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Doña Juana, la Reina “loca” de amor

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Falsos Ídolos

Falsos Ídolos

Óleo sobre lienzo

La figura de Juana la Loca, descendiente directa de los augustos Reyes Católicos, consorte de Felipe el Hermoso y progenitora del renombrado Emperador Carlos V, se alza como uno de los enigmas más fascinantes de la historia de España. No obstante, más allá de estas reverenciadas etiquetas, nuestros conocimientos acerca de su persona son mínimos, todo debido a la lamentable manipulación y filtración de la información que ha llegado hasta nosotros. Sus propios familiares y consejeros de la corte se empeñaron en suprimir documentos y difundir una imagen distorsionada, con el fin de desacreditarla.

La crónica histórica depara un relato intrigante sobre Juana la Loca, quien, según se ha perpetuado en la memoria colectiva, se vio sumida en una historia de amor trágica con su esposo, el Rey Felipe el Hermoso. Años después de haberse unido en sagrado matrimonio el interés de Felipe por su consorte decae, entregándose sin velo a relaciones extramaritales que escandalizan a la corte y a la Iglesia misma. Juana, como cualquier enamorada, se enfurece al ver que su esposo no solo falta al respeto a su deber conyugal, sino también a sus votos religiosos.

La situación empeora cuando Felipe asciende al trono ya que su reinado se ve abruptamente finalizado por una grave enfermedad, que algunos historiadores sugieren podría haber sido envenenamiento. A partir de ese momento, Juana cae presa de la locura, incapaz de soportar la vida sin su amado Felipe. Se cuenta que no se separó ni un momento del féretro de su esposo, incluso cuando el cuerpo ya se encontraba en avanzado estado de descomposición. Los rumores sobre su supuesta locura se propagaron rápidamente por toda España, y para evitar que una Reina "desquiciada" accediera al trono, fue recluida en una torre, donde vivió en solitario durante otros 46 años.

La historia trágica de Juana ha cautivado a varios artistas a lo largo de la historia, y en esta ocasión, la obra de Francisco Pradilla escenifica la velación del cuerpo de Felipe en un campo apartado. La figura de Juana, recién convertida en Reina Viuda, destaca en el retrato, con un leve indicio de gestación en su vientre. Viste un traje de terciopelo negro que oculta su cabello bajo un velo oscuro. Su mirada parece perdida, observando el féretro de su esposo pero sin enfocarlo. El ambiente no es acogedor, sino más bien frío, y la sensación de tristeza parece impregnar el aire. A pesar de ello, Juana se muestra impasible al frío, inmóvil en su lugar.

El ataúd de Felipe está adornado con las armas imperiales y colocado en una especie de camilla, cuyas agarraderas muestran ya desgaste por el transporte del cuerpo del Rey a lo largo de España. Junto a la plataforma mortuoria se encuentran una mujer y un monje con un hábito blanco. La mujer vigila a la Reina Viuda con expresión de preocupación y cansancio. A la derecha de Juana, descansando junto al tronco de un árbol, se encuentran los miembros de su Corte que la acompañan en su travesía. En sus rostros se refleja una mezcla de cansancio, aburrimiento y compasión por los delirios de la Reina, observando con expectación, mientras dos cortesanos y una dama permanecen de pie. Al fondo se puede ver la silueta del monasterio, y en el extremo opuesto, el resto de la comitiva real se acerca al lugar bajo las luces del último atardecer.

Francisco Pradilla muestra su gran maestría en la pintura y la composición en esta obra, donde la presencia de varios personajes en escena no da la sensación de una escena apretada. La composición tiene un ritmo marcado por la comitiva de la Reina, con una estructura curva que permite una lectura fluida de las emociones de los personajes. La presencia de la mujer junto al monje proporciona un equilibrio al peso visual de la imagen, contrarrestando la cantidad de objetos e individuos en la contraparte.

Francisco Pradilla muestra su gran maestría en la pintura y la composición en esta obra, donde la presencia de varios personajes en escena no da la sensación de una escena apretada. La composición tiene un ritmo marcado por la comitiva de la Reina, con una estructura curva que permite una lectura fluida de las emociones de los personajes. La presencia de la mujer junto al monje proporciona un equilibrio al peso visual de la imagen, contrarrestando la cantidad de objetos e individuos en la contraparte.

Todo ello está representado con un intenso realismo, ejecutado con vigor y mostrando una atención cuidadosa al dibujo definido y riguroso, pero con una técnica libre y rica en texturas, que le confiere una cualidad pictórica. Pradilla desarrolló un lenguaje visual completamente personal, posteriormente conocido como "estilo Pradilla", que reflejaba el realismo internacional predominante en el género histórico en toda Europa durante el último cuarto del siglo.

Díez, J. L.(2007) El Siglo XIX en el Prado. Museo Nacional del Prado, pp. 238-244.

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