Septiembre 2021
No. 2
Vol. 9
Catártica es un espacio para hablar del arte fuera del discurso oficial, aquel que escapa definiciones, y al mismo tiempo un lugar para que la ficción, el ensayo y la poesía puedan deambular desnudos, poniendo de frente al escritor y al público.
Marcela Armas (2008) I-Machinarius Catarinas y cadena industrial, motor, sistema electrónico de lubricación y petróleo. Sin olvidar que septiembre es el mes patrio, la portada de Catártica retoma la visión crítica de la artista mexicana Marcela Armas hacia su país. La obra I-Machinarius, fue expuesta por primera vez en el Laboratorio de Arte Alameda, de la ciudad de México en 2008, como parte de un taller artístico que planteaba, entre otras cosas, los problemas legislativos en torno a los recursos energéticos del país. Siguiendo esta temática la obra cuestiona la soberanía nacional y la dependencia energética de México dentro del contexto global. A palabras de la artista: “Esta máquina es un caudal de energía, que depende de la extracción y del desperdicio. Su desbordamiento, es una alegoría no de un pensamiento abstracto del país, sino de una sociedad perturbada por una arraigada idea de incapacidad, fracaso e inseguridad.” Esta pieza, que presenta la figura “invertida” del contorno geopolítico de la república mexicana, es una máquina industrial que funciona a partir de un sistema de lubricación que provee flujo de petróleo crudo líquido a cada engranaje del sistema. El movimiento y el flujo son intermitentes, por lo que toda la energía y flujo terminan por desbordarse, incesablemente, hacia el norte. La máquina representa una herida simbólica, en ella podemos ver el cuerpo de México, su figura política, su gente, su decadencia, su ánimo por seguir, por trabajar sin descanso y por, finalmente, desperdiciar su energía, como se dice aquí en México, a lo wey.
Armas, M. (2014), I-Machinarius, https://www.marcelaarmas.net/
Antonella G.C.
Celestiales Celestiales
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Actores Actores yy Contenedores Contenedores
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Ambulantes
El Séptimo Arte
Cuando Cuando Llueve Llueve en en Septiembre Septiembre 14 Noche Derroche Nochera
Centros Centros Históricos Históricos
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Ambulantes
Q Q
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El El Desnudo Desnudo en en el el Espejo Espejo
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Ambulantes
Arts 404
Reinvención del Amor Crónicas de Marte
Santuario Artil
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Paulina Uranga
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No todo es...
37
Ambulantes
Ambulantes
Breve Semblanza Curricular
41
Cicatrices de Oro
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Ambulantes
Catalogarte
Motel Crónicas de Marte
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CELESTIALES CELESTIALES Moons.
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No podemos huir de los cuerpos y del misterio que nos provocan. Existen aquellos que nos generan comodidad o angustia a la sola mirada. Los que nos calman y acompañan en todo momento sin siquiera uno pensarlo. Existen diferentes definiciones y acercamientos a lo que es un cuerpo y lo que lo constituye. Tomándolo como un concepto, cambia acorde a la manera en que lo miramos ; es una de las razones por las cuales nos limitamos y no entendemos o podemos conectarnos con lo que nos rodea. Existen también tipos de cuerpos que asombran y constituyen nuestra vida, han inspirado a los más grandes artistas, han sido parte inherente de nuestra cultura, intrigando a todas las ciencias y nos han deslumbrado durante siglos, siendo venerados, aborrecidos, castigados y considerados lo más precioso existente. El cuerpo humano y los cuerpos celestes.
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Pero no hablemos del humano aún. Hablemos de los cuerpos que son lejanos, increíble e inmensamente lejanos a nosotros, sin embargo logran ser cercanos, como si estuvieran al lado. Hablemos de los cuerpos que forman parte de la denominación del que nos da casa. Hablemos de los cuerpos celestes. Nos atraen, nos llaman. Quizá es lo que más nos intriga como humanidad y de las primeras cosas que nos fascinan cuando niños. Vemos la noche estrellada y nos deslumbramos, le sonreímos a la Luna que parece ser visible incluso en las noches más nubladas, cerramos nuestros ojos al Sol y nos dejamos abrazar por este en los días fríos, en los cuales apreciamos el calor que irradia más que nada. Miramos el cosmos y nos deslumbramos con su inmensidad, pero tomamos los cuerpos celestes y los clasificamos como objetos, categorizándolos, haciéndolos formar parte de un grupo, quitándoles lo singular y único de cada uno de ellos. Cada cuerpo celeste es único, una enana blanca no es igual a un asteroide incluso cuando sus componentes y elementos pueden ser los mismos. Difieren en forma, tamaño, energía, pero estas diferencias le entregan la singular belleza que cada uno posee. “Algunos podrán decir, <La Luna no puede ser escuchada.> Honestamente, por desgracia, no puede ser escuchada. Pero algo en su centro puede iluminar a quienes la escuchan. Por lo tanto, la Luna puede ser escuchada” (Wáng Zhēnyí, como se cita en Aderin-Pocock, 2019) Los cuerpos humanos no son tan diferentes a los celestes, son únicos entre sí, no hay un cuerpo humano igual a otro como tampoco hay cuerpos celestes iguales, no hay iguales en todo el universo y no lo habrá. Los cuerpos humanos son diferentes entre sí, son únicos, son celestiales. “Estamos hechos de polvo de estrella y somos parte de una magnifica creación” (Shapley, 1929) Somos hijos de las estrellas, de aquellas que hace miles de millones de años crearon los elementos que nos componen y componen el universo como lo conocemos. Nos asombramos con la belleza de los cráteres de la Luna, con los anillos de Saturno, la órbita alargada de Plutón y la aparente falta de forma de las nebulosas, pero nos avergonzamos de nuestras cicatrices, de nuestras arrugas y de nuestra falta de cintura. Vemos el cuerpo espacial como algo único, algo irreal producto de su belleza, cuando frente nuestro podemos encontrar es misma hermosura en todo su esplendor. Somos todos tan iguales y diferentes que nuestros cuerpos parecen eternos, que dejan de consumirse y de perecer. Cuerpos tan distintos que entregan una belleza en diversidad infinita, tan infinita como nuestro universo. Aderin-Pocock, M. (2019). The Book of the Moon: A Guide to Our Closest Neighbor (1st ed.). Harry N. Abrams. Shapley, H. Gordon Garbedian, H. (1929). THE STAR STUFF THAT IS MAN; Out of the Surveys of the Far-flung Universe, Science Presents a New Vision of the Cosmos in Which We Are Pictured as Part of a Magnificent Creation, Startling in Its Gigantic Expanses. The New York Times. https://www.nytimes.com/1929/08/11/archives/the-star-stuff-that-is-manout-of-the-surveys-of-the-farflung.html
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Ernesto Ocaña
Los cuerpos que habitan los personajes del cine reflejan la inmediatez necesaria del medio, siempre falto de tiempo y tímido con las palabras. El cine requiere eficacia al transmitir información al espectador, toda una vida de consumir productos de entretenimiento ha codificado un lenguaje común en nuestra mente que permite al cine presentar expectativas que rápidamente establecen ideas y posibilidades. Midsommar (2019) por ejemplo, juega con el contraste de las expectativas serenas de su paleta de colores y la tensión violenta de su trama; esa disonancia la hace muy efectiva al causar una sensación de incertidumbre que es difícil de determinar. Los Locos Addams (1991) hace algo parecido, sólo que, del otro lado del espectro; es una comedia que aparenta una melancolía y oscuridad que no contiene, repleta de violencia ridícula y gentil.
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Me sucede algo similar con El Quinto Elemento (1997); Leeloo es un personaje intrínsecamente disonante, es una mujer sexualizada cuyo componente psicológico se siente tremendamente infantil, que en ocasiones sugiere un carácter casi animal, como el de una mascota. Sin embargo, a diferencia con Midsommar, esta disonancia no existe para jugar con nuestras expectativas. La apariencia madura del personaje sólo está para indicarnos que es correcto sexualizarlo, independientemente del contenido infantil de su psique. Leeloo aprende inglés en tan sólo unos días, pero a pesar de ser supuestamente un ser divino, nunca termina de dominarlo, porque existe una prioridad en mantenerla infantilizada. Dallas, el protagonista, hace a la vez la función de padre y de amante, incluso de dueño. Hay un fuerte énfasis en el erotismo que permite esta desigualdad. La trama no existe para contar una historia, sólo es una manera compleja de justificar la creación de un personaje imposible en cualquier otra historia, un cuerpo adulto y sexualizado habitado por el fetiche de una mente infantil e inocente. Esto nos indica que el contenido de un personaje y las interacciones con su contexto no importan, mientras tengan el contenedor adecuado.
El Profesional (1994) hace algo parecido; Mathilda es una niña precoz, imposiblemente inteligente y atrevida, poco experimentada pero abiertamente sexual y terriblemente violenta. Ella es quien persigue románticamente a León, a pesar de que
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a es un hombre adulto, cosa que simplemente no sucede en la realidad. La relación de estos dos personajes también habita un espacio indefinido entre una relación familiar y una sexual. Mathilda, al igual que Leeloo proviene de una mezcolanza entre una Lolita y una Femme Fatale. Fortuitamente, ambas películas están dirigidas por Luc Besson, un Humbert Humbert de la vida real que disfruta de sus fetiches con una pizca de acción y disparos.
El empezar a notar estas disonancias es primeramente desagradable, repentinamente ir al cine te termina molestando en vez de distraerte. Pero en seguida, estas disonancias inadvertidas hacen al cine más interesante, nos dejan de hablar de historias ficticias para mejor deconstruir contextos culturales. Esta es la tortuosa realidad de la cognición, todo es falible, imperfecto e interesante. Aunque la inmediatez física de los personajes tiene que ver con el lenguaje del cine, es claro que hay otros factores que lo han llevado a estos extremos, como nuestro contexto machista y socialmente neoliberal. Los personajes en el cine convencional son primero cuerpos
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que sustancia, Luc Besson es un buen ejemplo de esta problemática, pero no es la causa. Ha seguido haciendo películas durante todos estos años, incluyendo muchos de los mismos elementos temáticos. El público simplemente no se da cuenta esto. Este híbrido entre niña y objeto sexual se alinea perfectamente con los valores patriarcales que aún dominan a la industria del cine y de manera más importante, nuestra sociedad, pero no es el único arquetipo que habita en la cultura de la apariencia. Quizá el fetichismo de la feminidad infantil se ha visto reducido en estas dos últimas décadas, aunque yo diría que simplemente es un fenómeno que se sabe ocultar mejor y cuya insidiosa influencia es más difícil de identificar. Sin embargo, por otro lado, nuestros superhéroes y protagonistas sólo se han vuelto cada vez más necesariamente atractivos. Las estrellas ultra masculinas, musculosas y violentas de las décadas de los ochenta y noventa no sobrevivirían en la actualidad fílmica si no fuera por la nostalgia, simplemente no son lo suficientemente atractivos. La apariencia inmediata de los actores es más importante que nunca. Los actores son primero contenedores estéticos, antes que individuos creativos o ejecutantes. Los personajes se justifican a través de su apariencia, porque es más inmediato y efectivo que hacerlo a través de su personalidad. El cine es estético y luego visual, transmite sensaciones antes que explorar temáticas.
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Esta obsesión con la apariencia antes que la sustancia, no es endémica del cine, por supuesto. En todo caso, diría que el cine ha tenido un aumento constante en calidad en los últimos veinte años, por lo menos técnicamente, claramente esta obsesión con la apariencia no ha hecho mucho por destruir al cine como industria o forma de entretenimiento. Pero el cine no es sólo un producto de consumo, no sólo importa su calidad, sino también su influencia sociocultural. La hegemonía del patriarcado y el capitalismo existe porque cada uno de los sistemas culturales de nuestra sociedad hacen una retroalimentación de todos estos valores jerárquicos. Quiero un cine más ético, no más entretenido, quiero un cine más humano y honesto.
Los Locos Addams es una película muy interesante, fuera de la disonancia entre la trama y la experiencia visual inmediata, sus personajes principales son imperfectos, grotescos y extrañamente cálidos. Negligentemente violentos, pero nunca crueles, y monstruosamente humanos. La comedia tiende a permitirse circunstancias más imperfectas, y por lo mismo más reales e identificables, cuerpos más humanos y congruentes. Quizá la comedia como género es un buen lugar para comenzar a transgredir estos contenedores y hacer esta disonancia más aparente para toda otredad.
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Uranga, Paulina, (2021) Dirty Games. [Fotografía].
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Cuando llueve en Septiembre
Las mañanas son imperceptibles de las noches,
La arena se confunde con el brillo de la piel,
Y el mar toca el cielo de tanto que se llena el mundo.
Cuando llueve en Septiembre
Las mariposas amarillas se posan sobre cuerpos taciturnos
Los dedos de mis amigos trovadores se tuercen de tanto gritar,
Las voces antiguas retumban en las paredes buscando nuevos rumbos.
Y si no llueve en Septiembre
A lo mejor no mueren ahogadas las tiendas de mascotas
O tal vez las monedas no terminen de girar
Pero siempre, siempre llueve en Septiembre
Imagen recuperada de Pinterest
@alex.doni.ink
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ALGUNAS ALGUNAS PROBLEMÁTICAS PROBLEMÁTICAS QUE QUE
PLANTEAN PLANTEAN LOS LOS CENTROS CENTROS HISTÓRICOS HISTÓRICOS
Emma Patricia Zamudio Salas
Cuando oímos hablar de centro histórico solemos visualizar alguna ciudad antigua con construcciones que datan de varios siglos, edificios gubernamentales, museos, catedrales, muchos turistas, vendedores ambulantes y tiendas de muchas cosas. La noción es bastante habitual de escuchar, ya sea para referirse a una parte específica de la ciudad en que vivimos o en la cual se va a vacacionar, por lo que podría resultar difícil de creer que es nueva comparada a los lugares que designa. El concepto aparece en la década de 1960 en Europa a partir de la convergencia en las preocupaciones de la historia, el urbanismo y la arquitectura por preservar aspectos del pasado de las ciudades como parte de la identidad del lugar y de las personas que la habitan.
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Existen varios antecedentes de esta noción, pudiendo rastrearse hasta varios siglos atrás. El documento que marca las preocupaciones, bases y medidas a tomar respecto a los centros históricos es la Carta de Venecia o Carta Internacional sobre la Conservación y la Restauración de Monumentos y Sitios presentada por el ICOMOS (Consejo Internacionales de Monumentos y Sitios), organismo parte de la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) en 1964. Por ejemplo, en su artículo 1 dice textualmente lo siguiente: La noción de monumento histórico comprende la creación arquitectónica aislada así como el conjunto urbano o rural que dá testimonio de una civilización particular, de una evolución significativa, o de un acontecimiento histórico. Se refiere no sólo a las grandes creaciones sino también a las obras modestas que han adquirido con el tiempo una significación cultural. (ICOMOS, Carta de Venecia, 1964)
En el resto de la carta se enumeran los acercamientos que se necesita dar a las labores de restauración, conservación y estudio del conjunto urbano que terminará por componer al centro histórico. Desde el momento en que se acepta la carta, todos los países asociados a la UNICEF por medio de la ONU (Organización de las Naciones Unidas), tienen la obligación de implementar las medidas y enfoques expuestos. Como cada ciudad tiene su historia particular, condiciones climáticas específicas, economía, cultura, historia, etc. cada cual implementa sus propias estrategias a seguir para su Centro histórico, con el tiempo, algunos de estos conjuntos urbanos han sido catalogados como Patrimonio de la humanidad por la UNICEF como los centros históricos de Ciudad de México, la Ciudad de Oaxaca y la Ciudad de Puebla. Las diferentes estrategias, enfoques y aproximaciones para la conservación de los centros históricos son muchas, por lo que no serán exploradas en este texto. Sin embargo, sus consecuencias tanto positivas como negativas son
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visibles en la ciudad y las personas que la habitan, por lo que como el título dice, quisiera presentarles algunas de mis reflexiones personales respecto a las problemáticas que atraviesan a la noción de centro histórico. En primera hay que dejar claro, que el centro histórico fue concebido como una estrategia contra el abandono o muerte de estas zonas urbanas que en algún momento fueran el centro económico, político y social de las ciudades. Por lo que el centro histórico es una estrategia para rehabilitar la zona donde empezó la ciudad y el paso del tiempo, el crecimiento de la población, el desarrollo de nuevas tecnologías y surgimiento de nuevas necesidades/comodidades han llevado su desalojo. De manera muy general, la problemática del centro histórico se reduce a la búsqueda de conciliar lo nuevo con lo antiguo. Al buscar la mejor manera de entrelazarlos, algunas prácticas han llevado a: La restauración de edificios usando materiales originales o alternativas modernas respetando las formas originales, detalle que puede poner en jaque a los restauradores quienes pueden optar por apegarse a lo original o adaptarse a los requerimientos actuales de luz, agua, espacio, etc. alargando así la vida útil del edificio. En estos edificios restaurados se suele introducir dependencias gubernamentales, reacomodar negocios tradicionales y en los últimos años han sido ocupados por franquicias internacionales para atraer a consumidores modernos. Este último punto cuadra con lo que el sociólogo George Ritzer llama Macdonalización que en términos simples es el hecho que ciertas marcas necesiten estar presentes en todos lados, generando opiniones a favor y contra de su aparición. De aquí se desprende muchas preguntas como ¿Los centros históricos deben ser una cápsula del tiempo? La circulación es todo un tema pues la mayor parte de las calles en los centros históricos fueron hechas cuando nadie se hubiera imaginado que existirían autos, camiones y demás medios de transporte que actualmente usamos. Ni hablar de la cantidad de personas que usarían esas calles produciendo tráfico pesado y estancamientos. Este problema ha existido por siglos y para enfrentarlo se han adaptado edificios y terrenos dentro del centro como estacionamientos que puedan albergar vehículos, a un costo. Otro enfoque ha sido cerrar calles a la circulación de vehículos para convertirlas en andadores, lo cual pega directamente al problema de las pequeñas calles para circular y las dificultades para encontrar estacionamiento. Por otro lado, los gases que despiden los vehículos de combustión interna no ayudan mucho a la conservación de los edificios. Quiénes son las personas que utilizan los centros históricos, pues como ya se expresó anteriormente la ciudad crece y la gente se muda, haciendo que el número de personas locales viviendo en el
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centro de una ciudad vaya disminuyendo. Las personas locales que visitan el centro, lo hacen por motivos comerciales para la compraventa de productos y servicios, además de trámites gubernamentales. Dejando como ocupantes del centro en su mayoría a los turistas, quienes de hecho terminan por consumir la mayor cantidad de contenidos culturales e históricos que ofrece el centro como parte de las actividades que hacer al visitar una ciudad.
Los centros históricos plantean muchas dudas y un sinfín de aproximaciones. Como historiadora considero que tienen valor para la sociedad, pero solo si esta conecta con ellos, sino un centro histórico puede darse por muerto. En este texto no quise concentrarme en el valor histórico de las edificaciones, en un centro histórico en particular o en los centros históricos patrimonio de la humanidad. Me pareció mejor usar este espacio para darnos el tiempo de reflexionar por qué están ahí los centros históricos, por qué hay que conservarlos, lo que implica diferentes resoluciones para mantener un centro histórico y en pocas palabras, pensar si tienen un impacto en nuestras vidas o en su defecto, reflexionar si el más cercano a nosotros se está muriendo en medio del cuerpo de la ciudad moderna. REFERENCIAS. ICOMOS, (1964) Carta internacional sobre la conservación y la restauración de monumentos y sitios (Carta de Venecia 1964), II Congreso Internacional de Arquitectos y Técnicos de Monumentos Históricos, Venecia 1964. https://www.icomos.org/charters/venice_sp.pdf Rodríguez Alomá, Patricia (2008) El centro histórico: del concepto a la acción integral, Centro-h, núm. 1, agosto, 2008, pp. 51-64 https://www.redalyc.org/pdf/1151/115112534005.pdf Chateloin, Felicia (2008) EL CENTRO HISTÓRICO ¿CONCEPTO O CRITERIO EN DESARROLLO? Arquitectura y Urbanismo, vol. XXIX, núm. 2-3, 2008, pp. 10-23 https://www.redalyc.org/pdf/3768/376839855003.pdf
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Q
Gabriela Aguilar
La mañana comenzó con un par de olas lentas que apenas se atrevían a tocar la orilla. El mar, que conozco por ser fuerte y voluntarioso, parecía estar más calmado que de costumbre. El sol todavía no terminaba de salir. Incluso, puedo jurar que había niebla comenzando a rodearme, nunca lo suficientemente densa como para causarme la angustia que siempre me ha causado. La playa completa estaba desierta y, por alguna razón, eso traía más paz a mí. No parecía un día especial más allá del placer de sentir la arena entre mis pies. Tal vez, al final de todo sería más especial para mí de lo que fue para ti. Sin necesidad de girarme en ningún momento, supe cuando te sentaste junto a mí. Giré el rostro para verte unos segundos y sentí como si te hubiera estado esperando durante toda la vida. - ¿Qué es lo que miras con tanta apatía? - No me ha gustado nunca la playa. – Una risa. De esas que han alegrado todos los días en que te he conocido. Casi infantil, casi burlesca, sin malicia alguna. Ambos miramos de nuevo hacia el frente. - Creí que a ti te encantaba la playa. - No está cerca de hacerlo nunca. – Confesé con una sonrisa que acompañaba a la tuya y que, si me conoces tan bien como sé que lo haces, reconociste sin problema en mi voz, aún mirando hacia el frente. Volteaste a verme nuevamente, aún cuando yo no me atrevía a hacerlo. Sentí, en la calidez de tu sonrisa, como el sol tomaba fuerza entre aquella neblina. - Tienes un gesto como el que pone la Caguama cuando se enoja… – Sin esperar respuesta, aquella sonrisa que ya tenías se volvió imposiblemente más amplia entre un par de risas que intentabas contener al hablar. – Cuando pelea conmigo de camino de regreso a casa. Al voltear el rostro, tu sonrisa me hizo formar una a mí casi tan brillante como era la tuya, cómplice involuntaria y oportuna de esas bromas que te hacían reír hasta quedarte sin aire. Entonces te pusiste de pie. Sabiendo que muy probablemente te seguiría fuiste a la orilla del mar -que parecía ahora imposiblemente lejos- y dejaste que tus pies descalzos se encontraran con la arena y las olas que, ahora, habían recobrado la vida. Sentí un pequeño escalofrío recorrerme cuando por fin logré alcanzarte, y tu mirada se había vuelto extrañamente tímida. Ilustración de Alessandro Gottardo
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-Luces diferente. – Al mirar el agua por encima de mis tobillos, sentí un pequeño titubeo en los labios. De una manera extraña lo reconociste y, al hacerlo, continuaste con la conversación. – Creo que la edad está comenzando a afectarte. Cuando por fin pude verte de nuevo, tu gesto se mostró confundido. Por un par de segundos pareciste luchar contra el instinto de dar un paso atrás. Lo pude ver en tus ojos como viste en los míos las incontables risas que compartimos, las veces que había llorado en secreto y los constantes dilemas en los que me encontré todas las veces que me volviste tu confidente. Creo que eso fue lo único que te mantuvo en tu lugar cuando viste ese mismo rostro que creíste conocer sin error, crecer un par de años. El cabello rebelde que veías hace un par de minutos, y que difícilmente perdías de vista durante lo que fueron tus mejores años, había sido domado por fin y tenía diferentes tonos. Creo a veces que te quedaste en ese mismo lugar por mi sonrisa, ahora más cálida que la que tenía al inicio de esta conversación. Más sincera, más parecida a aquella que acompañaba a la tuya en toda ocasión. Tocaste tu rostro un par de segundos, sin dejar de verme. Y sólo pude negar, explicándote con una mirada que a ti no te sucedería lo mismo. -Eres tú. – Sonreí con una nostalgia que sentí herirme en cada fibra de mi ser y asentí con un nudo en la garganta. - ¿Quién entonces? -Lo único que quedará de mí, si algún día te encuentro. – Viste a lo lejos, cerca de la arena y cada vez más lejos del mar al rostro que había compartido durante mucho tiempo cotilleos sobre profesores, la persona con la que hablabas hace sólo minutos. Por alguna razón no reconocías nada en sus ojos. Por alguna razón ese rostro tan familiar estaba desconectado a ti mientras parecía sentirte, y no verte, al acercarse a las olas. Te costó un poco entenderlo. Fue muy repentino. Cuando volteaste a verme de nuevo, lo hiciste con una sonrisa, aunque sentí un pequeño nudo en tu voz. -Envejeciste. – Dijiste de manera genuina, como si no pudieras creerlo. – Es una pena. Antes de que aquel deja vu hecho mujer nos alcanzara, pude darte un abrazo. Un abrazo que sentí tan fuerte viniendo de ti como de mí. Uno que me permitió, tal vez, decirte un mínimo de lo mucho que te he necesitado. -Es una pena que tú no lo hicieras. Siempre quise conocerte.
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Uranga, Paulina, (2021) Géminis. [Fotografía].
EL DESNUDO EN EL ESPEJO: Un texto introspectivo sobre mi pudor y mi temor.
M.I. Flores Nachón Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí. Génesis 3 : 10 Una de las experiencias más complicadas que tengo que aguantar cada mañana es verme en el espejo desnuda. Intentando evitar las cicatrices, marcas, celulitis, vellos, granos, lunares, manchas, que encuentro en todas partes. Se me ha sembrado la idea de que mi cuerpo no es bello, que tengo que modificarlo, entrenarlo, masajearlo, blanquearlo, broncearlo, adelgazarlo, para que pueda ser del completo agrado de mi pareja. Es terrible tener que aguantar el hecho de que no es ni siquiera de mi completo agrado. El desnudo, ha sido una de los elementos más tratados en la Historia de la manifestación artística, desde la Venus de Willendorf, hasta el nude artsy que tal vez enviaste ayer por la noche. Considerando la existencia del tema desde las primeras imágenes, es interesante pensar en el cambio de la perspectiva ante el mismo. Mientras las numerosas Venuses son preciadas y alabadas por sus cuerpos desnudos, los orígenes del mundo velludo son cuestionados, y los bustos naturalmente voluptuosos en fotografías son vulgarizados y erotizados por los ojos. Quisiera hacer una curaduría de mis desnudos favoritos en la Historia del Arte con un ligero análisis, no de ellos, pero de nosotros. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales. Génesis 3 : 7 El Origen del Mundo (1866) de Gustave Courbet podría considerarse como uno de los cuadros más escandalosos en la Historia, forma parte de la colección de obras que guardo como legendarias. Una vagina, un abdomen y un seno. Sí, la mujer en cuestión tiene vello púbico, no se le ve el rostro y el encuadre es sumamente interesante para la época, en la segunda mitad del S. XIX la fotografía estaba en pleno desarrollo y Courbet ya había aplicado un cuadro con foco de fotografía. ¿Por qué a algunos les resulta tan desagradable la imagen? Me parece fascinante no solo la imagen, puesto que soy fan del
Courbet, Gustave. (1866) El Origen del Mundo, [óleo sobre lienzo] Musée d'Orsay
del realismo de Courbet, pero también porque es verdad. Es verdad que el cuerpo de la mujer se ve así, y aún más verdad que el someterse a depilación ha sido un lujo, una tarea o una decisión, influenciada por la sociedad de consumo. Un consumo muchas veces mal intencionado, hacia la ligadura del cuerpo maduro con uno infantil. Mal intencionado como el hecho de que la perfección se
encuentra en la alteración de la naturaleza. Es verdad que ese ha sido el Origen del Mundo. ¿En qué momento decidímos alterar el Origen del mundo? Mi cuerpo dejó de ser mi templo para convertirse en un producto en fabrica para ser el templo de alguien más. Las Tres Gracias (c. 1636-39) de Pedro Pablo Rubens. El día que me topé con el primer meme que decía “no soy fea, es que mi cuerpo es renacentista” reí porque estaba de acuerdo. La segunda vez, reí porque el cuerpo de la obra renacentista no se parece en nada al mío y nada a la foto que usaban en el meme -recordemos que Las Tres Gracias de Rubens son barrocas, totalmente distintas a las tres gracias que aparecen en La Primavera (c. 1477-78) de Botticelli que sí son renacentistas. La tercera vez que lo vi ya no me reí, porque
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Rubens, Pedro P. (1636) Las Tres Gracias, [óleo sobre lienzo]
ansío el punto en el que mi cuerpo no esté en relación con mi belleza. No soy fea, y mi cuerpo no tiene nada que ver. Pedro Pablo Rubens tenía una peculiaridad, pintaba cuerpos femeninos, muchas veces desnudos, con pieles y carnes suaves. Al ver sus Tres Gracias, sonrío y me tranquilizo, porque una de las obras, catalogadas como maestra, colgada en museos con esplendidos marcos dorados, maravillosa iluminación, tienen tres cuerpos parecidos al mío.
Velázquez, D. (1640) Dios Marte, [óleo sobre lienzo]
El Dios Marte (c. 1640) de Diego Velázquez. Quiero brincarme al cuerpo masculino, porque aunque usted no lo crea, también fue retratado en desnudo en la Historia del Arte. El Dios Marte me da un aire fresco, pensando en el hombre que se desnudaba frente al espejo odiandose a si mismo porque sus manos y su abdomen no eran la mitad de lo que había representado Miguel Ángel en El David (c. 1501-04) o el de Gian Lorenzo Bernini (c.1623-24). El Dios Marte se sienta al borde de una cama, con las cobijas enredadas, con su abdomen enrollado y sus brazos cansados. Marte es un hombre, en contraste con el niño de 14 años que debería ser los David(s) mencionados anteriomente. El Dios, se vuelve hombre y se vuelve real. Se vuelve el cuerpo de mi abuelito, mi hermano, mi novio o mi papá. Alcanzable, bello y real. Se vuelve lo que es.
Por último, retomo otro ejemplo masculino, mucho más cercano a nosotros. La Parte Más Bella del Cuerpo del Hombre (1986) de Duane Michals. Una fotografía, que, retomo El Origen Del Mundo, asume el foco una zona próxima al genital masculino. Michals interviene la foto con la leyenda:
Creo que debe estar ahí Donde el torso se asienta sobre y en las caderas Esas curvas gemelas delineando Femenino en gracia, ceñiendo el tronco Guiando la mirada hacia abajo Hacia su intersección el punto de placer La belleza del cuerpo del sujeto en la fotografía, recae en las líneas que convergen en el placer. En el redoble de tambores hacía el punto clímax, el suspenso y las ansias de querer llegar pero aún no hacerlo. La belleza está en algo que todos tenemos, que todos experimentamos y que todos anhelamos.
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Michals, Duane (1986) La parte más bella de un Hombre, [Fotografía]
Mi cuerpo, es. Mi cuerpo alcanza. Mi cuerpo funciona. Mi temor al verme en el espejo se lo atribuyo a la masa de imágenes alteradas, a la búsqueda de la perfección con ojos equivocados, al enfoque de cuerpos inexistentes, irreales, inalcanzables. Mi cuerpo es el origen de mi mundo, mis cicatrices van en museos con marcos dorados, mis rollitos del abdomen van junto a las deidades y mi belleza recae en mi anhelo, mi placer. Mi cuerpo, es...
Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban. Génesis 2: 25
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Uranga, Paulina, (2020) Arjé. [Fotografía].
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Éramos ellas y yo o nada éramos el sueño que sueña o nada era el poema sin ritmo era fingir que íbamos a la escuela y escapar al toque y recorrer el Parque España o no era nada Éramos su amor y aparte el mío o sea no era nuestro amor sino su amor y luego el mío más el mío quizá el mío no importaba el mío pero era amor
REINVENCIÓN REINVENCIÓN Lo entendí una tarde emputado en mi cuarto maldiciendo al cielo por tener dos corazones y pensar que no tenía ni uno lo entendí berreando mientras en la sala mis papás veían la tele y se reían
DEL DEL
Y lo entendí por suerte y no me morí ni se murió nadie ellas dos se murieron de risa y se besaron y nos besamos y nos quejamos de que nadie iba a entender y ya no nos reímos tanto
AMOR AMOR
y nos desnudamos y nos miramos y nos miramos y nos miramos y nos tocamos y nos pintamos y nos callamos y nos dormimos y nos amamos Sus papás se enteraron su papá la golpeó le dijo que nunca más esa ciudad esa escuela
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Y ni nos mencionó fue su venganza eso y llevársela lejos y llevarse pedazos de nosotros y llevarse nuestros números pero ya no es lo mismo el amor de lejos Y nos quedamos los dos pero no era lo mismo el primer día solos nos quitamos la ropa como un ritual y cogimos y fumamos y hablamos como máquinas de recuerdos como carne y hueso sostenidos por nostalgia como neurona en su inmensa soledad (y qué más íbamos a hacer) De cuando Marcela que iba en otro salón me vino con el chisme de que “mi novia” me engañaba y yo descubrí que le gustaba a Marcela y le dije que se olvidara de eso y nos besamos atrás de las canchas y no pasó nada más O de cuando estaban ellas juntas al principio del año y andaban por el zócalo agarradas de la mano y todo eso iba a durar lo mismo que dura el amor (o sea nada, al final, o sea un suspiro, Lo que tarda en llover un día caluroso, en nacer de un capullo una mariposa, en callarse un niño llorando, en hacerse tu amigo alguien que dice la verdad) O cuando trasnochábamos por bellas artes en esos botaneros según nosotros solos nosotras solas qué más da y aparecía este y el otro y esta y aquella y al rato ya éramos un coro por la calle
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Y por el metro los que se iban y por casa de quien fuera los que se quedaban por casa de quien sus papás no estuvieran o no estuvieran de mamones Hablamos por horas y no sé cuándo empezamos a llorar primero yo después ella y después hicimos el amor otra vez antes del amanecer hicimos el amor como despedida y lo supe porque se sintió igual a la primera vez No nos volvimos a ver y a nadie le pareció raro éramos ellas y yo o nada o sea que al final, no éramos nada.
Fernando Salas
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SANTUARIO
Aunque esto pasó en los años setenta, en aquella ciudad de provincias y en otros pueblos pequeños los setenta distaron mucho de la imagen que tenemos hoy en día, o incluso de los setenta que viví en Vancouver. Los chicos llevaban el pelo más largo, pero tampoco es que fueran melenudos, y no se respiraban aires nuevos de liberación o rebeldía. Mi tío empezó a darme la lata por no esperar a que bendijera la mesa. Pasé una temporada en casa de mis tíos, cuando mis padres se fueron a África. A mis trece años nunca había inclinado la cabeza para rezar sobre un plato de comida. —Bendícenos, Señor, y bendice los alimentos que vamos a recibir —dijo el tío Jasper, sorprendiéndome con el tenedor en alto y procurando no masticar la carne y las patatas que acababa de meterme en la boca—. ¿Sorprendida? —me preguntó, después de «por Jesucristo, amén». Quiso saber si quizá mis padres rezaban una oración distinta al final de la comida. —No dicen nada —confesé. —¿En serio? —preguntó con teatralidad—. No irás a decirme que hay quien no bendice la mesa pero se va a África a velar por los infieles. ¡Habrase visto! En Ghana, donde mis padres daban clases en una escuela, al parecer no habían topado con muchos infieles. El cristianismo florecía exuberante a su alrededor, incluso en pancartas colgadas en la parte posterior de los autobuses. —Mis padres son unitarios —dije, excluyéndome por alguna razón. El tío Jasper meneó la cabeza y me pidió que se lo explicara. ¿Acaso mis padres no creían en el Dios de Moisés? ¿Ni en el Dios de Abraham? Entonces debían de ser judíos. ¿Qué no? A ver si iban a ser mahometanos… —Más bien se trata de que cada persona tiene su propia idea de Dios —le contesté, con una rotundidad que quizá no se esperaba. Mis dos hermanos iban a la universidad y no apuntaban maneras beatas, así que estaba acostumbrada a las discusiones vehementes sobre religión y ateísmo cuando nos sentábamos a cenar—. Pero mis padres creen en hacer buenas obras y en seguir el buen camino en la vida. Fue un error. No solo conseguí que mi tío enarcara las cejas con incredulidad mientras asentía con asombro fingido, sino que lo que dije fue tan pomposo y poco convincente que incluso a mí me sonó extraño. No me parecía bien que mis padres decidieran irse a África. Les había reprochado que me dejaran tirada con mi tía y mi tío. Quizá incluso les dijera a mis sufridos padres que sus buenas obras eran un montón de porquería. En casa nos permitían expresarnos a nuestro antojo. De todos modos, no creo que mis padres hubieran hablado nunca de «buenas obras» ni de «hacer el bien». Mi tío quedó satisfecho, por el momento. Me pidió que dejáramos ahí el tema, porque a la una le tocaba seguir haciendo buenas obras en su consulta. Seguramente fue entonces cuando mi tía cogió el tenedor y se puso a comer. Esperó a que se limaran aquellas pequeñas
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asperezas, más por hábito que porque mi desparpajo la escandalizara de veras. Tenía la costumbre de contenerse hasta estar segura de que mi tío había dicho todo lo que quería decir. Incluso cuando me dirigía a ella aguardaba y lo miraba, por si prefería contestar él. Mi tía Dawn parecía siempre tan jovial, y sonreía tan a propósito siempre, que costaba imaginar que se reprimiera. También costaba imaginar que fuera la hermana de mi madre, porque parecía mucho más joven, lozana y pulcra, y encima prodigaba aquellas sonrisas radiantes. Mi madre no dudaba en cortar a mi padre cuando sentía la necesidad de intervenir, como solía ser el caso. Mis hermanos, incluso el que decía que pensaba convertirse al Islam para poder castigar a las mujeres, siempre la consideraban una autoridad a la altura de mi padre. —Dawn vive para su marido —había comentado mi madre alguna vez con estudiada neutralidad. O, más secamente—: Su vida gira alrededor de ese hombre. Eran cosas que se decían entonces, y no siempre con menosprecio, pero nunca había conocido a una mujer de quien parecieran tan ciertas como la tía Dawn. Mi madre decía que desde luego sería distinto si hubieran tenido hijos. Vaya una idea. Hijos. Que se interpusieran en el camino del tío Jasper, que mendigaran las atenciones de mi tía. Hijos enfermos, enfurruñados, poniendo la casa patas arriba, pidiendo platos que no eran del agrado de su padre. Imposible. Aquélla era la casa del tío Jasper, y era él quien elegía las comidas, los programas de la radio y la televisión. Aunque estuviera en su consulta, contigua a la vivienda, o tuviera una visita a domicilio, las cosas debían estar a su gusto en todo momento. Poco a poco me di cuenta de que ese régimen funcionaba a pedir de boca. Cucharas y tenedores de plata de ley relucientes, suelos de madera noble encerados, agradables sábanas de hilo: un alarde de devoción doméstica presidido por mi tía, y ejecutado por Bernice, la doncella. Bernice cocinaba toda clase de platos, planchaba hasta los paños de cocina. Los demás médicos del pueblo mandaban la ropa blanca a la lavandería china, mientras que Bernice y la propia tía Dawn tendían la colada al aire libre. Blanqueadas al sol, oreadas al viento, las sábanas y las vendas quedaban siempre de primera y olían de maravilla. Mi tío era de la opinión de que los amarillos se pasaban con el almidón. —Chinos —lo corregía mi tía en voz baja, condescendiente, como si tuviera que disculpar tanto a mi tío como a los empleados de la lavandería. —¡Amarillos! —replicaba mi tío, bullanguero. Solo en boca de Bernice sonaba natural. Con el tiempo me di cuenta de que cada vez sentía menos apego por la seriedad intelectual y el desorden de mi casa. Claro que exigía todas las energías de una mujer preservar aquel santuario. No había tiempo para redactar manifiestos de la Iglesia unida, menos aún para largarse a África. (Al principio, cada vez que alguien en casa de mis tíos mencionaba que se habían largado, me sentía obligada a decir: «Mis padres se han ido a África a trabajar». Hasta que me cansé de corregirlos). Un santuario, ni más ni menos. «La misión más importante de una mujer es construir un santuario para su marido». Creo que de hecho el comentario no lo hizo mi tía. Evitaba esa clase de pronunciamientos. Quizá lo leí en una de las revistas para amas de casa que había por allí. Revistas que a mi madre la hubieran asqueado. Al principio exploré el pueblo. Al fondo del garaje encontré una bicicleta vieja que pesaba una barbaridad y la saqué para dar una vuelta, sin que se me pasara por la cabeza pedir permiso. Bajando por una cuesta recién pavimentada de grava perdí el control. Me hice un buen rasguño en una de las rodillas y tuve que ir a la consulta de mi tío, contigua a la casa. Me curó la
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herida con manos expertas. Vi que iba al grano, no se anduvo con monsergas, me atendió con una delicadeza más bien impersonal. Nada de bromas. Dijo que no se acordaba de dónde había salido la bicicleta, era un cacharro traicionero, así que si quería ir sobre dos ruedas podíamos pensar en conseguirme una decente. A medida que conocí mejor mi nuevo colegio y el comportamiento que se esperaba de las chicas en la adolescencia, comprendí que ir en bicicleta quedaba descartado, así que la cosa no prosperó. Sin embargo, me sorprendió que mi tío no mencionara la cuestión del decoro ni lo que las chicas debían o no debían hacer. En su consulta pareció olvidarse de que era una muchacha que necesitaba que me enderezaran en muchos aspectos, o a quien había que alentar a imitar los modales de mi tía Dawn en la mesa. —¿Ibas sola por ahí en bicicleta? —me preguntó ella al enterarse del incidente—. ¿Qué andabas buscando? Bah, qué más da, verás como pronto tendrás amigas. Acertó en lo de que tendría algunas amigas, y también adivinó hasta qué punto mis actividades se limitarían a partir de entonces. Mi tío Jasper no era un médico cualquiera: era el médico. Había impulsado la construcción del hospital del pueblo, aunque se resistió a que le pusieran su nombre. Nació sin posibles pero con inteligencia, y dio clases hasta que pudo pagarse el ingreso en la facultad de medicina. Había traído al mundo a niños y había extirpado apéndices en mesas de cocina de muchas granjas, al llegar en medio de una tormenta de nieve. Esas cosas pasaban, incluso en los años cincuenta o sesenta. Se lo tenía por un médico que no se rendía nunca, que había resuelto casos de envenenamiento y neumonía, salvando la vida de sus pacientes cuando no se conocían los nuevos fármacos.
Munruo, A. Mi querida Vida (2012)
María José Díaz
Ilustración de portada del libro de Editorial LUMEN
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PAULINA PAULINA URANGA URANGA @paulinauranga
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Post-estructuralista por naturaleza, feminista por convicción, Paulina Uranga es fotógrafa, artista y escritora xalapeña. Cuenta con estudios en Música, Artes Escénicas, Mercadotecnia y actualmente es estudiante de la Facultad de Artes Plásticas de la Universidad Veracruzana. Sincrónica del arte y la moda, muestra mediante estéticas elegantemente resonantes verdades propias y ajenas. Especializada en retrato Paulina se caracteriza por presentarnos la belleza de la realidad, una mímesis capaz de regalar los encantos de la naturaleza y de deslumbrarnos por el resultado de su filtración a través de la razón. Con más de 10 años de experiencia se presume un estilo en el cual se retoma el fuerte peso de la estética dentro de la fotografía.
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SOBRE SOBRE SU SU TRABAJO TRABAJO Víctima de abuso durante su infancia, la artista ante una inaccesibilidad del recuerdo, así como una necesidad imperante de ocultar la identidad del abusador presenta en la serie “Dirty Games” un conjunto de seres antropomorfos cuyos rostros escondidos inquietan con cada una de las punciones que reflejan a estos depredadores. Las fotografías intervenidas con crayola quemada, hacen alusión a lo más infantil que puede representar la ingenuidad de la niña. Los colores se derriten, se funden y se derraman igual que los recuerdos que parecen haberse quemado pero no se convirtieron en polvo, por lo contrario, se convirtieron en manchas y vestigios de la inocencia que poco a poco se fue perdiendo con el pasar de los años. Consideradas solamente desde el punto de vista plástico las máscaras aparecen como accesorios infantiles que ayudan a la niña a familiarizarse con imágenes o conceptos que si fuesen expuestos de forma directa resultarían en más de una cicatriz emocional. En el cuerpo tatuado, o sobre “El Mundo de la Cicatriz” apreciámos los cuerpos como campo de batalla, la apropiación del mismo, la reafirmación de identidad y patrimonio, el cuerpo en el mundo de la cicatriz, la piel como lienzo: todo eso es un tatuaje.
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NO NO TODO TODO ES…. ES….
PICASSO PICASSO Rossanna Huerta Les femmes d'Alger (Version 'O'), Pablo Picasso - Foto:
Como historiadora del arte me llego a sentir bastante frustrada con la elección de artistas que la gente utiliza para hablar de arte, siendo estos siempre los mismos: Van Gogh, Kahlo, Picasso y Da Vinci. Parece ser que sólo se puede hablar y sólo puede haber un favorito de esta selección. No obstante, no todo el arte es de ellos, hay que dejarle de tener miedo al arte y empezar a ampliar nuestros horizontes conocidos. Para esto es esta nueva sección, un nuevo espacio para encontrar artistas que posiblemente hayas escuchado de pero nunca te animaste a checarlos. Empezando con Picasso… No todo el cubismo es de Picasso, ignorando las diversas problemáticas que tiene él como persona (que no significa que las aceptamos, solamente nos estamos enfocando en su producción), hay muchos más artistas con los que te puedes enamorar si te gusta o te interesa el cubismo, cómo el protagonista de hoy, Jean Metzinger. Metzinger (1883-1956) fue un artista nacido en Nantes, Francia que se dedicó al estudio y teorización del cubismo. No toda su obra se dedica a ese estilo, podemos apreciar en sus inicios un gusto por el puntillismo o divisionismo tipo Seurat y por una paleta de colores muy fauvé. No obstante destaca, a mi parecer, por ser un cubista que realmente explora la
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multidimensionalidad de los planos sin que se rompa la forma del objeto/sujeto que está pintando. Veamos tan sólo su pintura Au Vélodrome (1912) donde se pueden apreciar tintes futuristas --como es el gusto por el movimiento y la paleta de colores-- y cubistas --por el uso del gemoetrismo y la perspectiva múltiple--. “Los elementos cubistas también incluyen el collage de papel impreso, la incorporación de una superficie granular y el uso de planos transparentes para definir el espacio. Aunque estos tintes se manejan con cierta torpeza y la influencia del impresionismo persiste, particularmente en el uso de puntos de color para representar a la multitud en el fondo, esta obra representa el intento de Metzinger de aceptar un nuevo lenguaje pictórico.” (Flint, 2018)
Metzinger es uno de los teorícos del cubismos que permite entender los prinicpios básicos del movimiento, tanto a través de sus pinturas como de sus escritos, a mi parecer puede ser el artista perfecto para comenzar a entender la idea del cubismo --algo que, siento yo, que no lográ hacer Picasso-- (Flint, 2018). Es entendible que el arte puede ser un poco cerrado al no conocedor pero a través de está nueva sección deseo que puedas acercarte y darte la oportunidad de conocer a artistas que no están dentro de tu imaginario.
Au Véldorome 1912 Óleo y Collage sobre tela 130.4 x 97.1 cm Colección Peggy Guggenheim
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Nature morte (Compotier et cruche décorée de cerfs) 1911 Óleo sobre tela 93.5 x 66.5 cm
La Femme au Cheval 1911-12 óleo sobre tela 162 × 130.5 cm La Galería Nacional de Dinamarca
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Danseuse au café 1912 Óleo sobre tela 160.02 x 128.59 x 8.89 cm Colección Albright-Knox Art Gallery, Buffalo, New York
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BREVE BREVE SEMBLANZA SEMBLANZA CURRICULAR CURRICULAR Victor Rivera Ya estaba casi en la puerta cuando se acordó de sacar el cartapacio del archivador número sesenta y cinco. Aquel objeto, que más que una reliquia se había convertido en la prueba fehaciente de que había tenido una vida, contenía entre otras cosas la solicitud de empleo del año en el que había sido contratado, además de la carta de recomendación de un antiguo maestro de la facultad y un sobre firmado con el nombre de su última novia de la juventud. Sin encender la luz, se adentró en los estantes y se acercó al archivador que guardaba sus memorias. El ruido ensordecedor de las bisagras al abrirse, oxidadas por la falta de mantenimiento, lo sumergieron por un instante en una atmósfera terrorífica, como si aquel chirrido hubiese sido un vaticinio de lo que habría de comprender momentos después de abrir el cartapacio. Encendió la luz y se sentó a contemplar el pasado en el que había sido su escritorio por más de cuatro décadas. Primero fue el sobre lo que llamó su atención. Lo leyó en silencio durante algunos minutos hasta que su mente lo trajo de vuelta. ¿Qué estaría haciendo su último y verdadero gran amor en ese momento? Probablemente se habría casado ya, estaría de vacaciones y estaría pensionada, situación normal para las personas de su edad; incluso tendría nietos que, pensándolo detenidamente, habrían podido ser también suyos. O quizá habría muerto por haber pescado alguna fiebre. Sí, eso debía ser. Después de todo, hubo un tiempo en el que todos comenzaron a morirse, y ella, reconociendo la fragilidad del cuerpo humano, seguro que se había resignado a quedar reducida a un número dentro de una estadística. De su maestro, en cambio, lo
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tenía todo bastante claro. Había muerto en un accidente de auto en la carretera México-Querétaro, de camino a una ponencia en donde presentaría un libro sobre el erotismo en la poesía modernista. Lo recordaría hasta estos días porque siempre se arrepintió de no haberle dicho que iría a verlo. De alguna forma, el pensar que su ausencia se había relacionado directamente con la inesperada y trágica muerte de su mentor, era algo que no podía perdonarse. Lo cierto es que ni en la facultad se sintió cómodo con la idea de leerla en voz alta, ni le gustaba que lo identificaran leyendo nada parecido. Era una poesía tan pasional que por algún motivo no podía permitirse disfrutar en público, se sentía asqueado con la idea de adjetivar sus sensaciones corporales, y sentía vergüenza de sí mismo. Por años, viajando en el transporte público se acostumbró a esconder los libros que leía tras el diario matutino, dejando las viñetas de sátira política por delante. Esos eran los únicos momentos en los que se sentía realmente observado, se miraba y se reconocía en el reflejo de la ventana del Metrobús y se revelaba frente a sus ojos su propia existencia. Las muchas de las veces, después de ello, memorizaba sus facciones y contemplaba, con irremediable culpa, las huellas del tiempo en su rostro. Lo otro era su semblanza curricular, aquella que presentó el día en el que fue contratado. Se había graduado como primero de su generación y en un año ya había sido recomendado por su maestro para un examen como profesor de medio tiempo. Se acordó de sus planes de casarse y de la familia que tenía en su natal Michoacán, antes de que la mayoría muriera. Su vida era tan distinta que no pudo evitar sentir rabia y desolación, nostalgia no por la vida que tuvo, sino por la que pudo haber vivido de haber actuado de maneras distintas. Éste quizá fue el motivo principal por el que había guardado durante tantos años aquellas palabras opacas. Tomó las hojas arrugadas y comenzó a leer con detenimiento: “Excelente manejo de los idiomas inglés y francés, redacción y ortografía impecables, habilidad para recabar información de distintas fuentes, experiencia como bibliotecario, capacidad de síntesis, facilidad de horario, certificación de esto y de aquello, […]”. Era un hecho que la semblanza resultaba sobresaliente, sobre todo para la época. Tenía muchas más herramientas que cualquier otro aspirante y podría haber aplicado para cualquier otro empleo de haberlo deseado. Pero no lo hizo, ni tampoco aceptó la oferta de su profesor, nunca deseó más allá de lo que ya había conseguido y cuando todo se esfumó, sólo quedó él, ensimismado, encerrado en un cuerpo que gradualmente dejó de obedecerle, condenándolo a un despacho al que se aferraba con las uñas, un departamento que año con año se volvía un poco más innecesario y quedaba relegado a los caprichos de la tecnología, mientras que su utilidad permanecía anclada a los días sin luz, de ahí que las velas, que tantos años tenían en los estantes, no estaban puestas con una función meramente decorativa. No obstante, incluso sus compañeros de trabajo dejaron de visitarlo y al cabo de la tercera década ya no conocía a casi nadie en el edificio. Se vio obligado a recluirse dentro de esas cuatro paredes, a no hablar con nadie y a escuchar sus pensamientos en silencio. Su único contacto con el mundo era aquel pequeño tramo de camino a casa, uno que ya ni siquiera significaba nada para él, porque había logrado juntar para un automóvil de segunda mano en sus primeros años, uno que nunca quiso cambiar.
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Lo colocaba siempre afuera del complejo, por lo que ya ni siquiera podía observar a nadie, ni leer con sigilo la poesía en el transporte, tampoco podía conversar con algún extraño bajo la lluvia que estuviese, como él, esperando el camión de las diez de la noche. Hablarían, quién sabe de qué, probablemente de los Juegos Olímpicos, de las películas nominadas al Oscar, o del Super Bowl en turno; en fin, de todo lo que hablaría la gente que no era como él. A final de cuentas, se decía recurrentemente, ¿para qué había estudiado tanto si ya no había nadie con quién compartir ideas? ¿De qué servía dominar dos idiomas si ya no tenía con quién hablar? Tampoco tenía intenciones de ir a ningún otro país. En todo aquello pensó hasta el momento en que su mirada se detuvo en la foto del currículum. Repentinamente, sintió un espasmo en el brazo al escuchar el toque del reloj que marcaba la hora de salida y guardó las hojas de nuevo en el cartapacio. Se levantó y tomó una franela con la que se dispuso a limpiar el escritorio, aun sabiendo que el día de mañana volvería a empolvarse y que ya no habría nadie que pudiese limpiarlo. Supo también reconocer su pequeñez cuando dio un último vistazo a aquel punto fijo en el espacio y en el tiempo, y de camino a casa tuvo la sensación de que todos los adioses del mundo siempre se corresponden entre sí: primero está la ilusión, una pequeña esperanza de que todo por lo que se ha luchado ha valido la pena y no ha sido tiempo perdido; después viene la bifurcación, aquella etapa a la que pertenece la conjugación del pretérito imperfecto, pequeños fotogramas que se reproducen como una película que atormentan con una vida que nunca va a existir: finalmente la resignación, aceptar la pérdida de lo amado y con cada paso saberse más y más vulnerable, desorientado en el nuevo mundo al que hemos sido escupidos. Pero hay un último paso del que no se habla porque nadie aún le ha dado un nombre, ese que viene después de apagar las luces y de cerrar todas las puertas. Si él hubiese sido el responsable de nombrarlo, hubiese tenido que ver con el vacío, con el silencio, un escenario en donde el bochorno del cuerpo delatara la distancia entre la persona y aquello que ha perdido. Asimismo, sería el estadio de los regresos a casa, equiparable al dolor inefable que todos los actores han sentido cuando descienden de la tarima y sus vestuarios no son más que disfraces. En otras palabras, el descansillo entre los pisos en donde ya todo ha sucedido y no queda más que seguir el paso; debía ser ese rincón apartado del relato en donde la propia experiencia ya no nos pertenece, el estadio de la petite mort. Al llegar a casa sintió un escalofrío que le recorrió toda la espalda y pensó en todas las veces que su madre lo regañó por no caminar derecho. Ahora le costaba trabajo no encorvarse, podría decirse incluso que le era antinatural. Arrojó las llaves de su auto y el cartapacio sobre la mesa de la cocina y fue directamente a calentar el agua en un pocillo. Sin embargo, el acto violento al dejar los objetos había hecho que la hoja de su semblanza se desprendiera y oscilara como una pluma hasta dar con el suelo. Cuando dio la vuelta notó la hoja y se agachó a recogerla, después la miró como antes había hecho en medio de la penumbra y le hizo un doblez por la mitad de manera en que sólo su foto quedara visible, se dirigió de inmediato al baño y se paró frente al espejo recargando la foto en él.
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El horror de no reconocer su propio rostro le hizo quedarse pasmado sin decir nada, mientras que su respiración aumentaba progresivamente, sentía su corazón como si este se le fuera a salir disparado por la boca. ¿A quién pertenecía la nariz delgada y respingada de la fotografía? La suya se había vuelto vieja, ancha y achatada. Aquel de la foto tenía los párpados caídos, no obstante, no parecían opacar el brillo de su juventud, la belleza de la perla oculta dentro de un molusco, ahora se encontraba impresa en el espejo del tiempo, una belleza que él ya no poseía. En cambio su mirada, la que sí reconocía, le parecía la de un viejo perro callejero, de esos que siempre viven tristes, la de algún otro que hubiese sucumbido ante el hastío y se hubiese conformado con cargar una vista cansada que ya no le permitía leer, tenía un ceño permanentemente fruncido, unos hombros caídos que denotaban el peso de los años. Su cuerpo, en fin, se había convertido en una máquina obsoleta, una herramienta desechable. Lo que ocurrió después se supo por los medios de comunicación. Uno de sus vecinos se dio cuenta del humo proveniente de su casa, la única en medio de tantos departamentos que había resistido al tiempo. Sin embargo, fue demasiado tarde, todo estaba calcinado. Lo que llamó más la atención fue que ninguno de los vecinos sabía el nombre de la persona que vivía ahí, incluso negaban haberlo visto alguna vez, como si el incendio hubiese sido obra de un espíritu. Se habló algunos días de aquel suceso, no obstante no había nadie a quién señalar, no había nombre, ni nadie a quién recordar y, después del fuego, no hubo tampoco silencio.
"Twilight zone" nervous man in a four dollar room.
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CICATRICES CICATRICES DE DE
ORO ORO 45
María Borja Soy María, creadora de cicatrices de oro. He vivido dos grandes accidentes, ambos me marcaron, ambos me quitaron y cambiaron la persona que era de un segundo al otro, sin previo aviso. A los nueve años se me cayó una puerta de cristal encima, me costó 120 puntadas que iban desde mi ojo izquierdo hasta mi dedo chiquito del pie derecho. Más adelante, a los once, perdí la mano izquierda en un trágico accidente de esquís sobre agua. Conspiro que si después de todo esto sigo aquí parada, es porque tengo todavía mucho que hacer y qué decir. Mis accidentes algún día fueron mis peores enemigos, hoy son mis más grandes maestros. Mis cicatrices algún día fueron lo que más me incomodaba de mi, hoy son lo que más quiero presumir y poner en foco. He aprendido muchas cosas, por ejemplo: La vida quita, pero también da proporcionalmente. Este proyecto es el espacio que tanto necesitaba y no sabía hasta que lo creé. Es el amor que siempre he intentado darle a otras personas, puesto en un mismo lugar. Personas que me lastimaron, que me amaron, a quienes extraño, a quienes no, a quienes recuerdo cada dos jueves y en quienes pienso a diario. Soy yo. Pero también es un pedazo de todos los increíbles seres que me han tocado. Este espacio surge con de la necesidad de reivindicar y resignificar las cicatrices y marcas corporales. De darle un espacio a nuestros "defectos", que no son más que todo lo contrario. A través de series fotográficas y
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colaboraciones con artistas emergentes de distintas disciplinas queremos contar historias. Porque fielmente creemos que cada cicatriz tiene algo fascinante que decir Partimos de la idea que todos tarde o temprano nos vamos a romper, de alguna manera u otra. Estas grietas no deberían de avergonzarnos, pues son a través de ellas que nos reconstruimos y es por mediante de estos huecos por donde entra la luz. Te invito a amarte y abrazarte en tu enteridad.
@ cicatricesdeoro
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Si el amor no es sudor y sábanas no sé lo que es. Si no es el olor ni la presunción de inocencia cada vez que te encuentro por avenidas y cruces y bares, y si no es eso ni el cansancio de tus párpados por la madrugada cuando casi te vence el sueño pero no quieres parar, y el otro que ya nos conoce y nos mira con la misma malicia y a ti con la misma lujuria y a mí con la misma envidia de la primera vez, y si no es eso el amor entonces no sé qué es. Llegué buscando lugares que solo vi en sueños y tardé tanto en encontrarlos que tuve que rentar un cuarto de azotea y aprender a fumar. Llegué para no estar, en otro lado, con otra gente. Y sin embargo estoy solo casi siempre, estoy solo y miro al cielo, buscando estrellas que solo puedo imaginar. Estoy solo y me duele estar solo y tener esta libreta tan solo, este cuaderno tan solo, este documento tan solo que vengo y abro en cualquier internet a seis pesos la hora, y a veces pago dieciocho pesos a Rebeca o a Italia o a Mariana o a como sea que se llame la chica que atiende el local. Dieciocho pesos pago y salgo embriagado de letras, de las mismas putas veintisiete letras, extra extra, la NASA descubrió cuatro letras más, miren lo que hago con sus cuatro letras más. Veintisiete letras pero no sé la última vez que usé la W o la X, y qué poquitas veces usé la Ñ para decir niño, para decir año, para decir seña, para inventarle nombres ridículos a la chica que atiende el internet, y a veces viene a tontear con ella un cabrón con uniforme de cualquier prepa, y ella se ríe de sus chistes tontos
L LE ET TO OM M
Fernando Salas
y entonces yo tecleo con furia y de pronto me hago el tonto, y se me desconecta el algo y tiene que venir ella, ya sé a qué huele pero describir un olor así, como decir qué tan negra es la noche, qué tanta gente hay esta ciudad de mierda. Su olor y al principio su timidez y la mía pero ahora me dice por mi nombre y no tengo dudas, sabe que no soy imbécil, nada más me hago. Pero hay días que pago seis pesos que pudieron ser tres pero no quise rendirme a la media hora y de todas formas no escribí nada decente, es más, casi borro el documento, casi dejo abandonado ese cuaderno en cualquier lado, en cualquier vagón, y es que de qué sirve la sangre cuando está seca.
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Y regreso a escribir y a verla. Literatura y mujeres, y luego hay gente que no encuentra la puta felicidad. Doce pesos, hoy fue un buen día, hoy escribí. Lo que hago además de esto no tiene importancia, es como leer el instructivo de algo que ya está armado. Y por fin un día la invitó a salir. Vamos a tomar cerveza y luego tequila y luego nuestras manos qué romántico, y luego nos besamos y luego nos besamos en mi cuarto y luego nos besamos sin ropa y luego viene el idiota de Ramiro y la acompaño a su casa. Un cuarto de azotea para dos idiotas. Pude tener una carrera pero no. No sé si lo decidí o la vida lo decidió por mí. Pude ser otra cosa pero soy lo que elegí. Unas por otras. La acompaño a su casa y por fin sé su nombre. Qué importa su nombre. Y al otro día estoy ahí, escribiendo una historia de un idiota que se enamora y llega el otro tipo a sentarse con ella. Y ella le da bola y eso yo nunca lo había visto pero se dan un beso. Y sigo escribiendo de amor y escribo un poema y le escribo a mamá. Y mamá todo bien, pagando sus deudas, papá todo bien, como siempre osea igual, osea nada, de papá nada. Y qué crees mamá. Estoy por contarle pero mejor no. Que soy feliz mamá. Me despido a las tantas y entonces viene y me dice que ya van a cerrar. Se para y me dice que ya van a cerrar. Se para y viene y me habla por mi nombre y me mira a los ojos y me dice que ya van a cerrar. No le digo nada del otro cabrón y vamos directo a un motel. Directito. Y le pagamos al cara de menso de la recepción y nos da el cuarto seis, y dices que es el número perfecto y yo te digo que es el tres y tú dices que no porque seis son las balas que te quedan. Y yo sé de qué hablas y no digo más, pero también pienso que son seis orgasmos, que los más que has tenido son seis orgamos y yo creo cruzar la meta, seis orgasmos, yo quiero llevarte lejos y guardarte allá en lo alto para que no venga ningún otro idiota y te olvides de mí tan fácil. Seis orgasmos. Pones música de tu teléfono y una canción no sé cuál me hace pensar que todavía no se ha muerto nadie que quiera mucho, que a veces la nostalgia es una mierda cuando puedes ir y abrazar a las personas pero a veces se muere alguien y entonces la nostalgia ya no es una mierda sino un refugio sino una casa sino un chicle sino un río de lágrimas. Y te miro a los ojos y son preciosos, y no son míos y así es mejor.
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Tú, la música y el mundo. Seis orgasmos pienso todavía mientras te beso nos quitamos la ropa, y pienso todavía mientras te tiro en la cama y beso tus senos y tus cosenos y tus tangentes y más abajo, y más abajo, y más adentro. Y entonces cuento. Un elefante se columpiaba sobre la tela de una araña, como veía que resistía fue a llamar a otro elefante. Dos elefantes. Tres elefantes. Cuatro elefantes. Cinco elefantes y entonces me atraes a ti, encima de ti, dentro de ti. Encima de ti. Debajo de ti. Detrás de ti, a lado de ti. Cuántos adverbios de estos hay. Y estoy cansado y no quiero más y quiero pensar que tú tampoco porque no somos máquinas, no somos máquinas. No quiero esto, ten. Y me acuesto a lado de ti, cruzado contigo, es una tregua. Afuera de estas cuatro paredes no hay nada más. Si ponemos la tele, la señal del cable y sus trescientos canales están ahí para nosotros. Si ponemos las noticias, la televisora y el estudio y el presentador viven de este amor. Existen porque nosotros existimos, porque nosotros estamos, porque nosotros somos Adán y Eva, porque en esta cama que cruje se inventó el silencio.
Guston, Phillip, (1977) Pareja en la cama
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Directora General María Inés Flores Nachón @notae_stethicallypleasing maines_flores@live.com Diseño de Portada Antonella Guagnelli Cuspinera @antonella_gc antonella.guagnelli@gmail.com Edición y Corrección de estilo Fernanda Loutfe Orozco @ferorozco ferlorozco@hotmail.com Diseño Editorial Junuen Caballero Soto @junuencaballero junuen.caballero@gmail.com
Divulgación y publicidad Antonella Guagnelli Cuspinera @antonella_gc antonella.guagnelli@gmail.com Arts 101 María Inés Flores Nachón @notae_stethicallypleasing maines_flores@live.com Crónicas de Marte Luis Fernando Salas Ramírez @fersalasrz luis.salasrz@udlap.mx Catalogarte Rossanna Huerta Romero @rosehro rossanna.huertaro@udlap.mx
Noche, Derroche, Nochera Alejandro Domínguez Nieto @hermann_cheesse alejandro.dominguezno@gmail.com Ambulantes: Interviews Diana Carolina Gomez Ortiz @dcgo98 diana.gomezoz@udlap.mx Traducción Ana Delia Castillo González @anna_2121 Claudine Gabriela Aguilar Encinas @gabe.docx Glosario Catártica Emma Patricia Zamudio Salas @emma.zamudio.92 emma.zamudioss@udlap.mx Spotify Diana Carolina Gomez Ortiz @dcgo98 diana.gomezoz@udlap.mx