Mitteilungen REVISTA DAV
Deutscher Ausflugverein Valparaíso
Heidi Heitmann - Edición y redacción
Alejandra Arriagada - Redacción y fotografía
Catalina Horr – Diseño
Carla Calvanese - Publicidad
Claudio Maureira - Redacción y fotografía
Javier García - Redacción y fotografía
Fotografía de portada
Cerro Mocoen
Fotografía: Javier García
1. EDITORIAL
2. ANUNCIOS OFICIALES
3. PARQUE ANDINO JUNCAL
4. HOMENAJE SOCIO DESTACADO
5. EXPEDICIÓN HISTÓRICA 6. EXCURSIÓN ALTA MONTAÑA 7. EXCURSIÓN SENDERISMO
8. CUMBRE SIN RAYADOS
9. RECUERDOS DAV 10. CÁPSULA BIODIVERSIDAD 11. RINCÓN ALEMÁN
12. SABÍAS QUÉ...
EDITORIAL
Querido lector,
En la montaña, vivirás diversas aventuras y tan sólo parte de ellas será hacer cumbre.
Puede que elijas realizar una expedición de más de veinte días tan sólo para llegar a la base del K2… O que, apenas iniciándote en la alta montaña, en el intento de subir un cerro de la cordillera de los Andes te sorprenda un rampante frente de mal tiempo. No menor es la travesía de quién decide, contra viento y marea, hacer justicia a una cumbre maltratada por visitantes, como lo es la Campana. O puede que estés recorriendo cerros de la cordillera de la costa, y decidas enfocarte en el goce de una caminata observando al picaflor chico y admirando los paisajes, llenando tu espíritu con ese aire de libertad y disfrute que la naturaleza entrega.
Querido amigo montañista, senderista, aventurero al fin y al cabo, en este segundo número de Mitteilungen conocerás las experiencias vividas por socios de nuestro DAV y podrás maravillarte, vibrar y sorprenderte con ellas. Y, quién sabe, tal vez en el próximo número, seas tú el protagonista de esa emocionante aventura de montaña.
Equipo Editorial.
ANUNCIOS OFICIALES
Bienvenida a nuevos socios 2024
- Abril 2024 : Lorena Gallardo
- Mayo 2024 : Antonia Glaría, Germán Olate, Hermann Fritsch
- Junio 2024 : Nerea González
- Julio 2024: María Esperanza Olate, Andrés Mujica
- Agosto 2024: Catalina Hörr, Veronica Ginsberg
Conformación actual Directorio y asesores
Debido a renuncia por traslado al norte de Patricia Valenzuela, vicepresidenta electa, se procede en abril de 2024 al nombramiento de Christian Rasmussen como nuevo vicepresidente.
El Directorio agradece a Patricia Valenzuela por su labor, y da la bienvenida a Christian Rasmussen, quien se suma con gran entusiasmo al equipo 2024.
Directorio
- Presidente: Sabine Sauer Voss
- Vicepresidente: Christian Rasmussen Duarte
- Tesorero: Pedro Elgueta Medina
- Secretaria: Verena Hagel Hammersley
- Capitán (encargado de excursiones): Lucas Domínguez Vargas
- Bibliotecaria: Heidi Heitmann Frutuoso
- Utilero: Lucas Domínguez Vargas
Asesores
- Mantención Refugios: Alfredo Schilling Riegger
- Encargado de FEACH/ADME: Rodrigo Morales Cruz
- Franz Stark Riegger
- Bernardo Leddihn Oelckers
- Marcos Liberona Reyes
Junta de contabilidad
- Jaime Pozo Ferreira-Nóbriga
- María Elena Riscal Barraza
Obituario
El día 12 de febrero de 2024, fallece nuestro socio destacado Enrique “Heinz” Koch Fleege.
Gran montañista, fue presidente del DAV y de la Asociación de Andinismo de Valparaíso y Aconcagua (ASAVA). El DAV llora la pérdida de un socio recordado y querido.
Extendemos las condolencias a familiares y cercanos.
AUTORES: JAVIER GARCÍA Y ALBERTO ARANDA
PARQUE ANDINO JUNCAL
En fotografías
Fotografías: Javier García
AUTORA: CHRISTEL WIELE
HOMENAJE SOCIO DESTACADO
Otto Zöllner Schorr (1909-2007)
Al momento de su partida el 1 de diciembre 2007, el señor Otto Zöllner (q. e. p. d.) tenía 98 años, siendo una autoridad dentro del área de los grandes botánicos del siglo XX en Chile.
Durante mucho tiempo, impartió clases en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y el Colegio Alemán de Quilpué. Su vida profesional se extendió por 74 años.
Después de estudiar Pedagogía en Biología y Geografía en la Universidad de Leipzig en Alemania, postuló a un trabajo en el extranjero, específicamente al Colegio Alemán de Quilpué, siendo el primer profesor alemán en llegar a ese colegio. En 1933 Quilpué era un pueblito de ensueño, y el Colegio Alemán era muy pequeño. El señor Zöllner era el único profesor varón, por lo que le entregaron las asignaturas técnicas. El aplicó en sus clases lo que entonces era una pedagogía moderna, especialmente en geografía y biología. Creó un jardín escolar para el gran deleite de los niños y durante los fines de semana junto a sus alumnos realizaba caminatas en la zona para conocer a fondo y en terreno las montañas y las plantas.
En ese entonces, el colegio contaba con solo 60 alumnos y la relación entre padres, profesores y estudiantes era especialmente estrecha.
Desafortunadamente, la Segunda Guerra Mundial interrumpió este esperanzador desarrollo del Colegio. El número de alumnos disminuyó en 1945. Durante este
difícil momento, el señor Zöllner asumió la dirección del Colegio. Pronto, y gracias a su minuciosa y hábil gestión, el número de estudiantes aumentó significativamente, por lo que las instalaciones existentes no fueron suficientes. En un garaje se montó un jardín infantil, pero ya en 1949 hubo que abordar un verdadero programa de construcción. Eran años complejos, todo era extremadamente difícil y los fondos necesarios debían ser recaudados únicamente por la comunidad escolar. El progreso fue constante y en 1960 se finalizó la construcción. En 1965, el señor Zöllner dejó la dirección del Colegio que contaba en ese momento con 415 alumnas y alumnos. Cuatro veces más de los que tenía en 1945. ¡Una buena señal de su exitoso trabajo!
Hasta su avanzada edad, fue una persona amante de la naturaleza. De norte a sur recorrió múltiples rincones escondidos de nuestra hermosa patria, inspirando al mismo tiempo a las generaciones más jóvenes para descubrir la naturaleza, las montañas y las innumerables bondades de los reinos vegetal y animal. Su herbario personal constaba de unas 23.000 carpetas, las cuales fueron donadas a una universidad.
Además de los múltiples reconocimientos recibidos, el señor Zöllner fue nombrado Ciudadano Ilustre de la Municipalidad de Quilpué, y por su abnegada labor fue merecedor de la medalla al mérito “Vicente Pérez Rosales”.
Muchas gracias, señor Zöllner, nunca lo olvidaremos y siempre tendremos su sol en nuestros corazones.
Fotografía: Christian Rasmussen. De izquierda a derecha: Karl Heinz Winter, Otto Zöllner, Inés Lucía Villegas Igualt. Expedición de aproximación al cerro Mercedario (1984).
AUTORES:
INÉS LUCÍA VILLEGAS IGUALT Y CHRISTIAN RASMUSSEN DUARTE
EXPEDICIÓN
AL K2, LA MONTAÑA DE LAS MONTAÑAS
- Fecha: agosto 1995
- Recorrido total aproximado: 260 km
- Duración aproximada: 1 mes
-Número de participantes: 5 expedicionarios, con equipo de apoyo de 3 cocineros y cerca de 15 porteadores
- Organizador: DAV Summit Club (departamento del Deutscher Alpenverein, Club Alpino Alemán)
Cuando, en mi infancia, leía los anuarios de montaña que mi papá encargaba todos los años a Alemania, me llamaban mucho la atención los relatos de exploraciones y de primeros intentos de ascensiones a montañas de una cordillera de un nombre muy curioso, casi intimidante: la cordillera del Karakórum, ubicada en el extremo norte de Pakistán. Y más curiosidad despertó en mi la montaña más alta del Karakórum y la segunda más alta del mundo, el K2 (8611 m s. n. m). Esta montaña, inmensa y de forma piramidal, se encuentra ubicada en uno de los rincones más recónditos del gran Karakórum. Por cierto, y fuera de llamarme siempre la atención su magnífico perfil piramidal y sus dimensiones colosales, nunca imaginé que algún día, junto a mi esposa Inés Lucía, tendríamos el privilegio de alcanzar su base, de poder admirarla en vivo y en directo.
La oportunidad se nos presentó cuando, a través de un contacto que mi papá tenía con el Deutscher Alpenverein, supimos con mi esposa que ellos organizaban una expedición mayor al K2. Poder llegar al K2 era para nosotros un sueño, un sueño que no sabíamos si podríamos transformar en realidad. Ir el encuentro de la segunda montaña más alta del mundo, recorrer valles y glaciares de la gran Cordillera del Karakórum, eran metas que no habíamos creído nunca poder alcanzar.
No sabíamos qué nos depararía esa gran cordillera, pero sí sabíamos que seríamos el primer matrimonio chileno en intentar llega a los pies del K2.
Para saber más
Así, con un sueño casi inalcanzable por delante y con la incógnita de cómo sería esta inmensa expedición, iniciamos este viaje por medio mundo un 27 de julio, desde el aeropuerto de Santiago. Un vuelo con escala en Buenos Aires nos llevó a Frankfurt, donde descansamos una noche antes de viajar a Múnich, ciudad en que estaba la oficina matriz del DAV Summit Club, departamento del Deutscher Alpenverein. Ahí pudimos conversar con quien sería el jefe de la expedición, Edwin Lautner, y retiramos los pasajes aéreos a Pakistán y varios permisos especiales para poder entrar a la zona del Karakórum, a las así llamadas northern areas. No debíamos olvidar que Pakistán ya era un país musulmán y que había un conflicto con la India, precisamente en la frontera norte cercana al Karakórum.
Con un sentimiento de anhelo, pero también de suspenso, partimos desde el aeropuerto de Frankfurt el día 2 de agosto hacia lo desconocido, en un vuelo de once horas. A las tres de la madrugada aterrizamos en el aeropuerto internacional de Islamabad, la capital de Pakistán. Nos recibió el guía oficial que nombra el gobierno, llamado oficial de enlace, Aslam Quitoshi, quien nos acompañaría en todo el viaje por el país, incluyendo, por cierto, la expedición al K2. Resultó ser un guía muy agradable y amistoso.
Ya estábamos en tierra pakistaní, algo que nunca habíamos creído poder vivir. Rápidamente nos trasladamos a descansar a un excelente hotel en Rawalpindi. Cabe señalar que Islamabad y Rawalpindi son prácticamente una ciudad. Ese día salimos a recorrer algo de Rawalpindi, y realmente era como estar en otro planeta… Calles y callejuelas atestadas de gente y de todo tipo de vehículos en un aparente caos, bocinazos por todos lados, una inmensa cantidad de pequeños locales comerciales, donde al lado de una carnicería podía estar un laboratorio de prótesis dentales, y mas allá un local de venta de té y al lado un quiosco de diarios, ese era el escenario que nos recibía en este país. Fuimos al Ministerio de Turismo a recibir instrucciones y permisos militares especiales para poder entrar a las northern areas y al Karakórum. Nos recibió un funcionario con traje militar de combate, nos leyó las reglas y entregó a nuestro guía pakistaní una carpeta con permisos ya visados. Las restricciones, y muy severas, eran: no fotografiar mujeres, puentes, ni represas, a riesgo de ser detenidos. Estábamos en un país muy musulmán.
Sigue una breve explicación a estos nombres que para nosotros resultan tan lejanos y desconocidos.
Karakórum significa en urdu (lengua hablada en el norte de Pakistán) “Centinelas de Piedra”, y vaya que esta cordillera tiene las así llamadas Catedrales del Baltoro, Torres de Roca, algunas de la cuales sobrepasan los 7000 m s. n. m. Por algo ha sido llamada por grandes montañistas, como Reinhold Messner, la cordillera más espectacular del mundo.
El nombre K2 proviene del primer levantamiento geodésico realizado por un equipo de topógrafos de Gran Bretaña en 1852, que, al observar desde lejos estas enormes montañas, las clasificaron, por la K de Karakórum, K1, K2, K3, K4… La que quedó con el nombre K2 resultó ser la segunda y más espectacular montaña del mundo.
El 4 de agosto, con temperaturas de aproximadamente 40 °C, hicimos dos tours. Uno nos llevó a los edificios de gobierno en Islamabad y a la gran Mezquita de Faisal, regalada por el rey Faisal de Arabia Saudita, un edificio todo de mármol blanco, impresionante e inolvidable. El otro tour nos llevó, en las afueras de Rawalpindi, a uno de los lugares históricos más importantes de la región. Eran las ruinas de la Ciudad de Taxila, donde estableció un campamento de paso el gran Alejandro Magno, en su exploración hacia la India. Fue una experiencia única de historia. En esta visita tuvimos… ¡45 °C de calor!
El 5 de agosto fue nuestro último día en Rawalpindi. Estaba previsto un viaje por tierra de aproximadamente dos horas y media a la ciudad de Peshawar, fronteriza con Afganistán, y después subir el Paso del Khiber, la frontera con Afganistán. A la ciudad pudimos llegar, pero al paso no, ya que había guerras tribales. En todo caso, estuvimos muy cerca de Afganistán, y eso para un occidental es extraordinario, sobre todo en esos años: en 1996 llegó el Talibán a Afganistán.
El 6 de agosto partimos a las seis de la mañana en un furgón desde nuestro hotel en Rawalpindi. Íbamos a enfrentar en dos jornadas una ruta de aproximadamente 800 kilómetros hasta Skardu, la última ciudad antes de entrar al Karakórum. Era esta una ruta impredecible por
los múltiples aluviones que se producen en esta época de lluvia, y que bordea en gran parte de su trazado el río Indus, un río histórico, casi mítico.
Ese día nos esperaba una larga jornada de aproximadamente diez horas hasta Chilas, un pueblito ubicado a mitad de camino en la antigua ruta de la seda. Tuvimos efectivamente un corte de camino por aluvión, y hubo que hacer trasbordo de personas y equipos hacia un vehículo que nos esperaba al otro lado. Arribamos a Chilas a media tarde, con cerca de 50 °C en la tarde. Más en la tarde refrescó y tuvimos 40 °C en la noche. Obviamente, no pudimos descansar bien para la siguiente jornada.
El 7 de agosto salimos, nuevamente muy temprano, ya que también esta jornada sería extensa. Discurriendo por el valle del Indus, de pronto se abrió un enorme valle lateral, y el conductor detuvo la marcha. Sí, teníamos frente a nosotros, como un gigante de hielo casi fantasmal, el famoso Nanga Parbat (8125 m s. n. m.), uno de los ochomiles más famosos y peligrosos, con una larguísima historia de ascensiones, derrotas y tragedias. Con esta vista formidable, nuestras emociones nos indicaron que nos acercábamos de verdad al gran Karakórum.
El Nanga Parbat (8125 m s. n. m.), cara del Rakhiot, foto Christian Rasmussen
Desde esta atalaya pudimos observar también en la distancia otros dos gigantes del Karakórum: el Rakaposhi (7788 m s. n. m.) y el Harmosh (7397 m s. n. m.). Después de las emociones vividas en esos pocos minutos, continuamos nuestra ruta hacia Skardu. Hicimos un descanso en un parador muy rústico, para comer chapatis (pan pakistaní) con abundante té, y luego continuamos hasta que se nos abrió un inmenso valle, el valle del Shigar. Más adelante se encontraba nuestra meta, la ciudad de Skardu. Llegamos a las 17.00 h a nuestro hotel, un lodge con cabañas alrededor del lago Satphara, llamado Shangrila. De verdad que el hotel era un ShangriLa. Después de una cena en un restaurante flotante del hotel, pudimos admirar la puesta de sol sobre montañas que ya constituían los contrafuertes del gran Karakórum.
En Skardu permanecimos dos días. Uno para hacer algo de turismo y el otro para los últimos preparativos de la expedición al K2. Skardu es la capital de la región norte de Pakistán, llamada el Baltistán, y en ella hay otra etnia de habitantes, los Balti, muy distinta a la del centro sur del país. Mas afables, más tranquilos y muy morenos, los Balti nos miraban con sorpresa a los “turistas” occidentales.
El 8 de agosto fuimos en 4x4 al lago Katchura, desde donde tuvimos una vista privilegiada de todo el valle del Shigar. A través de él entraríamos al corazón del Karakórum.
El día 9 fue de descanso y preparación. Con mapas en mano, nos enteramos de que la ruta, desde donde nos iban a dejar los vehículos 4x4 hasta alcanzar Concordia en las cercanías del K2, era de aproximadamente 110 kilómetros de caminata. ¡Oh, sorpresa! Y para mí que quería llegar a la base misma del K2, ¡eran 20 kilómetros más de ida! En ese momento no lo pensamos mucho. Así como pretendíamos llegar al K2, después había que recorrer los más de 100 km de regreso. Pero, en fin, esa iba a ser nuestra gran aventura, ese era nuestro sueño, y sin más nos convencimos de que podríamos lograrlo.
Con toda la expectación de estar iniciando la más grande aventura de montaña de nuestras vidas, nada menos que en el gran Karakórum, ese inolvidable 10 de agosto
partimos de Skardu en 4x4. Entramos por el ancho valle del Shigar, por una huella que casi no era camino. El valle era inmenso de largo. Alrededor del mediodía alcanzamos un caserío, donde nos esperaban los que iba a ser nuestros porteadores Balti. Hasta allí llegamos en un 4x4.
Nos esperaban 21 días de expedición y 220 km de trekking, de modo que era un número significativo de porteadores para llevar carga, comida y equipo. A las 13.00 h y con 40 °C de calor, iniciamos la caminata.
Esa primera jornada nos llevó a ingresar al valle del río Braldo, uno de los que viene directamente del corazón del Karakórum. Y después de aproximadamente cuatro horas de caminata llegamos al pueblito de Tongall, donde instalamos nuestro primer campamento. En la tarde se puso agradable, ya que la temperatura bajó a las 30 °C. Fue una grata primera noche.
Al día siguiente, 11 de agosto, íbamos a tener una jornada bastante más larga para arribar al último pueblito de esta ruta, Askole, a 3000 m de altitud. La jornada fue de ocho horas, y ya tuvimos algunas largas cuestas que sortear. A media tarde llegamos a Askole, donde parecía que el tiempo se había detenido hacía siglos. Casitas de barro y piedras, estrechas callejuelas y algunos campos sembrados: era un pequeño paraíso en los inicios de la cordillera del Karakórum. El calor seguía “pegando fuerte”, con 35 a 40 °C.
En nuestro campamento en Askole (3000 m s. n. m.).
Foto Christian Rasmussen
La siguiente jornada, el 12 de agosto, fue la segunda más larga. Y nos esperaba una enorme sorpresa. A las 6.00 h de la mañana escuchamos la voz de nuestro guía diciendo “Ready” (listos), para iniciar la marcha. Fuimos subiendo por el valle del río Braldo. Un larguísimo sendero nos llevó a una pared de roca, que cerraba el valle. Y nuestro guía nos dijo: «Esta es la Roca de Yola, y hay que subir por un lado y bajar por el otro para poder continuar nuestra ruta», así de simple. ¡Era una pared de roca de unos 100 m de altura...! La famosa Roca de Yola quedó para siempre en nuestros recuerdos. Sortear este obstáculo nos llevó más de dos horas. Hay que imaginar el equilibrio requerido por nuestros porteadores para escalar con la pesada carga que llevaba cada uno. Los cocineros nos brindaron ayuda a nosotros.
Y nos esperaba más dificultad y emoción: una vez terminada la escalada de esta roca, había que cruzar el río Braldo, que llevaba una corriente impresionante. El cruce se hacía en un cajón, casi sin fondo, que colgaba de un alambre de acero.
Finalmente, arribamos a las 16.00 h al campamento de Yola (3500 m s. n. m.). Habíamos caminado diez horas. El calor seguía implacable, pero ya comenzaba a abrirse la vista hacia el interior del Karakórum. Especialmente bella era una montaña en forma de torre, el Dumordo (6750 m s. n. m.). Tuvimos un atardecer muy hermoso con reflejos del Dumordo sobre el río Braldo.
Atardecer sobre el Dumordo (6750 m s. n. m.) desde el campamento de Yola (3500 m s. n. m.). Foto Christian Rasmussen
Al día siguiente, 13 de agosto, escuchamos nuevamente la voz de nuestro guía, esta vez el «Ready” fue a las 5.30 h de la madrugada. No lo sabíamos, pero esta sería la jornada más larga del acercamiento al K2. Iniciamos la marcha dejando el valle del río Braldo y entrando al río Baltoro, que viene del glaciar del mismo nombre, por el que íbamos a tener que realizar los últimos 40 kilómetros para llegar a Concordia.
Comenzamos a remontar el valle casi pegados al río Baltoro. Nosotros íbamos con paraguas para mitigar la altísima radiación solar y la temperatura. Hacia mediodía,
detuvimos la marcha para tomar una colación. El calor era tan tremendo, que Werner, uno de los expedicionarios alemanes, me preguntó:
—¿Christian, qué temperatura tenemos?
—60 °C —le respondí tras mirar el reloj con termómetro. Su reacción fue inmediata:
—¿Estamos vivos?
Al parecer, sí, estábamos vivos, porque continuamos la marcha.
Hacia las 16.00 h, tuvimos que cruzar un torrente que interrumpía la ruta, hubo que instalar cuerdas fijas y seguros, especialmente para los porteadores.
Finalmente, ya con el glaciar del Baltoro a la vista, llegamos a Paiju (4000 m s. n. m.) a las 18.00 h. La jornada había sido de doce horas y media, con un calor infernal. Al subir al emplazamiento de las carpas, quedamos estupefactos, sin habla, olvidando todo el cansancio. Frente a nosotros, se abría hacia el interior del gran Karakórum el glaciar del Baltoro y, adyacentes a él, las Catedrales del Baltoro, torreones increíbles de roca cercanos a los 7000 m s. n. m. El momento fue único, impresionante, mágico. No podíamos creer lo que estábamos admirando. Esta vista fue una de las más emocionantes de toda esta expedición. Parecía un sueño… y tal vez lo fue.
Paiju es un balcón con árboles y varias vertientes, sobre la morrena terminal del glaciar del Baltoro. Es el lugar ideal para descansar y admirar paisajes increíbles de montañas y torres de roca del corazón del Karakórum. Allí permanecimos un día de descanso. Para nosotros, como chilenos, nos parecía un sueño estar allí.
Aún nos faltaban cuarenta kilómetros de glaciar para llegar a Concordia, el hito final de esta gran expedición.
El 15 de agosto iniciamos con gran emoción lo que sería la última etapa de esta expedición, que nos llevaría por el glaciar del Baltoro hasta Concordia, y posteriormente a mí por el glaciar Godwin Austen hasta los pies del K2, la montaña de las montañas.
Partimos a las 7.00 h con una temperatura que iba disminuyendo rápidamente. La jornada nos llevó primero a subir la gran morrena terminal del glaciar del Baltoro, lo que nos tomó más de 1 hora. Y finalmente a las 9.00 h llegamos al curso principal del glaciar. En esa parte, aún está muy cubierto de sedimentos de modo que poco se veía el hielo. Avanzamos por un laberinto de hondonadas y montículos, teniendo con escenario adyacente al glaciar las grandes catedrales del Baltoro, donde ya destacaban
EXPEDICIÓN HISTÓRICA
las Torres Paiju, Uli Biaho y Torre Trango, todas con entre 6500 y 7000 metros de altitud. Era un paisaje sobrecogedor, que nunca olvidaremos.
La Torre Trango (6890 m s. n. m.) desde el glaciar del Baltoro. Foto Christian Rasmussen
A media tarde, llegamos a un campamento de paso al borde del glaciar, el campamento de Goburse (4300 m s. n. m.). Un buen descanso, una buena cena y una magnífica puesta de sol, cerraron ese día inolvidable.
El 16 de agosto, continuamos la marcha por el glaciar del Baltoro, que ya mostraba mucho más hielo en la superficie. La temperatura estaba entre 10 y 15 °C, un drástico cambio respecto de lo que habíamos tenido días antes. Llegamos a eso de las 16.00 h a Urdokas (4500 m s. n. m.) último lugar con vegetación al borde del curso medio del Baltoro. Desde el emplazamiento de nuestro campamento, pudimos observar hacia el interior del glaciar el final de nuestra ruta hacia Concordia. Una magnífica vista del Gasherbrum IV (7980 m s. n. m.), llamada la “Montaña Resplandeciente”, a cuyos pies está Concordia, nos emocionó profundamente por la belleza del paisaje.
El 17 de agosto era para nosotros un día de expectación y mucha emoción. Era la penúltima jornada antes de alcanzar el objetivo final de esta expedición. Lentamente fuimos remontando un glaciar, que ahora sí se mostraba como tal, con mucho hielo y cursos de agua. Habíamos dejado atrás las magníficas catedrales del Baltoro, pero ahora comenzaban a emerger los gigantes del Karakórum. El propio Gasherbrum IV, que ya lo teníamos muy cerca, el impresionante Masherbrum (7890 m s. n. m.) y una montaña increíble, imposible de creer que pudiese existir, la Torre Mustagh (7280 m s. n. m.). En medio de esas maravillas arribamos a las 16.00 h a nuestro penúltimo campamento, Goro II, un lugar de ensueño. Tuvimos una tarde majestuosa, sobrecogedora. Sí, estábamos en el
umbral de lo que iba a ser al día siguiente la culminación de la más grande aventura de nuestra vida de montaña.
El Masherbrum (7890 m s. n. m.) desde nuestro campamento en Goro II, mañana del 18 de agosto. Foto
La Torre Mustagh (7280 m s. n. m.) desde nuestro campamento en Goro II, mañana del 18 de agosto. Foto Christian Rasmussen
18 de agosto… ¡Nos había llegado el día, después de más de 100 kilómetros de marcha! Partimos a las 9.00 h de Goro II, con la emoción a flor de piel. Las temperaturas ya estaban bajo cero. Lentamente avanzamos por el curso superior del glaciar del Baltoro, con el Gasherbrum IV cada vez más cerca y con una vista que se nos abrió a media mañana hacia el Broad Peak (8150 m s. n. m.), un ochomil, una montaña gigante, magnífica. Por unos minutos detuvimos la marcha, la vista del Broad Peak era demasiado grandiosa.
Amigos, lo que viene de aquí en adelante es un relato que aún no sabemos si representa la realidad vivida por nosotros ese día y al día siguiente, o un sueño que al parecer fue, sin embargo, real.
Hacia las 16.00 h, de pronto llegamos a una explanada inmensa de varios kilómetros de extensión. Sí, habíamos
llegado a Concordia (5000 m s. n. m.), un lugar mítico, mágico, en el corazón del gran Karakórum. Y hacia el oeste se abrió un valle en cuyo extremo estaba el K2, la montaña de las montañas. La emoción fue muy grande... Éramos los primeros chilenos en llegar a este lugar maravilloso, y frente a nosotros, estaba algo que no creímos nunca poder admirar en directo, el K2. No pudimos evitar las lágrimas, las lágrimas de una profunda emoción como chilenos y como matrimonio por estar allí, por estar admirando a los gigantes del Karakórum, de estar admirando al K2. No sabemos cuánto tiempo estuvimos parados allí solo mirando, con lágrimas en los ojos. Pronto recibimos las felicitaciones de nuestros compañeros de expedición, de nuestro jefe de expedición, Edwin Lautner, y del jefe pakistaní, Aslam Quitoshi. El atardecer fue indescriptible, más que mágico.
el K2
Lucía Villegas
El Gasherbrum IV, la montaña resplandeciente. (7980 m s. n. m.), atardecer desde Concordia. Foto Christian Rasmussen
Y llegó el 19 de agosto, día en que yo intentaría llegar a la base del K2, a las cercanías del famoso espolón de los Abruzos, donde se inicia la principal ruta de ascensión de este gigante del mundo. Me esperaban aproximadamente 20 km de ida y 20 más de regreso, todo por sobre los 5000 de altitud, por el glaciar Godwin-Austen que viene precisamente de la cara sudeste del K2. Iba a ser una jornada muy larga, por lo cual iniciamos la marcha con un guía pakistaní, Akbar, a las 6.00 h de la mañana. Al entrar al glaciar tuvimos una vista impresionante de la cara sudeste del inmenso K2. Me sentí una partícula infinitesimal de ese escenario que nos rodeaba. ¿Estaba allí, o estaba soñando?
El K2 (8611 m s. n. m.) desde la entrada al glaciar Godwin-Austen (5200 m s. n. m.). Foto Christian Rasmussen
Seguimos la ascensión por el glaciar Godwin-Austen casi al trote (se debe recordar que esta jornada completa era de 40 km, para regresar a Concordia). A eso de las 11.00 h logramos sortear la base del Broad Peak, y el K2 ya lo teníamos muy cerca, casi como para tocarlo.
El autor en el curso superior del glaciar Godwin Austen (5400 m s. n. m.). Foto Akbar.
Mi emoción era tan grande, que me parecía ir caminando sobre nubes. Finalmente, a las 13.00 hrs de ese 19 de agosto de 1995, alcanzamos la base del K2 a 5600 m s. n. m., muy cerca del espolón de los Abruzos. El momento fue mágico. Allí estaba un chileno, una pequeña partícula cósmica admirando hasta las lágrimas una de las maravillas más grandes de nuestro mundo, el K2, la montaña de las montañas. El sueño se había hecho realidad.
De pronto, y después de tanta emoción, me di cuenta de que debíamos regresar a Concordia, a 20 kilómetros de este lugar mágico a los pies del K2, para posteriormente regresar con otros 110 km de caminata a Skardu. Pero, esa ya era, definitivamente, otra historia.
RELATO: CLAUDIO MAUREIRA MERINO, 27, 28 Y 29 DE OCTUBRE 2023.
APROXIMACIÓN AL CERRO
GLORIA (4479 MSNM)
Cajón del Peñón, Los Andes.
Cuando uno ha sido un aficionado al senderismo toda la vida, en tiempos en que simplemente se iba al cerro a caminar o a dar una vuelta al árbol huacho, en esos tiempos se miraba hacia las cordilleras de la Costa y de los Andes como un grandioso escenario natural totalmente inalcanzable. Ahí se veían el Nevado Juncal y el Alto Los Leones, el Aconcagua, entre otros, junto a una vista mucho más cercana de los cerros La Campana, El Roble, el Punta Imán y las Vizcachas, y otros de nuestra Cordillera de la Costa
El hecho de saber que el monte Aconcagua estaba, entre comillas, en la misma línea del Nevado Juncal pero totalmente invisible debido a que su visual era ocultada por el cerro La Campana, le daba un aire aún más de misterio a ese mundo tan lejano de la realidad en la que vivía por esos años a finales de los 80´s y principios de los 90´s.
Treinta años después, estoy aquí, en el medio de la Cordillera de Los Andes, observando con una gran expectativa, pero también con incredulidad la cumbre del Cerro Gloria. Con sus casi 4.500 msnm se ve imponente, aún con su manto blanco, a pesar de que ya estamos a fines de octubre. Lo aprecio un poco inaccesible a pesar de las palabras de ánimo que me dan Lucas y Rodrigo, mis compañeros de cordada, quienes ya han venido antes por estos parajes.
Planificamos nuestra aventura en tres jornadas diurnas y dos noches, y con al menos dos semanas de anticipación, tomando en consideración, con toda razón, el clima. Si, a pesar de estar casi en noviembre, el tiempo se mostraba inestable en toda la zona centro de Chile. Sin embargo, seguimos adelante con la planificación ya que el resto de la cordada tenía la convicción de que podríamos superar con algo de suerte cualquier mal rato.
Atrás quedó el viaje desde el litoral hasta el Km 80 del Camino Internacional, atrás quedó el trayecto hasta las captaciones de agua de las hidroeléctricas donde estacionamos nuestra camioneta. Atrás quedó la caminata a través del Cajón El Peñón, donde es posible ver en estas fechas las cascadas congeladas, claro que ya no tan consolidadas como lo están en pleno invierno. Hasta ese lugar, donde comienza el verdadero ascenso, mi mochila ya me pesaba una tonelada, con equipo y provisiones para dos noches. La falta de experiencia en alta montaña ya comenzaba a pasarme la cuenta.
Pero este tipo de momentos, donde el momento en el cual uno se encuentra y el instante personal que a veces oprime el espíritu, se funden y nos dan la energía y el entusiasmo para empujar hacia adelante a pesar del peso de nuestras mochilas sobre nuestras espaldas, a pesar de los augurios de temporal y de mal de altura que en nuestras cabezas daban vueltas.
La Cordillera nos recibió riéndose de los meteorólogos, con un día esplendoroso, un cielo azul de aquellos y con una temperatura muy agradable que invitaba a caminar bien livianos de ropa. Paisajes increíbles, montañas majestuosas por todos lados, cascadas de agua pura y cristalina llegaban a nuestros pies desde cada quebrada en la que uno ponía el ojo. Ya sorteado el primer gran escalón, desde las cascadas del cajón del Peñón hasta el valle superior donde nace el Gloria, nos percatamos que teníamos a nuestras espaldas el cerro Alto La Posada, un hermoso cuatro mil, y al frente nuestro ya era visible nuestro objetivo, la cumbre del Cerro Gloria.
Pasados los 2.600 msnm el paisaje de tornaba cada vez más blanco, y ello nos obligó a utilizar nuestros crampones debido a que ya caminábamos sobre hielo y nieve. No con ello la marcha se hizo más fácil, sin embargo, sin estos implementos resultaba francamente imposible hacerlo con alguna eficacia y seguridad. El valle superior del Peñón ya nos abrazaba con sus innumerables cursos de agua casi congelada, sus fríos vientos y la sensación implacable de tener el sol demasiado cerca de nosotros, el que se reflejaba mucho más con la nieve alrededor. Todo aquello ocurría, mientras avanzábamos paso a paso hasta los 3.000 msnm, cota mínima a alcanzar para nuestra primera jornada, ya con la silueta completa de la cumbre del Gloria por delante.
EXCURSIÓN ALTA MONTAÑA
Pasada las 16:00 y viendo algo lejana la primera meta propuesta de acampar más arriba, decidimos montar campamento base a la sombra de una enorme roca que nos protegería de cualquier posible desprendimiento de la ladera del cerro que se encontraba inmediatamente sobre nuestras cabezas. Ahí realizamos las tareas necesarias para nuestra supervivencia como armar carpa, derretir nieve y preparar algo de comida, ya que nos esperaba otra larga jornada a primera hora de la madrugada siguiente.
Ya en ese lugar, mi existencia se hacía incómoda. Cada movimiento a más de tres mil metros sobre el nivel del mar, se me hacía para mi mermado orgullo, cada vez más complejo. Acostumbrado a vivir a nivel del mar, y haber tenido que subir en menos de 8 horas hasta esta cota, se me empezaba a hacer algo un poco más que duro. Tareas tan simples como sacarse y ponerse los crampones, agacharme a recoger nieve para derretir, sacar y ponerme los guantes, etc., claramente no eran lo mismo que hacerlo tres mil metros más abajo. Alguien me dijo una vez que el montañismo tiene esa cuota de esfuerzo en que se disfruta esa dificultad, el frío se hace tolerable, y el hambre pasa a segundo plano. Uno se concentra en ir un paso a la vez, con la mochila con más de 15 kg en la espalda, pensando que uno logra algo que no muchos pueden. Uno lo asume, pensando lo gratificante que es estar ahí, porque simplemente es difícil.
La tarde moría y la noche con sus sombras de montañas caían sobre nosotros. Los últimos rayos de sol sobre los cerros cercanos nos regalaban colores increíbles e inimaginables. Ya con la jornada cumplida y revisando cómo seguía nuestro programa y el informe del tiempo para la próxima jornada, nos fuimos a dormir a nuestra carpa y refugio de la helada noche que nos esperaba. Los vientos se habían hecho un poco más intensos y claramente empujaban nubes más bajas y oscuras que las que nos habían recibido en el cajón del Peñón en la mañana.
Día 2; 02:00 AM. Los despertadores comenzaron a sonar implacables. Para mi sorpresa, no tenía sueño, solo un frío comparable con el que sufrí cuando crucé en ferri el Estrecho de Magallanes, por allá el 2011 camino a Tierra del Fuego. Animado o más bien empujado por mi Cordada, me levanté de mala gana, el frío me ganaba, no pensaba en la aventura que se nos venía, no pensaba en el lugar maravilloso en el que me encontraba, en que alguna vez escribiría sobre todo ello. Solo quería quedarme dentro del saco de dormir y no moverme hasta que saliera el Sol.
Ya con algo de comida y calor dentro del cuerpo, linterna frontal sobre la cabeza, mochila con solo lo esencial (agua, raciones de marcha y más abrigo), bastones y piolet, comenzamos el ascenso a eso de las cuatro de la mañana. Tomamos el camino denominado Ruta Nº1, por el lado izquierdo del macizo, hasta poder llegar a una gran plataforma situada a unos 600 m más arriba de donde nos encontrábamos. La visibilidad sin nuestras linternas era nula, solo el hecho de que Rodrigo conocía bien la ruta me animaba a seguir adelante sin miedo ni desconfianza. En lo personal, fue una travesía no exenta de dificultades. La altura ya hacía su efecto. La pendiente muy fuerte, el terreno congelado, fuimos avanzando lentamente alumbrados con las luces sobre nuestras frentes, y nos tuvimos que ayudar de nuestros piolets, implemento que era nuestro principal elemento de seguridad ante algún paso en falso en medio de la oscuridad de la montaña y las tenues luces del alba que se levantaban desde el oriente de la cordillera.
De todos modos, pasé varios sobresaltos cruzando tramos del sendero (totalmente invisible debido a que la nieve lo cubría absolutamente todo) que claramente eran peligrosos considerando las insistentes y a veces poco amigables instrucciones de mi cordada sobre cómo usar el piolet, poner los crampones de manera perpendicular al terreno e inclinar el cuerpo pegado hacia la pared que tuvimos que sortear para llegar al primer punto de descanso.
Pero no había ninguna mala disposición de ellos, solo una extrema preocupación de que el novato entrara en pánico y que cometiera una equivocación que pudiese generar un riesgo innecesario. Así lo entendí y agradecí. Además, el hecho de no poder ver realmente donde me encontraba me ahorraba bastantes pensamientos y solo me concentraba en cada paso que daba, sabiendo que no había lugar para cometer un error. En algún momento, y estando en una posición segura, miraba hacia el este y ya era posible divisar los primeros rayos de sol sobre la Cordillera de Los Andes. Sin embargo, se podía observar también unas negras nubes que comenzaban a aparecer y que cerraban todo el valle.
Luego de dos horas de ascenso y los sustos antes mencionados, llegamos a la zona conocida como “plateau superior”, a una cota de un poco más de 3.550 msnm. En ese lugar, ya agotado, decidí no continuar con el ascenso. Sentía aún fuerzas en mis piernas, pero solo para poder volver. Así es que decidí descansar un momento y regresar al campamento base por la Ruta 2, que era el camino más apropiado para bajar sin mayores complicaciones que por que el habíamos subido. Sin embargo, me inquietaba el hecho de que todo se veía igual de blanco en todas direcciones. Con algo de suerte y sentido común, y con la orientación por radio de mis compañeros, no sería tan difícil poder regresar.
Me tomó algo de tiempo convencer a Rodrigo que siguieran sin mí el ataque a la cumbre. Ya de regreso en soledad y después de corregir el rumbo un par de veces, logré dar con las huellas de subida de otra cordada que había iniciado el ascenso una hora antes que nosotros. Bastante cansado, con un frío ambiente que nuevamente me hizo recordar mis pasos por Tierra del Fuego, seguí el descenso sin dejar de maravillarme con la vastedad del entorno, donde uno se hace parte de la Montaña, donde uno entiende lo que siente un grano de arena en una playa, la pequeñez del ser humano y la grandeza de la Madre Naturaleza. En momentos como esos, uno comprende lo que ha oído de otros montañistas cuando dicen que la Montaña es la que te dejó llegar hasta ese lugar y que de verdad uno no conquista nada.
Hubo un momento en el regreso, en el que me sentí totalmente solo, no tenía señal de radio, el camino se veía igual en todas direcciones y por unos minutos perdí las huellas que me orientaban hacia nuestro campamento. Miré hacia la cumbre tratando de identificar alguna señal de Lucas o Rodrigo sin éxito, me sentí perdido e incluso me devolví unos metros tratando de corregir el rumbo, pero fue peor. No es que no supiera hacia donde estaba nuestra carpa, el problema era que no lograba identificar la ruta correcta, ya que estaba entre una canaleta con bastante pendiente y otra más lejana que se acercaba más hacia el oriente y en la que tenía que subir un poco más. A esas alturas, no quería dar ningún paso más hacia arriba, así que decidí parar a descansar un rato y pensar mejor las cosas.
Día 2, 09:00 AM. Me encontraba en medio de la Cordillera, o por lo menos eso me parecía. El cielo totalmente cubierto anunciaba que las cosas se pondrían feas, el viento con ráfagas de más de 60 Km/h, no eran nada con lo que estaban experimentando Lucas y Rodrigo más arriba. Pensé en mis hijas, en mi actual situación personal, y decidí grabar un video para ellas, explicando las extrañas razones por las cuales me encontraba ahí metido, tratando de bajar el perfil al hecho que me sentía totalmente perdido e inexplicablemente solo sin la cordada. La voz se me quebró en un par de ocasiones, sin embargo, logré calmarme y hacer el video mostrando la inmensidad y maravilla de los cerros que me rodeaban por todos lados. Me apoyé en los bastones y respiré profundo
y pausado durante unos minutos, cerré los ojos y pensé que lo primero que tenía que hacer era tranquilizarme. Luego de ello debía proceder a tomar una decisión y tener un plan B ya en la cabeza.
Ya más tranquilo, tomé la primera canaleta que tenía una fuerte pendiente al principio y a poco avanzar y darme cuenta que no era tan complicada, logré divisar las carpas de la otra cordada, lo que significaba que había elegido bien mi ruta. Además, al rato volví a encontrar sus huellas por lo que ya no me encontraba perdido y me sentí por fin a salvo. Me llevó poco más de 90 minutos llegar hasta nuestro campamento base. Ya a esa hora el cielo amenazaba con precipitar con fuerza en cualquier momento, y el viento calaba hasta los huesos. En la zona de ascenso llegaba a desequilibrar a cualquiera, según lo que me relataron después mis compañeros.
Ya en el abrigo de nuestra carpa, resultaban anécdotas menores el hecho de haberme pasado de largo del campamento en a lo menos medio kilómetro y perderme de nuevo, de que contaba y avanzaba cincuenta pasos y me ponía a descansar durante uno o dos minutos, de haberme cambiado toda la ropa debido a la transpiración y que ya dentro del saco de dormir oía a ratos por la radio bromear a Lucas y Rodrigo que me veían tirado sobre la nieve a la distancia mientras se acercaban a nuestro campamento base. La tormenta ya estaba sobre nosotros y el viento serpenteaba nuestra carpa como si fuera un simple papel. Pensé que en cualquier momento saldría volando conmigo adentro. Al par de horas llegaron mis compañeros con la noticia de que no habían podido hacer cumbre debido a las inclemencias del tiempo ya que el viento casi no les permitía mantenerse en pie en algunas zonas más complicadas del ascenso.
Por fin nos encontramos los tres en la carpa dentro de los sacos abrigados con todo lo que teníamos, justo a tiempo antes de que comenzara a nevar como nunca lo había visto, con viento blanco, que hacía imposible poder orientarse, sin hambre, pero con mucha sed y paradójicamente con muchas ganas de ir al baño. Nos aguantamos las ganas en silencio y dormimos hasta que nos aburrimos de
EXCURSIÓN ALTA MONTAÑA
dormir. La noche llegó y la tormenta de nieve casi nos cubre por completo. Poca idea teníamos de lo que sucedía más abajo, de que llovía copiosamente en toda la zona central del país, de que justo después de que habíamos pasado el retén de carabineros de Río Blanco, el Paso Los Libertadores fue cerrado para todo vehículo. Estábamos completamente aislados a 3 mil metros de altura.
A pesar de toda la adversidad que se podría pensar que estábamos pasando, en ningún momento sentí miedo y ni siquiera se me pasó por la cabeza pensar que estuviéramos en peligro. La tranquilidad de mi experimentada cordada era contagiosa y solo me incomodaba un poco las ganas de beber agua. La noche y el grueso de la tormenta pasó. Con los primeros rayos de claridad dentro del aun nublado y nevoso día, nos movimos rápido para prepararnos para comenzar el regreso. Con las mochilas algo más livianas y aprovechando la ley de gravedad que nos llevaba hacia abajo, la caminata del descenso no fue tan tortuosa a pesar de que todo el sendero se encontraba cubierto de nieve y hielo. Resbalé un par de veces ladera abajo y ni me acordé de usar el piolet, pero la mochila y los crampones evitaron que siguiera deslizando cuesta abajo.
Nos encontramos con nieve, granizo y algo de lluvia a medida que íbamos reduciendo la altura sobre el nivel del mar, hasta llegar a los 2.200 m donde se encontraba nuestra camioneta. Sin duda, vivimos toda una aventura, de seguro solo rutina para mi cordada, pero para mí, toda una epifanía donde pude crecer como ser humano. El que volvió a casa era otra persona, alguien mejor, a pesar de que, al regreso, seguí peleando con los motociclistas que nos frenaban nuestra marcha en la carretera, pero que solo fueron el medio para botar algo de la adrenalina acumulada durante esos tres días.
Quedé agradecido de volver a casa, de abrazar a mis hijas y de tener la convicción que se puede seguir adelante a pesar de los cambios duros de la vida. ¿Qué sería de mi existencia sin la Montaña ahora? La Naturaleza ha llenado un vacío enorme que había tenido durante mucho tiempo. Extrañaba la sensación de poder explorar con
mis amigos, con mi gente, con la cordada. Luego de esta aventura han venido muchas más, donde incluso pude hacerle un rasguño al Monte Aconcagua en Argentina. El Cerro Gloria y su cumbre han quedado pendiente. Sin duda, pediré permiso nuevamente a la Cordillera para volver a intentarlo, con respeto, con pasión, como se deben lograr las cosas que uno ama en la vida. El montañismo ha quedado definitivamente como parte de mi ser, como parte de mi existencia y sin la Montaña, claramente nunca estaré completo.
AUTOR: JAVIER GARCÍA
CIRCUITO
AL SECTOR CAJÓN GRANDE-PLATEAU
DEL PARQUE NACIONAL
LA CAMPANA
- Fecha: 5 de mayo de 2024
- Recorrido total aproximado: 10 km
- Duración aproximada: 5 horas
- Número de participantes: 25
- Guía: Lucas Domínguez
El Parque Nacional La Campana, situado en la Región de Valparaíso, Chile, es un tesoro natural que ofrece una variedad de paisajes y experiencias para los amantes de la naturaleza y el senderismo. Uno de sus circuitos más destacados es el que lleva al sector de Cajón Grande, una ruta que combina la riqueza de la flora y fauna local con vistas impresionantes y una tranquilidad que permite una conexión profunda con el entorno natural.
Iniciando la Aventura
La travesía comienza en el pintoresco pueblo de Olmué, en la Plaza de los Caballos. Desde allí, se toma dirección hacia el Parque Nacional La Campana. A unos 5 kilómetros de la plaza, en el paradero 40, se encuentra una bifurcación señalizada con dos opciones: Granizo (a la izquierda) y Cajón Grande (a la derecha). Se debe seguir la ruta hacia Cajón Grande por un camino pavimentado, pero angosto, de aproximadamente tres kilómetros, hasta llegar a la portería de CONAF de Cajón Grande.
Exploración del Parque
Al ingresar, los guardaparques de CONAF realizan un registro de todos los integrantes del grupo, un procedimiento que tiene que ver con la seguridad de los visitantes. Desde este punto, comienza la caminata por el sendero Arenal y luego por el sendero Plateau, el cual lleva a una meseta, llamada Plateau Milo. Con una dificultad media a baja, estos senderos ofrecen una oportunidad perfecta para los excursionistas de todos los niveles.
Durante el ascenso, se puede observar una abundante vegetación y una variedad de especies nativas de aves, en un camino que está mayormente sombreado.
Vistas y Descensos
Desde el Plateau, se toma el sendero Morterito, que ofrece vistas impresionantes del cajón del cerro. Al finalizar este, se inicia el descenso por el sendero Los Robles, que está completamente en bajada y cuenta con varios miradores, ideales para descansar y disfrutar del paisaje.
Datos de Interés
El sector Cajón Grande es conocido por ser más solitario
y menos transitado que otras partes del parque, lo que lo convierte en una opción ideal para aquellos que buscan una experiencia más tranquila y personal con la naturaleza. Este aislamiento permite observar la fauna local con mayor facilidad y disfrutar de la paz y el silencio del entorno.
Además, el Parque Nacional La Campana es famoso por albergar la palma chilena (Jubaea chilensis), una especie endémica y en peligro de extinción. La flora del parque incluye una variedad de especies nativas como el belloto del norte (Beilschmiedia miersii), el lingue (Persea lingue), y el peumo (Cryptocarya alba). El parque cuenta también con varios pozones, aunque la mayoría están secos.
Realizar el circuito al sector Cajón Grande del Parque Nacional La Campana es una experiencia enriquecedora que combina el ejercicio físico con la observación de la naturaleza y la tranquilidad del entorno. Este recorrido no solo ofrece la oportunidad de desconectar del bullicio de la vida diaria, sino también de conectarse con la biodiversidad única de Chile. Sin duda, es una travesía que vale la pena emprender para quienes buscan una auténtica aventura en la naturaleza.
Foto: Javier García
Para saber más
Dentro de la comunidad alemana, la meseta de Cajón Grande es conocida como Plateau Milo, en recuerdo del profesor del Colegio Alemán de Valparaíso, Willy Milo. Nacido en Berlín, ejerció como profesor de educación física en la primera mitad del siglo XX. Llevaba a los alumnos a frecuentes excursiones y campamentos, principalmente en el sector de Ocoa.
Plateau (francés: «meseta», plural: plateaux). Actualmente, la señalización del Parque La Campana indica erróneamente como nombre “Sendero El Plateaux”, puesto que hay una sola meseta en el sector.
AUTOR:
MARCOS LIBERONA REYES PRESIDENTE FUNDACIÓN ANDESTREK
LA PORFÍA DE UN ANHELO
Por una cumbre sin rayados, rescate en La Campana
Fotografía: Marcos Liberona. Macizo Rocoso de la cima del Cerro La Campana, Granizo, región de Valparaíso.
Una vez, don Hans Apel (q. e. p. d.), antiguo socio del DAV, en una excursión a Quebrada Escobar, en un momento de descanso, reflexivamente y con su mirada fija al suelo, me comentó:
―Nosotros hemos conocido más que ustedes…
No logré inmediatamente comprender del todo el significado de sus palabras. Pero rápidamente, al darme cuenta, sentí algo de envidia.
Además de interpretarlas dentro de un contexto generacional, sus palabras encerraban nostálgicamente la fortuna de haber caminado por prístinos valles, esteros y hermosos bosques, donde hoy se levantan diversas calles y poblaciones en las quebradas de los cerros del Gran Valparaíso.
Seguramente, en las diversas excursiones en la zona de la región, bajo el alero de la gran actividad de montañismo y excursionismo que se desarrollaba en las décadas de los cuarenta a los setenta, hubo innumerables sectores que estaban ajenos al ruido, a la polución y al desarrollo comunal. En aquellos tiempos, no había que alejarse mucho de las ciudades para encontrar un sitio mágico, encantado y con agüita fresca en donde tirarse bajo los árboles a compartir un día campestre familiar.
Ese «conocer más», que don Hans decía, se relacionaba también con un grado mucho menor de contaminación de los accesos y cimas de la cordillera de la costa. Me resultaba muy atractivo haber recorrido en aquellos tiempos, pensando que el paisaje a descubrir estaría prácticamente sin más huellas que la de los arrieros y animales.
« Por una cumbre sin rayados »
Fotografía: Marcos Liberona. Cima del cerro La Campana afectada por rayados.
Esta historia se comienza a escribir tras doce años de intentos y trabajo con voluntarios. El año 2012 iniciamos como Andes Trek Adventure a la Corporación Nacional Forestal (CONAF) un proyecto que tenía como finalidad remover los grafitis de la cima del cerro La Campana. Dado que los grafitis son un arte, como muy bien nos corrigieron los artistas urbanos, rápidamente accedimos y cambiamos el nombre.
«Por una cumbre sin rayados, rescate en La Campana», fue nuestro lema.
―Pero ustedes son una empresa con fines de lucro ― reaccionaron con cierta suspicacia al interior de la Corporación Nacional Forestal (CONAF), al presentarles el proyecto en nuestra primera reunión.
―Ok… ¿Quieren que armemos una fundación? ―les pregunté―. Si es la solución, armaremos una fundación, entonces. ¡La cima hay que limpiarla sí o sí!
Medio mono porfiado, cual analogía del empresario Roberto Fantuzzi, nos dimos a la tarea de crear una entidad sin fines de lucro. Así nació la Fundación Andestrek, con la gran misión de subir el cerro La Campana las veces que sea necesario para borrar los rayados de la cumbre.
―No tenemos recursos ―siguieron objetando en CONAF―. No les podemos aportar ni un peso en efectivo. Y, en caso de que haya que desarrollar una metodología de remoción ―prosiguió―, no tenemos personal, ni tiempo, ni recursos humanos para abordar esa tarea.
― ¡No sé por qué, lo intuía! ―le contesté.
Una sonora carcajada fue la respuesta de todos que ayudó a distender el ambiente.
―Les aconsejamos que busquen apoyo y formen una alianza en una universidad de la zona ―continuó uno de los participantes de la reunión.
« Plan Piloto»
El desafío estaba asumido: había que hacer algo. Y ese algo era sencillamente actuar y limpiar. Pero con las buenas intenciones sabemos que no basta.
El año 2017, a petición de CONAF y con el apoyo de la Escuela de Ingeniería en medio ambiente de la Universidad de Valparaíso, elaboramos un sistema para testear la metodología que se utilizaría para la remoción de los rayados de la cima. Se utilizó por primera en un área de 10 x 10 metros cuadrados, un gel elaborado por la Química Passol de Viña del Mar. Una vez aplicado el gel, procedimos al raspado en forma manual de las rocas alteradas, con un cepillo con fibras de fierro. Posteriormente, habiendo aplicado el gel y delimitado el área, subimos en tres oportunidades con el objeto de observar si este producto que se dice biodegradable a los 28 días de haber sido aplicado (según certificación de una universidad alemana y de la Universidad de Valparaíso) había producido algún problema en la escasa flora y fauna de la cima. Plantas quemadas, insectos y lagartijas muertas podrían haber sido nuestros hallazgos. Afortunadamente, esto no sucedió, el proyecto superó esta etapa y pudimos continuar con nuestro objetivo.
Por una cumbre sin rayados, en números
Han participado en el proyecto 57 voluntarios limpiando rayados en la cumbre.
Otros 6 voluntarios han apoyado en logística, haciendo transporte de personal hasta La Mina.
Cada voluntario que llega a la cima dedica 30 horas de su tiempo al proyecto por salida. Debido a la complejidad logística (la pernocta en La Mina y el ascenso a la cumbre), solo 3,5 horas son de limpieza de rayados.
El tiempo total voluntariado en terreno ha sido de 696 horas hombre
El tiempo total voluntariado específicamente en remoción en la cima ha sido de 199,5 horas hombre.
Han participado voluntarios de las siguientes instituciones: Universidad de Valparaíso (12), Municipalidad El Quisco (8), Municipalidad de Olmué (6, en apoyo de transporte a La Mina), Universidad PUCV (8), DAV (9), Fundación Andestrek (12), así como 8 personas independientes.
Se ha intervenido y removido de rayados una superficie de 110 mts2. Esto equivale a un 2,44 % de los 4500 mts2 a intervenir.
« Algo de Historia»
Los primeros nombres escritos con pintura que hemos encontrado en la cima datan de 1930, precisamente cuando se empezó a desarrollar esta industria en Chile.
En la medida que hemos ido limpiando las rocas de la cima, o su «rostro», esta montaña, en agradecimiento, nos ha ido contando lentamente su historia, y seguramente queda mucho por interpretar y conocer.
Cual arqueólogos de una historia moderna, en la cima icónica de nuestra cordillera de la costa, después de tanto cepillar, han emergido bajo capas de pintura, increíbles fechas de antaño que registran admirables ascensiones. Han quedado al descubierto los primeros ascensos que dejaron grabados los montañistas de la época en las rocas de la cima….
A saber: estando en la cima, empezamos a afinar la mirada y nos percatamos de que desde el siglo XIX estaban tallados los nombres y las fechas en las rocas. Antes de que se produjese el boom de los rayados con pintura del siglo pasado, hasta 1930, estas marcas a cincel eran mucho menos invasivas con el paisaje y con el medioambiente. Hasta discretas y amigables podríamos decir.
Algunas de ellas y las más antiguas datan de 1853, 1885 y 1889, entre otros. La mayoría fueron escritas por extranjeros, a juzgar por los apellidos. Unas pocas están escritas en letra cursiva. (Sin embargo, la mayoría fueron talladas con letra imprenta.
Esta etapa diríamos que fue casi romántica. Tal como veíamos en la serie de dibujos animados «Los Picapiedra», fueron talladas a martillo y cincel. Me imagino que inmortalizar sus nombres en la cima les habrá demorado unas buenas horas. Luego, con el paso del tiempo, apareció la industria de la pintura en Chile. Y eso lo cambió todo. Aceleró el demencial rayado que afecta la cumbre, ya que fue más fácil escribir sus nombres rayando las rocas sin dimensionar la saturación ni el efecto abigarrado que se observaría en la cima décadas después de tanto «arte espontáneo».
Fotografía: Marcos Liberona. Grabado con martillo y cincel: «Don Benjamin Salina, Marzo 31 de 1889». Esto apareció debajo de una gran capa de pintura.
«La psicología detrás de los rayados: ¿Auto premiarse?»
¿Qué habría detrás de esta acción?, ¿cuál era la motivación de los primeros conquistadores de la cima de la campana que los llevaba a dejar inmortalizados sus nombres?
Para mí, era como una especie de selfi de antaño, pero sin internet, obviamente. Seguramente se pensaba así: «Quiero que todos quienes lleguen a la cima me reconozcan».
Pongámonos en contexto: hoy en día los practicantes de trail running, disciplina deportiva que tiene por objeto correr en las montañas, suben a la cima de la Campana en 2.20 h en promedio, partiendo desde la administración de CONAF. Una persona (excursionista normal) que se baja de su vehículo al ingreso del parque, demora aproximadamente 4.30 h en alcanzar la cumbre, ocho horas ida y vuelta, pensando en disfrutar el ascenso y descenso.
¿Y cómo era antes? Esto no se compara con los 3 días de esfuerzo, que antaño las personas del siglo XIX y comienzos del XX debían hacer.
En aquella época, los montañistas debían acercarse al parque caminando desde la Plaza de Olmué, ya que las «góndolas» que salían de la estación de Limache llegaban hasta ese punto. Desde ahí, los que podían,
arrendaban carretas hasta el pie de la montaña para subir más aliviados. En ocasiones, acampaban en los patios de algunas casas en Granizo, cuyos dueños gentilmente cedían cuando establecían amistad con los visitantes. Al día siguiente, ascendían hasta el sector La Mina, pernoctaban y a la mañana venidera se levantaban al alba para ascender a la cima. Una vez hecha cumbre, los excursionistas regresaban raudamente a Limache para no perder al automotor con destino a Puerto.
Bajo esta mirada, y con la perspectiva del tiempo, seguramente el gran esfuerzo que les demandaba esta ascensión de tres días a los montañistas de antaño era, para ellos, justificación suficiente para dejar registrados sus nombres en las rocas. Adentrándonos en sus mentes, inferimos que escribir sus nombres era un auto premio por haber acometido este gran esfuerzo.
Con la mejora de acceso y locomoción, la reducción del trayecto caminado a la cima y siendo las pinturas más livianas y fáciles de usar que el martillo y cincel, nos encontramos con que la sumatoria de todos los rayados de «auto premios», han arrojado un área afectada con más de 4500 metros cuadrados. Son más de 90 años de rayados ininterrumpidos, los cuales han tenido un descanso solamente en pandemia.
«Presente del Proyecto»
No es fácil tomar el ritmo de trabajo, cuando cada vez que hay cambio de Director de CONAF en la dirección regional de Valparaíso, se debe «casi» presentar el proyecto a las nuevas autoridades, para que califique nuevamente ante ellos. Esto nos ha llevado a retrasos y más retrasos. Sin exagerar y sin considerar la pandemia, hemos perdido 2 años a causa de la burocracia mal entendida. Si a eso se suma que en invierno el proyecto se detiene por las condiciones climáticas, disminuye la eficiencia y eficacia. Para desarrollar esta tarea, que tampoco es muy ágil, ya que el lugar a limpiar no se ubica a la vuelta de la esquina, tenemos ventanas de acción: de marzo a mayo y luego de septiembre a noviembre, y sólo los fines de
semana y a cada 15 días. Esto se debe a la disposición del voluntariado, que son mayoritariamente alumnos universitarios, a las altas temperaturas que hay en la cima en verano y a las bajas temperaturas en invierno. Estas condiciones de temperatura afectan a un voluntario que no es montañista, por lo tanto, no cuenta con equipo ni vestuario de calidad que los proteja y aísle eficientemente.
Hoy en día estamos a la espera de que CONAF abra el acceso a la cima de la campana y de que tengamos condiciones climatológicas más amigables para retomar el proyecto, lo cual sucederá en septiembre de este año.
«El mayor desafío en Chile»
No hay registros ni antecedentes en Chile, de un proyecto de restauración ambiental de estas características, en donde haya que ascender una cima, o de mayor superficie afectada de rayados intencionales. Por la ubicación de este desastre, situado a 1840 m s. n. m., el voluntario debe ascender con su equipo desde La Mina hasta la cima (son apoyados con camionetas hasta el sector La Mina).
Sin embargo, la logística y operación que se debe organizar es ardua y no menor. Nada debe quedar al azar, todo se debe planificar de acuerdo con el protocolo y el proyecto que fue presentado y aprobado. Nada es fácil, ni el acceso, ni reunir fondos, ni menos, superar la burocracia.
«Vuelta de mano»
Hoy en día, conscientes de que el Parque Nacional La Campana, su cima y sus alrededores en general, nos han permitido crecer deportivamente y también como personas, restaurar la cumbre de La Campana es lo menos que podemos hacer como agradecimiento a tantas horas de felicidad y regocijo espiritual que hemos vivido en medio de sus bosques, esteros y cimas. Queremos, si no en su totalidad, devolverle su encanto, su magia, su orgullo… Hacer de la cumbre un lugar un poco más digno y atractivo. Necesitamos que en su cima nuevamente destaque la roca, que se vuelva desnuda, que se reflejen en ella la cordillera de Los Andes y el Océano Pacífico. Son años que lleva ocultando su faz casi avergonzada, ultrajada. Sus rocas se encuentran bajo los rayados de los que erróneamente se han querido perpetuar en su cima. Este parque nos ha alimentado en demasía el espíritu a muchas generaciones que lo han recorrido. Por ello, tanta felicidad debe ser compensada y los amantes «campaneros» debemos retribuir tanta alegría que en años hemos recibido, y dar lo mejor de nosotros en esta linda y desafiante causa. Somos afortunados al pensar que tendremos la posibilidad de trabajar en pro de una causa conservacionista, un proyecto de restauración ambiental que nos permitirá, a su término, sentirnos mejores personas y dormir más livianitos de alma. Nos espera un gran desafío y un tremendo trabajo en equipo.
Queremos agradecer sinceramente a los socios del DAV
que silenciosamente nos han cooperado, aportando su tiempo, sus vehículos, especies y dinero.
También a las Empresas TTM, Carozzi, Municipalidad de Olmué, Brochas Condor, el personal de la Administración de CONAF en Granizo por la buena disposición con el proyecto.
Finalmente podríamos decir que el proyecto de limpieza es un gran pretexto para asumir un desafío mayor, el cual es educar a las nuevas generaciones. Nosotros hemos conocido más que ustedes… y esperamos que esto cambie. Que las futuras generaciones puedan disfrutar de lugares prístinos de la naturaleza.
Si deseas donar o contribuir con el proyecto, te invitamos a contactarte con la fundación a través del email contacto@fundacionandestrek.cl
Fotografía: Marcos Liberona. Socios del DAV participando de la Campaña de Limpieza de la cima del Cerro La Campana.
De izquierda a derecha: Claudio Maureira, Heidi Heitmann, Verena Hagel, Patricia Valenzuela, Marcos Liberona, Bernardo Leddihn, Víctor Arenas, Alejandra Arriagada.
Aunque en esta foto no aparecen, un especial agradecimiento por el gran aporte de los socios Lucas Domínguez y Emanuel Novoa, y de los ex socios Simón Olfos y Pedro Bulling.
AUTOR: BERNARDO LEDDIHN OELCKERS
AVENTURA EN LAS VIZCACHAS
Llegamos (mi familia) como damnificados del terremoto de 1960 en Valdivia. Del año 60 al 62, estuve en la Deutsche Schule de Viña y Valparaíso. Después nos mudamos a Quilpué, casa y Schule.
Aunque ya salía a excursiones, en la Schule de Quilpué inicié una nueva etapa de frecuentes “salidas a terreno”, con Herr Otto Zöllner (conocido como “el chonga”) y el Turnlehrer, Kurt Claussen. Fueron muchas excursiones, tanto por una jornada como por dos o más días, en campamentos o en refugios de montaña.
Entre tantos buenos recuerdos, debo mencionar especialmente el cerro Las Vizcachas, (2048 m s. n. m., Cordillera de la Costa), en la Cuesta La Dormida, donde tuve mis primeras “clases” de esquí, casi autodidacta, observando y siguiendo a los más experimentados y las claras instrucciones de Herr Claussen, quien apenas pasaba los 30 (para nosotros, un viejo: yo tenía 13 años), guiándonos con sus avanzados conocimientos y experiencia, como montañista y profesor.
En esos años, solíamos contratar una “góndola” o micro que nos llevaba a los miembros de la Wandergruppe Copihue, a la que orgullosamente pertenecí, hasta Las Vizcachas. En los meses de invierno, subíamos normalmente por la ladera norte. Nuestro equipo consistía en ropa de frío, que en esa época eran “el jean y la parca” y/o cortavientos (no existían los polar ni primera, segunda o tercera capa). Zapatones de esquís, más pesados que la mochila, y largos esquís de madera con fijaciones de resorte, en el caso mío, heredados de mi madre.
El ascenso, en una discreta pendiente, con poca vegetación y algunos grupitos de quillayes, seguía una leve huella. Las temperaturas y el flanco norte son, creo, factores limitantes para el crecimiento de más vegetación, que es de matorral escaso y rastrero. Antes de una hora de constante subida, se sentía el peso de nuestra carga sobre los hombros, pero las ganas de llegar a la cumbre y la nieve nos brindaban energías renovadas.
En los días despejados, la vista a la majestuosa Cordillera de los Andes, con sus hermosas cumbres nevadas y, más cerca, hacia el norte, La Campana, el Punta Imán, el Roble y el Garfio, así como por el oriente, un valle que desemboca en Til Til, nos inspiraban con la geografía del lugar.
Arribando a la cima, una gran formación rocosa da paso a una amplia olla en pendiente hacia el sureste, cubierta de nieve con pequeñas elevaciones cercanas algo más bajas
hacia el este: el esperado momento había llegado, ¡por fin!
Rápidamente, tirábamos nuestros bártulos y afanosamente nos poníamos o tratábamos de “subirnos” a los esquís (los novatos). Algunos llevaban trineos.
Lo único que queríamos era iniciar un raudo descenso. Por supuesto, los primeros metros y minutos eran más caídas y porrazos que avances, que cambiaban a rodadas, a medida que lográbamos aumentar nuestra velocidad de descenso. Ya al adquirir confianza y algo de destreza, comenzaba a sentirme dueño de la montaña, hasta que llegaba abajo y había que iniciar el lento retorno a la cumbre, que repetíamos una y otra vez, olvidando el hambre y la sed.
A media tarde, esta gran jornada deportiva, interrumpida por una breve colación y agua, con risas, golpes y chascarros varios, comenzaba su término. Había que preparar el descenso, algo lento por el peso que llevábamos. Hacíamos frecuentes paradas para recoger algo o afirmar esquís y bastones que se nos caían o resbalaban, por la falta de experiencia. Pero, antes del atardecer, ya llegábamos a la base, donde nuestro “cómodo bus” (viejas máquinas de recorridos locales), nos esperaba para el regreso a casa.
Era una experiencia inolvidable, que tratábamos de repetir, a pesar de las incomodidades y de no contar con ningún apoyo técnico, como andariveles o pasamanos.
A la fecha, he subido quince veces a la cumbre de Las Vizcachas y unas cinco hasta media altura, por la ladera norte y por la mina María, al este, disfrutando de un paisaje y entorno natural que no cambia con el paso del tiempo, solo que ahora, el ingreso al cerro está controlado, se debe solicitar autorización y pagar, como en muchos cerros de Chile; en algunos, simplemente no permiten la pasada o ingreso. Pero el esfuerzo valió y seguirá valiendo la pena.
Tradicionalmente, el DAV organizaba subidas invernales al cerro Las Vizcachas. Con el paso del tiempo, la mayor facilidad de acceso a centros de esquí como Portillo y las sequías, estas excursiones se han hecho más escasas. La última excursión conocida por miembros del DAV fue aproximadamente en 2012. Los esquís modernos son más livianos, sin embargo, la aventura, aun así, es exigente… E inolvidable.
AUTORA: ALEJANDRA ARRIAGADA
Aves de los Márgenes del Bosque
PICAFLOR CHICO, EL MÁS
AUSTRAL DEL MUNDO
Sephanoides sephaniodes
Distribución.
Soy un ave nativa y puedes verme en todo Chile, desde Atacama hasta Tierra de Fuego, incluso en el Archipiélago de Juan Fernández y desde hábitats costeros hasta la Cordillera de los Andes (a 2500 metros de altitud).
Descripción.
Soy veloz, majestuoso, territorial y la segunda ave más pequeña de Chile, después del Picaflor de Arica, mido solo 11 cm.
Al atardecer caigo en torpor, colgado de mis patas en las ramas de los árboles, lo cual me permite disminuir mi metabolismo y economizar energía. Los machos llevamos una llamativa corona roja y brillante, por lo que en algunos lugares nos llaman corona roja, y somos de verde iridiscente, en cambio las hembras carecen de ella y son de colores más pálidos.
Alimentación.
Estoy siempre en movimiento, me alimento de polen y del néctar de las flores, especialmente las tubulares de color rojo. También, complemento mi alimentación con pequeños insectos que atrapo durante el vuelo.
Reproducción.
Construyo mi nido habitualmente en las ramas de los árboles que suelen estar sobre las aguas de riachuelos, utilizando paso, musgo y otros vegetales blandos muy bien trabajados y moldeados. Ponemos nuestros huevos entre octubre y noviembre y estos son blancos, algo opacos y alargados, de 15 por 9 mm aproximadamente.
El Picaflor Chico en las Culturas Originarias
Es un ave fuertemente admirada y arraigada, es una parte importante de la cultura e historia amerindia, especialmente en la yagán, donde existe un relato respecto al origen del picaflor chico u omora, visitante estacional, considerado a la vez como un ave y un pequeño hombre o espíritu, que mantiene tanto el orden social como el orden ecológico.
Para los yaganes, es su protector, y le dan la autoría de los cursos de agua para que el hombre y los animales tengan el vital elemento para subsistir. En la actualidad la figura de omora inspira una importante iniciativa de conservación en la región del Cabo de Hornos, denominada «Parque etnobotánico Omora».
En mapudungún, sus nombres pinda, pinguera, pigda o piñuda se relacionan con el verbo pigudcun (refregar una cosa con otra) referido al sonido que emiten sus alas durante el vuelo.
Historia Yagán
La cosmogonía indígena yagán propone un origen común para las aves y los humanos. Consideremos para ello, la historia del Picaflor u Omora relatada por Cristina Calderón, una de las últimas sobrevivientes de esa comunidad (modificada de Rozzi et al. 2003).
“En tiempos ancestrales, cuando los pájaros todavía eran humanos, ocurrió una gran sequía en el Cabo de Hornos y sus habitantes morían de sed. El astuto zorro (Cilawáia) encontró una laguna y sin contarle a nadie, construyó a su alrededor un cerco para que nadie pudiera entrar. Así, escondido, bebió un montón de agua, preocupado solo por él.
Al cabo de algún tiempo, las demás personas descubrieron la existencia de esta laguna y fueron a pedirle un poco de agua al zorro egoísta. Sin embargo, Cilawáia ni siquiera
CÁPSULA BIODIVERSIDAD
escuchó sus súplicas y los expulsó con rudas palabras. Estas personas, en su desesperación, se acordaron de Omora.
Decidieron enviarle un mensaje a este pequeño visitante ocasional que en otras penurias similares les había salvado la vida. Omora muy pronto llegó. Aunque diminuto, este pequeño hombre o colibrí es más valiente y atrevido que cualquier gigante. Omora, al escuchar lo que sucedía, se indignó y emprendió su vuelo hacia donde se encontraba el zorro y lo confrontó por su egoísmo.
El zorro le replicó que no tenía por qué preocuparse por los demás. Al escuchar esto, Omora se enfureció y, sin responder al zorro, regresó al campamento. Reflexionó y prestamente se elevó tomando su honda y volvió donde estaba el zorro. En el camino, Omora recolectó varias piedras agudas y cuando avistó a Cilawáia y estuvo suficientemente cerca de él, le gritó: “¿Compartirás de una vez por todas el agua con los demás? Ellos morirán de sed si no les das un poco de agua”. Indiferente, el zorro respondió: “Pues que mueran, no puedo dar agua a cada uno de ellos, sino yo y mi familia moriremos de sed”. Omora estaba tan enfadado que no pudo controlarse y disparó con su honda, dando muerte al zorro con el primer tiro.
Las personas llegaron felices corriendo al lugar y bebieron saciando su sed, hasta que se acabó el agua. Así, cuando algunas aves llegaron tarde, ellas apenas pudieron humedecer sus gargantas. Fue entonces cuando la sabia lechuza o Sirra, la abuela de Omora, dijo a los que habían llegado tarde: “Recoged barro del fondo de la laguna y volad hacia las cumbres de las montañas, sobre las que deberéis arrojarlo”. Las personas volaron como avecillas y sus bolas de barro hicieron nacer vertientes que formaron pequeños esteros y grandes ríos. Cuando toda la gente vio esto, estaban extremadamente felices y todos bebieron grandes cantidades de agua fresca y pura que era mucho mejor que el agua de la laguna que escondía el zorro. Ahora todos se encontraban a salvo.
Hasta hoy todos esos cursos de agua fluyen desde las montañas y proveen un agua exquisita. Desde entonces nadie debe morir de sed.”
AUTORES:
HEIDI HEITMANN, CHRISTIAN RASMUSSEN
RINCÓN ALEMÁN
Leyendo los recuerdos de Las Vizcachas, te habrás encontrado con algunas palabras en alemán, que hacen parte de la historia del DAV. Te invitamos a saber más de su significado y uso…
Herr (sustantivo masculino)
Significa señor
Pronunciación más cercana en español: jea.
Herr Otto Zollner participó en una expedición de aproximación al cerro Mercedario por el lado chileno en 1984.
Turnlehrer (sustantivo masculino)
Significa profesor de gimnasia
Pronunciación más cercana en español: turnleera
El Turnlehrer, Kurt Claussen, guió muchas excursiones de la Wandergruppe.
Wandergruppe (sustantivo femenino)
Significa grupo de senderistas.
Pronunciación más cercana en español: vandagrupe
La Wandergruppe Copihue es la sección infantil de senderismo del DAV.
Schule (sustantivo femenino)
Significa colegio, escuela.
Pronunciación más cercana en español: shule
La Deutsche Schule es el colegio alemán.
AUTOR: CHRISTIAN
RASMUSSEN
¿SABÍAS QUÉ...?
¿Cuál fue la segunda expedición que llegó a la cumbre del Everest (8848 m s. n. m.)?
La primera ascensión fue realizada en mayo de 1953 por la expedición inglesa liderada por John Hunt, alcanzando la cumbre el 29 de mayo Edmund Hillary y el sherpa Tengsing Norgay.
La siguiente ascensión se logró 3 años después, y fue realizada por una expedición suiza, dirigida por Albert Eggler.
Esta ascensión se realizó, al igual que la expedición inglesa, por la cara y la arista sur.
Alcanzan la cumbre del Everest: Ernst Schmied y Jürg Marmet, el 23 de mayo de 1956; y Dölf Reist y Hansruedi von Gunten, el 24 de mayo de 1956
¿Cuál fue la primera expedición que logró hacer cumbre en el Lothse (8516 m s. n. m.)?
A la sombra del Everest, se encuentra una montaña poco conocida, aunque se trata de la cuarta más alta del mundo, el Lothse. Todos los esfuerzos desde los años veinte hasta la década de los cincuenta estuvieron concentrados en escalar el Everest, la montaña más alta del mundo. El Lothse era y sigue siendo su hermano menor.
Sin embargo, en 1956 fue una expedición suiza, liderada por Albert Egler, la que coronó exitosamente y en dos días seguidos la cumbre del Everest, y realizó también la primera ascensión del Lothse.
La ascensión se realizó en gran parte por la ruta para escalar el Everest, solo que en las cercanías del collado sur (7980 m s. n. m.), en el espolón de los Ginebrinos, la ruta se desvía hacia la llamada Gran Canaleta del Lothse. La cumbre del Lothse es una arista de roca y hielo que apenas da espacio para una persona.
Alcanzan el 18 de mayo de 1956 la cumbre del Lothse como primera ascensión: Ernst Reiss y Fritz Luchsinger
¿Cuál fue el primer ochomil en ser escalado hasta su cumbre?
El primer ochomil en ser escalado en la historia del montañismo fue el Annapurna I (8091 m s. n. m.). El Annapurna I pertenece a la así llamada Cordillera de los Annapurnas, un cordón de montañas de la gran Cordillera de los Himalayas ubicado en la zona occidental de Nepal. La hazaña de esta ascensión la realizó una expedición francesa en 1950, liderada por Maurice Herzog. Alcanzaron la cima y la gloria el 3 de junio de 1950
Maurice Herzog y Louis Lachenal.
Maurice Herzog señaló al llegar a la cumbre: «¿Es esto real para nosotros? Nos pega un fuerte y helado viento, pero estamos en la cumbre del Annapurna. Una felicidad inmensa nos llena los corazones…».
Al iniciar el descenso desde la cumbre, fueron sorprendidos por el monzón, y la expedición casi terminó en tragedia. Herzog sufrió un grave congelamiento en sus manos, y durante el regreso a Pokhara las perdió. Al final del relato de la expedición, Herzog dijo: «Hay siempre nuevas cumbres en la vida de las personas».