Casa del tiempo 9, octubre de 2014

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Año XXXIII, Vol. I, época V, número 9 • octubre 2014 • $60.00 • ISSN: en trámite

Gutierre Tibón,

casadeltiempo • número 9 • octubre 2014

historia y lenguaje

S “S up án lem do e r M nto ár ele ai c : E tró Fr l ú nic an lti o ci mo Tie sc m s o G eño po e oñ rd nl i a e Eu cas ro a: pa ”,

Centenario de Dylan Thomas Antonio Suárez, poeta y pintor De Mociño a Darwin

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El arte del cajista en las portadas barrocas, neoclásicas y románticas (1777-1850) Silvia Fernández Hernández

Una obra sobre la evolución de la tipografía y el diseño gráfico, con el oficio del cajista como guía.

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Sede: Túnel de la Ciencia, Vestíbulo Metro La Raza L5 Día/ mes Hora Título 03/10 13:00 Concesiones por corredores, ¿la nueva tendencia en la revolución del transporte colectivo? 23/10 13:00 Implementación del modelo de Metrobús en la ciudad de Puebla

Ponente Gerson Javier Ramírez González y Juan Diego Sanguino Rodríguez Lic. Mirian Stephanía Huerta Muñoz

Sede: Auditorio Un paseo por los libros, Pasaje Zócalo Pino Suárez Día/ mes Hora Título Ponente 03/10 13:00 Conferencia Magistral Mtro. José Ramón Hernández Rodríguez La nueva Ley de Movilidad: esquemas de movilidad 03/10 16:00 Estrés y psicopatología en el transporte colectivo Psic. Katya Karina Luna Medina 8/10 13:00 La implementación de las PPP en el desarrollo del Thiany Torres Pelenco transporte público 09/10 13:00 Proceso del transporte público en la zona metropolitana Soc. Rodrigo Oropeza Uribe del Valle de México 10/10 16:00 Sistemas eléctricos, una visión limpia del transporte público Gerardo Martínez Pérez y Gisele Nayeli Méndez Alfaro 14/10 16:00 Video: Los 110 años del transporte público en la ciudad de México Narradores: Dr. Bernardo Navarro Benítez y Mtro. José Ramón Hernández Rodríguez 15/10 16:00 Transporte Intermodal, la intermodalidad en el transporte público Jorge Arturo Aguilar Garduño y Diego Moisés Pérez Velázquez 17/10 16:00 Metrobús o RTP Abraham Said Figueroa Zúñiga y Brenda Ibeth Jiménez Osyguss 22/10 13:00 Conferencia Magistral Hoy no Circula y política de transporte colectivo Lic. Mirian Stephanía Huerta Muñoz 24/10 16:00 Los procesos de urbanización en la revolución del transporte Nayeli Catuar San Juan público, pros, contras y pendientes, el caso de Nezahualcóyotl y la Línea A del STCM 27/10 16:00 La literatura mexicana y el Metro de la ciudad de México Lic. Mauricio Bravo Correa 28/10 13:00 Las bellas del Metro Mtra. Nidia Angélica Curiel Zárate 29/10 16:00 Por una metropolización del transporte colectivo Hugo Maya Arroyo 30/10 16:00 Redes de formación profesional: gestión, innovación y Dr. Cruz García Lirios emprendimiento del conocimiento

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editorial

En los capítulos 38 y 39 del Libro de Ezequiel se alude a Gog y Magog. Por antonomasia, a lo largo de la historia, se ha visto en esta metáfora el anuncio de una gran guerra, quizá la última que verá la humanidad. Pero también es el título de la columna que Gutierre Tibón escribió en las páginas editoriales del diario Excélsior durante varios años. El maestro Gutierre Tibón era un sabio al estilo renacentista: más que importar sus estudios académicos, eran deci­sivos sus múltiples intereses que lo mismo iban del mole de guajolote que al ombligo —uno de sus aportes a la historia de las religiones, pero a la vez un divertimento—. La sección “Profanos y grafiteros” rinde en este número homenaje al maestro Tibón, quien vino de Milán a México a encontrar otra visión del mundo, que hizo suya y amó como si hubiera nacido en estas tierras. Eso hace la cultura: abarcar, en lo posible, todos los campos del conocimiento y fundirlos bajo el respeto de sus campos disciplinarios pero con el gobierno de la imaginación. Ser, como dice José Luis Martínez, “vástago de sabios medievales”. En fecha muy próxima la Universidad Autónoma Metropolitana editará Gog y Magog, una selección de sus colaboraciones en Excélsior. Uno de esos artículos es el que publicamos respecto a la figura de Frida Kahlo, en quien se resumen los vientos del Popol Vuh y el Talmud. En la relevante prosa de Gutierre Tibón, igual que en Frida, se cruzan los caminos de la cultura universal. Es un privilegio ser testigos de ello. Asimismo, presentamos la primera de dos partes de “De Mociño a Darwin”, un texto erudito de Jaime Labastida —director de la Academia Mexicana de la Lengua— a propósito de la exposición “Darwin” en el Antiguo Colegio de San Ildefonso. (WB)


editorial, 1 Rector General Salvador Vega y León

torre de marfil

Secretaria General Norberto Manjarrez Álvarez

Un país sin salida al mar, 3 Marisol García Walls

Unidad Azcapotzalco Rector Romualdo López Zárate

profanos y grafiteros

Unidad Iztapalapa Rector José Octavio Nateras Domínguez

Frida Kahlo, 6 Gutierre Tibón Un renacentista y un ilustrado, 9 Hugo Gutiérrez Vega Hombre de su siglo, hombre de todos los tiempos, 11 Álvaro Matute La fascinación por el lenguaje y la historia, 14 Miguel Ángel Muñoz El encanto del pensamiento, 20 Eduardo Matos Moctezuma Vástago de sabios medievales, 22 José Luis Martínez

Secretario Miguel Ángel Gómez Fonseca

ménades y meninas

Unidad Lerma Rector Emilio Sordo Zabay

Antonio Suárez: el ojo mágico, 24 Mario Saavedra El libro desde el cuerpo. La Diéresis Editorial, 28 Marcela Meléndez Muñoz Juárez sin Reforma, 33 Jorge Vázquez Ángeles

Secretario Abelardo González Aragón Unidad Cuajimalpa Rector Eduardo Peñalosa Castro Secretaria Caridad García Hernández

Secretario Darío Guaycochea Guglielmi Unidad Xochimilco Rector Patricia Emilia Alfaro Moctezuma Secretario Guillermo Joaquín Jiménez Mercado Casa del Tiempo, año xxxiii, vol. i, época v, núm 9 • octubre 2014. Revista mensual de la UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA Director Walterio Francisco Beller Taboada Subdirector Bernardo Ruiz Comité editorial Laura Elisa León, Vida Valero, Rosaura Grether, Erasmo Sáenz, María Teresa de la Selva, Gabriela Contreras y Mario Mandujano Coordinación y redacción Alejandro Arteaga y Jesús Francisco Conde de Arriaga Asesoría editorial Laura González Durán, Paola Castillo, Brenda Ríos Jefe de Diseño Francisco López López Diseño gráfico y formación Rosalía Contreras Beltrán Imagen de portada Gutierre Tibón, Cristina Cassy de Tibón, pastel sobre papel, 70x50 cms. Colección: Miguel Ángel Muñoz diseño original Guadalupe Urbina Martínez Edición Internet Jorge Ordaz Distribución Marco Moctezuma, Subdirección de Distribución y Promoción Editorial, Rectoría General UAM, Prolongación Canal de Miramontes 3855, 2º piso, Ex hacienda de San Juan de Dios, Delegación Tlalpan, 14387, México, D.F. Oficinas: Prolongación Canal de Miramontes 3855, 2º piso, Ex hacienda de San Juan de Dios, Delegación Tlalpan, 14387, México, D.F. Redacción: 5483 4000, ext.1509 y 1510. Correo electrónico: editor@correo.uam.mx /editoruamct@gmail.com. Sitio electrónico: www.uam.mx/difusion/casadeltiempo. Editor responsable: Bernardo Ruiz. ISSN 0185-4275. Precio por ejemplar: $60.00; franqueo pagado, publicación periódica. Permiso número 0360681. Características: 238261212; autorizado por Sepomex. Certificados de licitud de título y contenido de la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas números 553 y 633 del 27 de junio de 1980. Casa del Tiempo es nombre registrado en la Dirección de Reservas del Instituto Nacional del Derecho de Autor. Reserva del título: 622-84. Reserva de características gráficas: 30-93. Impresión: Impresos Trece, S. de R.L. de C.V., Mar Mediterráneo 30, col. Tacuba, Delegación Miguel Hidalgo, 11410, México, D.F., tel: 5399 9932. Distribución: Subdirección de Distribución y Promoción Editorial, Rectoría General UAM, Prolongación Canal de Miramontes 3855, 2º piso, Ex hacienda de San Juan de Dios, Delegación Tlalpan, 14387, México, D.F. Tiraje: 1,000 ejemplares. Casa del Tiempo no responde por originales y colaboraciones no solicitados. Todos los artículos firmados son responsabilidad de sus autores; los títulos y subtítulos de la mesa de redacción. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos de la publicación sin autorización de la UAM.

40 + 10 Un romance de 40 años. Una mirada a CBI, 37 Isaac Schnadower Barán

antes y después del Hubble

De Mociño a Darwin I, 41 Jaime Labastida Ricardo III o las mejores líneas son para los malos, 46 Gerardo Piña Shaw, un serio escritor cómico, 50 Stephen Murray Kiernan El Callejón del Diamante, 53 Jesús Vicente García Swansea, de fiesta. Centenario de Dylan Thomas, 56 Jaime Augusto Shelley Las cosas en Palacio marchan despacio, 59 Paul Jaubert

armario

Mercurio Indiano, 61 Patricio Antonio López

intervenciones, 62 Mateo Pizarro

francotiradores Historia de una impostura, 63 Lobsang Castañeda Todo tiempo futuro: El cuarto paradigma, 66 Manuel López Michelone La profundidad de la broma: Coetzee y La infancia de Jesús, 68 Moisés Elías Fuentes Cultura metropolitana, 70

colaboran, 72 Tiempo en la casa. Suplemento electrónico El último señor de Europa Francisco Goñi


torredemarfil

Tarjeta postal de Cappon / Sarajevo, 1910. (Imagen: Austrian Archives / Imagno / Getty Images))

Un paĂ­s

sin salida al mar Marisol GarcĂ­a Walls torre de marfil |

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Noche. En la noche, envuelta entre las sábanas, pensaba en voz alta. Mi voz imitaba el sonido ahogado de las confesiones murmuradas a los oídos de una almohada. Pensaba en los libros que quería escribir. En palabras que son ligeras y en palabras que son pesadas, esas que se deslizan con la lentitud de la mermelada sobre la mantequilla, dejando grumos. Palabras que pesan como las cortinas y que se quedan sonando, como las olas del mar. Casa. Tal vez la razón por la cual siempre quise ir a Sarajevo fue porque asocio el nombre de esta ciudad con uno de mis recuerdos primarios: cuando escuché, por primera vez, la palabra guerra. La idea de un diccionario. La consigna era la siguiente: toda palabra debía remitir a una pregunta antes que a una explicación. Mi vida se fue tejiendo a partir de las redes entre palabras que, si no conseguía explicar, sí, por lo menos, alcanzaba a intuir. Residence Rooms. Ediz, el turco, está en Bosnia desde hace algunos meses. Nos hemos hecho amigos, al punto de que usa el término “locales” para referirse a nosotros —viajeros, según él, más experimentados— en comparación con los demás “turistas”. Me dice que no puede regresar a su casa en Esmirna porque engañó a su mujer con una musulmana que conoció aquí y que ella, cuando lo supo, retiró todo el dinero de la cuenta bancaria que compartían para irse a Bahamas con unas amigas. Para matar el aburrimiento —aquí los días de verano se extienden de una forma pavorosa— hablamos sobre nuestras experiencias en tránsito. Le cuento sobre el hombre más extraño que conocí en mi viaje: un cazatesoros quien aseguraba haber nacido en Macedonia, y que, en una ocasión, me pidió le ayudara a esconder el detector de metales que usaba para encontrar monedas antiguas que después vendía

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a coleccionistas europeos. Ediz me cuenta de una chica que se fue del hostal el mismo día en que yo entré, una mujer de mirada perdida quien no podía dejar de caminar a lo largo de la habitación compulsivamente. Si abrías la puerta, salía al pasillo y caminaba hasta la calle. Después de un rato, en el momento en que se le comenzaba a extrañar, regresaba. Ciudades tomadas. (Conversación con una pintora croata.) “Llegaron de las afueras de nuestra ciudad para vender los productos que cosechaban. Llegaron primero unos pocos. Luego fueron viniendo más. Un día, miré a mi alrededor y me di cuenta de que ellos eran mucho más numerosos que nosotros, los que habíamos nacido, crecido y envejecido dentro de los muros que rodean la ciudad. Ahora no tengo duda al respecto: nos hemos convertido en sus extranjeros”. Red. Como toda red, estoy hecha de nudos y agujeros. Soy de naturaleza pesada cuando me arrojan al agua; ligera cuando me dejan secar al sol. La idea de un diccionario ii. Uno llega a una ciudad y lo primero que hace es pedir direcciones sobre lo que hay que ver, los lugares que merecen ser caminados, en dónde es aconsejable encontrar la noche. Alguien se presta para dar las indicaciones apropiadas; describe la ciudad con sus palabras. Me dice catedral y yo la evoco —o, más bien, la imagino, pues se trata de mi primera visita—. Me dice calle y la recorro, buscando el punto donde se pierde el comienzo. Me dice parque y me pierdo, esperando que diga puente, para entonces caer en el río que barre piedras bajo el sol. Agujas. Nuestras conversaciones de esa semana giraban en torno a la tristeza de haber perdido una casa. Nos dolía la imposibilidad de sus ventanas. Le cuento a Ediz un sueño recurrente que tengo desde mi llegada. Sueño


despertar en otro puerto y caminar un par de cuadras, como si no notara o no me importara el silencio profundo que se cuela por las calles. El cielo es rojo y está salpicado de nubes grises, detrás de las cuales brilla un sol pesado, pero disminuido. Ante la luz —esa luz—, la ciudad me parece espectral. Pierdo el rumbo, hasta que eventualmente me encuentro frente a una hilera de casas. En la fachada de la última hay un reloj solar. Me detengo a mirar la hora, pero en ese momento la sombra de la aguja se funde con el resto de la noche y, entonces, el tiempo desaparece. A mitad del viaje, desde una remota estación de autobuses, me envío a mí misma una carta que dice lo siguiente: “¿te acordarás acaso de tu ciudad, esa que gime y canta, a la que le escribes cuando estás lejos, esa que buscas en cada lugar nuevo que visitas, que refieres en todas tus conversaciones, esa que te vio nacer y crecer deseando estar lejos de ella? ¿Te acordarás de sus parques o sólo del recuerdo de sus parques?”. Huéspedes. Me enamoré de K. como se enamora uno en las películas: en el momento en que lo conocí. Pelirrojo, con aspecto de músico o de pirata, autor del cumplido más bonito que me han hecho en la vida: dijo que mis manos eran tan pequeñas que podían hacer los nudos de un tapete persa. Rahat lokum. Los rahat lokum, mejor conocidos como “delicias turcas”, son una especie de gomita dulce con sabor a agua de rosas, a vainilla, a nuez, canela o coco. Naida, la dueña del hostal donde permanezco, trata de explicarme el significado de este nombre. Por un lado, rahat —difícil de traducir, apunta Naida— designa la sensación de estar satisfecho con una cantidad que es exacta, como la plenitud que proviene de una comida abundante, sin exeso, o con una conversación en su medida perfecta. Y lokum es un dulce. Pedacito de paz.

Fragmento de una conversación con un doctor serbio. “Tal vez me veo joven, pero no soy tanto. Es por la guerra. Nos hizo tener infancias más largas”. Lo que guardé dentro de mi libreta. Una rosa que fue cortada en la tumba de Van Gogh. / Medio boleto del tren nocturno Venezia-Ljubljana, carrozza 427, asiento 55F. / El teléfono del mesero que me gustaba cuando vivía en París. / El recibo de un timbre que compré en una oficina de correos para enviarme a mí misma una carta. / Una multa emitida por la Federación Bosnia de Transportes por no respetar las reglas del tranvía. / La traducción de una canción de Jadranka Stojankovic en la parte trasera de un mapa de Sarajevo, escrita por la mano de un amante. Historia. Me digo a mí misma que un día voy a escribir mi historia. Trato de no olvidar nada. Es más: condeno el olvido como lo han hecho muchos otros antes que yo. Pienso en Sabra y en Chatila. En Srebrenica, Halabja, en Chile, en Siria. En Hiroshima. No hay que olvidar Hiro­ shima. Incomparablemente pequeñas son mis tristezas personales: salen a relucir en las cosas que escribo, en los gestos cotidianos, en las conversaciones con amigos. Son tristezas modestas, individuales, contenidas. Parece como si, a propósito, hicieran eco de esta máxima de Séneca que alguna vez citó Montaigne en sus ensayos: “ligera la pena, habla; grave, enmudece”. Puentes. Pronto me fui volviendo eso mismo que respiro, o tal vez el recuerdo de todo lo que creí abandonado: un puente viejo sobre el río Bosna, una biblioteca incendiada, o la llamada del almúedano para la oración de las cinco de la tarde. En un instante respiro el aire que pasa por los cementerios bajando por la montaña, y el mundo se detiene ante el gesto con que extiendo mi mano y estiro los dedos para hundirlos en una herida de bala que marca la fachada de una casa en el centro otomán.

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Frida Kahlo

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Gutierre TibĂłn

Frida Kahlo en 1940. (FotografĂ­a: Archive Photos/Getty Images)

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Frida con el mono araña; Frida con el doctor Farill; Frida en forma de venado herido; una Frida 1890 transfundiendo su sangre a una Frida con su columna vertebral rota —una columna clásica con capitel corintio— y mil clavos que le atormentan la carne. ¿Tiene razón Diego cuando dice que Frida, como pintora, es superior a él? Lo cierto es que Frida es una de las grandes personalidades artísticas del siglo xx. Raíces mexicanas (allí está el abuelo indio, Antonio Calderón) y centroeuropeas, del viejo imperio austrohúngaro; allí está el abuelo Jacob Kahlo. Mística y estoicismo de acá; sutileza, análisis implacable de allá. Por ambos lados, un fondo de cultura milenaria: esto es, el Popol Vuh y el Talmud. Frida ha sufrido martirios. Pocos seres que conozco se han ennoblecido como ella a través del sufrimiento. Desde su adolescencia entusiasta y rebelde hasta hoy, incontables operaciones en la espina, largas inmovilizaciones, crueles corsés. Una carne atormentada, un espíritu que se libera progresivamente; y entretanto se depura y perfecciona un arte pictórico de los más singulares. Lo que ella pinta es pintura y no decoración. Pinta el sufrimiento de todos a través del suyo. Busca valores cósmicos y nos los ofrece en formas muy de nuestro siglo xx. Cordones umbilicales que suben hasta el sol, orquídeas inquietantes como el sexo, sexo inquietante como orquídeas. Pero también autorretratos que son obras maestras de introspección, con nuevas cadencias de colores; fusión de lo popular mexicano con los mayores refinamientos cromáticos. Una ambulancia se para en la calle de Ambares, ante una galería de arte. El público en la sala enmudece en tanto que los cineastas encienden sus luces violentas ¡Llega Frida! Los enfermeros bajan a una mujer todavía joven, de pelo muy negro, de hermosos ojos castaños, y la colocan en una camilla. Frida está vestida de tehuana, tiene botitas de piel roja decoradas con minúsculos espejos. Sus manos pálidas están agobiadas bajo el peso de un sinnúmero de anillos, dos, tres por cada dedo, alguno con piedras enormes. Zumbar de las cámaras cinematográficas, en tanto que Frida saluda a Diego, a Lola, a Alfa, a todos. Los enfermeros la transportan a una sala interior de la exposición. Ahora Frida descansa en su cama, su fantástica cama de Coyoacán. Cama con pabellón en que Frida ha vivido y sufrido eternidades. Un espejo en el techo y pegado a él un esqueleto: Frida abre los ojos y su imagen se mezcla con la muerte. El esqueleto, admirablemente estilizado, tiene veinte hermanos (y hermanas) en Coyoacán. Todos son obra de un mariguano que las fabrica en la Peni. Cuando sale, los vende a Diego, y con el dinero compra hierba que lo conduce otra vez a Lecumberri. En las columnas de la cama cuelgan algunos pequeños judas y una minúscu­ la jaula con un pajarito mecánico. La cubierta de la cama es un sarape azul de

Este texto pertenece al libro Gog y Magog de Gutierre Tibón que será publicado por la Universidad Autónoma Metropolina próximamente.

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Diego Rivera y Frida Kahlo leen y trabajan en su estudio en 1945. (Fotografía: Hulton Archive/Getty Images)

Chiconcuac con avecillas blancas. En el respaldo, un marco alargado con retratos de Marx, Engels, Lenin, Stalin y Mao. Son los santos de la devoción de Frida; ella siempre ha crecido en la “regeneración” del mundo. Y lo que cuenta no son los santos, sino la sinceridad de la devoción. Ahora todo es espectáculo. Gente, gente, gente alrededor de la cama. Gente que dice “sí”, gente que dice “oui”, gente que dice “yeah”, gente que dice “da”… Es el dormitorio de la reina: los visitantes son cortesanos que le rinden pleitesía. Cortesanos cosmopolitas que están perdiendo sus inhibiciones gracias a los generosos jaiboles de Lola. Miradas a los cuadros, a la artista inválida, a la gente. Frida está conversando con algunos amigos: todos son “mi vida”. De vez en cuando se incorpora en la cama. Pero ahora ¿qué le está pasando? Se ve una contracción de sufrimiento en la cara demacrada de la artista. ¡Pronto, pronto, una inyección! ¿Hay un médico entre el público? ¡Menos mal! Alcohol, algodón, la sierrita que raspa la ampolleta, el golpecito seco de cuello que se rompe. Miradas

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indiscretas siguen con interés morboso el trabajo del médico. Frida, sola con su dolor. Ya se repone. La gente que viene ahora a la sala encuentra una Frida animada, brillante, a veces ligeramente pícara. Visita de uno de los “grandes”, Siqueiros. Cronistas sociales apuntando nombres. Bohemios norteamericanos estilo Ajijic, inverosímiles. Llega el doctor Atl, más joven que nunca. Frida se entera de lo que el volcanista unípedo y barbón ha visto en Chiapas. Rut, recién vuelta de Europa, cuenta a Frida cómo conoció a su marido egipcio. Allí están Angelina y Lupe, dos esposas anteriores de Diego. Ambas admiran y quieren a Frida. ¿Celos? ¿Recelos? Únicamente una gran ternura. Frida es la que ha sufrido más; Frida posee una pureza esencial que sólo anima sentimientos nobles. Sigue pasando la gente del sí, del oui, del yeah, y del da. En las paredes los cuadros, en la cama la pintora. Muchos se dan cuenta, como si se tratara de una repentina revelación, de que en este ambiente profano flota algo indefinible, algo que en la Edad Media se llamó “olor de santidad”.


Un renacentista 1 y un ilustrado Hugo Gutiérrez Vega

Gutierre Tibón, por su amplitud de miras, su curiosidad infatigable y su profundo conocimiento de muchos y muy variados temas, fue, al mismo tiempo, un renacentista y un ilustrado del enciclopédico y libertario pensamiento iluminista. Leonardo da Vinci, Giordano Bruno, Pico della Mirandola, Maquiavelo y Campanella se reúnen con D’Alembert, Diderot, Rousseau y Voltaire para entregarnos la contrastada imagen de un intelectual que fue, además, un personaje de la vida pública de México. Recuerdo su papiniana columna “Gog y Magog”, que aparecía en el diario Excélsior e iluminaba muchos momentos de la cultura universal y, en particular, del rostro de México y de

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Todas las imágenes de Gutierre Tibón aparecen por cortesía de Cristina Cassy de Tibón

Texto publicado originalmente en La Jornada Semanal, núm. 749, 12 de julio de 2009.

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la historia de nuestro país tan dañada por las posturas maniqueas y tan necesitada de una visión objetiva y libre de prejuicios ideológicos. Historiador, filólogo y antropólogo, al margen, pero respetado por la Academia, forjó una obra en la que los hallazgos y las claves de interpretación son, al mismo tiempo, brillantes y bien fundadas. Ahí está su Historia del nombre y de la fundación de México como prueba de esa mezcla de rigor y de imaginación que caracterizaron su vida y su obra. Por eso la Universidad Michoacana le otorgó el grado de Doctor Honoris causa y la unam le abrió las puertas de la cátedra de filología comparada y de alfabetología. En sus manos estuvo el Premio Alfonso Reyes y la Academia de la Lengua lo nombró miembro honorario. Su obra variopinta y personalísima (por eso la colocamos gozosamente al margen de la Academia) se pasea con alegría y rigor por temas como el del ombligo como centro erótico, como el de la presencia de México en Europa y África (tal vez el más inteligentemente esotérico de sus temas), los diccionarios etimológicos, una desenfadada heráldica y un novísimo Diálogo de la lengua, libro que conserva toda su originalidad y novedad. La última vez que lo vi fue en Granada, en una peculiar ceremonia en la que se le ponía su nombre a una calle de la ciudad que fue el último reducto de la prodigiosa cultura de Al Andalus. Tenía Gutierre ese inofensivo capricho y gozó enormemente cuando el pomposo alcalde de la ciudad descubrió la placa con el nombre del sabio que tenía rostro de lector y aires de poeta renacentista. Recuerdo que dijimos poemas de Cavalcanti y unos versos del cancionero de Petrarca. Lo

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que entusiasmaba más al escasamente docto alcalde de la ciudad de Boabdil era el hecho de que Gutierre fuera el inventor de una milagrosa y revolucionaria máquina de escribir portátil, que fabricaba la Olivetti. Esa noche caminamos por el Paseo de los Tristes y reunimos a García Lorca con Garcilaso, Boscán, Cavalcanti y ese mensajero del “itálico modo” que fue Baldassare Castiglione. Miguel Ángel Muñoz nos entrega un hermoso, in­teligente y ameno libro, Lo extraño y lo maravilloso, que incluye una erudita introducción, una bien organi­zada antología y una entrevista en la que Gutierre aparece de cuerpo entero y en la que resaltan todas las facetas de su personalidad y la narración de su paso por un mundo convulsionado, de su llegada a México y de su enamoramiento por el país, su historia y sus constantes contradicciones. Los aspectos biográficos son los más gozables, como lo es también la disquisición de Miguel Ángel sobre la polivalencia intelectual de su entrevistado. Me emocionó escuchar en la entrevista el encuentro con Isidro Fabela en Ginebra. Corría el año de 1938 y México había sido el único país defensor de la Etiopía invadida por los superarditti del largirucho Duque de Aosta, alicuije del trágico payaso fascista del Palazzo Venezia. En la liga de las naciones constaba el voto mexicano en contra del imperialismo fascista. Lo había dado don Isidro Fabela, que de una misteriosa manera señaló a Gutierre el camino hacia México. Mucho le debemos a Gutierre Tibón. Lo veo sonriendo en las calles granadinas y vienen a mi memoria los versos de Cavalcanti dichos en la semipenumbra del Paseo de los Tristes.


Hombre de su siglo

hombre de todos los tiempos1 Álvaro Matute

Nunca conocí personalmente a Gutierre Tibón, a pesar de que se trata de una de las figuras intelectuales de las que tengo noticia desde mi niñez. Cuando la televisión mexicana era todavía artesanal, naif, había un programa de concurso en el cual giraban una enorme rueda con nombres dispuestos en orden alfabético hasta que se detenía en alguno. Entonces, intervenía Gutierre Tibón quien explicaba el origen y significado del nombre escogido. Luego seguía el giro con una rueda que contenía apellidos, y lo mismo. El concurso debió haber consistido en que los primeros que se llamaran tal y se encontraran en el público o hablaran por teléfono, ganarían algún dinero; después los que tuvieran ese nombre y el primer apellido, y más adelante ganarían más aquellos que también tuvieran el segundo apellido seleccionado. Tibón, en todos los casos, explicaba el origen y significado de nombres y apellidos. A los pocos años que debo haber tenido, me impresionó ese hombre sabio que podía decir tantas cosas de algo que simplemente servía para identificar a las personas. No sabía entonces qué cosa era un filólogo, sino que lo aprendí de bulto. Desde entonces le cobré una gran admiración a Gutierre Tibón y con los años leí algunos de sus libros. Hacerlo es toda una aventura. Se está ante un representante enorme de lo que significa la más alta erudición. Prólogo al libro Gutierre Tibón. Lo extraño y lo maravilloso, antología de Miguel Ángel Muñoz, México, conaculta, 2009.

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Por contraste, he tenido el gusto de conocer y tratar a Miguel Ángel Muñoz (Cuernavaca, Morelos, 1972), y a pesar de haber alcanzado mucha familiaridad en nuestro trato, no deja de sorprenderme su capacidad de escritor, promotor de la literatura y el arte, historiador y —al igual que debe haberlo sido Tibón— estupendo conversador. De Miguel Ángel Muñoz escribió el propio Tibón que “vive enamorado de una palabra: cultura, y quiere ser su cultivador”. De hecho lo es, y su radio afortunadamente trasciende el ámbito de la capital de Morelos. Increíble, pero su revista Tinta Seca ya tiene quince años, cosa nada fácil para una empresa privada y, por añadidura, de provincia. El secreto tal vez radique en que es un provinciano cosmopolita, si los hay; Muñoz, antes de cumplir los 35, ha dado lección de promotoría cultural. Su cosmopolitismo lo lleva a entrevistar a cuanto escritor, artista o historiador se le presente y sea, desde luego, digno de su interés. Así, ha recogido las palabras de talentos de muchas partes del mundo. La Cuernavaca de Muñoz puede estar en París, Venecia o Madrid. Ahí está su palabra en busca de otras palabras —las de sus interlocutores—, con las que construye diálogos que entrega a los lectores, diálogos bien dirigidos, interesados en mostrar al entrevistador en sus mejores facetas. Gutierre Tibón tuvo la fortuna de ser entrevistado por Muñoz; Muñoz tuvo la fortuna de dialogar con Gutierre Tibón, y de ese intercambio resultó este libro en el cual es posible recuperar una trayectoria de lucidez, de pasión, de inteligencia. Es posible abordar al milanés de nacimiento y mexicano por adopción, Gutierre Tibón, desde muchos ángulos. Uno de ellos permitiría entroncarlo con los italianos que han viajado a nuestras tierras y se pierden en la época, entre los que destacan Gian Francesco Gemelli Careri y Lorenzo Boturini, y que prosiguen en los siglos xix y xx con el comerciante Adolfo Dollero y, finalmente, con Gutierre Tibón. Podría haber un paralelo entre Boturini y Tibón, en la medida en que ambos provenían del norte de Italia y profundizaron en aspectos fundamentales de la lengua y la cultura náhuatl. El paralelo puede ser tan falso que no resistiría un análisis, pese a ello, los dos tuvieron sabiduría e intención filológica para llegar a la historia por la vía de la lengua. Según Boturini, el precepto viquiano así lo indica. En Tibón, en cambio, acaso fue la intención, aunada a su erudición, la que lo llevó a operar de esa manera en obras tan ricas y plenas como la Historia del nombre y de la fundación de México (fce, 1975), indudablemente su obra mayor, la más significativa. El otro paralelo, en este caso divergente, entre Boturini y Tibón fue la fortuna: muy adversa con el primero fue sin embargo pródiga con el segundo, que llegó a ser nonagenario, conservando su lucidez y recogiendo el reconocimiento que los mexicanos le tributaron. Caso interesante el de Gutierre Tibón, también, porque floreció como historiador, filólogo y antropólogo en un siglo en el que la profesionalización académica

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de esas actividades fue lo que privó, tendiendo a expulsar de los cenáculos a los sabios que no pertenecían a las instituciones cuya vida y sentido radica en propiciar la investigación. Tibón, aunque no fue académico, sí tuvo la formación propia para el caso, y fue aceptado por miembros importantes del mundo institucional mexicano. Cabe considerar aquí que la titulación es, sin duda, una patente, pero que afortunadamente no excluye a quien no la tenga. Qué bueno que existen los sabios no académicos como Gutierre Tibón, Ernesto de la Peña, Arrigo Coen Anitúa y José E. Iturriaga, entre otros, que pueden o no dar clases, diplomados, conferencias o dedicarse libre y tranquilamente a investigar sin rendir informes a las autoridades o a las agencias del ogro filantrópico; dirigen, que les tienen sin cuidado el Sistema Nacional de Investigadores (sni) y el informe de fin de año. Su sabiduría está en sus libros, en sus comunicaciones verbales o escritas y sus lectores y escuchas así lo reconocen y premian. De esta forma Gutierre Tibón pudo acumular una enorme y rica biblioteca, viajar por todo el país en busca de lo que le interesaba y le llamaba la atención y también, ¿por qué no?, equivocarse asumiendo el riesgo de hacerlo. Recorrer la experiencia vital de Gutierre Tibón implica recibir una enseñanza en la que el mensaje más claro es la pasión. Sin ella no se le pueden entregar a nada las horas de lectura, de búsqueda. Tibón fue un apasionado de la cultura mexicana pasada y presente, porque entre otras cosas, no separaba pasado y presente, sino que los entendía en su continuidad y, por consiguiente, tenía fe en el porvenir que le aguardara a México. En ese sentido es refrescante leer las palabras de ese nonagenario optimista que compartía creencias profundas y no se abatía por las superficialidades. Seguir su vida significa recorrer un camino que arranca del campo lingüístico y que penetra en la ar­ queología, la etnología y la historia sin establecer de manera drástica las fronteras entre unas y otras, sino que

permite asistir al continuum que debe darse entre ellas, al fin ciencias humanas. Tibón se aplicaba a su objeto de estudio sin importarle dentro de qué disciplina ubicarlo, antes bien establecía las relaciones que le parecían evidentes entre los restos del pasado arqueológico y la etnografía presente, sin desdeñar los aportes lingüísticos —si se trataba de universos como los de Pinotepa Nacional u Olinalá— o enfrentando una historia sin límites disciplinarios como la del nombre de México, que lo llevó a sus inquietantes indagaciones sobre el simbolismo umbilical. Feliz Gutierre Tibón que podía escribir tranquilamente sobre el ombligo y decir cosas interesantísimas sobre los significados atribuidos al considerado centro corporal. Sólo un gran erudito con mente libre podía hacerlo y debemos agradecérselo, así como a Miguel Ángel Muñoz por haber recuperado a un hombre fuera de serie, como lo fue el autor de la columna “Gog y Magog”, que por tanto tiempo apareció en las páginas del diario Excélsior. Hombre de su siglo, fue igualmente hombre de todos los tiempos. Si fue nuestro contemporáneo, bien pudo haberlo sido de los Sforza o los Visconti de su Milán natal, con los que se pudo haber entendido de la misma manera como lo hizo con las personas humildes de Pinotepa y Olinalá, en tiempos en los cuales nadie se acercaba a ellos y pocos valoraban su trabajo. Tibón es precursor, o al menos, continuador de un redescubrimiento de México, de espacios mexicanos de todas las temporalidades, del gran mosaico que quiso y logró capturar con una actitud ejemplar de apertura y de apasionamiento. Esos dos ingredientes, que incluso aparecían en labores menores como la de ofrecer la etimología y los significados de patronímicos y apelativos fueron nota distintiva de ese hombre que, ya nonagenario, nos ofrece un recorrido por diferentes etapas de su vida y su experiencia guiado por la inquietud de Miguel Ángel Muñoz, curioso profesional, gracias a quien es posible recuperar a un hombre excepcional.

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La fascinación

por el lenguaje y la historia Miguel Ángel Muñoz


En nuestra época, el poeta ha de abrirse las venas por los demás, Por eso (…) me he entregado a lo dramático, que nos permite un contacto más directo con las masas. Federico García Lorca

“Cuando un alma sensible —dice Gaston Bachelard— y culta recuerda sus esfuerzos por trazar, según su propio destino intelectual, las grandes líneas de la Razón, cuando estudia, por medio de la memoria, la historia de su propia cultura, se da cuenta de que en la base de sus certidumbres íntimas queda aún el recuerdo.”1 En esa memoria privilegiada murió hace más de una década y media Gutierre Tibón (Milán, 1905 - Cuernavaca, 1999), vástago de una familia de sabios medievales de España, los Tibónidas de Granada. Tibón provino de los Ibn Tibón, también llamados Iboní, una dinastía de médicos, sabios y traductores originarios de Granada, descendientes del fundador de la dinastía en el siglo xii, Yehuda Ben Saúl Ibn Tibón, quien se refugió en Provenza. Al morir, Gutierre tenía 94 años y era uno de los estudiosos de México más brillantes y respetados. Su mirada, animada por la intensidad de la experiencia, sembró en cada palabra la perdurabilidad de los recuerdos. No ocultó su ironía al hablar de sí mismo o de los demás. Su amor por México y por la vida se suman a su pasión por la literatura. Tuvo el mundo en el alma y en los labios, fue un políglota con el espíritu multiplicado por los tantos idiomas que le transmitieron los espíritus de otros pueblos, desde el alemán, griego, latín, inglés, francés, hasta el náhuatl, y debido a ello era un caleidoscopio de ideas que le dieron personalidad de sabio y de poeta. Nació en Milán, se educó en Suiza y publicó su primera monografía Il Monte Bre, en Basilea, a la edad de quince años. De 1922 a 1939 viajó por toda Europa, así como por el sur de Asia, Oceanía (y Úbeda), África y el norte de América Latina, que le descubrieron infinidad de territorios desconocidos, no sólo para él, sino también para sus ojos lectores. En Ginebra, Isidro Fabela le aconsejó establecerse en México, donde encontraría un amplio campo para sus inquietudes de investigador. Así, desembarcó en Veracruz a principios de 1940 para iniciar en su patria electiva su intensa labor consignada en diversos libros. Dice Tibón: Siempre hay la posibilidad de ver el lado chusco de las cosas y de la vida misma. Hay gente impenetrable al sentido del humor, pero México tiene un pueblo que constan­temente inventa frases ingeniosas, como las de los camiones o los hombres de las pulquerías en algún tiempo, que demuestran la inteligencia e ironía de nuestro pueblo.

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Bachelard, Gaston, La intuición del instante, Fondo de Cultura Económica, México,1987, p. 7.

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Entonces, desde que llegué a México en 1940 he tratado de realizar mis libros con un sabor mexicano y no de un italiano que se preocupa por las cosas tan ricas y maravillosas que existen (…).2

En una lógica certera y atrevida, hay que decir que nadie exige del historiador, antropólogo, crítico de arte o arqueólogo que sea infalible, ni siquiera inmutable, sino lo contrario: versatilidad, criterio y grandes dosis de cultura humanística, que son, de alguna forma, requisito indispensable para un excelente relato histórico. En definitiva, un ejercicio disciplinado y riguroso de curiosidad histórica y discernimiento narrativo. Estas fueron las virtudes que significaron la actividad intelectual de Tibón, pero a partir de un criterio, ahora sí, irrepetible: la claridad y legibilidad expositivas. Es decir, el investigador e historiador aspiró a entramar un relato histórico asequible y vivo para el lector formado. La erudición suficiente y equilibradas dosis de amenidad, intriga y argumentación dan vida y gesto a cada uno de sus libros. Un maestro indiscutido, en suma, al que han admirado cientos de lectores no sólo en sus libros, sino también en su columna “Gog y Magog”, publicada durante casi cuarenta años en el periódico Excélsior, en sus “Diálogos radiofónicos” en la xew y en los programas de televisión al lado de Luis Spota. No fue un erudito acético ni un beligerante intérprete de tendencias históricas en uso. Entendió la Historia dentro de los límites de una tradición occidental de la que se absorbe los argumentos y la metodología. La pasión y el conocimiento erudito llevaron a Tibón a explorar no sólo cada rincón del mundo, sino en especial, los pequeños rincones de México, donde encontró muchos objetos de estudio. Para Tibón, el investigador es un creador de imágenes, y esas imágenes tienen una historia condensada a lo largo del tiempo. Su gran enseñanza se resuelve en el aprendizaje de la crítica, de

2 Muñoz, Miguel Ángel, Entrevista con Gutierre Tibón, Gaceta del Fondo de Cultura Económica, México, Marzo, 2002. Núm. 375, pp. 27 y 28.

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la memoria. El historiador propone distintos ángulos de visión que la tradición convierte en una mirada definida para un tiempo histórico determinado. La historia es así una propuesta de realidad verosímil y la verosimilitud la perfila el tiempo. La investigación, el descubrimiento de fuentes y la “certeza” es lo que hace enriquecer el discurso de un historiador. Para Tibón, el historiador ensaya soluciones desde y en una vieja tradición que también es doble; como él mismo explica en sus escritos, su experiencia está hecha del pasado, de la experiencia cotidiana y de su pasión indiscutible por la lectura. Gutierre Tibón observó, descubrió, interrogó y abrió un puente entre la historia, la ciencia, la lingüística y la filología. Descubrió el asombro perpetuo al encontrar nuevos caminos, cambios y acertijos. Su obra escrita, tensa, directa y sin condescendencias retóricas, mereció reconocimiento nacional e internacional. “Lo primero que atrae —dice Agustín Yáñez— la atención de las obras de Gutierre Tibón, es el conjunto de recursos, invisibles, con que logra sostener la amenidad al tratar temas de naturaleza difícil. El novelista esen­cial que alimenta a Gutierre Tibón ha dispuesto la sabiduría en cuestiones arduas al alcance del más elemental interés, al lector menos interesado en temas históricos o filológicos, hasta poner en el acento una vibración pasional y dejar en el curioso desaprensivo un rico caudal de conocimientos y de inquietudes.”3 Tibón marcó un camino a seguir como pocos lo han hecho durante la segunda mitad del siglo xx. Siempre más interesado por las ideas que por las teorías, jugó un papel primordial en la introducción de enfoques de gran novedad e interés historiográfico, y supo evitar los excesos de tanta historia escrita al calor de la crisis y la moda, que para bien y para mal, ha sacudido a la disciplina en las últimas tres décadas.

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Yáñez, Agustín, Gutierre Tibón, Revista Occiente, México, Junio, 1945.


En 1930 concibe la novedosa máquina de escribir portátil, convence a la empresa suiza E. Paillard & Cie de producirla y en 1932 crea la Hermes Baby, la máquina de escribir portátil más pequeña del mundo; en 1946 fue electo académico de número por la Academia Mexicana de Genealogía y Heráldica; en 1949 ganó la cátedra de filología comparada y alfabetolo­ gía en la Universidad Nacional Autónoma de México; en 1958 fue nombrado académico de número por la Academia Nacional de Ciencias y, en 1992, académico honorario de la Academia Mexicana de la Lengua. Entre los múltiples reconocimientos que recibió destacan: la Cruz al Mérito de la República Austriaca, en 1959; el Premio Internacional Alfonso Reyes, en 1988; Gran Oficial de la Orden al Mérito de la República Italiana, 1991 y la Medalla Ignacio Manuel Altamirano en 1999 (póstuma), entre muchos otros. Sin olvidar que en 1962 funda y publica los tres primeros tomos de la Enciclopedia de México. Gutierre Tibón era singular y apreciado de forma unánime por su agudeza inquisitiva. Bien dice el historiador francés Jacques Soustelle sobre Tibón que “con su erudición casi ilimitada de humanista curioso de todas las cosas, añade una nueva dimensión a todo lo que ha podido ser dicho o escrito sobre la historia del nombre de México, que ya había tentado la sagacidad de espíritus tales como Hermann Beyer y Alfonso Caso. Recurriendo a la etimología y a la lingüística comparativa, a la geografía y a la cosmología, Tibón hace surgir México -Tenochtitlán de esa palabra y ese giflo, por olas sucesivas, todo un universo: el mundo encantado del pensamiento indígena.” 4 Es justamente por eso que la historia del pasado conserva para Tibón una fascinación extraordinaria, pues la soledad histórica es imposible por estar poblada de fantasmas. Cada uno de sus libros ha supuesto una

Soustelle, Jacques, “Prólogo” en Historia del nombre y de la fundación de México, Fondo de Cultura Económica, México, 1980.

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variación certera en torno al tema fundamental de la fluctuante relación entre la historia y la sociedad que la produce, sostiene, niega o disimula de formas diversas. Su colosal obra, y a la vez su más acerada contribución, Historia del nombre y de la fundación de México (1975), y desde luego, sus aportaciones en libros como Pinotepa Nacional. Mixtecos, negros y triques (1961); Diccionario etimológico comparado de los apellidos españoles, hispanoamericanos y filipinos (1988), Prehistoria del alfabeto (1956) o la La ciudad de los hongos alucinantes (1983) son hallazgos del investigador difíciles de disolver en la “prosa del tiempo”. En todos estos temas delineó nuevas tendencias para la indagación crítica, recorridas después por un consolidado sector de la investigación en historia de las culturas y la lingüística. En momentos, la imaginación y la curiosidad de Tibón están gobernadas por el deseo de una sustancia de fluida sabiduría, de un asombro constante, que surca y depura en sus textos. En la La ciudad de los hongos alucinantes —cuyo registro fotográfico es de Walter Reuter—, Gutierre Tibón cuenta cómo llegó a la sierra mazateca en 1956, atraído por la existencia de un cierto lenguaje silbado entre los mazatecos, y al cabo de los años y de visitas ocasionales, recopiló una amplia información que reunió años después en su libro. En el capítulo “María Sabina, micología y mitología”, Tibón recuerda, breve, pero intensamente, su experiencia en la única velada que tuvo con María Sabina en esos años: Tuve la suerte de ser el primero que escribió sobre esta mujer humilde y maravillosa. En 1956, hace diecinueve años, su nombre figuró en letras de molde en la página editorial de un diario de México. Después de una velada en la oscuridad —durante la cual María Sabina, atraída telepáticamente por mi angustia, me dio consuelo y me reintegró al calor de la vida— tengo con ella un lazo afectivo que no vacilo en llamar filial. No pude nunca hablar con ella porque desconoce el castellano; pero la mañana después de la velada subí hasta su choza —una hora de subida empinada desde Huautla— para besar su mano y mojarla con incontenibles lágrimas (esta actitud mía hacia María Sabina, que persiste en el recuerdo pese

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a los años transcurridos, no obedece a mi raciocinio habitual, sino a la perturbación emocional provocada por los hongos).5

Gutierre Tibón se interrogó acerca de los entornos y de sus secretos, cualquiera que sea su entidad y carácter, y les dio forma para que sus lectores los descubrieran. Atmósferas rurales, paisajísticas, antropológicas, filológicas. Dentro de estos ejercicios históricos, se producen cruces y desilusiones. Tibón demarca el espacio eludido, dentro de él todo es aprendizaje y reflexión. Ese pequeño efecto de vastedad envuelve finalmente cada uno de sus libros, fruto de la experiencia intensa y desolada de la intimidad. Tibón dejó sus trabajos abiertos a continuas interpretaciones liberadas de formalismos rígidos, esteticismos de todo orden o juegos de retórica, de manera que cada libro se convierte en un genuino juego intelectual entre las partes de un todo. No hay un investigador o lingüista que haya identificado un recorrido tan estrechamente entrelazado con los cambios históricos de México. El desmoronamiento de las culturas populares, los cambios regionales y la pérdida de identidad de los pueblos antiguos han sido intensamente vaticinados en la biografía y trabajos de Tibón. Su realismo escéptico, capaz de reconocer el carácter frágil de las invenciones y conquistas de la humanidad, constituye un medio primordial de su búsqueda de identificación, mediante la historia, la antropología y la lingüística. Sus libros y artículos periodísticos son, sin duda, laboratorios de ideas, lugares de reflexión y pesquisa, espacios dónde cuestionar y confrontar las convenciones de lo que llamamos Historia. Desde su llegada a México, en 1940, Tibón se consagró por completo a la investigación científica y, desde

Tibón, Gutierre, La ciudad de los hongos alucinógenos, Editorial Panorama, México, 1985, p. 159. 5

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luego, a la difusión de la cultura mexicana, antigua y contemporánea. Su relación constante con el historiador francés Jacques Soustelle le ayudó a afilar un utillaje crítico siempre más formalista que descriptivo. México le descubrió las múltiples miradas de cada rincón del país, el respeto y rescate de cada tradición. “Durante muchos años —decía Tibón— descubrí el mundo de sensaciones que me avasalló al viajar por México, alternar con gente nueva, atisbar todo con ojos nuevos. Tengo el don del asombro que siempre se renueva; a veces logro atar cabos sueltos que me permiten penetrar más hondamente en los secretos del pasado. Amo el universo que me rodea y a mi prójimo, máxime a la gente humilde y a los seres pensantes que encuentro en mi camino”.6 Pero resulta todavía más decisiva la conversión del historiador al divulgador, entendido como la norma de comprender la historia y su complejidad; es decir, forjada desde el tiempo de la narración popular y distanciada del referencialismo histórico tradicional. Sus libros Pinotepa Nacional y Olinalá constituyen sus primeras apuestas fuertes al rescatar la historia y tradiciones de dos pueblos mexicanos. Ciencia, arte, religión, procedimientos políticos y sociales que se proyectan desde México y sus rincones, son un conjunto para Tibón, diferentes, nuevos, en una palabra, propios del ser mexicano y de sus habitantes, los “americanos criollos”, como le gustaba llamarlos. El afán nacionalista de Tibón no es resultado de un capricho individual, sino la consecuencia histórica de un proceso de integración que se dio al poner en contacto dos culturas diferentes: Occidente y América, en el que los vencedores marcaron la visión histórica; no obstante, Tibón luchó contra las formas anquilosadas de la concepción del mundo, de la historia y de

6 Muñoz, Miguel Ángel, Gutierre Tibón. Lo exraño y lo maravilloso, Dirección General de Publicaciones, Conaculta, México, 2009.


la ciencia. Tibón hizo suya una frase de Italo Calvino: “espero que mis lectores descubran en mis libros algo desconocido para mí, aunque sólo puedo esperarlo de aquellos deseosos de leer algo que sea también desconocido para ellos”. Ese es uno de los desafíos que supo atrapar con lucidez, pues la mirada de Tibón es penetrante, difícilmente clasificable por su fuerza personal y su intransferible manera de captar las realidades más diversas. Así pudo conjugar la historia, la literatura, la filología y las tradiciones orales para configurar un panorama crítico de la vida cotidiana, cultural y social de un México todavía desconocido. Tibón configuró una investigación “antropológica” en las primeras décadas del siglo xx, que aun sigue conmoviéndonos y despertando las preguntas de una razón siempre insuficiente ante las cuestiones de pobreza extrema, de inseguridad social, de falta de educación, y desde luego, de la falta de atención a las comunidades indígenas, que sigue siendo un lastre para la historia de México. Quizá convenga apelar con modestia a una persistente tradición moderna que arranca de la crítica histórica del pasado, de sus modos de orientación escrita y representativa, que propone una nueva fundamentación imaginativa basada en el único principio que escapa a la crítica, puesto que se confunde con ella: el cambio, la historia. Una historia negativa —por llamarla de algún modo— que vaya más allá del imaginario y se instale en la pluralidad normativa para establecer una relación de diálogo con aquellos modelos formales todavía capaces de generar respuestas históricas activas. Frente a las tentativas anacrónicas de repetir las formas culturales del pasado, con mayor o menor astucia, Walter Benjamin sugería que “la historia debe trabajar con los materiales de que dispone”, y hablaba en plena crisis de Weimar, cuando la cultura de masas empezaba a desdibujar el egoísmo estético romántico. ¿Una cultura al margen de la historia? Tampoco es eso. Creer en la historia significa apostar por la creatividad y la innovación, un buen desafío para

nuestra sensibilidad tal vez un poco abrumada de memoria. Es imprescindible releer algunos de los libros, ensayos, textos periodísticos, crónicas y reportajes de Gutierre Tibón —celoso guardián de la integridad de la memoria mexicana, de un pasado que hemos poco a poco recuperado— que tanta historia y memoria logran rescatar para preservar el pasado mexicano, que hoy día tanta falta nos hace. Gutierre Tibón nos exige que nos mantengamos atentos a las lecciones del pasado y a los enigmas del presente. Un personaje, pues, de excepción, duro, difícil de entender y redescubrir sus temas de investigación, pero que supo siempre mantener la ilusión por lo que él llamaba el desafío de “descubrir” temas únicos en la historiografía contemporánea.

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El encanto

del pensamiento Eduardo Matos Moctezuma

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Hombre excepcional, Gutierre Tibón reunía diversos atributos que lo caracterizaban como persona de gran saber y atildada escritura. Su profundo conocimiento de las diversas ramas de la cultura y de la ciencia lo convertía en una enciclopiedia inagotable que tomaba forma a través de sus libros o de su conversación. Muchas de sus obras están ahí para atestiguarlo. No pocas páginas dejó sobre el mundo prehispánico. Recuerdo cómo en 1967 se publicó, por parte del inah, su libro Mujeres y diosas de México, que me impactó por la manera de tratar el tema. Pero lo que llama la atención es la erudición que muestra en sus distintos trabajos. Lo mismo trataba de los mitos que las realidades del México prehispánico. Con igual conocimiento nos decía de la peregrinación mexica que de la legendaria Aztlán. Con profundidad admirable se metía en los vericuetos de la lingüística que en los escritos de los cronistas. Es difícil poder abarcar todos los campos que Gutierre conocía. Uno de sus libros ha sido, quizá, de los más leídos: Historia del nombre y de la fundación de México (fce, 1975) y reimpreso en muchas ocasiones. En él vemos lo antes dicho: conocimiento de fuentes históricas y de la arqueología, rigor en el análisis del tema y resultados sorprendentes. De este libro ha dicho Jacques Soustelle: Gutierre Tibón analiza las sutiles correspondencias que enlazan, en la visión del mundo de los antiguos mexicanos, a la Tierra con la Luna, el agua, la abundante vegetación, la fecundidad y los “cuatrocientos conejos”, pequeños dioses de los banquetes rústicos, de la bebida y de la ebriedad. Los nombres desempeñan su papel en estas representaciones complejas. La cifra cinco expresa las direcciones del mundo, multiplica las lunas, rige a las divinidades femeninas. Ha habido cuatro universos antes de nosotros, el nuestro es el “quinto sol”. El método utilizado brillantemente por Gutierre Tibón consiste en juntar los datos contenidos en los relatos míticos o históricos, las observaciones Texto leído en el homenaje a Gutierre Tibón por la entrega de la Medalla Ignacio Manuel Altamirano por parte de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística.

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etnográficas, los manuscritos pintados y los bajorrelieves, de modo que se pueda reconstruir, a la ma­nera de un mosaico o de un rompecabezas, las nociones autóctonas.

No quiero hablar mucho de los datos biográficos de nuestro homenajeado. Sólo deseo recordar sus cualidades como maestro universitario que le valieron, junto con su obra, el doctorado Honoris Causa de la unam. Llegado a México hace ya muchos años a instancias de Isidro Fabela, Gutierre Tibón se enamoró de esta tierra. La conoció profundamente e hizo de ella su patria sin olvidar a su natal Italia. Quiero leer una parte del pensamiento de don Isidro, cuando a los veinticinco años de estancia en México se publicó una antología de la obra de Gutierre en la que le correspondió escribir el prólogo de la misma: Loado sea Gutierre, éste de los actuales Tibones, por haber decidido a iluminar nuestros espíritus con el suyo, que es de brillantez excepcional. Y que deje sus “huesos en México”, porque ese abono alimentará y conservará la flor exquisita de una mente flameante que atrae, enseña, seduce. Sus pláticas amenas tienen unas veces sabor renacentista, otras nos interesan por su viejo clasicismo doctoral y su genuino sentido romántico; y todas por sus certeros juicios, nacidos de las sabidurías de alguien que mucho ha viajado por el mundo, que muy bien conoce el libro que es el mejor de los libros, la naturaleza; de alguien que ha visto, oído, analizado todo lo que está a su alcance: cosas, ciencias, artes, costumbres y lo más atractivo de estudiar en sus trasfondos, los seres humanos, que siempre son distintos entre sí, y en cada uno de los cuales, Gutierre suele encontrar el encanto de un pensamiento o de las facetas, pulidas o no, del diamante que es la riqueza espiritual.

Poco hay que agregar ante lo dicho. La figura y la presencia de Gutierre Tibón perduran en el tiempo. ¡Cómo hace falta en esta época en que se pierden los más entrañables valores humanos, la siempre clara palabra de personas como él! Justo es el homenaje por su obra; sincero, nuestro agradecimiento por la misma.

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Vástago

de sabios medievales1 José Luis Martínez

Hace ya medio siglo, Isidro Fabela conoció en Ginebra a un joven milanés, Gutierre Tibón, y logró persuadirlo de que viniera a México para realizar aquí los estudios históricos y filológicos que proyectaba; Gutierre llegó con un singular prestigio. Gracias a sus ideas y a sus diseños, el mundo se libró de aquellas bromosas máquinas de escribir de los primeros tiempos, y los industriales suizos comenzaron a producir las portátiles Hermes Bady. He tenido en mis manos una de estas máquinas, quizá su arquetipo, que conserva su creador, y cuyas regalías le permitieron vivir con desahogo en sus primeros años en México. Nada más apropiado que quien había contribuido a aligerar la escritura viviera de ello para seguir escribiendo. No logro precisar cuándo lo conocí y comenzamos a ser amigos. Aunque allá por los años cincuenta compartimos la pequeña de Euclides, Max Aub, los Tibón y mi familia. Para entonces ya tenía noticias de él por sus artículos, llamados “Gog y Magog”, del periódico Excélsior, en los que aparecían tantos temas interesantes. El hecho es que los encuen­tros personales con Gutierre o con sus escritos siempre me enseñaron algo inesperado, una nueva visión de múltiples temas, a la vez sabia y sonriente. He aquí una muestra. En un artículo de 1971, sobre “Cadmo y un poema de Octavio Paz”, Gutierre Tibón nos reveló ricas alusiones implícitas en el poema “Virgen” de nuestro poeta, en el cual subyace el mito de Cadmo, quien había creado el alfabeto griego mediante la siembra de los dientes del dragón derrotado, mito mezclado con

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Discurso pronunciado en la entrega del Premio Internacional Alfonso Reyes, México, 22 de julio de 1988.

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otros griegos y mexicanos. ¿Hasta dónde fue adivinación y hasta dónde recreación consciente de mitologías lo que hizo Paz en este luminoso poema de 1944? De revelaciones tan penetrantes como las que acabo de abreviar están llenos los libros de Gutierre Tibón. En la Historia del nombre y de la fundación de México (1975), rastrea setenta versiones del significado esotérico y literal del nombre de nuestro país. Y en sus dos sugestivos estudios sobre El ombligo como centro cósmico y como centro erótico (1984), en La tríade prenatal (1981) y en Los trece cielos y Las trece aventuras del cuerpo humano (inédito como libro, se publicó en Excélsior, de septiembre a diciembre de 1974), hay interpretaciones muy agudas de ideas de la cultura universal o de antiguos mexicanos acerca de estos temas. En otros campos Gutierre Tibón ha realizado sapientes y amenas investigaciones sobre el origen histórico y las transformaciones de nuestros nombres y apellidos, así como en las huellas de México que ha encontrado en los extremos del mundo. La intención de los estudios mencionados en segundo lugar fue, según dice su autor, “demostrar que a través del lazo imponderable de los apellidos comunes, los hispanohablantes formamos una sola, gran familia, con las consecutivas culturales, políticas y económicas que dimanan de esta unidad onomástica”. Ya sea por sus estudios antropológicos, filológicos o relatos y observaciones de viajes, la peculiaridad de Gutierre Tibón es la versatilidad, y algo como el paladeo sensual de sus temas, que lo apartan de la rigidez técnica para ganar levedad y humor. No siempre comparto las

exégesis esotéricas, a las que él suele aficionarse, pero siempre disfruto el revoloteo de su inteligencia y la riqueza casi infinita de sus lenguas y saberes. Aún más que sus escritos, si esto es posible, es encantador el trato con su persona. Recibir sus regalos, conmovedores por su delicadeza e imaginación. Comer en su casa de Cuernavaca raros hongos, guisos de flores y buenas pastas de su primera tierra es sorprendente. Visitar su biblioteca, su colección arqueológica, los tesoros impresos y, de lejos, esa Enciclopedia de las enciclopedias, que nunca me di tiempo de averiguar en qué consiste, y sigue siendo un misterio para mí; verlo nadar y hacer el loto, a sus juveniles tantos años, y sobre to­do conversar con él para escuchar cómo todo lo aclara, con esa sonrisa que parece inherente a su naturaleza, son fiestas que añoro. Cuando le di mi Mundo antiguo, Gutierre encontró que incluía una carta de Maimónides, del año 1198, dirigida a su traductor hebreo y amigo Samuel Aben­ tiffón, y me dijo jubiloso que éste era su antepasado. En efecto, es “vástago de una familia de sabios medievales de España, los Tibónidas de Granada”. Con razón. Porque este sabio sonriente, de estirpe de sabios, ha estudiado con amor tantas cosas del mundo y de México, sobre todo del pasado y el presente indígenas; y porque Alfonso Reyes lo llamó “incansable y delicioso buceador”, y tiene en común con nuestro humanista la curiosidad intelectual nunca saciada y el gusto por la ligereza informal en homenaje a la obra y a los años de Gutierre Tibón, le ha sido discernido el Premio Internacional Alfonso reyes, correspondiente a 1987.

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ménadesymeninas

Antonio Suárez: el ojo mágico

Mario Saavedra La primera condición del realismo mágico, como su nombre lo indica, es que sea un hecho rigurosamente cierto que, sin embargo, parece fantástico. Gabriel García Márquez

He seguido de cerca, desde hace más de dos décadas, la carrera del artista plástico michoacano Antonio Suárez (Mil Cumbres, 1943), quien inició sus estudios de pintura en La Esmeralda en 1962 y los complementó durante una larga estancia en diversos países de Europa. Creador admirado por su talento y su oficio, por su ejemplar vocación, por su notable maestría en el manejo de los más diversos materiales y técnicas, su obra ha recorrido México, los Estados Unidos y varias naciones del viejo continente. De producción abundante y con innumerables exposiciones colectivas e individuales dentro y fuera del país, su multicolor y seductora expresión plástica ha construido una poética que se define esencialmente por sus desbordados afluentes mágicos y oníricos, mediante un estilo que la crítica Bertha Taracena ha ubicado —en El realismo fantástico de Antonio Suárez, 1991— dentro de la escuela europea documentada por André Breton, si bien siempre lo he sentido más cercano, por cauce natural, al llamado “realismo maravilloso” que el cubano y universal Alejo Carpentier reconoció como sólo acorde al cruce irrepetible de nuestra realidad y nuestro imaginario latinoamericanos. Él mismo lo definiría meridianamente en el prólogo a su medular novela El reino de este mundo. Importantes exposiciones suyas como “Delicias caribeñas” han constatado varios de los atributos que mejor identifican la poética de este notable artista de mil batallas, quien como pocos logra dialogar —en una de las tantas vertientes que pueblan sus inagotables creatividad e inventiva— con esa fuente ilimitada de temas y cauces de expresión que suelen fluir a borbotones de la propia naturaleza. Afluente y cúmulo infinito de la creación que en ella se expresa sin tregua, como bien lo han defi­nido los panteístas, este dotado hacedor de universos y mundos alternos ha encontrado aquí terreno propicio para que su irrefrenable imaginación y su en él natural

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SandĂ­a Lagunera, oleo sobre tela, 60x80 cms., 1990

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veta poética reconozcan un hábitat original de resonancia, mediante técnicas como el óleo y la acuarela en las cuales ha sido maestro y gran exponente. En su multiplicada y multitonal obra se refleja un universo igualmente inagotable de revelaciones, frente a los ojos atónitos de un artista que sueña despierto y cuyos sentidos atentos son una amplia ventana que generosamente se abre a la conquista de un espectador sensible y conmovido por la mano milagrosa de una especie de mago/alquimista/prestidigitador. Antonio Suárez se instaura ya entonces como reinventor de un universo que en sus diestras manos recobra su nitidez y su fuerza primigenias, porque el artista es dios que vuelve al orden —es decir, al equilibrio— lo que se ha hecho caos y barbarie. Dentro de

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una tradición plástica que vuelve a la forma y el color originarios cuanto se ha diluido tras los sentidos atrofiados de una humanidad cada día más ciega al canto de las sirenas —parafraseando al propio Homero—, el microcosmos de este gran artista nos permite reencontrarnos con una naturaleza que pareciera haberse desdibujado bajo el peso avasallante de la monótona cotidiani­dad, bajo el ensordecedor atropello de un mundanal ruido ensimismado en su más anodina ambición. Pero el verdadero artista redimensiona ese mundo del que se nutren su sensibilidad a flor de piel y su genio expresivo, en la medida en que sus propios subrayados o apuntes personales, que son al fin de cuenta lo que identifican su personalidad y su lenguaje estéticos, se erigen como esa sustancia capital del arte que nos impulsa a volver a ponerle atención y dialogar de cerca con lo que es verdaderamente trascendental, en comunión otra vez con lo esencial del ser, de la naturaleza, de la vida, de la propia existencia. El arte de verdad, resumiendo a Nietzsche, nos reconcilia con aquello que de verdad importa, permanece e inquieta, incomoda y fascina. Pero al hablar de Antonio Suárez también nos impone hacerlo del no menos dotado e impecable gran artista de los trazos primarios, es decir, de quien en otras celebradas muestras suyas nos ha demostrado además su mano de dibujante, en un difícil arte en el cual no todos los creadores plásticos —inclusive muchos otros destacados y de reconocido prestigio— han conseguido moverse con similar fortuna. Conforme en su largo y ejemplar periplo ha mostrado manifestarse con sobrada solvencia en muy diversas artes y técnicas, en una apertura de registros que hace de su obra un compendio inacabado de sorpresas y revelaciones (inclusive en las artes escénicas donde su talento se ha desarrollado con similar generosidad), se trata también aquí de un maestro en esta especialidad en la que debiera formarse de base todo artista plástico. Donde el trazo y el color vuelven a hacerse patentes casi como un milagro: el del arte que


Huida en invierno, gouache sobre cartulina, 25x28 cms., 1971

nombra cuanto existe y con ello le da un sentido superior al que tiene (el verdadero sentido potencializador de la creación del que hablaba Gauguin), Antonio Suárez nos lleva ahora por otra vía más intimista pero no menos expresiva a reconocer aquellos instantes maravillosos de la naturaleza que sólo el artista de verdad logra mantener para la eternidad de nuestros sentidos asombrados. Como destino, la mirada atónita de quien todavía se da la oportunidad de conmoverse, de asombrarse sin restricciones —el espectador que se permite otra vez ser niño, porque en ese estado de insólita fragilidad puede descubrir lo insospechado—, con el arte en su máxima expresión. Ya sea en el óleo o en la acuarela o en el lápiz, Antonio Suárez nos sorprende siempre con diversidad de matices y de tonalidades, por emociones distintas que suscita, por su manera tan personal de abordar las magias múltiples de nuestro rico y contrastante patrimonio tanto natural como cultural. En su celebrada exposición “Suárez a lápiz”, sobresalía el igualmente valioso y sugestivo retratista, el colorista que en su no

menos extensa paleta del lápiz nos evidencia que sólo en el terreno del arte no hay imposibles. Naturalezas muertas, paisajes, rostros, fachadas, seres mágicos, entre otros temas que pueblan la obra de este creador, hacen de su universo un gozoso e inagotable compendio donde los sentidos, la imaginación y el oficio de Antonio Suárez nos constatan que no hay técnicas ni materiales de primero o segundo orden, sino artistas extensos o limitados, profundos o superficiales, trascendentes o pasajeros. Su aporte a la plástica mexicana, en este sentido, tendrá que ganar con el tiempo un justo reconocimiento que la propia sencillez del artista ha contribuido a mantener más bien al margen de la parafernalia mediática, de aquella crítica sólo atenta ya sea al cauce marchantista o a la mera reproducción de juicios gastados y lugares comunes A sus 71 años de edad, y después de haberlo pintado casi todo, la obra poética de Antonio Suárez constituye un espacio de auténtico remanso en medio de un universo plástico cada vez más proclive a la pompa y la improvisación, al desplante egocéntrico y la artimaña engañosa.

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El libro desde el cuerpo: La Dï ére An si aïs s E Ab dito reu ria y E l. En m tre ilia vi no sta Ál co va n re z Marcela Meléndez Muñoz

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¿Cuándo se crea La Dïéresis y cuál es su propuesta? La editorial se creó en 2009. La idea era hacer del libro algo que tuviera una conexión directa con su contenido, jugar y explotar lo que está dentro, tratar de llevarlo a la forma, que tuviera un vínculo más estrecho y significativo. Creemos que eso ofrece posibilidades de lectura valiosas que, además, rescatan valores que los libros como objeto pueden aportar. Las nuevas tecnologías como el Kindle son una propuesta espléndida que nos permite andar con la biblioteca para todas partes; pero también está el rescatar, exaltar y hacerle un homenaje al libro como objeto, siempre cuidando el contenido. ¿En qué momento se reunieron para crear una editorial artesanal? En 2007 había tomado una serie de cursos de encuadernación para hacer libretas donde pudiera escribir, pero en uno de estos cursos, el trabajo final era hacer un libro de artista, una edición única, y cuando terminé el libro —que ahora no me gusta pero que cosí con mi cabello— me sentí empoderada con la posibilidad de tener las herramientas en mis manos para crear libros. Fue un proceso de años. Pensé: “quiero dedicarme a hacer libros y a aprender a hacerlos”. Hay que saber muchas técni­cas de encuadernación, cosas de edición, y en eso hemos estado, en el aprendizaje de lo que implica hacer libros artesanales. ¿Influyó en ustedes el hecho de que ambos escriben para crear la editorial? Sí, creemos que quienes escriben tienen un amor muy particular por los libros, y nuestro amor por los libros viene porque somos lectores y porque escribimos. El catálogo de la editorial está formado por lo que nos gusta, no tenemos colecciones en las que se proponga un tema en común o un estilo o género, esa libertad tiene que ver mucho con el proceso creativo.

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Yo he escuchado varias veces que entre los editores hay muchos escritores frustrados. Aunque cada vez veo en editoriales jóvenes, a las que llaman independientes, varios escritores muy talentosos. Creo que al ser escritor hay un cuidado especial con la edición y con el autor de cada libro, pensando en cómo le gustaría que a uno lo editaran. ¿Cómo defines una editorial artesanal? Es una editorial cuyo proceso de encuadernación o producción de libros es elaborado en forma manual. Nuestra impresión no es artesanal, pero hay editoriales que son artesanales principalmente por su impresión. Por ejemplo, Taller Ditoria trabaja con tipos móviles. Nosotros tenemos el interés de trabajar con esos tipos porque así ya sería un objeto totalmente artesanal, que es lo que queremos. En nuestro caso, sólo la impresión no es artesanal, el resto sí es manual. ¿Con las nuevas tecnologías, específicamente los libros digitales, leen menos los mexicanos? México es un país en donde se lee muy poco; si consideramos el número de habitantes, el promedio es muy bajo. El acceso avasallador a la información que existe tiene muchas virtudes, pero debemos ser cuidadosos porque tiene también muchas desventajas. No sé si hace que se lea menos, pero sí que compren menos libros, porque con las nuevas tecnologías la gente puede descargar libros gratuitos. A juicio de ustedes, ¿se pierde la mística con los libros en línea? Una de las cosas que más me gusta, y creo que lo aprendí de mi padre, es oler el libro que compro. Amo tener la sensación de oler un libro, es una especie de culto, algo que disfruto, pero también tengo mi Kindle que me permite llevar muchos libros sin cargarlos. El contacto con los libros electrónicos es más intelectual, en cambio con

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los libros físicos es un tanto más sensual, es desde el cuerpo. Se pierden y se ganan cosas cuando se hace una edición digital, se le puede sacar mucho más jugo. Un libro como objeto físico no lo permite tan fácilmente. Hay que tener cuidado al declarar que el libro como objeto está muerto o que el libro electrónico es la revolución de la lectura. Nosotros hacemos la declaración que el libro como objeto no está muerto y todavía tiene muchas cosas que ofrecer. ¿Qué es más atractivo para un escritor, publicar en papel o en formato digital? A mí me entusiasmaría más tener un libro impreso, porque el libro físico tiene un valor más emocional o incluso espiritual. Creemos que es más fácil aprehender la existencia de un libro físico que de uno electrónico. Tal vez se ha sobrevalorado la capacidad de la Internet de llegar a más personas, el número de visitas a un sitio no te garantiza que las personas que entraron lo hayan leído. No es lo mismo dar un click y tener el libro que ir a la librería, ver el libro y decir “voy a comprarlo porque me interesa lo que me propone el autor”. ¿Cómo es el mercado en México para las editoriales independientes? Es muy difícil. La mayoría de las editoriales independientes dependemos de las ferias del libro, esos espacios donde la mayoría de las editoriales independientes son pequeñas y los editores son los que generalmente están ahí vendiendo sus libros. Si metemos nuestros libros en las librerías, éstas se quedan con un porcentaje altísimo, entonces el margen de ganancia se reduce. Y para las editoriales independientes que con trabajo so­breviven, y para nosotros, que además somos independientes y artesanales, es aún peor, no pode­mos vender el libro a menos del precio que nos costó editarlo porque ya no sería rentable. Por fortuna, estamos en sitios donde no se maltratan nuestros libros. Por alguna razón nos han consentido porque los tienen en vitrinas. Por ejemplo, están en el Museo del Chopo, en una galería de arte que se llama La Miscelánea. En estos lugares reciben el cuidado que requieren nuestros libros y que en librerías no recibirían.

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¿Cómo difunden su editorial artesanal? Nuestra editorial la difundimos por las redes sociales, donde cada vez que se hace una edición la subimos. También vamos a ferias, no a todas porque hay algunas que son de saldos y de descuentos, pero hay una que se hace en el museo Carrillo Gil o la Feria de Ediciones Contemporáneas, en donde asisten editoriales independientes con una propuesta novedosa. Cada vez tenemos más interés de entrar a galerías de museos donde se pueda exhibir nuestro trabajo de manera más segura. Ahora probablemente nos comience a representar en Estados Unidos una galería ambulante de arte que nos ayudará a encontrar gente y espacios para difundir nuestro trabajo. Conforme pasa el tiempo, vamos construyendo nuestros espacios de venta o de promoción, porque el mundo de los libros no está construido para nuestro trabajo. Estamos construyendo lo que nosotros necesitamos para vender nuestros libros, qué nos conviene y qué no. ¿Qué tipo de materiales utilizan en la edición de sus libros? Tratamos de utilizar papeles de muy buena calidad, muchos de ellos artesanales, libres de ácidos, papeles hindúes, italianos, estadounidenses, mexicanos; tela de encuadernación holandesa, piel, gamuza, hilo de cáñamo, cartón, pegamento, tintas para hacer sellos, instrumentos de encuadernación, prensas, plegaderas, tijeras. Los compramos en México aunque algunos no son mexicanos. ¿Cómo se proyectan de aquí a cinco años? Nos encantaría seguir con nuestro taller, tener más gente, porque en este momento somos Emiliano Álvarez, Sandybel Pasteur Valdespino, que nos ayuda a encuadernar, y yo, Anaïs Abreu. Nos gustaría tener un equipo más grande porque es mucho trabajo, esto nos permitiría

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sacar más libros. Lo que queremos hacer es una especie de galería-librería de libro de artista y de ediciones artesanales para su venta o exhibición. Hemos viajado fuera del Distrito Federal, y en cinco años nos gustaría tener una proyección internacional. No hemos salido de México, pero lo queremos hacer porque nos he­mos dado cuenta que la recepción de nuestro trabajo por extranjeros es muy buena. Ellos piensan que son baratos, pero acá creen que son caros. En Estados Unidos se encuentran nuestros libros en bibliotecas en Nueva York y en Carolina del Norte. ¿A qué se debe la proliferación de editoriales independientes en México? A una inquietud intelectual de gente que no está del todo satisfecha con el mercado editorial que hay ni con el mercado editorial que exponen las librerías, entonces hay que buscar otras posibilidades de edición. La mayoría es gente que ama la literatura, que está buscando la manera de introducir y rescatar cosas en México que de otra forma sería difícil conocer. ¿Creen que el principal problema de muchas editoriales independientes es la distribución de sus libros? Sí, las librerías son un negocio, y las editoriales independientes no están destinadas a hacerles competencia, no tienen un lugar tan privilegiado dentro de las librerías y cuando lo llegan a tener, no venden lo suficiente para mantenerse. Hay gente que jamás se va a parar por la carpa de las editoriales independientes, hay un prejuicio, porque existen editoriales independien­tes que aman el objeto libro y otras no. También sucede que entrar a una librería es perder mucho el valor final del libro, porque pasa por una cadena que involucra un distribuidor. En una editorial donde los libros son muy baratos, al final el dinero que ganan no les favorece.


Columna de la independencia en 1928. (Fotografía: Gamma-Keystone via Getty Images)

Juárez sin Reforma Jorge Vázquez Ángeles

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Como todo hombre que se precie de serlo, Porfirio Díaz se dio tiempo para tener un hijo (en realidad tuvo tres), sembrar un árbol —un ahuehuete de nombre “Juárez” aún en pie— y aunque propiamente no escribió un libro, con la conclusión del Paseo de la Reforma cumplió el sueño liberal de plasmar la historia de México en estatuas y glorietas a lo largo de una avenida de poco más de tres y medio kilómetros. La intención era que a ojos de toda la gente quedara constancia de los personajes que forjaron la nación. En esta historia existen ironías, inconsistencias y estatuas que cambian de lugar una y otra vez. Para empezar, la celebración de la Reforma, así como el homenaje a los héroes de la independencia lleva la marca del Segundo Imperio Mexicano. De acuerdo con Carlos Martínez Assad,1 menos de un mes después de su llegada a México, Maximiliano de Habsburgo, un empedernido amante de las esculturas, ordenó que se construyera una columna en la Plaza Mayor para honrar a los héroes de la Independencia. En la base se colocarían las estatuas de Hidalgo, Morelos, Iturbide y un cuarto héroe que se incorporó al listado un año después: Vicente Guerrero. “En el fuste de la columna irían escritos con letras de bronce dorado los nombres de los demás caudillos insurgentes. La columna estaría coronada por una escultura en bronce que representaría a la nación”.2 Hacia el 16 de septiembre de 1864 se colocó la primera piedra, bajo la mirada de la emperatriz Carlota en representación de su marido que había viajado a Dolores, Guanajuato, a encabezar la ceremonia oficial. Del proyecto, como es sabido, sólo se construyó un basamento que dio pie a la gente para referirse a la plaza mayor como “el zócalo”, denominación aún vigente. Incluso la plaza más importante de México, la plaza de la Constitución, huele a Maximiliano. Al mismo tiempo, el emperador solicitó al ingeniero Juan Agea el trazo de un paseo que comunicara el bosque de Chapultepec con Palacio Nacional. Atravesando los terrenos de familias como Martínez de la Torre y Somera, el eje remataría en la estatua ecuestre de Carlos IV, que tras haber permanecido oculta en el patio de la antigua universidad, había vuelto a cabalgar en el Paseo de Bucareli en 1852. El segundo emperador mexicano no sólo pretendía que su esposa lo viera llegar desde el mirador del castillo. En política, la forma es fondo. Simbólicamente, Maximiliano pretendía establecer una línea, una relación con Carlos IV, un monarca ilustrado como él. Incluso “El Caballito”, hacia 1865, fue removido unos cuantos metros para hacerlo coincidir con el centro de la glorieta en la que confluirían el Paseo del Emperador, Bucareli y una tercera avenida.3

Martínez Assad, Carlos, La patria en el Paseo de la Reforma, fce, página 25. Íbidem. 3 Moya Gutiérrez, Arnaldo, Arquitectura, historia y poder bajo el régimen de Porfirio Díaz. Ciudad de México, 1 2

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Con la república restaurada, a Benito Juárez el paseo le mereció poco menos que indiferencia. Le cambió el nombre a Calzada Degollado, en recuerdo del fiel y no siempre victorioso general Santos Degollado, el “héroe de las mil derrotas”, a quien el homenaje le duró poco. A la muerte de Juárez en 1872, la avenida se convirtió, definitivamente, en Paseo de la Reforma. Sebastián Lerdo de Tejada ordenó que fueran sembrados fresnos y eucaliptos, y mediante la gestión de su ministro de Fomento, Colonización, Industria y Comercio, Vicente Riva Palacio, nieto de Vicente Guerrero, se empezó a dar forma a la avenida. Mariano Riva Palacio, su padre, fue abogado defensor de Maximiliano en Querétaro. Entre 1876 y 1880, Riva Palacio “se embarcó en un ambicioso programa de embellecimiento de la ciudad de México en general y del paseo de la Reforma en particular.”4 Los liberales emplearían la misma fórmula que Maximiliano: conformar una galería de persona­jes que en el discurso oficial aparecieran como parientes lejanos con lazos y vínculos en común. El eje Cuauhtémoc-Hidalgo-Juárez poco a poco se fue perfilando. En 1878, Riva Palacio mandó fundir dos estatuas de 5.90 metros de alto, Izcóatl y Ahuízotl, que fueron colocadas muy cerca del Caballito. Como ya había pasado con otras estatuas, como la de Morelos (inaugurada por Maximiliano) que de la plaza Guardiola fue enviada a las inmediaciones de Tepito donde todavía subsiste, a la gente acomodada que vivía a lo largo de Reforma las estatuas les parecían tan desagradables que pidieron su reubicación. En 1898 fueron llevadas al Canal de la Viga. El primer monumento del paseo fue el dedicado a Cristóbal Colón. ¿De quién había sido la idea? De Maximiliano. La obra fue pagada por Antonio Escandón, empresario ferrocarrilero, quien encargó la estatua

1876-1911, conaculta, pág. 186. 4 Ídem, pág. 195.

al escultor francés Carlos Cordier en 1873. Un maestro de la Academia de San Carlos, el señor Bogolli, decía que la cabeza del genovés “tiene el tipo vulgar de un obrero francés […], más que esfera terrestre [el globo terráqueo], parece una pelota de hule para el juego de raqueta”.5 Por razones burocráticas, la estatua, una vez enviada desde Francia, estuvo embodegada en la aduana de Veracruz cerca de dos años, hasta que Riva Palacio intervino para zanjar el asunto. El monumento se inauguró en junio de 1877. Después, un decreto estableció que las tres glorietas restantes se dedicarían a Cuauhtémoc y los defensores de México-Tenochtitlán; a los héroes de la Independencia y a Benito Juárez. La primera piedra del monumento a Cuauhtémoc fue colocada en una fecha muy especial para Porfirio Díaz, el 5 de mayo de 1878, conmemoración de la Batalla de Puebla, que desde ese momento fue impulsada como fiesta nacional. Posteriormente se construyó la columna de la Independencia, no sin ciertos imprevistos, obra del arquitecto Antonio Rivas Mercado, inaugurada durante las fiestas del Centenario en septiembre de 1910. Además de las glorietas con monumentos, de acuerdo con Arnaldo Moya, la paternidad de la “estatuaria cívica” a lo largo de la avenida es, de nueva cuenta, de Maximiliano, quien con el ánimo de aliviar las tensiones entre liberales y conservadores pretendió construir un panteón donde los héroes de ambos bandos convivieran desde la inmortalidad del bronce. Hacia 1887, y con Riva Palacio en Europa fungiendo como embajador plenipotenciario (Díaz lo mandó al “exilio voluntario” porque comenzaba a hacerle sombra), Francisco Sosa, amigo y subalterno del ex-ministro de Fomento, continuó con los planes que ambos habían trazado; entre ellos, que cada estado de la República seleccionara

Martínez Assad, Carlos, La patria en el Paseo de la Reforma, fce, página 36.

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dos personajes que por sus méritos patrióticos o artísticos merecieran un lugar en el Paseo de la Reforma. Con el apoyo de Porfirio Díaz, la propuesta pronto se convirtió en una realidad no exenta de polémicas. Por ejemplo, el estado de Guanajuato, gran productor de héroes nacionales, prefirió reservar a sus estrellas para la columna de la Independencia. Las dos primeras estatuas de personajes correspondientes al Distrito Federal fueron las de Leandro Valle, a quienes no pocos consideraron indigno de tal merecimiento, e Ignacio Ramírez, que había nacido en Guanajuato. Aunque Sosa pretendió encauzar la elección de los estados, fue imposible que todas las estatuas mantuvieran la misma calidad, no se incluyó a ninguna mujer. De las 38 estatuas del plan original (estados como Chiapas, Campeche, Colima, Tlaxcala, Morelos, Zacatecas y los territorios de Nayarit, Quintana Roo y Baja California, aún no obtenían la categoría de estados), la que ocupa el primer pedestal es la de Miguel Ramos Arizpe; la última, la del Nigromante, Ignacio Ramírez. La historia no terminó del todo bien para los personajes que impulsaron el Paseo de la Reforma: Maximiliano murió fusilado; Riva Palacio falleció en Madrid, España, en 1896. Francisco Sosa murió en

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la pobreza, en la casa marcada con el número 38 en la calle que hoy lleva su nombre. Por motivos políticos, a los impulsores de la avenida más famosa del país se les olvidó celebrar a Juárez y los suyos. Donde hoy está la glorieta de la Palma debió de erigirse el monumento al Benemérito que fue honrado tardíamente con un hemiciclo de impoluto mármol blanco en la Alameda, obra francamente menor en comparación a la Columna de la Independencia o al monumento a Cuauhtémoc. Quien le negó la gloria de bronce a Juárez fue Porfirio Díaz, aunque por conveniencia y pragmatismo político fungió como el principal promotor del mito juarista que aún persiste. Al estallar la Revolución, Porfirio Díaz partió a Francia, exiliado, cargando a cuestas el descrédito que persigue a los dictadores. La Guía Roji de la ciudad de México registra alrededor de 860 calles con el nombre del Benemérito; con el de Porfirio Díaz, 185.

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Un romance de 40 años

Una mirada a cbi Isaac Schnadower Barán

(Fotografía: Sean Gallup/Getty Images)

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Esta es una historia de amor; un romance que ha durado cuarenta años. Génesis Empezó como un rumor: “Están reclutando profesores para una nueva Universidad; parece que ya le llegaron a Moncayo”. Eso escuché en el cimass de la unam, donde laboraba yo en aquel lejano 1974, y el rumor no pudo menos que despertar mi interés. El interés se convirtió en un lascivo deseo al escuchar la oferta que me hizo el Dr. Óscar González: encargarme de formar un Departamento relacionado con la Ingeniería Eléctrica, y crear una licenciatura afín en la Unidad Azcapotzalco, con una dedicación de tiempo completo y exclusivo. La oportunidad de crear algo nuevo y relevante no se presenta todos los días, así que acepté de mil amores, con el compromiso de incorporarme a partir del 15 de julio en las instalaciones de Joselillo. Concebí mi ingreso como un matrimonio con la uam; el Departamento por formar, como la casa donde viviríamos, cuya cons­ trucción y mantenimiento estaría a cargo de los profesores que contrataría; ellos me ayudarían también a elaborar los planes y programas (cuna y guardería) de las licenciaturas y maestrías para cuidar y formar a nuestros hijos, los estudiantes, como ingenieros del más alto nivel. ¡Vaya sueño! Soñaba también con el tipo de ingenieros por formar, especialistas en electrónica y computación capaces de desarrollar y adaptar la tecnología de sistemas digitales. Recién se acababa de inventar el microprocesador por Intel, pero ya podía yo visualizar el mundo de las computadoras personales y la convergencia entre los sistemas de comunicación y los de cómputo. Así que tenía muy claro el tipo de Departamento y de Licenciaturas que debería de impulsar. La luna de miel Califico así a los primeros cuatro años del matrimonio, la etapa más feliz e importante de mi carrera profesional. Feliz no sólo por el cumplimiento de la mayoría de mis metas, por el ambiente de amistad y convivencia con mis colegas, por una vida social intensa, y, sobre todo, por haber participado muy activamente en la construcción de la Universidad, legislando y aprobando reglamentos, planes y programas en los Consejos (Divisional y Académico); caracterizo esta actividad como de lucha académica (no exenta de política, como detallo más adelante). Luchas académicas. Mi primera batalla se relacionó con el nombre y carácter del departamento y de una de las carreras de licenciatura: Electrónica. No fue tan sencillo, pues las autoridades principales de la Unidad, ingenieros civiles provenientes de la Facultad de Ingeniería de la unam, consideraban a la Electrónica como una especialidad terminal de la Ingeniería Mecánica y Eléctrica. Sin embargo, logré finalmente el apoyo del ingeniero Enrique Tamez, director de la División, y de mis

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colegas de los demás Departamentos: Dr. Roberto Meli, Dr. José Miguel González, Dr. Francisco Medina y Mtro. Carlos Velazco. La segunda batalla fue la de incluir la materia de Computación desde el tronco común, para todas las licenciaturas, en cuyo diseño participé activamente; elaboré así mis primeras notas de clase, relativas al lenguaje Fortran iv, en boga entonces en el mundo de la Ingeniería. Construyendo el Departamento. Mientras tanto, mis esfuerzos se encaminaron a la contratación del profesorado, buscando jóvenes promesas al lado de personal de mayor experiencia para encabezar las diferentes áreas: Sistemas Digitales, Control e Instrumentación, Comunicaciones y Dispositivos. Recuerdo en particular un viaje a las Universidades de Stanford y Berkeley para reclutar investigadores distinguidos que terminaban su maestría o doctorado. Todos ellos contribuyeron significativamente a la elaboración de los planes y programas de estudio de las materias propias del Departamento. El Consejo Académico. Luchas políticas. El trato con mis colegas de cbi era entonces fluido y natural; sentía yo que hablábamos un lenguaje común, claro y directo, aunque tuviéramos diferencias ocasionales. Lidiar con el lenguaje de los consejeros de las otras divisiones (cyad, csh) en el Colegio Académico, sin embargo, resultó más complejo. Tardé un tiempo para entender los propósitos semiocultos de los largos y elaborados discursos de algunos consejeros de csh, por ejemplo, y las juntas eran interminables. Cuestión de forma, pe­ro las más de las veces se trabajaba en armonía, en bien de la uam. El proceso fue muy interesante, considerando que traté con futuros embajadores y secretarios: Jorge Montaño, Claude Heller, Jesús Hernández, Miguel Limón, Jorge Ruiz. Gran equipo también el de cyad, con Manuel Sánchez de Carmona y Jorge Sánchez de Antuñano, con el que me tocó trabajar para la aprobación de los planes y programas de sus carreras. Sinsabor. La primera lucha política problemática ocurrió al elegir al director de División de cbi. Ocurrió que, a resultas de la renuncia del Arq. Pedro Ramírez a

la Rectoría General de la uam, la Junta designó al Dr. Casillas para la Rectoría General y al Ing. Tamez como Rector de la Unidad. Con ello quedaba acéfala nuestra División. Los jefes de Departamento y la mayoría de los profesores de la División acordamos apoyar al Dr. Óscar González, secretario Académico de la Unidad. Solicitamos a los consejeros de las otras Divisiones que nos apoyaran al respecto, aunque figuraríamos en la terna el Dr. José Miguel González y un servidor, pero los jefes de Departamento de csh nos indicaron que, si no mostrábamos una total unanimidad, irían por la libre. Lamentablemente, mi propio Departamento votó por mí, y los cuatro consejeros alumnos votaron por el Dr. José Miguel González. Se perdieron así cinco votos, y finalmente salió electo el Dr. José Miguel González. Gran lección: los estudiantes también cuentan. Huelga mencionar que la División se unificó en su apoyo al nuevo director, y se abocó a terminar la elaboración de los planes y programas de todas las carreras de cbi, que era la tarea más urgente e inmediata. El trabajo fue desarrollado con pasión, con entrega, y con excelentes resultados: programas de licenciaturas de buen nivel, para alumnos de buen nivel. Cabe aclarar que las primeras generaciones de alumnos han sido las mejores que hemos recibido. El situam. Como casa abierta al tiempo, la realidad del país penetró en nuestra utópica institución; los reclamos de una izquierda sin partido enfundados en reales o supuestos derechos laborales. Nunca podré olvidar la tensión emocional y política que causó aquella huelga, ni las que siguieron, y que tanto daño han causado a la uam. Volviendo a la analogía del matrimonio, considero que el situam representa a la suegra incómoda. Fin de cuatrienio. Mi plazo por fin se cumplió. Dejaba un Departamento consolidado y reputado en dos de sus áreas: Sistemas Digitales e Instrumentación. La mayor urgencia era la de contratar a un académico prominente en Comunicaciones, y consolidar las actividades de investigación que recién se habían iniciado.

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Pensé que requeríamos que el nuevo jefe fuera capaz de cumplir con dichas tareas, e invitamos al M. en C. Luis Marcial Hernández, de la unam, para competir por el puesto. Hecho lo cual, disfruté mi primer período sabático como profesor invitado del Departamento de Computación en la Universidad de Illinois, donde utilicé el famoso sistema Plato que utiliza computadoras para la enseñanza. Dejé listo, asimismo, mi primer libro de texto que publicó la Editorial Mc-Graw-Hill. Maestría en Ciencias de la Computación Al regresar en junio del 79 propuse a la División la creación de una maestría en Computación, proyec­to largamente acariciado, y puse manos a la obra conformando un grupo de trabajo de tres Departamentos: Electrónica, Sistemas y Ciencias Básicas. El proyecto culminó en 1982, con una modificación con la cual nunca estuve de acuerdo: se ofreció a tiempo parcial, en vez de a tiempo completo obligatorio, dadas las circunstancias económicas por las que atravesaba el país por la devaluación de José López Portillo, pero obtuve la promesa del director de la División de revisar el caso en un futuro próximo en el Consejo Divisional. Me desempeñé entonces como coordinador de la maestría por un tiempo, hasta que el Consejo confirmó que no se aceptaba la obligatoriedad del tiempo completo, por lo cual decidí renunciar a la coordinación. Colegio Académico En paralelo con el proyecto de la maestría, fui electo al Consejo Académico y al Colegio. Esta fue una de mis experiencias más intensas; vivimos un momento sumamente crítico al instrumentar el reglamento y posterior laudo que permitió rescatar para los órganos colegiados de la uam la exclusividad en los asuntos relacionados con la contratación y permanencia del personal académico. Lamenté sobremanera que la actitud de algunos colegiados motivara la renuncia del rector Fernando Salmerón. Participé asimismo en otras resoluciones de importancia, como la designación del Dr. José

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Miguel González para la Junta Directiva (proceso que requirió de cuatro o cinco votaciones de desempate), y para la aprobación de la maestría en Ciencias de la Computación que impulsé y ayudé a crear. Infidelidad Mi renuncia a la coordinación de la maestría en Ciencias de la Computación, así como la crisis económica del periodo me afectaron profundamente. Decidí entonces renunciar a mi tiempo completo sin abandonar la uam (pasé a profesor de tiempo parcial con quince horas) y dedicarme a fundar una empresa enfocada a la computación educativa. Esta empresa, que evolucionó con el tiempo a proveedora del Gobierno, fue mi amante por veintidós años; finalmente la vendí y me dediqué únicamente a la uam, aun cuando no he recuperado mi plaza de tiempo completo. Fase final Me enfoco ahora a perfeccionar mis cursos, a producir textos y material didáctico y coordino un grupo temático. Estas actividades me satisfacen casi totalmente, pero extraño los consejos, los reglamentos, la grilla. Están fuera de mi alcance, no sólo por la plaza, sino por el inexplicable límite de edad (setenta años) que impone el reglamento. Extraño a tantos amigos y colegas que ya no están; sobre todo al carismático Antonio Martín-Lunas, con quien compartí tantas experiencias, angustias y esperanzas. Observo a mi unidad; ya no es la misma. Es una institución estable, bien establecida, regular, algo rutinaria. Operamos con una eficiencia terminal muy baja, con un alumnado mediocre, muy distinto al que ingresaba en los primeros años. Es claro que las huelgas continuas e injustificadas afectaron nuestra imagen. Poseemos un profesorado experimentado, pero en proceso de envejecimiento. Yo soy ya una especie de dinosaurio. Sigo aquí no por el salario, ni por el seguro de gastos médicos. Sigo por el amor a mi trabajo, por la uam, y seguiré aquí mientras el cuerpo aguante.


De Mociño a Darwin I

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Tortugas gigantes de las Islas Galápagos observadas por Charles Darwin. (Imagen: Ann Ronan Pictures/Print Collector/Getty Images)

Jaime Labastida

Para determinar con mayor claridad el tema que ahora me propongo tratar, quizás sea conveniente recurrir a ciertos antecedentes, fundamentales. Es preciso hacer, además, una advertencia: aun cuando no emplearé un lenguaje técnico ni me haya propuesto escribir para la sola comprensión de los especialistas, trato en el texto, con cierto rigor, un posible vínculo de orden teórico entre una serie de conceptos. No quiero decir que este vínculo teórico se haya producido realmente en todos y en cada uno de los casos (mediante la relación histórica entre los pensadores). Así, no existe ningún vínculo efectivo, pongo por caso, entre el trabajo de José Mariano Mociño y el de Charles Darwin. En apariencia, pues, el título de mi texto carecería de sentido. Pero lo que en verdad me interesa es mostrar el desarrollo lógico, o sea, el desarrollo posible del tema, no mostrarlo de manera puntual, histórica.

En el marco de la Exposición “Darwin”. Antiguo Colegio de San Ildefonso, ciudad de México, 10 de agosto de 2014. Primera de dos partes.

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Así, dejo de lado una serie de aportaciones al tema en tanto que ni puedo ni quiero hacer la historia del asunto. Lo diré de otro modo, intento mostrar cómo se ha producido la teoría científica que se llama evolución de las especies. Arranco de Plinio y culmino en Darwin. Entre ambos hay hitos filosóficos y científicos. Intento mostrar los vínculos posibles. La ciencia se apoya en la filosofía. A la inversa, la filosofía también recibe estímulos amplios de los avances científicos. Charles Darwin, sin duda, sentó un principio por el que se produjo un giro completo en la investigación biológica. Su aportación marcó un momento decisivo en la historia de la ciencia. Por esta causa se puede hablar de un A.D. y un D.D., de un Antes y un Después de Darwin. ¿Qué hizo este científico? Otorgarle movimiento coherente a lo que antes de él permanecía estático. Darwin puso en movimiento el gran árbol de las especies (biológicas). Su aportación esencial consiste, a mi juicio, en haber sentado las bases científicas más sólidas por las que se determinó que eso que llamamos lo superior provenía, por grados sucesivos, de lo inferior; o sea, que las especies más complejas y desarrolladas tenían su origen necesario en especies menos complejas y menos desarrolladas. Al sentar esta teoría, Darwin le asestó un golpe definitivo a la vieja idea, anterior si pudiera expresarme así, de que, igual que los hijos descienden de los padres en tanto éstos son superiores a ellos (Dios, entidad suprema, ha creado mundo y hombre, según el Génesis, sólo por el habla), las especies se producían y se reproducían, desde la eternidad y para la eternidad, de manera inmutable. Antes del Origen de las especies, la teoría dominante sostenía que lo semejante producía lo semejante; en todo caso, que lo inferior provenía de lo superior. Darwin subvierte este antiguo paradigma. Ahora bien, para que las especies adquieran este movimiento coherente, con un sentido preciso, es necesario establecer, de modo previo, el concepto de especie biológica, resolver incluso el problema de si existen o no especies biológicas; cuál es su orden (o su taxonomía). Hoy, acaso nos parezca trivial pregunta semejante: las especies se muestran allí y están, visibles, ante nuestros ojos: lo único que cabe es determinar las causas de su evolución. Pero no siempre fue así.

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Preguntemos, pues, qué se entiende por especies, de dónde procede este concepto. Preguntemos si es verdad que las especies se encuentran, visibles, ante nuestros ojos. Podríamos elevar otras preguntas: ¿de dónde proviene el concepto de evolución? ¿Qué consecuencias trae consigo? ¿A qué concepto se opone? ¿Qué vemos? ¿Influye en nuestra actual manera de ver la cultura en la que nos hallamos inmersos? Nosotros, occidentales del siglo xxi, ¿vemos lo mismo que veían los griegos clásicos? Nuestra visión, ¿es semejante a la visión de Aristóteles y Plinio? La invención del microscopio y el telescopio, ¿acaso no ha modificado la visión que hoy tenemos de la naturaleza? Al lado del avance tecnológico, se da el desarrollo de nuevos conceptos, me parece evidente. La teoría de Darwin, como lo indica el título de su obra (El origen de las especies por medio de la selección natural1), se apoya en un conjunto de conceptos que, unidos, forman un paradigma que conviene esclarecer. El paradigma selección natural guarda un vínculo estrecho con la teoría de la lucha por la vida, que Darwin toma de la Economía política. Esta idea culmina en aquello que constituye el núcleo mismo de la teoría: la evolución de las especies. Examinaré, pues, estos conceptos fundamentales: evolución y especies. Cayo Plinio Segundo, el mayor naturalista de la Antigüedad clásica, pongo por caso, nunca clasificó los animales por especies. Su sistema, si se pudiera hablar, en su inventario natural, de un sistema, se deriva de la observación empírica. Plinio situaba (en el doble

Darwin, Charles, The Origin of Species by means of Natural Selection, Encyclopaedia Britannica-The University of Chicago, Mortimer Adler, Editor, Chicago, 1990. En español hay varias ediciones: El origen de las especies por medio de la selección natural, traducción de Antonio de Zulueta, revisada por Juan Comas, unam, México, 1952, dos tomos. Una edición posterior, apoyada en ésta, ha sido hecha por la Universidad Veracruzana, Xalapa, 2008. Existe una bella edición, abreviada e ilustrada, traducida por Guadalupe Meléndez, con Prólogo de Richard E. Leakey, Conacyt, México, 1979. La obra de Darwin ha merecido una multitud de ensayos. Pueden seguirse con provecho, entre otros, los siguientes: David L. Hull, Darwin and his Critics. The Reception of Darwin’s Theory of Evolution by the Scientific Community, Harvard University Press, Cambridge, 1973 y Gabriel Dover, Dear Mr Darwin. Letters on the Evolution of Life and Human Nature, Weidenfeld & Nicolson, Londres, 2000 (hay traducción en Siglo xxi Editores, México, 2003, hecha por Susana Guardado del Castro).

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sentido de otorgarles un sitio físico y de colocarlos en un cierto orden), situaba, digo, a los animales por el lugar que habitaban; su criterio era, por lo mismo, rudimentario. Su clasificación da inicio por los animales terrestres; pasa a los animales acuáticos, después a los volátiles y, por último, a los rastreros.2 Con el objeto de captar de mejor manera el método de Plinio, acaso convenga reproducir, a título de ejemplo y de modo parcial, lo que dice sobre el primero de los animales de que se ocupa, los elefantes. ¿Por qué inicia Plinio la descripción de los animales terrestres por los elefantes? No hay razón científica de peso en la que se apoye. Lo cierto es que los diez primeros capítulos del Libro viii ofrecen la descripción de los paquidermos, para dar paso inmediatamente, en el capítulo once, a la descripción de los dragones. Esta transición, que hoy nos parece absurda, se justifica de manera insólita: Plinio afirma que existe la discordia entre elefantes y dragones: ambos animales luchan y los dos mueren en el combate: el dragón ahoga al elefante y éste, al caer, aplasta al dragón. Plinio cree en la existencia de animales fabulosos y acumula, sin orden ni concierto, sierpes, leones, bueyes, lobos, unicornios, cocodrilos, ¿a qué seguir? Su Historia natural es un enorme repertorio de animales curiosos, existentes en unos casos, inverosímiles en otros.3 Francisco Hernández, protomédico de Felipe II, a quien debemos la Historia Natural de Nueva España, siguió el mismo criterio de Plinio.4 También él situó los animales en su habitat. Las agrupaciones de Hernández, igual que las de Plinio, son excesivamente vastas (y bastas), meramente descriptivas: animales cuadrúpedos, volátiles, acuáticos, rastreros. Subrayo un hecho: ni Plinio ni Hernández hacen uso, jamás, del concepto de especies. Francisco Hernández desea, por encima de todo, hallar en las plantas de Nueva España su posible virtud medicinal; así, las clasifica por sus

propiedades médicas, o sea, por su función para la cura de enfermedades. Hernández parece desconocer el texto del médico mexica Martín de la Cruz. Diré que tanto De la Cruz como Hernández buscan demostrar el valor curativo de las plantas de la Nueva España.5 No hay en el texto latino que se conoce ahora con el nombre De la Cruz-Badiano (tampoco en sus figuras) principios taxonómicos de orden científico; las plantas son descritas por sus virtudes medicinales; se trata, en realidad, de un herbario y así lo han considerado quienes se han ocupado de él, que señalan, además, los aspectos de carácter mágico que tiene, y en abundancia. En Plinio y en Hernández no podemos hallar otro sistema que no sea el de la observación directa, el de agrupaciones generales, meramente descriptivas. Plinio incluye los ratones del Nilo (mamíferos vertebrados) entre los animales acuáticos y lo mismo hace con ballenas (mamíferos y cetáceos), elefantes marinos (mamíferos) y tortugas (saurios en realidad). A pesar de sus diferencias, Plinio determina, pues, su semejanza por el lugar donde habitan. No intento mostrar las limitaciones teóricas de Plinio ni de Hernández. A los dos debemos excelentes descripciones de gran número de fenómenos naturales, de Europa o América. Intento, lo dije ya, mostrar el desa­rrollo de los conceptos y, en el caso, el surgimiento del concepto biológico de especie. No creo que sea ocioso decir que este concepto viene de la lengua filosófica y que, con el sentido que posee en el terreno científico es de origen reciente. No creo que sea ocioso subrayar, tampoco, su carácter polisémico: se utiliza en lógica y en biología. Viene del latín specio, -is, que significa percibir, mirar y produjo en las lenguas romances multitud de voces (espejo y especular,

Cruz, Martín de la, Libellus de Medicinalibus Indorum Herbis, traducción latina de Juan Badiano, imss, México, 1964, edición facsimilar a todo color; la traducción al español la hizo Ángel María Garibay; se acompañó de estudios diversos (Ángel María Garibay, Justino Fernández, Germán Somolinos d’Ardois, Efrén C. Del Pozo, entre otros; el fce lo reprodujo, en dos volúmenes, en 1991). A su vez, la Secretaría de Salud publicó en 1992, en México, una nueva versión española del texto, hecha por María Eduarda Pineda, acompañada de varios estudios de carácter médico por diversos autores, entre otros, Carlos Viesca y Xavier Lozoya. Esta edición carece del facsímil de las ilustraciones de plantas, hecha antes.

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Cayo Plinio Segundo, Historia Natural, trasladada y anotada por el doctor Francisco Hernández, Protomédico de Felipe II, en dos tomos (los tomos iv y v de las Obras Completas de Francisco Hernández, unam, México, 1966 y 1976). 3 Plinio, op. cit., tomo iv, pp. 356 ss. 4 Hernández, Francisco, Historia Natural de Nueva España, volúmenes ii y iii de sus Obras Completas, unam, México, 1959, passim. 2

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entre otras más6). Fue el término filosófico que tradujo la voz helena eἶδος. En Roma, specio, -is se opone a genus y a res (asunto, tema, cosa, término complejo que dio en español, entre otras, palabras como realidad, real, pero también nada y nadie).7 En Grecia, eἶδος (forma, figura, aspecto), igual que en Roma, se opone a gένος (origen), razón por la cual Aristóteles define por medio del género próximo y la diferencia específica). Desde el ángulo conceptual, specio, -is, se usó como una subdivisión de género, concepto que arranca de otro extraño sistema clasificatorio, de carácter tribal: origen, nacimiento (y que significa, en sentido estricto, filiación a través del clan o de la gens).8 Toda clasificación implica un orden jerárquico, del que ni la naturaleza ni la razón ofrecen, por sí solos, modelo alguno. Al clasificar, hacemos una construcción mental, una abstracción que parece lógica. Pero Émile Durkheim y Marcel Mauss afirman que nuestras nociones lógicas poseen origen extralógico: “Decimos que las especies de un mismo género sostienen relaciones de parentesco; establecemos ciertas clases de familias; la misma palabra género, ¿no designaba, primitivamente, a un grupo familiar (gένος)? Estos hechos nos hacen suponer que el esquema de clasificación no es producto espontáneo del intelecto abstracto, sino que resulta de una elaboración en la que entran muchos elementos extraños”.9 No es casual que los sistemas clasificatorios de muchos pueblos ágrafos se apoyen en criterios por completo distintos de los que ahora nos son habituales.

A. Ernout y A. Meillet, Dictionnaire étymologique de la langue latine. Histoire des mots, Klincksieck, París, 1979, bajo la entrada specio, -is, Véase también Joan Corominas y José Antonio Pascual, Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, Gredos, Madrid, 1991, bajo la entrada especie. 7 Corominas, Joan, op. cit., sostiene que res, asociada a nati (res nati), dio nadie y que, unida a nata (res nata), produjo nada (bajo la entrada nacer). 8 Chantraine, Pierre, Dictionnaire étymologique de la langue grecque. Histoire des mots, Klincksieck, París, 1984, bajo la entrada γίγνομαι y Ernout y Meillet, op. cit., bajo la entrada geno, -is. 9 Durkheim, Émile, Marcel Mauss, “De quelques formes primitives de classification. Contribution à l’étude des représentations collectives (1903)”, en Marcel Mauss, OEuvres, tomo ii, Représentations collectives et diversités de civilisations, Minuit, París, 1969, p. 18. Los subrayados son míos. 6

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Es frecuente advertir que la naturaleza entera se organizaba según el nombre de la fratría; que el mundo se ordenaba por sexos y que los objetos eran masculinos o femeninos; que el Sol y los astros podían ser machos, mientras que la Luna y la Tierra eran hembras (así, en la mitología mesoamericana). El color servía como un instrumento clasificatorio: la pluma blanca de la garza se asociaba a las nubes y a la lluvia, en tanto la pluma negra del cuervo se vinculaba a la noche. Las manchas en la piel del ocelote indicaban la noche estrellada. Para establecer, por tanto, el concepto de especie biológica se sigue una ruta larga y compleja, paralela al desarrollo histórico de la posible capacidad de abstracción en la sociedad. Se debe transitar de métodos rudimentarios de orden y jerarquía; de vínculos y asociaciones por caracteres externos a criterios apoyados en las estructuras internas de las plantas y los animales. Así, la voz especie designa, igual en Cicerón que en Séneca, un modelo, imposible de ser percibido por medio de los sentidos y que sólo puede captarse por el intelecto: es un concepto abstracto que traduce la imagen, inmutable y eterna, de la idea platónica.10 Hemos de aguardar a que Linneo fije su sistema de clasificación binario (o sea, precisamente, por género próximo y diferencia específica), para disponer así de un orden coherente que haga posible la taxonomía de las especies. No omito decir que la clasificación binaria de Linneo tiene como base la filosofía (la lógica y la ontología) de Aristóteles; tampoco que se produce en el contexto de una gran polémica filosófica que arranca de Leibniz y se remonta a la Edad Media (la pugna de los universales en la que algunos filósofos sostenían que lo general tenía entidad sustantiva, real, en tanto otros sostenían lo contrario: que los universales eran meros nombres, de ahí que se les conociera como nominalistas). En biología, pues, el problema consiste en determinar si existen especies o si sólo hay individuos; si las especies tienen realidad o son nombres convencionales y hasta arbitrarios. Leibniz está al tanto de las investigaciones

Vocabulaire européen des Philosophies, coordinado por Barbara Cassin, Du Seuil, París, 2004, bajo la entrada species.

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11 Leibniz, Gottfried Wilhelm, Principes de la Philosophie ou Monadologie (contiene también Principes de la Nature et de la Grâce fondés en raison), edición de André Robinet, Presses Universitaires de France, París, 1954. En el parágrafo 9 de Modadologie, Leibniz afirma: “Il faut que chaque Monade soit differente de chaque autre. Car il n’y a jamais dans la nature deux Êtres qui soient parfaitement l’un comme l’autre, et où il ne soit possible de trouver une difference interne, ou fondée sur une denomination instrinseque” (“Es necesario que cada Mónada sea diferente de cualquier otra. Puesto que no hay jamás en la naturaleza dos Seres que sean perfectamente el uno igual que el otro, y en los que no sea posible encontrar una diferencia interna o fundada en una denominación intrínseca”). 12 Leibniz, G. W., Principes de la Nature et de la Grâce…, op. cit., parágrafo 6. 13 En polémica con Locke, Leibniz opone dos tesis. Por un lado, Philalèthe, “El amigo de la verdad”, o sea, Locke, citado de manera textual, sostiene: “Se sigue de cuanto acabo de decir que eso que se llama general y universal no pertenece a la existencia de las cosas, sino que es obra del entendimiento… Y las esencias de cada especie no son más que las ideas abstractas”. A esto responde Théophile, “El amigo de Dios”, quiero decir, Leibniz: “No veo cabalmente esta consecuencia. La generalidad consiste en la semejanza de las cosas singulares entre ellas, y esta semejanza es una realidad” (G. W.

Las tesis de Leibniz influyen poderosamente en el más grande naturalista del siglo xviii, George Louis Leclerc, Conde de Buffon. Buffon rechaza la existencia de especies. Sostiene que existe una cadena infinita que va de los individuos menos desarrollados a los más complejos: la “Naturaleza no tiene clases ni géneros”; sólo individuos: “las clases y los géneros son obra de nuestro espíritu”14. Por tanto, “la Naturaleza marcha siempre y actúa por grados imperceptibles y matices”. Contra Descartes y la teoría que reduce todo movimiento a las simples leyes mecánicas, Buffon, como Leibniz, sostiene que el animal es una máquina, sí, pero orgánica. En suma, Buffon desarrolla un conjunto de teorías que, en cierto sentido, anteceden a la teoría de la evolución, por ejemplo, que la reproducción sexual es una suerte de nutrición, que el ambiente influye en los caracteres de los animales y los degenera porque pierden el molde original con que los dotó la Naturaleza; que la Naturaleza procede por grados insensibles y leves matices. Charles Darwin en Down House, Kent, 1880. (Fotografía: English Heritage/Heritage Images/Getty Images)

de los microscopistas Leeuwenhoeck y Malpighi. Impresionado por ellas, levanta una teoría novedosa: la teoría de las mónadas o átomos metafísicos.11 “Las investigaciones de los Modernos —dice— nos han enseñado, y la razón lo aprueba, que los seres vivos, cuyos órganos nos son conocidos [o sea,] plantas y animales, no vienen ni de la putrefacción ni de un Caos, como han creído los antiguos, sino de semillas preformadas y, por lo tanto, de la transformación de seres vivos preexistentes”12. Leibniz eleva a categoría de principio lógico, contra el principio aristotélico de identidad (y que se enuncia bajo el signo de igualdad: a=a), el principio de los indiscernibles, digo, el principio de la diferencia absoluta. Leibniz postula que no existen en el universo dos mónadas idénticas entre sí y multiplica hasta el infinito el principio de identidad, heredado de Parménides. Con base en él, sostiene que, en la medida que cada a es idéntica a sí misma, rige la relación entre ellas. El principio lógico y ontológico de identidad es el principio de la Antigüedad clásica; en cambio, el principio lógico y ontológico de los indiscernibles es el principio de la Edad Moderna. Leibniz dirá, pues, que los conceptos, los nombres generales, no son convencionales ni arbitrarios, sino que expresan la realidad: una relación de semejanza entre objetos diferentes13.

Leibniz, Nouveaux essais sur l’entendement humain, edición de Jacques Brunschwig, Flammarion, París, 1966, p. 251). 14 Leclerc, George, Conde de Buffon, “Histoire naturelle de l’homme”, en Œuvres philosophiques, edición de Jean Piveteau, Corpus Général des Philosophes Français, tomo xli, 1, Presses Universitaires de France, París, 1954, p. 295: (“la Nature n’a ni classes ni genres, elle ne comprend que des individus; ces genres & ces classes son l’ouvrage de notre esprit”).

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Ricardo III

o las mejores líneas son para los malos

El actor Christopher Plummer en una escena de Ricardo III. (Fotografía: Hank Walker/The LIFE Picture Collection/Getty Images)

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Gerardo Piña


Esta obra fue escrita en 1591, fue el texto dramático más exitoso de Shakespeare como libro aunque su best seller fue el poema Venus y Adonis. La obra cuenta el ascenso y caída política del rey Ricardo III. Ricardo inicia la obra como duque de Goucester, pues se coronará como rey hasta el cuarto acto, conspira contra el rey Eduardo IV, acusa de traición a su hermano, el duque de Clarence, y lo manda asesinar mientras está encarcelado. Ricardo utiliza el asesinato como la forma más práctica para deshacerse de sus rivales políticos; también mata al suegro de Lady Anne (viuda de Eduardo), cuyo ataúd transporta cuando éste la convence de que se case con él a pesar de dicho asesinato. Por último, Ricardo asesina a su sobrino Eduardo y a su pequeño hermano, ambos herederos potenciales del trono y niños aún (de hecho estaban bajo la tutela del propio Ricardo tras el asesinato de su padre). La madre de Ricardo y la reina, viuda de Enrique VI, maldicen a Ricardo y le auguran un final terrible. Quedando como el único heredero inmediato posible al trono, Ricardo finge no querer aceptarlo para que el pueblo se lo pida y así es como se corona rey. Bu­ ckingham, quien era la mano derecha de Ricardo, no acepta participar en el asesinato de los niños en la torre y decide aliarse con Richmond. Isabel, la hija de Eduardo IV, se casa con Richmond, haciéndolo heredero al trono que usurpa Ricardo. Richmond comanda un ejército para recuperar su trono y en combate mano a mano derrota a Ricardo. Será Richmond quien una de nuevo las casas de York y Lancaster para traer la paz a Inglaterra. Richmond es la némesis de Ricardo y es también un símbolo de la manera de hacer ver a un Tudor (Richmond) como a un salvador y un libertador en la historia de Inglaterra; discurso muy conveniente para la Reina Isabel, pues ella era una Tudor, y para finales del siglo xvi, su dinastía ya estaba en franca decadencia (la reina tenía cincuenta años de edad cuando se montó esta obra y era claro que no podría tener un heredero). Tillyard (uno de los críticos más influyentes de la obra de Shakespeare en el siglo veinte) consideraba esta obra, al igual que todas las obras históricas del bardo, como un retrato de la historia de Inglaterra. Sin embargo, esta historia también puede leerse como una manera en la que Shakespeare puso en escena una ansiedad política que estaba en boca de todos los ingleses de esa época. ¿Qué va a pasar cuando muera la reina?, ¿cómo evitar una guerra civil? Estas inquietudes nos recuerdan que una lectura de Shakespeare como un simple relator de hechos históricos lo despoja de casi toda relevancia. Shakespeare es considerado por muchos como el mayor escritor en lengua inglesa no sólo por su manera de usar el lenguaje sino por su visión crítica de su entorno inmediato. La siguiente obra histórica de Shakespeare sería Ricardo II; es decir, a semejan­ za de las sagas medievales (o del siglo veinte como la película La guerra de las gala­xias de George Lucas) Shakespeare inició este ciclo de sucesiones monárquicas con la última de ellas para rastrear posteriormente el origen de estas pugnas. En la época

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de Shakespeare, Ricardo III, Enrique IV, Ricardo II y el resto de las obras históricas eran vistas como autónomas. Nadie pensaba que había un orden adecuado para acercarse a ellas; interpretar una cronología de los eventos de estas obras fue algo que se originó en siglos posteriores (sobre todo en el xviii). Y sin duda, el siglo veinte fue el que consolidó la necesidad de un orden cronológico para validar cualquier lectura o análisis de las obras históricas —no sólo de Shakespeare, sino de cualquier autor—. Pero si pensamos en cómo eran recibidas las obras de Shakespeare encontraremos algo de su tiempo que se ha mantenido en el nuestro y que sigue íntimamente ligado a nuestra conciencia histórica. Me refiero a que Ricardo III, con su protagonista sádico y asesino, es una tragedia y, como tal, está destinada a que el público tenga empatía con su personaje principal. Una tragedia es una historia que cuenta cómo al­ guien que alguna vez vivió en prosperidad de pronto cae fatalmente, y eso es Ricardo III. Nos cuesta trabajo verla así porque el héroe no es precisamente un modelo ético. Sin embargo, desde una perspectiva formal lo es. Para derrotar a Ricardo hará falta que aparezca un héroe superior y la obra nos arroja a un Richmond, un personaje insípido y anodino, una suerte de deus ex machina1. Para comparar la importancia de ambos personajes pensemos que los parlamentos de Ricardo III ocupan el treinta y dos por ciento de la obra, en comparación con el cuatro por ciento de Richmond. Y no sólo se trata de cantidad sino de calidad. Aquí el inicio de la obra con el propio Ricardo (aún duque de Gloucester):

Es decir, un personaje que aparece de pronto para resolver el conflicto dramático de una manera inesperada; el término fue acuñado por Horacio como algo que debe evitarse en una obra. 1

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Gloucester.- Ya el invierno de nuestra desventura se ha transformado en un glorioso estío por este sol de York, y todas las nubes que pesaban sobre nuestra casa yacen sepultas en las hondas entrañas del Océano. Ahora están ceñidas nuestras frentes con las guirnaldas de la victoria; nuestras abolladas armas penden de los monumentos; nuestros rudos alertas se han trocado en alegres reuniones; nuestras temibles marchas en regocijados bailes. El duro rostro del guerrero lleva pulidas las arrugas de su frente; y ahora, en vez de montar los caparazonados corceles, para espantar el ánimo de los feroces enemigos, hace ágiles cabriolas en las habitaciones de las damas entregándose al deleite de un lascivo laúd. Pero yo, que no he sido formado para estos traviesos deportes ni para cortejar a un amoroso espejo; yo, groseramente construido y sin la majestuosa gentileza para pavonearme ante una ninfa de libertina desenvoltura; yo, privado de esta bella proporción, desprovisto de todo encanto por la pérfida Naturaleza; deforme, sin acabar, enviado antes de tiempo a este latente mundo; terminado a medias, tan imperfectamente y fuera de la moda que los perros me ladran cuando ante ellos me paro… ¡Vaya, yo, en estos tiempos afeminados de paz muelle, no hallo delicia en qué pasar el tiempo, a no ser espiar mi sombra al sol, y hago glosas sobre mi propia deformidad! Y así ya que no pueda mostrarme como un amante, para entretener estos bellos días de galantería, he determinado portarme como un villano y odiar los frívolos placeres de estos tiempos.

De hecho, Ricardo III es el personaje que tiene más parlamentos de todas las obras de Shakespeare con la excepción de Hamlet (treinta y siete por ciento, seguido por Macbeth con un veintinueve por ciento y el rey Lear con un veintidós por ciento de la obra). Por otra parte, Richmond es mencionado en la obra hasta el


cuarto acto y aparece en escena en el último acto. La personalidad de Ricardo III es tal que su ambición por obtener y conservar el poder no podrían terminar con el equilibrio de una fuerza (un personaje) capaz de contrarrestarlo. Shakespeare recurrió entonces a la trama histórica para ponerle fin, aunque ello involucrara echarle un balde de agua fría al público, quien pese a todo quiere que Ricardo III se salve, pese a las condenas e insultos hacia él, como éste de la Reina Margarita en la tercera escena del primer acto: El actor británico George Hayes caracterizado como el rey Ricardo III durante un Festival de Shakespeare en Stratford-Upon-Avon en 1925. (Fotografía: General Photographic Agency/Getty Images)

Reina Margarita. —¡Atrás, perro! ¡Forzoso te será oírme! ¡Si el Cielo te reserva calamidades tan horribles que sobrepujen a las que imploro para ti, ¡oh!, que las retenga hasta que maduren tus pecados y arroje entonces sobre ti su indignación, perturbador de la paz del mísero universo! ¡Que el gusano de la conciencia roa sin descanso en tu alma! ¡Que mientras vivas, tus amigos te sean sospechosos de traidores y tengas a los traidores más pérfidos por tus mejores amigos! ¡Que jamás cierre el sueño tus aviesos ojos, a no ser para que una horrorosa pesadilla te espante con un infierno de horrendos demonios! ¡Desfigurado por el espíritu del mal, aborto, cerdo, devastador, sellado al nacer para esclavo de la Naturaleza e hijo del Averno! ¡Oprobio del vientre pesado de tu madre! ¡Engendro aborrecido de los riñones de tu padre! ¡Andrajo del honor! ¡Te detesto!...

La inevitable empatía que el público tiene con un personaje más que reprochable moralmente no era ni por asomo un tema para los isabelinos, pero sí lo fue en la era victoriana, donde esta obra casi no se repre­-­ sentó y, al hacerlo, fue notablemente censurada. En la actualidad es común este mismo vínculo cuando se enaltecen las acciones de ladrones astutos, asesinos seriales o narcotraficantes (en canciones, películas, novelas, poemas, etcétera). ¿Afecta nuestra conducta esta empatía? ¿Dice algo sobre nosotros o sobre el autor? ¿Sabemos sopesar los recursos formales, políticos y éticos de una obra? Leer o releer Ricardo III puede ser una buena manera para comenzar a responder estas preguntas.

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Traducción: Jesús Francisco Conde de Arriaga

un serio escritor cómico1

Shaw,

Stephen Murray Kiernan

George Bernard Shaw. Fotografía: Bain News Service / Biblioteca del Congreso


Visto desde lejos, parecería que hay una gran diferencia entre la personalidad de los grandes escritores ingleses. Sin embargo, lo que desde la evidencia externa podría considerarse como cierto puede ser una simplificación o, incluso, una ambigüedad: ¿es el personaje quien nos engaña deliberadamente o nosotros no somos tan inteligentes o tan sensibles cuando analizamos el carácter de un individuo? Quienes saben escribir nos convencen de tener una naturaleza elevada, y por lo mismo difícil de valorar, pero al final son como cualquier ser humano, sin que se puedan confundir de algún modo con súper hombres. Las personas son consecuencia de un proceso que involucra a los padres, la educación, los compañeros, lo bueno y lo malo de la vida; sin embargo, no hay duda alguna que cierta gente nace con un tipo de carácter relativamente desarrollado; del mismo modo, hay quienes son inmunes a las más nocivas influencias de quienes cambiarían profundamente a otra persona en situaciones similares. El sujeto involucra su interior —los sentimientos y la mentalidad que nos habita y mediante la cual reaccionamos ante el mundo— y el exterior —esa masa de gente que compone nuestra sociedad y el panorama completo de fuerzas que experimentamos día con día—. El dramaturgo George Bernard Shaw tenía una personalidad única, y su sentido del humor no debería de haber existido, ya que su padre parece haber sido indiferente al fracaso y al alcoholismo, viviendo como si fuera un saco de papas en la esquina de su habitación. Su madre, de un carácter mucho más fuerte, quedó encantada por un hombre —que era más un teórico de la sospecha que un maestro de música— y abandonó a su esposo e hijo en Dublín para seguir a su héroe en Londres. Ella pasaría el resto de su vida despreciando a Shaw por holgazán y derrochador, del mismo modo que lo hizo Lucinda, hermana del dramaturgo, a pesar de haber sido él quien tuvo éxito, obtuvo un buen salario y pagó la renta y los gastos de su hermana. Shaw fue también erigido como miembro de la agrupación élite cristiana de su país, la Iglesia Protestante de Irlanda, un

peculiar grupo de la élite social, cuya superficial visión de la fe apresuró la conversión de Shaw hacia el ateísmo. A través de estos primeros años de intensa presión familiar y ante el fracaso de no ser reconocido, el consuelo central de Shaw fue tomar una perspectiva humorística: él vería las terribles condiciones de ciertos miembros de la sociedad, la enorme brecha entre ricos y pobres, y traduciría lo visiblemente patético en textos cómicos e irónicos. Navegando en un mundo terrible que se rehusaba a encontrarle el sentido a un cambio positivo, Shaw pudo mantenerse a flote con su literatura al retratar hechos cruentos y circunstancias desesperanzadoras con ingeniosos juegos humorísticos. Su obstinada comicidad incluso aparecía en los funerales a los que asistía: en el velorio de la esposa de H.G. Wells, Shaw bromeó insistentemente hasta que Wells, llorando, sonrió; sin embargo, la sonrisa duró hasta que Wells admitió que los frívolos intentos de Shaw lo herían. Todos los elementos que Shaw describió como fundamentales para su evolución como escritor —las cinco novelas que escribió en su juventud y no pudieron ser publicadas, los innumerables rechazos seguidos de la escritura de nuevos textos, los años de críticas periodísticas que generalmente no le pagaban (y peor aún, a menudo eran anónimos)— lo hicieron un hombre obstinado y lo llevaron a escribir más, incluso sin estar seguro de su publicación o de su puesta en escena. Era la dificultad vestida con el fino disfraz de una encantadora broma infantil. La aparente incompatibilidad entre el mensaje y la manera de expresarlo significó que Shaw tuviera dificultades para convencer a la gente de la seriedad y compromiso de su punto de vista. En esto hay un notable contraste entre Shaw y Joyce. El autor del Ulises también había nacido en esa pequeña ciudad carismática y celosa llamada Dublín, pero treinta años antes y en una familia católica perteneciente de la clase media baja. Sus padres tenían ambiciones para su hijo y arreglaron que estudiara en dos buenas, aunque hondamente doctrinarias, escuelas jesuitas. El talante naturalmente individualista de Joyce

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lo hubiera impelido a rebelarse en contra tanto de su familia como de la iglesia, pero a pesar de su reacia naturaleza, su reacción fue mucho más compleja que eso. Dentro de las más de sesenta obras que escribió Shaw, sólo tres obras están medianamente relacionadas con Irlanda —siendo la más conocida John Bull’s Other Island—. Al igual que él, Joyce había emigrado, con cierta sensación de alivio, en sus veintes, pero creativamente no dejó de escuchar a la gente, ver sus calles y respirar el aroma de carnicerías y pubs, aspectos representó con una voluptuosa precisión fotográfica en todas sus novelas y cuentos, con una perspectiva y un tono cínicamente humorísticos, a diferencia del humor irónico de Shaw. Es obvio que ambos escritores tenían cierto cariño por Irlanda, y de vez en cuando declaraban un gran orgullo por su país, pero no tenían nada en común con, por ejemplo, el interés de Yeats de permanecer y participar en los sucesivos cambios que se dieron rápidamente en Irlanda antes y después de la independencia en 1921. Shaw tuvo una infancia que adoleció de amor paternal, fue obligado a trabajar, como Dickens, a una edad muy temprana, y estuvo sujeto a esa particular y penetrante pedantería de una pequeña colonia aislada que detrás de ella escondía profundos temores y dudas. Es increíble saber que cuando regresó a Irlanda, ya cerca de los cincuenta años y con un gran éxito a cuestas como dramaturgo, él todavía era recordado como un simple mensajero, y así era tratado socialmente. La última separación geográfica entre Joyce e Irlanda fue debido a muchas circunstancias. Se podría enlistar primeramente el fracaso que tuvo al intentar publicar sus primeros textos ahí. En un tiempo en el que los editores se rehusaban vehementemente a publicarlo, Joyce tenía una clara conciencia de la calidad de sus trabajos y de las consecuencias que éstas tendrían para la literatura en general. Shaw, del mismo modo, estaba consciente del valor de sus propias obras, y pacientemente espero a que la gente llegara a la misma conclusión. Sin embargo, Joyce tenía una especie de fervor religioso por su propio trabajo: era iconoclasta

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y (para aquella época) inmoral y hasta pornográfico, pero el mundo eventualmente se volvería más maduro, curioso y seguro de sí mismo al descubrir las novedosas propuestas de Joyce, y así abrir sus ojos a la vida, que siempre había estado ahí para ser vista, mas no para ser leída. Hay una estrategia recurrente en Shaw de expresar sus opiniones con cierto énfasis y vocabulario que hace al espectador y lector preguntarse qué es lo que exactamente está siendo expresado. Un buen ejemplo es cuando él aconsejó a los Aliados detener el bombardeo sobre ciudades alemanas durante la Segunda Guerra Mundial, porque así habría más civiles que pedirían más comida, y como consecuencia, Alemania se rendiría por simples razones de inanición. Un comentario como éste aparenta ser inhumano, incluso diabólico, y conociendo al hombre, es también un fuerte ataque contra el asesinato de personas inocentes perpetrado por ambos bandos. Las interminables donaciones y el apoyo que mucha gente y distintas organizaciones recibieron de la London School of Economics —escuela de la cual Shaw fue fundador— para pagar a sus traductores en territorio enemigo demuestran que había un corazón generoso en lo que a veces parecía ser un monstruoso bufón. La creación de la teatralidad de Shaw sólo encuentra su igual en aquella entidad mercadotécnica de ascetismo llamada Oscar Wilde; fue un elemento de su carácter que Shaw encontró divertido interpretar, mientras que los temas trascendentales pertenecían a otros aspectos de su personalidad que eran presentados mediante la alegría. El punto es que aquella gente lo escuchó y lo leyó cuando era divertido, pero la pregunta central surge: ¿tomaron en serio a este hombre y a su punto de vista? El humor por sí solo no necesariamente indica superficialidad o deshonestidad; al contrario, puede revelar un gran dolor acumulado, timidez y falta de atención, o se podría discutir también que el humor es muestra de una individualidad e inteligencia del tipo que es a la vez encantador y persuasivo. Inevitablemente, la discusión seguirá.


El Callejón

del Diamante

Jesús Vicente García

i Lo decidimos en el Café de Tacuba, en medio de una estudiantina que viste al estilo español —no muy representativa de lo mexicano—, que apenas y nos permite escuchar lo que por razones de decibeles elevados tenemos que gritar: vámonos fuera de la ciudad. ¿Neza? No. Ixtapaluca. No. Más allá, un poco más. Texcoco. Puebla. ¿Veracruz? Los músicos callaron después de hacer trizas algo de Armando Manzanero. ¿Solos? —Sí. Malena está en curso. Ella nos alcanzará donde sea que vayamos. ¿Vas a invitar a Mayú? —A Basilio le brillan los ojos, guarda silencio. Bebe lo último de su café americano. Me ve de arriba abajo— Es que no te he dicho—. Sonreímos. Le palmeo la espalda y lo abrazo. Pero no pasa nada, afirma. Veracruz, ¿Puerto? Xalapa, dice. —Tengo una amiga allá. Bueno, no es mi amiga amiga todavía. La conocí por el féis y es periodista. Le comenté que quizá íbamos a ir. Me dio hasta su cel. ii Decir sí, salir del Café de Tacuba, abordar un pesero sobre Bolívar y cada quien preparar su mochila, fue cosa de un rato. Rumbo a la tapo, la ciudad nos despide en taxi y con un diluvio, el asfalto parece diamante tirado. No hay boletos de la ado, nomás au, para salir ya, en una hora, y además más barato. Órale. Camión sin baño, sin monitores para ver películas. Parece que los únicos raros somos nosotros; todos se conocen entre sí. Se pasan refrescos y frituras de un asiento a otro, se toman selfies, se envían watsapazos, feisbucazos, suben fotos y, lo peor, escuchan música sin audífonos. A nuestro lado, una señora joven pone una balada grupera de lo más guarra y asquerosa, y todavía la canta. ¿Quién puede enamorarse con esas rolas?, cuestiona Basilio casi en susurro. Pues tú. Me da un codazo. Para colmo, antes y durante la entrada a Perote, la hija de la susodicha hace un berrinche; quiere que la mamá grupera le

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Ilustraciones: Beatrix G. de Velasco

preste su celular grupero. ¿Para qué quiere un cel una niña de tres años?, vuelve a preguntarse Basilio. Y la mamá se queja con su hija mayor, una quinceañera escuálida, de que el papá mima a la peque y por eso es caprichosa. El rostro de Basilio es de franco hartazgo, el mío también, sólo que yo me pongo a leer la novela en turno antes de que oscurezca (sentarse hasta atrás y en medio implica no tener acceso a la luz, son verdaderos muros en contra de la lectura). En Perote se baja la señora con su hija que, a lo lejos, sigue berreando, en tanto, tenemos que oír su voz que martiriza, su voz que acaba de un tajo la tranquilidad de cualquier pasajero hacia cualquier parte. Ya no llueve. El cielo ilumina el camino. El clima es sabroso y hasta al viento huele a sorpresa, a algo de trópico. iii Ya se ha mensajeado con su amiga feisbuquera, Laura Haddad. Yo me quiero ir a un hotel. Abordamos un taxi al centro, junto al palacio de gobierno. Tengo hambre. Nos deslumbra la ciudad sinuosa. Los centros comerciales los están cerrando. Todo brilla. A un lado de la catedral, unos jóvenes filman. Se respira arte. Basilio pregunta por el Callejón del Diamante. Vemos que hay calles angostas, curveadas, atractivas. Sobre la principal, junto a un pasaje comercial, está el famoso Callejón. Buscamos La Sopa, lugar en que tocan música huasteca. Casi todo cerrado. No encontramos nada. Insisto en que tengo hambre. Nos metemos al Vips. En plena cena, Basilio habla por cel y en un santiamén llega una mujer joven, de cabello negro, piel blanca, con una blusa que parece hecha a mano, y su rebozo. Toda sonrisa. Es Laura. Platicadora y conocedora de Xalapa. Vamos al Callejón del Diamante, en donde está La Sopa. Ella

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pide una tostada y nosotros un par de cervezas. Basilio se muestra muy platicador e interesado por las cosas que nos dice Laura: la forma de ser y hablar de las regiones, los jarochos del puerto y los xalapeños de Xalapa, la forma en que el turismo sólo habla del carnaval de Veracruz como si no hubiese otra cosa. Veracruz, en palabras de Laura, es un paraíso turístico. Ella no se deja llevar por la pasión, cuestiona la política, los gobiernos, la proyección que hacen del estado los medios de información; tiene una amplia cultura acerca de la historia contemporánea de Xalapa. El fondo musical de huapangos inyecta vida y ganas de bailar; ni Basilio ni yo tenemos esa virtud. Laura dice que sí le entra al zapateado, aunque en La Sopa hay poco ambiente, porque seguramente los demás músicos y parroquianos se fueron al encuentro de las huastecas a Tepetzintla. De noche, Xalapa es muy distinta a la ciudad de México. Podemos caminar a altas horas de la noche. La seguridad es una especie de luz interna. Basilio se preocupa por Laura, es media noche, está lejos de casa y tiene que regresar. “Tomo un taxi ahorita. Tranquilo”. A ella no le importa. Vamos al bar de una amiga suya. Cerrado. Andamos por esas calles con subidas y bajadas durante dos noches bien sabrosas. Nos lleva a La Chiva, una cantina-café, con una escenografía de lo más casual y casero, y no supimos la historia del lugar o del nombre, pero sí parece una casa de estudiantes o de solteros, en donde uno deja sus chivas en cualquier lado: unas cajas arriba del clóset, los discos en una mesa, unos libros en algún librero. Bebemos un café con canela. Ahí se puede fumar, aunque poca gente lo hace. Puros chavos de menos de treinta años, todos universitarios. Salimos y caminamos, pasamos por la primera escuela normal que hubo en México, ahí estudió Laura la


primaria, ahí se generaron movimientos magisteriales importantes, y en esa misma calle, abajo, está un café en el que se reunían los estridentistas en los años veinte. Sobre Xalapeños Ilustres recorremos las cinco librerías que hay. —¿Quieren conocer la casa de Sergio Pitol? —Laura nos mira a los ojos nomás para ver qué cara ponemos. Sí, por supuesto. Vamos, decimos. Una casa amarilla, puertas café, arriba ventanas de madera. Sacamos fotos. Nos dice que hasta hace unos años se podía ver al maestro caminar con sus perros, ir por el periódico y recibir a sus amigos escritores. Basilio admira mucho la narrativa de Pitol. Él sí ha leído su obra. Es una sorpresa saber que estamos frente a la casa de uno de los mejores prosistas de México. Eso merece un café. Conocemos el Paseo de los Lagos. Al bajar una calle, desembocamos a una explanada y el mundo se abre, a la izquierda un lago grande, a la derecha una avenida de dos carriles, cafés y cantinas, es un paraíso. Basilio es quien me hace notar algo: tienen su casa del lago, escuela de cine, de periodismo, de diseño, de arte. Xalapa está lleno de arte. En las paredes hay grafitis espectaculares, algunos parecen de ciencia ficción, otros son íconos revolucionarios, símbolos de protesta. Se respira lo visual, incluso en el camino a la central de autobuses hay paredes coloridas y publicidad de escuelas de comunicación y periodismo, y más y más jóvenes en sus calles. En el Callejón del Diamante, en la entrada, hay algo que a Basilio y a mí nos deja pensando: la historia del lugar —que es una calle larga, cual sierpe, con cafés, con artesanía—. Una criolla y un español, ambos guapos, se aman. Él le da un anillo de diamante negro, cuya característica es que aumenta el amor entre los desposados, pero descubre la infidelidad de la mujer. En un viaje del esposo, ella tiene sus amores con el mejor amigo de aquél. Ella, por miedo a ser descubierta, deja el anillo en la alcoba en donde estuvo. Al llegar el marido visita a su amigo, entra a su habitación, lo encuen­tra dormido y ve en el buró la sortija. Va con su esposa, le besa la mano y descubre que no la lleva puesta, ello confirma su infidelidad, la mata con una daga en pleno corazón y se va para nunca saber nadie de él.

¿Y por qué no mató al amigo? ¿Quién tuvo la culpa? El miedo tuvo la culpa, dice Basilio, el anillo no tenía poderes de nada; el miedo y la culpabilidad la hicieron perder la vida. Laura nos regala quizá las dos mejores noches turísticas que hemos pasado Basilio y yo. Tomamos café veracruzano y hasta cerveza alemana. Caminamos calles solas y seguras, aún limpias, gente respetuosa, leyendas, historias. Desayunamos en La Fonda, ubicado en el mismo Callejón del Diamante. Recibo la llamada de Malena. Ya está en la terminal de Xalapa. Vamos por ella, nos esperan todavía algunos días de andar en este peregrinar de conocer las calles, las personas, el puerto, el café La parroquia, los yates, el calor; seguimos hablando de la calle donde vive el maestro Pitol y la historia del diamante; yo digo que sí tiene virtudes el anillo, Basilio dice que no, que fue puro miedo y sugestión, como nos dijo Laura acerca de la brujería: es cosa de meterle miedo a la gente, “nomás échale tierra o sal en la puerta de la vecina que más te caiga gorda y verás si no se calma, empezará a tener miedo”. Tiene razón. Los diamantes negros pueden brillar por sí mismos, al igual que una ciudad con arte, que ilumina como las historias al contarlas, y seguramente eso haremos en la ciudad de México, en el mismo Café de Tacuba, pero sin esa estudiantina que no deja escuchar y no brilla como esas noches xalapeñas.

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Swansea,

de fiesta Centenario de Dylan Thomas

Jaime Augusto Shelley

Dylan Thomas, poeta. (FotografĂ­a: Hulton Archive/Getty Images)

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Hace cien años, el 27 de octubre de 1914, nació en la pequeña ciudad de Swansea, en el país de Gales, uno de los poetas más importantes del Reino Unido, Dylan Thomas. Lo más probable es que casi nadie lo conozca en México salvo por referencias. Se tradujo poco y mal al español, murió relativamente joven, el 9 de noviembre de 1963, a los treinta y nueve años en la ciudad de Nueva York, y sabemos que un cantante de ascendencia judía, en un arrebato emocional, asumió el nombre —Bob Dylan)— y también algunos de sus versos. Eso, para los jóvenes amantes del rock. Este país es, por antonomasia, de monolingües. Y con la mirada fija en su pasado. Se hacen de vez en vez cruzadas en defensa del español y cursos de mal inglés para los operadores de hoteles y restaurantes, sin mediar en ello la literatura; o una, tal vez, de rancio aroma decimonónico. Es decir, me refiero a un personaje desconocido para la mayoría, sobre todo los jóvenes, criaturas indefensas frente al bombardeo inmisericorde del sistema mercado de la industria editorial en manos de mercachifles. Volviendo a lo nuestro, Dylan era hijo de un maestro de inglés, muy bien leído y de una devota mujer de su hogar, de temperamento feliz. El dato más singular y definitorio de su vida se da por una secuencia de enfermedades desde su niñez. Se habla de tuberculosis hemorrágica y también de hepatitis. En mayor o menor grado, lo siguen afectando toda su vida. El poeta desarrolla desde temprana edad una morbosidad creciente respecto a su “inminente” muerte, algo que se ve reflejado en su poesía de forma prominente, no así en su prosa mucho más ligera, a ratos cargada de humor. El padre de Dylan solía concurrir al pub casi todos los días, donde charlaba con los concurrentes y eran muy respetadas sus opiniones. Era también, al decir del biógrafo más reconocido del poeta, un excelente lector de poesía. Es obvio que ambos gustos los heredó el hijo, consumado bebedor de cerveza y whiskey y extraordinario lector de poesía, virtud que lo llevó a tener un

programa en la bbc (British Broadcastig Corporation) desde 1937 hasta 1953, año en que fallece. Encuentro por fin una edición de sus poemas en español al fondo de un librero. Publicado por Fabril General Editora, en 1974, con loable traducción de Elizabeth Azcona Cranwell. Digo loable porque no es tarea fácil verter a nuestro idioma las formas peculia­res de Thomas. Son textos en inglés, sí, pero con un sustrato galés muy complejo que logra arraigar con naturalidad sorprendente al lenguaje poético, de la misma manera que Joyce lo hace desde su vena irlandesa, clavando en el corazón del inglés una savia fresca, renovadora, nunca antes escuchada. Veamos un ejemplo con dos pequeños fragmentos del poema cuyo título es igual que el primer verso: Si me hiciera cosquillas el roce del amor si una niña tramposa me robara a su lado y horadase sus pajas rompiendo mi vendado corazón, si ese rojo escozor pudiera dar a luz la risa en mis pulmones como pare el ganado, no temería yo a la manzana ni al diluvio ni a la sangre maligna de la primavera. (…) ¿Y qué es el roce? ¿La pluma de la muerte sobre el nervio? ¿es tu boca, amor mío? ¿el abrojo en el beso? ¿Mi payaso de Cristo nacido sobre el árbol entre espinas? Las palabras de la muerte son más secas aún que su mismo [cadáver y mis heridas llenas de palabras tienen las huellas de tu pelo. Me haría cosquillas el roce del amor, pues bien: Hombre, ¡sé mi metáfora! “Man, be my methafor!”

Cualquier poeta se sentiría glorificado al escribir un verso como éste. Y Dylan abunda en ellos. Sus contemporáneos se sorprenden paso a paso, poema a poema, con la prodigiosa capacidad de imágenes que brotan de la pluma del autor. Él pertenece a la generación llamada de los fortys, aunque publica desde 1938 sus primeros textos. En esta época, la presencia dominante sigue siendo T. S. Eliot,

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por más esfuerzos que hace la generación de los trein­ta por desbancarlo mediante difamaciones e injurias. (S. Spender es quien más lo resiente, para luego caer en su inevitable laudatoria al maestro). Pero la creciente popularidad de Thomas acaba asustando al renombrado Eliot. El programa de radio del galés llega a todos los rincones de habla inglesa. Cuando ocurre el primer bombardeo a Londres (en la Segunda Guerra Mundial), una de las víctimas es una niñita y Dylan escribe y difunde ese domingo un poema: Negativa a lamentar la muerte por fuego de una niña en Londres Jamás hasta que la humanidad hacedora de la bestia, el pájaro y la flor, del procrear y toda la oscuridad humillante, diga con el silencio la última luz rompiente y la hora tranquila haya venido desde el mar brincando su montura, y yo deba penetrar de nuevo en el redondo Zion de la burbuja de agua y en la sinagoga de la espiga dejaré que la sombra de un sonido rece o sembraré mi simiente de sal en un mínimo valle de cilicio, por lamentar la majestad y el arder de esta muerte de niña. No asesinaré la humanidad de su partida con una verdad grave ni blasfemaré por las estaciones del aliento con alguna tardía elegía de inocencia y juventud. Honda, con los primeros muertos yace la hija de Londres ataviada por los amigos perdurables los granos sin edad, las venas oscuras de su madre, secreta junto al agua sin quejas del Támesis jinete. Tras la primera muerte ya no hay otra.

Eliot, seriamente amenazado, se pone con premura a escribir o reescribir sus Cuartetos, que andan en sus cuadernos desde que asistió a la cátedra de Henri Bergson en la Sorbona, mismos que empieza publicar, uno

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por uno, buscando no perder su trono. La temprana muerte del bardo galés, le da un respiro e, indisputable, su acceso al premio Nobel. Y ahora. Me temo, mucho ha de quedarse en el tintero, contra mi voluntad. Como ese poema venido de la muerte de su padre, y para finalizar: No entres dócilmente en esa noche quieta No entres dócilmente en esa noche quieta. la vejez debería delirar y arder cuando se cierra el día; rabia, rabia, contra la agonía de luz. Aunque los sabios al morir entiendan que la tiniebla es justa, porque sus palabras no ensartaron relámpagos no entran dócilmente en esa noche quieta. Los buenos, que tras la última inquietud lloran por ese brillo con que sus actos frágiles pudieron danzar en una bahía verde rabian, rabian contra la agonía de la luz. Los locos que atraparon y cantaron al sol en su carrera y aprenden, ya muy tarde, que llenaron de pena su camino no entran dócilmente en esa noche quieta. Los solemnes, cercanos a la muerte, que ven con mirada deslumbrante cuánto los ojos ciegos pudieron alegrarse y arder como meteoros rabian, rabian contra la agonía de la luz. Y tú mi padre, allí, en tu triste apogeo maldice, bendice, que yo ahora imploro con la vehemencia de tus lágrimas. No entiendes dócilmente en esa noche quieta. Rabia, rabia contra la agonía de la luz.

¡Felicidades a Swansea en la celebración del centenario del nacimiento del gran poeta!


Las cosas en Palacio marchan despacio Paul Jaubert Palacio Nacional. (Fotografía: Nina Raingold/Getty Images)

El tratado de Beijing, sobre Interpretaciones y Ejecuciones Audiovisuales, firmado el 26 de junio del 2012, hasta la fecha no ha sido enviado por la Secretaría de Relaciones Exteriores al Senado de la República para su ratificación y firma, lo que impide su entrada en vigor.

Yo siempre pensé que los asuntos que llevamos a los tribunales en nuestro país eran procedimientos largos y tediosos, pues como un querido amigo dice, “los juicios en México duran más que un saco de pana”, pero al repasar y revisar el proceso de creación, ratificación y firma de los tratados internacionales, los tiempos en que se llevan a cabo los juicios en nuestro país son una insignificancia, comparados con los que se permiten los gobiernos de todos los países para dar vigencia y validez legal a los tratados internacionales que acuerdan.

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El caso que particularmente llamó mi atención es el Tratado de Beijing, sobre las Interpretaciones y Ejecuciones Audiovisuales, que comenzó a discutirse hace más de quince años en los distintos foros de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (ompi), y que finalmente para el año de 2012, y gracias al empuje del director del indautor, Manuel Guerra Zamarro, quien terminó liderando el proyecto, se logró la firma de dicho tratado internacional por todos los países participantes en la reunión que se llevó a cabo precisamente en Beijing, China, en 2012, pero contrario al regocijo que nos debía producir a los defensores de los derechos intelectuales, la firma de dicho convenio hasta la fecha permanece ineficaz, pues la cancillería mexicana no ha podido enviar dicho tratado al Senado de la República para su estudio, ratificación y firma. Dentro de las facultades y obligaciones que la Constitución señala para el Presidente de la República, se encuentra la de dirigir la política exterior y celebrar tratados internacionales en los que México considere conveniente participar, los cuales para que adquieran plena vigencia legal y sean obligatorios dentro del territorio nacional, es necesario que sean aprobados por el Senado, de conformidad con lo dispuesto en el artículo setenta y seis constitucional. Así, el director del indautor, quien tiene aproximadamente siete años en el cargo, tomó la bandera de la defensa de los derechos de los intérpretes y ejecutantes —que en nuestro país son considerados como derechos conexos a los derechos de autor— para lograr la aprobación de los países miembros de la ompi que participaron en Beijing. Dicho tratado favorece y protege esencialmente a los actores, músicos, cantantes, y en general cualquier intérprete o ejecutante de obras intelectuales, con lo que se consigue afirmar la protección de dichos derechos en los medios tradicionales y ampliarla a los nuevos medios digitales, afirmando así la seguridad jurídica a favor de éstos. Sin embargo, el que México encabece una defensa y postura tan legal y válida no es sorprendente, sino el hecho de que a más de dos años de la firma de dicho convenio por el representante del Poder Ejecutivo, el mismo no ha sido enviado por la Secretaría de

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Relaciones Exteriores al Senado de la República para su estudio y aprobación. Efectivamente, al parecer los tiempos en la cancillería mexicana no coinciden con los que actualmente deben imperar en cualquier gobierno mediana­mente moderno, pues si para enviar al Senado un documento internacional que ya fue firmado y aprobado por el representante del gobierno mexicano se toman más de dos años, es evidente que la vida no corre para el Secretario de Relaciones Exteriores al mismo ritmo que para la mayoría de los mexicanos. Los formalismos y protocolos en la celebración de tratados internacionales siempre han sido excesivos y quizá hasta engorrosos, pero amén de eso, estos procedimientos no tienen por qué ser tan lentos, aunque aparentemente no somos los únicos que llevamos esta absurda parsimonia en lo que a la aprobación y entrada en vigor de tratados internacionales se refiere, pues aunque vergonzosamente el tratado de Beijing ya fue previamente aprobado y ratificado por la República Árabe de Siria, los otros setenta países signatarios, incluido nuestro país, no lo han hecho, lo que exhibe el desgano, lentitud, tortuguismo, o bien la existencia de algún interés particular para no remitir y ratificar el documento que, desde luego, impondrá obligaciones de pago a quienes explotan obras audiovisuales. Todos sabemos que la burocracia invariablemente entorpece cualquier trámite, como lo es el envío de un documento internacional —previamente revisado y aprobado por expertos— al Senado para su ratificación, publicación y entrada en vigor, pero cuando dicha demora afecta los intereses de particulares, especialmente de aquellos que en el proceso de creación de las obras audiovisuales son los menos favorecidos, es muy importante revisar si dicha demora burocrática se debe a la reumática actuación de nuestras autoridades o al “patrocinio” de alguien para aplazar su entrada en vigor; pues mientras más se demore, los intérpretes y ejecutantes tardarán más en poder reclamar, con base en el mencionado tratado, los derechos que les corresponden, perdiendo evidentemente los cobros que el Secretario de Relaciones Exteriores les impide por su inenarrable omisión.


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Mercurio Indiano (fragmentos)1

Patricio Antonio López Casa del tiempo presenta estos fragmentos del poema épico Mercurio Indiano, escrito en 1740 y dirigido a Pedro de Castro y Figueroa, Duque de la Conquista y Gobernador y Capitán General de España. Este poema, rescatado y editado por Manuel Matus Manzo, retrata diversos aspectos de la vida de los zapotecos.

10 Sólo diré lo que fueron lo que hoy son y cómo corren en este Reino con ellos los europeos moradores.

15 Elegían los más guerreros los más robustos y nobles que en la guerra y paz le fuesen padre, amparo y protectores.

20 A los primeros hoy llaman caciques que corresponde en castellano hijodalgo o duque, marqués o conde.

11 Hay en cuanto lo primero entre estos, varias acciones con varias lenguas o idiomas que unas con otras se oponen

16 Hacíanles jurar primero por sus flamígeros Dioses que habían de guardar justicia igual al rico y al pobre.

21 Los theuhtles fueron aquellos ancianos o venerados que en el consejo del rey gobernaban las acciones.

12 Pero unidos a una ley y a una religión conformes a quienes el vasallaje rinden y veneraciones.

18 Con éstas y otras propuestas los coronaban y entonces se elegían otro ministros con las mismas condiciones.

23 Mazehual eran los otros de la tercera clase y orden que es lo mismo que villanos gente de aldea o labradores.

14 Gobernábanse con gran policía, concierto y orden constituyendo sus reyes o por voto, o elecciones.

19 Había entre ellos tres estados de gentes con el agnomen de Pili theuhtli mazehual como en los demás de este orbe.

28 Y los unos y los otros hermoseaban la real corte de México solio augusto de tantos emperadores.

1 Mercurio Indiano, poema histórico novohispano, Estudio introd. Manuel Matuz Manzo, México, Universidad Autónoma “Benito Juárez” de Oaxaca, 2013, 85 pp.

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intervenciones Mateo Pizarro Produced as part of the Cisneros Fontanals Art Foundation 2014 Grants and Comissions Program.


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Historia de una impostura Lobsang CastaĂąeda Gerard Depardieu, en un fotograma de El regreso de Martin Guerre del director Daniel Vigne, en 1982. (Imagen: Getty Images)

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Corre el año de 1540. En el pueblo pirenaico de Artigat, al sur de Francia, un rico campesino de origen vasco, Martin Guerre, abandona a su mujer y a su hijo y desaparece sin explicar a nadie las razones de su comportamiento. Casi una década después vuelve y reanuda sus actividades como si nada hubiera ocurrido, se dedica a administrar sus bienes y procrea dos hijas más, aunque sólo una sobrevive. Tras varios años de apacible conviven­-cia marital, su esposa, Bertrande de Rols, acude a los tribunales para denunciar que ha sido víctima de un impostor, que en su casa hay alguien que parece ser su marido pero no lo es. Las autoridades, desconcertadas por la demanda, detienen al sospechoso y lo someten a juicio. Cuando el acusado está a punto de convencer a todos de su inocencia, aparece el verdadero Martin Guerre, dándole un giro increíble a una historia que, desde hace cinco siglos, ha sido recreada por su rareza en tratados judiciales, novelas, cuentos, ensayos, obras de teatro y películas. De hecho, en 1982 el cineasta Daniel Vigne la llevó a la pantalla grande con un éxito considerable. La historiadora norteamericana Natalie Zemon Davis, una de las mayores especialistas en el caso, participó como asesora del filme y al año siguiente publicó El regreso de Martin Guerre, un estupendo libro en el que registró sus investigaciones. Pero, ¿quién fue entonces el falso Martin Guerre? ¿Cómo logró hacerse pasar por otra persona y cuáles fueron los propósitos del engaño? ¿Por qué huyó el verdadero Martin de su familia, hacia dónde y a qué se dedicó mientras estuvo ausente? ¿Realmente Bertrande de Rols fue embaucada por un impostor o, por el contrario, consintió vivir una mentira al lado de un hombre que no conocía? Y, de ser así, ¿qué la obligó a denunciar después a su supuesto marido? ¿Qué papel jugaron los ciudadanos de Artigat en todo el asunto? Estas y otras preguntas son respondidas por Natalie Davis en una obra que, además de la reconstrucción de los hechos, nos ofrece un fresco muy completo de la vida en las sociedades rurales europeas del siglo xvi. Con una prosa abierta a la especulación, aunque siempre enclavada en fuentes documentales, Davis nos explica el contexto en el que creció y se educó Martin Guerre. Nos habla de sus arraigadas costumbres vascas que probablemente lo obligaron a desaparecer después de haberle robado una pequeña cantidad de trigo a su severo padre, de su autoexilio en España y su labor como criado al servicio de Francisco de Mendoza, de su posterior incursión en el ejército junto a Pedro de Mendoza, hermano de Francisco y, finalmente, de la amputación de una de sus piernas luego de ser herido por un arcabuz francés en la ciudad de Picardía. Por otra parte, la vida de Arnaud du Tilh, el falso Martin Guerre, también es desmenuzada por la autora de manera exhaustiva, rastreando los elementos de su biografía que tal vez lo llevaron a cometer el delito de suplantación. De carácter disoluto, Du Tilh —apodado

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“Pansette”, la panza, por sus inmoderados apetitos— poseía una memoria prodigiosa que le facilitó la retención de datos y anécdotas que le permitieron apropiarse de una identidad ajena. Probablemente motivado por la herencia familiar de los Guerre, “Pansette” logró engañar a toda una comunidad en una época en la que no había retratos ni fotografías que registraran la identidad o apariencia de las personas de manera taxativa. Sin embargo, Davis centra buena parte de sus pesquisas en Bertrande de Rols, la esposa engañada, tratando de vislumbrar los impulsos que la Natalie Zemon Davis llevaron a aceptar como marido a un perfecto desconocido, poniendo en El regreso de Martin Guerre. entredicho su decencia y honor. Dado que resulta inverosímil que las diTraducción de Helena Rotés, ferencias físicas entre Martin y Arnaud no fueran advertidas por la mujer Madrid, Akal, 2013, 206 pp. del primero, es probable que, alentada por la idea de reconstruir lo que se había malogrado, Bertrande decidiera compartir su vida con un hombre que siempre la trató bien y se preocupó por su bienestar y el de sus hijos. Escribe Davis: “Tras una vida de mujer que sólo había tenido un breve periodo de actividad sexual, tras una unión con un marido que no la comprendía, que sin duda la temía y que en cualquier caso la había abandonado, Bertrande soñaba con un esposo y con un amante que volvería y que sería distinto. Y fue entonces, en el verano de 1556, cuando se presentó ante ella un hombre como si fuera el Martin Guerre largo tiempo perdido.” No obstante, la felicidad de Bertrande al lado de Pansette se vería empañada por el tío de Martin, Pierre Guerre, que comenzó a sospechar de la identidad de su sobrino después de que éste iniciara un proceso civil en su contra por el mal manejo de sus propiedades durante su ausencia. Dicho recelo se vio acrecentado cuando en el otoño de 1559 “pasó por Artigat un soldado de Rochefort que después de ver al hombre que había dado lugar a la disputa, declaró ante testigos que era un impostor. Martin Guerre había luchado en Flandes y había perdido una pierna dos años antes, durante el sitio de San Quintín. El verdadero Martin tenía una pierna de madera, dijo el soldado, y siguió su camino.” Cabe decir que luego de recabar las evidencias necesarias para un segundo juicio llevado a cabo en Rieux, Arnaud du Tilh fue encontrado culpable y condenado a morir en la horca el 16 de septiembre de 1560. Además de reconstruir con documentos legales y testimonios de la época el caso Martin Guerre, el libro de Natalie Davis tiene la virtud de ser una sabrosa crónica de la escritura de las dos primeras obras que se ocuparon del asunto, el Arrest Memorable de Jean de Coras y la Admiranda historia de Guillaume Le Sueur, y un ejemplo palmario de un nuevo tipo de historia cultural preocupada por rescatar los elementos simbólicos alojados en las vidas concretas de las personas comunes. Reflexión sobre el significado de la identidad, El regreso de Martin Guerre es una espléndida muestra de cómo el historiador debe darle sentido a la plétora de narraciones que le llegan del pasado y un estudio admirable sobre la tenue frontera que divide la realidad de la ficción.

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El físico Peter Higgs delante de una fotografía del Gran Colisionador de Hadrones durante una exposición del Museo de la Ciencia en Londres. (Fotografía: Peter Macdiarmid/Getty Images)

Todo tiempo futuro: El cuarto paradigma

Manuel López Michelone No me cabe duda que la ciencia avanza, en ocasiones muy lentamente (como en el caso del bosón de Higgs, por ejemplo) y en otras demasiado aprisa. Hace quizás treinta años pensar en tener un teléfono móvil resultaba siquiera impensable. Hoy, no creo que en este recinto se encuentre alguien sin teléfono celular. Así las comunicaciones han florecido y estamos más cerca del conocimiento, más cerca con nuestros amigos, parientes e incluso con personajes relevantes al área en que cada uno se desarrolla. El haberme invitado a revisar técnicamente el libro que nos ocupa, me dio la oportunidad de estar, de pronto, a las puertas de un nuevo paradigma en ciencia. Antes, cuando uno buscaba información, quizás tenía que indagar con los investigadores que sabían del tema, y muchas veces esto se hacía por carta, por correo tradicional, en el mejor de los casos. Además, muchas investigaciones morían cuando los investigadores que trabajan con ellas morían también, o bien, quedaban dispersos sus datos y era difícil, muy difícil, encontrar información valiosa o relevante. Y

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El cuarto paradigma. Descubrimiento científico intensivo en datos Tony Hey, Stewart Tansley y Kristin Tolle, editores México, uam/Microsoft, 2014

aunque hubo proyectos para conservar el trabajo de los grandes científicos, pocos han tenido un completo éxito, como es el caso de la página sobre los trabajos de Albert Einstein, por ejemplo. Hoy, sin embargo, las cosas han cambiado brutalmente. Ahora contamos con un gigantesco volumen de información que se captura todos los días, las veinticuatro horas, y que en muchos casos esos datos ya pueden consultarse. La maravilla de la Internet ha modificado radicalmente cómo interactuamos con el entorno, pero aún más, cómo hacemos investigación. Por ello, en este cuarto paradigma, de acuerdo con Jim Gray, a todo esto premio Turing (el Nobel del cómputo) y desaparecido en el mar en el 2007, podríamos definirlo en dos partes: la primera, una infraestructura para hacerse de herramientas para capturar, preservar y analizar los datos, y la segunda parte, una infraestructura de comunicación y publicación. Pero no basta con medir, guardar y analizar los da­tos, y tampoco se trata simplemente de ponerlos en una “nube” para que todos podamos acceder a la información. Además de esto, tenemos que hacer un enorme trabajo que nos permita ver los datos de los datos, los metadatos —que podrían ejemplificarse con un genio que nos concede un deseo y nosotros pedimos como deseo otros tres deseos. Claramente un metagenio puede lidiar con nuestra cuestión, es un genio de genios— que de alguna manera nos arrojen información que está ahí, pero que no hemos aprendido a leer “entre líneas” para decirlo de manera coloquial. Es un hecho que el catalogar, clasificar, publicar y conservar la información es una tarea compleja debido al volumen de información que ahora se maneja. Van aquí un par de datos al respecto. Desde el inicio de la computación moderna, la cantidad de información ha crecido exponencialmente. Desde el 2003, el noventa

por ciento de la información científica excede el equivalente impreso en artículos técnicos, Journals, etc. Hoy, el Gran Colisionador de Hadrones puede capturar unos cinco petabytes de información diaria (y para que se den una idea de cuántos son los petabytes, pensemos que un gigabyte son mil megabytes, mil gigabytes son un terabyte, así que un millón de veces más grande es un petabyte, es decir mil terabytes). Necesitamos pues, nuevas herramientas que nos permitan visualizar la información como nunca antes podíamos haberlo hecho, y esto es uno de los grandes retos del futuro cercano. Desde luego que hoy como nunca la información tiene cada vez más valor, por lo cual, además de analizar los datos que se van alimentando día con día, tenemos que depurar y ver qué es lo superfluo, qué no es importante, porque finalmente, aunque no lo parezca, también hay limitaciones en el almacenamiento, entre otras, en lo que se refiere a la parte económica. Esta es pues la propuesta de este libro, que en mi opinión, ya está echando un ojo al futuro, y en caso de que se piense que exagero, entonces véanlo como los grandes retos que tendremos que afrontar en los próximos años. No importa que la información sea para analizar ondas gravitacionales o datos sobre lo acontecido en el famoso tsunami de Asia, o bien para redefinir nuevos métodos de diagnóstico en medicina. Sin importar el tema en que nos ocupemos, es evidente que este libro tiene mucho que decir y da a la reflexión. Finalmente, me gustaría terminar con sacudirnos de una vez esa frase que decía “todo tiempo pasado fue mejor”. Yo creo que no, el advenimiento del cuarto paradigma me parece que, a pesar de las dificultades por las que pasa el mundo, podría bien reformular la cita como “todo tiempo futuro (y por qué no, presente) será (y es), siempre mejor”.

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La profundidad de la broma: Coetzee y La infancia de Jesús Moisés Elías Fuentes

“Si se trata de una broma, es una broma muy profunda” dice con desazón no exenta de ironía Simón al aceptar que no comprende ni tampoco se adapta al mundo nuevo al que le ha llevado su travesía por el mar, llegado desde alguna indefinible región del mundo hasta la no menos definible ciudad de Novilla, donde se habla español y los inmigrantes encuentran trabajo, casa y ante todo olvido. Convertido en tutor involunta­rio de un niño, David, que viaja a este otro mundo en busca de su madre, Simón tiene tan sólo su intuición para moverse en el ámbito lineal que lo recibe. No es de extrañar que al principio de La infancia de Jesús los inmigrantes parezcan vagabundos vestidos de harapos que mal esconden la piel desnuda, prosaica, sucia de recuerdos y viejas costumbres. Pero con celeridad el nuevo sistema social ofrece a Simón y a David la posibilidad de desnudarse de memorias y reflejos de memorias para vestir ropas limpias, símbo­lo de su fusión con el nuevo presente. Novelista de diálogos escuetos y descripciones parcas, en La infancia de Jesús, John Maxwell Coetzee (Sudáfrica, 1940) sorprende por su uso de diálogos de largo aliento, que opone a la acostumbrada concisión de sus descripciones. Si en novelas como Esperando a los bárbaros o La edad de hierro la complicidad entre diálogos y

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J. M. Coetzee La infancia de Jesús México, Mondadori 2013, 272 pp.

descripciones era predominante, en La infancia de Jesús lo que predomina es la ambigüedad, que se establece como único enlace entre los hombres y las mujeres que hablan y discuten entre sí y el mundo despojado e impersonal que los rodea. En tal sentido, La infancia de Jesús se emparienta con las novelas Hombre lento y sobre todo Vida y época de Michael K, en tanto que las tres tienen como solapado pero reconocible eje a la ironía, más inapelable cuanto más tratamos de evadirla, debatirla o ignorarla. Y no es una ironía que emerge de circunstancias absurdas o ridículas, sino que procede del racionalismo sin cortapisas de la nueva vida, de las relaciones asépticas que reúnen a los personajes, relaciones que por ningún motivo transgreden la distancia que separa a unos de otros. Desligados de sus orígenes al punto que pierden sus nombres y son rebautizados con nombres que les resultan útiles para que los identifiquen, pero con los que no guardan relación alguna de afecto, Simón y David deben recurrir a la transgresión para mantener el contacto con su propia individualidad, recurso que se vuelve urgente en la medida que el entorno se entrega al razonamiento filosófico. Lingüista y profesor de literatura, no es casual que Coetzee inserte en la novela una visión burlona e incluso provocadora de la filosofía del lenguaje, a la que trastoca y deriva en una disciplina artificiosa y sedentaria que se dedica a definir el ser de las palabras como si fueran entidades individuales no ligadas por el pensamiento. La novela contiene pasajes hilarantes, como el de la profesora que quiere especificar la “sillidad de la

silla”, ante lo cual Simón se pregunta si en el caso de la caca, la profesora especificaría la “caquidad de la caca”. Porque, hay que apuntarlo, La infancia de Jesús es un desafío lanzado sin miramientos a una sociedad, la contemporánea, empeñada en racionalizar sus contrasentidos. El discurso sin sentimentalismos de la nueva sociedad en la novela recuerda en más de un punto al discurso de los fundadores del apartheid que Coetzee diseccionó con rigor y buen pulso en su libro de ensayos Contra la censura. La falta de afectos, de necesidades emocionales, de apegos sensibles, lo que va de cuestiones simples como la afición al futbol soccer a la complejidad de los deseos sexuales y el erotismo, develan formas tan efectivas de censura social como las que caracterizaron al apartheid, formas compartidas, dicho sea de paso, por todos aquellos sistemas basados en la represión y la explotación de los individuos. La juventud y la experiencia son las grandes enemigas del sistema en La infancia de Jesús. La infancia del niño David es peligrosa porque entraña la posibilidad de desear nuevas perspectivas de vida, mientras que la edad madura y por ende la experiencia de Simón trae aparejada una visión que delibera y cuestiona el porqué de las cosas. En ambos casos, el componente que trastoca y perturba la paz inmóvil del sistema es la crítica, porque ésta pone en crisis tal inmovilidad, la burla, la hace ver de frente y sin tapujos su naturaleza estéril. Dueño de una prosa contrastante, depauperada en sus expresiones pero profusa en sus juegos de pensamiento y en las transgresiones de su ironía, Coetzee propone que nos despojemos de nuestros regodeos en la autocompasión para que recuperemos la audacia crítica, aquella que estimula al ser humano a reinventarse y reinventar su entorno, a dejar de creer en sí mismo para recrearse, justamente la idea que cierra la novela: “Estamos buscando un sitio donde quedarnos, para empezar nuestra nueva vida.”. La profundidad de la broma radica en que sólo podemos llegar a su fondo si nos atrevemos a sumergirnos dentro de nuestros pro­pios abismos individuales, para emerger de ellos con una nueva versión de los que somos, de lo que podríamos ser

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a r u lt a u C tan li o p o tr e M

FotografĂ­as: Alejandro JuĂĄrez


¿Qué pensaría usted si le dicen que en la estación del Metro que va a abordar para llegar a su trabajo, escuela o casa, digamos Ermita, de la Línea 2, lo van a asaltar? Es más, que van a asaltar a quienes quieran. Sí, no es obligatorio sino voluntario. ¿Se subiría? Pero qué tal si el asalto es sorpresivo, sin aviso ninguno. Y el resultado es que lo disfrutó. ¿Es eso posible? Sí es posible. Porque en los pasillos y andenes de muchas estaciones de ese transporte colectivo los asaltados han sido muchos, más de cuatro millones. Y a un buen porcentaje de esas personas les ha gustado. En el marco de los cuarenta años de la fundación de la Universidad Autónoma Metropolitana, los cuarenta y cinco del inicio de las operaciones del Sistema Colectivo Metro, más la complicidad de la Secretaría de Cultura de la ciudad de México, se llevó a cabo el programa Cultura Metropolitana, dentro del cual destacan los Asaltos Artísticos. Las herramientas usadas para asaltar a la gente han sido benignas: maquillajes, vestuarios, instrumentos musicales, actuaciones, poemas, voces. Se trata, en efecto, de asaltos en los que los usuarios del mayor sistema de transporte colectivo de la ciudad pueden participar con su sola presencia. Nadie les va a quitar; más bien les dan, les regalan cultura. Entre la una y las cinco de la tarde, cualquier día de la semana, desde noviembre del año pasado hasta junio del presente, los usuarios del Metro se llevaron la sorpresa de oír una aria de ópera, ver una obra teatral escrita en el Siglo de Oro español, escuchar una canción de Led Zeppelin, ver un espectáculo de Lectura en Voz Alta, y un larguísimo etcétera. Sólo era necesario ir a donde siempre han ido; bastó con ser un viajero del Metro. Todos tenemos derecho a la cultura, a ser parte de ella. Pero por múltiples razones a veces no podemos ir a un teatro, a una galería, a los sitios tradicionales donde se disfrutan estos espectáculos. Por eso las tres instancias involucradas han creído que es mejor llevar el teatro, la danza, la música, la poesía, la ópera, a los lugares donde pasa la gente, y qué mejor escenario que el Metro, donde viajan varios millones de usuarios al día. Con suerte, algún día le tocará a usted. Los usuarios de estaciones como Zapata, Mixcoac, Pino Suárez, Chabacano, Insurgentes, San Lázaro, Copilco, Ciudad Universitaria, Coyoacán, La Raza, Jamaica y muchas más ya han disfrutado y participado de los Asaltos Artísticos. Así, esta Casa sigue abriendo sus puertas, no sólo las académicas; es importante estar donde la gente camina, deambula, es. Los griegos de la época clásica solían decir que la filosofía nacía del asombro. Y veintiocho siglos después, la Universidad Autónoma Metropolitana, el Sistema de Transporte Colectivo Metro y la Secretaría de Cultura de la ciudad de México permitieron a los más de cuatro millones de usuarios del Metro que disfrutaron los Asaltos Artísticos tener una primera mirada, un primer acercamiento. No asombrarlos, sino sorprenderlos. José Vasconcelos, el primer encargado de la Secretaría de Educación Pública del país tras el término de la Revolución, señaló que tanto hace por la cultura quien la crea como quien la difunde. Éste es un ejemplo.

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colaboran Lobsang Castañeda (Ecatepec, 1980). Estudió filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam. Está incluido en las antologías El hacha puesta en la raíz, Contra México lindo y La conciencia imprescindible. Moisés Elías Fuentes (Managua, Nicaragua, 1972). Poeta y ensayista, ha publicado el libro de poesía De tantas vidas posibles (2007). En colaboración con Guillermo Fernández Ampié tradujo del inglés al español Ciudad tropical y otros poemas (2009), primer libro de Salomón de la Selva. Jesús Vicente García (ciudad de México, 1969). Estudió letras hispánicas (uam). En 2009 obtuvo el segundo lugar en el ix Premio de Narrativa Breve Tirant lo Blanc. Su libro más reciente es La ciudad de los deseos cumplidos, bajo el sello Fridaura. Mariso García Walls (ciudad de México, 1989). Actualmente prepara una tesis sobre el Primer nueva corónica i buen gobierno de Felipe Guaman Poma de Ayala. Hugo Gutiérrez Vega (Guadalajara, 1934). Poeta y ensayista. Su poesía ha sido traducida al inglés, francés, italiano, ruso, rumano, portugués y griego. Ha recibido, entre otros, el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes y el premio Xavier Villaurrutia. Paul Jaubert. Estudió derecho (Escuela Libre de Derecho). Es especialista en derecho de autor. De 2000 a 2008 fue abogado general de la Sociedad General de Escritores de México. Jaime Labastida (Los Mochis, Sinaloa 1939). Poeta y ensayista. Miembro de número del Colegio de Sinaloa, de la Academia Mexicana de la Lengua y de la Asociación Filosófica de México. Recibió la Medalla de Oro de Bellas Artes 2009 y el Premio Mazatlan de Literatura 2013. Patricio Antonio López. Zapoteco, autor de varios pliegos de romances. Vivió en México en la primera mitad del siglo xviii. Alfonso Reyes se refiere a él como “el primer poeta indio en español después de Alba Ixtlixóchitl”. Manuel López Michelone. Físico por la unam y maestro en cien­cias por la Universidad de Essex en Inteligencia Artificial. Columnista por muchos años en publicaciones de la industria del cómputo y ávido programador. En Twitter: @morsa. José Luis Martínez (Jalisco, 1918 - ciudad de México 2007). Académico, diplomático, escritor, editor y humanista. Entre sus publicaciones se encuentran La literatura moderna de México, Códice florentino: Historia general de Sahagún y Hernán Cortés y Documentos cortesianos. Eduardo Matos Moctezuma (ciudad de México, 1940). Es maestro en ciencias antropológicas con especialidad en arqueología por la enah y la unam. Algunos de sus libros de son Muerte a filo de

obsidiana, Vida y muerte en el Templo Mayor, Teotihuacan, la metrópoli de los Dioses y El Templo Mayor de Tenochtitlan. Álvaro Matute. Doctor en historia por la Facultad de Filosofía y Letras de la unam. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Es miembro de número de la Academia Mexicana de la Historia. Recibió en 2008 el Premio Nacional de Ciencias y Artes en Historia, Ciencias Sociales y Filosofía. Marcela Meléndez Muñoz (Linares, Chile 1974). Periodista, licenciada en comunicación social por la Universidad de Artes y Ciencias Sociales en Santiago de Chile. Miguel Ángel Muñoz (Cuernavaca, 1972). Poeta, historiador y crítico de arte. Es autor, entre otros, de los libros de poesía El origen de la niebla, El lugar de la ausencia y Fragmentos sobre el muro. Stephen Murray Kiernan (Dublín, Irlanda). Es director del Instituto Carlyle y editor del Anáhuac Journal de la Universidad de Oxford. Es académico de la Academia Nacional de Historia y Geografía, y miembro de la Legión de Honor Nacional de México. Gerardo Piña (ciudad de México, 1975). Estudió lengua y literaturas hispánicas en la unam. Es autor de La erosión de la tinta y otros relatos, La última partida y La novela comienza. Su novela más reciente es Los perros del hombre. Mateo Pizarro (Bogotá, 1984). Es artista plástico. Estudió Artes Electrónicas en la Universidad de los Andes. Mario Saavedra.W Escritor, periodista, editor, catedrático y crítico. Es autor de los ensayos biográficos Elías Nandido: Poeta de la vida, poeta de la muerte y Rafael Solana: Escribir o morir. Isaac Schnadower Barán Es profesor en el departamento de Ciencias Básicas e Ingeniería de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Azcapotzalco. Su más reciente libro es Fundamentos de diseño digital y modelado vhdl. Jaime Augusto Shelley (ciudad de México, 1937). En 1960 aparece su primer libro La rueda y el eco. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores y es creador artístico del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Gutierre Tibón (Milán, 1905 - ciudad de México, 1999). Ensayista, narrador y poeta. Fue académico de número de la Academia Nacional de Ciencias y miembro de la Academia del Cimiento de Florencia. Colaboró en El Nacional y Excélsior. Publicó, entre muchos otros, Aventuras de Gog y Magog, Vuelo con 800 pegasos, Olinalá y El ombligo como centro cósmico. Una contribución a la historia de las religiones. Jorge Vázquez Ángeles (ciudad de México, 1977). Estudió arquitectura (ui). Fue becario de la Fundación para las Letras Mexicanas y del Programa Jóvenes Creadores del Fonca. En 2009 publicó la novela El jardín de las delicias.

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Sede: Túnel de la Ciencia, Vestíbulo Metro La Raza L5 Día/ mes Hora Título 03/10 13:00 Concesiones por corredores, ¿la nueva tendencia en la revolución del transporte colectivo? 23/10 13:00 Implementación del modelo de Metrobús en la ciudad de Puebla

Ponente Gerson Javier Ramírez González y Juan Diego Sanguino Rodríguez Lic. Mirian Stephanía Huerta Muñoz

Sede: Auditorio Un paseo por los libros, Pasaje Zócalo Pino Suárez Día/ mes Hora Título Ponente 03/10 13:00 Conferencia Magistral Mtro. José Ramón Hernández Rodríguez La nueva Ley de Movilidad: esquemas de movilidad 03/10 16:00 Estrés y psicopatología en el transporte colectivo Psic. Katya Karina Luna Medina 8/10 13:00 La implementación de las PPP en el desarrollo del Thiany Torres Pelenco transporte público 09/10 13:00 Proceso del transporte público en la zona metropolitana Soc. Rodrigo Oropeza Uribe del Valle de México 10/10 16:00 Sistemas eléctricos, una visión limpia del transporte público Gerardo Martínez Pérez y Gisele Nayeli Méndez Alfaro 14/10 16:00 Video: Los 110 años del transporte público en la ciudad de México Narradores: Dr. Bernardo Navarro Benítez y Mtro. José Ramón Hernández Rodríguez 15/10 16:00 Transporte Intermodal, la intermodalidad en el transporte público Jorge Arturo Aguilar Garduño y Diego Moisés Pérez Velázquez 17/10 16:00 Metrobús o RTP Abraham Said Figueroa Zúñiga y Brenda Ibeth Jiménez Osyguss 22/10 13:00 Conferencia Magistral Hoy no Circula y política de transporte colectivo Lic. Mirian Stephanía Huerta Muñoz 24/10 16:00 Los procesos de urbanización en la revolución del transporte Nayeli Catuar San Juan público, pros, contras y pendientes, el caso de Nezahualcóyotl y la Línea A del STCM 27/10 16:00 La literatura mexicana y el Metro de la ciudad de México Lic. Mauricio Bravo Correa 28/10 13:00 Las bellas del Metro Mtra. Nidia Angélica Curiel Zárate 29/10 16:00 Por una metropolización del transporte colectivo Hugo Maya Arroyo 30/10 16:00 Redes de formación profesional: gestión, innovación y Dr. Cruz García Lirios emprendimiento del conocimiento

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Año XXXIII, Vol. I, época V, número 9 • octubre 2014 • $60.00 • ISSN: en trámite

Gutierre Tibón,

casadeltiempo • número 9 • octubre 2014

historia y lenguaje

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