Catártica: Octubre'21

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Octubre 2021

No. 2

Vol. 10


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En portada:

Gerda Taro A.G.C.

El terror nunca me ha gustado, porque aunque me cueste trabajo admitirlo el miedo me ha paralizado más de una vez. Para la portada de este mes reflexioné bastante qué imagen podría seguir la temática del miedo, qué símbolo o color podría hacer al espectador comprender el mensaje. La respuesta no tardó en aparecer en mi mente, pues a pesar de conocer varias representaciones artísticas gráficamente agresivas, desagradables o violentas, la expresión que me sigue calando los huesos es la fotografía de guerra. Tomando como referencia el horror de los conflictos bélicos, la portada de Octubre 21 pretende homenajear a la fotógrafa Gerta Pohorylle (1910 – 1937), o mejor conocida a partir de su trabajo con los seudónimos Gerda Taro y Robert Capa. Considerada como la primera fotoperiodista de guerra, la fotografía de Taro se caracteriza por su perspectiva periodística, el uso de cámaras pequeñas como Rolleiflex o Leica y por un profundo acercamiento a la acción. Entre su trabajo destaca La Guerra Civil Española (1936 – 1939) y la primera fase de la batalla de Brunete (1937). Una de las estrategias que Gerda utilizó para tener éxito y aceptación en un medio donde la fotografía no era bien recibida desde la mano de una mujer judía, fue el crear junto con Ernö Endré Friedmann (1913 – 1954) un personaje desde el cual ambos pudieran publicar y vender sus fotografías a un mayor público y también, a un mayor precio, de esta manera aparece Robert Capa, un presunto fotógrafo estadounidense quien trabajaba en Europa. Este seudónimo se hizo tan famoso que incluso después de la muerte de Gerda, Ernö adopta este nombre como suyo y continúa su carrera como fotógrafo. Hecho que desafortunadamente opacó, por muchos años, la autoría conjunta de la producción de Taro. En 1937, Taro y Friedmann continúan de manera independiente y Gerda comienza a firmar su trabajo en “Ilustrated London News”, “Life”, "Ce Soir”, “Regards” y “Volks Illustrierte” cómo Photo Taro. Tristemente, meses después muere en el frente de Brunete al terminar de fotografiar una parte del conflicto, exactamente seis días antes de cumplir 27 años. Las fotografías utilizadas en la portada, en este caso presentadas a manera de collage son: Madre e hijo, en la Guerra Civil Española (1937) Milicianas en el frente (c. 1937) Dos soldados republicanos con un soldado en una camilla, Puerto de Navacerrada, frente de Segovia, España (1937). Gerda Taro. Negativo recuperado de la famosa maleta mexicana en 2008, que contaba en su interior con aproximadamente 3,500 negativos de la Guerra Civil Española, de Gerda Taro, Robert Capa y David Chim Seymour (1911 – 1956).


Catártica es un espacio para hablar del arte fuera del discurso oficial, aquel que escapa definiciones, y al mismo tiempo un lugar para que la ficción, el ensayo y la poesía puedan deambular desnudos, poniendo de frente al escritor y al público.


Hoy comí tierra Fernando Salas

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Pintora de ingenuo y sagrado corazón Bruno Sánchez

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Solace natcisa

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Crónica de una noche en la feria

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Victor Rivera

Aprehensión letárgica y fraternidad transitoria

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Ernesto Ocaña Ortega

Manchas rojas. Manchas rojas. M.I. Flores Nachón

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Tristezas acumuladas Camila Ornelasky

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No todo es... Rossanna Huerta

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Como un niño Arturo González Lara

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Midnight Mass Gabriela Aguilar

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La casa de Maru Alex.doni.ink

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El pasado es un animal grotesco M.I. Flores Nachón

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Hoy comí tierra 2021 jueves 7 de octubre

sábado 9 de octubre

5

Imagen: Freepik.com


lunes 11 de octubre

jueves 14 de octubre

sábado 13 de noviembre

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2022 miércoles 12 de enero

7


viernes 14 de enero

miércoles 19 de enero

viernes 4 de febrero

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miércoles 31 de agosto

Fernando Salas

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Louis, S. (1907) El Gran Ramo

Pintora de ingenuo y sagrado corazón Bruno Sánchez

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La belleza puede no ser enteramente subjetiva, pero si lo puede ser su apreciación individual hacia lo que consideramos bello o al menos, estéticamente placentero de observar y agradable de percibir. Su expresión en cualquier sentido tiene una nobleza contraproducente, es tanto placebo como nocebo porque estimula la generación de las endorfinas para la felicidad hasta hacernos caer de cuenta en la temporalidad de su efecto. La belleza es de los pocos medios que como humanos poseemos para compartirla indiscriminada y popularmente; si se lo propone, provocando una placentera distracción o epifanía. Si los sentimientos son tangibles pero abstractos, por ende, lo único que podemos hacer para comprenderlos es por medio de lo tangible y abstracto, he de ahí el arte y de ahí, la belleza. Si bien la ejemplificación de lo bello en un objeto o situación tangible depende de cosmovisiones personales o sociales, una constante sería la espontaneidad de la cual surge su creación o presencia y de la cual depende la apreciación de su objetivo, ya que crear expectativas muy específicas sobre qué esperar de lo bello es una trampa mal vanagloriada el cual decrece su reacción químico/emocional a cuando este se presenta de imprevisto, por lo que la demostración de todo lo percibimos como bello debe tratarse; más que una sorpresa, como una conveniente coincidencia. Igual de necesaria es la ingenuidad, el engaño común de la percepción de la belleza bajo la noción de que su sensación aplica de igual manera para todos, con todo y en todo momento, así como los adjetivos derivados de ese ideal, por lo que la ingenuidad es una mentira necesaria basada en corazonadas abstractas con tal ser más susceptibles a lo que nos causa lo bello, bajo nuestros propios términos como individuos. De ahí, la interpretación puede supeditarse si el objeto o situación fuese realizado con la intención de ser expresamente bello o por mera subjetividad, por ejemplo, un paisaje natural o la fisonomía humana no están hechos con el propósito de analizar los significados de su belleza al haber sido generados de causalidades de fuerza mayor, aún por cuanto se disfruten no pasa más allá de lo superficial. No hay guías puntuales de cómo juzgar el arte para catalogarla como bella, pero estar consciente que aquel objeto o situación proviene de una planeación basada en ideas teóricas y empíricas, con un palpable esfuerzo e intención a ser apreciada, es cuando el rol de espectador trasciende a la de analista de lo subjetivo para tangibilizarlo en un aparente objetivo a mostrar cuando en realidad se razona la interpretación como una verdad a descubrir o un reforzamiento sobre sí mismo y su entorno. Cuando la obra transmite su belleza, el espectador se vuelve autodidacta. El autodidactismo es el logro que asciende a una obra por encima de un lujo estético.

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Por más presuntuoso, estrafalario y lujoso que sea una pieza artística, el autor no siempre coincide con la valoración que le dan a su obra, el mito frecuente de que la calidad de la obra es equivalente a la calidad de su autor es una falacia causal, pues como la cultura general eventualmente nos enseña, tanto un artista como su obra se hacen en cualquier lugar. Las reglas de las diferentes artes inician como recomendaciones para los primerizos creadores a voluntad y es precisamente la voluntad de creer en la calidad de la obra evoca a poseer valor; en otras palabras, la ingenuidad del valor por el autor y el espectador debe ser recíproca para que esta tenga valor. Dicha ingenuidad basada en la carencia de conocimientos técnicos y teóricos se consolidó como un estilo artístico propio, el estilo “naif”, del francés “naïve” que significa “ingenuo”. Es un estilo contrastante en muchos aspectos, de técnica sencilla, pero temáticas complejas, es despreocupado por copiar la realidad, pero le importa evocar a lo realista y; particularmente, arraigado con el subconsciente del artista, rayando en lo surrealista. En el momento que se conoce la técnica de dibujo, de composiciones y corrientes, el “naif” muere, la intimidad intrapersonal con la que nace uno es su esencia. Ser “ingenuo” es ser directo, rígido e incluso tóxico, pero sincero. De este estilo se pueden apreciar varios nombres que ganaron su altura: Henry Rousseau, Fernando Botero, Frida Kahlo, etc. Los pesares de sus vidas que plasmaron en sus obras fueron recompensados y sus nombres dignificados póstumamente. Dicha trayectoria se presenta en casi todos los mayores exponentes del “naif”, menos en una: Seraphine Louis. A finales del siglo XIX, en el seno de la picardía rural francesa, nació Seraphine como la hija menor de una campesina y un obrero golpeador, ambos ignorante y

Louis, S. (1928) El Árbol de la vida

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quienes fallecieron al año y a los 8 años respectivamente, dejándola sin otra alternativa más que vivir con su media hermana; que la odiaba, y a trabajar como pastora para mantenerse al día, siendo la naturaleza el único equilibrio del cual podía gozar en paz hasta la muerte de su hermana a los 16, quedando sin sustento alguno. La inestabilidad de su supervivencia marcó su conducta posterior y dio pauta a la antología de problemas mentales que coartarían su vida como voces en su cabeza, pero aquellas le darían alas a su carrera. A los 17 entró a trabajar en un convento, más por necesidad que por devoción, aunque pronto esas razones se invertirían. En el convento, ella encontró la paz necesaria para generarse su santuario intangible para enfocarse en la pintura, no por orden o consagración y mucho menos como negocio, sino como un pasatiempo necesario para consolar la falta de belleza en su vida, por lo que fue creando su propia. Seraphine incluso intentó ser monja, pero la aterrada negativa de la ortodoxa madre superiora impidió el único deseo consciente que tendría hasta el momento, ya que Seraphine asustaba por su mirada intensa, su falta de tacto y filtro al hablar y por el aura de tragedia que cargaba consigo. Le gustaba quedarse horas absorta entre la naturaleza, un tanto contrastante con su actitud. A los 38 años se vio forzada a dejar el convento y las expectativas de su propia relevancia, regresó a su pueblo natal a trabajar como criada de las familias acaudaladas de la región, pasando a ser un 2do plano en las perspectivas de la gente mientras; en la soledad de sus noches, pintaba sus compensaciones de belleza para ella misma. De día lavaba ropa, limpiaba pisos y hacía el aseo, de noche pintaba cuadros de manera completamente autodidacta e intuitiva donde sus musas eran las flores y su inspiración las voces en su cabeza que, creía ella, eran los ángeles y la virgen María. Su salud mental fue empeorando en la siguiente década. Sin saberlo, su arte entró de lleno en el perfil del estilo “naif”, control del control contrastante, detallados elaborados con precisión y la falta de perspectiva caracterizada por su ignorancia técnica pero salvaguardada por apertura de apreciación abstracta que valorizaba cada vez más su calidad. Usó todo material que pudo, desde sobrantes de pintura, frutas, cera, barro y hasta su sangre, creando tonalidades inéditas con un brillo único. Seraphine tiene 49 años, pero aparenta mayor edad, está acabada física y mentalmente, tiene poco trabajo y prácticamente vive como pordiosera, solo pintaba cuando recibía una “señal divina” la cual cada vez es menos recurrente. Casi analfabeta, pero manteniendo un imaginario primitivo creado entre religión y naturaleza, perjudicado o alentado por el acumulo de su vida de dolor, soledad y desesperanzas. El galerista marchante Wilhem Uhde se da una escapada del ajetreo de París al campo, hospedándose justo en la misma casona que Seraphine se encargaría de limpiar. Se cruzan al caminar, quizá se desean un buen día condescendientemente, pero sin ella tener idea que está limpiando el cuarto del descubridor de Matisse, Rousseau y Picasso. En ese entonces Uhde se dedicaba a consagrar su fortuna de pintores “naif”, a los que llamaba “pintores de sagrado corazón” así que cuando se encontró recargado en el suelo una vibrante pintura de Seraphine antagonizado el paisaje de manzanas muertas y contrastando con el grisáceo ambiente muerto de la casa, quedó asombrado, el cual se duplicaría cuando supiera que la autora era quien lavaba su baño. Uhde le ofreció comprar sus obras, exhibirlas y proteger su autoría. Seraphine habiendo tocado fondo, solo le quedaba subirse a esa oportunidad. El encanto de sus pinturas es el contraste de su irregularidad vibrante y colorida con la monotonía de la cromática del entorno que se basa. Este encanto implícito fue la base de los movimientos modernistas y positivistas de principios de siglo, el cual iba en ascenso y las pinturas de Seraphine eran valiosas monedas de cambio. Ella aprovechó la oportunidad de Uhde de convertir sus valoradas pinturas en un primer valor redituable para ella y así pudo haber sido, Uhde regresó a París con sus pinturas y él se encargaría de alzar su talento en cuestión de tiempo, pero el año es 1914 y comenzó la primera guerra mundial.

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Uhde se vio forzado a abandonar Francia y a Seraphine, ella se sentía estafada ya que perdió lo único que tenía de valor para sí y tuvo que empezar de nuevo, a pesar de las carencias provocadas por la guerra, logró conseguir material básico de pintura haciéndolo rendir mezclándolo con barro, cera y sangre, dejó de trabajar, de salir y de comer. Pronto comenzó a ver las voces en su cabeza. Los años de la guerra y posteriores fueron un frenesí para ella, pintaba todos los días, como si pudiera recuperar con sus colores y patrones el mundo destrozado de la guerra a uno anterior que nunca existió o si intentara dejarle al cadáver de la época una pintada flor saturada que represente todo menos la muerte. No fue sino hasta los 55 años, en 1927, que Uhde recupera contacto directo con Seraphine para informarle que ya está lista en París su participación en una exposición de “naifs” modernos: “Pintores de sagrado corazón”, su oportunidad de oro. Uhde la visitaba constantemente, apreciaba sus nuevas obras y las compraba. Sus obras fueron reconocidas tanto en París como en su pueblo natal por lo que pudo mejorar modestamente su calidad de vida. Aquella exposición provocó llamadas de atención tanto por su obra como su actitud, aunque toda la modestia idílica que expresaba en sus pinturas se transformó en extremismos abstractos, un cambio desenfocado a los gustos de los espectadores de alcurnia, su colección siguió siendo un moderado éxito. Sin embargo, nuevamente la fuerza mayor merma el avance de su carrera, la gran depresión de 1929 le pega a Uhde, por lo que Seraphine volvió a perder su único sustento.

Louis, S. (1930) El árbol del paraíso

Seraphine pinta con gran desesperación esperando una exposición individual que nunca llegará, se deja llevar cada vez más por las visiones de su soledad, que ya no solo son voces en su arte, sino presencia que indican la pérdida de control de su vida y hasta de su conciencia. En 1932, a los 60 años, la frustrada artista potencial pasa a deambular en las calles insultando a quién según ella vea y anunciando el fin del mundo. Su último contacto consciente fue con Uhde, quien no vio de otra más que internarla a un hospital psiquiátrico, diagnosticada por psicosis crónica y esquizofrenia, dejada a merced de los comportamientos brutales e invasivos de la psiquiatría de la época, deshaciendo todo remanente de lo que fue y creyó ser Seraphine hasta abandonarla a su peor

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Louis, S. (1907) Sin título

dejada a merced de los comportamientos brutales e invasivos de la psiquiatría de la época, deshaciendo todo remanente de lo que fue y creyó ser Seraphine hasta abandonarla a su peor muerte, dejando de sentirse como parte de este mundo. Tras la invasión nazi a Francia, el hospital perdió medicamentos, servicios y personal hasta abandonar a los internos a su cuenta. Seraphine moriría de hambre ahí dentro en 1942 y enterrada de manera anónima en una fosa común. Pintó alrededor de 200 pinturas, aunque sólo 70 sobreviven hasta hoy. Uhde se dedicó a divulgar su obra póstuma después de la guerra. Su nombre y su vida han caído en la precariedad del relativo olvido, en parte por falta de información basta, por el poco atractivo de su vida y por la cosmovisión que tenía de su realidad, razones frecuentemente mal interpretadas o dejadas a la superficialidad de lo estético y de lo poco placentero de escuchar, leer o saber. Un artista no nace, se hace, y aunque las circunstancias pueden influenciar el modo en que el autor o autora decide el origen y significado de su obra, la manera de expresar y el resultado de esta es único e independiente de los ideales tradicionales del arte, el artista y su concepto de belleza. REFERENCIAS Alain Vircondelet (1986) Séraphine de Senlis. Editorial Elba. Carlos Sala (2020). El enigma de Séraphine Louis: la criada mística que por las noches pintaba como los ángeles. S Moda. El país. Wilhelm Uhde (1949) Five primitive masters. Quadrangle press. Jean-Pierre Foucher, (1968) Séraphine de Senlis, Ediciones du Temps. Séraphine Louis – Pintora naif abandonada en un manicomio. Equipo Torrese. 39ymas.com.

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solace

si te cuento qué tan enferma estoy, ¿me vas a dejar de querer? (si es que lo haces, claro.)

ese es uno de mis mayores temores. me incomoda y mortifica que la gente te trata diferente —de la mala manera— después de que le cuentas sobre tus trastornos mentales, así que me embotello todo, me lo quedo. Sin embargo, ansío algo que no puedo tener, que nunca he tenido, que necesito tanto sin saber cómo se sienta: consuelo. quiero ser honesto y que un abrazo, una palabra repare las rupturas que sin ayuda he reparado desde que tengo memoria, pero que siempre se vuelven a caer. quiero consuelo, solace. Collage hecho con panels de manga: Given de Natsuki Kiso, Orange de Tanako Ichigo, Jujutsu Kaisen de Gege Akutami y Haikyū!! de Furudate Haruichi.

collage digital

natcisa @natcisa / @tablerodeolas

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Victor Rivera

CRÓNICA DE UNA NOCHE 1 EN LA FERIA “[…] Una vez nada más se entrega el alma con la dulce y total renunciación […]” Agustín Lara (1941). Solamente una vez

Primero escuchó el rumor de las campanas resonando sobre las ventanas del estudio, el chapoteo de los globos de agua cayendo sobre la acera, las risas briosas y juveniles ávidas de ilusión, las máquinas de arcade y sus armas de 8 bits, el sonido de la estudiantina que anunciaba el santo del pueblo y con ello la llegada de la feria y las celebraciones. Después se halló sentado en una banca junto a la carpa de tiro al blanco, desconcertado, atendiendo al parpeo agudo de los kazoos y al serpenteo de los cascabeles que los niños llevaban atados a sus piernas. A lo lejos, reconoció el sonido de fichas o monedas rebotando sobre alguno de los estantes de vidrio. Los remanentes sensitivos de sus propios pasos cruzando la avenida al salir de su casa y del impacto del zaguán al cerrarse tras su espalda, se habían concitado en su cabeza no como una impresión cercana, sino como una epifanía; como si aquella digresión de eventos hubiese sido, más bien, una visión auténtica del porvenir. Había salido de su casa sin recordar el motivo exacto, mientras su esposa y su hija de tres años dormitaban. Se encontraba sentado en una banquita en medio del parque, justo frente uno de los puestos de frituras más concurridos de la feria. Desde ahí veía a las familias ir y venir con sus plátanos fritos en platos de unicel, miraba a los niños con los mocos aun escurriendo de sus narices por el frío, sosteniendo sus banderillas, y a otros que manchaban sus playeras con el chocolate de los churros rellenos. Pero luego estaba él, entre la multitud, observando detenidamente el juego de las tazas giratorias que orbitaban como planetas en su propio sistema solar, deslumbrado por las estelas de luz led que proyectaban las vestiduras de los caballos en el carrusel, escuchando el ruido de las brujitas que ahuyentaban a las jaurías, imaginando que eran cometas impactando sobre el planeta. Estaba ahí, viendo cómo la noche se bañaba con la explosión de los fuegos artificiales y se le ocurrió que si hubiese tenido que describirle a alguien aquel bombardeo de sensaciones, seguramente habría sido incapaz de hacerlo, porque desde un principio se hallaba fuera de sí, tratando de recordar la razón por la que había salido de su casa. 1

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Pido a todas las personas que lean este cuento que, si les es posible hacerlo, escuchen las canciones que aparecen en él, escaneando el código que adjunto en la parte superior de la primera cuartilla.


Fue entonces que lo reconoció; el sonido de un piano que se diluía entre los cantos de la estudiantina y los metales de la música de banda, disonando gradualmente, mientras se perdía entre los gritos de los asistentes, porque nadie más atendía a aquel diminuto estímulo sonoro. Por eso había cruzado la puerta a altas horas de la noche, lo había olvidado, porque había escuchado aquella melodía zumbándole en el oído mientras preparaba una clase para sus alumnos. Podría haber jurado que las teclas martillaban en su habitación, pero se sintió ridículo de creerlo, porque hacía muchos años que habían vendido el piano que solía estar en la sala, y sólo para probarle, a quién sabe quién o quiénes, que no se estaba volviendo loco, había tomado su abrigo, bajado las escaleras, y caminado al corazón de la feria con el fin de encontrar tranquilidad. De la misma manera que lo había hecho minutos antes, ahora se levantaba de la banca y buscaba hacer frente a las notas, sin importarle lo que pudiese hallar en el camino. Conforme avanzaba, las frecuencias eran mucho más nítidas y creía reconocer las cadencias y progresiones que él mismo había interpretado durante su niñez, aunque no podía estar seguro. Corrió por todo el parque sintiendo el crepitar de la tierra bajo sus suelas, atravesando el zapateo y la fuente de los deseos hasta dar con la cantina de la cuadra. Dudó frente a la puerta, pero cuando uno de los meseros escoltó hasta la salida a un grupo de borrachos, no le quedó otra opción más que entrar, esto para no tener que dar por iniciativa propia una explicación que seguramente nadie le hubiera pedido. Entró entonces sin levantar la vista del suelo y tomó uno de los asientos del fondo, sin fijarse mucho en lo que lo rodeaba. Cuando el mesero se acercó, pidió una corona y un plato de totopos, y lo siguiente fue mantenerse en silencio, expectante ante lo que no comprendía. Después de un rato observando las mesas contiguas, se percató del piano, que se encontraba justo al lado de la barra: un Steinway de pared de 1875, bastante maltratado, el mismo que su familia le había vendido al antiguo dueño del lugar. En esos tiempos era más un restaurante que una cantina y el comprador no dudó en invertir lo que fuera para su negocio, mientras que ellos debían cubrir los gastos de la funeraria, una vez que su abuela faltó. Una muerte que, por cierto, él resintió más que nadie en aquella casa que poco a poco se fue acostumbrando al silencio. Al mirar el piano durante tantos minutos, se acordó de aquellos días irrecuperables: su abuela que tanto lo quería cantaba para él y él tocaba el piano para ella. Sin duda, los momentos más felices de su infancia habían sido interpretando Nereidas, Caminito soleado de Carlos Gardel, y María bonita de Agustín Lara. Ambos preparaban recitales que presentaban para los invitados de las fiestas de cumpleaños y las cenas navideñas, y por ese motivo casi siempre eran los últimos que se sentaban a la mesa, aunque eso no les molestaba porque amaban aquellos momentos. De vez en cuando su madre tocaba la guitarra y los acompañaba con su voz de contralto, y ambas cantaban Piel canela, Arráncame la vida y Amémonos, aquel magistral poema de Manuel María Flores que quedaría inmortalizado en la voz de Julio Jaramillo; entonces él respondía interpretando El andariego, Bonita y La negra noche. Finalmente, el concierto daba su estocada final con las canciones favoritas de su abuela, La negra noche y Tres regalos, para después ser ovacionados por los invitados.

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Se sumergió tanto en sus recuerdos, que de pronto se le ocurrió pensar en que su reencuentro con el piano no había sido del todo una coincidencia: que no es que se hubiera inventado los acordes resonando en su cabeza y haciendo eco en su estudio, sino que el impulso de huir de esa casa que tantas alegrías le había dado, huir aun cuando fuera una sola noche y aunque fuese cruzando el parque y en aquella cantina, era una invitación a volver a sus pueriles fantasías, de reencontrarse con su antigua vida. Se dio cuenta de inmediato de aquello que había estado persiguiendo, no esa noche, sino toda su vida. Después de reunir valor, acabándose su tercera cerveza de un solo trago, esperó hasta que uno de los trabajadores se acercó y le preguntó a quién le pertenecía el piano. El joven le contestó que era un objeto decorativo, y le dijo que le pertenecía a él, debido a que el antiguo dueño lo había dejado antes de cruzar el atlántico. —Así es, me pertenece. Sabrá usted que soy el dueño del lugar y, aunque a mí no me interesa mucho, me gusta tenerlo limpio y arreglado—, añadió a la par que quitaba las botellas vacías de la mesa y el plato con totopos. Cuando el dueño comenzó a alejarse, se levantó detrás de él sin pensarlo y le preguntó si podía tocarlo. Aunque en un principio prefirió hacer caso omiso a su petición, no fue sino hasta que sacó un billete de doscientos pesos de su bolsillo que el muchacho finalmente accedió. Ya contando con su permiso, se dirigió al piano y acercó el banquillo hacia el teclado. No lo recordaba tan pequeño, pero es que claro, él había envejecido bastante. Sus manos ahora cubrían la novena con facilidad y no tenía que estirar las piernas para acceder a los pedales. Sin darse la oportunidad de pensarlo mucho, de reflexionar sobre el tiempo que había permanecido lejos de la música y particularmente de aquel piano, comenzó a tocarlo con la impaciencia de un niño. Sus dedos que en un principio se sentían torpes por los años de abstinencia y el frío de la noche, pronto comenzaron a desplazarse con precisión sobre las teclas, y él, desprendido de su entorno, dirigía los hilos de las notas como un titiritero, y caminaban sus dedos con la misma sutileza con la que deslizan las viudas negras antes de devorar a sus presas. Era cierto, él no era virtuoso, y podría decirse que tal vez ni siquiera llegó a ser muy bueno, pero había amado tanto aquella época haciendo música junto a su familia, la única que tenía, que se había esforzado mucho por conseguir un sonido maduro a su corta edad. Sin embargo, cuando su abuela murió fue él el que ya no quiso seguir tocando, por guardar el luto, y fue él también quien suplicó que vendieran el piano. Cuando tocó los primeros compases de Solamente una vez, inevitablemente las lágrimas cayeron de su rostro, bañando el marfil de las teclas centrales. Al cantar, con cada verso, sentía de nuevo el desconcierto que había experimentado cuando se encontraba sentado en la banca del parque. Era su canción favorita, aquella que había aprendido a tocar para el cumpleaños número ochenta de su abuela, el cual nunca llegó. La había escogido sin saber realmente por qué: a esa edad creía no importarle el significado de la palabra “amor”, pero estaba equivocado. Sabía que le gustaba que la rítmica de la línea melódica fuese, a su juicio, tan impredecible, y pensaba que esa insubordinación temporal, en todo caso sería el sentido de una idea mucho más grande. Cuando acabó de tocar la canción, los pocos que quedaban comenzaron a aplaudirle, pero él, sin decir una sola palabra, se levantó y fue directo hacia la puerta, dejando en su lugar un silencio intraducible. Atravesó nuevamente los puestos que ya se encontraban vacíos, mientras que la oscuridad de la noche lo cubría todo. Se sentó en el mismo asiento en donde había contemplado la gran fiesta, y se puso a contar las estrellas que veía en el cielo. Después de unos minutos, resolvió volver a casa, arrojando un gran suspiro. No obstante, cuando se dio la vuelta, su esposa y su hija, aún seguían esperándolo.

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APREHENSIÓN LETÁRGICA, FRATERNIDAD TRANSITORIA

Ernesto Ocaña

I’m thinking of ending things (2020) es una película que me frustra demasiado, para empezar, considero que no es muy buena como película. Es cansada de ver, extremadamente pretenciosa y aún así ridícula en ocasiones, carece de un tono constante, y se siente mucho más larga de lo que es. La primera vez que la vi, lo hice porque una amiga me preguntó si la podía ver para platicarla, porque esa amiga la había encontrado bastante confusa. La vi y como primera impresión también la encontré bastante confusa, pero además me pareció fascinante como poco cine que he presenciado. Jessie Buckley y Jesse Plemons logran de manera fantástica la conexión forzada de dos personas sin química alguna. Sus conversaciones se sienten terriblemente pesadas, pero sobre todo se sienten reales, incómodas, familiarmente humanas; e ignorando el secreto que la trama juega con esconder, también se sienten intrascendentes. He tratado de conversar de ella con otras amistades, pero muchos me dicen que es una película insufrible o que no entendieron nada, creo que tienen toda la razón en percibirla así. Charlie Kaufman adora el simbolismo

evidente y es tan poco sutil con ello que sus películas se sienten obtusas y obvias a la vez. Son como un truco de magia, una vez que las comprendes es casi vergonzoso lo obvias que buscan ser; y sin embargo eso no deja de ser admirable de cierta manera, es un talento muy particular. Vale la pena mencionar que la versión de Lonely Room del musical Oklahoma que aparece en esta película es absolutamente mi favorita. I’m thinking of ending things se siente innecesariamente intelectual, condescendiente en muchas ocasiones, muy torpe y poco accesible. Creo que es una película muy humana, y me recuerda a muchas personas que he conocido en la vida, y en ocasiones un poco dolorosas, también me recuerda a mí. En realidad, no es innecesariamente intelectual, hay una razón para ello, refleja las características de uno de los personajes, del personaje único verdadero de la cinta. Esta película me aterra, tenía un poco de ansiedad de volver a verla para poder escribir sobre ella, pero, antes que nada, tengo que hacer un pequeño paréntesis. Detesto la película de Joker (2019), sin ahondar mucho en ello, la veo como un visión romántica de una fragilidad patética

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y masculinizada, celebrada por las mismas personas que adoran Fight Club (1999) porque no entienden de ironía. Joker no es una crítica al sistema, simplemente justifica el responder violentamente ante él, pero en contra de cualquiera y alimenta la narrativa de victimización de los privilegiados. No es exactamente propaganda, pero sí es una película producto de una sociedad que la consume. Apela a la estética de pensamiento preferida de un estrato de la población masculina carente de habilidades e inteligencia socioemocionales, víctimas incrédulas del patriarcado, que han adoptado una visión reaccionaria del mundo como mecanismo de defensa; pero que aparenta provenir desde la franqueza apolítica de los productos de entretenimiento. También la encuentro un poco aburrida. I’m thinking of ending things puede sentirse frustrante, larga o incómoda, pero nunca es aburrida. Mientras que Joker celebra las características de mi persona que quisiera eliminar, la cinta de Kaufman las pone a la luz, me avergüenza ante mi mismo, y me causa un horror indescriptible para nunca dejar de cuestionar quién soy y en quién me quiero convertir. La película es el mundo interno de un personaje, refleja sus ansiedades y características humanas. Jake se idealiza como un ser educado, agradable e intelectual, pero lo percibimos condescendiente, tedioso y torpe porque sólo tiene una vaga idea de aquello que busca idealizar, su pasión se transmite en rencor, y su idealización en arrepentimiento. La cinta termina reflejando todo eso, y por eso se siente tan humanamente lastimera, tan fascinantemente patética y tan insoportablemente reconocible. Jake es actuado de manera increíble por Jesse Plemons, pero en realidad es representado por todos los demás personajes, los muebles y cuartos y todas las imágenes que los habitan. El personaje de Jessie Buckley, la novia o mujer, es una especie de autoconciencia, es una pequeña voz en la mente de Jake que no termina de completar su fantasía, es la parte más distante de su propia alma. Yo a veces busco encarnar una voz similar para algunas de mis otredades inmediatas, no estoy seguro si por merced o posiblemente por crueldad. He conocido a muchas versiones de Jakes en mi vida, y lo he visto habitarme en ocasiones, he tratado de exorcizarlo del interior de los otros, pero creo que no estoy hecho para ello. He observado a todos esos seres, los he analizado y tratado de comprender, pero no cabe en mí la suficiente dulzura o paciencia para saber ayudarlos, sólo puedo ayudarme a mí mismo.

Imágenes: Netflix


Manchas rojas. Manchas rojas M.I. Flores Nachón. Lo complicado no es despertar por las mañanas. A la mierda esas imágenes motivacionales que me invitan a seguir despertando cada día. Lo complicado es irme a dormir. El enloquecedor esfuerzo por quedarme dormida con los brazos cruzados sobre mi pecho y la almohada en mi rostro. He comenzado a experimentar; tal vez si pongo la almohada sobre mis ojos, no se moverán tanto durante la etapa MOR* y tal vez, sólo tal vez, soñaré menos. Lo más complicado es no soñar, es científicamente imposible evitar el movimiento ocular que me provoca despertar temblando por la noche, por mucho peso que ponga sobre mis párpados cerrados. Lo complicado es no despertar con un grito ahogado cada dos horas, intentando guardar silencio tras mi ataque de ansiedad. Desde hace cinco años que vivo con este mismo sueño. Un rostro con la expresión más aterradora, ¿aterradora?, incómoda. Ojos verdes y brillantes, algunas líneas alrededor de una sonrisa sesgada hacia la derecha, dientes no perfectos, no blancos, no amarillos. Torcida. La expresión es torcida. Sus cejas pobladas están inclinadas hacía el puente de su nariz, provocando aún más lineas en su frente. Sus mejillas están chapeadas, como si hubiera hecho mucho ejercicio. La expresión está siempre detrás de mí. Sobre mi espalda, respirando en mi oído con gran agitación, y su aliento, que me provoca una serie de inevitables escalofríos desde mi cuello hasta mis brazos y muslos, es fresco. Fresco pero apesta. Como si su alma estuviera podrida, y en esa putrefacción, proyectara sus retorcidas intenciones y su enferma imaginación. Me han dado las herramientas para encerrarla en mi mente. En una caja fuerte, dentro de mi cerebro, resguardada por un perro y rodeada de una cerca eléctrica. O por lo menos eso fue lo que me dijo la psicóloga en la sesión más intensa que he tenido. Ahí está encerrado y ahí se quedará. No puede volver a salir, pero por alguna razón, siempre sale. Éltiene la llave. A veces siento que la expresión ya es parte de mí. Creo que yo misma la he provocado, y creo que yo misma la he buscado. En canciones, en lugares y en colores. Pero no la quiero. La mitad de las voces en mi cabeza me piden que la ignore y que siga con mi vida. La otra mitad de las voces me pide que por favor me voltee y le rete. Al final no hago ninguna de las dos, y sigue ahí, cada noche, en cada sueño.

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Esta noche no fue diferente. La almohada se volvía asfixiante después de un rato. El hecho de estar respirando mis propias exhalaciones provocaba en mi una mayor pesadez en mi aparente cansancio. Mis ojos se cerraron, aunque cerrados ya estaban, pero ahora no tenía que forzarlos. No sé cuanto tiempo pasó entre que cerré los ojos y los volví a abrir. Los abrí de nuevo acostada boca abajo, con un peso y un dolor impresionante sobre mi espalda baja, como si me estuvieran clavando un codo, una rodilla, una cabeza. Un algo. Por más que intentara torcer mi cabeza, algo me mantenía sometida. Tal vez era uno de esos terrores nocturnos. Sí, se me subió el muerto. Con los ojos abiertos alcanzaba a ver una luz en el techo y otra debajo de la cama. Todo era silencio, mucho silencio, menos el sonido de una canción que salía de las bocinas de ¿mi teléfono? You showed him all the best of you But I’m afraid your best Wasn’t good enough El dolor pasó de ser impresionante, a ser insoportable. Comencé a sentir pinchazos dentro de mi cuerpo. Intenté sacudirme para hacerlo ir. Mis brazos comenzaron a aletear hacía mi espalda, hasta que lo sentí. Un aliento fresco en mi nuca. Cerré los ojos de nuevo, no es un buen momento para estar despierta. Ojalá no hubiera estado despierta. De nuevo perdí la noción del tiempo y desperté en un retrete. Blanco por todas partes, menos unas cuantas manchas rojas. Manchas rojas. Manchas rojas. La bocina del teléfono seguía sonando, y era probablemente la misma canción. El tiempo no pasó. Desde ese instante, eterno, constante y permanente, se me detuvo la vida. Oh broken angel Were you sad when he crushed all your dreams Oh broken angel Inside your dying cause you cant believe

Volví a cerrar mis ojos, está vez con más fuerza que la anterior. Desperté de nuevo, sobre mi cama, sobre mi espalda, con mis brazos cruzados en mi pecho y una almohada sobre mi rostro. Me levanté de la cama y me dirigí a la regadera. Me senté en el piso y me lavé el cabello. Mi cabello en el cual se enredaban letras de canciones y manchas rojas. Manchas rojas, manchas rojas. El champú parecía llevarse todo. Me lavé la espalda baja, mis muslos y mis pompas, el jabón fue gentil con mi piel y a diferencia de la expresión, se llevó todo, el enloquecedor dolor y las manchas rojas. Manchas rojas, manchas rojas. Saliendo de bañarme fui a desayunar, tomé mi mochila y lo de siempre. Salí al trabajo en el que los pecesitos me esperan cada día para alimentarlos. Escuché música alegre en el camino, y tanto el sol como el viento me despeinaron y me acariciaron. Es cosa de un día sí y un día no, una vez a la semana si bien me va. Es un cuento de nunca acabar, es un cuento que no acabará, en un tiempo que se detuvo y no continuará. Lo complicado no es despertar en las mañanas. Lo complicado es quedarse dormida por la noche y empezar de nuevo. Lo complicado no sonreírle a los demás, lo complicado es sentir el suspiro detrás de mi oreja mientras intento hablar. Lo complicado no es vivir, víl mentira. Lo complicado es volver a hacerlo después de lavarme cada mancha roja que no se quita con jabón.

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Tristezas acumuladas

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¿Cuándo fue la última vez que lloraste hasta sentir que te deshidratabas? ¿Por qué le damos más importancia a las emociones positivas que a las que consideramos negativas? Las emociones no tienen jerarquía, simplemente son. Estamos tan acostumbrados a la falsa idea de la felicidad perpetua que ignoramos y descartamos todo aquello que se manifieste de una manera diferente. Llamamos “drama” o exageración a cualquier demostración de vulnerabilidad sin entender que el enojo, la tristeza, la impotencia y el miedo están ahí por algo. Si decidimos sentir lo “positivo” al máximo, tenemos que permitirnos sentir todo lo demás con la misma intensidad y respeto. Esta obra habla precisamente de eso. Busca reivindicar emociones como la tristeza y cimentar la importancia del llanto. Utilizo el cuerpo humano como medio de expresión y el desnudo como la máxima representación de la vulnerabilidad. Los rostros son abstractos, no tienen facciones ni determinantes para que cualquiera pueda identificarse con ellos. Nuestras tristezas son diferentes, por lo que encasillar su representación sería excluyente. Cada cara está bordada con hilo metálico, simbolizando las lágrimas que caen. Utilicé 27 metros de hilo y me tardé 6 meses en completar esta obra que es solo una de las muchas que haré alrededor de este concepto. Soy Camila Orleansky y soy una artista pictórica mexicana. Terminé mi carrera de arquitectura en la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México en el 2017 y desde entonces me he dedicado al arte. Mis obras han estado expuestas en el Foto Museo 4 Caminos, Ovalo Galería, Zona Maco y Galería Villa San Jacinto entre otras. Busco abordar diferentes temas a través del autorretrato, que en mi caso siempre consiste del desnudo femenino.

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No todo es... bello Rossana Huerta

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¿Acaso sólo existen 3 artistas en toda la producción plástica de la humanidad? Van Gogh, Picasso y Kahlo. Reitero que, no es enteramente culpa de ninguno de nosotros por no conocer más, por varias razones infinitamente largas de explicar —políticas, económicas, sociales, culturales— no se enseña de otros. Pero no todo está perdido, podrías saltarte está lectura y quedarte en la oscuridad de la historia del arte o podrías aprovechar esta pequeña sección y educarte un poco más. Aprovechando el tema de la belleza en lo crudo, ¿por qué no hablamos de la Odalisca de Georges Rouault? Aunque debemos de empezar con ¿qué es la Odalisca?. Esta es una temática que se ve representada a través de la historia de diversos géneros. Usualmente tiene grandes connotaciones de belleza y de sensualidad, esto se debe a que odalık —turco— es aquella mujer esclava que se traía al Imperio Otomano para ser parte de las concubinas del sultán (Etymonline, s.f.). Por esta misma razón vemos que la mayoría de las representaciones de las odaliscas tiene esa tendencia a guiarse por los parámetros del ideal de belleza del momento de su producción. Veamos varios ejemplos:

La gran Odalisca Jean Auguste-Dominique Ingres 1814 Óleo sobre tela Museo del Louvre, Francia.

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La odalisca morena François Boucher circa 1745 Óleo sobre tela Museo del Louvre, Francia.

La Odalisca Mariano Fortuny 1861 Óleo sobre cartón Museo Nacional de Arte de Cataluña, España.

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Y ahora te estarás preguntando, ¿y esto qué tiene que ver con la belleza de lo crudo? Bueno, una vez revisado el tema de la Odalisca ya podemos pasar a ver a Rouault. Georges Rouault (1871-1858) es un pintor francés con un estilo bastante personal pero con tintes fauvistas —aunque él mismo se consideraba anti-fauvista—. Tiene una tendencia a los temas sociales no decorativos, con un manejo de color de la paleta fría. Los recursos expresivos en sus obras denotan la “fría crueldad” que hay detrás de un tema que era muy idealizado —la Odalisca—. Rouault se adentró por primera vez en las artes como aprendiz de vidrieras, algo que podemos ver aún en sus contorno gruesos y negros en contraste de tonos cálidos o intensos dentro de sus contornos. Gran parte de su producción se dedica a pasajes religiosos pero no deja de lado a los personajes marginales de la sociedad, como las prostitutas o los payasos, pero pintados bajo una luz no tan favorable, es decir, de una manera cruda y sombría. En su obra quiso demostrar los tres rasgos de la humanidad: la crueldad, la hipocresía y el vicio. Con sus cuadros mostró la fealdad y la depravación de la humanidad a través de elementos o formas grotescas casi caricaturescas (Calvo, 2016). Podemos decir que Rouault nos recuerda la verdad detrás de esas imagenes pintadas para el goce masculino. Se glorifica la imagen de la Odalisca, ignorando todo el crudo contexto cultural e histórico que hay detrás de ésta. Rouault nos rescata de la belleza perfecta y nos muestra la realidad sombría de su época.

Odalisca Georges Rouault 1906

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Payaso Trágico Georges Rouault 1911

REFERENCIAS

Cabeza de trabajador (los heridos) Geroges Rouault 1911

Calvo, M. (2016) Georges Rouault. En Historia del arte. https://historiaarte.com/artistas/georges-rouault Online Etymology Dictionary: Etymonline (s.f.) Odalisque. https://www.etymonline.com/word /odalisque

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Como un niño

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Fotografía original de Arturo González Lara

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Un reflejo del ser humano a través de lo desconocido. La más reciente creación de Mike Flanagan lleva por título Midnight Mass -Misa de Medianoche-. A pesar de su basta experiencia dentro del mundo del terror (con largometrajes como Hush, Oculus y Somnia), Flanagan se atreve, con esta última serie, a dejar por un momento las adaptaciones de novelas a series y trae a la vida una obra de su propia creación, con un total de siete capítulos, algunos con una duración más allá de una hora y cada uno con un nombre de un libro bíblico. Midnight Mass llega a la plataforma de streaming Netflix como un drama de terror enriquecido no sólo por la maravillosa fotografía (característica de este director), sino por el dinamismo de cada uno de los personajes dentro de cada capítulo. La falta de dependencia en sustos repentinos vuelve a esta serie un género de terror envolvente y adictivo. La historia, tal como lo muestran el teaser y tráiler, comienza con un joven que, tras cumplir su condena en la cárcel, vuelve a la isla donde nació.

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Póster original de Midnight Mass (2021)

Su llegada coincide con la de un nuevo párroco que sustituye al viejo sacerdote del pueblo, mismo que -que por motivos de salud y edad- ha partido en viaje a Damasco. La llegada de ambos se presenta como un augurio para que, tanto horrores, como aparentes milagros comiencen a suceder dentro de una comunidad mayoritariamente católica. A través de esta serie, y de una manera más específica en los extensos y detallados diálogos de los personajes, se exploran temas como la fragilidad humana, la muerte y el existencialismo. Comenzando con Riley, personaje principal al que sigue esta historia, vemos varias imágenes que plantean -tanto en el personaje, como en el espectador- una duda constante y una búsqueda aparentemente interminable por conocer cuál es el sentido de la existencia humana y cómo una manera de sobrevivir a lo que se vuelve nuestro peor miedo.


Las dudas sobre cómo sobrevivir al alcoholismo y cargar con la culpa de la muerte de una joven, son lo que lleva a Riley a estudiar diferentes textos sagrados, pertenecientes a distintas religiones y, según su propio testimonio, volviéndolo ateo. Nuestro personaje principal se encuentra en un dilema constante al no dejar ir su sentimiento de culpa, y resentimiento a lo que alguna vez tuvo fe, mientras regresa a casa con una comunidad casi en su totalidad creyente. Los recuerdos de su pasado le atormentan constantemente y en un intento de resignación, pretende vivir encarando a lo que se ha vuelto su peor pesadilla cada noche, aceptando muy dentro de sí que ese es un recordatorio constante que no debe dejar ir. Sin un ser divino al cual acudir o consultar. Después de Riley, y de una manera contrastante y enfática, conocemos a Erin Green, una maestra perteneciente a la escuela de la comunidad, devota católica y futura madre. Erin es presentada como amiga de la infancia y adolescencia de Riley y quien, a diferencia del resto del pueblo, puede verlo de la misma manera que lo hacía antes de que éste se fuera. Green causa gran impacto en la serie no sólo por sus variadas características, sino también por la gran cantidad de diálogo que presenta dentro de la serie. A diferencia de Riley, ella no busca una solución a los tormentos con los que la ha encontrado la vida, presenta -más bien- una perspectiva esperanzada sobre la solución a estos problemas y las diferentes sorpresas con las cuales la vida podría compensar los errores y horrores del pasado. Dentro de diálogos que parecieran convertirse en monólogos teatrales y estéticos entre escenas, Erin toca un tema particular y en su mayoría desconocido para muchos: La muerte. Misma a la que Riley ha aportado una perspectiva más médica que humana, mientras Green, con la ayuda de sus creencias y gracias a su propia personalidad, pareciera describirlo como un paso hacia un futuro acogedor; un desconocido donde hay paz a diferencia de la vida en la tierra. Por último, dentro de nuestros personajes principales, tenemos al sacerdote Paul, quién sustituye al viejo párroco John. Paul, en cada escena en la que es presentado al principio, hace dudar al espectador de sus verdaderas intenciones y es sólo gracias al avance de los capítulos y excelentes monólogos que podemos encontrarnos fascinados por su devoción a Dios y la ferviente pasión con la que comparte el mensaje del catolicismo. Un hombre devoto, abierto y empático que mantiene constantemente la atención del público y pareciera robarse el estelar con sus diálogos y cuestionamiento sobre la vida y valores cristianos.

Entonces, ¿dónde entra el terror?

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Con una comunidad que es cristiana a excepción del sheriff de la ciudad y su hijo (quienes son musulmanes), el terror de Midnight Mass se desarrolla poco a poco y de manera envolvente en la constante distorsión del mensaje bíblico y religioso, a través del fanatismo que sustituye a la fe. Presentado al espectador un escenario bastante realista del cual puede formar parte sin importar qué. Observamos cómo los eventos extraños (y a su vez aterradores), milagros y tragedias son constantemente atribuidos a un plan divino del cuál sólo somos peones. Y es esta misma fuerza en la fe la que aleja esta obra de la ficción por momentos y la vuelve una realidad con la que más de uno hemos convivido: el temor al juicio, el desconocimiento y la distorsión entre fe y fanatismo a través de un líder carismático. Con menciones constantes de pasajes bíblicos y la interpretación de cada personaje de los mismos, podemos observar como la religión sustituye a varios elementos del juicio de los habitantes de la isla y les lleva a los límites de cada una de sus personalidades con el fin de alcanzar un bien mayor y al ser divino que les es presentado. Es importante resaltar que cada capítulo está escrito y dirigido con el fin de presentar a los personajes, hacerlos empatizar con el espectador (sea cual sea su condición) y presentar distintos dilemas y maneras de abordarlos en diferentes perspectivas, no con el fin de crear conciencia contra la religión, La serie pretende presentar la distorsión a la que cualquier fe puede estar sujeta cuando es llevada a los extremos y manipulada a ventaja de cada creyente que posee. El análisis de cada personaje sobre su situación y el qué los llevó hasta ahí, presenta al espectador el cuestionamiento sobre varios aspectos de su vida y, en una aseveración un poco más aventurada, en el terror que produce la cercanía a la probabilidad de reemplazar a cualquiera de los personajes. Encontramos sentido, e incluso belleza, a través de una creencia en un ser divino que nos permita continuar con lo que podemos cambiar y aceptar lo que no podemos, a través del constante análisis y perdón a uno mismo, con diferentes afrontaciones y resignaciones; cada ser humano aprende a vivir con sus peores temores, a afrontarlos de vez en cuando y, si se tiene éxito, a superarlos a través de lo desconocido.

Gabriela Aguilar 35

Póster fanmade de Midnight Mass (2021)


La casa de Maru

Imagen original en acuarela de Melanie Gürtler

La casa de Maru estaba hecha de 3 millones de piezas de tabicón apiladas, Con pintura gris para mantener la vista en lo importante, las ventanas eran 2, cada una dando a la calle y eran lo suficientemente pequeñas para que entraran ratones pero no las ratas. Nunca me senté en un colchón, y no porque no quisiera arrugar las sábanas, sino porque quien estuviera acostado en ellos me incomodaría con su tristeza. Pasé 5 años en esa casa, y no me moví de la mesa porque me dijeron: “De aquí no te paras hasta que acabes de comer” y no quería comer no porque no tuviera hambre, sino porque quien se levantaba sufría; ya sea para llevar al baño a la quasivegetal mamá de Maru o porque Raquel llegaba dando de manotazos a quien se portara mal

No sé quién le recomendó a mi mamá que me dejara con Maru, pero el olor de su casa aún vive en mi nariz cuando veo sangre y polvo de concreto

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Ilustración de INLAND EMPIRE, obtenida de Disco Elysium (2019) Za/UM.

El pasado es un animal grotesco M.I. Flores Nachón. 37

El título es una referencia a la canción homónima de Montereal (2007)

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Mi sección ha sido dedicada a la re escritura de la Historia del Arte, por lo que hoy dedicaré un texto a la inclusión de una manifestación nueva. Desde antes de decidirme por la carrera, tenía un gusto especial por los videojuegos. ¿Por qué se discute poco del video juego como arte? Considero que hay ciertos videojuegos que pueden deslizarse por muchas otras categorías antes de ser elementos “mostrables” en un museo, como el anual FIFA, pero también creo que si he peleado por incluir piezas de arte con la leyenda de que el arte NO busca ser bello, los pixeles pueden y tienen que entrar en la categoría. En especial algunos. En Junio comencé a jugar por recomendación Disco Elysium, desarrollado por ZA/UM un estudio independiente que sin miedo a decirlo, tienen como prioridad la experiencia estética- realmente estética- antes que la apariencia del juego. Se trata de un juego de rol, en el cual nos vemos introducidos a una isla “ficticia”, a través de un personaje de entrada desastroso, en segunda desastroso y en última desastroso. Nuestro personaje está perdido en su propia mente y en su inexistente memoria. Un terrible episodio de amnesia provocado por…¿por? Una intensa resaca que le persigue a lo largo del juego y un misterio por resolver, ¿quién soy y quién mató al hombre que cuelga del árbol a lado del hostal?

Escena obtenida de Disco Elysium (2019)

Disco Elysium destaca por la forma en la que atrae al jugador hacía el modo de juego, desde la construcción del personaje principal, que termina por ser una parte de nosotros y viceversa, hasta la muy cambiante experiencia. Nunca será igual. No busca tener los gráficos asombrosos que se pelean entre otros estudios y consolas, sino que busca envolverte en un cálido frío en la ciudad de Revachol, con insipiente experiencia, tú y tu personaje comparten la misma información: Eres un borracho, con un aliento que deriva de sustancias y nadie tiene la más mínima pizca de respeto por tí. Te lo ganaste. Tu pasado es un animal grotesco. Con temor a decir algo que podría arruinar la experiencia de juego, Disco Elysium consiste de una aventura, parte de una investigación que te lleva por los más profundos díalogos internos, con cada posible intervención de parte de tus aptitudes, habilidades y segmentos de tu mente. La forma en la que tu personaje ( y tu) se relacionan con los objetos y personajes dependerá de ti y tu interés por relacionarte con ellos. El valor de Disco Elysium recae en algo que considero va mucho mas allá que el desarrollo del juego mismo.

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A través de él me he permitido entrar en catarsis, sin realmente encontrar un alivio. Mi pasado es un animal grotesco. Me perseguirá siempre, incluso teniendo una memoria rota. No quiero recordar, pero aún sin intentar habrá un detalle que me llevé al principio del hilo, mi decepcionante principio. No soy quien fui, ni soy quién seré, sin embargo ahí estará siempre. El porqué del que. Soy quien soy por lo que fui. Y lo que fui es una historia de amores y cristales rotos. ¿Quién mató al hombre que cuelga en mi ventana y quien soy yo? No lo sabré nunca hasta terminar mi juego, e incluso habiéndolo terminado, mi conclusión no me satisfacerá, porque soy un juego sin final.

Escena obtenida de Disco Elysium (2019)

Disco Elysium es un juego sin final, que nos enfrenta al tormento de nuestra propia mente. Nos invertimos a nosotros mismos en él, buscando a través de personajes inventados, parte de nosotros mismos atorados en mapas de estrellas tatuados en pieles de pixeles. La búsqueda de eliseos con un look y actitud muy disco. Utopías enterradas debajo de revoluciones. Ahí, así es como se encuentra, enterrado bajo las flores blancas de un cerezo, bajo los hoyos de balas y gritos congelados por el viento.

¿Por qué me tomo el tiempo para reseñar un videojuego en una columna de Historia del Arte? Porque se ha visto en el último siglo, el desarrollo de obras de arte empapadas de los nuevos medios, las nuevas tecnologías. Si algo disfruto es el placer de la interactividad en una obra. En algún momento pude leer a Katja Kwastek en Interactivity- A word in process (2008), texto en el cual desarrolla la interacción como medio de suma importancia para el desarrollo de la experiencia estética. Disco Elysium no solo nos permite la interacción, sino que nos sumerge en un estado de antención indivisible ante el enfrentamiento de nuestros propios pensamientos. No hay forma de huir de nostros, nuestro personaje nos lo demuestra. Seremos siempre perseguidos por nuestro pasado, como un animal grotesco. Kwastek, Katja (2008) “Interactivity- A word in process” Sommerer,C. & L.M. (eds.) The art and Science of Interface and interaction design, Springer, pp. 15-26.

39 Escena obtenida de Disco Elysium (2019)


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