez Denis

Su importancia en el comercio internacional y su impacto en los países en desarrollo: El caso de América Latina

ENSAYO LITERARIO Rosario Castellanos, intelectual mexicana Claudia Maribel Domínguez Miranda

Vidal I. Ibarra Puig (comp.)

NARRATIVA Los sueños de aserrín José Antonio Rosique

SOCIOLOGÍA Ilustraciones de la acción pública en el México contemporáneo. Estudios de caso para la docencia

Alejandro Vega Godínez y David Arellano Gault (eds.)

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Casa del tiempo • número 58 • septiembre - octubre 2019

ECONOMÍA El comercio internacional de servicios.

DISEÑO Diseñar para e-leer por placer Itzel Sáinz González

La Universidad ante el espejo Escenas y Periferias de Ro

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en línea: issuu.com/casadeltiempo

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www.uam.mx/difusion/revista/index.html @casadeltiempo

@casadetiempoUAM

Tiempo en la casa, suplemento electrónico: “Antología de Manuel José Othón”, artículos y selección: Ramón López Velarde; edición y prólogo: Marco Antonio Campos


Novedad editorial

Próximas ferias del libro en las que participará la UAM

La moneda y la banca durante la Revolución Mexicana Ricardo Solís Rosales En contrapunto al rostro terrible que muestran algunas caracterizaciones de los bancos y los sistemas bancarios, esta obra refleja, en su detallada documentación y perspectiva, un análisis acerca de la larga lucha —paralela al movimiento armado— por la cual se buscó salvar la viabilidad del sistema financiero nacional con el objetivo de lograr para la República una auténtica consolidación y viabilidad en lo económico.

Feria del Libro UAA Del 4 al 8 de septiembre de 2019. Universidad Autónoma de Aguascalientes, Aguascalientes. Feria del Libro de Relaciones Internacionales Del 6 al 8 de septiembre de 2019. Instituto Matías Romero, Ciudad de México. Salón Iberoamericano del Libro Universitario Del 6 al 15 de septiembre de 2019. Medellín, Colombia. Feria del Libro Latinoamericano y Caribeño Del 23 al 27 de septiembre de 2019. Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM, Ciudad de México. Feria Internacional del Libro UNACH Del 30 de septiembre al 4 de octubre de 2019. Universidad Autónoma de Chiapas. Feria Internacional del Libro de Antropología e Historia Del 26 de septiembre al 6 de octubre de 2019. Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México. Feria Internacional del Libro del Estado de México Del 27 de septiembre al 6 de octubre de 2019. Centro Cultural Toluca, Toluca, Estado de México. Libro Tránsito 2 y 3 de octubre de 2019. UAM, Unidad Cuajimalpa, Ciudad de México. Feria del Libro Chapingo Del 3 al 13 de octubre de 2019. Universidad Autónoma Chapingo, Estado de México. Feria del Libro y la Ciudad Del 8 al 11 de octubre de 2019. UAM, Unidad Xochimilco, Ciudad de México.

El poder, la rebelión y la riqueza de la nación logran una narrativa inteligente y comprensible para un amplio público, así como para los especialistas, quienes carecían hasta hoy de un instrumento tan valioso para ellos como demuestra ser esta obra de principio a fin.

De venta en: Librerías UAM · EDUCAL · FCE · Gandhi · Sótano · Péndulo

Feria Internacional del Libro de Monterrey Del 12 al 20 de octubre. CINTERMEX, Monterrey, Nuevo León. Feria Universitaria del Libro Del 15 al 17 de octubre de 2019. Poliforo Cultural Universitario "Ángel César Mendoza Arámburo", Universidad Autónoma de Baja California Sur

www.casadelibrosabiertos.uam.mx


Editorial Como caja de resonancia del pensamiento y su contexto social, la Universidad Autónoma Metropolitana fue atravesada —desde que inició actividades en septiembre de 1974 y hasta la más reciente huelga de 2019— por movimientos estudiantiles, académicos y laborales que la moldearon de manera significativa. En Casa del tiempo estamos convencidos de que toda universidad pública se valida en el análisis de su entorno pero sobre todo en su autocrítica más sincera. Bajo esa premisa, y con la consigna de conmemorar los 45 años de la uam, invitamos a Felipe Victoriano —doctor en Estudios Culturales y Literatura e investigador de la Unidad Cuajimalpa— para que convocara a un grupo de académicos a reflexionar respecto al pasado proceso. Escriben para nosotros Gustavo Leyva, Akuavi Adonon, Alejandro Araujo, Paulina Aroch, Zenia Yébenes, Luis Reygadas, Carlos Illades y Marco Antonio Millán Campuzano. En nuestro Ensayo visual, y en la sección Profanos y grafiteros, incluimos una muestra del Acervo Artístico de la Coordinación de Difusión, en la cual se exhibe el trabajo de Helen Escobedo, José Luis Cuevas, Arnold Belkin, Vicente Gandía, Alberto Gironella, Flor Minor, Francisco Moreno Capdevila, Manuel Felguérez, Gerardo Toledo, Roberto Velázquez, Francisco Corzas, Joy Laville y Pedro Friedeberg. En Ménades y Meninas, Héctor Antonio Sánchez recorre las recientes exposiciones Escenas y Periferias del fotógrafo Rodrigo Moya; y Jorge Vázquez Ángeles sigue las huellas del legendario Aleister Crowley —“el hombre más malvado del mundo”— en el desaparecido Tívoli de Cartagena, en Tacubaya, un suntuoso casino porfiriano. En Antes y después del Hubble, Marina Porcelli presenta la primera parte de la serie “El tranvía que no paraba nunca”, acerca del relato policial y sus autores; en esta entrega nos refiere anécdotas alrededor de El Club del Fantasma, Arhur Conan Doyle y el espiritismo. Gabriel Trujillo Muñoz, por su parte, rememora —y echa en falta en el presente mexicano— la obra y el humor de Jorge Ibargüengoitia. Finalmente, Verónica Bujeiro analiza el fenómeno de la tristemente célebre tragedia nuclear de Chernóbil cuya historia fue llevada a la televisión por el director y guionista Craig Mazin.


Rector General Eduardo Abel Peñalosa Castro

editorial, 1 torre de marfil

Secretario General José Antonio De los Reyes Heredia

Cuarteo para Cronos, 3 Adriana Ventura Pérez

Unidad Azcapotzalco Rector

profanos y grafiteros

Secretaria Verónica Arroyo Pedroza Unidad Cuajimalpa Rector Rodolfo Suárez Molnar Secretario Álvaro Julio Peláez Cedrés Unidad Iztapalapa Rector Rodrigo Díaz Cruz Secretario Andrés Francisco Estrada Alexanders Unidad Lerma Rector José Mariano García Garibay Secretario Darío Guaycochea Guglielmi Unidad Xochimilco Rector Fernando de León González Secretaria Claudia Mónica Salazar Villava Casa del tiempo, año xxxviii, época v, vol. v, núm 58 • septiembre-octubre 2019. Revista bimestral de cultura de la UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA Director Francisco Mata Rosas Subdirector Bernardo Ruiz Comité editorial Laura Elisa León, Vida Valero, Rosaura Grether, Erasmo Sáenz (†), María Teresa de la Selva, Gabriela Contreras y Mario Mandujano Coordinación y redacción Alejandro Arteaga y Jesús Francisco Conde de Arriaga Investigación documental Miguel Ángel Flores Vilchis Redes sociales Amelia Salcido Jefe de Diseño Francisco López López Diseño de maqueta y formación Guadalupe Urbina Martínez Imagen de portada Pedro Friedeberg, Sín título, serigrafía y sellos de goma sobre papel, 1980 Edición Internet Jorge Ordaz Distribución Marco Moctezuma, Subdirección de Distribución y Promoción Editorial, Rectoría General UAM, Prolongación Canal de Miramontes 3855, 2º piso, Ex hacienda San Juan de Dios, Delegación Tlalpan, 14387, Ciudad de México. Casa del tiempo, año xxxviii, época V, vol. V, número 58, septiembre-octubre 2019, es una publicación bimestral editada por la Universidad Autónoma Metropolitana. Prolongación Canal de Miramontes 3855, Col. Ex-Hacienda San Juan de Dios, alcaldía Tlalpan, C.P. 14387, Ciudad de México; teléfono 5483 4000, ext. 1509 y 1510. Página electrónica de la revista: www.uam.mx/difusion/casadeltiempo, dirección electrónica: editor@correo.uam.mx / editoruamct@gmail.com. Editor Responsable: Bernardo Ruiz. Certificado de Reserva de Derechos al Uso Exclusivo de Título No. 04-1984-000000000622-102, ISSN 0185-4275, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Certificado de Licitud de Título número 553 y Certificado de Licitud de Contenido número 633, ambos otorgados por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresa por Ediciones del Lirio S. A. de C. V., Azucenas núm. 10, colonia San Juan Xalpa, Alcaldía Iztapalapa, Ciudad de México. C. P. 09850. Tel. 56134257. Este número se terminó de imprimir en la Ciudad de México, el 30 de agosto de 2019, con un tiraje de mil ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización de la Universidad Autónoma Metropolitana.

Universidad y trabajo. A modo de presentación, 5 Felipe Victoriano Reconstitución de una comunidad fracturada. Reflexiones posthuelga, 9 Gustavo Leyva La huelga como síntoma para pensar la Universidad, 14 Akuavi Adonon / Alejandro Araujo / Paulina Aroch / Zenia Yébenes ¿Igualitarismo o calidad académica con inclusión? La encrucijada de la uam, 20 Luis Reygadas La huelga en la uam, 25 Carlos Illades Urgencia, innovación e identidad, 28 Marco Antonio Millán Campuzano

ensayo visual Acervo Artístico UAM, 33

ménades y meninas El rosotro humano de un siglo. Escenas y Periferias de Rodrigo Moya, 40 Héctor Antonio Sánchez “La gran bestia” en un casino porfiriano, 45 Jorge Vázquez Ángeles

antes y después del Hubble El tranvía que no paraba nunca: muertos que vuelven, 49 Marina Porcelli Jorge Ibargüengoitia: entre la colonia Lorenzo Boturini y Mejorada del Campo, 53 Gabriel Trujillo Muñoz La resurrección de una estrella llamada Ajenjo: la tragedia de Chernóbil vista por hbo, 58 Verónica Bujeiro Simbolismo infeccioso. La tuberculosis de Arthur Morgan en Red Dead Redemption, 62 Patricio Bidault Crónica para un cronista, 65 Jesús Vicente García

intervenciones, 69 Irasema Fernández

francotiradores El silencio de los muelles y Umbría nube: el mar firmamento de Miguel Ángel Flores, 70 Moisés Elías Fuentes Las ciudades memoriosas de Zagajewski, 73 Adán Medellín Junot Díaz, la identidad y la culpa, 75 Brenda Ríos Una amistad crítica: Octavio Paz en el horizonte, 77 José Homero

colaboran, 80 Tiempo en la casa. Antología de Manuel José Othón Artículos y selección: Ramón López Velarde Edición: Marco Antonio Campos


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Cuarteto para Cronos Adriana Ventura Pérez

Mientras una hora Reunión de tres cada martes a las cinco. Nos sobra una hora a los cuatro. Sesenta minutos en un lago vacío. El tiempo nos persigue toda la semana, pero nos sobra una hora cada martes. Hablamos de cinco a seis. Contamos los minutos: falta media hora, un cuarto, diez. Dos llevan relojes, rodean sus muñecas los brazos del tiempo, escuchamos el tic tac que avanza: un bestiario de sombras en sus muñecas. Nuestras horas perdidas suenan a tedio, a paseos de parque, a basura anidada en la esquina. Horas muertas. El tiempo sediento en un salón de maestros. Nos sobra y hablamos. El viejo ritual en la boca, ellos dicen de sus mañanas: ponerse corbata, loción, el reloj, tomar el portafolio y a correr. No tengo un minutero en la muñeca, las manecillas no andan por mis manos, tampoco acostumbro corbatas. No sé leer brújulas. No es igual, dicen. Tener un reloj es ser demiurgo del tiempo, pero nada lo frena. Los martes, acorralados en esta sala de ecos, veo sus relojes: artefactos del pasado para medir el presente. Extraviar la puntualidad a los diez No tuve un reloj Casio a los diez años. Tuve un reloj rojo a los dieciséis, en el fondo tenía el dibujo de Snoopy, no fue un regalo; lo compré al ahorrar sobrantes del dinero que me daban para comer en la escuela, Cronos a la inversa. Perdí el reloj, lo guardé en la bolsa lateral de mi mochila y adiós, nunca más reloj. Era rojo y grueso. No tuve un reloj Casio. No me recuerdo a los diez años. Tuve uno rojo de Snoopy y lo extravié. Dieciséis años y viajar a la escuela, abrir la puerta a tiempo, aprender a ser puntual, a valorar mis primaveras. Usaba mochilas mínimas, con bolsas laterales. Salía corriendo de casa cuando el sol todavía no asomaba sus pestañas.

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El Snoopy se acomodaba en una de las bolsas laterales. Alguien, una bestia sombría, tomó mi reloj. No tengo ahora, ya nunca usé. No tengo diez años ni dieciséis. Nunca tuve un Casio. Regalos sí, antes y después de los diez: nada que ver con manecillas. Madre mide el pulso Madre usa reloj desde hace mucho. Madre pregunta ¿qué hora es?, trabaja pendiente del tiempo, es centinela en la vida de los otros. Ser paciente es entregarse a la calma, suspenderse. Para mamá siempre es tarde y llegamos con retrasos. Sal con tiempo, aconseja. Aprovecha cada minuto. Mi madre asiste siempre al trabajo y es puntual, pareciera que le sobra. Se levanta y pregunta la hora, ¿qué hora es? Casi nadie responde, pero ella no interrumpe, no hay pausa en sus días. Mi madre nunca ha perdido un vuelo, nunca un viaje en autobús. Mi madre porta mecánicamente los segundos. Sabe tomar el pulso en sus pacientes, verifica el sonido de las gotas, sabe escuchar el ritmo. El tiempo es agua: transparente, gotea. Melodía es el pulso. ¿Qué agua es? Mi madre llega a tiempo siempre, ese es su trabajo, estar a la hora exacta, tomar pulsos. Vive para asistir. Mecánica negra Un reloj negro con números arábigos grandes. Quiero un reloj porque ya todo es pequeño, mi cuerpo, los ojos de mi cuerpo, mi reloj, ya casi no se dejan ver sus números. Las manecillas de mi reloj perdieron la secuencia, van a la inversa. He visto al relojero, el relojero ha visto mi reloj: le cambia la pila, le cambia los pernos. Manecillas, volumen, tiempo. Es serio el problema con mi tiempo. Cuento las gotas de la noche. Miro las sombras del sol. Mi reloj negro de números grandes no me dice si la hora se detiene como yo en el descanso o al dar treinta pasos. Viajo a las trece, estoy llegando breve, en treinta minutos las horas graves del día acaparan mis manos, mis dedos, mis venas. Sigo sin poder leer el tiempo que avanza magro por mi muñeca. Voy, aunque las manecillas ya no funcionan y los números crecen hacia atrás. Quiero un reloj para recuperar el tiempo.

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Universidad y trabajo A modo de presentación

Felipe Victoriano Manuel Felguérez, Arco del día, aguafuerte y aguatinta sobre papel, 1995

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La noción de crisis suele estar hoy asociada a la de enfermedad. Sea cual sea el origen que la desate, se trata de una imagen negativa, vinculada al proceso de agudización de los padecimientos, a la aparición del estado de urgencia, en el que se mejora o se empeora, se gana o se pierde. Pero es precisamente en este punto emergente en que aparece también la crítica, con un sentido completamente distinto que el de enfermedad. Se trata de la aparición del “punto crítico”, de la forma del juicio que intercepta al estado de excepción para exponerlo a las potencias creativas de la ruptura. Más que un estado es una actitud: la de sostener la mirada reflexiva en medio de la disyunción, en el epicentro mismo en donde las fuerzas antagónicas se neutralizan. De modo que, a diferencia del enfermo grave cuya inmediatez se encuentra en ciernes, las situaciones de crisis suspenden el “orden de las cosas” para intervenir críticamente el fundamento que las organiza. Un fundamento que, como tal, subyace excluido de las relaciones inmediatas que él mismo produce. Entonces, de ningún modo resultaría contradictorio sostener que la reciente huelga “abrió” en la Universidad un “punto crítico”. A decir, un conjunto de problemáticas y desafíos que, tal vez, si ésta no hubiese estallado, permanecerían “cerrados” a la discusión interna de su comunidad. Una comunidad que se ha ido conformando a través de los años, precisamente por medio de la apertura al debate interno y al compromiso orgánico con sus propios espacios deliberativos, los cuales constituyen el eje articulador del proyecto de autonomía, no sólo de la uam, sino de la universidad pública y nacional en México. Es cierto que la huelga nos afectó a todos. Pero como toda afectación que importuna, poniendo en crisis el marco de estabilidad en el que estamos situados, también allí se desatan energías que permiten contemplar, de manera nítida, el plano real en el que operan nuestras afectividades. Sin duda que habría que evaluar primero los términos del debate, o esperar a que los órganos de gobierno emitan su balance final. Sin embargo, la Universidad no puede ser sustraída del ejercicio crítico que implica activar las

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formas del diálogo y la participación, ni de la urgencia de interrogar profundamente los soportes institucionales en los que éstos tienen lugar. Sin ir más lejos, esta fue una huelga sin precedentes respecto a su exposición y cobertura mediática, sobredeterminada por “las redes sociales”, por los actores políticos, por los gobiernos, al punto incluso de incidir en los propios protocolos negociadores, asunto que amplificó de manera inédita, no sólo la participación universitaria en torno al conflicto, sino también de la opinión pública en general. Ciertamente, el valor de esta participación aún debe ser definido, pensado seriamente, en orden de hacerlo perdurar más allá de su efervescencia coyuntural. En lo que sigue, con el objeto de iniciar la discusión, proponemos la lectura de un conjunto de ensayos que han sido reunidos en la premura del retorno a clases. Han sido escritos por profesores en el fragor de los acontecimientos, por lo que conservan el tono urgente y la sobriedad telegráfica en las propuestas, y desde posiciones diversas en torno a la crisis, muchas de las cuales bien pudieran considerarse encontradas. Respondieron con entusiasmo a una convocatoria que se fraguó en pocas semanas, bajo la convicción de lo importante que era (y es) reflexionar sobre la huelga más allá de su agitación inmediata. Vistos globalmente, no constituyen ni un resumen de la huelga ni un abanico representativo de interpretación de coyuntura; son más bien un conjunto de lecturas críticas que, inmersas en la crisis, proponen sin embargo perspectivas de análisis que consideramos integrales. La idea no sólo era responder a las causas o los costos del conflicto, sino situar el punto crítico abierto por éste, interrogando la espesura histórico institucional de la que habría brotado. En lo que respecta a los textos, en un ejercicio de condensación brusco, diríamos que el punto crítico es la irrupción de la cuestión laboral en el seno mismo de la actividad académica. En efecto, a muchos la huelga nos tomó por sorpresa, alterando de súbito el sentido con el que comprendíamos el quehacer en la uam. Esto evidenció la tensión fundamental entre las formas de concebir el

trabajo (en general, pues los estudiantes también trabajan) y las modalidades de contrato que las autorizan. Resulta que el trabajo universitario se encontraba determinado por un sistema contractual profundamente diferenciado, que a su vez definía relaciones salariales que no eran visibles de manera inmediata, o bien se encontraban desplazadas respecto de otras relaciones. Por ejemplo, relaciones de docencia, o administrativas, o funcionarias; no obstante, todas ellas podían ser suspendidas unilateral e indefinidamente. A dos meses de huelga, la mayoría de los profesores había comprendido el meollo asalariado de la profesión. El conflicto laboral había liberado de su excepción al fundamento que, sin ser evidente hasta entonces, hacía posible el régimen de normalidad en el que nos encontrábamos imbuidos. Pero, ¿es acaso una universidad pública una comunidad de trabajadores antes que de académicos? ¿Deben los temas laborales incorporarse en el centro de la discusión universitaria? ¿Es la gestión salarial lo que define hoy (ahorita en México) la viabilidad de la universidad pública? Son preguntas complejas, que ciertamente deben matizarse, pero que condensan de modo ejemplar la envergadura del desafío. Dos acontecimientos lo precisan, aunque extemporáneos y colaterales. El 17 de marzo, en plena huelga, el presidente López Obrador proclamó en acto oficial el fin del neoliberalismo en México. Independiente del alcance performativo del enunciado, o de lo que quiere decir neoliberalismo, lo cierto es que el hecho debiera anunciar el agotamiento de un proyecto de gestión del trabajo. De modo concreto, al menos todo sistema que pague salarios con dineros públicos bajo el principio de la desagregación contractual. Por otro lado, también durante la huelga, tomó lugar la reforma al artículo 3° de la Ley General de Educación, en donde por primera vez en la historia republicana la educación superior terciaria adquiere obligatoriedad por parte del Estado. A reserva de la leyes específicas que la efectúen, la reforma también debiera afectar el marco de estabilidad en el que se concibe la función pública y, por ende, el orden de prioridades en la asignación de

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los recursos. Debiera trastornar, por ejemplo, los límites que hay entre Estado y universidad, sobre todo si aún se puede establecer la diferencia clara entre lo público y lo estatal, entre orden civil y orden fiscal, entre Universidad y Establecimiento de Educación Superior. ¿Cómo leer estos dos acontecimientos sino estableciendo un punto crítico de implicación? ¿En qué medida esta implicación afecta los aparatos de lectura con que hemos intentado comprender la huelga en la uam? En definitiva, ¿cuál es la importancia que tienen los modelos de gestión del trabajo en la definición del rol de la universidad pública en México? Como decíamos, se trata de preguntas complejas, cuya envergadura exige de nosotros no sólo de espacios de discusión que amplifiquen el intercambio de ideas, sino también de intensos compromisos institucionales y comunitarios que permitan abordarlas de modo sostenido a través del tiempo. En el discurso que pronunció la tarde en que la Universidad le concedió el grado de Doctor Honoris Causa, el escritor y exalumno Juan Villoro evocó una imagen de juventud con la que nos gustaría concluir esta presentación. Es la imagen de un perro vagabundo, famélico, que ronda agónico el campus de la Unidad Iztapalapa frente a un puñado de alumnos que discuten exaltados la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. Percibían en él, a mediados de los 70, una especie de emisario o mensajero que venía a recordarles que no eran sino unos iniciados haciendo teoría en un sitio eriazo. Son los primeros años de la uam: las aulas aún se encuentran

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semivacías, muchas, a medio construir, y el espacio de la teoría se halla acaso cercado por una hilera de varillas recién plantadas en el horizonte polvoriento del escampado. Hay algo precario en esta imagen, es cierto, pero también algo profundamente luminoso. Algo que está asociado a la luz de la memoria y al ejercicio que supone encenderla para otros. Desde la madurez y la obra, la visión del animal moribundo persiste en el corazón de un hombre que vio la sencillez originaria de la uam como una certeza formativa fundamental. Una certeza asociada a las formas primerizas del habitar, de colonos movidos por convicciones públicas que comprendían el rigor de la intemperie como potencia y porvenir. Según recordaba Villoro aquella tarde, el perro que venía a morir al campus no representaba para ellos una señal más del fin de las cosas, sino, precisamente debido a su forma fatal, “la urgencia de cambiarlo todo”. Hace unos meses la uam cumplió 45 años. A reserva de simbolismos y clichés, convengamos que se trata de una edad filosófica, caracterizada por la tradición como un momento esencialmente reflexivo, de madurez. Entonces, en la piedra angular de la medianía, del instante sin sombra de la vida, quizá sea el momento de preguntarse por aquellos mensajeros escatológicos que rondan hoy nuestra Universidad, emisarios mestizos del inframundo que vagan por el campus con su propia señal de alerta; e insistir en ellos, en su presencia abisal e irruptiva, para recobrar acaso la sensibilidad crítica que nos caracterizó en los territorios baldíos de los comienzos.


ReconstituciĂłn de una comunidad fracturada

Reflexiones posthuelga

Gustavo Leyva

Francisco Moreno Capdevila, Tendero, litografĂ­a sobre papel, 1971


El sindicalismo universitario en México puede ser considerado como uno de los resultados de la movilización estudiantil y académica de 1968 y de la creciente politización en el interior de las universidades mexicanas a raíz de ese movimiento. El situam nació en 1975, un año después de la fundación de la uam, e incluso antes de la creación del stunam en 1977. Nacido como un sindicato mixto en el que se agrupaban inicialmente tanto trabajadores administrativos como académicos, la composición del situam se ha ido transformando paulatinamente hasta convertirse ahora en un sindicato conformado en su gran mayoría por trabajadores administrativos. Ello puede ser comprendido en buena parte como un resultado de la creciente diferenciación en términos de ingresos que han experimentado uno y otro tipo de trabajadores. En efecto, la creación del sni en 1988 y de diversos paquetes de estímulos económicos en las universidades públicas en general y en la uam en particular hacia el fin de la década de los años ochenta, introdujeron una creciente desigualdad entre los trabajadores académicos y administrativos. Estos programas de estímulos a la productividad académica surgieron con el objetivo de mejorar la calidad de la docencia e investigación en las instituciones de educación superior, impulsando al personal académico a realizar estudios de posgrado, a fomentar su participación en eventos nacionales e internacionales y a incrementar el número de publicaciones y su impacto nacional e internacional. Aunque originalmente estos programas tanto internos —con recursos y sistemas de evaluación diseñados por la propia institución— como externos —mediante el Conacyt, vía sni— tenían como propósitos compensar el creciente deterioro salarial de la comunidad académica nacional que había tenido lugar en la década de los ochenta, retener al personal académico más calificado en México, evitar el fraccionamiento del trabajo que obligaba a los docentes a tener que laborar en dos o más instituciones a la vez, etcétera, en la actualidad estos programas hacen

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las veces de un régimen salarial alterno asociado al salario base, que se ha convertido en indispensable para que los académicos puedan mantener su nivel de vida. Los efectos de lo anterior han sido, por un lado, una mejora sustantiva en la situación económica de los académicos, y, por el otro, un sistema de docencia e investigación basado en la productividad que en muchas ocasiones ha dejado de lado la calidad, una creciente atomización —especialmente en la investigación— y, al mismo tiempo, una marcada diferenciación con respecto a los trabajadores administrativos (piénsese en este sentido que, por ejemplo, en países como Alemania o Brasil, la proporción que mantienen los ingresos salariales de un trabajador académico con relación a los de uno administrativo en una universidad pública puede ser de tres a uno, mientras que en una institución equivalente mexicana puede llegar a ser hasta de quince, o más, a uno). Como ya se ha dicho, este proceso no ha caracterizado exclusivamente a la uam, sino que define un trazo que es propio a prácticamente todas las universidades públicas del país. En el interior de todas ellas se ha operado un proceso de diferenciación creciente tanto entre académicos y administrativos como en el interior de la propia comunidad académica, introduciendo una estratificación —económica, simbólica y de prestigio que permea también a las creencias y actitudes al igual que a las posiciones políticas con respecto a lo que acontece tanto dentro como fuera de la Universidad— entre los académicos del país. (Dejo aquí de lado las diferenciaciones entre los salarios percibidos por los académicos de instituciones de educación superior y los de quienes laboran en la educación básica y media, cuya retribución salarial es mucho más baja). Creo que es aquí en donde debe localizarse una fractura que se expresa en forma clara tanto con los vínculos que académicos y administrativos mantienen con

la institución, como con la identificación —o ausencia de identificación— con ella. Los efectos de esta fractura se hacen visibles en tensiones, conflictos y luchas más o menos abiertas que se expresaron en forma más clara, y en ocasiones incluso álgida, durante la reciente huelga. Por ejemplo, mientras que algunos sectores del situam hablaban de una “casta dorada” para referirse especialmente a las altas autoridades de la uam y a algunos académicos que ellos consideraban “privilegiados”, desde el lado de los académicos se difundían juicios peyorativos sobre el situam y los trabajadores administrativos que, en no pocas veces, expresaban un clasismo y hasta un racismo difícilmente encubiertos, y un temor en ocasiones irracional a ver mermados sus ingresos salariales que, se pensaba, podrían pasar ahora a manos de los trabajadores administrativos debido a una huelga promovida por un sindicato corroído por la corrupción, que no representaba ni a la totalidad de los trabajadores administrativos ni tampoco —menos aún— a los trabajadores académicos. En el interior de la comunidad académica se delineó así un espectro muy diferenciado de posiciones que se fueron polarizando conforme se desarrolló la huelga. Mientras algunos apoyaron al situam, acaso pensando en las conquistas que este sindicato había alcanzado en los años setenta e inicio de los ochenta, muchos otros comenzaron a adherirse a la propuesta de creación de un sindicato formado exclusivamente por los trabajadores académicos, el spauam, cuyos orígenes se remontan a los esfuerzos por parte de alrededor de doscientos cincuenta académicos que, desde marzo de 2002, insistieron en la necesidad de crear una organización sindical académica acorde a las transformaciones que habían sufrido el país, la Universidad y el propio sindicalismo. Todo esto contribuyó a profundizar aún más las tensiones y la ruptura ya presente en nuestra comunidad universitaria que alcanzó incluso

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a los estudiantes. Así, durante la huelga se expresaban posiciones de estudiantes a favor, al mismo tiempo que voces en contra de ella que enarbolaban su derecho a la educación; los trabajadores administrativos, por su parte, se encontraban animados por el legítimo deseo de mejorar su situación salarial y se movían entre el compromiso sindical con el situam y el reconocimiento de las profundas tensiones dentro del propio sindicato que se expresaban en diversas posiciones sobre el sentido, pertinencia y duración de la huelga. Los trabajadores académicos, por nuestra parte, experimentamos también un proceso de polarización sobre el trasfondo de una preocupación compartida por la Universidad. Como ejemplos de esta polarización se puede mencionar la posición de quienes defendían una estrategia en último análisis punitiva en contra del situam, o bien la de quienes defendían la búsqueda de puentes que permitieran solucionar un conflicto que estaba debilitando paulatinamente a la institución y acentuando cada vez más la fractura en el seno de quienes formamos su comunidad. Mientras tanto el spauam buscaba afirmar su legitimidad sobre la base de la denuncia de la falta de representatividad del sector académico en un sindicato que, sin embargo, a pesar de todo, posee la titularidad del Contrato Colectivo de Trabajo, mientras que el situam, a su vez, caracterizaba al spauam como una organización muy próxima a la Rectoría General, cuyo objetivo no era tanto el de la defensa de los intereses de los académicos sino el de debilitar más bien al propio situam. Las autoridades de la Rectoría General proyectaban en ocasiones una actitud vacilante que se movía entre el empleo de una estrategia punitiva en contra del sindicato en una lógica próxima a la de una relación amigo/enemigo en el horizonte de un juego de suma cero, por un lado, y el deseo de establecer un puente

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de diálogo con éste que pudiera sentar las bases para una solución del conflicto del que la Universidad saliera fortalecida, por el otro. Este diferenciado espectro de posiciones y distintos espacios de polarización se desplegaba, además, en un horizonte de incertidumbre respecto de la relación que el nuevo Gobierno Federal tendrá con las Universidades públicas en rubros que son centrales: la comprensión de la autonomía, el monto del presupuesto para un área —la de la educación superior— que es, al menos en el papel, prioritaria para el Gobierno de la llamada “Cuarta Trasformación”, la posibilidad de una ampliación de la matrícula en las instituciones públicas de educación superior, etcétera. Todo ello, además, en el interior de una sociedad en cuya composición demográfica juegan un papel central millones de jóvenes cuyas perspectivas de educación o de inserción lograda en el mercado de trabajo son poco claras, y con una revolución en las tecnologías de comunicación y transmisión de la información que ha tenido —y tendrá aún más— efectos de gran alcance en la producción y difusión del saber y la información general, lo que sin duda habrá de repercutir en el modo en se realizan las actividades sustantivas de la Universidad, a saber: docencia, investigación y difusión de la cultura. Así, una de las consecuencias de la huelga ha sido la de visibilizar en forma más clara los conflictos internos y las tensiones no tematizadas que han recorrido a nuestra comunidad universitaria en los últimos lustros, y que han dado lugar a una fractura interna que la huelga profundizó aún más. Creo que una de las tareas centrales que tenemos ahora es la de ver cómo hacer frente a esta fractura, elucidando al mismo tiempo las vías de recomposición de nuestra comunidad. Es claro que una tarea de esta clase no corresponde solamente a nuestras autoridades, sino que debe ser un


proyecto conjunto, impulsado por ello tanto por las autoridades como por los trabajadores académicos y administrativos, al igual que por los estudiantes. Por lo que concierne a los trabajadores administrativos, una vía promisoria me parece ser la de relanzar nuevamente una propuesta de carrera administrativa diseñada cuidadosamente mediante una ruta de diálogo con el situam. El propósito que anime a una propuesta de esta clase debe ser el de establecer una mejora salarial que permita fortalecer sus vínculos con lo que la institución es y con lo que ella representa. Por lo que se refiere a los trabajadores académicos, es preciso repensar la carrera académica y la composición de los ingresos salariales. Con relación a la primera, se impone la necesidad de evaluar los criterios rectores de corte cuantitativo que han imperado en los programas de asignación de becas y estímulos económicos y que han tenido como consecuencia, como ya se ha dicho, el fomento del individualismo y una fragmentación creciente en el trabajo de docencia e investigación que han terminado por minar lentamente a la propia comunidad académica. Con respecto a la segunda, parece necesario diseñar un programa a mediano y largo plazo que permita integrar gradualmente al menos una parte de las becas al salario base de los profesores, modificando la composición y proporción en que se encuentran ahora fragmentados los ingresos de los académicos: pasar así, por ejemplo, de una relación de aproximadamente treinta y cinco por ciento de salario base más el sesenta y cinco por ciento de ingresos por becas y estímulos, a otra del tipo cincuenta por ciento y cincuenta por ciento; para, en el curso de unos diez años, pasar a otra de entre sesenta y cinco y setenta por cierto del salario base más el treinta por ciento de ingresos por becas y estímulos. Ello posibilitaría, además, ofrecer una jubilación digna a nuestros

académicos y atender a la necesidad imperiosa de su relevo generacional. Es obvio que ello depende de requerimientos presupuestales mayores que deberán ser atendidos en el marco de una negociación y programación a mediano y largo plazo con las autoridades federales responsables. Finalmente, en lo que se refiere a una parte fundamental de nuestra comunidad universitaria, la del estudiantado, es necesario que la Universidad le ofrezca no solamente las condiciones idóneas para poder desarrollar sus estudios de la mejor manera (biblioteca, salones de clase bien ventilados e iluminados, seguridad, etc.), sino, además, un espacio al margen de la violencia, para poder interactuar más y de mejor manera, tanto entre sí como con los académicos y las autoridades. Ello tiene que ver incluso con el diseño de las áreas verdes, los espacios para poder conversar fuera del salón de clase (cafetería, comedor, bancas y espacios para el encuentro y la conversación en el interior de nuestros campi) y, por supuesto, con una oferta más generosa y más amplia de actividades que son necesarias, no solamente para la formación cultural en el sentido más amplio de la palabra (teatro, ciclos de cine, exposiciones artísticas, debates, etc.), sino para su formación también como ciudadanos dotados de una cultura democrática basada en la discusión y argumentación razonadas. La tarea de las autoridades debe ser la de desplegar todas las acciones, recursos y medios a su alcance para trabajar en los ámbitos anteriormente señalados, impulsando un proceso de diálogo y encuentro con las autoridades federales responsables del que surja una hoja de ruta de mediano y largo plazo, para conseguir los requerimientos presupuestales que las tareas anteriormente señaladas demandan y, de ese modo, poder recomponer gradualmente la unidad de una comunidad ahora fracturada.

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La huelga como sĂ­ntoma para pensar la Universidad Akuavi Adonon / Alejandro Araujo / Paulina Aroch / Zenia YĂŠbenes

Flor Minor, Constructor, punta seca sobre papel, 1994

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Un síntoma jamás sobreviene en el momento correcto, aparece siempre a destiempo, como una vieja enfermedad que vuelve a importunar nuestro presente. Georges Didi-Huberman

El presente escrito puede tomarse de dos formas más o menos opuestas: primero, como un esfuerzo por compartir la experiencia que la huelga provocó en nosotras, lo que nos hizo ver y lo que nos obligó a redefinir con relación al lugar que ocupamos en la universidad como trabajadoras y profesoras universitarias. Pero también es posible pensar que el esfuerzo tiene un carácter más ambicioso, que nuestra experiencia no habla sólo de nosotras: habla del lugar de la Universidad, del sentido de dicho término, de lo que niega o provoca, de lo que excluye o convoca. ¿Qué y quiénes somos la Universidad? Existe algo en la edición especial de este número de la revista Casa del tiempo, dedicado a reflexionar en torno a los 45 años de la uam, que no deja de estar afectado, nuevamente, por esa condición de síntoma bajo el cual pensamos la huelga. ¿Por qué los 45 años de la uam se celebran en el contexto de la huelga más larga de nuestra historia? ¿Qué se puso en juego en el tiempo de duración? ¿Qué destiempo estalló el 1 de febrero que exige un replanteamiento de la vida universitaria, una revisión crítica de su funcionamiento? ¿En qué medida una huelga que pretende mejorar las condiciones laborales, que pone en el centro el trabajo como un asunto que ocurre al interior de la Universidad puede hacernos pensar, de nuevo, lo que la Universidad es y lo que creemos puede cuestionar en concreto a la uam? La huelga como síntoma devela que la universidad, considerada el lugar de producción del pensamiento y del conocimiento, en su devenir diario piensa todo excepto “a sí misma”. La “fuerza bruta de trabajo” que quebrantó y suspendió nuestro quehacer cotidiano el 1 de febrero fue en realidad aquello que nos abrió la posibilidad de pensar, de pensarnos, irrumpiendo así —no en una cotidianidad de reflexión y autorreflexión que en teoría caracterizarían a

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la Universidad— sino en rutinas y prácticas automáticamente asumidas que señalan un pensar inexistente en el centro mismo del saber sobre qué es y qué deseamos que sea la universidad. Para nosotras supuso la oportunidad de tomar conciencia de lo distantes que los trabajadores académicos suelen sentirse frente a los problemas laborales de los trabajadores administrativos, y preguntarnos el porqué de esta distancia que tiene una genealogía concreta. Si el síntoma es algo que aparece mostrando una vieja enfermedad, que viene de otro lugar según una ley subterránea, la huelga y su propia dinámica, la duración de la misma, los discursos que emergieron en ella, la polarización y las formas de atender o no atender las demandas, incluso las demandas mismas y la demanda de repensar y rehacer la Universidad, pueden ser vistas como el producto de algo que no ha sido mirado, incluso que ha sido olvidado, ocultado o reprimido y que aparece en las prácticas que tensaron la negociación o que organizaron el discurso de muchas y muchos de los actores. ¿Cómo entender el lugar que ocupa hoy el situam en la Universidad? ¿Cómo explicar la emergencia o resurgimiento de agentes que promueven la existencia de un sindicato de académicos que defienda los derechos gremiales, bajo el supuesto de que el situam no nos representa? ¿Cómo explicar la emergencia, la permanencia, los efectos que la Carrera Académica genera en la organización de la vida universitaria y el efecto que tiene en configurar cómo nos entendemos a nosotros mismos? Nuestro Contrato Colectivo de Trabajo (cct) fue logrado tras una huelga del situam. El situam se conforma en los años setenta como un sindicato mixto e independiente, impulsado por los sectores académico y

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no académico, que luchaban juntos para conseguir derechos contractuales. El cct basificó al personal académico y no académico con muy buenas prestaciones y derechos, y por este triunfo el situam ganó la titularidad indiscutible del contrato frente a ambos sectores universitarios. En el ámbito específico del trabajo académico, la fuerza del situam se tradujo en la negociación bilateral de las condiciones de ingreso, promoción y permanencia del personal académico. ¿Cómo se produjo entonces la distancia entre los trabajadores académicos y los administrativos que se puso de manifiesto en la huelga que estalló el 1 de febrero? Los programas de deshomologación salarial del trabajo académico surgieron en México en la década de los ochenta, periodo de fuertes dificultades económicas que pasaron factura a las universidades públicas debido a la sistemática disminución de los subsidios y a la drástica caída de los salarios. La deshomologación salarial supone la implementación de políticas operativas donde el énfasis del salario ya no está puesto en la obtención de un salario base digno, sino en que la compensación salarial se obtenga a partir de becas y estímulos medidos a partir de la producción individual. Hay que señalar que estas becas y estímulos no cuentan como salario, y que no cuentan para las prestaciones de los académicos que se siguen calculando a partir del salario base. Bajo el nuevo modelo de becas y estímulos se fomentan el individualismo y la atomización académica. En adelante, cada académico deberá resolver su situación particular con los recursos que tenga a su alcance. Su vulnerabilidad resulta incuestionable. La intención con la deshomologación salarial fue avanzar hacia un esquema que redefiniera el trabajo académico ya no como trabajo asalariado sino como


profesión liberal. Frente a un pasado en el que el académico se veía a sí mismo como un trabajador asalariado que, en solidaridad con otros trabajadores, encontraba en el sindicalismo sus espacios de identidad y realización, se abre un escenario inédito en el que este mismo académico es reinventado bajo el modelo de la competitividad según criterios productivistas individualizados. La aprobación de la Ley para la Coordinación de la Educación Superior (1978), la elevación de la autonomía universitaria a rango constitucional (1979) y las adiciones a la Ley Federal del Trabajo para regular las relaciones laborales en las instituciones de educación superior (1980) y el Laudo de 1981, establecieron las condiciones para llevar a cabo el reordenamiento de las relaciones laborales académicas bajo un tipo de regulación basado en el mercado. A partir de este momento, el situam sólo podría negociar salarios y prestaciones, pero ya no condiciones de ingreso y permanencia, ni tampoco (y esto es muy importante porque las becas y estímulos obtenidos por competencia individual se han transformado en el grueso de nuestro salario) remuneraciones extraordinarias basadas en el desempeño académico (es decir, no podría negociar ni becas ni estímulos). A partir de entonces se implementó un Modelo de Carrera Académica basado en el diseño y aprobación, a finales de 1982, del reglamento de ingreso, promoción y permanencia del personal académico (rippa) y en el diseño y aprobación de un tabulador por puntos (tippa) que serviría para la implementación del programa de becas y estímulos. Como resultado de la implementación del nuevo modelo basado en las becas y estímulos, se profundizó la separación de los intereses académicos de la vida sindical. Efectivamente, el sindicato no logra romper el tope salarial en las huelgas

para incrementar el poder adquisitivo de los trabajadores académicos a partir del salario base. Y, al mismo tiempo, no puede intervenir en la negociación de las becas y estímulos (ingresos extraordinarios que no se conceptualizan como salario) y que son vistos por los académicos como la única posibilidad de mejorar sus condiciones. La consecuencia fue que el académico no voltea al sindicato para buscar el aumento salarial, éste se busca por medio de complementos a los ingresos derivados de las becas y estímulos. Esto aleja al académico de cualquier actividad colectiva y política que esté más allá de su interés productivo. Los puntos que otorga el tabulador para cada trabajo podrán ser canjeados por ascensos de categoría y por becas y estímulos que redundarán en un mayor ingreso, por lo que se vincula la evaluación con el ingreso extraordinario. Mediante la Carrera Académica y el sistema de puntaje, los conocimientos, entendidos literalmente como “productos” aislables, empacables y justificables ante instancias burocráticas, se hacen también vendibles al ser transmutables —como dice Bourdieu— en “puntos”, a su vez directamente transmutables en capital económico (y en prestigio simbólico —que a su vez es convertible en capital económico—). Es en este contexto de un conocer y un pensar reificado en “productos” reportados en la máquina burocrática de la uam, entrecruzada con aquella del Conacyt, que la huelga irrumpe como acto de pensar, como verdadero ejercicio o quehacer reflexivo que deja en evidencia la naturaleza congelada, estancada del pensamiento-mercancía al que quedamos supeditados como profesores/maquiladores del conocimiento. La huelga interrumpe los hábitos que como profesores investigadores introyectamos y sostenemos automáticamente.

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En primer lugar, cuestiona la distancia con respecto a los trabajadores administrativos porque nos vemos afectados por la suspensión de labores. Es decir, sin las desafortunadamente llamadas “funciones adjetivas”, las “funciones sustantivas” parecen ser insostenibles. La producción del conocimiento requiere de condiciones materiales. El cuestionamiento de la distancia provoca reacciones defensivas pero también supone la oportunidad de ver cómo se imbrican el pensamiento y las condiciones fácticas. La huelga —ligada al derecho laboral de los trabajadores— suspende el trabajo y da con ello la posibilidad de pensar el trabajo. El pensar la Universidad, tal y como lo hacemos en este texto, emerge directamente de la huelga. En este sentido, se puede decir, de manera literalmente objetiva, que el pensamiento emerge, se articula y desenvuelve a partir de nuestra condición de trabajadores. En un primer entendimiento de “trabajo”, aquel al que hemos apelado en párrafos anteriores, nuestro quehacer cotidiano, disfrazado bajo el manto de “actividades sustantivas” de pensamiento puro, deslindadas de cualquier engranaje o interés material, no es más que pura talacha en la línea de producción neoliberal que nos rige a partir del “publicar o perecer”. Las becas y estímulos, que dependen del presupuesto asignado por el Rector y que no cuentan como salario base para la jubilación ni para las prestaciones, constituyen “la zanahoria” mediante la cual interiorizamos el sistema individual de competencia y autoexplotación que nos hace sentir que se tiene exactamente lo que se merece. Nuestra interiorización de esta condición nos hace imaginarnos distintos a los trabajadores administrativos. El trabajo precarizado, alienado, la actividad

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repetitiva, ciega e irreflexiva corresponde siempre a los otros, no a nosotros. Y sin embargo ¿en qué lugar nos posiciona la Carrera Académica? Al proponer reconocer nuestra condición de trabajadores no estamos apelando a un ideal calvinista de honrar este tipo de trabajo irreflexivo. Todo lo contrario, invitamos a trabajar por hacer realidad el ideal de nuestra función social como intelectuales, de que el pensamiento que trabajamos y que nos trabaja tiene la potencialidad de iluminar espacios inimaginados, de transformar el mundo. Es justamente al reconocernos como trabajadores con una función específica dentro de un engranaje de sectores más amplio, pertenecientes todos al mismo modo, proceso y lugar de producción, que podemos reencontrarnos con el conocimiento como herramienta que concierne al mundo (ya sea social e histórico, artístico, filosófico o científico), más allá de los índices de su propia medición productiva para el capital. Posicionándonos como trabajadoras académicas de la uam tras la huelga, hemos suspendido un instante el producir para comenzar a pensar. Los horizontes de ese pensar como algo que tiene sentido (y no sólo como recipiente indistinto de medición y reconocimiento) se comienzan a entrever desde la realidad de la colectividad (diferenciada), desde el engranaje material que nos determina tanto como nos posibilita. Nuestra vulnerabilidad se incrementa si nos percibimos de manera aislada y autorreferencial, y no como parte de una política mucho más amplia que implica cuestionar qué es y qué se entiende por universidad. Esta política nos afecta a todos como trabajadores. A los presentes y a los futuros. A nuestros alumnos. A todos nos afecta la


Tiempo en la casa 58, septiembre-octubre de 2019

Antología de Manuel José Othón. Artículos y selección: Ramón López Velarde. Edición y prólogo: Marco Antonio Campos “Nadie, como él en su ‘Idilio salvaje’ —escribe Ramón López Velarde sobre Manuel José Othon— supo exponer la desesperanza de un amor y la monotonía de una vida; nadie, como él en su ‘Salmo del fuego’, logró invocar al Ser Supremo con las quejas de un dolor augusto; nadie como él en el ‘Himno de los bosques’, llegó a remedar la música de nuestras ricas vegetaciones”.

precarización en la que se traduce la flexibilidad laboral y la atomización, y a todos nos afecta la imposibilidad de pensar en términos de derechos colectivos y no sólo de derechos individuales. Lo que nos jugamos en la pregunta por la universidad que la huelga nos permitió formular, se dibuja en la diferencia que hay en el tránsito del singular al plural de un verbo: del soy uam al somos uam. Transitar del singular al plural también nos convoca a pensar en la dimensión pragmática del discurso, en el discurrir como una acción social contextualizada que involucra e interpela a una serie de agentes concretos. Pensar desde dónde actuamos y actuar en plural, nos compromete así en la acción colectiva. Nuestra condición de profesores trabajadores universitarios implica soltar los espejismos de falsa identificación con las promesas de un sistema que nos precariza, y reconocernos con los demás trabajadores de la Universidad en el Contrato Colectivo del Trabajo (cct) como el documento que sostiene la base de nuestras condiciones laborales y que constituye nuestro marco de derechos y obligaciones. Producto de la lucha histórica del situam, el contrato colectivo nos provee del instrumento idóneo para la defensa y la mejora de nuestras condiciones laborales en un contexto de liberalización-precarización del trabajo asalariado y de recortes inminentes a los presupuestos de las instituciones de educación superior públicas. Sumarse como académicos al situam y contribuir a su democratización y fortalecimiento con los demás trabajadores, implica construir comunidad y ciudadanía a partir de la defensa de los derechos colectivos. La huelga mostró a una comunidad universitaria fragmentada, polarizada, por eso, para nosotras, la acción no cobra sentido en el espacio que nos distancia o que nos separa de otros trabajadores de base, la acción colectiva cobra sentido en el espacio que nos identifica y nos unifica siendo, todos juntos, los trabajadores de la Universidad. Afiliarse al situam, como lo hemos solicitado nosotras tras la huelga, no es entonces un impulso ciego, es la conclusión lógica de un pensar suscitado por la huelga como síntoma, es parte clave de nuestra praxis como sujetos pensantes anclados en condiciones históricas específicas, que nos marcan límites y nos abren las pautas de un pensar/actuar en proceso de liberación de la máquina que no permite a la universidad pensarse a sí misma: el automatismo que llevamos dentro, y el que opera allá afuera.

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¿Igualitarismo o calidad académica con inclusión?

La encrucijada de la uam

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Francisco Moreno Capdevila, Las dos del centro, aguafuerte y aguatinta sobre papel de algodón, 1974

Luis Reygadas

El pacto que movió a la Universidad Autónoma Metropolitana (uam) durante treinta años se ha hecho viejo, ya no funciona. Se necesitan otros acuerdos, hay que construir un nuevo consenso; pero, ¿sobre qué bases?, ¿cuáles serían los rasgos fundamentales de un nuevo modelo de universidad? A unos meses del fin de la huelga más larga en su historia (1 de febrero al 5 de mayo de 2019), la uam se encuentra en una encrucijada, y propongo reflexionar sobre los caminos que puede tomar en los próximos años.*1 El pacto por la productividad académica y sus limitaciones A partir de 1989 se configuró un pacto que a lo largo de tres décadas ha incidido profundamente en la dinámica de la uam. Es un pacto para impulsar la productividad académica. Se estableció un amplio sistema de becas y estímulos que llevó a que los profesores investigadores de tiempo completo de la uam pudieran alcanzar ingresos totales que se encuentran entre los más altos de las universidades públicas en el país. Este pacto se dio en el contexto de una política pública que fomentó la diferenciación de los ingresos de los académicos, al establecer medidas para recompensar a los más productivos. En el caso de la uam, el pacto por la productividad académica no incluyó al Sindicato de Trabajadores de la Universidad Autónoma Metropolitana (situam). Esta organización durante décadas ha estado en contra de las becas y estímulos. Ha propuesto que se supriman y que los recursos destinados a ellos se integren al salario base. Durante estas tres décadas las relaciones laborales en la uam no han sido de colaboración, sino * Este artículo es una versión abreviada y actualizada del texto inédito “Un nuevo pacto para la uam”, que escribí el 26 de febrero de 2019, en el contexto de las primeras semanas de la huelga de la uam.

de enfrentamientos y desconfianza mutua, incluyendo siete huelgas en ese período. El pacto tampoco incluyó a los trabajadores manuales y administrativos. La uam ha propuesto al situam crear un sistema de estímulos para que los trabajadores puedan incrementar sus ingresos en función de una mayor productividad, como ocurre con los profesores. Nunca ha sido aceptada. Una de las consecuencias ha sido que los ingresos de los trabajadores manuales y administrativos se han estancado al ritmo de los topes salariales. Se ha creado una enorme y preocupante brecha entre los ingresos de los académicos y los de los trabajadores manuales y administrativos. La falta de acuerdos ha afectado a las dos partes. La Universidad no cuenta con toda la energía y dedicación de muchos de sus trabajadores de base, lo que la lleva a contratar a numerosos empleados de confianza y a perder tiempo y recursos en la supervisión de trabajadores poco motivados. Los trabajadores pierden porque se estancan sus ingresos, laboran en un ambiente de desconfianza y son estigmatizados como universitarios de segunda clase. Muchos trabajadores tienen una relación instrumental con la uam, la ven como una fuente de ingresos, pero se sienten excluidos del proyecto universitario y no se comprometen con él. Entre los saldos positivos del pacto por la productividad académica deben incluirse la alta habilitación de los profesores de la uam, su gran productividad en investigación, y la creación y consolidación de numerosos programas de maestría y doctorado. Sin duda, la uam tiene una de las mejores plantas académicas del país y tiene muchas licenciaturas y posgrados de magnífica calidad. Entre los saldos negativos del pacto puede mencionarse el énfasis en la obtención de puntos en las evaluaciones académicas, que lleva a priorizar la cantidad de productos académicos sobre la calidad de éstos. Otro saldo negativo es la tendencia a la academización,

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que se expresa en privilegiar la formación y la investigación que sirvan para la reproducción del sistema académico, sin poner suficiente atención a las contribuciones al conocimiento y a la comprensión y solución de los problemas sociales. En tercer lugar, el pacto por la productividad académica en la uam ha generado y/o reproducido profundas asimetrías en los ingresos: entre los profesores que reciben más becas y estímulos y el resto, entre los profesores de tiempo completo y los de medio tiempo y tiempo parcial, entre el personal académico y los trabajadores manuales y administrativos, entre los profesores de la uam y sus alumnos. Hay fuertes cuestionamientos a los ingresos que perciben los altos funcionarios. También se critica que a partir del acuerdo 07/2011 del rector general estos funcionarios reciben ingresos equivalentes a las becas y estímulos del personal académico, independientemente de si realizan o no actividades de docencia e investigación y sin que se evalúe su productividad académica. Las remuneraciones de los funcionarios universitarios se han convertido en uno de los símbolos más poderosos de la crítica al modelo actual de universidad. Las asimetrías de ingresos, junto con la no inclusión de algunos sectores de la comunidad en el pacto, han propiciado que en la Universidad predomine un lenguaje de “ellos” contra “nosotros”, una dinámica de polarización y descalificaciones mutuas, que es un gran obstáculo para que la uam pueda cumplir plenamente con su misión. El viejo pacto tiene poca viabilidad financiera en el corto y mediano plazo: cada vez se destina una proporción mayor del presupuesto de la Universidad al pago de servicios personales (sueldos y salarios, becas y estímulos, prestaciones, etc.), quedando menos recursos para otras actividades que son fundamentales. En la actualidad su viabilidad política también es dudosa. Es cuestionado por muchos integrantes de la Universidad, y entra en contradicción con las nuevas prioridades de las políticas gubernamentales. No queda muy claro si las universidades públicas contarán con respaldo político y presupuestal para continuar funcionando como lo habían hecho durante las últimas décadas. La uam sigue siendo una de las mejores universidades del país, pero ya no se sostiene el pacto sobre el cual giró su desarrollo durante los últimos treinta años. Impulsó la productividad académica, pero no incluyó plenamente a todos los sectores de la comunidad

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universitaria. Privilegió la cantidad sobre la calidad, generando y profundizando desigualdades. Además, tiene poca viabilidad financiera y política. Se requiere un nuevo pacto que oriente a la Universidad durante las próximas décadas. Para tratar de reemplazar el viejo pacto productivista, se perfilan dos grandes modelos de universidad hacia los que podría orientarse la Universidad Autónoma Metropolitana. A uno le llamaré pacto igualitarista y al otro pacto por la calidad académica con inclusión social. El pacto igualitarista Frente a las contradicciones y limitaciones del viejo pacto por la productividad académica, y en particular frente a las desigualdades que ha creado o reforzado, surge la tentación de impulsar un modelo igualitarista de universidad. Lo más simple es desechar los sistemas de evaluación de la productividad académica y poner en el centro la homologación de los ingresos. El situam, algunos de sus miembros y grupos estudiantiles que lo apoyan han propuesto un pacto con características igualitaristas. Sus líneas básicas serían las siguientes: Reducción drástica de los ingresos de los altos funcionarios de la uam. ●● Reducción significativa de los empleados de confianza. ●● Reducción significativa o supresión de las becas y estímulos a la productividad académica. ●● Aumento de plazas de trabajadores manuales y administrativos. ●● Aumento de plazas de profesores de tiempo completo y medio tiempo. ●● Aumento del salario base de los trabajadores de planta de la Universidad y, en consecuencia, de las prestaciones asociadas al salario base. ●● Redistribución del presupuesto, afectando los ingresos y gastos de los altos funcionarios y beneficiando a los estudiantes y a los trabajadores de menores recursos. ●● Aumento significativo de la matrícula de alumnos. ●●

El pacto igualitarista no es lo alternativa más adecuada para la Universidad por varias razones. En primer lugar, porque no pone lo académico al centro, sino que subordina las funciones de investigación, docencia y difusión de la cultura a un modelo de universidad en el que lo más importante es el control de las plazas, y


que los trabajadores académicos y administrativos mejoren sus ingresos y prestaciones, independientemente de que su trabajo contribuya o no a la mejora de la calidad académica, o si su desempeño fomenta u obstaculiza el cumplimiento de las tareas sustantivas de la Universidad. Se prioriza el incremento en la matrícula de la Universidad y los apoyos económicos a los alumnos por encima de la calidad del aprendizaje. Es un pacto con una visión académica limitada. Hay brechas de ingresos en la Universidad que tienen que ser analizadas y reducidas. No hay que tirar al niño junto con el agua sucia, porque al tratar de evitar el “puntismo” y los excesos de desigualdad de los sistemas de evaluación académica vigentes, se propone suprimirlos en aras de un igualitarismo que puede dañar seriamente las dinámicas académicas de la Universidad. Además, parte del cálculo erróneo de que la reducción de los ingresos de los altos funcionarios y de algunas partidas presupuestales generarán recursos suficientes para incrementar los salarios del personal de base, crear nuevas plazas y aumentar la matrícula de alumnos. El pacto igualitarista no reconoce la responsabilidad que le corresponde al situam y a algunos trabajadores manuales y administrativos en la ineficacia de muchos procesos en la Universidad. Por supuesto que hay responsabilidad de las autoridades, de los empleados de confianza y de los profesores, pero no sólo de ellos, se trata de dinámicas complejas que se han construido a lo largo de años. El trabajo a desgano, la improductividad y la falta de compromiso con los objetivos de la Universidad, que durante décadas han persistido en algunos sectores, no desaparecerán si no se reconoce la responsabilidad de todos los involucrados y si no se instrumenta una estrategia adecuada para enfrentar esos problemas de manera colaborativa. Sustituir el modelo actual de la uam por un modelo de universidad igualitarista, probablemente híper politizada, iría en contra de la trayectoria y de los compromisos que ha tenido la Universidad a lo largo de su historia. Para el país es muy importante que existan universidades como la uam, por su fortaleza en investigación, y por sus posgrados y licenciaturas que ofrecen alternativas de educación de alta calidad. Hay que corregir muchas cosas, pero no hay que poner en riesgo la fortaleza académica que ha costado mucho construir.

Un pacto por la calidad académica con inclusión social Si la ilusión igualitarista no es una alternativa, ¿qué modelo de universidad permitiría renovar a la uam? Lo que podría recomponer el rumbo sería un pacto por la calidad académica con inclusión social, que no es un punto medio entre los otros dos pactos antes analizados, sino una alternativa diferente. Las líneas fundamentales de esa alternativa podrían ser las siguientes. 1. Un pacto universitario incluyente. Se requiere un modelo de universidad con el que todos los sectores de la comunidad puedan sentirse identificados, en el que los alumnos, profesores, trabajadores y directivos sean escuchados, en el que se vean reflejados los diferentes intereses y proyectos, en el que no haya universitarios de primera y de segunda, en el que quepan la excelencia académica y el compromiso social, en el que las oposiciones entre “ellos” y “nosotros” pasen a segundo plano, en el que las discrepancias y diferencias conduzcan al diálogo y al debate, a la confrontación de ideas, pero no a la descalificación ni al enfrentamiento estéril. Puede sonar a lugar común, pero se requiere una uam en la que quepamos todos. 2. Reducción sensata de los ingresos de los altos funcionarios. Hay que reducir de manera inteligente, con equidad y con visión de largo plazo, los ingresos de los altos funcionarios de la Universidad. Hay que encontrar un nivel de ingresos para cada puesto que sea justo, que corresponda a las exigencias y responsabilidades del cargo, que no sea exorbitante, pero que tampoco sea tan bajo que deje de ser atractivo para los académicos de la uam, para que no vean disminuidos sus ingresos en caso de que decidan aceptar un cargo que demanda muchas responsabilidades. Otra medida urgente es revocar el acuerdo 07/2011, porque desestimula que los directivos que así lo quieran puedan continuar desarrollando actividades académicas, y porque en algunos casos otorga estímulos muy altos a algunos cargos. No se trata de castigar a los directivos de la Universidad, sino de encontrar la mejor combinación entre equidad y buen funcionamiento de la Universidad. 3. Un nuevo pacto laboral. Las relaciones laborales en la uam tienen que transformarse de manera profunda.

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Así como se han puesto sobre la mesa de discusión los ingresos demasiado altos de algunos funcionarios universitarios, también deben debatirse las prácticas sindicales que deterioran a la universidad. El estallido de huelgas sin mediar el voto universal y secreto de los trabajadores es inadmisible. Si el situam quiere que sus demandas se reflejen en un pacto universitario de largo aliento tiene que asumir un compromiso serio con las funciones fundamentales de la Universidad. Es necesario que ambas partes, las autoridades y el situam, se escuchen y sean capaces de ceder y negociar. Ese nuevo pacto laboral implica dignificar el trabajo manual y administrativo, así como un trato respetuoso y colaborativo. 4. Calidad académica, no productivismo. La calidad de la docencia y la investigación debe estar en el centro de un nuevo modelo de universidad. En el viejo pacto la calidad académica está presente, pero ha sido limitada por el productivismo, por el énfasis en la cantidad, por cumplir con sistemas de evaluación obsoletos que no miden el valor científico o el impacto social de las investigaciones. Lo importante no es el cumplimiento de estándares burocráticos, sino el mejoramiento de los procesos de enseñanza aprendizaje y el fortalecimiento de la investigación. 5. Investigación de punta con sentido social de largo plazo. La uam es una universidad con un fuerte componente de investigación, con una altísima proporción de profesores investigadores de tiempo completo, con muchos posgrados y con alta producción en investigación de frontera. Construir una universidad así es muy difícil, muy pocas en el país tienen esas características. Qué bueno que ahora se quieran fundar muchas otras universidades con otra vocación, que pongan en el centro la formación de muchos alumnos en zonas con enormes desventajas, pero esas nuevas universidades serán mucho mejores dentro de un ecosistema público de educación superior en el que existan universidades fuertes en investigación y posgrado como la uam. El viejo pacto privilegiaba la excelencia académica, la propuesta igualitarista la sacrifica en aras del compromiso social de la Universidad. Un pacto de largo alcance necesita la armonización de ambos componentes. 6. Rediseño de los sistemas de becas y estímulos. Los sistemas de becas y estímulos han sido el corazón del

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pacto por la productividad académica en la uam. Un nuevo modelo de universidad demanda su transformación profunda. Hoy son insostenibles desde el punto de vista financiero, han dejado exhausta a toda una generación de profesores, en muchos casos han dejado de estimular la calidad de la docencia y la investigación y han creado profundas asimetrías en los ingresos del personal académico. Requieren cirugía mayor. En la actualidad las becas y estímulos pueden llegar a representar alrededor de sesenta por ciento de los ingresos netos que un profesor recibe por parte de la Universidad. Debería ser menor la parte del ingreso total de un profesor que esté en función de su productividad. Para ello, propongo que los recursos que hoy se destinan a estímulos y becas se dividan en tres partes (no necesariamente iguales): una parte se podría incorporar al salario base, otra podría seguir destinada a estímulos y becas y otra al fondo de jubilación complementaria de la uam. La cantidad total que la Universidad destina a su personal académico sería la misma, pero distribuida de otra manera. Por un lado, habría menos desigualdades, porque los salarios base y las jubilaciones serían iguales para todos, la parte variable vinculada con la productividad individual sería menor. Se reducirían un poco los ingresos en la fase activa, pero serían mayores en la fase de retiro. En el nuevo pacto que propongo, la Universidad ofrecería a sus profesores un ingreso digno y seguro a lo largo de toda su trayectoria, con la posibilidad de incrementarlo un poco, sólo un poco, con base en su productividad. Levantar la mirada hacia la renovación de la uam La huelga de 93 días que vivió la uam en los primeros meses de 2019 expresó las contradicciones y limitaciones del viejo pacto productivista, que durante décadas ha colocado en bandos antagónicos al situam y a las autoridades universitarias. Sería lamentable que después de la huelga todo siguiera igual. Pensar en un nuevo pacto a largo plazo, imaginar un nuevo modelo de universidad, puede ayudarnos a levantar la mirada, a ver hacia el horizonte y pensar que podemos superar las confrontaciones entre “ellos” y “nosotros”. La Universidad requiere una transformación profunda, otra uam es posible.


La huelga en la uam

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Carlos Illades

Gerardo Toledo, Los que aprendieron bien la lecciĂłn se sientan hasta adelante, litografĂ­a sobre papel de algodĂłn, 1996

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La huelga que vivió la Universidad y que desató una crisis negociadora sin precedentes, fue producto de una valoración errónea del contexto político nacional, asumida por las autoridades universitarias y compartida por académicos afiliados al situam, dando pie al tobogán por el cual se deslizó la institución durante 93 días. En enero, cuando comenzó la negociación entre la administración y el sindicato titular del contrato colectivo de administrativos y académicos, todo parecía indicar que las partes llegarían a un acuerdo con respecto de la revisión contractual y el aumento salarial. No fue así. Mientras la administración no calibró adecuadamente la coyuntura abierta con el cambio del gobierno federal y las expectativas que la Cuarta Transformación generaría entre los trabajadores, los académicos sindicalizados se desmovilizaron y un segmento no acudió a votar el día en que se decidió el paro de labores, presuponiendo que éste no ocurriría. Por estrecho margen (127-120) ganó el sí a la huelga en la asamblea de delegados. El situam se constituyó en 1975. Eran los tiempos de la llamada “insurgencia sindical”. En origen democrático y combativo, el situam pactó en su primera huelga (van 17 en 45 años) un contrato colectivo de trabajo que fue modelo para el sindicalismo universitario y otorgó base laboral a administrativos y académicos. Sin embargo, el pacto permitió la injerencia sindical en *

Una versión de este ensayo apareció en Nexos, el 25 de abril de 2019.

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los asuntos académicos, lo que llevó a un laudo arbitral por parte de la Secretaría del Trabajo que separó lo laboral de lo académico en 1981, costándole el cargo a su tercer rector, Fernando Salmerón Roiz. Esta escisión de las esferas laboral y académica tendría consecuencias en la composición del sindicato, replegándose los académicos y fortaleciéndose los administrativos. Con las nuevas coordenadas, el situam cimentó su poder en la base administrativa, con el monopolio de las plazas y su eventual crecimiento dentro del sector, hasta formar verdaderos clanes que desde entonces se han alternado la dirección. Hoy en día el número de administrativos supera en 2 a 1 al de académicos. La depresión salarial en los ochenta y las políticas de austeridad del gobierno de Miguel de la Madrid hicieron que parte del personal académico más calificado abandonara la institución. La uam, que tenía los programas educativos más novedosos del país, y se había beneficiado con la incorporación de académicos líderes en sus campos y de jóvenes formados en universidades extranjeras acreditadas, padeció una fuga de cerebros que contrarrestó a finales de la década con programas de estímulos, los más amplios y generosos de todo el sistema universitario nacional. Esto tuvo sus costos, pues la universidad aceptó las políticas neoliberales en materia educativa que, básicamente, consistían en contener el crecimiento de la planta académica, ofrecer compensaciones económicas que no fueran al salario y fijar un tope nacional a éste. No hubo institución que


se rehusara a ello. También se diseñaron paquetes de estímulos para los trabajadores administrativos, pero en la uam el sindicato los rechazó porque no formaban parte de la masa salarial. Esta decisión, a pesar de razones laboralmente justas, profundizó la brecha entre los ingresos de los académicos y los administrativos. Estaba en el espíritu de la legislación de la uam evitar la formación de una burocracia universitaria como la que ha dominado a la unam por décadas. Por tal motivo, los cargos directivos en la uam son de cuatro años, no es posible la reelección y quienes los ocupan son profesores en casi todos los casos, por lo cual regresan a las aulas, el laboratorio o el cubículo cuando terminan su encargo. Esta respetable intención, sin embargo, provocó improvisación y el desperdicio del saber acumulado en la administración. Además, cuando llegaron los programas de estímulos a los académicos —y antes el Sistema Nacional de Investigadores— resultó poco atractivo ser funcionario universitario para los profesores más destacados. Vinieron entonces los estímulos a la gestión académica, inicialmente bastante moderados comparativamente con otras instituciones, hasta que una disposición dictada en 2011 por el rector general en turno provocó una distorsión, pues asignó una media de los estímulos académicos a los funcionarios de alta y mediana jerarquía. Este despropósito nadie lo corrigió. Por las razones expuestas, no cabe duda que los trabajadores administrativos son quienes se han quedado a la zaga en materia de ingresos. Revertirlo, sin embargo, escapa al menos en parte a las facultades de las autoridades universitarias. Éstas podrían redistribuir el volumen de los estímulos de manera distinta, pero no están en posibilidad de transformarlos en salario como demandó el sindicato, con el consecuente impacto en un sistema de jubilaciones quebrado. Y no lo están porque, en caso de intentarlo, no tendrían el fondeo de la Secretaría de Hacienda, ni menos la certeza de que la Cámara de Diputados mantenga un presupuesto equivalente cada año. Los presupuestos federales son anuales, que no se

nos olvide. Esto es, comprometerían el gasto operativo de la uam, con el concomitante riesgo de insolvencia como ocurrió en 2018 en diez universidades estatales, a expensas de la construcción de nuevos edificios, del aumento de la oferta educativa, del mantenimiento de instalaciones y equipo, o de los fondos destinados a la investigación y difusión de la cultura. El situam vio en el cambio de gobierno la ocasión de rehacer el pacto universitario; en materia salarial, tomando a la letra la Ley Federal de Remuneraciones de los Servidores Públicos. Y, desde una perspectiva estratégica, intentó reverdecer los laureles que cultivó en sus orígenes. Ambas cuestiones fueron legítimas, aunque la oportunidad pareció desvanecerse dado que la administración lopezobradorista tuvo otras prioridades, y porque los demás sindicatos universitarios no hicieron eco de la reivindicación del situam para, conjuntamente, pugnar por la transformación de los estímulos en salarios y romper los topes de éstos. Ningún sindicato universitario lo ha podido hacer en lo que va del año, y el 20% de aumento a los salarios contractuales que demandó el situam únicamente lo obtuvieron las maquiladoras y un par de empresas metalúrgicas en Matamoros, favorecidas por el aumento en la misma proporción de los salarios mínimos en toda la franja fronteriza. Ciertamente, no era tomando las casetas de peaje como se lograría esto, ni prolongando indefinidamente una huelga sin salida favorable. Habrían sacrificado nada más a la mayoría de los trabajadores, abundando en su desprestigio y quedando en una posición de debilidad con los cambios profundos que implica la reforma a la Ley Federal del Trabajo. Del otro lado, la administración universitaria —dijimos— no leyó adecuadamente el cambio de señales del gobierno federal y no corrigió a tiempo lo que podía enmendar. No queda más que, tras una huelga de costos inmensos para la comunidad universitaria (estudiantes, profesores y trabajadores), haga ésta las reformas pertinentes para garantizar su viabilidad y retribuir a la sociedad lo que mucho invierte en ella.

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Urgencia, innovaciรณn e identidad

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Manuel Felguérez, Sin título, aguatinta y aguafuerte sobre papel de algodón, 2003

Marco Antonio Millán Campuzano

Hace veinte años se escribía de la uam: “La Universidad vive en un estado de urgencia y de innovación constante, con frecuentes momentos en que se perfilan conflictos de identidad”. Acaso las décadas transcurridas, desde entonces y desde antes, no hayan aún dejado de estar en “estado de urgencia y de innovación constante”, lo cual no es necesariamente negativo, porque esa tensión permanente da sentido y vitalidad a una institución. No obstante, “los conflictos de identidad” demandan otras reflexiones a cuarenta y cinco años de la fundación de nuestra Universidad. Viejos fantasmas de los años sesenta y futuros espectros de las tecnologías del porvenir ensanchan la identidad de los conflictos, al interior y al exterior de la universidad. Abrirse hacia el futuro y mantener una tradición. No sólo como insumo del pasado, sino como conservación de la memoria: memoria del porvenir que se anticipa y memoria de lo que fue y que se reinicia desde la raíz de su origen. Engendrar una universidad pública con fuerte sentido social y crítico en medio de un agitado escenario político, en los años setenta del siglo pasado, reclamaba erigir una institución con fundamentos sólidos que, por principio de cuentas, justificara su aparición en la zona metropolitana del entonces Distrito Federal. Junto a nuevas escuelas de la unam, universidades estatales y programas de bachilleratos diversos, la uam tendría que consolidarse como una universidad pública que mantuviera en alto elevados estándares de las funciones sustantivas y el respeto absoluto a la libertad docente y de investigación. Los estándares de “eficiencia” estuvieron, desde el origen, supeditados a la construcción de una tradición académica propia. La libertad de creer, pensar y expresarse, estaban fundidas con los ideales de conformar una comunidad democrática que velara y se mantuviera en ese horizonte de libertad. La Universidad, además, nacía Autónoma y Metropolitana. Con respecto a la “autonomía”, ciertamente significa la facultad de darse a sí misma normas de derecho, lo que implica la toma de decisiones en libertad democrática acerca de su orden

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académico, de organización interna y financiera. Pero “autonomía” también significa tener una capacidad crítica autorreflexiva, no sólo en lo que concierne al diseño de modelos educativos propios, ni a las relaciones laborales que nunca están al margen de su atención organizacional, sino a la capacidad de revertir codificaciones de un lenguaje técnico-científico-eficientista que entumece la auténtica autonomía y se entraña en el todo de su propia razón organizacional. Con relación a su carácter “metropolitano”, se aludía a atender una demanda creciente de jóvenes aspirantes a la universidad pública de cierta área conurbada mediante unidades edificadas para tales efectos. Quizá esta cualidad “metropolitana” tenga que ser objeto de reflexión profunda de cara a los cambios que no sólo la tecnología, en su amplia disposición actual, ha impregnado a la Ciudad de México, sino por el cambio de nombre de una entidad que dejó atrás su carácter de Distrito Federal. Si tuviéramos que enlistar algunas de las características del panorama que previsiblemente se avecina en el horizonte inmediato y a mediano plazo del desarrollo de la tecnología y su impacto en los ecosistemas naturales y sociales —y que la uam en tanto proyecto educativo “metropolitano” debería atender—, sin duda tendríamos que poner las siguientes: Nueva economía basada en la tendencia a costo cero. (¿Cómo no adaptarse a esta tendencia? ¿Cómo no hacerlo desde la innovación, pero manteniendo la tradición de una universidad pública?). ●● Internet de las cosas (que, como se verá abajo, interconecta no sólo información, sino asuntos de recursos energéticos, de salud y de gobierno cibernético). ●● Hubs tecnológicos inteligentes (un hub es un centro de conexión que demandará nuevas formas de trabajo al interior de la propia estructura de la Universidad en correspondencia con el objeto de la enseñanza y la investigación hacia el ámbito externo). ●●

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Dispositivos y aplicaciones digitales que transforman la vida de los usuarios (la Universidad está puesta en una situación no vista antes, en que se anticipan formas de desarrollar contenidos y otros modos de aprendizaje, a la vez que, se mantiene una tradición crítica). ●● La Ciudad de México se transforma, cada vez más, en pequeñas ciudades inteligentes interconectadas. (La ubicación de las unidades de la uam —concebida originariamente como “un sistema de universidades”—, en la zona metropolitana, ya no responde más a una estrategia política de descentralización, porque la nueva lógica de la interconexión impone sacar ventaja de la nueva situación y convertir a cada unidad en una entidad decisiva en cada una de la ciudades que ya es la Ciudad de México y la enorme área que la rodea). ●● Transición energética y cambio climático, bases de datos homogéneos disponibles, seguridad interconectada e interoperativa y demandas de una economía creativa, son otros aspectos que tendrán que incorporarse a las rutinas cambiantes de una universidad que no puede ni debe resistirse a esos tópicos, asumiéndolos, además, en medidas incluyentes en cuanto a la transformación del trabajo, las organizaciones y las sinergias que deben ser fortalecidas. ●●

Una cuestión vital será la de atender que, sin estar al margen del Mercado —pero tampoco como una subsidiaria de insumos humanos operativos a las reglas de las competencias laborales (saber–hacer técnico)—, la uam deberá colocarse en el “entre” de su capacidad crítica y de autorreflexión y su capacidad de dotar de recursos humanos a la solución de problemas sociales, como los que se enfrentará la ciudad o, mejor dicho, las diversas ciudades de México en los próximos años. El diseño anticipado de esos futuribles, también exigirá atender los problemas sociales que hace tiempo son un lastre, aunque con nueva oportunidad de ser solucionados:


Rezagos económicos, sociales, políticos y culturales (¿tendrá la uam capacidad real de atención hacia estos problemas? ¿Cómo se atenderán estas cuestiones?). ●● Brechas de desigualdad (la división socioterritorial de la uam habrá de diseñar planes de acción específicos en cada una de sus unidades en atención a las demandas de las diferentes ciudades en que se convertirá la Ciudad de México desde una interconexión inteligente). ●● Acceso restringido o nulo a servicios básicos: agua, luz, salud, transporte, educación, movilidad urbana (en estos rubros no parecen sobrar rutas que contribuyan a delinear acciones urgentes; no obstante, cada vez más los planes y programas de estudio deberán tener contemplados estos aspectos de manera concreta en relación con su óptima solución, y diferenciada para cada ciudad de México). ●● Diversas políticas públicas (en relación con los puntos anteriores, se precisa que el papel social de la universidad haga escuchar su voz en el diseño del abatimiento de los problemas señalados mediante una participación real en la confección y ejecución de políticas públicas). ●●

Por otra parte —una cuestión igual de sustancial que las anteriores—, habrá que resolver el tema del factor humano, es decir, del desarrollo de la vida buena, la espiritualidad y el compromiso social, con amplio sentido ético. Ninguna universidad del futuro podrá ser solamente técnica. La uam tuvo precaución estricta de no serlo. Ahora, más que antes, debe hacerse efectivo ese espíritu fundacional de nuestra Universidad. No puede la mera operatividad y sus lenguajes técnicos hacerse cargo de la solución de problemas sin que el espíritu humano de una casa abierta a la razón se extienda en el tiempo oportuno de sus intervenciones sociales. Tareas que se anticipan en estas cuestiones: ●●

Ciudadanía responsable (construir ciudadanía en un tejido social descompuesto por la criminalidad creciente

será una tarea ardua y la universidad no puede ser un búnker ajeno a ese tema, sino el lugar donde mediante sus funciones sustantivas se contribuya a hacer de nuestros estudiantes también buenos ciudadanos). ●● Civilidad ética (trato cotidiano digno y justo entre ciudadanos con iguales derechos y responsabilidades, fomentado desde la institución y sus prácticas sociales). ●● Compromiso con una cultura de paz y no violencia (un antiguo sutra dice que “no puede haber paz exterior sin paz interior”, es decir, no se puede conseguir una sociedad pacificada sin que se tengan insumos que contribuyan a elevar nuestra condición humana, sin moral y sin dogmas. Se precisa la formación de cátedras, seminarios, puestas en escena que aborden ese tema urgente. La uam apenas ha hecho eventos aislados que no son suficientes sin una política institucional que los fomente y los impulse). ●● Desarrollo artístico, literario e histórico (la función sustantiva de “difusión y preservación de la cultura”, mediante la infraestructura con la que se dispone, a saber, casas de cultura, galerías, teatros e incluso auditorios y explanadas, deben de reforzar esta labor fundamental de la Universidad con las diversas ciudades de México. El proyecto original que encabezó Fernando Salmerón, como rector general de la uam y Carlos Montemayor, primer titular de la entonces Dirección de Difusión Cultural, marcó el impulso decisivo de alto nivel que debe ser recuperado a pesar de las diversas crisis presupuestales por las que eventualmente ha atravesado la Universidad. No es concebible que la conexión más clara, el puente más visible de la Universidad con la sociedad, sufra de embates presupuestarios, puesto que la nuestra es una universidad abierta y pública y debe ser objeto de infraestructura y recursos amplios para ser capaces de llevar, de una vez por todas, la voz y el sentir universitario a las diversas capas sociales de las ciudades de México.

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●●

Sentido crítico sobre los alcances y límites de la tecnología (acerca de la inteligencia artificial, la creatividad, la producción de contenidos mediáticos, la afectaciones en salud y, en general, la interconexión, requieren de pautas de reflexión de cara a un “transhumanismo” en ciernes).

Las relaciones laborales de la Universidad deben guardar en un cajón bien cerrado el reciente conflicto que paralizó la institución por poco más de tres meses. No porque la fuerzas en tensión carezcan de argumentos a su entender, sino porque en el mundo interconectado mediante Internet se han abierto paso nuevas formas de empleabilidad. Sin catastrofismos a la Rifkin, preferimos pensar en las futuras demandas de productividad cibernética y sus implicaciones laborales y humanas. El primer Internet, el de la “comunicación” aún está incipiente, en desarrollo, aunque acelerado. En este Internet descansa gran parte de las modificaciones concretas del mercado laboral para los egresados de los estudios universitarios y al interior de la propia Universidad: producción y consumo de información, contenido, bienes y servicios. El segundo Internet es el que ya se emplea para la sustentabilidad mediante nuevas energías; se le conoce como el Internet de la “energía”. Y aquí la uam tendrá que vincularse con las demandas socioterritoriales a ese respecto —como ya se esbozó líneas arriba— y proponer soluciones estratégicas. El tercer tipo de Internet es el de la “logística”, funcional para la reestructuración de gobiernos cibernéticos, por ejemplo, en la conformación de ciudades inteligentes, pero también en la conformación y regulación de la empleabilidad universitaria interna y externa. Y un cuarto Internet es conocido como el de los “objetos conectados”, que reúne las prestaciones de los tres anteriores y que promueve cantidades poco imaginables de datos (big data). No debemos descuidar el desarrollo de aspectos futuribles, relacionados con esas sociedades hiperconectadas actualmente en boga. La tarea de anticipar algo de ese desarrollo debe verse reflejada en nuestro propósito educativo y en la marcha constante de la uam entre sus mejores tradiciones y su capacidad de renovación constante. Para finalizar, deseamos enfatizar que lo anterior se ofrece como un allegamiento de materiales para debates en torno a nuestra Universidad. La complicación de problemas es creciente y de índole muy diversa y no se pueden contener ni en compendios más extensos, porque siempre habrá algo en desplazamiento: la Universidad siempre es del porvenir.

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ensayovisual Acervo artĂ­stico uam

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ensayo visual | papel, 1972 serigrafĂ­a sobre

Helen Escobedo, Puerta roja,


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Roberto Velázquez, Sin título, óleo y temple sobre tela, 1992


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Vicente Rojo, Sin título, serigrafía sobre papel, 1972

Vicente Gandía, Bodegón no.11, aguafuerte sobre papel de algodón, s. XX

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Pedro Friedeberg, Homenaje a Picasso, serigrafía sobre papel, 1983

Joy Laville, Sin título, aguafuerte y aguatinta sobre papel de algodón, 2004

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Arnold Belkin, Proyecto del mural “Muerte de la ignorancia y transformación de la sociedad”, serigrafía sobre papel, s. XX

José Luis Cuevas, La mujer adúltera, tinta y acuarela sobre papel, 1980

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Francisco Corzas, Sin tĂ­tulo (de la serie Carmina Burana), litografĂ­a sobre papel, 1982

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mĂŠnades meninas y

Š Rodrigo Moya, Del testimonio del 58. Monumento a la Revolución, 1958

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El rostro humano de un siglo

Escenas y Periferias de Rodrigo Moya Héctor Antonio Sánchez

Edificios. Una sucesión de edificios colosales de fachada geométrica recorta en varios planos la imagen: edificios cuya pauta es la repetición del cuadrado y la línea recta, tan exactos en su forma que podría pensárselos un modelo a escala. Al frente, el fotógrafo ha capturado en la cima de una estructura el nombre del Banco Nacional Hipotecario: la panorámica resultaría una celebración de la alianza entre la arquitectura moderna y las bondades de un régimen cuyo “desarrollo estabilizador” producían, en Tlatelolco y otros proyectos megalómanos, una panorámica deslumbrante, si no quedara señalada por el sesgo irónico de su título: Hipotecados (1966). Antes, la obra de su autor, Rodrigo Moya (Medellín, 1934), ha de germinar en la dialéctica de un Estado que se ha impuesto la máscara del progreso económico pero no ha sabido incorporar a su organismo las demandas y necesidades materiales y sociales de amplios sectores de la población a la que gobierna. Así nos lo advierten las exposiciones México/Escenas, recientemente celebrada en el Museo del Palacio de Bellas Artes, y México/Periferias, que ha hallado cabida en el Centro de la Imagen. Ambas muestras —en realidad una sola, visiones complementarias albergadas en dos espacios de la capital y organizadas en conjunción con el Museo Amparo de Puebla— celebran las cualidades de un autor que ha sabido atrapar el instante preciso: las esquirlas del tiempo mexicano capaces de recrear una narración a contraluz del discurso oficial; de constatar no el embate de la verdad histórica, la cifra de concreto que quisiera imponerse desde el poder, sino el malestar y aun el sufrimiento que esa verdad ha acusado para tantos individuos obliterados por ella. Hijo del escenógrafo Luis Moya Sarmiento y de Alicia Moreno, Rodrigo Moya conoció desde muy joven el mundo de la producción cinematográfica: rondaba la veintena cuando el colombiano Guillermo Angulo, reportero gráfico del semanario Impacto, le

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© Rodrigo Moya, Hipotecados, 1966

mostró sus primeros secretos sobre el arte del revelado y la impresión a cambio de sus conocimientos sobre la transmisión televisiva. Fue el descubrimiento de una vocación: hacia 1956 el joven reportero comenzaría a colocar imágenes en aquel semanario y en otras publicaciones, como Siempre!, Hoy y mañana, Zócalo, ¡Ya! y El espectador. Dos años más tarde participaba en su primera exposición colectiva, Lágrimas y risas, de la mano de Manuel Álvarez Bravo, Héctor García, Berenice Kolko y Nacho López, quien habría de dejar una huella importante en su quehacer. Moya celebraría sin embargo una primera exposición individual hasta 2002, en la Galería Ramón Alva de la Canal de Xalapa: Fuera de moda, título acertado donde los haya, que bien pudiera definir la personalidad de un autor refractario a premios e ínfulas. Ese mismo año, la revista Cuartoscuro dedicaría su número de mayo a repasar su obra. He apuntado arriba la palabra “autor”, pero en Rodrigo Moya cabe la más amplia acepción del término

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artista. Sus talentos son varios: bajo su firma han aparecido poemas y relatos, como Cuentos para leer junto al mar, señalado con el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí. También en su obra fotográfica ha habido diversos momentos: el fotoperiodismo; el registro de patrimonio artístico —notablemente, su quehacer en el Departamento de Catálogo y Restauración del inah—; la memoria de la actividad artística de México: debemos a su mirada retratos y escenas descollantes de nuestra tradición. Por eso resulta un acierto, y una delicia, la disposición que la muestra de este año brinda a su legado: núcleos temáticos que permiten aprehender la unidad en la diversidad de una lente privilegiada del pasado siglo. El primer núcleo, Ciudad/persona, surge de la tarea de ilustrar el libro México de Salvador Novo, aparecido en 1968. Aquí, antes que limitarse al retrato impávido de dos épocas arquitectónicas que se superponen en una ciudad idealizada, Moya ha preferido acercarse a


© Rodrigo Moya, Hombre solitario, 1959

los seres que la habitan, a los detalles que la enrarecen: personajes, gestos, rostros que nos revelan una historia; abstracciones —columnas, vitrales, muros capturados fragmentariamente— que descubren una ciudad cuya transformación va dejando de pertenecer a la escala humana. No: no es en Moya romántica la visión del “alto valle metafísico”; antes, el suyo es un ojo avizor que recela de las transmutaciones venidas de la ilusión del progreso. Sí: el espectador se siente autorizado —qué le vamos a hacer— a evocar la “ciudad cristal de vahos y escarcha mineral” en que “se cruzan nuestros olores (...), nuestras carnes ociosas y tensas, jamás nuestras miradas” de la que habla Carlos Fuentes en La región más transparente. A esta esfera pertenece su célebre Polvareda (1958), pero también los personajes fascinantes de Lector (1963), El profeta (ca. 1958), Ensoñaciones (1963), y otros tantos: Moya rehúye el mero retrato arquitectónico, se aleja — él mismo lo ha dicho— de “el miedo a la vida, al otro, que suele estar en movimiento perpetuo”.

Este movimiento reaparece en las formas estilizadas del núcleo siguiente, Cultura. Tan notables son en él los retratos de tantos nombres relevantes de nuestra actividad artística como de sus obras. En aquéllos se sopesa —por la captura del gesto preciso— un “carácter”; en éstas, los instantes en que el lenguaje de vanguardia logra convocar el fantasma de la poesía. En ambos órdenes —retratos y obras—, se esclarecen, en fin, las aguas del símbolo; por ejemplo, en el retrato de Francisco Goitia (1959) en que el pintor parece convocar la sabiduría de los profetas y la longevidad de los patriarcas; o en el registro de un Ballet contemporáneo (1956) en Bellas Artes en que los danzantes y sus sombras recuerdan el ritual primigenio de las cavernas. Otros nombres desfilan entre estas imágenes: Rivera, Monsiváis, León Felipe, O’Gorman, Alfonso Arau, Rita Macedo. En 1961 Rodrigo Moya se afilió al Partido Comunista. En 1968, abandonó el fotoperiodismo. El arco que describen estos eventos entre sus convicciones

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© Rodrigo Moya, La vida no es bella. Reportaje testimonio de “Los Ixtleros”, 1965

ideológicas sólo confirman una sensibilidad anterior, que tiende a la tierra y a los hombres. Imposible la visión vertical de la revista de entretenimiento o el informe gubernamental: Moya ha de aproximarse cada vez más al drama del género humano, a veces bajo un signo trágico. Quizá por ello resultan particularmente conmovedoras —hermosas en su angustia, inmensas en su sobriedad— las fotografías presentadas bajo las rúbricas Ciudad/Periferia, Campo y Conmoción social en la muestra Periferias del Centro de la Imagen. Sol y sombra conviven en ellas, rostro bifronte de un mismo territorio: grandes convulsiones históricas de México y de nuestra América; pervivencia de una inmensa dignidad en las zonas rurales y marginales de un país cuyo afán de modernidad destierra lo que ocurre a otro tiempo: en otro tiempo. Los rostros y paisajes del campo mexicano que captura Rodrigo Moya son atávicos: Tehuana (1960), Arrozal (1964), Jerónimo y Mujer tallando Ixtle (1965). En un extremo opuesto pero colindante se yergue una era de metamorfosis; Rodrigo Moya supo plasmar momentos álgidos de una sociedad necesariamente enfrentada a la Historia, deseosa de transformarla: las protestas de estudiantes y maestros de 1958 y 1968; las marchas contra la intervención de los Estados Unidos en Cuba y

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Vietnam; una célebre serie realizada en Cuba sobre el Che Guevara en el verano de 1964; la invasión al año siguiente de la República Dominicana por las fuerzas norteamericanas; las guerrillas en Guatemala y Venezuela. Entre el tiempo ancestral de los campos y el tiempo en llamas de la historia se extiende una tierra baldía, un tiempo expulsado del tiempo: las crecientes extensiones de miseria que rodean a la Ciudad de México y que se van poblando de los desterrados de la capital. En las imágenes de Naucalpan y Nezahualcóyotl —entonces las callejuelas de polvo y tabique de Bisuterías (1956), Vendedor de ollas (1977), Fraternidad y Tosferina (1962)— que capturó Moya surgen los seres vedados en su panorámica de Tlatelolco: rostros para quienes el mañana se antoja como una misma desolación, incapaces de incorporarse al sueño de clase media del milagro mexicano. Si esta visión resulta harto pesimista, en la obra de Rodrigo Moya se asoma una luz posible. Mundo atávico y revolución se enlazan en ella por las manos: dolor y esperanza. La periferia está en el centro. Pues, lejos, en el horizonte, sus caminos coinciden: por ellas, otro mundo es viable. ¿Cuál es, si no, su respuesta frente a esas imponentes moles de vidrio y cemento en las que están ausentes los individuos? Carlos Montemayor lo dijo con fortuna: “esa búsqueda de la realidad negada o desvirtuada sólo podía nacer de la pasión por la vida humana, de la pasión por la lucha humana y la esperanza que supone”. La labor de Rodrigo Moya ha sabido recuperar el rostro humano de un siglo que —en México y en el mundo— intentó por toda vía suprimirlo: restituir, frente al embate de piedra de la Historia y sus agentes, los rasgos de utopía en que podemos reconocernos en el tiempo y más allá del tiempo.


“La gran bestia” en un casino porfiriano Jorge Vázquez Ángeles

Tívoli de Cartagena en Tacubaya, México. Fotografía: Charles Betts Waite

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Entre julio de 1900 y abril de 1901, quien sería llamado “el hombre más malvado del mundo”, estuvo en México. El propósito de su viaje al país de la paz porfiriana era simple: escalar el volcán Popocatépetl. Antes de dedicarse de lleno a la magia, a la alquimia, al ocultismo, a la pintura y a la poesía, Aleister Crowley fue un destacado escalador que siendo muy joven conquistó las cimas más altas de Inglaterra, su país de origen, y de Europa. Años después, formó parte de la expedición para ascender por primera vez el monte K2. Ya como miembro de la Orden Hermética del Alba Dorada, a la que se “afilió” en 1897, en 1900 dos de sus hermanos y también fanáticos del montañismo le recomendaron viajar a México. En una época muy anterior

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a las campañas turísticas y sobre todo al spring break, la versión más relajada de este personaje admirado por bandas como The Beatles y Led Zeppelin, registró en su autobiografía The Confessions of Aleister Crowley1 cómo el aire espiritual de México infundió su alma para proseguir el camino iniciático que lo convertiría en el hombre más malvado del mundo. Primero llegó a Nueva York, el 6 de julio, cuando la ciudad era azotada por una onda de calor que dejó centenares de muertos. Al tercer día, harto del infierno neoyorquino, se subió al tren que lo llevaría al sur.

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Disponible en https://bit.ly/2XRs8Y6


Salón del Tívoli de Cartagena, “el Monte Carlo de México”, en Tacubaya, México. Fotografía: Charles Betts Waite

Crowley no lo dice en su autobiografía, pero tras la larga travesía debió de llegar, procedente de Laredo, a la reluciente Estación Colonia, un edificio de tres niveles, techumbres a dos y cuatro aguas, con un balcón central rematado por un reloj. Al principio, la Ciudad de México no fue de su agrado. El hotel donde se hospedó “no tenía servicio organizado; no parecía importarles si uno tiene algo para comer o no. De hecho, en toda la ciudad, sólo había un restaurante donde se podía obtener algo fuera de los platos locales habituales”. No probó el pulque, ni el mezcal ni el aguardiente porque, en esa época, según él, no le gustaba experimentar. Para quien sería reconocido como un conspicuo consumidor de drogas, sobre todo de heroína, su renuencia hacia los alcoholes nacionales demostraba que, de momento, no estaba dispuesto a sacrificar su flemática condición inglesa. “La gran bestia”, por el contrario, no rechazó los placeres de la carne mestiza. Sin embargo, el corazón de los mexicanos se ganó en pocos días a aquel turista de veinticinco años. Le gustó el desprecio que la gente sentía por el comercio y la industria, así como su escaso interés en la política (para eso estaba Porfirio Díaz). El alma mexicana, dijo Crowley, estaba en las corridas de toros, las peleas de gallos, los juegos de azar y la lujuria. Como en México la violación de la ley es una actividad deportiva y de recreación, no es de extrañar que Aleister Crowley, en 1904, escribiera en El libro de la ley que el mandamiento central de su filosofía espiritual fuera “haz tu voluntad será el todo de la ley”. Crowley rentó una casa frente a la Alameda que incluía los servicios de una india que lo atendió a cuerpo de rey. En su autobiografía, asegura que practicó un exitoso ritual para hacerse invisible: su reflejo apenas se notaba ante el espejo y luego salió a la calle vestido con una corona dorada y una túnica escarlata. Nadie, a lo largo de aquel camino incierto, se volvió para ver a tan estrambótico personaje. Viajó a Guanajuato, Veracruz, y durante los días que pasó en la ciudad de Iguala, disparó al aire una bala de su revólver para asustar a tres presuntos bandidos que lo vigilaban mientras dormía en descampado. A su regreso a la capital, debido a las picaduras de los mosquitos, Crowley se contagió de malaria. Para recuperarse se hospedó en el Hotel Iturbide, el mejor de la ciudad, la antigua casa de la marquesa de San Mateo de Valparaíso y actualmente el Palacio de Cultura Citibanamex, bajo el cuidado de un médico estadunidense. A Crowley le sorprendió la cantidad de casinos en la ciudad. Especialmente le gustó uno que reseña brevemente en su autobiografía: el Tívoli Cartagena, en Tacubaya. Para llegar allí, Crowley abordó el recién estrenado tranvía eléctrico en el Zócalo, con salidas cada veinte

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minutos, que entró en operaciones el 15 de enero de 1900. Sus asientos transversales de mimbre contrastaban con la austeridad del tranvía de “mulitas”.2 El viajero probablemente descendió en la Plaza Cartagena o en la Ermita, una estación más en forma que estuvo en donde hoy se encuentra la estación del metrobús De la Salle, sobre la avenida Benjamín Franklin. En cualquiera de estas dos paradas, Crowley debió contemplar lleno de asombro las soberbias casas de Tacubaya, como la de la Condesa, la de los Mier y Celis, con su portal de acceso de estilo neoclásico, así como la vitalidad de la Plaza Cartagena, uno de los puntos más pintorescos del pueblo, con sus portales donde podían encontrarse toda clase de productos. De acuerdo con María Bustamante Harfush y Araceli García Parra en su libro Tacubaya en la memoria, el Tívoli Cartagena se ubicaba sobre la actual Avenida Jalisco, entre las calles de Veramendi y Avenida Observatorio. En una fotografía disponible en la red, se aprecia el interior del casino, llamado “The Monte Carlo of Mexico”. Largas mesas abarcan un gran salón con quinqués y candelabros en el techo, cortinas de encaje en puertas y ventanas, espejos inclinados respecto de las paredes tapizadas y rodapiés de tiras de madera. Sobre las mesas se distinguen fichas para jugar, aunque Crowley se refiere a ellas como “cuantiosos dólares de plata apilados”. Otra imagen muestra el garito desde fuera: en primer plano se observan dos balaustradas con jarrones de bronce que conducen hacia lo que parece ser el acceso principal. Un grupo de hombres, todos de traje y sombrero, miran hacia la cámara. Detrás de ellos se aprecian aspectos de la casa, como algunas pilastras, cornisas y un friso fitomorfo. También hay dos lámparas sostenidas por cables, lo que reafirma el espíritu libertino y nocturno del casino. Detrás del fotógrafo, probablemente, estaban los demás salones para jugar billar, boliche, patinar y bailar, así como la sección de juegos “inocentes” como un carrusel. 2 Esta descripción corresponde al libro Así era aquello. Sesenta años de vida metropolitana, de Alfonso de Icaza, mencionado en Tacubaya en la memoria, de María Bustamante Harfush y Araceli García Parra.

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Durante una de tantas partidas nocturnas, cuenta Crowley, las arañas del techo comenzaron a moverse, mientras que damas y caballeros se levantaron de sus asientos para buscar la salida. Estaba temblando. La luz se fue durante varios minutos, por lo que personal del Tívoli entró provisto de velas. Casi todos los jugadores se habían ido, llevándose consigo buena parte del dinero. “Haz tu voluntad será el todo de la ley”. Antes de marcharse, Crowley escaló el Popocatépetl, el Nevado de Toluca, el volcán de Colima y por falta de recursos no pudo subir al Citlaltépetl. Cuando llegó a El Paso, consideró que era una ciudad brutal y bárbara, donde no se ocultaba “la lujuria por el dinero”. Jamás regresó a México y moriría quebrado y “odiándose a sí mismo” (se dice que esas fueron sus últimas palabras) el 1 de diciembre de 1947 en una casa de huéspedes en Hasting Sussex, Inglaterra. Tacubaya pasó del lujo al abandono en pocos años, hasta convertirse en un barrio damnificado por las políticas urbanas de los años setenta. El metro, con sus pasos a desnivel hoy ocupados por puestos de ropa, comida y accesorios para teléfonos móviles, sepultó para siempre las viejas casonas, las plazas y los jardines que Crowley contempló durante su breve estancia. Es como si las crónicas de aquellos años, escritas por Manuel Payno o Guillermo Prieto fueran sólo una fantasía. Del Tívoli tampoco queda un solo rastro que nos permita imaginar a aquel joven inglés tomando sus cartas y doblando el envite. La Plaza Cartagena, hoy llamada Charles de Gaulle, es una plancha ocupada por una feria que alguna vez fue itinerante y que lleva instalada en el sitio más de cuarenta años. La rueda de la fortuna ya no está, mal presagio, pero sí las canastas, el barco vikingo, un carrusel, y los típicos juegos de canicas y dardos para ganar premios. De cierta forma el Tívoli ahí está: la gente apuesta su dinero a un tiro de canicas, montan a caballo, bailan al atropellado compás de los coches chocones que parecen seguir el ritmo del reguetón que expulsa una bocina a punto de estallar. “El pasado nunca muere, ni siquiera es pasado”, escribió William Faulkner. Quizá Aleister Crowley sigue paseando entre nosotros, invisible, vestido con una túnica escarlata y una corona dorada.


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El tranvía que no paraba nunca:

muertos que vuelven

Marina Porcelli

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Arthur Conan Doyle y un espíritu. Fotografía: Ada Deane, después Hubble 1922. Tomadaantes de TheyArthur Conandel Doyle Encyclopedia, https://bit.ly/2Z46zoN


Yo tenía poco menos de veinte años cuando Abelardo Castillo me comentó un capítulo no escrito de Esteban Expósito. A mitad de la noche, Expósito se topa con otro borracho que cuenta la historia: como si viviera en el centro de una pesadilla, alguien maneja un tranvía por la ciudad, y el tranvía está condenado a no detenerse nunca. Pensé en ese título muchas veces, durante muchos años. Claro que Castillo (aunque sin confesarlo) estaba tomando el título de la sensibilidad y el proyecto de Malcolm Lowry: El viaje que nunca termina es el nombre de la serie de novelas inconclusas, que refiere al recorrido incesante (el libro incesante, decía Poe) de la escritura. Entonces concluí que esa idea de un tranvía que recorre las calles sin detenerse conjuga, para mí, la relación entre escribir y vivir, que, en rigor, no es escindible. La separación no existe, su tensión, su dialéctica se constituyen. Incluso los capítulos que no se escriben suceden en algún lado, como en un planeta aparte que recolecta borradores y diarios y pesadillas, pero que también forma parte de la galaxia de la escritura. Y de lo vivido. En los policiales, siempre, hay algo que no se sabe y sin embargo ocurre. El suspense, decía Sartre, es lo que mantiene el libro hasta el final. Eso puede aplicarse a cualquier obra. Una locomotora de madrugada, con su recorrido incesante por las calles de Buenos Aires, ese deseo, ese motor, ese impulso, es quizá el título que más calza para esta serie de ensayos policiales que se inicia. Ensayos ladeados sobre lo que se quiso escribir, sobre lo escrito y lo vivido, sobre lo que no se hizo. Me doy cuenta ahora, al anotar todo esto, que estoy respondiendo a esa época en la que Abelardo Castillo me contó la escena de Esteban Expósito, cuando él tenía sesenta y dos años, y yo, diecinueve, cuando yo quería escribir, y no sabía cómo, y anotaba pesadillas, y me frustraba, y mis borradores me desanimaban, y la gente me decía que no, que era imposible, pero igual yo siempre quería. Los muertos vuelven. Y a veces, traen un encargo. O por lo menos de eso se convenció sir Arthur Conan Doyle

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(1859-1930) en los últimos años de su vida, cuando, desde 1918, más o menos, dejó de escribir ficción (aunque este giro, en rigor, solo sea un modo de decir) y, luego de la muerte de su hijo en la Gran Guerra, se adhirió totalmente al espiritismo. Dicen que una médium lo puso en contacto con él, con el hijo, y que por eso también se adhirió. En esta época, Doyle publicó dos obras: Historias del espiritismo (1924) y El límite de lo desconocido (1930). Mediante sesiones, afirmaba, se puede contactar a los muertos, interactuar con ellos. La telepatía también es posible. Los fantasmas nos traen noticias del más allá. Conan Doyle fue presidente del Colegio de Ciencias Psíquicas en 1926 y formó parte de El Club del Fantasma (Ghost Club), que tuvo a Dickens entre sus fundadores. A mediados del siglo xix, en Inglaterra, en Estados Unidos, hace furor el fenómeno de table turning, “las mesas que bailan”. En Nueva York, por ejemplo, circula la historia de Margaret Fox, adolescente en trance que apoyaba las manos sobre el mantel, y hacía saltar la mesa cuando llegaba el espíritu del muerto. La prensa británica dedica mucho espacio a esto de “las mesas danzantes” y la noticia se propaga por España, Francia, Italia y Alemania. Pero para una idea más honda sobre lo que significó este cambio en Conan Doyle (esta adhesión a una sensibilidad nueva) vale reparar en cómo opera lo sobrenatural en la obra de Sherlock Holmes. Conan Doyle es el continuador “más puro” del policial fundado por Edgar Poe en “Los crímenes de la calle Morgue”, que tiene como antecedente el cuento “El hombre de la multitud”. La ciudad, o lo urbano, y a mediados del siglo diecinueve: coordenadas de tiempo y espacio donde irrumpen los crímenes. Los personajes dialogan (en Poe, Dupin y la primera persona, el punto de vista, que cuenta la historia; en Doyle, Holmes y el doctor Watson), son auténticas “máquinas de pensar”, aplican


sobre los casos la deducción lógica. Pero lo que resulta verdaderamente singular en la obra de Doyle es que las historias de Sherlock Holmes aparentan ser, en un primer momento, “sobrenaturales”. O sea, tener una explicación imposible o extra-terrena. Sin embargo, es el cientificismo y la racionalidad lo que las devuelve a la tierra. La obra de Holmes, digamos, es el combate preciso contra lo paranormal y sus supersticiones. Pienso en El sabueso de los Baskerville, o en “El misterio del Valle Boscombe”. O en todas esas narraciones donde el poder de observación, el razonamiento impecable, la mirada clínica (Doyle, como Watson, era médico) resitúan las narraciones. Las quitan de lo fantástico posible, y las colocan en lo Real. “Una vez descartado lo imposible”, dice Holmes en algún alguna de sus aventuras, “lo que queda, por improbable que parezca, debe ser la verdad”. El muerto que habla y escribe De acuerdo con Historia del espiritismo, el muerto se hace presente, en una sesión, a partir de su voz. El fantasma llega, cierto, pero primero debe identificarse. Y los que están sentados alrededor de la mesa deben asentir y reconocerlo. No se trata de cualquier muerto, no es un fantasma anónimo, digamos, sino uno propio, íntimo, cercano. Por eso es indispensable escucharlo hablar. Cuenta Doyle que uno, para demostrar su autenticidad, silbó una canción que era la misma que siempre silbaba en vida. Cuenta de otro que describió con mucho detalle la habitación en la que había dormido durante años, y de otro más que confesó secretos de familia que solo él (el muerto) podía conocer. También hubo el espíritu que explicó con mucha precisión cómo lo habían asesinado. Entonces sí le creyeron. El caso es que estos fantasmas no tienen edad, ni sienten dolor, no son ricos ni pobres, ni se cambian las ropas, ni se alimentan, ni necesitan dormir. Puede haber ocasiones, sin embargo, en las que entran en un estado “semiconsciente” al que llaman “sueño reposado”. Los seres de ideas, gustos y sentimientos parecidos andan todos juntos, y los que estuvieron casados en vida no están forzosamente unidos en el más allá. Desconocen el dolor corporal. “Los espíritus nos dicen que son sumamente felices y que no desean regresar a la tierra”, escribe Doyle, y da la impresión de que se consuela. Todo es perfecto allá. Pero vuelven. Por alguna razón, algún pendiente:

“—Quiero hacerle un encargo. —¿Cuál? —Dígale que no fue engañado el martes pasado —a la medianoche”. De hecho, al mismo Conan Doyle se le aparece el espíritu magnánimo de Conrad y le pide un favor. Según reporta el Daily Mail del 10 de septiembre de 1928 (y vale notar la importancia que tenía Doyle para la época, si el diario reporta sus experiencias), a Doyle le llegó el recado en el que Conrad pedía encarecidamente que terminara su novela Suspense, un libro que ocurre en la Revolución francesa, con espías y diplomáticos, y que Conrad, por supuesto, dejó inconcluso a su muerte. Doyle comunicó el pedido a la prensa. Pero después de pensarlo un poco más, decidió rechazar el encargo. Algo así había sucedido con la última novela de Dickens, años atrás. Para Dickens, lo fantástico, lo paranormal, era una categoría medular: es centro de esa belleza que es Cuento de navidad, y premisa que lo llevó a fundar el Ghost Club, en Londres, el cual se disuelve en 1870, y retoma Conan Doyle, y años más tarde, Yeats. En las actas de la institución, esto dicho al margen, nunca quedó asentado que fue posible un contacto con los muertos. Pero se trata de un encargo particular: el de la escritura automática. El fantasma que se manifiesta dicta páginas admirables, versos y máximas para que los hombres las canten. El que se contacta con ese muerto, una especie de operador, un intermediario, debe escribir lo que le dictan. Conan Doyle lo explica así: “Si pudiéramos imaginar un escritor terrenal que usara un teléfono de larga distancia en lugar de pluma, tendríamos una idea aproximada de las dificultades con que tropieza el operador”. El misterio de Edwin Drood quedó trunco cuando Dickens tuvo un derrame cerebral y murió en junio de 1870. Para peor, lo que había quedado sin resolver en el libro es quién es el asesino de Edwin Drood, y cómo puede ser que el cuerpo de Drood no aparezca nunca. Durante semanas, quizá meses, se habló en los círculos espiritistas sobre la posibilidad de contactar a Dickens para que revelara el secreto de la novela. Hasta que surgió Thomas P. James —de Vermont, Estados Unidos—, quien era mecánico de autos, no tenía relación alguna con la escritura, ni con la literatura. Pero fue él el que recibió el pedido durante varios encuentros, y

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entonces, “noche tras noche, en las sesiones espiritistas, James entraba en trance y era poseído por el espíritu de Dickens, y empezaba a emborronar cuartillas”. La novela por fin fue terminada. Y como corresponde. Por una prosa que era, claramente, “la de Dickens”. El libro completo se vendió de manera exitosa en Estados Unidos, aunque lo recibieron con cierto recelo en Inglaterra. Terminar la obra. Que no quede inconclusa. Este es el único deseo de un hombre frente a un pelotón de fusilamiento, en una de las historias más hermosas que escribió Borges. “El universo físico se detuvo”, dijo Borges. Es “El milagro secreto”. Un milagro que es concedido en medio de la desesperación, el de tener tiempo para acabar lo inacabado, para concluir lo que se empezó, eso es todo lo que pide el hombre. Anota Ellman que cuando Joyce estaba escribiendo Finnegans, y se da cuenta de golpe de que posiblemente muy pronto se irá a morir, contacta a un autor, y entrena a ese autor, para que le copie la prosa y termine la novela, en caso de que él no llegue a cerrarla. Lo que se frustra, lo que se corta, eso que quedó sin decir, sin escribir. La pérdida equivale al tamaño de la conjetura. Borges conocía muy bien El misterio de Edwin Drood. Habla de esa novela amputada en “La biblioteca total”, ese reservorio que es “un capricho o imaginación o utopía (…) un avatar tipográfico”, como el de “una divinidad que delira”. Una biblioteca que incluya, con un número finito de letras y un número finito de signos, todas las obras. Las que se escribieron y las que no se escribieron, las que se proyectaron y se olvidaron, las que aún se están por escribir. Que incluya, dice Borges, “la demostración del teorema de Pierre Fermat, los no escritos capítulos de Edwin Drood, esos mismos capítulos traducidos al idioma que hablaron los garamantas, las paradojas que ideó Berkeley acerca del tiempo...”. Una biblioteca que niegue, pienso yo, la muerte de los hombres. Y regresan Los muertos vuelven. O sus fantasmas. Lo que atormenta y persiste, la melancolía. Solaris. Por lo menos en la película, él mete a la mujer en un cohete y la manda

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fuera de la estación espacial. Pero ella regresa. Siempre regresa. Y le habla. No importa lo que él haga, no puede olvidarse de ella. No es casual, entonces, que el resurgimiento del espiritismo se haya dado durante la Gran Guerra. Los números marcan 70 millones de movilizados, 45 millones de heridos, nueve millones de muertos. El mismo Conan Doyle confiesa que esta disciplina “borra” el miedo a la muerte, “nos concilia con la muerte de esos seres queridos que podamos perder”. La tristeza profunda los trae de vuelta. Se los extraña y aparecen. Se identifican en la sala, vuelven en ritos, como en una ceremonia religiosa. Hacen temblar las mesas. Mueven cortinas y sacuden ventanas. Persisten en los sueños y en la memoria. Si los cuerpos fueron heridos en la guerra, ahora surgen enteros: Doyle habla del caso de un muchacho que ahora recuperó su brazo izquierdo. También hay fotografías de ellos. Doyle reconoce, en una, a su sobrino. El escenario del espiritismo se organiza, y la memoria fotográfica lo atestigua. Después del conflicto bélico, se ponen de moda fotografías y retratos. Son como álbumes familiares que “por fin se completan”, “… rostros aislados de fantasmas”, dice Pablo Santoro Domingo, en un ensayo sobre espíritus en España, “flotando sobre hombros o cabezas de sus familiares, envueltos en nubes o en lino blanco” que actúa como ajuar de muerto, como divisoria entre el acá y el más allá. Los muertos regresan. Y esta melancolía, como nuestros miedos y nuestras pesadillas, como nuestros deseos y nuestros proyectos inacabados, es también una manera, como decía Benjamin, de participar de la Historia. El 7 de julio de 1930, murió Conan Doyle en Crowborough, Inglaterra. Una noticia publicada en The New York American, el 27 de junio, dos años después, relata lo que sigue: “La familia de Sir Arthur Conan Doyle aguarda su retorno en espíritu”. Tiempo después, corrió el rumor de que Doyle aparecía en fotos de Austin, Texas, Estados Unidos, y que una médium finalmente logró traerlo del más allá: en una sesión espiritista, Conan Doyle no dijo nada, pero observaba a todos desde lo alto y con gesto serio.


Jorge Ibargüengoitia:

entre la colonia Lorenzo Boturini y Mejorada del Campo

Gabriel Trujillo Muñoz

Jorge Ibargüengoitia. Fotografía: WikiMéxico, https://bit.ly/32tGcKJ

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Los antiguos buscaban en los libros de viajes, maravillas, nosotros, para interesarnos, queremos encontrar en ellos desastres. Jorge Ibargüengoitia

El 27 de noviembre de 1983, un día neblinoso en los cielos de la península ibérica, el avión de la compañía Avianca, un Jumbo 747, que venía de París y que iba a hacer escala en el aeropuerto de Barajas, en Madrid, comenzó su descenso. La torre de control, que no tenía el mejor equipo de radar, ni siquiera le dio seguimiento a su trayectoria de aproximación. Unos minutos más tarde, el enorme Jumbo chocaría contra un promontorio y explotaría en Mejorada del Campo, a pocos kilómetros de la capital española. Entre los ciento noventa y dos pasajeros y tripulantes que iban en este vuelo estaban varios escritores latinoamericanos, que iban a un congreso de literatura en Colombia, entre ellos Ángel Rama, Marta Traba, Manuel Scorza y el narrador mexicano Jorge Ibargüengoitia (nacido en Guanajuato en 1928). Ninguno de los cuatro sobrevivió al impacto. Unos años antes, el propio don Jorge, viajero frecuente de la aviación comercial, había escrito sobre los viajes aéreos: “El pasajero que sale de México en un Jumbo que se eleva, si es pusilánime, puede tener este pensamiento: voy a París, pero si los motores fallan voy a acabar en el comedor de una casa de la colonia Lorenzo Boturini”. Ibargüengoitia no acabó allí, sino en Mejorada del Campo, un terreno escabroso a doce kilómetros de Madrid, como si la vida hubiera imitado a su literatura, como si la suerte le ofrendara un homenaje macabro a sus palabras, una broma cruel. Los investigadores de este terrible accidente descubrieron, tiempo después, que una cadena de errores y malentendidos, tanto de la tripulación del vuelo de Avianca como de la torre de control, llevaron a tamaña tragedia. Casi como una comedia de enredos, se sabría más tarde y escuchando las conversaciones en la cabina del Jumbo, que el primer oficial introdujo mal los datos de la altitud de la nave en la computadora, por lo que el avión volaba muy por debajo de lo que señalaban los instrumentos a bordo; que cuando sonó la alarma automática de voz advirtiendo a la tripulación de la cercanía del terreno, el capitán en vez de detener el descenso y ascender, le gritó a la computadora: “¡Cállate, gringa!”, pero la alarma no se calló sino hasta que el avión golpeó la tierra y se convirtió en una bola de fuego. Jorge se habría reído de estas faltas de entendederas por parte de la tripulación y de que

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los responsables de la torre de control, por estar en el momento del cambio de turno, ni cuenta se dieron de que el vuelo de Avianca no tenía ni la altitud ni la trayectoria de aproximación correcta. Todo se había conjugado para que saliera mal y así ocurrió. Me habría encantado leer su columna sobre su propio accidente y los idiotas que lo hicieron posible. Ahora bien, muchos de los artículos que nuestro autor escribió para el diario Excélsior entre 1969 y 1976, que se encuentran reunidos en su libro póstumo, Ideas en venta (Joaquín Mortiz, 2018), tratan sobre sus viajes en avión, en solitario o en compañía de su esposa, la pintora Joy Laville. Varios de ellos eran relatos de pesadilla en aeropuertos o en aviones con pasajeros insoportables. Otros contaban las experiencias que tuvo como turista en diversas partes del mundo, como Egipto, Italia, Inglaterra, Madrid o los Estados Unidos. Y también le gustaba describir la invasión de turistas en nuestro país. Para él, era incomprensible cómo se comportaban los extranjeros en México, pero más incomprensible era cómo se comportaban los mexicanos con los turistas. En uno de sus artículos escribió: los turistas norteamericanos, solamente, gastan en sus viajes por países más o menos subdesarrollados… ¿Y a dónde van a dar? A lugares como Tijuana, que es un lugar al que ningún mexicano se le ocurriría viajar por placer, o como Acapulco, en donde mil peligros los acechan, en el fondo de una ensalada, en una calle, o en las palabras melosas de un guía de turistas aficionado.

Lo cierto es que la muerte de Ibargüengoitia conmocionó al mundo cultural de 1983, al menos en nuestra nación. Con don Jorge desaparecía una clase rara de escritor en la república de las letras de aquellos tiempos, cuando los dos polos de poder cultural eran los de Carlos Fuentes y Octavio Paz, con sus respectivos séquitos encumbrados y sus verdades absolutas. Y aunque Ibargüengoitia era, después de su expulsión de Excélsior, un

colaborador de la revista Vuelta, de Paz, no era un autor que encajara en ningún grupo. Como él mismo lo había dejado claro años antes: no pertenecía a ningún movimiento, a ninguna tendencia, a ninguna mafia. Don Jorge era, ante todo, un creador de novelas amenas, de cuentos que hacían reír a sus lectores, de artículos periodísticos que se burlaban de nuestros mitos sagrados y de nuestro pasado glorioso. Ibargüengoitia sabía que sus escritos eran minoría ante el desfile oficial de obras serias, pomposas y sublimes que la mayor parte de los literatos nacionales se dedicaban a publicar. Él no buscaba la perfección formal, el retruécano barroco, sino el lado risible de nuestras instituciones y conductas sociales. Su creatividad era la del hombre harto de tantos laberintos y complejidades estando el suelo del arte literario tan parejo. Por eso afirmaba, ya en 1972, que “la literatura ligera, divertida, interesante, bien hecha, existe en todo el mundo —inclusive Argentina— pero no en México”. Y agregaba que en vez de promover esta literatura para generar un público lector, lo que él encontraba en nuestro país, como ofertas de las principales editoriales, eran “libros que estoy seguro no pudo leer con gusto ni la mamá del autor”. La falta de un público lector que sustente a la industria editorial mexicana la veía como una paradoja: entre más escritores había y más libros se publicaban, los lectores voluntarios disminuían, pues como él mismo sabía de primera mano: “los escritores tienen el grandísimo defecto de que ni siquiera leen los libros de sus colegas”. Por eso, Ibargüengoitia reconocía lo que era evidente entonces y lo sigue siendo ahora: que “en México, los escritores hemos hecho de todo, menos interesar al lector”. Don Jorge, en cambio, escribía para toda clase de lectores, en especial en sus colaboraciones para Excélsior, que estaban destinadas para el público en general. Su última novela publicada en vida, Los pasos de López, no alcanzó las cotas de humor ácido que sus novelas

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anteriores, como Los relámpagos de agosto, Estas ruinas que ves y Dos crímenes. Pero su muerte, a sus apenas cincuenta y cinco años de edad, mutiló una trayectoria literaria que hubiera podido ofrecernos, en las décadas siguientes, visiones libérrimas de México y de nosotros, los mexicanos. Y aún así, leer sus textos a casi cincuenta años de distancia no es un ejercicio de nostalgia sino un redescubrimiento atroz: el de hallar un espejo fiel donde las taras del pasado se parecen demasiado a las taras del presente, donde nuestras actitudes, costumbres y creencias colectivas se asemejan a las que él vivió y experimentó en carne propia, a las que él transformó en materia literaria, en narrativa puntillosa y certera como pocos autores nacionales lo han hecho. Nuestro autor fue uno de los pocos escritores cuyos libros la gente compraba por el puro placer de su lectura. En su obra no había espacio para mitologías trascendentes, grandes discursos políticos o visiones elevadas sobre la situación del mundo. Por el contrario, Ibargüengoitia se dedicaba a desmontar los mitos heroicos de nuestra historia patria, a poner en su lugar a generales, políticos, burócratas, revolucionarios, intelectuales y a la gente común y corriente que hoy llamamos la sociedad civil y que, para él, cronista de nuestros pesares a su pesar, no la veía civilizada por ninguna parte. Tanto en sus artículos para periódicos como en sus cuentos y novelas, don Jorge supo vernos como éramos y no como queríamos que nos vieran los demás. Una de las frases favoritas de Ibargüengoitia era: “Sálvese quien pueda”, que seguramente él la consideraba la única conducta posible en los tiempos que le tocó vivir. Y si uno lo piensa bien México siempre ha sido el país del sálvese quien pueda y como pueda. Este sentido del humor es el que nos permite sobrevivir a plagas tan tremendas como los políticos mentirosos —valga el pleonasmo—, los empresarios voraces —ídem—, los líderes auspiciadores de desastres y los ciudadanos que

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nunca actúan como tales sino como turbas vengadoras. Muchos de los textos de este libro son, para satisfacción de los lectores de Ibargüengoitia, políticamente incorrectos, descripciones graciosas hasta la amargura que nos cuentan las vicisitudes que padecemos, como mexicanos, cuando vamos al mercado, hacemos fila en oficinas públicas o nos peleamos con la gente por causas baladíes. Don Jorge sabía que sus compatriotas somos propensos a burlarnos de los demás, pero cuidadito con que se metan con nosotros. En nuestro interior creemos ser prístinas estatuas de héroes impecables. Ibargüengoitia se mofaba, en sus escritos, de esos monumentos de mármol o granito que somos como sociedad. Hay veces que un artista logra pintarnos de cuerpo entero en nuestras luces y sombras, que logra quitarnos la pátina de seriedad, pomposidad y soberbia que cargamos y él fue esa clase de observador perspicaz, de lúcido satirista. Hoy en día, con tantas metidas de pata de nuestros representantes públicos de todos los niveles y colores partidistas, uno desearía que don Jorge estuviera, aquí y ahora, acompañándonos en esta comedia de enredos que es la vida actual de nuestro país. Cómo la disfrutaría y cuántas crónicas deliciosas no haría de un México donde el cinismo ya es código moral, donde la codicia se ve como superación personal y el egoísmo es norma ejemplar de conducta. La obra de Ibargüengoitia nos recuerda que los mexicanos poco hemos cambiado, en nuestra manera de ser y comportarnos, desde que él escribiera sus textos. Un escritor como don Jorge supo ver el corazón, a la Sancho Panza, de nuestra patria: ávido de aventuras mientras contengan un botín apreciable, lleno de sueños mientras no se tenga que trabajar para conseguirlos. Sí, el país de don Jorge es el país de la jauría que ríe mientras se devora entre sí, el país de la manada que se mofa de los demás para mantenerse en el poder; para Ibargüengoitia, el humor no es un arma para herir a sus semejantes, sino


un escudo defensivo para sobrevivir a las contingencias de ser mexicano, de soportar un país que vive de milagro. Ibargüengoitia entendía que el nuestro es un mundo imperfecto, mal hecho, a punto de venirse abajo. Y sin embargo, seguía escribiendo de éste como si contuviera tesoros únicos, lecciones que valieran la pena, seres extraordinarios. Don Jorge aceptaba la idiotez, la improvisación, el ninguneo y la crueldad como actividades cotidianas de su prójimo. La vida era para él sus complicaciones y sus estupideces. La gente era sus chifladuras y disparates. Y al hacerlo él mismo se descubría como un cronista de lo ridículo antes que como un relator de lo sublime. Lo solemne le daba urticaria. La censura, pesar. Las ceremonias honoríficas, pánico. Por eso lo leemos hoy en día con tanto gusto. Por eso aún compartimos su mirada crítica, su sonrisa escéptica. Porque sigue siendo uno de los nuestros en sus razonamientos y querellas. Alguien que ha visto las fieras que somos y nos ha dibujado con la sonrisa en los labios, sin quitarnos ni una pizca de nuestras imbecilidades y sandeces. Y ahora, desde la perspectiva que dan los años, ante la avalancha de tropiezos y necedades que han definido a nuestro país en las últimas décadas, ante el alud de emprendedores voraces que han hundido a México en una espiral de violencia incontrolable y ante el auge de idioteces colectivas que se han vuelto ritos de adoración, dogmas al uso, siempre queda pensar que Jorge Ibargüengoitia, dramaturgo frustrado y humorista implacable, no murió un 27 de noviembre de 1983 en algún páramo de España, sino que siguió escribiendo como si nada fuera definitivo, en un universo alternativo del que hoy existe. Como él mismo lo dijera en un artículo publicado en Excélsior en 1969: Ya me imagino mi vida en 1984. Voy a escribir una novela, voy a ganar mucho dinero con ella, va a ser publicada en siete idiomas, por una editorial monstruosa que es subsidiaria de una compañía que fabrica aparatos eléctricos. El personaje central va a ser un refrigerador.

Porque Ibargüengoitia sabía, como autor de libros y como personaje público, que para burlarse de los demás primero hay que reírse de uno mismo. Que hacer el ridículo es la rutina suprema en la que los escritores nos empeñamos todos los días: con evidencias tangibles, con pruebas irrefutables, pues como el lúcido observador que fue, don Jorge comprendía que de su gremio, como del resto de la humanidad, “nada bueno puede esperarse”.

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La resurrecciรณn de una estrella llamada Ajenjo:

la tragedia de Chernรณbil vista por hbo

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Verónica Bujeiro

Fotograma de Chernobyl (2019)

Nadie imaginó que la profecía de San Juan contenida en el Apocalipsis sobre la estrella llamada Ajenjo (que se estrellaría en la tierra envenenando las aguas y los bosques) estuviera relacionada con la promesa de bonanza y futuro que vendía la energía atómica en el siglo xx, utilizada ya no como un arma de destrucción masiva sino como un recurso que podría dar a la especie un bienestar cotidiano, como invocaba el lema utilizado en la Unión Soviética: “Átomos para la paz, calor en tu hogar”, pero el 26 de abril de 1986 vendría a probar un caso tan alarmante como insospechado. Desde ese día, bajo la palabra Chernóbil (que significa “ajenjo” en ucraniano) ha recaído un balance entre el temor y la fascinación, pues la tragedia acontecida en esta ciudad luego de la explosión provocada en el reactor número cuatro de la planta nuclear “Vladimir Ilich Lenin” fundamentó un ensayo realista de la catástrofe y el fin al que podría enfrentarse la humanidad. La historia de aquella madrugada primaveral, mezcla de negligencia, miedo, soberbia y fatal estupidez, resulta ser una encrucijada para el ser humano con suficiente potencia para provocar una gran atracción por sus causas y consecuencias. Por tanto, alrededor de su cruenta historia se han realizado obras que inquieren en el conflicto con iluminación profunda, como el impresionante recuento, en voz de sus protagonistas, del documental The Battle of Chernobyl (2006), de Thomas Johnson, o la importante obra de Svetlana Aleksiévich, Voces de Chernóbil (1997), que eleva el testimonio de la tragedia a un hermoso poema coral en donde los límites entre la realidad y el horror demuestran la resiliencia del pueblo ruso ante sus múltiples heridas históricas. También existen las que lo toman como escenario de una ficción mórbida como el popular juego de video S.T.A.L.K.E.R: Shadow of Chernobyl (2008), de GSC Game World, en donde un gatillero solitario lucha contra animales y humanos mutantes; o la insulsa película de terror Chernobyl Diaries (2012), de Bradley Parker, en la que un grupo de estudiantes se ven inmersos en terrores similares al violento juego de video al visitar la zona de prohibición emanada del desastre nuclear. Estos ejemplos son derivados del atractivo turístico real que existe

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en la región —hoy Ucrania— pese a los inminentes riesgos que representa, pues parece apelar a una fascinación presente en el imaginario mundial del siglo xxi resumido bajo el hashtag #abandonedporn y relacionado a un interés reciente para la especie humana, que ha dejado de lado la fantasía por la conquista del espacio y ahora se complace en vislumbrar cómo podría ser su propia extinción. A más de treinta años de su acontecimiento, el drama intrínseco en este monstruo del sueño de la razón sigue imantando adeptos y en fecha reciente aparece la serie producida por hbo y sky, Chernobyl (2019), como producto de la investigación y puesta en escena del guionista estadounidense Craig Mazin, bajo la dirección de Johan Renck, gozando de un éxito considerable que ha logrado promover un interés renovado en el suceso, al grado de incrementar el número de turistas de la zona prohibida en más de un cuarenta por ciento. La ficción se inspira fielmente en hechos reales y articula hábilmente una serie de cinco capítulos en la que conviven los colosales esfuerzos de los mandos oficiales por resolver la furia del átomo con el contexto cotidiano de algunos de los muchos millones de víctimas colaterales que entonces y ahora conviven con los efectos de la catástrofe medioambiental. Una proeza nada sencilla a cargo del guion de Mazin (reconocido anteriormente por la fabricación de comedias insulsas), si consideramos que la magnitud del drama es tan descomunal como lo sucedido, pues en ello se impactaron una serie de factores relacionados a los usos y costumbres que llevaron a su decadencia a la Unión Soviética con su utopía comunista y cuya tragedia en Chernóbil resultó ser un estruendoso canto del cisne. El guionista estadounidense toma material del libro Midnight in Chernobyl: the Untold Story of the World’s Greatest Disaster, de Adam Higginbotham, y las mencionadas “voces” de Aleksiévich para construir una atractiva trama en donde la historia real encuentra sus puntos más álgidos de tensión dramática en el cauce de descubrir qué fue lo que sucedió aquella noche de abril y cuál fue el costo de las mentiras que sostuvo el Estado soviético para encubrir la magnitud del evento.

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De la miríada de puntos de vista y personajes posibles, Mazin elige como protagonistas a uno de los científicos encargados de controlar al reactor en llamas, Valery Legasov (Jared Harris), cabeza del Instituto Kurchátov de Energía Atómica, al ministro de energía Boris Shcherbina (Stellan Skarsgard), y a la física nuclear Ulana Khomyuk (Emily Watson), insignes representantes que logran encarnar el dilema científico, político y ético del desastre nuclear. La serie arranca en el segundo aniversario de la tragedia para asistir al suicidio de Valery Legasov ante lo que se intuye como el fin de una persecución por parte del Estado soviético, así como la liberación de una carga insondable por las decisiones tomadas durante el proceso. Inmediatamente después, la trama acude a la noche del accidente para atestiguar cómo de forma casi inverosímil el estallido del reactor tuvo que ver con una prueba de seguridad realizada a capricho y soberbia de las decisiones de un trío de burócratas encargados del manejo de la planta, de los que Anatoly Dyatlov (Paul Ritter), el encargado de dictar las fatales órdenes de aquella noche, resulta ser la ignominia de la humanidad entera encarnada en un solo cuerpo. Como es bien sabido, tras el estallido del reactor sobrevino una alarmante negación por parte de las autoridades soviéticas, relacionada directamente con el orgullo de una nación que en ese entonces se ostentaba como una de las principales potencias mundiales. Ese conflicto se ilustra mediante la aparición en escena de Sherbina y Legasov como poderes antagónicos en lucha por resolver inicialmente la necedad enfermiza del orgullo del Estado versus la evidencia alarmante de los hechos y el riesgo al que se enfrentaba la población aledaña al siniestro. Pero ante la brutal emergencia, los contrarios se convierten en equipo y comienzan a fungir como auténticos estrategas en el intento de enfrentar paso a paso la inconmensurable batalla en contra del núcleo expuesto. Para lograr el punto que interesa a su argumento, Mazin coloca en este escenario al único personaje ficticio de la serie, la física nuclear Ulana Khomyuk, como una sabueso que acude a la zona ante los niveles temibles de radiación y quien pronto se adhiere a Legasov para


rastrear punto por punto las causas y culpables del cruento acontecimiento. Fiel al detalle en la reconstrucción de la austeridad de un escenario comunista de los años ochenta —pese al extrañamiento inicial que provoca que el inglés sea la lengua en la que se comunican los personajes—, la serie integra el imprescindible contexto de civiles y fuerzas armadas que se vieron involuntariamente implicadas en lo que el Estado manejó como una auténtica guerra contra un enemigo invisible. Para ilustrar esta parte aparecen historias que el lector familiarizado con las páginas de Voces de Chernóbil, de Svetlana Aleksiévich, podrá reconocer, pues realmente se le compraron en parcialidad sus derechos, aunque su crédito nunca aparezca en pantalla. De ellos, el testimonio de Lyudmila Ignatenko es el más fiel a la autora premiada con el Nobel de literatura en 2015 y se pueden reconocer piezas clave en la construcción de las historias de los soldados y civiles reclutados para matar a los animales domésticos que quedaron varados en la zona, así como el impresionante y conmovedor episodio de la anciana campesina que se rehúsa a dejar su casa, pues confiesa haber sobrevivido a un listado incesante de guerras y hambruna ante los que la radiación parece ser una afrenta más que se añade a su cotidianidad, ejemplo de la inquebrantable y mítica alma rusa. Una historia que conmueve en su brillante síntesis y que se indaga en terrible y descorazonadora profundidad en el documental de Holly Morris y Anne Bogart The Babushkas of Chernobyl (2015). No menos importante resulta la inclusión de los verdaderos héroes de la conflagración, aquellos quienes se encargaron de limpiar la zona del reactor, exponiendo su vida y la de generaciones por venir, denominados “Liquidadores”, ante los que una suma de dinero y una medalla al mérito parecían funcionar como única recompensa; así como la de los mineros obligados a trabajar bajo tierra para salvar a la humanidad entera de una posible explosión nuclear que habría convertido al continente europeo en un territorio inhabitable. Una buena cantidad de usuarios de la red, habitantes de la Unión Soviética durante los años del evento, han referido la impresionante fidelidad al contexto y

los modos de operación del Estado ruso que maneja la serie de hbo. En ella, la kgb tiene un papel importante, pero la mentalidad estadounidense del guionista no puede evitar un tufo que rememora la Guerra Fría en la representación tibia y desorientada del entonces jefe del Estado soviético Mijaíl Gorbachov, quien parece fungir más como el anfitrión internacional de una tragedia de proporciones realmente bíblicas, así como en la revelación final que se lleva a cabo en la reconstrucción ficticia del juicio real ante los culpables. Allí, la manufactura barata del reactor nuclear se maneja como una vuelta de tuerca que revela la verdadera causa del desastre, una evidencia completamente cierta pero que en el contexto de la serie parece más el señalamiento de una carencia conocida por parte de la no menos peligrosa soberbia estadounidense. Mazin mismo ha confirmado esta sospecha al declarar en un podcast dedicado a la serie que, de haber sucedido en Estados Unidos, el desastre nuclear habría sido tratado de manera más abierta y segura para sus pobladores. Un detalle que no resta el valor que posee la serie, pero al que no hay que perder de vista para evitar una banalización que reste en la enorme complejidad que tuvo para la humanidad el fatídico evento, como lo indica uno de los testimonios contenidos en el libro de Aleksiévich: “El responsable de lo sucedido en Chernóbil no es la ciencia, sino el hombre. No es el reactor, sino el hombre”, una conclusión en la que Mazin coincide tangencialmente al resumir los dilemas de Legasov frente a sus actos y decisiones en un suicidio que apela a la salida de un héroe trágico que se reconoce insuficiente y vano ante la claridad de los hechos. El éxito impresionante que ha tenido la serie, mismo que la ha llevado a posicionarse con la mejor calificación de la historia por usuarios del portal imdb, se debe a la reflexión a la que nos conduce ese monstruo atroz: la soberbia del hombre, así como su infinita capacidad de solidaridad y resiliencia. La estrella de ajenjo brilla puesto que su lección sigue vigente y no únicamente en cuanto a seguridad nuclear, sino por los páramos extremos que puede llegar a alcanzar la humanidad.

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Ilustraciรณn de Red Dead Redeption II

Simbolismo infeccioso

La tuberculosis de Arthur Morgan en Red Dead Redemption

Patricio Bidault

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De repente, el ataque de tos asfixia a Arthur Morgan. Se escurre de la silla del caballo. No puede mantenerse en pie. La imagen se desenfoca. Nos desorientamos. Pierde el equilibrio, la vista y, finalmente, el sentido. Despierta. Lo guían a un consultorio cercano. El doctor corre a lavarse las manos fracasando en su intento de ocultar su terror. Confirma nuestras sospechas: tuberculosis. En el viejo oeste norteamericano de finales del siglo xix, una sentencia de muerte. El protagonista, el personaje que hemos controlado, que “hemos sido” por decenas de horas en Red Dead Redemption II (Estados Unidos, Rockstar Games, 2018), morirá —y no podemos hacer nada para evitarlo—. En la ficción, los padecimientos rara vez tienen las mismas causas y los mismos efectos que en la realidad porque son empleados para sugerir, exhibir o exacerbar cosas que no pueden ser expresadas de otro modo como, por ejemplo, verbalmente. Más infartos ocurren por amores no correspondidos que por bloqueos arteriales. Como arma química literaria, la tuberculosis azotó particularmente fuerte a los personajes románticos y victorianos, especialmente a aquellos inocentes e ingenuos: niños y mujeres. Después, nada. Al descubrirse sus causas y su cura en el mundo real, perdió su misticismo artístico y los autores debieron buscar un reemplazo. Que Arthur Morgan muera de tuberculosis en un videojuego de 2018 levanta sospechas de inmediato, especialmente siendo forajido del salvaje oeste, donde los tiroteos, las venganzas, los accidentes, son solo algunas de las causas de muerte más comunes para los cowboys estadounidenses. De hecho, como el bienestar general de Arthur depende de la atención y destreza del jugador, su muerte es un evento más o menos cotidiano. Así que la decisión de contagiarlo con un padecimiento de un misticismo artísticamente obsoleto debe tener una razón narrativa, un significado adicional. Una de las razones por la que la tuberculosis destaca sobre otros padecimientos en el arte es por la romántica imagen que transmite del paciente, que “adquiere un tipo extraño de belleza. La piel se vuelve casi translúcida, las cuencas de los ojos oscuros, y el enfermo toma la apariencia de un mártir en pinturas medievales”.1 A pesar de contar con características muy similares, el aspecto enfermizo de Arthur es opuesto: su palidez resalta las imperfecciones de su rostro y contrasta con sus ojos inyectados de sangre y sus enormes ojeras.

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Thomas Foster, How to read literature like a professor, Nueva York, Harper Perennial, 2003, p. 233.

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“Cuando un escritor emplea la tuberculosis directa o indirectamente, está diciendo algo sobre la víctima de la enfermedad. Su elección, que sin duda carga un fuerte elemento de verosimilitud, también es muy posible que guarde intenciones simbólicas o metafóricas”.2 Según Susan Sontag, en su estudio Illness as Metaphor, la tuberculosis es una manera de mostrar “lo que el individuo no quiere revelar”.3 Evidencia de esto es que los personajes, incluso los que son médicos, utilizan con mayor frecuencia el término más coloquial y descriptivo de consumption (consunción) o corrosion que su nombre clínico. Arthur sí la llama por su nombre, pero, como otros personajes tísicos, también es corroído por algo más que sólo la bacteria. Sontag nos enseña que los padecimientos, como la tuberculosis o el cáncer, individualizan personajes — centran nuestra atención en ellos—, a diferencia de las epidemias —como la peste o la influenza— que ponen a comunidades enteras en igualdad de circunstancias. Y mientras el cáncer, por su incapacidad de contagio, provoca una cierta atracción, un deseo común de cuidar al enfermo, la tuberculosis “lo aísla a uno de la comunidad”.4 Tras contagiarse, Arthur es el único de su banda de forajidos que percibe la obsolescencia de su ideología, de su simplismo salvaje ante el inevitable advenimiento de la complejidad moderna. Y lo que es más, ve venir un mundo de maravillas como cines, telégrafos, armas automáticas y avances médicos, en el que hombres como él no tienen cabida. “La incidencia [de la tuberculosis] comenzó a declinar precipitadamente después de 1900”.5 Arthur enferma en 1899: demasiado preciso para una ironía accidental. La idea del último atraco de riquezas infinitas y una cómoda vejez lejos de la vida criminal se vaporiza ante una modernidad establecida con violencia por agentes gubernamentales

Ibid., p. 225. Susan Sontag, Illness as Metaphor, Nueva York, Farrar, Straus and Giroux, 1978, p. 45. 4 Ibid., p.37. 5 Ibid., p.35.

de la agencia Pinkerton, igual o más temibles que los mismos forajidos, con la sola tarea de eliminarlos. Así, Arthur se balancea entre fronteras: este y oeste, libertad y opresión, progreso y conservación, anarquismo y legalidad. Es “la muerte [que] toma el brillo y tinte de la vida, y la vida lo cadavérico y siniestro de la muerte”,6 como Dickens describió a la tuberculosis. En esta modernidad, la existencia aceptada es diferente; imposible para él, pero no para otros. Arthur se contagia al golpear a un hombre por no pagar un préstamo que usó para conservar su granja, su único soporte familiar. Sus súplicas no lo conmueven: “vende a tu familia”, le sugiere. Es un tema desconocido para Arthur, la familia: la única que ha tenido fue asesinada en su ausencia por una banda de forajidos similar a la suya, y la otra relación significativa que pudo gestar se vio truncada cuando no quiso dejar la vida criminal. Su pandilla es la única que conoce: de joven fue adoptado por el líder, quien se refiere a él con términos consanguíneos como “hijo” y “hermano”. Al contagiarse por alguien que suplica por el bien de su propia familia, se gesta en Arthur una epifanía: la falsedad de su vida, sin futuro y donde abundan las traiciones. Mientras su lealtad flaquea crece en él la necesidad de convencer a otro adoptado de renunciar a ella y establecerse con su esposa e hijo en un lugar lejano. Detiene a sus perseguidores —la misma banda de forajidos que ambos solían llamar familia— para darle oportunidad de huir, no sin antes transmitirle algo como le fue transmitido a él, no su enfermedad, sino su sombrero. Así, la tuberculosis de Arthur tiene una función más allá de sólo provocarle la muerte. La enfermedad expresa cambios en su entorno y la lucha entre la persona que ha sido y la que pudo ser, así como la transferencia —de forma menos letal— de los ideales que otros le dieron mientras finalmente Arthur se rinde ante una bacteria que lo suma a una lista de célebres personajes tísicos.

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Ibid., p.18.


Crónica para un cronista Jesús Vicente García

Ilustraciones de Beatrix G. de Velasco

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Para Armando Ramírez, porque hizo crónicas del Distrito Federal y con él se fue hasta el nombre de la ciudad.

Ha fallecido un cronista y la ciudad se ha detenido. Una ventana al mundo se ha cerrado, pero dejó sus anteojos, su poética de asfalto y su estilo, es decir, su respiración inconfundible que tan sólo al leerlo se detecta, sin errar: no hay dos Armando Ramírez. Es él y ya. El ejercicio es andar por donde él anduvo y sentirse parte de sus textos y reportajes para televisión, y es justamente lo que Pamelo, Basilio y Athena están haciendo ahora que lees esto. Están en una calle de este Distrito Federal, porque el cronista cronicó el Distrito, no la Ciudad de México, pues por muchos nombres que le pongan a este pedazo de país (que no sé de cierto si eso mejora o empeora esta geografía), a Ramírez le correspondió esta etapa, en esos lugares donde no se tiene auto ni tarjeta de crédito, sino donde se camella y se paga en calientito, del bolsillo al vendedor y del vendedor a la banqueta cuyo canto te cuestiona qué deseas, amigo, compa, mi rey, jefe, patroncito, mi buen, como consumidor; como conocido, compa, cabrón, bato, flaco, gordo, parejita y sus anexas, pero sucede que ya no hay cronista y el amanecer tuvo otro matiz; sí, hubo perros callejeros desde la mañana, alfombras de adoquín, tamaleros y voceadores, aunque había algo grisáceo en el ambiente, la ausencia de quien fue invento de la ciudad, ¿o acaso el cronista fue quien reinventó el asfalto? Eso es difícil de saber, es tarea para los críticos académicos de altos vuelos. Por el momento, ellos caminan por Avenida del Trabajo y caen en cascada en esas calles ahora violentadas, pero se la juegan estos tres, total, qué tanto es tantito. * Conocer es perderse y reencontrarse; buscar sin buscar, encontrarse en este laberinto de calles y bocacalles, cerradas, cuchillas, esquinas, andadores, pasillos, en donde cabe nuestro cuerpo y corazón, porque algo les dice que

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hay un destino, y quizá sea eso el motivo por lo cual no todos conocen las ciudades, a pesar de vivir en ellas; no hay que buscar destinos, hay que dejarse guiar por el azar, de la misma manera que don Quijote en su primera salida con Rocinante. La ciudad puede ser real o inventada, y uno se percata que ella es la que nos inventa todos los días, que uno ve diario a la joven de los tamales y el atole, a la quesadillera doblando la masa y calentándola en ese comal comprado en la Merced: en el mercado de aluminio dentro de otro mercado, surrealismo total; André Breton tenía razón al habernos calificado así, porque el contexto visual cambia tan sólo con cruzar el umbral que va al interior del mercado popular del Distrito Federal, pues para nosotros sigue siendo eso, Distrito, el que cronicó el maestro Ramírez, que estaba hecho a imagen y semejanza de las banquetas que nos han permitido andar por sus lugares que no conocen de pequeñeces, porque esta ciudad es grande y grandiosa cuando los cronistas la tocan, que a cada palabra que van reflejando en el ciberespacio, iluminan la ciudad; es y está cuando se menciona y la escriben. Y para conocer esta ciudad, hay que perderse, encontrarse, reencontrarse para sentir el viento que despeina y pega contracorriente; andar en la calle es crear otros caminos, situarse de frente a lo desconocido como si lo conocieras, como si en verdad andar en la calle, ésta te saludara y te dijera cómo estás, ven y conóceme, dime que necesitas de mí, como yo de ti. Conocerla es llenar de aire los pulmones hasta que reviente el confort y ser parte del asfalto, testigo de las suelas y tacones que en su rutina le dan vida a lo que parece muerto (incluyendo aves, ratas e insectos aplastados en el piso) y porque aun los muertos reviven en su cotidianidad que marcan las ciudades, con ese ritmo marcado por su gente que va a las fábricas, que ronda


en su propio barrio y conoce las tiendas y las cantinas, el mercado y las farmacias, la esquina donde se junta la banda a fumar y a echarse un alcoholito, donde se dan el primer beso los enamorados púberes y los amantes de treinta, cuya esquina fue su escuela y espacio para conocer del otro su aliento y sus manos que cual pulpos recorren el suyo; esas cosas que parece que no sirven, son lo máximo para ellos; la calle, lugar en que la señora de los sopes le da vida con su foco de 60 guats, pero que ahora es de ahorro y más estéticos, y nuestra señora de la luz sigue trabajando a todo lo que da en estas calles con nombres de escritores, periodistas, o de lagos, ríos, mares, políticos, personajes de la historia, incluso calles que a la fecha no se sabe por qué le pusieron esos nombres, a pesar de que nombrar es revivir, invocar, evocar; sabemos que la calle es la que dicta el ritmo, cual maestro de ceremonias que no cesa en esa alegría desbordada, cual orquesta de salsa, de las Fania, de Blades, de Eddie Santiago, de Celia Cruz, de la Orquesta de la Luz, cuyas notas hacen que la ciudad más que caminar, baile, pues la salsa es la noche y la calle, es el asfalto y el gusto por este lugar que no descansa y cuando descansa ronca; no hay tregua ni para las calamidades; nada la detiene, ni siquiera los viernes cuyas quincenas han quedado lejos y la siguiente parece un sueño eterno por alcanzar, y así se mueve el defeño, el citadino, tal y como lo describieron los mejores cronistas que le dan vida hasta a las piedras, a los que carecen de voz porque nadie se las ha pedido.

* La forma de escribir crea un estilo, y los requisitos para un tipo de texto crea un género, y es aquí donde nos detenemos un poco, qué tanto es tantito, diría aquel de quien este trío de caminantes busca sus huellas, para ver si ven lo que él veía y cómo lo veía, pero sólo observan calles, gente mal educada, desempleada, puestos de tacos, estacionamientos que se han multiplicado por mil en el centro de la ciudad, en los alrededores de Tepito, Eje 1, Reforma, Bolívar, Isabel la Católica, incluso en las que aún no se inventan, porque un día se inventarán y reinventarán; así somos los defeños, vivimos todos los climas y vivimos todas la clases sociales y nos involucramos, a pesar de que el mismo presidente del país se ha encargado de lo contrario, pero somos unidos y no solamente por un balón o por una catástrofe, igual nos unimos para beber y amanecérnosla, para el domingo de tianguis, para la fiesta de quince años, para la boda del amigo que ni siquiera nos avisó a tiempo, pero ahí estamos en su ayuda, que el pomo, que el arroz, que el pollo, que los invitados, que la alegría, que la música, que el baile, que las ganas de estar; y no hay enumeración por muy caótica que la crónica no le dé orden, porque ese es el chiste de contar cosas y al mismo tiempo caminar y entrar a los lugares de la ciudad: organizar; sin ello, las cosas se convierten en caos, pero que la crónica la hace hermosa. ¿De qué estaba hecho Armando Ramírez? ¿Qué veía que nosotros no? ¿Qué leía y cómo es que pasaba al papel su visión, la que nos regala en sus libros y en

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sus crónicas? Porque no sólo era cronista, era novelista. Y yo digo que de alguna forma seguía haciendo crónica en su narrativa. Y así nos dio ese otro mundo de abajo, el de los teporochos, cinturitas, vendedores de verduras, mecapaleros, sirvientas, galanes de barrio, vendedores de droga, compradores de ídem, fayuqueros, quinceañeras de vecindad, peluqueros, pulqueros, zapateros, bailarines de la noche. En esta ruta en la que andan Pamelo, Basilio y Athena, como si siguieran el camino amarillo, no tergiversan un ápice de lo que ven, incluso cines que ya no son cines, ahora estadía del vago, el nini y el indigente. A lo lejos se escucha un sonido, en esas calles de Tepito, y hay que andar entre los esqueletos de los puestos que parecen gente dormida, cuya esperanza no es el día siguiente, sino la presente noche, porque la noche conoció al cronista en todo lo alto, e incluso ahora que no está, es como si le hubiesen quitado un manto mágico al cielo; se ve la luna, las nubes de lluvia, el viento perfumado que no se hace viejo, porque las crónicas rejuvenecen todo lo que toca que croniquea, digno de inventar verbos, dignas de enmarcarse en bronce, como bien dice don Quijote, de tallarse en piedra, de verse en estampa, y así será por el resto de los días; mientras, uno debe seguir en la ciudad como el cronista que inventó la noche; de otra manera, ni la noche ni el día, ni los antros, ni las loncherías que después de las seis se convierten en cervecerías, estuviesen vivas. * La lluvia vista desde la calle de Palma es interesante cuando uno no se moja. Athena dice que se ven distintas las calles sin Ramírez, que ella no ve lo que él sí. Basilio afirma que lo han visto caminar, porque Pamelo sale del periódico a media noche y desde que dicen que falleció el cronista, él ha andado bajo la luna. Y andan en el mundo de Armando Ramírez, pues en estos días en que ya no está, han aprendido a ver como él veía, porque a diferencia de los políticos —con

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el respeto que nos merece José Alfredo Jiménez—, el buen Ramírez pa’rriba volteaba muy poco y pa’bajo sí sabía mirar. Se fue y nos dejó sus calles, sus personajes y su obra, para honra y recuerdo de los defeños que andamos diario correteando la chuleta para comer, los que andamos trabajando sin ser ninis y sin tener becas ni apoyos de ninguna índole, excepto nuestras propias uñas. Que Homero lo tenga en su tinta gloria por los siglos venideros; seguros estamos que aun cuando el mundo reviente y quede patas pa’rriba, nuestro señor de las tintas, el dios del ciberespacio, el de la caja loca, el de la pantalla tonta, permitirá que los textos de Armando Ramírez continúen deambulando sin descanso, porque hemos visto su fantasma en Artículo 123, en Humboldt, tanto con su equipo de televisión (cámara y micrófono) como caminando así nomás con su mezclilla y su playera, su greña suelta, medio lacia y algo larga, y por eso juran que han escuchado su grito de batalla en la telera: ¡Qué tanto es tantito! Venga a nos el reino de las crónicas. Amén.


intervenciones Irasema FernĂĄndez

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francotiradores

El silencio de los muelles y Umbría nube:

el mar firmamento de Miguel Ángel Flores

Moisés Elías Fuentes

El silencio de los muelles / Umbría nube Miguel Ángel Flores México, uam (Pez en el agua. Serie poesía), 2018, 120 pp.

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Nacido en la Ciudad de México en 1948, economista, diplomático, catedrático, Flores fue antes que nada y después de todo poeta, que fue a la poesía a la que dedicó más tiempo, ya en la traducción de autores portugueses o franceses, ya como autor. Hacia mediados de 2017 dio a la imprenta dos poemarios, El silencio de los muelles y Umbría nube, editados en un solo volumen que no llegó a conocer, toda vez que falleció en febrero de 2018. En ese par de poemarios, el poeta revisitó y confrontó otros dos elementos tan caros a su discurso poético como el oriente: el mar y el firmamento. Ligados por tales elementos, El silencio de los muelles y Umbría nube se distinguen sin embargo por sus estructuras. Así, el primero reúne poemas cortos, por lo regular de no más de una página e incluso con varios de corte epigramático, en tanto el segundo pareciera más bien un extenso poema dividido en pequeños cantos, poema en que se denotan imágenes introspectivas, desesperos callados, sutiles antítesis. Dice “Crepúsculo”, el primer poema de El silencio de los muelles: “Nenúfares en el estanque/ y combate contra el viento/ yerba encendida por la lluvia/ y ahogado regimiento de fantasmas”. Recurso muy del gusto del poeta, en el poema se advierte su habilidad en el manejo del asíndeton, que remarca la ambigüedad del discurso, al casi prescindir de verbos conjugados y artículos, por lo que los versos “y combate contra el viento/ yerba encendida por la lluvia”, hablan del combate contra el viento y de la yerba que combate al viento. Más adelante, “Arquitecturas” recorre el orden de unas ruinas, perturbador en tanto posee aspecto poético: “Las moradas eran alejandrinos de piedra/ al abrigo del cristal invisible”. Estrofas después, descubrimos que las ruinas metaforizan un dolor impreciso, procedente de las oscuridades del espíritu: “En la rada/ era una mancha de tinta/ el barco que en sus bodegas/ atesoraba los restos de la saudade”. Dolor impreciso, la saudade se asoma en varios de los poemas de El silencio de los muelles, en los que Flores delinea

cómo la naturaleza indeterminada de la saudade conlleva, al claroscuro, la conciencia de nuestra soledad individual. Tal es lo que se presiente al final de la juerga nocturna en “El regreso de los muelles”: Caminamos hacia el muelle en esa hora incierta del alba cuando aún reinan las sombras indiferentes a las vidas de los bares al barullo de las conversaciones triviales y a las alucinaciones de los noctámbulos

Dicha conciencia de la soledad remite al pensamiento de algunas religiones orientales (pienso en el hinduismo y el budismo), en las que el individuo es consciente de que su vida finita se halla inmersa en el devenir de existencias perennes. La intuición de esas existencias más allá de nuestra brevedad, es la que motiva a describir a un “Tú” que resulta inasible, por lo que el poeta mexicano recurre a frases casi abstractas, de construcción paralela, mientras que asienta la acción en dos únicos verbos, de los que sólo uno está conjugado: Tú materia de humo del postrer canto Tú viento entre las pavesas del invierno Tú una gota de ácido en el sueño Cómo imaginar la voz de la alondra en el movimiento de los astros y los signos de interrogación que dibujan tus manos en el firmamento

Ese firmamento, representante de la infinitud inabarcable en la que ambulamos perdidos, rememora nuestra relación con el mar, finito en comparación con el cielo, pero no menos inabarcable para nosotros. Así en “Amanecer en el muelle”, a la atmósfera opresiva se enfrentan nuestras minuciosas rebeldías contra esta vida efímera:

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Las aves del mar y el amanecer

ojos serán de espanto

saludan a los capitanes sin destino A través del limpio cristal de la mañana

víspera de luz

para ellos siempre será el ocaso

centinela más dorado

la consumación del placer que no perdura

Analogías de nuestras limitaciones vitales y cognitivas, mar y firmamento, sin embargo, incitan en nosotros una rebelión tenaz, ciertamente nihilista, pero también con atrevimientos existencialistas. En tal sentido, El silencio de los muelles declara el aspecto nihilista, no exento de humor fatalista, de la rebelión, mientras que Umbría nube manifiesta el aspecto existencialista, no exento a su vez de ironías contestatarias. Como su compañero de volumen, en Umbría nube también se reconocen figuras retóricas características del autor, entrelazadas con una disposición gráfica de estrofas breves divididas por espacios amplios que da a los poemas aire de dispersión. Sin embargo, es el aire de dispersión el que destaca la cohesión discursiva del poemario. Así, el primer canto, “Laberinto del sol”, saluda a los elementos de la naturaleza como desafío y liberación, mientras señala que la perdición se agazapa en nuestra intimidad: Laberinto del sol con su metal de invierno

Surge aquí otro recurso distintivo del poeta Flores: la creación de imágenes poéticas audaces, en las que se equilibran emociones y razonamientos, de tal forma que Umbría nube se puebla de sensaciones y evocaciones contrastantes pero luminosas, como las que nos conducen por los versos de “Madura la quietud”: Madura la quietud sobre la rama la luz es alegría carnal piedra de luz tu cuerpo

Revelador, la recuperación del ser no comienza por el alma sino por el cuerpo, que se convierte en “piedra de luz”, que es la que ha de vislumbrar los firmamentos íntimos en que nos escondemos, o los mares en que nos aventuramos. Por eso en “Morada y umbral” el corazón muestra su otredad:

potro es el viento

Morada y umbral

estepa el mar y abismo el sueño

el corazón mira tu sombra

relámpago de un olvido

es tu sangre misma

ciego en el polvo celestial

sin puerto de abrigo

Ironías propias del poeta Flores, en Umbría nube la ceguera deviene en la condición más evidente del espíritu humano, tal es el caso de “Empañados espejos”, donde los espejos mismos pierden norte y rumbo: “Empañados espejos/ ciegos a su luz/ sin destellos sin reflejos”. Sin embargo, la ironía no implica pesimismo, sino el anuncio de una tenue, discreta revuelta de aquel espíritu condenado a la ceguera, que se expresa en “Huirá la alondra”: Huirá la alondra De la alondra misma

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en las terrazas del sol su grito es y también su furia

Esbozo en estas líneas apenas algunos aspectos de un par de poemarios breves y llenos de significaciones, alusiones, recordaciones y desconciertos, que requieren una lectura emocionada, atenta a las sutiles ambigüedades discursivas y a los juegos de distribución versal, tan propios de Miguel Ángel Flores que devinieron en su sello poético, aunque, tengo para mí, también en su forma de entenderse y comunicarse con su oficio de poeta.


Las ciudades memoriosas de Zagajewski Adán Medellín

Cuando el poeta, novelista y profesor polaco Adam Zagajewski tenía sólo cuatro meses de edad, Lvov, su ciudad de nacimiento en la actual Ucrania, fue incorporada a la urss y sus padres fueron obligados a mudarse a Gliwice, un antiguo poblado alemán que Polonia acababa de incorporar a su territorio. Era 1945 y la grieta que se abrió en la memoria de aquella generación alcanzó la vida del pequeño que, muchos años después, sería galardonado con el Premio Princesa de Asturias de las Letras en 2017. La hermosa Lvov era la ciudad de la evocación familiar y la calidez de los diminutivos en polaco, contrastaba con la teutona Gliwice: fea, industrial, con una réplica en madera de la Torre Eiffel que funcionaba como sitio para antenas de radio. En un clima de insatisfacción y nostalgias, marcado por “carreras truncadas, patria invadida, futuro incierto”, los parientes de Zagajewski y demás emigrantes de la guerra llegaron con unos cuantos objetos amados que lograron salvar: sillones, acuarelas, óleos y fotografías que les recordaban el arraigo a una comunidad, así como el pasado resplandeciente de la pequeña nobleza rural con pobladores dedicados a la enseñanza, las notarías o las artes en su antiguo hogar. Desde entonces, la vida para estos hombres y mujeres fue una especie de sonambulismo, como lo recuerda Zagajewski en Dos ciudades, volumen que explora las memorias de su niñez hasta sus primeras tentativas poéticas. Como el escritor polaco recuerda, la separación de la patria fisuró el ánimo de

sus mayores. Esos que en otro tiempo eran profesores o músicos, ahora debían conformarse con ser los “ex” de sus disciplinas. Mientras en la ciudad de la memoria constituían familias cercanas y hogares rancios, ahora eran sólo extraños, vagabundos desesperados en calles hostiles que no sabían cómo recibirlos; peregrinos en recodos que a pesar de su aparente fealdad, opacada por la talla dorada del recuerdo, los seducían. Zagajewski reconoce en estos seres como huéspedes inconformes de la realidad, víctimas del tiempo que encarnaban una lucha sin tregua entre el ensueño y la cotidianidad. Para los deportados del este, sólo la memoria restituía ese país perdido, extraordinario, desplazado al oeste, una existencia anterior que germinaba nostalgias y rencores. Habían sido despojados del terruño, el abolengo o la carrera, pero no habían logrado perder su pasado. Los desplazados se reconocían, hablaban con cortesía añeja en un idioma distinto, con referencias y títulos de una vida que ya había ocurrido y no volvería. “La otra mitad del saludo volaba hacia el pasado” —recuerda Zagajewski al evocar cómo se reunían en el mercado— “retrocedía diez años, e iba dirigida a aquel mismo catedrático cuando era mucho más joven y hacía las compras en otro mercado, en otra ciudad, en otra época y otra divisa”. En las remembranzas del poeta —emocionado por los partidos de futbol, las andanzas en bicicleta, los primeros discos y la experiencia de la fallida revolución

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Dos ciudades Adam Zagajewski Barcelona, Acantilado, 2006, 304 pp.

comunista— resalta esa “gente sin hogar”, esas presencias íntimas y callejeras en lenta agonía de recuerdos, tan distintos a esos otros que parecían más fuertes y mejor adaptados a su presente. Zagajewski abrazará a esos memoriosos durante la convivencia entrañable con su propio abuelo, en paseos donde los recuerdos del viejo trasladaban el esplendor de Lvov sobre los parques, calles o edificios grises de Gliwice. En las charlas memoriosas de sus parientes venidos a menos, el niño Adam también descubriría las transformaciones sociales en Europa Oriental tras la Segunda Guerra Mundial, que borraban las fronteras claras entre clases (aristócratas, burgueses y comunistas), mientras reordenaban el tiempo en nuevas épocas marcadas por el invasor en turno: la época “antes de la guerra”, la “post alemana” y la “socialista”. Protegidos por una teatralidad cotidiana que les permitiera sobrevivir a esos cambios, los mayores de Zagajewski fingían que nada en su existir había cambiado y discutían sobre la posibilidad de retorno: a la ciudad, a la belleza, al recuerdo luminoso, al pasado. Se representaban lo perdido en la nueva ciudad aferrándose a los antiguos hábitos y celebraciones sociales: cumpleaños, almuerzos, reuniones de té, funerales. Pero pocas cosas más amargas que la memoria de los desplazados; pocas nostalgias más avasallantes como las de quienes anhelan, pero no logran regresar a casa. Volviendo a

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su niñez, Zagajewski recuerda tanto a los vagabundos memoriosos de Gliwice como aquellos sedentarios que decidieron aferrarse, desesperados y llenos de odio, a la ilusión de un hogar del que habían sido despojados, como le sucedía a un anciano de amargo carácter que se negaba a salir de su piso y siempre llevaba pijama, “una escafandra que le ayudaba a bajar como un buzo hasta el fondo de su pasado”. No obstante, los recuerdos del poeta no recalan en tragedia ni patetismo. Son una celebración desde la piedad y el humor de la simultaneidad, de la convivencia entre el relato de la memoria y la realidad del presente. Desde la tensión entre el hogar perdido, las heridas bélicas y la actualidad socialista, nacerá la conciencia poética de Zagajewski, quien reconocerá la afinidad de la poesía con el sino de los emigrados, esos “que se balancean al borde del abismo, a caballo entre generaciones, a caballo entre continentes.” Evocando la memoria como un encuentro de dos ciudades que conviven ante nuestros ojos, Zagajewski nos despierta a esos dos países en que vivimos a diario: el presente y el pretérito, la tierra del anhelo o la realidad, la visión de la niñez o de la edad madura. Ahí se agitan las miradas, los espacios, los afectos y los rencores personales y sociales que nos harán elegir la narrativa de lo vivido y transformar nuestras formas del recuerdo: esa crónica continua y misteriosa en la que perpetuamos nuestro instante.


Junot Díaz, la identidad y la culpa Brenda Ríos

Lo primero que leí de Junot Díaz fue un texto publicado en The New York Times llamado “The Trauma of Childhood”, un texto autobiográfico, conmovedor, demoledor y muy bien escrito. Un texto duro, sensible. Relata ahí su historia de abuso sexual en la infancia que nunca pudo contarle a nadie y cuyo secreto lo acompañaría en su vida adulta como un testigo pesado, incómodo. Pocas semanas después de la publicación de ese texto unas mujeres lo denunciarían por abuso sexual y acoso. No se sabe si Junot sabía lo que se le vendría encima: juicios por agresión sexual, linchamiento mediático, consecuencias profundas en su vida profesional y privada. Su primer libro se hizo merecedor del premio Pulitzer, y con Así es como la pierdes (That is how you lose her), ganó el Critic Literary Award. Varios relatos componen el libro, historias de carácter autobiográfico la mayoría, contadas en primera o segunda persona, y que cuentan su infancia y adolescencia como dominicano en New Jersey. El tema de la hipermasculinidad es inevitable. ¿Qué hace a un hombre ser hombre? La hombría se construye a partir de símbolos y de ideas, de una configuración de prejuicios, ritos, lugares comunes, expectativas familiares. Una idea de adentro para afuera. Los personajes centrales de los cuentos que conforman este libro de Díaz son él mismo, Yunior, su hermano y su madre. Hay uno que sale del riel, la protagonista es una mujer que trabaja en una lavandería pero aún ahí, con ella, establece dos temas: la extrañeza del migrante y la condición de la mujer que cuida a un hombre. Los turnos son agotadores, los químicos, la rutina, el control de

personal. La vida obrera en su naturaleza casi hecha semilla: dura y seca. Esa mujer tiene una pareja que trabajó siempre en dos turnos bajo el deseo de comprar una casa. El sueño migrante de adaptación e incluso el deseo de no ser mirado desde fuera como extranjero es comprar una casa que no esté en un gueto. Adaptarse, ser invisible, no ser mirado como el “dominicano”, el “cubano”, porque una persona no es una, es un “pueblo entero”: “your people”, así es como responden los personajes blancos en los relatos de Díaz, cuando desaprueban algo. La obsesión por la pertenencia es algo con lo que sus personajes se cansan rápido, o se rinden. En poco tiempo serán ellos mismos quienes apuesten por esa diferencia. El eje central de los cuentos, como el título dice, es contar cómo fue que las novias del personaje principal lo dejaron. No es tanto un análisis, sino una especie de catarsis. En el último relato habla de su vida adulta y la depresión al no poder superar la pérdida amorosa, la aceptación de la culpa, el reconocimiento de los actos. A todas las novias las engañó. Aun si las amaba. Le llamó a eso el ser dominicano. Las relaciones amorosas sirven de marco extraño para que un autor construya su historia personal, su pérdida (la tierra que se deja) y su memoria. A veces cínico, a veces astuto, el narrador sabe de qué está hecho: una voz honesta —o aparentemente honesta— logra que el lector tome partido al instante. Es una garantía. El libro está en español en una espléndida traducción de Achy Obejas. Sin embargo, la mezcla de espanglish hace de la versión original prácticamente una tercera lengua.

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Así es como la pierdes Junot Díaz Traducción de Achy Obejas México, Penguin Random House, 2013, 208 pp.

I’m not a bad guy. I know how that sounds —defensive, unscrupulous— but it’s true. I’m like everybody else: weak, full of mistakes, but basically good. Magdalena disagrees though. She considers me a typical Dominican man: a sucio, an asshole.

El tema de la infancia es fundamental, el tema de lo que su familia dejó o sacrificó para darles todo a sus hijos en la nueva tierra: patria, familia, idioma, comida, modos de ser y de tocar. El espíritu de la belleza. Y la repetición de patrones de lo que significa ser hombre, tener mujeres, ser un patán, un maltratador. Pareciera imposible salir de una esfera destinada a repetirse, como un papel en la obra, un papel aprendido de memoria donde se prohíbe improvisar. El macho dominicano debía ser el ajustador de cuentas, el chulo, el enamorado eterno de la chica dulce y católica que representa a la madre. Él, por su lado, y de ahí viene la escritura de este libro duro y emocional, debía ser capaz de ponerle el cuerno con la mayor cantidad de mujeres “sucias” posibles. Mujeres intercambiables, putas, fáciles. La novia es la reina que oficia desde un trono ensamblado encima de los cadáveres de cientos de amantes. La causa es compleja pues ese hombre es un engrane de un maquinaria llamada espíritu nacional, identidad nacional, un país entero repitiendo el mismo patrón que funciona: los hombres son infieles, las mujeres sumisas, ellas aguantan, ellos presumen y todo marcha si no maravillosamente, en una inercia doméstica, sentimental aceptable. Las

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conductas, el lenguaje, el vestuario, la aceptación, el escándalo, el honor, la dignidad, todo atraviesa un sentido: significar y formar parte del mundo latino, oscuro, fiestero, desbordado, que guarda para las instancias privadas el duelo, el misterio, lo que se culpa a sí mismo todo el tiempo, sin comprender bien qué sigue, cómo es, pero la culpa está ahí, forma parte del decorado, las fiestas de cumpleaños, el sexo, el cariño, el afán de agradar. Este libro de cuentos es un gesto alzado de la cabeza, un atrevimiento del que llega y dice “esto también me pertenece”. Nombra ese país nuevo por su pasado y por todo sacrificio hecho. Porque atrás de él quedó su familia, la belleza, el sol más ardiente. Él se adapta, y, quién lo hubiera imaginado, pese a todo, gana. El pan nuestro de cada día es definirse y no perderse en ello. El enorme acierto de Así es como la pierdes no es el triunfo del galán sino el testimonio de un Don Juan herido en lo más tierno posible: en lo que se considera la virilidad. El fracaso del infiel es ese: fue como todos los hombres debían ser para sufrir como uno solo podía hacerlo. El amor es un ente político: ataca en lo civil, en lo social, en lo visible, en el trabajo, en las relaciones personales. Los hombres son débiles. No tienen control sobre el deseo. Y la mujer, en este caso, las mujeres que lo amaron, le pedían una sola cosa: lealtad. El hombre fracasa. Y los dos mundos —desde sus palcos separados en un teatro enorme— no pueden unirse de nuevo.


Una amistad crítica:

Octavio Paz en el horizonte José Homero

El segundo empeño que Armando González Torres dirige a Octavio Paz parte de un principio: rastrear los signos vitales de Paz en nuestra época. Huelga decir, la vigencia o superación de su legado. Es en la instancia más superficial una compilación de reseñas y artículos: recensión de las nuevas publicaciones, biográficas o analíticas sobre la vida y obra del poeta, reediciones de sus títulos o efemérides de su vida y libros. Desde esta perspectiva, pareciera el principal propósito recoger artículos periodísticos bajo el cómodo recurso de “la unidad temática”. Ciertamente González Torres, además de poeta y aforista, es un ensayista acucioso y crítico sagaz, colaborador de las principales revistas y suplementos de cultura de México, por lo que nada tendría de insólito ni de reprobable espigar en esa materia deleznable para pergeñar un nuevo tomo y de paso rescatar esfuerzos del olvido. Nada más equívoco, sin embargo, que esta impresión. González Torres es un escritor tramposo, quien nos presenta su libro modosamente como una sencilla colección de piezas sueltas nacidas de la oportunidad, tanto porque reaccionan al mercado editorial como a esa actualidad cíclica que son las efemérides, en este caso, los veinte años de la muerte de Paz. Felizmente es más que eso. Si el motivo escritural es, en la primera parte, denominada “Padres e hijos”, la recensión de las novedades críticas que abordan diversas perspectivas de la vida, la obra y el legado de Octavio Paz, desde Hoguera que fue, dedicado al padre —Octavio Paz Solórzano (1883-1936)— o Los huesos olvidados, de Antonio Rivero Taravillo, en torno a la relación entre Paz y Juan Bosch, amigo de juventud al que dedica Elegía para un camarada muerto en el frente de Aragón, en sus dos apartados siguientes— “Afinidades y querencias” y “El poeta y el pugilista”— explora las relaciones del poeta con otros espíritus afines, así sea en la contrariedad. Por ejemplo: Sor Juana Inés de la Cruz, Julián Ríos, Pere Gimferrer o Roberto Bolaño. En el último tramo, González Torres examina con prolijidad Piedra de sol, en ocasión del cincuenta aniversario de este gran poema genésico.

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Incursión en los vastos jardines de este universo literario, Los signos vitales delinea por consiguiente varios recorridos. El primero no duda en asentar sin cortapisas la trascendencia de Octavio Paz, con lo que la pregunta en torno a la vitalidad y vigencia del poeta se responde. Así en los varios textos hallamos diseminados juicios que no vacilan en enaltecer a Paz: “clásico en vida”; “el escritor que más influyó en el siglo xx mexicano tanto en su expresión y sus ideas como con su temperamento y su presencia pública”; “artista total, con una marcada correspondencia de las artes, fue un interlocutor, de la mayoría de los creadores”; “un prodigio intelectual”. Por supuesto, no son todas las sentencias, pero basta una crestomatía para ilustrar mi aserto. Quien considere por ello que este volumen exalta y participa de los rituales hagiográficos con que se suele ungir esta figura, estaría equivocado. De nuevo González Torres nos decepciona y nos extravía en los meandros de sus ensayos. No se trata de ofrecer elogios y calificaciones, tan usuales en una crítica apresurada incapaz de liberarse del corsé de la reseña y de la calificación o reprobación como único horizonte axiológico. Pese a las circunstancias, al cauce estrecho que impone el periodismo, González Torres va conformando, sin repetirse, una suerte de retrato crítico que paulatinamente se irá completando si leemos entre líneas de un artículo a otro. De este modo, más que con dictámenes manidos, nos encontramos con una evaluación del escritor quien “más influyó en el siglo xx mexicano tanto en su expresión y sus ideas como con su temperamento y su presencia pública”; no sólo eso, sino que “encabeza y polariza la cultura del siglo xx hispanoamericano”. No sorprende que para González Torres, Paz sea el escritor mexicano más importante ni mucho menos uno de los principales de Hispanoamérica en tanto “artista total”, un escritor que “creó un portentoso mosaico crítico de la literatura universal e hispanoamericana”. Todo lo cual lo lleva a concluir que se trata de “una de las mentes más lúcidas de su siglo”. Con tales antecedentes, sería fácil concluir que este libro no ahonda en otras facetas. Nada más impropio, pues a diferencia de otros volúmenes, éste, que en principio se propone como meta crítico —crítico de la crítica—, recorre sin fatiga las diversas comarcas por las que Paz desplegó su inteligencia y talento y le reconoce su valía y actualidad. Para González Torres, “el impacto de su obra va desde la teoría literaria hasta la historia, la antropología y la política, pasando por la crítica de artes plásticas”. Igualmente se le considera como el poeta de ideas más trascendentes del siglo xx, ya que sus reflexiones sobre poética “no se limitan al análisis técnico o a la enumeración de corrientes y autores sino que, mediante la poesía, Paz analiza la naturaleza del lenguaje, la función del arte para la condición humana y las características de la época moderna”. Aquí González Torres aporta su propio timbre al coro, ya que indica, mediante continuas anotaciones, el papel fundamental de Paz como poeta amoroso y también la importancia de

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Los signos vitales. Anacronismo y vigencia de Octavio Paz, Armando González Torres, Libros Magenta, México, 2018. 144 pp.

tal afección dentro de la vida y obra del poeta: la subversión transformadora del amor está presente en toda su obra y es uno de los secretos de la sorprendente lozanía de su escritura. Si ciertamente una de las prácticas más desagradables de la hagiografía paciana es la conversión del poeta en estatua inmarcesible, un elemento que se agradece en los derroteros de González Torres es su visión del escritor como un poeta incendiario, como un hombre, titán atravesado por las pasiones. Poco sorprende entonces que para González Torres, el legado de Paz continúe vigente por su lozanía, ni que sitúe en el sentimiento erótico uno de los motivos de dicha juventud. Finalmente comprendemos la admiración que el autor siente hacia el poeta: es el reconocimiento ante un espíritu afín. El ensayo final, que astutamente no precede al volumen, sino que lo completa, traza claramente el origen de esa afinidad: No recuerdo exactamente qué fue lo primero que conocí del amenazante escritor. No sé si me acerqué al poeta amoroso, que era natural frecuentar en esa edad, o descubrí asombrado al poeta en prosa de Águila o sol o, simplemente, vi en un programa de televisión al tan irascible como deslumbrante expositor.

La admiración de González Torres es crítica y no soslaya las contradicciones del personaje: el poeta que se asumía libertario pero gozaba de los favores del Estado mexicano; el intelectual que se ufana de independencia pero lidera un

grupo cultural; el apóstol de la tolerancia que descalifica con imprecaciones a sus adversarios. Reconocer las virtudes no implica negar los defectos, como igualmente, mostrar los rasgos desagradables no debería inducir al desprecio. Por desgracia, Paz en vida polarizó a sus devotos y detractores provocando que el ruido impidiera el diálogo. González Torres, quien confiesa no haber sido amigo de Paz ni pertenece a ese grupo hoy disperso de sus herederos manifiestos —o presuntos o wanna be—, contribuye más al reconocimiento de Paz que aquellos que desde las riberas opuestas buscan instaurarlo en nichos ingentes o bien derruir su monumento y arrastrarlo por el fango de la calumnia. Los autores, los grandes autores, sólo alcanzan su verdadera dimensión cuando se les somete al tribunal de ultratumba. González Torres cumple satisfactoriamente con este papel y así termina investido como sacerdote de una amistad literaria que no vacila en recurrir a los señalamientos e indicarnos que sí, este escritor pude haber buscado orientar el juicio de la historia, negar a sus enemigos, arreglar su biografía a conveniencia, pero no por ello deja de ser el mayor poeta mexicano y acaso uno de los más importantes del siglo xx, además de extraordinario intérprete de la poesía moderna. Por todo ello Paz continúa vivo librando batallas mediante su pensamiento y obra. Y González Torres se convierte en uno de sus campeones más enérgicos. Celebremos.

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colaboran Akuavi Adonon. Es licenciada en Derecho, con especialidad en Historia del Derecho por la Escuela Libre de Derecho; maestra en Estudios Africanos, con especialidad en Antropología Jurídica y Política por la Université Paris I, Panthéon Sorbonne y doctora en Derecho, con la especialidad en Antropología Jurídica y Política por la misma universidad. Es profesora adscrita al Departamento de Ciencias Sociales de la Unidad Cuajimalpa de la uam. Alejandro Araujo. Doctor en Humanidades y maestro en Historia y Etnohistoria por la Unidad Iztapalapa de la uam; licenciado en etnohistoria por la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Ha impartido diversos cursos a nivel licenciatura, maestría y doctorado en diversas universidades como la enah, la Universidad Iberoamericana y la Universidad del Claustro de Sor Juana, entre otras. Es autor del libro Novela, historia y lecturas. Usos de la novela histórica en el siglo XIX mexicano: una lectura historiográfica. Paulina Aroch. Profesora titular nivel “C” en la Unidad Cuajimalpa de la uam desde 2014. Fue profesora-investigadora visitante en la Sociedad para las Humanidades de la Universidad de Cornell, en Ithaca, Nueva York, e investigadora júnior en el departamento de Teoría Literaria y Literatura Comparada de la Universidad de Amsterdam (Holanda). Ha impartido conferencias magistrales sobre cultura contemporánea, teoría crítica y poscolonial en diversos foros, incluyendo la “Lecture Series” del Institute for Comparative Modernities, Cornell, y una “Keynote Lecture” en Migrations of Knowledge, Universidad de Oldenburg, Alemania. Patricio Bidault. Estudió Letras Modernas en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam. Ha sido traductor y adaptador para diversas series televisivas y cinematográficas. Guionista del cortometraje El Rey Maicito. Colaborador de www.morbidofest.com Verónica Bujeiro (Ciudad de México, 1976). Egresada de la licenciatura en Lingüística de la enah, guionista y dramaturga. Es autora de los libros La inocencia de las bestias y Nada es para siempre. Ha sido becaria del imcine, del Fonca y de la Fundación para las Letras Mexicanas. Nora de la Cruz (Estado de México, 1983). Ha realizado estudios en literatura en la unam, uam y el Claustro de Sor Juana. Ha colaborado en publicaciones digitales como La Fábrica de Mitos Urbanos, Distintas Latitudes, Hoja Blanca, Posdata y Testigos Modestos. Irasema Fernández (Ciudad de México, 1990). Feminista, escritora e ilustradora. Estudió la licenciatura en Letras Hispánicas en la unam. Parte de su obra ha sido traducida al inglés y al portugués. Fue becaria del programa de Jóvenes Creadores 2017-2018 en la especialidad de Cuento. En compañía de otras artistas bajo el nombre “Mujeres desde la periferia”, pinta murales con mensajes de género en diferentes partes de la Ciudad de México y el Estado de México. Vocera del colectivo de impresión risográfica SARA (Sociedad Anónima de Reproducción Autogestiva). irasemafernandez.ink Moisés Elías Fuentes (Managua, Nicaragua, 1972). Poeta y ensayista, ha publicado el libro de poesía De tantas vidas posibles (2007). En colaboración con Guillermo Fernández Ampié tradujo del inglés al español Ciudad tropical y otros poemas (2009), primer libro de Salomón de la Selva. Jesús Vicente García (Ciudad de México, 1969). Estudió Letras Hispánicas (uam). En 2009 obtuvo el segundo lugar en el ix Premio de Narrativa Breve Tirant lo Blanc, organizado por el Orfeo Catalán. Su libro más reciente es Después de bailar, ¿qué?, bajo el sello Fridaura. José Homero. Poeta, ensayista y editor. Fundador y editor de varias revistas y publicaciones dedicadas a la literatura y la crítica del arte y la sociedad, la más conocida de ellas Graffiti (1989 - 2000). Ha publicado, entre otros, el libro de ensayos La construcción del amor y los poemarios Vista envés de un cuerpo, Luz de viento y La ciudad de los muertos. Carlos Illades. Doctor en Historia por el Colegio de México. Realizó una estancia posdoctoral en el Department of History, The Graduate School of Arts and Sciences, de Harvard. Es profesor titular del departamento de Humanidades de la Unidad Cuajimalpa de la uam. Ha sido profesor visitante en las universidades de Potsdam, Jaume I (Valencia), Leiden, Columbia y el cide. Colaborador en Excélsior, Reforma, Milenio, Los Universitarios, Casa del Tiempo, Memoria, Fractal, Revista de la Universidad de México, Nexos, Este País, Aristegui Noticias y El Universal.

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Gustavo Leyva. Profesor e Investigador del departamento de Filosofía de la Unidad Iztapalapa de la uam. Entre sus publicaciones destacan Intersubjetividad y Gusto, así como sus ediciones de Política, identidad y narración (México, Miguel Ángel Porrúa-UAM, 2003), La Teoría Crítica y las tareas actuales de la crítica, La Filosofía de la Acción, Cosmopolitismo. Democracia en la era de la globalización, y ¿Existe el orden? La norma, la ley y la transgresión, entre otras. Adán Medellín (Ciudad de México, 1982). Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la unam. Es autor de Vértigos, Tiempos de Furia y El canto circular. Obtuvo en 2017 el Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí. Es jefe de redacción de Playboy México. Marco Antonio Milán Campuzano. Doctor en Humanidades por la uam y Filosofía por la Universidad Granada. Profesor investigador de la Unidad Cuajimalpa de la uam. Sus obras más recientes son Hermenéutica de la paz y los conflictos, La comunicación humana en tiempos de lo digital, Símbolos digitales y El acontecimiento de la comunicación. Ha publicado numerosos artículos en libros colectivos. Conferencista, panelista y ponente en congresos nacionales e internacionales. Marina Porcelli (Buenos Aires, 1978). Es editora. Ha colaborado en el suplemento Laberinto del periódico Milenio. Su primer libro de cuentos, De la noche rota, fue publicado por la Universidad de La Plata en 2009. Luis Reygadas. Doctor en Ciencias Antropológicas por la uam y profesor investigador del departamento de Antropología de la Unidad Iztapalapa. Entre sus libros se cuentan La apropiación. Destejiendo las redes de la desigualdad, Ensamblando culturas, Mercado y sociedad civil en la fábrica. Culturas del trabajo en maquiladoras de México y Guatemala, Un rostro moderno de la pobreza. Problemática social de las trabajadoras de las maquiladoras de Chihuahua y Procesos de trabajo y acción obrera. Historia sindical de los mineros de Nueva Rosita 1929-1979. Brenda Ríos (Acapulco, 1975). Escritora, editora, traductora, profesora universitaria. Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano 2013. Autora de los libros Las canciones pop hacen pop en mí. Ensayos sobre lo cotidiano, lo superfluo y lo ridículo. Empacados al vacío. Ensayos sobre nada y El vuelo de Francisca. Héctor Antonio Sánchez (Minatitlán, 1982). Estudió Letras Hispánicas en la Universidad Veracruzana y el Bridgewater College de Virginia. En 2003 recibió el Premio Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés. Ha sido becario del ivec, el Centro Mexicano de Escritores, la Fundación para las Letras Mexicanas y el Fonca. Gabriel Trujillo Muñoz (Mexicali, Baja California, 1958). Poeta, narrador y ensayista. Profesor y editor universitario. Cuenta con más de 30 libros publicados. Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua desde 2011. Su libro más reciente es Círculo de fuego. Jorge Vázquez Ángeles (Ciudad de México, 1977). Estudió Arquitectura en la Universidad Iberoamericana. Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas y del Programa Jóvenes Creadores del Fonca. En 2009 publicó la novela El jardín de las delicias. Es director y fundador de Metrópoli Ficción. Adriana Ventura. Es autora de las plaquettes Café Bausch (Colección La Ceibita, feta), Geografía negra (Verso Destierro) y La rueca de Gabrielle (Ediciones de Otro Tipo). Ha sido becaria del Fonca y del PECDA Guerrero. Mantiene una columna en la plataforma literaria Liberoamérica. Felipe Victoriano. Doctor en Estudios Culturales y Literatura Latinoamericana por la Universidad de Tulane, Nueva Orleáns; maestro en Ciencias Políticas con especialidad en Teoría Política por el Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad de Chile, y licenciado en Sociología por la Universidad de Artes y Ciencias Sociales (arcis), Chile. Es profesor investigador del departamento de Ciencias de la Comunicación de la División de Ciencias de la Comunicación y Diseño de la Unidad Cuajimalpa de la uam. Zenia Yébenes. Doctora en Filosofía por la unam y Doctora en Ciencias Antropológicas por la Unidad Iztapalapa de la uam. Es profesora investigadora del departamento de Humanidades de la Unidad Cuajimalpa de la uam. Ha recibido, entre otras, las siguientes distinciones: Medalla Alfonso Caso, otorgada por la unam; Premio Norman Sverdlin 2006 a la Mejor tesis de doctorado en Filosofía otorgado por la unam y Medalla al Mérito Universitario del doctorado en Ciencias Antropológicas, otorgada por la uam Iztapalapa.


Novedad editorial

Próximas ferias del libro en las que participará la UAM

La moneda y la banca durante la Revolución Mexicana Ricardo Solís Rosales En contrapunto al rostro terrible que muestran algunas caracterizaciones de los bancos y los sistemas bancarios, esta obra refleja, en su detallada documentación y perspectiva, un análisis acerca de la larga lucha —paralela al movimiento armado— por la cual se buscó salvar la viabilidad del sistema financiero nacional con el objetivo de lograr para la República una auténtica consolidación y viabilidad en lo económico.

Feria del Libro UAA Del 4 al 8 de septiembre de 2019. Universidad Autónoma de Aguascalientes, Aguascalientes. Feria del Libro de Relaciones Internacionales Del 6 al 8 de septiembre de 2019. Instituto Matías Romero, Ciudad de México. Salón Iberoamericano del Libro Universitario Del 6 al 15 de septiembre de 2019. Medellín, Colombia. Feria del Libro Latinoamericano y Caribeño Del 23 al 27 de septiembre de 2019. Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM, Ciudad de México. Feria Internacional del Libro UNACH Del 30 de septiembre al 4 de octubre de 2019. Universidad Autónoma de Chiapas. Feria Internacional del Libro de Antropología e Historia Del 26 de septiembre al 6 de octubre de 2019. Museo Nacional de Antropología, Ciudad de México. Feria Internacional del Libro del Estado de México Del 27 de septiembre al 6 de octubre de 2019. Centro Cultural Toluca, Toluca, Estado de México. Libro Tránsito 2 y 3 de octubre de 2019. UAM, Unidad Cuajimalpa, Ciudad de México. Feria del Libro Chapingo Del 3 al 13 de octubre de 2019. Universidad Autónoma Chapingo, Estado de México. Feria del Libro y la Ciudad Del 8 al 11 de octubre de 2019. UAM, Unidad Xochimilco, Ciudad de México.

El poder, la rebelión y la riqueza de la nación logran una narrativa inteligente y comprensible para un amplio público, así como para los especialistas, quienes carecían hasta hoy de un instrumento tan valioso para ellos como demuestra ser esta obra de principio a fin.

De venta en: Librerías UAM · EDUCAL · FCE · Gandhi · Sótano · Péndulo

Feria Internacional del Libro de Monterrey Del 12 al 20 de octubre. CINTERMEX, Monterrey, Nuevo León. Feria Universitaria del Libro Del 15 al 17 de octubre de 2019. Poliforo Cultural Universitario "Ángel César Mendoza Arámburo", Universidad Autónoma de Baja California Sur

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NOVEDADES EDITORIALES Revista bimestral de cultura • Año XXXVIII, época V, Vol. V, número 58 • septiembre - octubre 2019 • $60.00 • ISSN 2448-5446

BIOLOGÍA Estrés oxidativo y antioxidantes en animales Alejandro Córdova Izquierdo, Juan Eulogio Guerra Liera, Adrían Emmanuel Iglesias Reyes y Blanca Estela Rodríguez Denis

Su importancia en el comercio internacional y su impacto en los países en desarrollo: El caso de América Latina

ENSAYO LITERARIO Rosario Castellanos, intelectual mexicana Claudia Maribel Domínguez Miranda

Vidal I. Ibarra Puig (comp.)

NARRATIVA Los sueños de aserrín José Antonio Rosique

SOCIOLOGÍA Ilustraciones de la acción pública en el México contemporáneo. Estudios de caso para la docencia

Alejandro Vega Godínez y David Arellano Gault (eds.)

00558

Casa del tiempo • número 58 • septiembre - octubre 2019

ECONOMÍA El comercio internacional de servicios.

DISEÑO Diseñar para e-leer por placer Itzel Sáinz González

La Universidad ante el espejo Escenas y Periferias de Ro

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en línea: issuu.com/casadeltiempo

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Tiempo en la casa, suplemento electrónico: “Antología de Manuel José Othón”, artículos y selección: Ramón López Velarde; edición y prólogo: Marco Antonio Campos


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