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CUENTO: El baile eterno
VENTANALES • UNIVERSIDAD CASA GRANDE • AÑO X No 18 DOSSIER
DE GUAYAQUIL 207
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El baile eterno
Mateo y su abuelita siempre tuvieron una conexión profunda. Desde que él nació, crearon un fuerte lazo afectivo que duró para siempre. Él pasaba horas con su abuelita, y cada vez que la visitaba, se sentaba con ella a escuchar música clásica de la época de ella; de esas canciones que resuenan en los bares de karaoke cuando las mujeres se reúnen ahí a beber y cantar a todo pulmón, incluso cuando están despechadas.
“Momo” le decían de cariño todos sus nietos; y aunque ella siempre lo negaba, por supuesto, Mateo era su favorito. Ella siempre compartía con él historias de su vida. En una ocasión le contó cómo conoció a su abuelo, lo cual fue muchos años después de graduarse de la secundaria. También le confesó que siempre tuvo una personalidad bastante reservada. Daba la impresión de que era una combinación entre tímida y antipática, pero, en realidad, Momo siempre fue una persona con un corazón gigante. Ella creía que, posiblemente, esa errada percepción fue la razón por la que nadie la invitó al baile de graduación en esa época. Por esto, cuando llegó la gran noche de la fiesta de incorporación de Mateo, Momo estaba muy feliz y emocionada por él. Lo había visto ahorrar dinero por meses para poder comprarse un traje muy elegante que lo hacía ver muy apuesto.
Esa noche, cuando sonó el timbre, Momo se apresuró en abrir la puerta de su casa y se topó con la sorpresa de que había un hombre alto, con un traje formal y oscuro, parado en la puerta principal, y atrás de él estaba parqueada una limosina. Era Mateo. Y se asombró al darse cuenta de que él tenía un ramo de rosas en una mano y un vestido elegante en la otra. “Momo, toda mujer merece ir a su fiesta de graduación, no importa si tiene 18 u 80 años”, le dijo él.
Mateo vio una lágrima de felicidad escurrirse por el cachete de su abuelita, seguido de: “Pues sería un honor ser tu cita esta noche, mi querido nieto, aunque no estoy segura de sí me acuerdo cómo bailar… ja ja ja. La última vez, lo hice en el aniversario de bodas con tu abuelo, justo antes de que se nos vaya de este mundo”. Mateo la miró fijamente y le dijo: “Abuelita, mi Nano antes de irse me dijo: ‘¡Cuídamela, y no te olvides de llevarla a bailar por mí, a ella le encanta y siempre lo ha hecho estupendamente!’. Así que, estoy seguro de que lo harás perfecto esta noche también”. Momo se rio suavemente una vez más y abrazó a Mateo.
Con el paso de los años, cuando Mateo ya tenía sus propios nietos, no olvidó contarles que una de las mejores noches de su vida fue cuando llevó a Momo a bailar a su fiesta de graduación. Verla sonreír esa noche fue una de las más dulces sinfonías de amor que él experimentó durante toda su vida.
Por Nicole Pinilla
Estudiante del cuarto año de la carrera de Artes Escénicas de la Facultad de Comunicación de la Universidad Casa Grande (UCG).