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Testimonio

Por Li

Cuando tenía algunos meses de embarazo, mi pareja me dijo que era trans y todo en mi vida tembló de miedo. Imaginé muchas miradas, las palabras hirientes, la incomprensión que nos rodearía. Me tomó mucho tiempo entenderlo. Pasaba de la sorpresa al miedo; de la idea del ridículo a la de riesgo. Pero poco a poco, dentro de mí, descubrí las voces de personas queridas, como mis amigos L. y A. que siempre fueron respetuosos y abiertos, como Adrienne Maree Brown o las Wachowski. Personas como Gloria Anzaldúa, Audre Lorde, bell hooks o la Cusicanqui. Mis Marguerite francesas: Duras y Yourcenar. La Agrado, de Almodóvar. Mis escritoras eróticas, íntimas, extrañas. Mis amigos homosexuales, el engarzado de series gringas (Sex and the City, Friends, The L word); de películas (La Vie en Rose, Todo sobre mi madre, Crazy in Alabama); de novelas (El amante, Cien años de soledad, El libro de la almohada) que me ayudaron a construir mi propio universo. En ese mundo ser trans es algo maravilloso. Es tener la oportunidad de observar el mundo a través de un prisma que cambia, de transitar esta vida como un ser extraordinario, sirena de luz y entendimiento. Ser trans (y acompañar amorosamente ese proceso) implica ejercitar la empatía, la escucha y la aceptación, reconocer a cada paso un camino infinito y propio hacia la versión de ti que más amas. Desde que mi pareja transiciona, mi casa está llena de amor: juntas pintamos los muros, criamos a nuestra hija, discutimos y tenemos sexo. Hay muchas maneras de hacerlo, todo es cuestión de imaginación y de ritmo. También la vida.

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