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Un punto de inflexión Por Alina Manrique
EDITORIAL
Un punto de inflexión
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El 2020 quedará en nuestra memoria como un año de reinicio: con cientos de miles de vidas perdidas, un tercio de la población mundial en confinamiento y rutinas que hemos replanteado. La ansiedad por volver a la vida de antes nos ha hecho diseñar colectivamente eso que llamamos —contradictorio conceptualmente— la ‘nueva normalidad’: hacer lo mismo con componentes nuevos, con las lecciones aprendidas. Pero, el fin común no debería ser aproximarnos con la mayor exactitud a la vida de antes. La pandemia supone un giro radical en ciertos aspectos de nuestra convivencia.
Ojalá que la soledad de la mascarilla haya incentivado nuevas formas de conectar con otros y con nosotros: la solidaridad y empatía con los extraños es posible, aun cuando el contacto físico y las sonrisas estén en receso. Las muestras de respeto por el tiempo y espacio de los otros (los ciclistas, los usuarios del transporte público) se valoran más en estas circunstancias; y, si por lo menos una vez pensamos cómo viven las familias en territorios en guerra, lidiando cada día con la escasez e incertidumbre, habremos ganado en empatía. Quizás la situación haya servido para reconectar generaciones, incluso dentro de una familia. Ya sea para no perderse detalles de las historias de vida de los abuelos, padres e hijos, contadas por sus protagonistas. Para mirar a los vecinos e intercambiar productos y, por qué no, servicios. Y, hablando de comercio colaborativo, definitivamente espero que hayamos podido replantear qué necesitamos para vivir.
El arte sigue siendo necesario. Los libros, la música, las series y películas siguieron deleitando el alma de muchos confinados, mientras que los cines y teatros estaban cerrados. Necesitamos garantizar espacios para que la creatividad de las generaciones se despliegue y escriban más arte para el futuro, más ciencia e innovación. La educación, que también ha sido repensada, es parte vital en este proceso. Debemos asegurar la conectividad de la población, para que ningún infante quede excluido de la interactividad con los contenidos.
Y, si bien caminamos hacia la digitalización de medios, esto no significa la muerte del periodismo. De hecho, durante el confinamiento el país pudo conocer de innumerables casos de corrupción (y de historias extraordinarias de gente sencilla), a través del trabajo periodístico. Los comunicadores debemos caminar, entonces, hacia nuevos espacios creativos, nuevas miradas, con el mismo rigor de siempre. No se trata de romantizar el confinamiento, sino de reflexionar qué aprendimos.
Por supuesto, quedan debates abiertos que han cobrado más relevancia en estos meses, como la protección digital de los datos personales, las desigualdades sociales, el acceso a internet, la eficiencia del teletrabajo, la nutrición consciente impulsada por políticas gubernamentales, las áreas verdes para el ejercicio y la convivencia entre ciclistas, conductores, transporte público y motorizados. Son temas colectivos que alcanzaron un punto de inflexión. Ojalá podamos recordarnos como el año en que nos convertimos en mejores seres humanos.
Por Alina Manrique

Magíster en Periodismo Digital y Gestión de
Proyectos Multimedia de la Universidad Casa Grande (UCG). Docente en UCG y la Universidad Católica de Santiago de Guayaquil.