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La historia perfecta Por Xavier Argudo Castillo

La historia perfecta

Este texto tiene como objetivo, más allá de resaltar vivencias o anécdotas, ser una reflexión acerca de la actitud que como seres humanos podemos adoptar cuando los tiempos juegan un papel negativo y las opciones parecen escasas; estos momentos en los que debemos aferrarnos a la fortaleza que habita en nosotros y seguir adelante, para así no dejar inconcluso nuestro libro de vida.

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Cuando la guerra se prolonga, es difícil recordar lo que fue vivir en tiempos de paz. Pareciera que aquellos destellos de felicidad se hubieran desvanecido de manera permanente y se perdieran en las páginas de este libro conocido como Vida, en el que se nos asigna una página sobre la cual debemos escribir nuestras vivencias y lecciones. Aquello que nos encontramos en el camino queda plasmado en las oraciones y párrafos que se desprenden de nuestros recuerdos, hasta quedar impresos en los escritos con tinta permanente, proveniente de nuestra sangre y emanada de una pluma que palpita junto a nuestros latidos, acelerándose en los momentos de tensión, adoptando un ritmo pausado cuando nuestra realidad se entristece, redactando el regocijo que arriba cuando la felicidad aterriza en nuestros hombros, y así, hasta dejar descrito nuestro mundo con el más mínimo detalle. Pero, ¿qué pasa cuando la oscuridad nos impide divisar aquello sobre lo cual solíamos escribir?, ¿cuándo la inmensidad de la noche nos hace perder el rumbo de aquella vía donde dejábamos plasmadas nuestras huellas?, ¿qué sucede cuando la esperanza se empieza a ver como una ficción que realmente nunca fue parte de nuestro mundo?; y solo eran palabras acomodadas en el orden correcto, para llenar de tranquilidad los vacíos contenedores que somos y evitar que el pánico reine en un mundo saturado de desesperación y tristeza. ¿Qué ocurrirá?, ¿acaso, dejaremos de escribir? Los tiempos son inciertos, una ola de daño azota nuestras vidas con sus violentas aguas, llenando de toxicidad aquellos deseos que nos planteamos cuando ese reloj dio la media noche en el día 365, sepultando dichas ilusiones que, con tanto ánimo, nos preparábamos para hacer realidad; el mal arribó a nuestras vidas en forma de una enfermedad que hoy se esparce sin piedad, arrebatando vidas, generando incertidumbre, creando paredes que nos mantienen distantes de las personas que nos contagiaban sanamente de felicidad, haciendo que poco a poco olvidemos que un día hubo alegría entre nosotros, abandonándonos en un limbo lleno de oscuridad y habitado por el miedo que hoy, como si de una posesión se tratara, nos usa como recipiente para reproducirse y algún día convertirse en el amo y señor del que fue nuestro hogar. Esta es una pausa que nadie deseaba, ajena a nuestro calendario y a nuestra vida, pero, ¿por qué dejar de sembrar esperanza? Si la lluvia sigue ahí, ¿por qué dejar de sonreírle al cielo? Si el sol está para recibirnos en cada amanecer, ¿por qué llorar al ver la profundidad de la noche? Si en ella las estrellas nos entregan toda su calidez, ¿por qué dejar que el sufrimiento y la pena nos inunden el alma?, si hoy, más que nunca, esta debe irradiar luz y deseos de sobrevivir; el dolor persiste, se rehúsa a marcharse y desea apoderarse de aquello que nos complementaba, pero cuando el mal surge de entre las sombras, debemos avivar con esmero la flama que nos regalaba su luz en las

noches frías. Yace en nosotros el deber de sobrevivir a la tempestad y arribar juntos al final del arcoíris, que está listo para regalarnos un espectáculo de colores majestuoso que ni las mentes más brillantes de la historia pudiesen haber imaginado alguna vez. Es nuestro desafío mantener vivo el deseo de alcanzar un futuro mejor, que, aunque no se vea a simple vista, descansa en lo más profundo de nuestro ser, motivándonos a seguir escribiendo hasta que la tinta se acabe.

Yacen en nuestras manos los cimientos de un futuro que lucha por mantenerse vivo, al que debemos alimentar con nuestras esperanzas y recordar que la noche es necesaria, para que los amaneceres sean perfectos. Algún día tendremos que recordar el tiempo en que nuestras mentes intentaban ser bloqueadas por una tormenta de dudas y desesperación, pero nuestro deseo de darle un desenlace a esta historia avivó aquellas ilusiones que se creían perdidas entre la niebla. Recordaremos el momento en el que separarnos fue la manera de mantenernos más unidos que nunca, y las lágrimas de aquellos que dieron su vida para mantener nuestros barcos a flote en la tormenta, ellos tuvieron que soltar sus plumas, para que nosotros pudiéramos seguir escribiendo.

No todos somos doctores, pero todos somos humanos; no todos hemos vivido este mal a la misma distancia, pero hoy todos estamos cara a cara frente al miedo. No dejemos de redactar aquellas vivencias que, aunque inunden nuestros corazones de tristeza, nos harán recordar que la humanidad aprendió, se levantó y con más fuerzas que nunca fue tras ese futuro que tanto anhelaba. No dejemos de escribir cuando los tiempos son inciertos, la esperanza debe ser más fuerte que nunca. No dejemos incompleto este libro, porque aquellos párrafos en los que dejemos plasmado nuestro valor son los que harán de este

cuento, la historia perfecta. Por Xavier Argudo Castillo

Estudiante de segundo año de la carrera de Publicidad de la Facultad de Comunicación Mónica Herrera de la Universidad Casa Grande (UCG).

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